Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Antonio Enríquez Gómez. Sus obras. Sus poesías líricas...

Antonio Enríquez Gómez. Sus obras. Sus poesías líricas. Sus academias morales y sus poemas. El Samsón Nazareno. La Culpa del primer peregrino. Sus comedias. El siglo pitagórico

José Amador de los Ríos y Serrano





Habíase inaugurado el siglo XVII en medio de la revolución literaria, introducida por Lope de Vega en el teatro y de la innovación culterana proclamada por Góngora. Los restos de la literatura propiamente española se habían acogido bajo la bandera levantada por Lope, mientras que se inscribían entre los prosélitos del culteranismo los partidarios de la imitación italiana. Al cabo avasallaba Lope la escena: el drama caballeresco nacía, al ser evocados los antiguos recuerdos y tradiciones, y la literatura recobraba en parte su pasada independencia, amaneciendo nuevos días de gloria para el ingenio español. El teatro absorbió, pues, la atención de cuantos sentían en sí fuerzas suficientes para levantar el vuelo a otras regiones, en donde se respirase el aire puro de la libertad del pensamiento, siendo por esta causa tan considerable el número de poetas dramáticos que siguieron las huellas del gran Lope, cayendo como él en los errores culteranos. Entre estos se distinguieron sobre todos Tirso de Molina, Rojas, Ruiz de Alarcón, Moreto y el inmortal don Pedro Calderón de la Barca. No alcanzaron tanta gloria otros apreciables escritores, ya porque no tuviesen tan elevadas dotes dramáticas, ya porque el público, preocupado y subyugado por las bellezas de las obras de aquellos, veía con cierto desdén sus producciones; ya porque se viesen obligados a ocultar sus nombres, para obtener el aplauso de la muchedumbre; y ya en fin porque los impresores o libreros daban a luz sus obras con nombres ajenos, para lograr más fácil salida a esta peregrina mercadería. Esto ha sido causa con harta frecuencia de que hayan nuestros eruditos caído en notables errores, atribuyendo a un poeta comedias que no había pensado escribir sin duda: esto obligó ya en el siglo XVII al mismo Calderón a formar el catálogo de sus composiciones teatrales, rechazando no pequeño número de las que sin fundamento se le atribuían.

Entre las comedias que excluyó Calderón de su catálogo y corrían ya como suyas, se hallan algunas que tenemos a la vista, escritas por Antonio Enríquez Gómez, conocido en la corte de Castilla con el nombre de don Enrique Enríquez de Paz; quien habiendo profesado desde niño la religión cristiana, abrazó al cabo el judaísmo, perseguido por la Inquisición de Sevilla. Era Enríquez de Paz, natural de Segovia e hijo de un converso portugués, llamado Diego Enríquez Villanueva: dedicado ya en su juventud a los estudios de las humanidades, apenas contaba veinte años, cuando entró en la milicia, llegando a obtener una capitanía y el hábito de San Miguel en premio a sus servicios militares. No bastaron estos a ponerle a cubierto de los tiros del Santo Oficio: complicado en la causa de otros judaizantes, apenas tuvo tiempo para salir de España, peregrinando muchos años por varias naciones y dirigiéndose al fin a Amsterdam, centro común de perseguidos. Supo en esta ciudad que había sido quemado en estatua en la capital de Andalucía el 14 de abril de 1660, día en que fueron también castigados por judaizantes ochenta personas de ambos sexos.

Este destierro que hacía más insoportable la triste seguridad en que el capitán Enríquez de Paz estaba de no poder restituirse a su patria, dio a sus poesías, especialmente a las producciones líricas, un colorido y entonación harto notables, poniendo de manifiesto la amargura de que se hallaba su corazón poseído. Así es, que en sus sonetos, odas y canciones recuerda a menudo y llora hondamente su desgracia; deduciéndose de algunos pasajes de sus Academias morales que se vio obligado a salir de España en 1636, como se advierte en los siguientes versos, tomados de una de las epístolas insertas en la Academia cuarta. Alude a las persecuciones de la Inquisición que sufrían los judíos:


Que anda ese mar sobervio alborotado
no me hace novedad, señor Leonido:
que no hay firmeza en el humano estado.
    En seis años de ausencia es permitido
trocarse esa lumbrera luminosa,
cuanto mas un compuesto dividido.
[...]
El siglo, como ves, langostas cria
y no es mucho que tale un falso amigo
espigas del honor con tiranía.
Yo no fié jamás del enemigo;
porque un malsin, en mi opinion, no es gente:
con justa causa este consejo sigo.



Las Academias morales, primera obra que dio a luz Enríquez en país extraño, fueron impresas en 1642. Llama también la atención el que a pesar de la amargura que respira en todos sus versos y principalmente en las Epístolas a Job, en las cartas ya citadas, y en la elegía a su peregrinación; inserta en la primera academia, no se ensañe contra sus perseguidores hasta el punto que lo hicieron otros judaizantes expatriados, ni prorrumpa, como ellos, en terribles apóstrofes contra el Santo Oficio, siendo en extremo embozadas las alusiones que hace al tribunal referido. Esto nos induce a creer que no había perdido Enríquez la esperanza de volver a España, lo cual resalta en los siguientes tercetos, sacados de la elegía mencionada:


   Si con volver mi fama restaurára,
à la Libia cruel vuelta le diera:
que morir en mi patria me bastára.
    Pero volver á dar venganza fiera
á mis émulos todos, fuera cosa
para que muerte yo propio me diera.
    Ampáreme la mano poderosa:
que con ella seguramente vivo,
libre desta canalla maliciosa.



A pesar de sus vehementísimos deseos por volver al suelo de la Península Ibérica, parece fuera de duda que Antonio Enríquez Gómez, nombre con que es conocido en la república literaria, murió en tierra extraña. Es muy notable por cierto que desterrado y perseguido, conservase tanto afecto a la lengua española, escribiendo en ella todas sus obras. De estas da noticias el mismo Enríquez, diciendo en el prólogo de su poema heroico, intitulado Sansón nazareno, de esta manera:

«Los libros que he sacado á luz, porque lo digamos todo, son las Academias morales; la Culpa del primer peregrino; la Politica angelica, primera y segunda parte; Luis dado de Dios; La Torre de Babilonia y este poema de Samson. Hacen nueve volúmenes en prosa y verso, todos escritos desde el año de cuarenta al cuarenta y nueve: à libro por año, ú á año por libro. Acomódalos como quisieres1. Prometo á mis amigos y aficionados, dándome Dios vida, la segunda parte de la Torre de Babilonia, Aman y Mardocheo, el Caballero del Milagro, Josué, poema heróico y Los triunfos inmortales en rimas; y este último será el que mas presto daré á la estampa -Mucho prometo para tan flacas fuerzas; pero no puedo dejar de escribir, ni mis émulos de censurar». Sobre las obras dadas ya a luz, al escribir este prólogo, dice el mismo Enríquez Gómez lo siguiente: «Si entro en la Torre de Babilonia es para sacar documentos de confusion; si deseas verme filósofo moral, lee mis Academias; si político La Política Angélica; si teólogo mi Peregrino; si estadista Luis dado de Dios; si poeta este poema (el de Samson): si cómico mis Comedias; y si burlas y veras el Siglo pitagórico que por el capricho ha sido amado de los que le han leido, sin pasión ó con ella.»

No puede en verdad hacerse un juicio más breve de estas producciones: traslúcese, no obstante, en demasía el concepto aventajado que Enríquez Gómez tenía formado de su propio talento.

Sea como quiera, no puede negársele que se distinguió por su saber entre los ingenios de la corte de Felipe IV, figurando también entre los poetas dramáticos que más brillaron en aquella época.

«En mi tiempo, (escribe en el prólogo ya citado), dejando aparte el Adam de la comedia que fué Lope, hubo muchísimos poetas. D. Antonio de Mendoza, secretario de Apolo2 se llevó el palacio; el doctor Juan Perez de Montalvan entre muchas comedias que escribió, puso en las tablas la De un castigo dos venganzas, con que se vengó de sus émulos: notable ingenio fué este: don Pedro Calderon por las trazas se llevó el teatro; Villaizan, por lo conceptuoso los ingenios; el Doctor Godinez por las sentencias los doctos; Luis Velez por lo heroico fué eminente. No olvido á D. Francisco de Rojas, ni á D. Pedro Rosete, Gaspar de Avila, D. Antonio de Solís, D. Antonio Cuello y otros muchos que con acierto grande escribieron comedias. Las mias fueron veinte y dos, cuyos títulos pondré aqui, para que se conozcan por mias, pues todas ellas, ó los mas que se imprimen en Sevilla les dan los impresores el título que quieren y el dueño que se les antoja. El Cardenal de Albornoz, primera y segunda parte; Engañar para reinar; Diego de Camas, El Capitan Chinchilla; Fernan Mendez Pinto, primera y segunda parte; Celos no ofenden al Sol; El rayo de Palestina; Las sobervias de Nembrot; A lo que obligan los celos; Lo que pasa en media noche; El Caballero de Gracia; La prudente Abigail; A lo que obliga el honor; Contra el amor no hay engaños; Amor con vista y cordura; La fuerza del heredero; La Casa de Austria en España; El Sol parado; y El Trono de Salomon, primera y segunda parte. Estas fueron hijas de mi ingenio y de breve se darán á la imprenta en dos volúmenes»3.



Se ve, pues, que este entendido judaizante quiso recorrer todos los campos de la literatura, aspirando a la gloria de filósofo, político, teólogo, estadista y poeta épico, cómico y lírico. No en todos estos terrenos nos parece tan digno de alabanza; pero sí demuestra en todos que se había consagrado al estudio con admirable laboriosidad, desplegando no poco ingenio en las obras meramente literarias. Como nuestro objeto sea examinar aquí el mérito de Enríquez, bajo este punto de vista, solo consideraremos a este escritor como poeta lírico, épico y dramático, dándole también a conocer en el palenque de la sátira. En este ingenio, como en casi todos los de su época, se distinguen dos escritores: el poeta imitador de la literatura italiana y el poeta culto. En uno y otro concepto hay que lamentar la servidumbre y el extravío del ingenio. Enríquez, cuando sigue las brillantes huellas de Petrarca, no se deja avasallar sin embargo, por el espíritu de imitación hasta el punto de perder la originalidad de los pensamientos. Hay en sus poesías líricas algo más que la belleza de la forma: hay en ellas belleza de expresión y de sentimiento, lo cual contribuye a darles cierta frescura que las hace no pocas veces interesantes. En prueba de estas observaciones, y para que nuestros lectores aprecien el mérito de Enríquez Gómez, como poeta lírico, examinaremos algunas de las producciones insertas en las Academias morales. Veamos, pues, como canta la quietud y vida de la aldea y cabaña, en la introducción de la academia tercera:



   Fabricio, si la vida
en la santa quietud está cifrada,
al pié de esta lucida
montaña, de altos cedros coronada,
la gozo mas seguro
que en el Babel de ese confuso muro.

   Mi albergue regalado
es solar de mi cándida cabaña;
y en este verde prado
pruebo la antigüedad de la montaña,
cuya nevada cumbre
gotea juicio y me reparte lumbre.
[...]

   Cuando el sol amanece
me saluda con cítara suave
el ruiseñor que ofrece
á su consorte con afecto grave
no celos, armonía;
que toda la quietud es compañía.
[...]

   Cuando su nieve es mucha
salgo á pescar con una débil caña
la salmonada trucha,
y traigo con quietud á mi cabaña
lo que el señor no gusta:
que todo su quietud cansa y disgusta
[...]

   Cuando el enero helado
me coge en esta sierra, miro luego
el humo idolatrado
de mi santa cabaña, cuyo fuego
aun de léjos mirado
me sirve de consuelo y de sagrado.

   En estas soledades
vivo contento, alegre y descansado,
no, como en las ciudades,
al bullicio sugeto del Estado;
pues no hay mayor desdicha
que, á costa de la vida, amar la dicha:

   Sin ambición profana
el cielo me sustenta en esta choza:
sale aquí la mañana
mensagera del sol, y es su carroza
tan suave al oido
que de sola la luz siento el sonido.4
[...]

   ¡Oh albergue soberano,
emulacion de cuantos chapiteles
el griego y el romano
fundaron, duplicando los Babeles,
vuestra quietud dichosa
es cifra de la mano poderosa.

   No hay mácula ninguna
en vuestra monarquía soberana,
ni tiene la fortuna
jurisdiccion en vuestra edad anciana:
el que una vez os mira
tierno de amor, por vuestro amor suspira
[...]

   ¿Tienes muchos criados?...
pues no te envidio, sin tener ninguno.
Tienes muchos ducados?
pues en mi choza no hallarás ni uno.
¿Tienes quietud?... Ninguna.
Pues búrlome por Dios de tu fortuna.
[...]

   Las perlas, los diamantes
sin esta joya de mayor tesoro
son riquezas errantes.
Necio es el hombre que idolatra el oro:
que el sosiego del alma
es de esta vida victoriosa palma.

   Viva en la corte ufano
el sobervio político, muriendo;
y en solio soberano
vivan con él los que le están vendiendo:
que yo sin esta muerte
contento vivo con mi humilde suerte.

   Beba en taza dorada
el príncipe mayor; tenga su mesa
de siervos rodeada:
que yo, à quien de esta vanidad no pesa,
bebo en taza de hielo
el líquido cristal de un arroyuelo.

   En algodón se acueste
rodeado de ricas colgaduras;
y su alcázar le presté
seguridad en dóricas figuras:
que yo sin tanto muro
duermo en mi choza mucho mas seguro.
[...]

   Esta quietud adoro:
esta vida pacífica poseo.
No la riqueza lloro;
la ambición ni la quiero ni deseo:
que en mí las soledades
son las siempre dichosas majestades.



Enríquez Gómez dedicó otras dos canciones a celebrar el sosiego de la vida del campo, derramando en ellas la misma copia de pensamientos filosóficos. Verdad es que todas sus poesías líricas abundan en bellezas de este género, lo cual aparece muy conforme con la situación en que se hallaba su alma, al escribirlas. Entre todas sus composiciones resalta sin embargo, por la melancolía en que está, por decirlo así, empapada, la elegía que dedica a llorar su destierro, la cual comienza de esta forma:



   Cuando contemplo mi pasada gloria
y me veo sin mí, duda mi estado
si ha de morir conmigo mi memoria.
[...]

   ¡Oh quién supiera, aun por camino injusto,
donde la yerba de olvidar se cria,
para morir tal vez con algun gusto!
[...]

   Dejé mi albergue tierno y regalado
y dejé con el alma mi alvedrío,
pues todo en tierra agena me ha faltado.
    Fuéseme, sin pensar, mi aliento y brio
y si de alguna gala me adornaba,
hoy del espejo con razon no fío.
    Mi sencilla verdad con quien hablaba,
si la quiero buscar, la hallo vendida:
dexóme y fuése donde el alma estaba.
    La imágen en el pecho tengo asida
de aquel siglo dorado, donde estuve
gozando el mayo de mi edad florida.
[...]

   Hablaba el idioma siempre grave,
adornado de nobles oradores,
siendo su acento para mí suave.
    Eran mis penas por mi bien menores
que la patria ¡divina compañía!...
siempre vuelve los males en favores.
   Gané la noche; si perdí mi dia,
no es mucho que en tinieblas sepultado
esté quien vive en la Noruega fria.
    Perdí lo mas preciso de mi estado;
perdí mi libertad!... con esto digo
cuanto puede decir un desdichado.

   No gime entre las selvas y cristales
la tórtola á su amada compañera,
como yo mis fortunas y mis males.
   Ave mi patria fué ¿mas quién dijera
que el nido de mi alma le faltára
y que las alas de mi amor perdiera?...
   Si pérdida tan grande se alcanzára
con suspiros, con lágrimas y penas,
con mi sangre otra vez la conquistára.
[...]

   Si mi sepulcro labro con el llanto,
ofrézcase en las aras de su pira
tan contínuo pesar y dolor tanto.
[...]

   Mas ¡ay de mí! que en la extrangera llama
aun no soy mariposa, que muriendo
goza la luz de lo que adora y ama.

   En diferente clima entré riyendo,
imaginando, como tierno infante,
que era mi patria la que estaba viendo.



No es posible negar al caballero de San Miguel que así se duele de la pérdida de su libertad y de su patria, el título de poeta, y de poeta de altas dotes. En los trozos que dejamos copiados, resaltan la sencillez y la belleza de la dicción, siendo notable también la ternura y delicadeza de las imágenes. Iguales prendas brillan en otras muchas composiciones, y sobre todas en las epístolas a Job que dejamos mencionadas, en donde bosqueja su amarga situación5 del siguiente modo:



   Si la delicia de la edad temprana
poseo con amor, me enfada luego;
y si me falta, halágola tirana.

   Cánsame el aire, enójome del fuego,
piso la tierra, el agua me maltrata,
y un paso no camino con sosiego.

   No sé quien soy, ignoro quien me mata,
sé por quien vivo y nunca lo agradezco,
preciada sí, mi voluntad de ingrata.

   Aborrezco el castigo y le merezco,
no siento el fin y siento lo que vivo,
el bien me enfada y luego lo apetezco.

   Obro de loco, cuando cuerdo escribo;
ando con luz y la virtud no veo.

[...]


Todas las poesías de Enríquez, propiamente líricas, respiran los mismos sentimientos: todas descansan sobre un fondo de filosofía admirable y todas abundan en tan saludables máximas. El poeta que de tal manera pulsaba la lira castellana, que tan dulce filosofía y tantas bellezas supo derramar en los trozos que dejamos transcritos, llevado del mal gusto de su tiempo, llegaba a caer en todos los errores de la escuela culterana. Pero si estos defectos afean no pocas veces sus producciones líricas, son de más bulto en el poema heroico, cuyo título conocen ya nuestros lectores. Enríquez, que tanta admiración había manifestado, al examinar el Machabeo de Miguel de Silveyra, aspiró sin duda a seguir sus huellas: perdió de vista que se apartaba del lenguaje de la verdadera poesía, tomando un estilo levantado, impropio de la narración épica, por el extraordinario abuso de las metáforas e hipérboles, en que abundaba.

El poema de Samsón Nazareno no es solamente una prueba de que Enríquez Gómez, al apartarse de su primera sencillez, pagaba el tributo exigido por su época al culteranismo: demuestra al mismo tiempo, lo cual se halla confirmado con el examen de otros muchos poemas sus coetáneos, en que se había perdido de vista enteramente el objeto de la epopeya, intentando reducirla a tan estrechos límites que no tenía ya espacio para desarrollarse. En esto no siguió Enríquez el ejemplo de Silveyra: el héroe de su poema no tiene mas de épico que las cualidades físicas atribuidas por Homero a los personajes de sus inmortales creaciones: como el Hércules de la antigüedad, pudo dar motivo a una serie de fábulas en que lo maravilloso tuviera no pequeña parte. Pero ni el asunto era a propósito para la epopeya, pues que no reunía ninguna de las condiciones que caracterizan este género de poesía, el mas difícil de cuantos cultiva el ingenio humano, ni el héroe aparece dotado de las grandes cualidades que se reconocen en los personajes propiamente épicos. Así es que, a pesar del visible empeño por elevarse a lo que se llamaba entonces estilo heroico; a pesar de la seguridad que parece tener en el mérito de su obra6 apenas hay en el Samsón Nazareno un trozo que tenga verdadera entonación épica, si se exceptúa el libro XIV que es el final, en donde se consuma la catástrofe, con la muerte del héroe, destrucción del templo y ruina de los filisteos. En cambio no es posible hallar más resabios de mal gusto, ni mayor cúmulo de ideas falsas, de revesadas hipérboles y de extravagantes metáforas. Es muy frecuente en este poema el llamar a los ruiseñores delfines del aire, a los arroyos tiorbas de olorosas azucenas; al amor bajel de Venus; al sol eterno farol del cuarto cielo; y prodigar en fin, cuantos despropósitos pudo inventar la desatinada secta de los comentadores y ciegos sectarios del culteranismo. Sin embargo, a Enríquez Gómez sucedía como a todos los poetas de su tiempo: parecidos al loco de Cervantes, siempre que llegaban a olvidar su hinchazón y estilo obligado; siempre que pulsaban las verdaderas cuerdas del sentimiento, manifestaban que no eran estériles para la poesía, y prorrumpían sin pretenderlo en elevados y patéticos tonos. En prueba de esta observación, si ya no tuviéramos conocimiento de las poesías líricas de Enríquez, bastaría el siguiente trozo, sacado del último libro de su poema, trozo en que olvidándose casi enteramente del culteranismo, se eleva a la verdadera entonación épica. Introducido ya Samsón en el templo de los filisteos y colocado entre las dos columnas en que estribaba aquel,



   Baja sobre el hebreo peregrino
del señor el espíritu diviso.

    Dios de mis padres, dice, autor eterno
de los tres mundos, soberano Atlante,
incircunciso, santo, y abeterno;
Dios de Abraham, tu verdadero amante;
Dios de Isahak, cuyo altísimo gobierno
en la divina ley vive triunfante,
Dios de Jahacob, de bendiciones lleno,
oye a Samson, escucha al Nazareno.

    Unico Criador, incomprensible,
señor de los egércitos sagrado,
brazo de las batallas invencible,
por siglos de los siglos venerado;
causa si, de las causas invisible
perfecto autor de todo lo criado,
pequé, señor, pequé: yo me condeno:
misericordia pide el Nazareno.

    Restituye señor, la prodigiosa
fuerza de mis cabellos á su fuego:
alienta con tu mano poderosa
el valor que perdí, quedando ciego.
Tócame con tu llama luminosa,
pues á la muerte con valor me entrego:
dame aliento, señor, para vengarme,
y tu auxilio eficaz para salvarme.

   Yo muero por la ley que tu escribiste,
por los preceptos santos que mandaste,
por el pueblo sagrado que escogiste,
y por los mandamientos que ordenaste:
yo muero por la pátria que me diste
y por la gloria con que el pueblo honraste;
muero por Israel, y lo primero
por tu inefable nombre verdadero.

   Yo me ofrezco á la muerte, por que sea
redimido mi pueblo en este dia
de la dura potencia felistea,
arbitrio de la misma tiranía:
sacuda el yugo la nacion hebrea;
goce este triunfo con la sangre mía:
salva á Israel ¡señor! sea mi vida
víctima santa y lámpara lucida.

   Ea ¡señor eterno! agora... agora
es tiempo que tu espíritu divino
favorezca á esta mano vencedora
para que acabe el duro felestino:
Muera esta gente idólatra que adora
un medio fauno de metal marino;
no quede dellos en el templo un hombre!
mueran los enemigos de tu nombre!
[...]

   Dijo; y eslabonando pavoroso
los brazos de los ejes de diamante,
apesar del cimiento ponderoso
y del sobervio alcázar arrogante;
apesar del paflon artificioso
y la argamasa de betun ligante,
sudando sangre, el jóven sin segundo
levantó las columnas del profundo.

   Dió dos golpes con ellas, arrancando
los ángulos sin luz de la techumbre,
y la bóveda opaca rechinando,
se deslizó de su eminente cumbre.
[...]

De un golpe solo treinta mil gentiles
mató Samson, logrando victorioso
en vida y muerte sus cuarenta abriles,
todos ceñidos del laurel famoso.
Redimieron sus años juveniles
la casa de Israel y el poderoso
dominio de la gente felistea
quedó sugeto á la potencia hebrea.



No juzgamos de todo punto necesario el copiar algún otro pasaje, para demostrar al grado que llevó Enríquez su extravío, siguiendo los errores del gran poeta de Córdoba. Sin embargo, a fin de que no se nos crea solo por nuestra palabra, tomaremos al azar algunas octavas. Veamos, pues, cómo describe, en el libro primero, a la hermosa Dalestina:



   Era la diosa oráculo sagrado
de cuanto Adónis veneró su estrella,
dulce beldad del niño Dios alado
y del cielo gentil la luz mas bella.
Cuanto la aurora cándida ha llorado
su sol resuelve en líquida centella;
pero al querer su rosicler beberla,
en su concha el amor concibe perla.

   Orfeos ruiseñores laureada
música dan al nuevo sol dormido:
solfa de contrapuntos ajustada
en el coro sagrado de Cupido.
Sobre cinco azucenas recostada
bebe de Delo el resplandor mentido,
temiendo el sol que abriendo sus dos soles
del cielo abrase antorchas y faroles.

   De un delgado cendal, velo de nieve
la Vénus de cristal se halló vestida,
cuyo armiño del Líbano se atreve
á ser aurora de su dulce vida:
el coral de su boca perlas bebe
viva rosa de nácar encendida,
cuyo clavel viviente en sus abriles,
trasciende con dos hojas los pensiles.



Necesario es confesar que Enríquez se dejó en estos versos atrás las Soledades y el Polifemo, cuyos poemas elogia en el prólogo del Samsón, no olvidándose del Phaetonte del conde de Villamediana. Pero lo que llama la atención en este poeta es el uso excesivo de la mitología en un asunto puramente bíblico, siendo este defecto (tan común en todos los poetas cristianos) mucho más censurable en Enríquez Gómez, no solo porque apenas hay una octava, en donde no aparezcan uno o dos dioses de la gentilidad, sino, porque había condenado él mismo el uso de la fábula. «En mi opinion, decia hablando del asunto de su poema, todos los poetas que cantaron de Apolo, Daphne, de Phaetonte y de todos los dioses fabulosos de la gentilidad, no tocando en la pureza de sus escritos, que los hay maravillosos en lo literal, fué lo mismo que cantar del Caballero del Febo, del don Belianis de Grecia y otros desta clase.» Estas contradicciones entre la doctrina y el hecho práctico, entre la escuela y el ingenio, prueban con evidencia que puesto este en la pendiente del despeñadero, se precipita infaliblemente al abismo.

No pudo Enríquez Gómez desasirse tampoco en las restantes producciones de esta fatal influencia, lo cual había sucedido también a Lope de Vega, enemigo declarado del culteranismo, y a cuantos ingenios florecieron en aquellos tiempos. Pero donde más lastimosa ostentación hizo de estos extraviados primores, fue indudablemente en la Culpa del primer peregrino, poema que por su concepción pudo dar a Enríquez no pequeña gloria, a no haberlo escrito en lenguaje culto. Sin embargo, a pesar de engolfarse a menudo en cuestiones teológicas, en que hace gala de sus estudios en las sagradas letras: a pesar de ser en muchos pasajes tan oscuro que no es posible comprender lo que escribe, todavía se hallan muchos trozos dignos de aprecio, que revelan al poeta no contagiado del mal gusto. Sirvan de ejemplo los siguientes tercetos, en que alude a la bienaventuranza:



   Llama Dios á los justos escogidos,
no porque escoja entre el linage humano
los nobles, los valientes y entendidos.
[...]

   Aquellos que siguieron la delicia,
aunque llamados por derecho fueron,
no son para la gloria de codicia.

   Los que por leyes santas anduvieron
son aquellos varones peregrinos
que nombres de escogidos merecieron.
[...]

   El vaso de eleccion cándido y puro
con el licor ó néctar soberano
en la inmortalidad vive seguro.



También creemos que son dignos de estima los siguientes versos puestos en boca de Eva, en los cuales recordó Enríquez muy oportunamente el capítulo V del Cantar de los Cantares:



    Como de selva en selva
viene saltando el gamo,
asi tu voz ha ido
al corazon llegando.
[...]

    -Deidades luminosas,
habeis visto á mi amado?
¿Quién es tu amado? dicen
los planetas sagrados.

    -Es mi amado, respondo
en diez mil señalado,
rubio como el sol mismo,
y como el alba blanco.

    Su cabeza es de oro
que ofir dispara á rayos
y sus cabellos crespos
que tiran á topacio.

    Sus dos hermosos ojos
son de paloma y tanto
que nadan sobre leche,
donde se están bañando.

    Es rey de todo el orbe
y el paraíso sacro,
huerto de Hedem divino;
le sirve de palacio.



En el siguiente capítulo continuaremos el examen de las obras de este entendido judaizante.

En el capítulo precedente dimos a conocer, como poeta lírico y épico, al desafortunado caballero de San Miguel y valeroso capitán Enríquez Gómez, apuntando al mismo tiempo y por confesión propia las obras dramáticas que compuso. «Los teatros de Madrid, (escribe un autor de aquellos tiempos, aludiendo a las mismas) son el mas seguro testimonio de su mérito, pues repetidamente se vieron llenos de víctores y alabanzas. Eran envidiadas, pero tambien eran aplaudidas. La del Cardenal Albornoz manifestó en su invencion, disposicion y conceptos que no envidiára á las de aquellos que censuran todo lo que no pueden igualar. Unió en ella el decoro debido á un príncipe, á los documentos de un ministro desinteresado, sin que las ternezas de amante mitigasen lo severo, ni lo maravilloso de lo escrito, le hiciesen olvidar las advertencias de maestro, sin salir de la obediencia respetuosa en medio de una correccion arriesgada. Los sucesos de Fernan Mendez Pinto admiraron no menos aquella córte, avara en la aprobacion como en conocer superioridad; viendo que con tanta felicidad trataba prodigios y dulzuras, amores y naufragios, pérdidas y divertimientos. Otras muchas que dejo de referir, por ser notorio, le han conseguido la misma estimacion.» Este juicio sobre las comedias de Enríquez Gómez tenía por complemento la siguiente frase: «Si tiene por objeto á Menandro y Plauto en lo cómico, no es inferior á Plauto, ni á Menandro»7. Tal fue el éxito que obtuvieron, y así juzgaron los coetáneos de Enríquez de Paz las obras dramáticas que escribió este, antes de su persecución y destierro. ¿Debe o no conformarse la crítica de nuestros días con este juicio? He aquí lo que nos proponemos examinar en el presente capítulo con la circunspección e imparcialidad debidas.

Cualquiera que sin prevención lea las producciones dramáticas de este desafortunado ingenio, advertirá que el juicio de sus coetáneos es no poco exagerado, respecto del carácter la índole y el mérito de aquellas. Prescindiendo de la escasa semejanza que existe entre los dramas de Enríquez y las comedias de Plauto y de Menandro, tanto en lo que atañe a la esencia, como en lo que solo a la forma concierne, debe todavía observarse que el arte de Enríquez Gómez no había llegado al alto grado de perfección a donde (casi en la misma época en que este poeta huía de su patria), le llevaron Calderón, Rojas y Moreto. Sus comedias que en la mayor parte corresponden al género heroico, carecen por esta causa de la trabazón necesaria para que la fábula sea siempre verosímil, apareciendo inmotivadas en ellas muchas escenas, atropellándose unas veces los acontecimientos por la rapidez con que son expuestos, y desliéndose otras no pocas situaciones verdaderamente dramáticas en dos o más escenas, que pierden por tanto su vigor y no tienen el conveniente colorido. Enríquez Gómez, generalmente hablando, concebía los planes de sus comedias con grande facilidad y los desenvolvía laboriosa y difícilmente. Es esto causa a menudo de que los caracteres por él descritos, sean más bien imperfectos bosquejos que acabados retratos, y de que no observe con la severidad debida las leyes de la armonía, no menos dignas de respeto que las demás reglas, impuestas por la razón y el buen sentido al arte dramático de todas las naciones y de todos los tiempos. Así los caballeros pintados por Enríquez Gómez no siempre son igualmente discretos y pundonorosos; no en todas ocasiones guardan con el mismo empeño, con la misma constancia los fueros de la hidalguía y se postran rendidos ante las aras del amor y de la belleza.

Quizá alguna vez quiso también imitar al maestro Tirso de Molina, presentando a sus damas dotadas de afectos poco nobles, lo cual acontece principalmente en sus comedias tituladas A lo que obligan los celos y Contra el amor no hay engaños; si bien disculpa siempre estos extravíos con el fuego de una pasión indomable. Tal vez pinta demasiado fáciles y celosas a estas mismas damas que atropellan las leyes del decoro, para lograr sus amorosos intentos y se ven al cabo obligadas a sufrir indignas humillaciones.

No debe, sin embargo, sospecharse que las obras dramáticas de este ingenio se hallen desprovistas de apreciables y brillantes dotes. ¿Cómo se explicaría en otro caso el éxito que obtuvieron en los teatros de la corte de España, donde recogían a la sazón esclarecidos laureles el gran Lope de Vega y sus celebrados discípulos?... Es innegable que sin entrañar, por decirlo así, en sus producciones dramáticas los sentimientos caballerescos de su época; sin reflejar las costumbres de aquella sociedad que había divinizado la lealtad y el honor, el amor y la amistad, no hubiera logrado el capitán Enríquez los repetidos víctores y alabanzas de la muchedumbre, ni excitado tampoco la envidia de los que admiraban en secreto sus obras.

En estas hay efectivamente bellezas de distintos géneros las cuales justifican hasta cierto punto el fallo de los coetáneos del caballero de San Miguel y le recomiendan, y no poco, al aprecio de cuantos estudien profundamente la historia de nuestra literatura. Enríquez Gómez tenía mucha fuerza de inventiva, cualidad que como dejamos apuntado, le facilitaba la concepción de sus planes dramáticos; comprendía con viveza y expresaba con bastante calor las diferentes pasiones que conmueven y agitan el corazón humano; y dotado de una imaginación vigorosa y lozana, trazaba brillantes cuadros ya de la vida real, ya del mundo fantástico, creando al efecto personajes, países y reinos acaso desconocidos en la historia. Esto que era muy frecuente entre los poetas dramáticos de España en la época de Enríquez Gómez, y que fue exagerado después hasta la saciedad por los Zabalas y Comellas, ha sido causa de que los críticos modernos, en especial los extranjeros, hayan asentado que ni los poetas ni los espectadores del tiempo de Lope, Tirso, Calderón y Moreto conocieron la historia del norte de Europa; pues que los primeros fingían reyes a su placer en aquellos países, y los segundos admitían gustosos semejantes ficciones. Mas a tal acusación responderemos lo que ya hemos dicho antes de ahora:8 los poetas castellanos de aquel tiempo, cuando creaban un asunto original, creaban también un país a propósito en donde colocarlo. Y como en todas sus obras reinaba siempre el principio de caballerosidad y galantería que ha caracterizado nuestra literatura, no creyeron que debían buscar otros países más que aquellos en donde existía alguna relación con estos sentimientos. El sistema feudal, que engendró el espíritu caballeresco, asentó más principalmente su imperio en el norte de Europa que en lo restante del continente. Los sentimientos, pues, que debían desenvolver los poetas españoles, siguiendo el principio sobre que su literatura estribaba, exigían que el país y los argumentos de sus dramas tuviesen una relación recíproca, aunque fuesen estos puramente ideales. Sabían también los espectadores, que el país que tenían a su vista, era creado a placer por el poeta y que los reyes y príncipes de su dramas eran otros tantos personajes apócrifos. Mas como en aquellas obras encontraban personificado el pensamiento que los dominaba, respirando en ellas y por ellas los sentimientos caballerescos de sus mayores, última ráfaga de la independencia ya perdida, no titubearon en concederles su aprobación, colmándoles de aplausos, en gracia de las muchas bellezas que en sus producciones sembraron, y perdonándoles un error geográfico que no era parte a oscurecer por cierto el brillo de aquellas. He aquí lo que aconteció a Enríquez Gómez en no pocas de sus composiciones.

Divídense éstas en comedias heroicas, históricas y de capa y espada, perteneciendo al primer género las intituladas Celos no ofenden al Sol; Engañar para reinar;9 A lo que obligan los celos; El rayo de Palestina y otras. Corresponden al segundo A lo que obliga el honor; Amor con vista y cordura; El cardenal Albornoz, La casa de Austria en España; y pueden clasificarse entre las comedias de intriga Contra el amor no hay engaños; El capitán Chinchilla; Lo que pasa en media noche; Fernan Mendez Pinto y otras, en donde todo el enredo dramático pende de un villete misterioso o de un manto, encubridor de una belleza enamorada y celosa. Mucho necesitaríamos detenernos para dar aquí exacta idea de estas producciones, aun limitándonos a elegir una de cada cual de los géneros en que las dividimos, para presentar de ellas un ligero análisis. A fin de que nuestros lectores puedan, sin embargo, apreciar la exactitud de las observaciones generales que llevamos hechas, creemos conveniente examinar alguna de ellas, pareciéndonos a propósito la que lleva por título A lo que obliga el honor, comedia histórica, en que resaltan grandemente los sentimientos caballerescos que animaron a nuestros padres. Pero antes de que entremos en el análisis de este drama, juzgamos oportuno resolver una cuestión que nace espontáneamente de su lectura. El pensamiento, adoptado por el judaizante Enríquez para esta obra, es el mismo elegido por Calderón para el Médico de su honra, A secreto agravio secreta venganza, El Pintor de su deshonra y el Tetrarca de Jerusalem. Uno y otro pudieron tomar la idea de estos dramas del Celoso prudente de Tirso de Molina, pues que este celebrado poeta debió darlo al teatro antes que aquellos ciñeran a sus sienes el laurel escénico. Sin embargo, debe notarse que si hay alguna analogía entre las comedias de Calderón y de Enríquez comparadas con la citada de Tirso, existe una estrecha semejanza entre las debidas a los primeros, especialmente entre A secreto agravio, El médico de su honra y A lo que obliga el honor, hallándose muchas situaciones casi iguales, desarrollándose el argumento, y consumándose la catástrofe del mismo modo. ¿Quién de los dos poetas se aprovechó del pensamiento ajeno?... Nosotros creemos que no faltamos a la veneración que el nombre de Calderón exige, si asentamos que debió aprovecharse de la obra de Enríquez, al escribir las suyas. Para opinar en esta forma nos asisten varias razones que no carecen, en nuestro juicio, de peso. Primera: que no esquivó Calderón, cuando le pareció oportuno, el tomar de otros poetas los argumentos de sus dramas, lo cual es un hecho reconocido en la historia de nuestra literatura y comprueba entre otras producciones su comedia titulada Para vencer á amor querer vencerle, en que tuvo presente la Hermosa fea de Lope. Segunda: que teniendo el capitán Enríquez Gómez la nota de judaizante, debieron caer en olvido sus obras dramáticas, en odio al autor, como parece desprenderse de la apología del capitán Fernández de Villarreal, escrita en 1642, época en que habla ya del éxito de las comedias de Enríquez como de cosa lejana. Tercera: que el caballero de San Miguel, si bien dice el mismo que conoció en la corte los triunfos alcanzados por Calderón, era de más edad que este gran dramático, pues que en 1642 decía de sí mismo:


   Conquisté el interes, surqué los mares,
amontoné tesoros á millares;
y halléme con la barba tan nevada,
como la misma plata conquistada.



Calderón nació en 1600: el capitán Enríquez de Paz salió de España en 1636. Vengamos ya al examen de la comedia de este malhadado ingenio, innominada A lo que obliga el honor.

La acción de este drama pasa en Sevilla en uno de los últimos años del reinado de don Alfonso XI. Deseando este magnánimo monarca premiar dignamente los servicios de don Enrique de Saldaña, uno de sus más bizarros capitanes, le da por esposa a doña Elvira de Liarte, prodigio de hermosura y vástago de una ilustre familia. Servía en secreto a esta dama, que lo era de la reina, el príncipe don Pedro y pagaba doña Elvira este cariño con un amor tan tierno, como noble y desinteresado. Mas viendo que no le era posible recoger el fruto de su desvelo, cede a la tierna solicitud del rey, dando su mano a don Enrique, al cual concede don Alonso, en digno galardón de sus hazañas, el condado de Carmona. Don Pedro que amaba con vehemencia a doña Elvira, al saber que se iba a separar de ella para siempre, resuelve atropellar por todo, para estorbarlo, siendo digna de citarse la escena en que le manifiesta su amante la resolución del rey:

[...]
DON PEDRO
¡Elvira hermosa!...
DOÑA ELVIRA
¡Ay de mí!
DON PEDRO
Tú con llanto, hermoso dueño!
¿Quién dió disgusto á tus ojos
para parecer mas bellos?
DOÑA ELVIRA
Príncipe y Señor, si el cielo
quiere que os pierda ¡ay de mí!
¿para qué la vida quiero?
Muera á manos del dolor
quien pierde lo que yo pierdo.
DON PEDRO
¿Cómo perderme, señora?
DOÑA ELVIRA
Como fué mudable el tiempo.
DON PEDRO
¿Qué mudanza si te adoro?
DOÑA ELVIRA
Todo nuestro amor fué sueño.
D. PEDRO
¿Sueño llamas nuestro amor?
DOÑA ELVIRA
Sí; pues acabó tan presto.
D. PEDRO
¿Son celos?
DOÑA ELVIRA
¡Pluguiera á Dios!
D. PEDRO
La causa, mi bien espero.
DOÑA ELVIRA
La causa es morir.
D. PEDRO
¿Qué dices?
DOÑA ELVIRA
Qué está el corazon tan muerto
que cuando quiere animar
las palabras, late recio
gritándome: no lo digas:
muere tú; viva tu dueño.
DON PEDRO
Mas me matas de esa suerte:
dime mi bien el suceso.
DOÑA ELVIRA
Casóme el rey con Enrique.
[...]
[...] fué mi amor
flor deslucida en almendro
que nace en brazos del alva
y viene muerta, naciendo.
D. PEDRO
Yo soy tu esposo, mi bien.
DOÑA ELVIRA
Ya es tarde: no podeis serlo.
D. PEDRO
¿Quién lo impide?...
DOÑA ELVIRA
Mi fortuna.


Don Pedro no puede resignarse a ver en brazos de otro dueño a doña Elvira, y deseando gozar su amor, logra seducir a Leonor, criada de aquella, introduciéndose de noche en la casa de don Enrique; no sin que este lo advierta, al volver de palacio, donde le habían detenido largas horas los negocios de Estado. El valeroso caballero que había unido su diestra a la de doña Elvira solo por complacer a su cariñoso amigo y benévolo soberano, lleno de sobresalto al ver puesta su honra en tanto riesgo, penetra en la habitación de su esposa, que apenas tiene tiempo para ocultar al príncipe, no sin rechazar antes con dignidad sus pretensiones, en esta forma:


No es tiempo, señor don Pedro,
de discursos amorosos:
ya acabaron las finezas,
los suspiros, los sollozos,
los amores, los regalos
de la mocedad y el ocio.



Lleno de prudencia don Enrique, hace que se retire su esposa de aquel aposento, y sacando al príncipe del sitio en que se oculta, le afea aquella acción y le ruega al par que salga de su casa, al escuchar sus protestas sobre la inocencia de doña Elvira, diciéndole:


Agradezco el juramento
y os agradeciera mas
no hallaros aquí escondido;
pero si obliga á callar
el respeto de los tres,
esta puerta viene á dar
al jardin; salid por ella:
que no es bien alborotar
los criados de mi casa.



Desea entre tanto averiguar la verdad de aquel suceso, y finge con este intento retirarse a su escritorio, ocultándose en el mismo aposento donde se había escondido don Pedro. Atribulada doña Elvira por el peligro de su honor, vuelve al saber que se ha retirado su esposo, a poner en salvo al príncipe, echándole en cara su loco atrevimiento, y amenazándole con decirlo al rey, si continuaba en sus temerarias pretensiones.


Si esto pasa adelante,
yo que soy de mi honor firme diamante,
iré á los pies del rey cuerda y honrada
y pediré justicia, declarada
contra un príncipe injusto,
que atropellar pretende por su gusto
con un amor tirano y atrevido
la paz que con mi espeso he merecido.



Recobra don Enrique la tranquilidad de su alma, al reconocer la virtud de su esposa, la cual sale a buscar luz, y al entrar de nuevo con una bujía, encuentra en vez del príncipe a su esposo, que la recibe en sus brazos rebosando en alegría y exclamando, para calmar su inquietud:


Yo ví, yo oí, yo vencí....
[...]
el oro al crisol se prueba.



Don Pedro sin embargo, insiste con mayor empeño en su propósito, persiguiendo a doña Elvira, y acusándola de ingrata, a tiempo en que el honrado conde de Carmona los sorprende, llegando a comprender que su honor peligra, al escuchar que su esposa exclama:


Arded, corazon, arded:
que yo no os puedo valer.



y que el príncipe replica con terrible despecho:


César ó nada: que así
he de morir ó vencer.



La deshonra es ya para don Enrique un hecho inevitable. Ahogado por la zozobra, medita sobre los medios de evitar su ruina, cuando le saca de aquel estupor la presencia del rey, que ha escuchado de su boca estas palabras llenas de amargura:


¡Quitóme el honor el rey
y entendió que me le daba!...



Esta escena en que lucha por una parte la ternura del soberano, y por otra la pasión de don Enrique; en que declara este la causa de su tormento, no carece en verdad de mérito ni de efecto dramático. Cuando el rey sabe que es su hijo quien roba la tranquilidad a su valido, apenas da crédito a las palabras de este, diciéndole para consolarle:

REY
   Doña Elvira es tan prudente
como noble y como honrada:
no os cegueis con un recelo.
DON ENRIQUE
Son muchos los que me agravian.
REY
Como esté libre el honor,
los recelos nunca matan.
DON ENRIQUE
Señor, la honra es espejo,
á donde se mira el alma:
si hoy un recelo lo turba
otro le ofende mañana.
El que quisiere tenerle
cristalino, como el alva,
ó purifique las nieblas
ó rompa su luna blanca:
que aguardar à que se eclipse
cuanto es locura, es infamia:
que es la muger un espejo
que no consiente dos caras.


Esta declaración de don Enrique es terrible. El rey le aconseja, no obstante, que lleve a su esposa a una quinta, situada en Sierra Morena, a cinco leguas de Sevilla, consejo que pone luego por obra el desconsolado conde, saliendo de aquella ciudad en breves instantes. Pero no bien había llegado a aquel retiro, cuando se presenta don Pedro ante su vista, helándole nuevamente la sangre en las venas y arrebatándole toda esperanza de salvar su zozobrante honor. Don Enrique disimula, sin embargo, como cuerdo, el dolor que le devora, y prepara, para festejar al hijo de su rey, una partida de caza, resuelto, no obstante, a lavar la mancha que anubla su frente. Para lograrlo, aprovecha el tumulto natural de la caza y llevando a Elvira a lo más alto de una roca, la precipita en el abismo, poniendo de este modo término a su horrenda pena y tormento, y restaurando su eclipsada honra.

Tal es la comedia que lleva por título A lo que obliga el honor, lema justificado con usura por el fin trágico de doña Elvira. Don Enrique de Saldaña, así como don Lope de Almeida en la obra de Calderón, denominada A secreto agravio etc., es la personificación brillante de los sentimientos y de las ideas que constituían, bajo la antigua monarquía española, el dogma caballeresco, basado como cuerdamente observa Montesquieu en su Espíritu de las leyes, sobre el honor, única fuente en aquellos tiempos de elevados pensamientos y de inauditas hazañas. En este drama enlaza Enríquez a la acción principal, como en episodio, los amores de doña María de Padilla, cuya firmeza de carácter contrasta singularmente con la ternura de doña Elvira. Doña María es en este drama la representación viva de aquellas damas pundonorosas, altivas y apasionadas, que retrató magistralmente Calderón, siendo notable la respuesta que da al príncipe don Pedro, cuando éste la requiere de amores, aun no olvidado de doña Elvira:



   Y asi, gran señor, tratad
de hacer el pecho crisol:
que no tiene voluntad
de alumbrarse de otro sol
la luz de mi claridad.

   Porque soy doña Maria
de Padilla, tan señora
de gozar mi propio dia,
que otra puede ser aurora;
mas no sol por vida mia.

   Que quien á mi me ha de amar
tan libre y firme ha de ser
que ni al sol ha de mirar;
y sino busque muger
que pueda su amor llevar:



Enríquez pintó también en sus dramas el apasionado y amoroso rendimiento de los caballeros españoles, llevándolo al más alto punto de idealismo y envolviéndole en torrentes de poesía. En prueba de esta observación, veamos como Iberio, que había abandonado la corona por consagrarse al amor de Elena, de quien se enamora en una partida de caza, se querella en la comedia titulada Engañar para reinar, de la ausencia de su amante:



   Si el alva del cielo ví,
al punto se oscureció:
nube densa la cubrió;
mas fueron vanos enojos,
porgue el alva de tus ojos
sobre el alva amaneció.
Los pájaros se asentaron,
trinando la voz al viento,
y en uno y otro elemento
tu grandeza comtemplaron:
las rosas imaginaron
ser eternas en colores
y preguntando las flores:
¿quién tanta beldad nos dió?
un ruiseñor respondió:
la diosa de los amores.

   Si era Venus ó Diana
digeron, y el amoroso
puliendo el pico gracioso
dijo: Elena soberana.
[...]

   Contra el curso natural
un arroyo se detuvo,
y como el agua no anduvo,
fué para mí de cristal:
al trasparente raudal
le dijo un laurel constante:
¿por qué no pasa delante?...
y él entonces respondió:
¿cómo puedo pasar yo,
si soy de Elena diamante?



Es, sin embargo, notable la aversión que manifiesta este judaizante al matrimonio en casi todas sus producciones. En Celos no ofenden al sol pone en boca de Julio la siguiente sátira:


    Quién no se muere de espanto
de entrar al anochecer
en su casa bueno y sano
y escuchar.-¿De dónde vienes?..
-Es tarde?-Las doce han dado.
-Las doce, siendo las nueve?..
-Qué breves las has pasado!..
-Ahora dieron las ocho.
-Dice bien.-Pues no cenamos?
-Cenar?-Si.-Pues ¿para qué,
si se sabe que ha cenado?..
-Acabemos. Siéntese:
sentado esté con mil diablos...
-¡Qué no sazone esta moza
eternamente un guisado!..
-Diga que gana no tiene
y no ponga culpa al plato.
-De beber.-Según él bebe
parece comió salado.
-Muger del demonio, calla
si quieres, que estoy cansado
de escucharte.-Yo de oirle:
-Quién es?-Yo soy.-Mi cuñado:.,
-Si.-Entre usted.-Y la tia.-
-Y el padre.-Vayan entrando.-
Y entran cosa de cuarenta.
-De qué estás, Leonor, llorando?
-De qué ha de llorar?-De qué?
-De que no viene temprano.
-Tiene razón.-No la tiene.
-Sois un perdido!-Es engaño.
La madre:-No la crié
para semejantes tratos.
El padre:-Siempre yo dije
que érais hombre temerario.
-El cuñado:-Juro á Dios
que no sé quien ha ganado.
La tia:-No mereceis
ni aun descalzarla un zapato.
La muger:-Ya alegremente
todo el dote me has gastado.
-Quien rabia?-El niño que llora,
-Quién grita?-Son los criados.
-Válgate el diablo la casa:
váyanse con treinta diablos.
-Idos vos: que yo no quiero.
-¡Jesus! la daga ha arrancado!
La moza.-¡Señor! señor!...
El mozo:-Dése al cuñado,
vuesamerced, si es servido.
-No hay justicia?..-No hay vicario?...
-Divorcio quiero pedir!...
-Yo me doy por divorciado.



Esta burlesca descripción de la vida doméstica, escrita con la viveza y soltura que habrán notado nuestros lectores, revela la fuerza satírica que tenía Enríquez y empleó especialmente en el Siglo pitagórico. Este libro, en que inquirió parte de una novela picaresca, con el título de Vida de don Gregorio Guadaña, es una sátira de las costumbres del siglo XVII, en la cual se propuso ridiculizar los vicios que plagaban aquella sociedad, moralizando el asunto y sacando de una opinion falsa una doctrina verdadera. Compónese el Siglo pitagórico de catorce trasfiguraciones, escritas en versos de siete y once sílabas, a excepción de la Vida de don Gregorio que está en prosa. En todas estas composiciones despliega Enríquez una admirable travesura, manifestando que hubiera obtenido brillantes resultados del cultivo de la novela picaresca que con tanto éxito había inaugurado Timoneda en su Patrañuelo y que se había desarrollado después en manos de Hurtado de Mendoza con el Lazarillo de Tormes.

Tanto en el Siglo pitagórico, como en las obras dramáticas adoleció Enríquez de los mismos defectos que notamos en el anterior capítulo, respecto del lenguaje. Sin embargo, cuando en su comedia Engañar para reinar se lee, hablando del culteranismo:


Hable en nuestra lengua, hermano:
[...] ¿que haya gente
que solo por decir algo
hablen lo que ellos no entienden?...



y se añade después:


¿Aun teneis en la memoria
aquella lengua del diablo,
cuyo autor es ella propia
pues ella sola se entiende?...



necesario es confesar que o cedió Enríquez a la moda, a sabiendas, o se dejó llevar del torrente del mal gusto, por carecer de la fe literaria que hubiera podido preservarle, como a Rioja y Pedro de Quiros, del general contagio. Para terminar este capítulo y el examen que nos propusimos hacer de las obras de este ingenio, observaremos aquí que, si el malogrado capitán y caballero de San Miguel, que tanta amargura experimentó al verse desterrado de su patria, no puede colocarse entre los primeros poetas dramáticos de España, merece al menos ocupar un puesto distinguido entre los de segundo orden, siendo acreedor, como poeta lírico, a más alto galardón, lo cual ha sido causa de que nosotros le hayamos considerado bajo uno y otro aspecto separadamente.





Indice