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11

Este juicio de nuestros romances ha sido publicado ya por el colector en otro opúsculo suyo; así como el de Quevedo, que sigue más adelante, aunque con alguna alteración.

 

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Mientras que llega el fiador que obligo
De la Jerusalén, de aquel poema
Que escribo, imito, y con rigor castigo.

Así escribía Lope a su amigo Gaspar de Barrionuevo poco antes de publicar la Jerusalén. Dudoso se hace el rigor de semejante castigo al ver el carácter de facilidad que presenta aquel poema, y los muchos defectos que hay en su ejecución. Sin embargo, Lope variaba y enmendaba mucho sus versos al tiempo de escribirlos. He visto un libro manuscrito de borradores suyos, que contiene diferentes poesías líricas y pastoriles, donde asombra el sinnúmero de enmiendas, correcciones y variaciones que hay en cada período, en cada verso; tanto, que apenas pueden descifrarse y entenderse. Un soneto al papa Urbano VIII, que empieza: Con dulce amor, con religioso culto, ocupa dos hojas y media de escritura en cuarto, en que apenas se pueden sacar seis versos en limpio, y el soneto queda por concluir. ¿Qué serían pues los borradores de otras obras más importantes, el de la Jerusalén, por ejemplo, que tanto castigaba su autor? El hecho es curioso, y más tratándose de Lope de Vega; porque cuando se considera la voluminosa colección de sus obras poéticas, no se acierta a concebir tan prodigiosa fecundidad con tan grande indecisión al componerlas.

El manuscrito a que se refiere esta nota existe en la selecta librería de mi caro amigo el señor don Agustín Duran.

 

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Si no me embarazara el libre cuello
De la necesidad el fiero yugo,
Por lo que al cielo plugo,
Yo viera en mi cabello
Algún honor que a la virtud se debe,
Que diera verde lustre a tanta nieve.
Del vulgo vil solicité la risa,
Siempre ocuparlo en fábulas de amores
Así grandes pintores
Manchan la tabla aprisa.


(LOPE, égloga a Claudio)                


 

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Pintar las iras del armado Aquiles,
Guardará los palacios el decoro,
Iluminados de oro
Y de lisonjas viles
La furia del amante sin consejo,
La hermosa dama, el sentencioso viejo,
¿A quién se debe, Claudio?

 

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Muerto él, Calderón, Moreto y otros, que en vida suya se hubieran contentado con el título de discípulos suyos, le oscurecieron en la escena, sin embargo de que su nombre fue siempre respetado como escritor. Este respeto se iba disminuyendo mucho con la observación más atenta de los buenos principios y de los grandes modelos; hasta que últimamente algunas de sus comedias, representadas con aplauso y concurrencia general, han vuelto a restablecer su reputación vacilante. En francés se ha hecho en estos últimos años una buena traducción de algunas poesías suyas, por el señor marqués de Aguilar, y en Inglaterra un hombre tan respetable por su dignidad y carácter como por su erudición, filosofía y buen gusto (milord Holland), ha publicado una disertación excelente sobre su vida y sus obras. Alternativa por cierto bien extraña, y que prueba a lo menos que, aún cuando Lope sea un escritor muy imperfecto, está, sin embargo, muy lejos de ser un objeto poco interesante en la historia de nuestras letras.

 

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Los dos poemas épicos castellanos que tienen mejor disposición y están escritos más correctamente son la Gatomaquia y la Mosquea; pero no me atrevo a decir si esto nos debe causar más satisfacción que vergüenza.

 

17

Tres canciones de Herrera y algún trozo poco importante no son más que una excepción de esta idea general. Ni el Golfo de Lepanto, ni la Carolea, ni la Autriada, ni el Carlo famoso se acercan con mucho a su argumento. En la Araucana misma, si hay algo bien pintado. no son los españoles, son los indios.

 

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A estas razones puede añadirse otra muy poderosa, nacida del infinito mérito de las producciones que las letras francesas presentaban a la admiración y al ejemplo. ¿Dónde irían los poetas a buscar modelos más grandes ni más perfectos que Corneille, Racine, Molière, La-Fontaine, Quinault y Despreaux? Donde los oradores, ejemplares de elocuencia más alta, más nerviosa, más natural o más expresiva que en Pascal, Bossuet, Fenelon, Massillon y La-Bruyère? Y la admiración y el culto que las obras admirables de estos inmortales ingenios se atraía, no se les tributaba sólo en España: de toda la Europa culta los recibían en aquella época; y en Inglaterra, en Alemania y en Italia se veían los mismos efectos, se formaban las mismas quejas, se oían los mismos clamores.

 

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Puede verse en el tomo IV del Diario de los literatos de España, artículo 1.º, la crítica que aquellos juiciosos periodistas hicieron de la nueva poética: la última parte del artículo es de don Juan de Iriarte, y es curioso en ella ver a un gramático tomar la defensa de Góngora contra un poeta.

 

20

Por más esfuerzos que he empleado en buscarlas y verlas para dar alguna idea de su mérito y su carácter, han escapado a todas mis diligencias, y si son tales como se dice, hacen mal los que las poseen en no enriquecer nuestra literatura con ellas. Don Luis Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana, hace mención de ellas dos veces, y siempre con particular estimación; pero como este escritor era demasiado indulgente en la aplicación de la crítica a los casos particulares, no puede darse enteramente crédito a su recomendación. Los Orígenes son un libro muy apreciable por se excelente plan, y por las noticias que en él se encuentran, mas no por el gusto ni por el discernimiento crítico.