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ArribaAbajo Apuntes argentinos

Patricia S. Fernández-Pacheco Estrada


Como extraños habitamos una casa ínfima, escucho desde el baño una de mis canciones más queridas, con nostalgia, con la barra de labios en la mano, los niños sobre el carro recogen cajas de cartón, los niños cartoneros, con una jaula oxidada y dos pajaritos atrapados, como ellos, entre las rejas de la miseria, y deseo llorar, el árbol derribado por el rayo como una mano moribunda, los tacones del travestí, el cuerpo que de pronto deja de ser cuerpo y de ser labios y de tener sangre y de desprender amor para ser tierra baldía, la solidez sobre la que descansar el ir y venir del día, el viejo que arrastra los pies por la peatonal y repite «¿dormiste?, ¿comiste ?, ¿dormiste?, ¿comiste?», la mendiga arrugadísima con su hijo cadavérico envuelto en una manta, la ordinariez de una confitería, dos mujeres desdentadas rebuscando en la basura, el tipo pálido con su niñita, el mismo del barco, ahora sentado en un escalón de una calle absurda, el cruce de gente y tráfico donde se ralentiza el tiempo, me cercan burbujas de jabón y el 142 que me arrolla, que llega, que me va a pasar por encima, los niños con sus naricitas contra el cristal de McDonalds, los puestos de flores en San Martín -¿y quién compra flores a las dos de la mañana?-, gracias a Dios hay un timbre que me reconoce, mientras tiemblo, escribo cartas a los amigos de allá, si me esperan, recibo un SOS en una botella, letras de colores, sigue esa casa que es una relojería y suenan las campanas de la azotea, como una iglesia más, y aquel móvil de metal colgando en la terraza, entre las macetas, sonando con el viento, como anoche, que no dejaba de sonar y él leyendo, en un café a unas cuadras, fuera lloviendo y él junto al cristal y yo sobre la cama, libros, hojas, cartas a los amigos esos, ésos que se supone que me esperan, que me envían SOS en botellas y yo me aferro a sus nombres en esta Facultad en la antípodas de la mía, monumental, decaída, en ruinas y entre las notas de piano vuelvo a pasar por las mismas tiendas, la de tiestitos a un peso, la de dulces mágicos, comienzan los éxodos masivos hacia el desierto, huyendo de los bombardeos, miro la primera página de Clarín y las burbujas de jabón rodeándome como en un sueño y el 142 que se aproxima a velocidades meteóricas a segar mi vida y mis relatos.