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Bruno Mesa

Bruno Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1975). Ha publicado dos libros de poesía: El laboratorio (2000) y Nadie (2002). Participó en el libro colectivo Cómo se hace un poema (2002). Con El laboratorio ganó el premio internacional de poesía Loewe a la Joven Creación y con Nadie consiguió el accesit del premio Gil de Biedma.

La prosa «El canalla» y el poema «El fracasado» son inéditos.

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ArribaAbajo El canalla

Bruno Mesa


Se han descrito dos maneras de ser un canalla: una forma es la del canalla visible, ostentoso en el gesto, resuelto en su labor, feliz y cotidiano, el otro es el canalla invisible, que nunca se presenta como tal, temeroso de ser lo que no puede dejar de ser, alguien a quien le gusta esconder su alto oficio. A los dos les pierde su moral, que otros llaman cinismo; esa moral es una sólida estructura de egoísmos que soporta, en su última fase, a un señor orondo llamado YO. Su moral nace de un principio único y busca un solo objetivo: el placer. De esta forma el canalla es hedonista por gracia de su populoso egoísmo, que es el verdadero nombre de su moral. Nada tan contrario al canalla como el «alma bella», la delicada estética de Kant y Schiller, ese confuso jardín donde convive el cactus de lo bueno con la orquídea de lo bello, esa página abstracta donde quieren reunirse la sensibilidad y la razón. Esa persecución de lo inocente y de lo puro está protagonizada habitualmente por un optimista que corre hacia ningún sitio. Nada tan enemigo del canalla como ese idealismo estético, porque el canalla es el que se recrea en lo impuro, el que ama y a la vez detesta la inocencia; el canalla es el que pervierte, el que engaña cuando te dice la verdad, es alguien que siente ebriedad de la carne y no del espíritu, alguien que reconoce la silueta de Dios en los paraísos artificiales.

Ser canalla no es una forma de vida, es un sistema espontáneo para dejarse vivir; el canalla se abandona en las noches por los trópicos salvajes de la mente, desconoce horarios y alimenta las horas con días; se sabe injusto, por eso no comete injusticias; se condena a sí mismo, y cada día sale al mundo para redimirse. El canalla puede vislumbrarse a través del humo del cigarrillo de la prostituta, o haciendo la estatua en las barras más cotizadas, pero también se insinúa en la mente del ajedrecista que espera destrozar a su adversario, el que no odia a su enemigo pero necesita la victoria para justificarse; el canalla recorre frenético los cuerpos mejor pagados y las pieles más urgentes y pobres, no distingue a la madre de la hija, al adolescente del maduro, se deleita en los cortes que produce su ironía, nunca desmiente un exceso, y no le gusta el perdón sino el olvido. El canalla parece deleitarse en salvar a Baudelaire y en olvidar a Goethe, en releer a Gottfried Benn y en ejecutar a Rousseau. Lo bello no debe ser moral, piensa el canalla, sólo debe ser bello. El placer no es clásico, romántico, realista o surreal, asegura el canalla, el placer ocurre, eso es todo. El canalla no puede ser Apolo,   —45→   pero tampoco puede ser Dionisos, sólo ha descubierto que su naturaleza es una rara paradoja. Indescifrables apuntadores sostienen que su metafísica es la lasciva majestad de cada instante, y teólogos liberados admiten que su religión es la perversa belleza de haber existido.