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ArribaEntrevista con Óscar Hahn

Luis Martín Estudillo


A Iowa City se llega después de horas interminables conduciendo a través de un paisaje llano cubierto de cereales cuya monotonía sólo queda levemente sobresaltada por algún lago o por los ríos perezosos que buscan el Sur de Estados Unidos. Para el poeta Óscar Hahn, Iowa es el antichile, un lugar donde no hay océano ni montañas, pero donde se encuentra tan a gusto como los numerosos escritores de todo el mundo que llevan décadas atravesando los maizales para pasar unos días en Iowa City, sede de la primera Universidad que aceptó un libro de poemas como trabajo académico válido para completar el doctorado en Literatura Inglesa, y que anualmente reúne en torno a sus talleres de escritura creativa a decenas de autores de primera fila. En esa benemérita casa, la Universidad de Iowa, es catedrático de Literatura Hispanoamericana nuestro poeta. Paseando con Hahn por la pequeña ciudad universitaria uno sabe dónde aguzar el oído para escuchar los ecos de las plumas ilustres que han pasado temporadas por allí: Raymond Carver, José Donoso, Kurt Vonnegut... Nacido en 1938, Hahn ha sabido crearse gracias a su personalísima voz un espacio entre los poetas contemporáneos más valiosos de América Latina. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, ruso, alemán y portugués, entre otras lenguas. Su último libro es Apariciones profanas (2002).

-¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la poesía?

En el colegio leía, de mala gana (si es que llegaba a hacerlo), los poemas que nos obligaban a leer. Después de empezar a escribir poesía accidentalmente -algo a lo que me impulsó una novia que me había pedido un acróstico- comencé a rebuscar libros de poesía por librerías y bibliotecas, sin tener ninguna idea. Simplemente leía toda la poesía que me encontraba: desde autores menores, completamente desconocidos, a T. S. Elliot, Rimbaud y poemas medievales españoles. Éstos fueron los que más me llamaron la atención.

-¿Contó con el apoyo de algún familiar o maestro que le orientara?

Mi madre me apoyó siempre; incluso copiaba mis poemas en un cuaderno. Hace poco, cuando acababa de cumplir 92 años, me dio uno de esos poemas que había recogido en mi juventud. Mi primer libro fue Esta rosa negra, de 1960, que fue publicado en 1961 por la editorial universitaria tras ganar un premio. Después vino Agua final, pero acabé dándome cuenta de que esos dos libros eran adelantos   —73→   de Arte de morir, en el que incluí gran parte de los poemas de esos dos libros primerizos.

Arte de morir es un libro temáticamente muy homogéneo, en el que reescribe las danzas de la muerte españolas. ¿Tiene otra explicación para esa fijación por el tema de la muerte que tenía un poeta tan joven como era Ud. al escribir ese libro?

Todos los poemas que yo escribía en esa época tenían que ver con el tema de la muerte, ya fuera individual o colectiva. Hay quien asocia esa obsesión con el hecho de que mi padre hubiera muerto cuando yo tenía cuatro años, pero me parece una respuesta demasiado fácil. Lo cierto es que ignoro si habrá unas causas más profundas.

-Otro tema recurrente en su obra es el de lo fantástico.

Cuando mi madre enviudó, mi niñera me contaba muchas historias fantásticas que ella presentaba como verdaderas, poniendo a sus familiares como personajes. Mucho más tarde publiqué dos libros sobre el cuento fantástico hispanoamericano, un estudio y una antología. Creo que eso ha influido en mi obra mucho más que cualquier poesía.

-Aunque la poesía de Neruda no ha ejercido una influencia directa sobre su obra, Ud. llegó a tratar personalmente al gran poeta chileno. ¿Cómo se conocieron?

Estuve con Neruda en dos ocasiones. La primera fue en el año 1965, cuando yo era profesor en la Universidad de Arica. Me invitó a que lo visitara en un apartamento que le habían cedido, y fui a la mañana siguiente a las nueve, como él me había dicho. Estuvimos durante tres horas hablando los dos solos de unos cuantos poemas míos. Insistió en que debía tratar de escribir un poema diario, como hacía él, y me dijo que mandara «Visión de Hiroshima» al diario El Siglo, el periódico del partido comunista. Curiosamente, Hernán Loyola se adelantó y lo publicó antes de que yo se lo enviara. La segunda vez que me encontré con Neruda fue en el mismo sitio, cuando él ya era candidato presidencial y fue a hacer una proclamación de los candidatos por Arica del Partido Comunista. Yo había trasnochado y, a eso del mediodía, golpearon a la puerta. Me levanté en pijama, pensando que sería algún amigo, y allí estaba Neruda.

-En aquellos tiempos para cierto tipo de intelectuales llegó a ser casi un dogma militar en el Partido Comunista de Chile.

Efectivamente. El Partido Comunista de Chile siempre apoyó muchísimo a artistas e intelectuales simpatizantes del partido, y hubo muchos que se aprovecharon de esa circunstancia, a pesar de que ideológicamente no estuvieran muy implicados. Yo siempre estuve más cercano al Partido Socialista, el partido de Allende.   —74→   Pero no llegué a militar porque justo cuando solicité mi militancia vino el golpe militar. Cuando vinieron a arrestarme a mi casa sólo tenía el carné de premilitante. Estuve preso diez días, de la madrugada del 12 hasta el 22 de septiembre. Durante mucho tiempo estuve soñando con el golpe y la detención, pero nunca pensaba en ello de día. Ahora esos sueños han desaparecido aunque, claro está, me queda el recuerdo de todo aquello.

-Una característica que se da en la obra de muchos autores latinoamericanos, y que a veces ha llegado a convertirse en un tópico, es la de la sobreabundancia de los temas que tienen que ver con la política regional. Pero su obra es de aliento más universalista. ¿Ha hecho un esfuerzo consciente por evitar lo específicamente chileno?

No creo que haya evitado voluntariamente los temas más específicamente chilenos; simplemente, las apariciones que tenía eran las que me visitaban. Siempre me ha impresionado la II Guerra Mundial, y a ella dedico varios poemas, como los de «Visión de Hiroshima» y los otros textos que forman parte de «Imágenes nucleares». En realidad es un tema también latinoamericano, porque en ninguna parte estamos a salvo del peligro de una guerra atómica.

-¿A qué autores de nuestra tradición lingüística ha leído con más asiduidad?

A los poetas medievales, especialmente aquellos que desarrollan el tema de la muerte. Más adelante, Garcilaso, San Juan, Fray Luis, Góngora y Quevedo. Del siglo XX, la generación del 27, y después, Miguel Hernández. De los latinoamericanos, Darío, Vallejo, Huidobro y el Neruda de Residencia en la tierra. A propósito de mi lectura de los clásicos, creo que algunos críticos le han dado excesiva importancia a mi práctica del soneto. El crítico peruano José Miguel Oviedo, en cambio, sostiene que lo verdaderamente significativo es que en mi poesía hay una simbiosis de formas tradicionales y formas vanguardistas o incluso posmodernas.

-Desde 1974 vive en los Estados Unidos. ¿Cómo se refleja esta circunstancia en su obra?

Creo que vivir aquí me ha afectado de manera positiva. En la poesía estadounidense abunda una especie de «informalismo»; no es una poesía con corbata, sino con bluyines. El aire suelto, informal, de algunos poemas míos viene posiblemente de ahí. La experiencia del exilio ha producido que tenga un distanciamiento con respecto a la lengua española, particularmente con el español de Chile, y creo que eso hace que ahora sea capaz de percibir mejor ciertas particularidades lingüísticas que antes no captaba por estar metido dentro del idioma.

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-Su último libro, Apariciones profanas (Ed. Hiperión), reincide en temas ya tratados anteriormente, como lo fantasmagórico. ¿Viene de ahí el título?

El título Apariciones profanas viene de una entrevista en la que me preguntaron cómo se me aparecen los poemas. Yo, tratando de explicarme, vine a decir que igual que a algunas personas se les aparece la Virgen María, a mí se me aparecen los poemas. Pero no se trata de apariciones religiosas, sino de apariciones profanas. Igual que los fantasmas que hay en el libro, estas visiones se aparecen y luego las transporto al lenguaje. Yo no podría escribir un poema diario, como me recomendaba Neruda, porque tendría que estar convocando estas apariciones todos los días. Además, realmente no soy capaz de convocarlas, sino que aparecen por su cuenta, sin que medie mi voluntad para nada. No puedo inducirlas, y es bueno que sea así.

-¿Reelabora mucho los textos producto de esas manifestaciones?

La verdad es que no mucho. La aparición produce un texto que es un borrador. Yo voy interrogando al poema para ver de qué se trata, puliéndolo hasta que se aprecia esa identidad más claramente.

-¿Qué proyectos tiene mientras va coleccionando epifanías válidas? Mi último proyecto acaba de concretarse. Se llama Obras selectas y apareció en agosto con el sello de la editorial Andrés Bello de Chile. Consta de una amplia selección de mis poemas y de cinco textos, inéditos, en los que narro mis encuentros con cinco escritores: Borges, Neruda, Enrique Lihn, Mircea Eliade y Raymond Carver.

-Dos poemas de Apariciones profanas

«Hueso» es un poema que tiene que ver con los desaparecidos de Chile y de cualquier parte:



Curiosa es la persistencia del hueso
su obstinación en luchar contra el polvo
su resistencia a convertirse en ceniza

La carne es pusilánime
Recurre al bisturí a ungüentos y a otras máscaras
que tan sólo maquillan el rostro de la muerte

Tarde o temprano será polvo la carne
castillo de cenizas barridas por el viento
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Un día la picota que excava la tierra
choca con algo duro: no es roca ni diamante

es una tibia un fémur unas cuantas costillas
una mandíbula que alguna vez habló
y ahora vuelve a hablar

Todos los huesos hablan penan acusan
alzan torres contra el olvido
trincheras de blancura que brillan en la noche

El hueso es un héroe de la resistencia



«Vía Láctea» es un buen ejemplo de mi ignorancia respecto de cómo se me aparecen los poemas e incluso del significado las apariciones. Lo escribí de repente mientras escuchaba música en Iowa, a la vuelta de un viaje a Sevilla:



Le salía leche de los pechos
Le salía leche que bajaba por su cuerpo
en arroyos de indecible blancura

Le salía leche que fluía por su vientre
le mojaba los pies
y se escurría por debajo de la puerta

Era un río de leche que corría por la calle
atravesaba el barrio de Santa Cruz
y llegaba a la plaza de doña Elvira

Era leche que subía por los árboles
ascendía a los cielos
y se desparramaba en la bóveda infinita

Eran grumos de leche que brillaban en el firmamento