Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo
en la representación de esta ópera
Estanislao
del Campo
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[Preliminares]
Del Campo:
Las buenas obras son siempre hijas de los bellos
sentimientos, porque las mejores y más grandes ideas
nacen en el corazón, llevando consigo la emoción
de que nacieron.
Su pobreza de poeta, empeñada en
aliviar dolorosos infortunios, ha apelado a esa infatigable
alquimista de la imaginación, que elabora los sueños
de oro y fabrica los palacios en el aire, y ella, evocándole
al Demonio, ha tenido el poder de ponerlo al servicio de
la santa acción con algo digno de la elevación
del propósito.
No es otra la idea generatriz del
poema monumental de los alemanes.
Fausto trae el mal por
la acción poderosa del genio, a concurrir a la obra
de la humanidad, y el mal no consigue triunfar de la altura
de su alma, porque no alcanza a encontrarla satisfecha sino
en las grandes y nobles aspiraciones.
Su campestre guitarra
bien podía sin ruborizarse pedir un óbolo al
arpa homérica de Gœthe, y preciso es convenir en que
la puerta del poderoso no se ha cerrado esta vez, como de
costumbre, al llamado del mendigo.
El genio del norte ha
permitido al payador argentino pasear a la rubia Margarita
por la pampa inconmensurable, en donde no había estampado
jamás su divina sandalia la musa de la epopeya, y
ella, soñando con sus amores y encaminándose
a su desastre, se ha detenido un instante en las orillas
del Gran Río,
«a ver las olas quebrarse
como al fin viene a estrellarse
el hombre con su destino.»
En esta importación
de la leyenda de la edad media, en esta nacionalización
del poema metafísico, dadas las respectivas distancias,
su trova americana ha conservado los rasgos característicos
de las fisonomías, los suaves matices del sentimiento,
las caprichosas sombras de la fantasía, como los acordes
de Mozart y las melodías de Bellini guardan su armonía
o su cadencia al resonar en una vihuela.
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El mérito
de su trabajo consiste para mí en haber comprendido
y trasmitido en su relato los eternos tipos del Fausto: un
artista vulgar no copiaría jamás los cuadros
de Rubens o las telas de Murillo.
Desnuda su bella composición
del lenguaje gaucho, veo diseñarse en sus estrofas
a la niña que vivía entre las flores como ella, demandando a las margaritas los secretos del corazón,
y se me representa la virgen de cera vestida de celeste,
aérea visión de la Inmaculada, como la concibió
su creador, imagen seductora de esa mujer querida del poeta,
perdida en el mundo antes de ser hallada, que hay siempre
la esperanza de encontrar algún día, bello
ideal que un ángel proscripto traería de su
Edén a la tierra.
El Satanás de sus versos
huele a azufre, hace santiguarse, y su inacabable sarcasmo
«suelta una risa tan fiera
que toda la noche entera
en
mis orejas sonó.»
Algo de siniestro sobrecoge a la
naturaleza al aparecer con su infernal guitarra:
«Haciendo un extraño ruido
en las hojas tropezaban
los pájaros que volaban
a guarecerse en su nido.»
El dolor suena en sus rimas con sus acentos verdaderos,
con esos acentos que sólo saben oír los inspirados
artistas, y que el copista nunca trasmite:
«Ya de sus ojos hundidos
las lágrimas se secaban,
y entre temblando rezaban
sus labios descoloridos
..................................
..................................
Cuando el cuerpo de su hermano
bañado en sangre
miró.
..................................
Apenas medio alcanzaron
a darse una despedida,
porque
en el cielo, sin vida
sus dos ojos se clavaron.»
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Las delicadas
reminiscencias del amor, traen sus plateados celajes a la
noche sombría del remordimiento:
«Ella creía que como antes,
al ir a regar su huerta,
se encontraría en la puerta
una caja con diamantes.
Darnos a saborear así, en humilde décima,
la obra jefe que ha desesperado a los traductores de todos
los pueblos, es algo que debe engreír sus ambiciones
de literato.
Debe Vd. estar satisfecho de sí mismo,
pues que ha llegado Vd. a dar carta de ciudadanía
a una creación prodigiosa, en que el cielo y la tierra,
las fuerzas vivas de la naturaleza y las sobrenaturales del
espíritu, toman una figura humana para hacerse palpables
a la sensibilidad del vulgo.
Pero, permítame Vd.,
que temiendo ver esterilizarse en una mala vía las
dotes preciosas de su imaginación, por el éxito
de su Fausto, le someta una opinión que me ha inducido
a escribirle estos renglones, robando un instante a un fárrago
de papel sellado.
Amo la poesía popular, cuanto detesto
la poesía académica, ficticia, de frase perfumada
con aguas de Lubin.
La poesía popular es Homero,
es Osian, la del ciego que va cantando por las faldas del
Himeto los recuerdos aún vivos de la hermosa Elena
y del temible Aquiles, la del bardo que, entre las brumas
de la Caledonia, da cuerpo a las tradiciones en las figuras
del heroico Fingal y la pálida Malvina.
La poesía
popular no es la frase chillona y agria del rancho. La india
de los toldos es tan hija de la naturaleza como la Eva de
la Biblia, recién formada de la costilla del hombre,
o como la Venus mitológica, saliendo núbil
de las espumas del mar, pero no serviría jamás
de modelo a los pintores y a los estatuarios.
El gaucho
se va. Es una raza de centauros que desaparece. Hay en ellos
grandes cualidades, grandes pasiones, originalidades características,
costumbres pintorescas, materiales abundantes para la poesía.
De ellos se puede decir también -«no dejan tras sí
grandes ciudades ni monumentos que desafíen al tiempo,
pero han vivido,» han padecido, se han inmolado, dejan un
tierno recuerdo, y los que recojan piadosamente sus últimos
suspiros tienen derecho a la simpatía y al renombre.
Arroje Vd., pues, lejos de sí la guitarra del gaucho,
que si a veces nos toca el corazón, en la puerta del
rancho, a la luz de las estrellas, es porque en ciertos estados
del alma basta una nota melodiosamente acentuada para conmovernos
profundamente y acosarnos por mucho tiempo con su vago
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recuerdo.
Tome la lira popular, la lira de los edas, de los trovadores,
de los bardos, y cuéntenos como ese gaucho caballeresco
y aventurero abrevaba su caballo en los torrentes de la Cordillera,
y arrollaba en los desfiladeros los tercios de Bailén
y de Talavera, como salvaba la democracia con Artigas, se
encaramaba en la tiranía con Rosas, y ha ido rodando
en una ola de sangre hacia el mar de la nada.
Una sociabilidad
original y una revolución fundamental, encierran todas
las pasiones, todos los dolores, todos los infortunios, todos
los dramas del corazón humano. La mina es vasta. Falta
el minero capaz de explotarla.
Descubra Vd. la veta, puesto
que tiene Vd. el don de sentir al gaucho dentro de sí
mismo. Piense, sienta como él, y háblenos como
Vd.
Su leyenda del Fausto vale, por el tipo virginal de
Margarita, por la figura diabólica de Mefistófeles,
que Vd. nos ha reproducido, por el perfume de pasión
inocente, de extravío inculpable, de remordimiento
sincero, y de religiosidad ingenua, que serán siempre
fuentes inagotables de poesía.
La forma no ha matado
al fondo. Por el contrario, el fondo ha dado vida a la forma.
Puesto que Vd. puede concebir y dibujar a Margarita, comprender
y exhibir a Mefistófeles, es Vd. artista, tome la
paleta inmensa de la pampa, y en la rica tela de su imaginación
ensaye un cuadro de verdadera literatura americana.
Tentanda
vía.
Juan Carlos Gómez.
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Querido Juan
Carlos.
Gracias mil por su bonita, indulgente y animadora
carta.
Quiero agregarla, con la de otros amigos, al pequeño
libro que imprimo, y se la remito impresa para que la depure
de los errores de caja.
A propósito de gauchos y
de guitarras, voy a decirle una broma.
Su carta, me hace
acordar al gaucho que ocultando el facón bajo el poncho,
se acerca paso a paso al pobre cantor, diciendo: -¡Qué
lindo canta este mozo! y al llegar a él, le corta
las cuerdas de su pobre guitarra.
Vd. ha dado en la mía
un cintarazo más recio, que aquel con que el Capitán
Valentín azotó la de Mefistófeles.
Pero vamos al fondo de la cosa.
Dice Vd. que el gaucho se
va, (Les Rois s'en vont!) pero no creo que eso sea una razón
para que con él dejemos ir también hasta la
memoria de su forma de expresión y de lenguaje.
Los
museos guardan objetos que recordarán, por siempre,
la rusticidad de nuestros gauchos. En el nuestro, Vd. ve
cornetas de cuerno y cuero, armas de madera, vestidos de
jerga y yesqueros de iguana.
Esos atavíos, armas
y utensilios se van también, y muy deprisa, al soplo
de la civilización que llena hoy nuestra campana con
los pulidos artefactos de las fábricas europeas.
Burmeinster, el director de nuestro Museo. ¿arrojará,
por tal razón, a la calle esos objetos?
No: allí
quedarán, y mayor será su valor y su importancia
cuanto más largo sea el tiempo que duerman en aquellos
empolvados estantes.
Deje, pues, que también los
giros especiales y la peculiar fraseología del lenguaje
de nuestros pobres gauchos, picaresco unas veces, sentido
otras, y pintoresco siempre, queden en alguna parte, para
que cuando en otros tiempos se hable de ese tipo original,
pueda decirse: -«Aquí está la manera como expresaba
sus sentimientos.»
Sin embargo: si Vd. cree que esta humilde
réplica no es otra cosa que la mala defensa de una
guitarra, estoy dispuesto a hacer la más reverente
genuflexión, diciendo: -Magister dixit.
Su affmo.
Estanislao del Campo.
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Sr. D. Estanislao del Campo.
Recuerdo
que una noche alegre en que yo apreciaba infinidad de ocurrencias
criollas que decía Vd. al vuelo, a propósito
de las escenas del Fausto, lo tenté a escribir en
estilo gaucho, sus impresiones de ese espectáculo;
seguro de que un cuadro compendiado bajo el punto de mira
de tan original criterio, ofrecería un interés
particular.
Para un carácter como el de su índole
literaria, era este tema completamente seductor, y yo veía
que la oportunidad y el motivo podrían pocas veces
tentar con mejor éxito la Musa de Hidalgo, para levantar
sobre el torbellino de nuestra sociedad desprovista de perfil
transmisible y determinado, -la extraordinaria, especialísima,
profunda y poética índole americana primitiva,
refugiada hoy naturalmente en el corazón del paisano.
Veía también en este tema, como Vd. mismo,
una ocasión feliz para reflejar nuestro tipo primitivo
con caracteres tanto más saltantes, cuanto que iban
a resultar de la apreciación hecha por él mismo
de una sociedad diversa.
Cierto es que era esta una empresa
difícil. Fuera de Hidalgo, no tenemos en esta rama
de nuestra literatura, sino manifestaciones más o
menos felices de los giros de lenguaje y comparaciones del
gaucho, -accesorios que nunca reflejan la índole de
las razas, porque no emanan del modo de sentir de ellas,
que es también el único modo de animar la interpretación
en el difícil rol de poeta característico.
El tecnicismo es una simpleza, y el pensamiento que no retrata
más que la construcción del idioma, no tiene
un día de vida. Para pintar e interpretar al gaucho
es preciso trasladarse no a su lenguaje sino a su corazón,
y arreglarlo todo, no al paisaje, sino a su preocupación,
a su filosofía, a su sentimiento.
Así se comprende
que dos solos versos puedan reflejar el carácter del
paisano, con sus preocupaciones y su religión enteras,
cuando Hidalgo pone en boca del gaucho que va a afrontar
un peligro, este compendio de su alma:-
«puse el corazón en Dios
y en la viuda, y embestí.»
Usted verá todos los días pretendidas descripciones
de la índole y costumbres del gaucho, donde todo se
reduce a hacinar significados campesinos que no tienen más
particularidad que estar subrayados hasta el fastidio.
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Es que no todos tienen bastante luz interna para penetrar
el corazón ajeno en la vorágine de sus instintos,
y creen que, dibujando la vestimenta, puede reflejarse el
tipo moral deduciéndolo por la vulgaridad de lo común.
Esos que así son retratados, no son gauchos de este
mundo ni del otro; son simples camiluchos que no constituyen
género de raza.
El Dr. Cané, que era un talento
literario muy notable, dice en una de sus novelas que el
tipo del gaucho es digno del estro de Byron, y yo pienso
humildemente, que en el corazón de Quiroga había
tela para el mismo Shakespeare.
El que se acerque entonces
más a aquellos corazones extraordinarios, por la mayor
fuerza de su genio, estará más próximo
a la interpretación de su mundo y al foco de nuestra
poesía popular y tradicional, inagotable en encantos.
Vd. ha venido al terreno más difícil, pero
al más grandioso: la majestad está siempre
en esa especie de topografía humana que nunca se halla
a la superficie. Es por eso que su leyenda está colorida
con las dos tintas más sublimes de la poesía,
-la filosofía y el sentimiento,- que son los arquéos
de la expresión: el que sube sobre esta trípode,
está en el camino de la belleza, de donde se domina
todo accesorio: el que entra al espíritu domina el
material: así Hidalgo no ha copiado al gaucho; ha
mirado por los ojos del gaucho; no se ha amanerado a su sentimiento,
ha sentido por su corazón.
Todas estas dificultades
redundan en provecho de Vd., una vez que se ha levantado
a la atmósfera de la interpretación verdadera:
Anastasio el Pollo es aquí de la raza de Santos Vega.
Ha tocado Vd. el tema espléndidamente, haciendo gala
de recursos desconocidos que todavía no había
manifestado en poesía, -y me permito decirle que esto
es culpa suya, porque antes, en todo lo que ha escrito, sólo
ha querido ver las cosas como un paisano, y hoy las ha sentido como él.
Su Fausto, Anastasio, es lo más notable
que he visto a propósito del poema de Gœthe, y no
encuentro nombre de poeta americano que no se hallara favorecido
al pie de muchas de sus estrofas.
La introducción
es un hermoso trozo de descripción local, un bello
cuadro de costumbres, de mano maestra. Hay en todo ese prólogo
una infinidad de imágenes comparativas, de peculiaridades
de frase y de toques generales que ocuparían mucho
espacio para transcribirse.
El cuadro donde comienza la
narración, tiene un raro interés descriptivo
que hace apresurar la lectura en busca de los incidentes
graciosísimos que se suceden sin descanso: cada estrofa,
cada verso, y a veces cada palabra, rebosa de pensamiento
y de interpretación.
La tercera parte tiene una novedad
especialísima, comprendida en los recursos que hasta
hoy no había desplegado Vd., -tiene un caudal de encantadora
y sentimental poesía, revestida bajo una sencillez
tan admirable que no la hace extraña en boca de un
paisano.
—12→
Aparte, pues, del mérito genérico
de su Fausto, reconozco con particular sorpresa (no sabía
que Vd. era un poeta tan serio) la hermosura del trozo descriptivo
del mar, rival de aquel con que trae la aurora sobre el jardín
de Margarita, de aquel otro con que pinta la noche de la
serenata, de aquél de la comparación de la
flor, y de aquella magnífica digresión del
capítulo V que acaba con esta sentida y hermosísima
estrofa:
«Soltar al aire su queja
será su solo consuelo,
y empapar con llanto el pelo
del hijo que usté
le deja.»
Ésta es la poesía: aquí empieza
el canino de Hidalgo y el estro de Santos Vega. Después
de ellos, nada se ha hecho en nuestra poesía popular
que pueda igualar el encanto de esas reflexiones.
No me
es ya extraño entonces que haga Vd. copia tan abundante
de las semejanzas y giros que chispean por todas las estrofas
de su Fausto: el que entra a la seriedad, ha pasado por la
malicia.
Siento que la especialidad de su trabajo, que es
uno de sus méritos particulares, no esté al
alcance de todos sus lectores: para valorarla completamente,
es preciso conocer el primer poema del Parnaso alemán
y la más sublime partitura del genio francés.
Su Fausto, Anastasio, es pues una obra de poesía
envidiable. Me felicito sinceramente de haber prestado motivo
a ella y le agradezco de corazón el buen momento que
me ha dado con su lectura.
Aplaudo verla en público,
celebrada justamente en todas las clases de la sociedad.
Por más a lo serio que tome el hombre las situaciones
sociales, en ninguna de ellas se desfavorece con sus pruebas
de arte y de talento, porque ellas siempre lo enaltecen,
llevándolo a las verdaderas jerarquías, que
son las que ocupa por su organización cerebral en
la estiba de la gente, como dice Vd.
Si tuviera que fortalecer
esto con ejemplos, le citaría nombres célebres
en la humanidad que han jugado con los pueblos más
grandes de la tierra, sin desdeñar el cultivo de las
letras, y empezando por David y Salomón.
Un buen
libro o una hermosa poesía, hacen honor, de Dios para
abajo, a todos los hombres del mundo, en cualquier terreno
que pisen, desde el trono hasta el cadalso. -Vd. ha merecido
ese honor.
Ricardo Gutiérrez.
—13→
Señor D.
Estanislao del Campo.
Setiembre 10.
Amigo:
He leído
en su manuscrito, que devuelvo, el sabroso diálogo
de Anastasio y D. Laguna, sobre el Fausto: -óptimo.
Vd. quizá no ha meditado el serio peligro a que se
expone dando a luz su obra, habiendo entre nosotros tantos
alemanes, de esos que nadando en el infinito se embaucan
en la contemplación de las nubes, tras de las cuales
a menudo sólo se oculta el vacío, o bien a
veces como sucede con el Fausto, sirven de velo a la divinidad
que se columbra en su seno. Ha profanado Vd. el santuario
del sublime poema, del cual nadie puede hablar con propiedad
sino en tudesco, porque en romance no hay quien explique
sus delirantes bellezas. Treinta años gastó
Gœthe en meditarle y componerle -Gœthe, el Júpiter
Olímpico de la literatura germánica. Y parece
indudable, según la opinión de la rubia y soñadora
Alemania, que sólo le compuso para ella; pues si Vd.
dice a algún alemán: «he leído el Fausto»
-su fisonomía toma al momento una expresión
entre desdeñosa y sarcástica, que traducida
al español quiere decir: -«le ha leído Vd.,
pero no le ha entendido.»
Quizá tienen razón;
gentes de letras conozco yo que lo confiesan sotto voce.
¿Qué mucho si la misma madama de Staël, ferviente
admiradora del gran oráculo de Weimar, le llamó
la pesadilla del espíritu, agregando, según
recuerdo, que si la imaginación pudiese concebir un
caos intelectual, el Fausto debería haber sido compuesto
durante ese periodo de ebullición y de tinieblas?
Mas por lo visto Anastasio no ha sufrido el mareo que causa
en el ánimo esa composición vertiginosa. En
un santiamén se ha dado cuenta del enmarañadísimo
drama, tal como nos le presenta en la ópera la mano
impía del compositor. En su lenguaje rústico
lo narra, lo comenta, lo critica, mezclando con naturalidad
inimitable lo peregrino a lo grotesco. Preciso es, amigo,
que su numen sea el mismo Mefistófeles para haberle
inspirado a Vd. la más estrafalaria de cuantas ideas
puedan venir a la mente, y sobre todo, para haberle sacado
airoso del berenjenal en que se había metido. Su parodia
está llena de gracia, de novedad y de frescura. Los
dos paisanos que Vd. nos hace conocer, atraviesan por entre
la nebulosa metafísica del altísimo poeta,
como
—14→
suelen hacerlo gallardamente a través de las
brumas de la pampa nuestros gauchos, interrumpiendo los cantos
con que entretienen el camino, para fijarse aquí y
allí en las perspectivas fantásticas que produce
el miraje. Singular es que sostengan su larga plática
con tanta amenidad y donaire. ¡Cuánto ingenio no es
necesario para que no decaiga el interés! A este milagro
concurren una versificación fácil y espontánea,
un pincel galanamente colorido, un epigrama chispeante del
cual se escapan algunos versos de una melancolía expresiva:
engarzados en una composición tan lozana y burlesca,
parecen lágrimas en el rostro de un niño que
ríe y llora al mismo tiempo.
Plácemes, trovador
paisajista, por habernos puesto en íntima relación
con esos dos aparceros. Parias de nuestra sociedad, llena
de galas postizas y descolorida por la adopción de
costumbres exóticas, se van a conversar al río,
que con la pampa de donde vienen, son las únicas cosas
grandes que nos van quedando. Parientes de Santos Vega, aquél
de la larga fama, se perderán como él en el
desierto, perseguidos y errantes, después de haber
exhalado sus trovas al pasar por la ciudad, que envuelta
en una atmósfera pesada y deletérea, aspira
con deleite el perfume de las flores campesinas arrancadas
por la mano de sus románticos pastores.
Buenos Aires,
olvidada de sí misma, envanecida con su lujo europeo,
escuchando con avidez los cantares que la recuerdan su juventud
y su inocencia perdida, se me figura a Linda de Chamounix,
estremecida y ruborizada en medio de la pompa que la cerca
y que deslumbrara su virtud, al escuchar las armonías
agrestes de sus nativas montañas.
Vd. que no haría
un gran papel tocando la zampoña de Pierrotto, puntea
admirablemente la guitarra, que vale tanto como cualquier
otro instrumento desde que entre sonrisas haga sentir y recordar.