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Nos parece oportuno hacer notar aquí una inexactitud de nuestro historiador el padre Velasco. Dice este autor que Juan de Ampudia vino con Benalcázar en la primera expedición; mas consta que no vino sino con Alvarado; por tanto, si hay inexactitud en cuanto al tiempo de la venida de este personaje, desgraciadamente célebre en nuestra historia, creemos que son también inciertos los hechos en que el padre Velasco lo hace figurar antes de la expedición de Alvarado, pues no podía hacer nada en esta tierra quien hasta entonces no había venido a ella. (N. del A.)

 

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En cuanto a la fecha de la partida de Gonzalo Pizarro para su expedición hay equivocación en los historiadores, que la fijan en un año diverso de aquel en que se verificó, según se deduce del primer libro de Actas del Cabildo, a cuyas fechas nos hemos atenido. (N. del A.)

 

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Tal vez a la muerte del padre Valverde debe referirse lo que acerca de la causa de la despoblación de la Puná contaban los indios de los llanos de Trujillo, como puede verse en Alcedo, Diccionario histórico, tomo IV, donde se dice que habiendo reincidido en la idolatría de los habitantes de la Puná pasó a convertirlos el Obispo de Trujillo, a quien mataron con veneno y después lo desenterraron, purificaron sus carnes y se las comieron. (N. del A.)

 

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Las fuentes de donde hemos tomado muchos de los datos relativos al Ilmo. señor Solís son las obras de los padres Herrera, Calancha y Portillo, cronistas de la orden de San Agustín; Ordóñez de Zevallos en la relación de su viaje que lleva por título El clérigo agradecido, y algunos aunque muy escasos documentos inéditos. Habla también con elogio de este Prelado el padre Córdova y Salinas en su Memorial de historias y cosas del Perú. El antiguo libro de actas del Cabildo eclesiástico, que comprende todo el tiempo del gobierno de este Obispo, por desgracia se ha perdido, con lo cual nos queda un vacío de casi diez y siete años que no hay cómo suplir. Las Cartas Annuas de los padres de la Compañía de Jesús ofrecen datos ligeros pero muy interesantes acerca de algunas circunstancias del tiempo en que vivió el señor Solís. Lástima es que del mejor de nuestros obispos no poseamos sino escasos documentos. (N. del A.)

 

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Essai sur la poésie épique. (N. del A.)

 

186

Le propagateur, Vol. I. (N. del A.)

 

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Las lecciones de literatura de Blair son una obra excelente, pero que, a mi juicio, como muchas otras, carece de lo que podríamos llamar «localidad o personalidad literaria», pues no basta que los jóvenes adquieran buen gusto, sino que es necesario conozcan también que las formas de la manifestación de la belleza no son reducidas ni mucho menos exclusivas. ¿Cómo admitir, por ejemplo, la teoría que de la poesía dramática nos da Blair? ¿Ni cómo puede sostenerse ideológicamente la teoría de Zárate sobre la formación del tipo ideal? Otro escritor crítico, muy conocido entre nosotros, es Martínez de la Rosa, cuyo sistema poético, demasiadamente estrecho, no deja de embarazar a los jóvenes. ¿En cuál de las clases de odas reconocidas por Martínez de la Rosa colocaremos el canto a Bolívar de Olmedo? ¿Qué clase de poema es la Divina comedia? El Fausto de Goethe ¿es una tragedia? El Fingal de Ossian, ¿será una epopeya? ¡Cuán cierto es que el genio en sus creaciones siente intuitivamente la belleza, y la descubre allí donde no la divisa la vista miope de una crítica mezquina! (N. del A.)

 

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Sabido es que a tanto llegó el metodismo exclusivo de los críticos en su sistema literario, que Lowth en su obra sobre la poesía hebraica clasifica los libros poéticos de la Biblia en elegías, idilios, etc., lo que, según César Cantú, es querer medir el templo de Salomón con el compás. (N. del A.)

 

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Nadie extrañará que me exprese de esta manera respecto de Boileau, si considera cuán estrechas miras filosóficas tenía el legislador del clasicismo francés; su Poética, acabada obra maestra de estilo, contiene muchos y atinados preceptos de buen gusto, pero también la afean equivocaciones graves y trascendentales en cuanto a la esencia de la poesía. Boileau no vio más poesía que la clásica griega y latina, y tomó por esencia de la poesía lo que no era más que un modo de manifestación de lo bello en sus relaciones con una nación y con una época de tiempo; condenó severamente al Tasso y negó al cristianismo el don de la poesía... ¡Y Milton había escrito ya el Paraíso perdido! Sabidas son también las consecuencias absurdas que se han deducido de la doctrina poética de Boileau. Introducido en Inglaterra el clasicismo francés, Addison tuvo que probar a los ingleses que el Paraíso perdido era un poema épico, porque se conformaba exactamente con las leyes de la epopeya clásica. En 1711, Steel publicaba, con la colaboración de Addison el célebre periódico titulado El espectador, en el cual el último hizo una prolija comparación del Paraíso perdido con la Iliada y la Eneida, mediante la cual probaba que Milton había observado en su poema las reglas dadas por Aristóteles para la epopeya, reglas encontradas por Homero y seguidas por Virgilio. Era aquella la época en que la literatura inglesa bajo la influencia de Dryden procuraba imitar a la francesa; mas, por fortuna, el clasicismo francés, admirable por su regularidad, pero que no juntaba a su falta de defectos el vigor y robustez del genio creador, se agostó en breve como planta exótica en la tierra de Shakespeare. Sabemos también que el Libertador censuró la magnífica introducción del canto de Olmedo a la victoria de Junín, porque no se conformaba con las leyes del código poético de Boileau. En cuanto a Horacio, parece raro que el habérsele ocurrido a algún colector antiguo de las obras de Horacio el llamar arte poética a una epístola familiar, en la que el poeta latino, como conversando, da algunos preceptos de buen gusto a los hijos de su amigo Pisón, principalmente sobre la dramática, tal como de Grecia había sido llevada a Roma, parece raro, digo, que una obra semejante haya llegado a desempeñar un papel que ni aun fue concebido por el autor. Admiro como el que más a Horacio, pero también procuro evitar la exageración, ya en mi aprecio, ya en mi desdén hacia los autores. Para mí, ningún escritor debe ser estudiado con pasión, y a los clásicos no se les debe hacer decir sino lo que ellos dijeron y nada más. ¿Es la epístola a los Pisones una verdadera Poética? No, Horacio no tuvo esa intención. Concluyamos, pues, que una cosa es bella, es verdadera, es buena, no porque la dijo un autor, sino porque en sí misma tiene el ser que la constituye bella, verdadera, buena en su género. ¿Es esto negar la necesidad de las reglas? No, siempre que se funden en la esencia de las cosas; así, ¿quién negará la necesidad de la unidad lógica en toda composición literaria? (N. del A.)

 

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Muy conocida es la hermosísima elegía de Gray, «El cementerio del campo», imitada por Fontanes y Chateaubriand y traducida a casi todos los idiomas cultos de Europa. (N. del A.)

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