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«No te digo que salgas, lectora discreta, porque aquello sea inmoral. Nada de eso, ni lo ha sido, ni lo es, ni lo será nunca el que un marido abrace a su mujer y recíprocamente [...]. Te he obligado a salir por temor de que se te abra el apetito, cosa que podría acarrear consecuencias verdaderamente deplorables» («Las cajetillas de Santander», en ¡Calentitos!... ¡Que queman!, Madrid, Tipografía de Álvarez Hermanos, 1885, pág. 175); «¡Atención!, que ahora se quita los pantalones... La cosa pende del estado en que se encuentren las ropas menores. / ¿Lo ves? Razón tenía al decirte que miraras sin miedo» (ibid., pág. 167).