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Formas y formatos: las colecciones de novela corta en la prensa erótico-festiva de la Restauración1

Pura Fernández





La constante dedicación de Jean-Michel Desvois al estudio de la prensa española contemporánea, patente en los imprescindibles volúmenes colectivos editados en la Université de Rennes 2 Haute-Bretagne que dieron lugar al fundacional Groupe de Recherches sur la Presse Hispanique de l’Université de Rennes 2, no podía cuajar en una iniciativa más oportuna que en la creación del colectivo PILAR, que reúne en el desarrollo de sus siglas -Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane- la innegable intercomunicación y dependencia que se produce a lo largo del siglo XIX en el trinomio prensa-impresos-lectura.

Como es bien sabido, Galdós codificó el programa de la gran novela realista española en el célebre título de su discurso de recepción en la RAE, La sociedad presente como materia novelable (1897), pero, como bien demostró el propio escritor a lo largo de su dilatada producción, la fuente nutricia e inagotable para documentar esa realidad se encuentra en la prensa. Jean-Michel Desvois (1977) argumenta, con la rotundidad que sólo concede la evidencia, que «la mejor fuente para la prensa es la prensa misma»; a ella ha de recurrir infatigablemente el investigador que no sólo pretenda aprehender el hálito social y cultural de una época, sino también consignar de qué manera la prensa ha ahormado el gusto lector e incluso la forma y el formato de los impresos, a menudo vinculados a la matriz periodística a partir de la cual toman cuerpo, gracias a la demanda de los lectores y suscriptores de la publicación periódica. Así, la prensa ha sido, en última instancia, la fomentadora y, al tiempo, la reveladora, de una tradición de cierta raigambre en la España del último cuarto del XIX y del primer tercio del XX: las colecciones de relatos y de novelas cortas erótico-festivas. Transitar por las páginas de las revistas del circuito heterodoxo de la Restauración -las dirigidas a sectores afines a las distintas banderías del republicanismo, el librepensamiento, la masonería o el anticlericalismo-, ofrece la posibilidad de conocer una veta periodística y editorial íntimamente vinculada y contaminada en sus contenidos y formatos2.

Ya se ha señalado la estrecha relación entre las formas narrativas breves3, tan flexibles y mutables en su denominación como en su contenido, y los soportes ligeros como la prensa: las llamadas revistas noveleras4 o las Bibliotecas de reducido formato editadas por las publicaciones periódicas. De éstas, adoptan la regularidad en su aparición, ciertas similitudes en la presentación tipográfica, así como una materialidad efímera, que les confiere cierta dimensión de producto fungible, al igual que la prensa que las promociona y distribuye. La misma condición de género erótico-festivo que cultivan también imprime a las novelas -generalmente de formato reducido, frágiles cubiertas y papel tosco- la cualidad de lectura perecedera, a menudo convertida en criptolectura, que hacía innecesaria la conservación del tomito. Las dos revistas más representativas, y que bien podrían tomarse como el paradigma de las publicaciones periódicas erótico-festivas del XIX, son los semanarios Demi-Monde, aparecido en torno a 1885 en Madrid, si bien trasladó su sede a Barcelona en una de sus últimas reapariciones (¿1899?)5, y El Fandango. Baile semanal dedicado al hermoso sexo masculino, nacido en 1891 en la ciudad condal. Barcelona y Madrid, en efecto, se convierten en los dos principales focos de este tipo de publicaciones eminentemente urbanas.

La traducción y la edición de la novela de Longo, Dafnis y Cloe (s. III d. C.), a cargo de Juan Valera, en 1880, inaugura una nueva fase en la difusión de textos asociados con la literatura libertina o erótica al amparo de la inmunidad que se buscaba en los textos clásicos. La apasionante aventura del manuscrito de Longo a manos de Courier y el escándalo que el azaroso idilio de los jóvenes desató en Francia no desentonan con las vicisitudes que su traducción al castellano y su publicación tuvieron en España6. Si, como reconoce el propio Valera, Dafnis y Cloe influye en su célebre Pepita Jiménez (1874), la obra, a su vez, supone la libre distribución de un volumen que ya no se ampara en la difusión clandestina o restringida en círculos de bibliófilos o de curieux, a la manera francesa. Amparado en un ingenuo juego que oculta al traductor y editor, Valera -tras el seudónimo reconocible de un aprendiz de helenista- se afana en que su tomito no caiga en la clasificación de los impresos menores, en los formatos no canónicos, como el folleto, y así todo el material paratextual que lo acompaña parece tendente a engrosar las dimensiones del breve libro que, a toda costa, el novelista pretende supere las 200 páginas. El tomito elegante de Longo asemeja los formatos de la Colección Regente o Galante, libros cómodos, portátiles y fácilmente hurtables a la vista, sin duda. Un formato pequeño que sí desean las revistas erótico-festivas para sus obras, reducidas, con una extensión no superior a las 100 páginas, asequibles, y fácilmente transportables por las redes de distribución callejera y en los kioscos de prensa. Unas obras de escaso peso cuyo envío por correo (convenientemente discreto y certificado) parece frecuente, previo pago en sellos postales o letras de fácil cobro, si bien a menudo son regalados a los suscriptores o compradores de varios ejemplares de novelas.

Cierta conciencia, alentada desde las propias revistas, acerca de que los lectores integraban una comunidad periférica respecto del canon de la ortodoxia moral y literaria, favoreció la creación de unos canales fluidos de comunicación e interacción entre los redactores y su público, a menudo reflejada en forma de correspondencia en la propia revista. Así, como sucederá en las colecciones de novela breve de principios del siglo XX -que la lectura de una novela corta incita a degustar otras novelas extensas del mismo autor7-, los lectores transitan del fragmento de alguna novela anticipada en la revista a la versión íntegra recogida en las Bibliotecas editadas por éstas: las quincenales Biblioteca Demi-Monde (1885-1892) y Horizontal-Express (1890-1891) -a las que seguirán los álbumes gráficos Fantasías femeninas (1890) y Pecados de color rosa (1891)-, en el caso del semanario Demi-Monde, y la Biblioteca de El Fandango (1891-1892) y la Biblioteca Inconveniente (1891-1892), promocionadas por El Fandango. El gusto lector por la ficción breve, por los relatos, por las amenas historias, anécdotas, cuentos o escenas dialogadas que componían las revistas, alentará la creación de estas colecciones de novelitas erótico-festivas que, de nuevo inmersas en el círculo de la lectura contaminada y contaminadora, serán a su vez fraccionadas y publicadas en las revistas de forma previa a su aparición en tomo suelto, como un hábil sistema de captación de compradores de la colección8. La especificidad del relato erótico-festivo, caracterizado por un argumento sencillo en el que se engarzan situaciones rocambolescas y equívocas, facilita su fraccionamiento e inserción en las páginas de la revista como un texto autónomo e incitador para la lectura. La comunión de autores y el trasiego de textos y de ilustraciones (fundamentalmente de las cubiertas) entre ambos soportes revelan la identificación material y temática que convierte los dos proyectos editoriales en una misma empresa con idénticos objetivos e intercambiables contenidos.

No en vano se trata de empresas de ocio y recreo, como los múltiples espectáculos teatrales del llamado género alegre que proliferaban en las grandes ciudades. Las revistas erótico-festivas y las colecciones de novelas breves que nacen asociadas a estas publicaciones ganan el espacio público, como se manifiesta en las quejas de la prensa conservadora y religiosa, que comenta con escándalo la exhibición de las carnalidades de estos impresos, que concitan el interés curioso de los viandantes cuando se muestran en algunos kioscos o se vocean en la calle y en los cafés9. Las cubiertas reclamo con que el editor Sopena captaba a sus compradores, y que tanta desazón provocaron en Eduardo Zamacois, que veía sus obras convertidas en novelas de kiosco, son el ingrediente inexcusable de estos formatos periodísticos y editoriales, que llegan a convertir la imagen en el principal soporte discursivo a partir del cual se organiza e incluso supedita el texto o el diálogo10. La conquista del espacio urbano simboliza, como señala Migozzi11, el triunfo de nuevas prácticas culturales de un público numeroso aficionado a los espectáculos del llamado teatro popular, tan exitoso en la fórmula del teatro por horas, con su oferta variada de obras breves y amenas; un público fiel cuya fidelización también es perseguida por los editores alegres. El formato ligero de tan ligero género (conformado por la presencia o insinuación de las formas femeninas) permite la fácil distribución, pero también la rápida ocultación de un material bajo sospecha y que requiere de unas condiciones de lectura de cierta intimidad.

El aspecto formal de las publicaciones erótico-festivas, con su permanente reclamo iconográfico y su continua alusión al mundo del espectáculo alegre, traza una línea de continuidad entre las empresas dedicadas al ocio urbano y los llamados géneros ínfimos12 y la prensa erótico-festiva, como décadas después confirmarán y documentarán los más acreditados editores y escritores de novela y prensa eróticas, como Eduardo Zamacois en Un hombre que se va (1964) -donde recrea las tertulias de bohemios y artistas de los cabarets cercanos en la redacción de La Vida Galante- o Álvaro Retana en su Historia del arte frívolo (1964). Los trasvases entre el género novelesco y el teatral a lo largo del siglo XIX son constantes y el marco de la prensa es, a menudo, el escenario de estas hibridaciones13. No hay que olvidar, además, que uno de los mayores éxitos de la novela folletinesca de la centuria, El cura de aldea (1863), es el resultado de la adaptación de la obra de teatro homónima (1858) de Pérez Escrich, que había cosechado un gran éxito de público14. Incluso las dimensiones y condiciones materiales de algunas de estas colecciones de novelas cortas asemejan los cuadernillos de las longevas y exitosas galerías dramáticas decimonónicas o los de las novelas por entregas.

Y si el trasiego de autores de la prensa erótico-festiva a las colecciones novelescas hermanas se caracteriza por su fluidez, otro tanto puede decirse de los temas y personajes entresacados del mundo teatral. Actrices, cantantes o artistas circenses comparten, con las prostitutas y presuntas modelos artísticas, el protagonismo de las variadas formas narrativas breves pero autosuficientes y plenas de sentido, que se engastan en las publicaciones y, a medida que se acrecienta el imperio de la fotografía, su imagen gana espacio en las cubiertas y en las páginas interiores. La interconexión de espacios es evidente y no parece ajena a este hecho el que el director de la pionera Demi-Monde fuera Francisco Bueno, que se inició como apuntador teatral y llegó a ser un conocido empresario y editor que convierte el mundo del espectáculo en materia periodística, con continuas alusiones a la anécdota y a la cartelera del Alhambra, el Eslava o el Eden-Concert. No deja de ser llamativo que uno de los colaboradores más frecuentes y con sección fija y destacada -«Teatros»- en la revista sea el reputado crítico teatral Luis París, el autor del clarividente volumen Gente nueva (1888). Curiosamente, en las páginas de Demi-Monde se promociona ese libro, junto con otro del mismo autor, Señores cómicos, de tema teatral; el de E. Navarro Gonzalvo De telón a telón. Chismes de teatro15 y los sugerentes Chimes de teatro. Colección de anécdotas y epigramas de bastidores. Como había demostrado la Nana zolesca, la crónica más escandalosa y jugosa anidaba en los espacios ocultos tras los escenarios y palcos. Tampoco parece fortuito que varios de los nombres que firman los tomitos de la colección de novelas Demi-Monde sean conocidos autores teatrales, como Enrique Segovia Rocaberti, E. Navarro Gonzalvo, E. Mozo de Rosales, Ramiro Blanco, Gabriel Merino, Luis Taboada o Eusebio y Ricardo Blasco; autores, todos ellos, bien bregados en las lides del teatro cómico y alegre, breve y popular, en los ágiles libretos de zarzuelas y obras bufas, así como en las piezas erótico-festivas promocionadas por el editor y empresario teatral F. Bueno.

La suma de retratos de escritores del momento que articula el tomo de Luis París, Gente nueva, constituye la célula inicial de lo que Sainz de Robles16 denominó como la generación de 1886, la Promoción de El Cuento Semanal, la célebre colección de novelas cortas aparecida en 1907, y para la que el citado crítico reclamó la justicia del reconocimiento histórico-literario. Sitúa Sainz de Robles los orígenes de la ola sicalíptica que marcará el panorama cultural español en las primeras décadas del siglo XX bajo la innegable influencia de Felipe Trigo y de Eduardo Zamacois, herederos de un tardonaturalismo que ya portaba la impronta pansexualizada que le otorgara el naturalismo radical lopezbaguiano y sawiano, pero deudores también de una tradición erótica alentada desde las páginas de las revistas que se consideraban descendientes directas del erotismo jocoso de los cancioneros medievales y del Siglo de Oro, de la picaresca, y, cómo no, del libertinaje erudito dieciochesco y romántico. El erotismo, argumentaba Sainz de Robles al describir la longeva colección de El Cuento Semanal, y en descargo de las connotaciones poco morales que pudiera conllevar su recuerdo en la España franquista, no es un género literario, sino un condimento de las novelas cortas (pág. 15). Pero las bibliotecas decimonónicas como las que nos ocupan, sí pretendían codificar un género literario, un género editorial reconocible y, al tiempo, un género de lectura somática, participante.

Los setenta y cuatro volúmenes de la Biblioteca Demi-Monde, y en menor medida los catorce repertoriados de Horizontal Express, dan buena cuenta de los rasgos formales que terminarán por definir las numerosas colecciones festivas que florecerán a lo largo de la década de 1880, en una cadencia que se incrementará década a década, hasta llegar a la avalancha sicalíptica del primer tercio de la siguiente centuria. Los antecedentes formales, tipográficos, temáticos, sin duda hay que buscarlos en estas bibliotecas pioneras, auténticas colecciones en cuanto a la homogeneización de los contenidos y los aspectos formales17; dotadas de una identidad editorial coherente y compacta que permite identificar previamente el género por el soporte. Como anuncian en la propia revista Demi-Monde, los productos asociados a la empresa no defraudarán a sus lectores, porque llevan la «marca de fábrica» Demi-Monde tanto en el texto como en las ilustraciones18, un reclamo indispensable para este género de obras que practican políticas editoriales, políticas de empresa, bien definidas y que logran una fácil identificación del producto por parte del potencial comprador, una estrategia perseguida en colecciones posteriores19. La relevancia del atractivo de las cubiertas, como la de los sugestivos y equívocos títulos, se deduce de los anuncios que aparecen en la revista, donde se reproducen como el mayor reclamo, al tiempo que se anuncia que los suscriptores pueden acercarse a las oficinas de la redacción para escoger los tomitos de regalo que les corresponden (n.º 59, 5-VI-1889).

En la jerarquización de los elementos que componen la primera página de la revista, la imagen ocupa un predominante lugar que va ganando en capacidad narrativa hasta llegar a ofrecer historias gráficas a modo de breves piezas teatrales que remiten al lector-espectador a las escenas de los cuadros vivos, de las representaciones escénicas. Si Blasco Ibáñez encarecía el valor de los ejemplares de La Novela de Hoy al señalar que parecían casi libros20, estas piezas arrevistadas de las revistas erótico-festivas asemejan casi escenas teatrales, escenas con movimiento, formas que dialogan con el lector para implicarlo en un proceso activo, físico, de descodificación.

La construcción de la mirada lectora que proponen estas obras, con sus continuas apelaciones al lector, asemeja más la perspectiva del espectador activo, alerta los sentidos ante la escena mostrada. Así lo sugieren los recursos empleados por las novelas cortas, tan descriptivas, tan atentas a estimular la sensorialidad participativa de un lector-espectador. A tal efecto, una novelita erótico-festiva publicada en 1885 en el volumen ¡Calentitos!... ¡Que queman! Colección de cuentos picantes -«Novedades de París»-, escritos por Tirante al Blanco, plantea esa identificación entre el espectáculo de los panoramas instalados en las grandes urbes y los relatos erótico-festivos: en ambos casos, el espectador puede devenir, velis nolis, actor insospechado. El género erótico, como el gótico o el de terror, encuentra en el recurso de la imagen y en la descripción vívida el principal acicate para la contaminación sensorial de los lectores que se quieren espectadores y actores de la escena recreada porque, como denuncia un redactor de El Fandango, lo que se aplaude libremente en el teatro, se censura en las revistas (suplemento al n.º 29, agosto de 1891). La irrupción de un empresario teatral -Francisco Bueno- en el circuito de la edición festiva, con el concurso de reconocidos autores del teatro ligero, parece favorecer un tipo de prácticas lectoras contaminadas por la experiencia colectiva del espectáculo público, que deviene disfrute privado merced a los formatos literarios breves y a los formatos materiales reducidos y manejables, tanto en las revistas como en las colecciones de novelas cortas.

La práctica de esta creación literaria reclama y presupone la participación activa del lector, en una peculiar apropiación de la fórmula clásica del movere y delectare. Los recursos narrativos de la prensa o de las obras recogidas en las Bibliotecas erótico-festivas pretenden situar espacialmente al lector (a menudo convertido en una lectora a la que se apela de manera reiterada) en el escenario descrito, transformándolo en un voyeur de espectáculo vivo, en un lector-espectador que escudriña con lentes ocultos la intimidad de una escena amorosa21 por efecto de la función expresiva de las formas y de los nuevos formatos (genéricos y materiales) patrocinados por la prensa erótico-festiva.






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