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Estas primeras obras de Anselmo Suárez y Romero: Una noche de retreta (1838) y Un vicio impertinente (1838), se hallan incluidas en el tomo VI, titulado Costumbres habaneras, de los manuscritos inéditos del autor que se conservan en la Biblioteca Nacional. Un recuerdo (1838) y Carlota Valdés (1838) las recogió en su Colección de Artículos (1859).

Carlota Valdés, que fue su primera producción, se publicó en El Álbum (tomo III, Habana, 1838), que editaba Luis Caso y Sola.

 

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Richard R. Madden, curiosa combinación de economista y filántropo, desempeñó en Cuba el cargo de Comisionado de Su Majestad Británica ante el Tribunal Mixto de Arbitraje en asuntos de la trata, creado por el Tratado entre S. M. el rey de España y de las Indias, y S. M. el rey del Reino Unido de la Gran Bretaña, firmado en Madrid el 23 de septiembre, de 1817 y ratificado el 22 de noviembre del mismo año. A su regreso a Inglaterra, Madden publicó dos obras tituladas: Poems by a slave in the Island of Cuba, recently liberated; translated from the Spanish by R. R. Madden, M. D., with the History of the early life of the negro poet written by himself; to which are prefixed two pieces descriptive of Cuban Slavery and the Slave Traffic by R. R. M.-London Thomas Ward and Co., 27 Paternoster Row. and may be had at the office of the British and Foreign anti-slavery society, 27 TTew Broad Street, 1840; y The Island of Cuba: its resources, progress and prospects, considered in relation especially to the influence of its prosperity on the interests of the British West Indis Colonies by R. R. Madden M. R. I. A.-London; Charles Gilpin, 5, Bishopsgate Without.-Dublin: James B. Gilpin, 59, Dame-Strect.-1849. El contenido de esos libros está formado por sus observaciones y estudios personales, realizados durante su estancia en Cuba, y de los datos obtenidos en el círculo intelectual que rodeaba a Domingo del Monte. Entre estos datos deben mencionarse, como documentos valiosísimos, el cuestionario que le sometió el propio Del Monte en asuntos relacionados con el estado de la Iglesia, la esclavitud la economía de Cuba, y que éste contestó detalladamente: la autobiografía, cartas y poesías del poeta esclavo Juan Francisco Manzano; las Elegías cubanas de Matamoros; una poesía de José Zacarías González del Valle sobre los esclavos; y la novela Francisco, de Anselmo Suárez y Romero, cuyos originales, copiados por José Zacarías González del Valle, se llevó con él a Londres. Al referirse a esta novela en carta escrita a Domingo del Monte en octubre de 1839 dice Madden: «Mi querido Sr. Del Monte: anoche leí la obrita titulada El ingenio o las Delicias del campo, y ahora comprendo a Byron cuando dijo que la verdad es más extraña que ficción. Poco mérito literario tiene por cierto este trabajo; pero en cambio la verdad y la vida brotan de cada uno de sus renglones. ¿Cómo es qué pudo nunca decir Saco que la esclavitud en Cuba era una suave servidumbre? ¿Por qué un hombre de la medida de Saco había de decir lo que no sentía, tan sólo por desarmar la hostilidad que los hacendados mostraban a sus ideas civilizadoras? Encuentro en esta piececita de El ingenio unos detalles minuciosos de descripción, una observación tan correcta y precisa, y una rectitud de principios y sentimientos, que rara vez he visto sobrepujar. ¡Ay, amigo mío! ¡Cuánta inteligencia, cuántos talentos y cuánta virtud, se hallan condenados aquí por el destino a gastar y evaporar en el vacío su aroma y dulces frutos!»

«Pero he dicho mal; ni se gastarán ni se evaporarán: no son por ahora más que el germen. A su tiempo darán su fruto sazonado esas semillas, y pido a Dios les dé calor y vida. Excede a todo encomio el mérito de usted al dirigir la inteligencia de la juventud de Cuba por una atmósfera tan sana, inspirándole los sentimientos sólidos y dignos sobre asuntos como el que presenta la pieza a que me refiero...»

«Con respecto a la piececita El ingenio, le recuerdo que no he recibido la segunda parte, y que no parece que termina la historia en la cuarta. Le suplico me la complete, y si no puede remitírmela ahora, entréguela a Mr. Clark. También quisiera recibir antes de mi partida la copia que me ofrecí& usted de la definición de voces cubanas*».

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*Nota de Anselmo Suárez y Romero: «En vísperas de partir Mr. Madden, le entregó Del Monte la novela en cuerpo y alma, como me escribía Valle en 6 de dic. de 1839; y si mi memoria no me es infiel, Mr. Madden volvió a hablar de aquélla en otra carta dirigida a Del Monte desde el Cabo de Buena Esperanza».

«La definición de voces cubanas a que Mr. Madden se contrae, es una especie de diccionario que formó Del Monte acerca de las expresiones locales usadas por mí en la novela».

En otra carta de José Zacarías González del Valle a Anselmo Suárez y Romero, fechada en 5 de septiembre de 1838, leemos los siguientes datos que son muy valiosos para conocer la génesis de Francisco:

«Ya Del Monte me había dicho que le prometiste escribir algo para un Álbum que piensa regalarle de composiciones negreras al comisionado inglés Mr. Madden, para que éste forme una idea exacta del estado de la opinión acerca de la trata y de los siervos entre los jóvenes que piensan en el país. Veremos esa novela que sin duda le preparas».

Como ya hemos dicho, ese abundante material que el Comisionado inglés no tuvo dificultad en reunir, gracias a los sentimientos humanitarios y generosos de la intelectualidad cubana que rodeaba a Del Monte y que ya empezaba a mostrar ante el pavoroso problema de la esclavitud una honda preocupación y un vigoroso sentimiento de reprobación, fue ampliamente utilizado por Madden en la elaboración de sus dos libros. Sin embargo, una revisión desapasionada de esos libros, nos hace observar que, mucho más que las puras ideas filantrópicas, los fines que perseguía el habilidoso Madden tenían un sentido más económico que humanitario. Así nos lo trasluce el prólogo que aparece en The Island of Cuba, del cual extraemos estas ideas:

...Si el presente estado de cosas en nuestras colonias (British West Indies) fuese a durar dos años más sin ningún esfuerzo efectivo para mejorar su condición, el cultivo del azúcar deberá, ser completamente abandonado en ellas.

Para evitar este resultado debemos considerar una de estas tres posibilidades:

lª. La reimposición de los viejos aranceles diferenciales para los azúcares extranjeros.

2ª. Nuestras colonias de las Indias Occidentales colocadas en condiciones -con respecto al capital y al trabajo- de competir, en los mercados de azúcar de Europa, con las colonias de España y del Brasil, que son esclavistas y practican la trata.

3ª. La extinción de la trata esclavista en las colonias españolas y en el Brasil.

Todo proyecto para el propósito considerado que no tenga estos fines muy presentes será ilusorio.

En relación con la primera proposición la obvia impracticabilidad de cualquier esfuerzo para reimponer las viejas tarifas azucareras deja poco que decir.

La segunda proposición que se refiere a la condición de nuestras colonias influenciadas por la prosperidad de los países pu ductores esclavistas merece una muy seria consideración. Es un hábito en nuestro cuerpo de la India Occidental decir que la gran desventaja que sufren nuestras colonias es la falta de mano de obra. Sin embargo, éste no es el hecho. La carencia de capitales es no menos importante que la falta de mano de obra.

En Cuba y en Brasil no hay necesidad de ninguno de estos dos factores; por consiguiente, en estas colonias se hallan en una completa imposibilidad de competir con ellas en la producción de azúcar.

Repito que es para contingencias tales como la abolición de la trata y de la esclavitud en Cuba y en el Brasil, que tenemos que tratar de situar nuestras colonias en condiciones tales que puedan tomar ventaja de estas circunstancias -menos lejanas quizás de lo que algunas personas, exceptuando los individuos que conocen estos países-, pueden imaginarlo.

No veo medios de poner a nuestras colonias de las Indias Occidentales en condiciones de poder competir con ellos.

Tenemos sin embargo el derecho de hacer nuestras reclamaciones urgentes no solamente al Gobierno español, sino que, a través de nuestros agentes en Cuba, continuamente insistiendo y cansando a las autoridades españolas de Cuba.

En conclusión: confío en que el lector hallará en las siguientes páginas amplios datos para enfocar la cuestión -la influencia de la prosperidad de los países productores esclavistas sobre los intereses de nuestras colonias de las Indias Occidentales- y para una justa apreciación de los recursos, progresos y posibilidades del gran bastión (strong hold) de la esclavitud y de la trata, la Isla de Cuba.

 

3

José Zacarías González del Valle (1820-1851), abogado, profesor, filósofo, escritor y poeta, fue amigo íntimo de Anselmo Suárez y Romero, y acaso el que mayor influencia ejerció en éste para que diera cima a su novela Francisco, cuyos borradores copió y corrigió. De naturaleza endeble y enfermiza, estaba dotado, sin embargo, de extraordinario talento. Aunque ejerció brillantemente su profesión de abogado, su auténtica vocación fue siempre el magisterio. Dio clases de Latinidad, Gramática General y Literatura en el colegio Santa Teresa de Jesús. Fue profesor, por oposición, de Texto Aristotélico en la Universidad. Sostuvo una intensa polémica filosófica con Luz y Caballero sobre el eclecticismo de Cousin. Escribió poesías, cuentos y novelas cortas. Las poesías las reunió en un libro que tituló Tropicales. Entre sus novelas y cuentos recordamos: Una nube en el cielo, Recuerdos del cólera, Carmen y Adela, Luisa, Amar y morir, Parte de una conversación y Amor y desamor. Para su cátedra de Texto Aristotélico compuso la obra Breves explicaciones con motivo de algunos pasajes de Aristóteles, y para la de Física, que también obtuvo en la Universidad en 1847, sus Lecciones elementales de Meteorología. A raíz de su prematura muerte, ocurrida en Sevilla, Anselmo Suárez y Romero escribió una bella y emotiva semblanza de Valle que luego recogió en su Colección de Artículos (1859). Las cartas escritas por González del Valle a Suárez y Romero fueron recogidas, en 1938, por el Ministerio de Educación, en esta misma colección de Cuadernos de Cultura, en un volumen titulado La vida literaria en Cuba (1836-1840), con prólogo de Francisco G. del Valle.

 

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Dice Bachiller y Morales: «Desde la publicación de la Constitución de 1837 ha regido especialmente en Cuba la censura previa, sin más excepción que la de haberse establecido la libertad de imprenta en la capital del Departamento Oriental unos días en 1836, cuando proclamó allí la Constitución de 1812 el general Lorenzo», agregando que fue notable el número de denuncias hechas solamente en La Habana durante el régimen constitucional en la segunda época. (Véase: Antonio Bachiller y Morales, Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de la Isla de Cuba. Habana, 1860, tomo II, p. 111 y siguiente).

El sistema implantado era tan rígido y severo que, como afirma Mitjans: «A veces no se daba licencia para publicar un periódico meramente científico o literario, por la extraña razón de que había otros que ya trataban la materia. Torriente, fecundo editor, evadía estos límites pidiendo permiso para bibliotecas, que por la forma de entregas y los materiales breves, no eran, en realidad, sino periódicos. La censura previa tachaba hasta lo más inocente. Andueza se quejó de que le prohibieran llamar al pretendiente príncipe rebelde. Hasta en los carteles de teatros requerían la rúbrica del capitán general: se prohibió la palabra libertad hasta en la ópera Los Puritanos» (Aurelio Mitjans, Historia de la Literatura Cubana. Biblioteca Andrés Bello, Madrid, p. 147 y siguiente).

 

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Los elogios a que se refiere Suárez y Romero se publicaron por Cirilo Villaverde en Cuba Literaria el año 1862.

 

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No obstante las manifestaciones de Anselmo Suárez y Romero sobre la prioridad de su novela Francisco con respecto a La cabaña del tío Tom, hubo en los Estados Unidos una autora que lo precedió en el mismo tema. Apunta este hecho el ensayista cubano José Antonio Ramos en su Panorama de la Literatura Norteamericana, 1600-1935: «La Cabaña del Tío Tom no es una joya literaria. Ni siquiera es un primer libro en la materia, porque a Lydia María Child y desde 1833, corresponde ese honor del primer alegato abolicionista».

Sobre los méritos literarios de La cabaña del tío Tom y la personalidad de su autora, Carl Van Doren, en su obra La Novela Norteamericana, nos ofrece un juicio muy acertado:

«Harriet Beecher (1811-96), nacida en Connecticut, era nueva inglesa de arriba abajo cuando en 1832 fue a vivir a Cincinnati, ciudad separada de las tierras de esclavos por el río Ohio. Sus primeros bocetos y cuentos, reunidos en 1843 en un volumen titulado The Mayflower, tratan en su mayor parte de recuerdos de su antiguo hogar, expuestos con el cariño de quien se ha alejado de él. En 1850 regresó a Nueva Inglaterra porque su marido, Calvin E. Stowe, había aceptado una cátedra en el Bowdoin College. Allí, profundamente emocionada por la aprobación de la Ley del Esclavo Fugitivo -desafío y grito de alarma y de guerra para todos los norteñas conscientes- empezó a escribir Uncle Tom's Cabin; or, Life Among the Lowly (La cabaña del tío Tom), que cuando se publicó en 1852 tuvo una acogida popular que hasta entonces no había encontrado ninguna novela. Se vendieron millones de ejemplares. Más de quinientas mil mujeres inglesas firmaron un escrito de gracias a su autora. En Escocia se recaudaron mil libras esterlinas, penique a penique, entre la gente más pobre, para ayudar a la liberación de los esclavos: en Francia y en Alemania se leyó y se discutió el libro en todas partes; a consecuencia de la compasión que inspiraba, algunos propietarios rusos emanciparon a sus siervos. En Estados Unidos, gracias en parte al literatura sino al folklore».

«No hace falta repetir que Uncle Tom's Cabin ocupa un puesto más elevado en la historia de la reforma de la esclavitud que en la de la novela».

Comentamos ahora nosotros: ¡Qué destinos tan diferentes tuvieron dos novelas tan similares! La del cubano, rechazada siempre por la censura, no pudo publicarse, ni siquiera fragmentariamente, hasta 1880, y eso fuera de Cuba (en Nueva York), en la fecha de la promulgación de la Ley aboliendo la esclavitud en Cuba; la de la norteamericana, como puede, apreciar el lector por lo que se deja transcripto, no sólo no encontró dificultades, sino que su publicación sirvió para conmover los sentimientos humanitarios de la sociedad de su época y para influir decisivamente en la liquidación del sistema esclavista.

 

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El Ave María era el momento que correspondía a la salida del sol. Véase la nota 38.

 

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Con esta irónica expresión se llamó en nuestros campos el látigo. En el capítulo último de Francisco, Suárez y Romero habla de «un látigo nuevo de cuero crudo, sacado del lomo, y de pajuela de cáñamo.» Dice Fernando Ortiz: «El instrumento del suplicio era un látigo de corto mango al cual se unía una tralla hecha comúnmente con finas tiras de cuero, por lo cual acostumbraban llamarlo cáscara de vaca, la que solía rematar en una pajuela de cáñamo, para que pudiera rajar las carnes del azotado. Este es el símbolo de la autoridad en las plantaciones, como lo fue el rebenque de los cómitres parola chusma de los galeotes».

«También se usaban sendos vergajos o ramas flexibles que se plegaban sobre el cuerpo del infeliz azotado, ciñéndolo con un abrazo de dolor. En las provincias orientales usaban un bejuco, que por eso aún se llama elocuentemente mata-negro». (F. O. Hampa afro-cubana: Los negros esclavos. Estudio sociológico y de derecho público. Habana, 1916, p. 247).

 

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El totí es un pájaro, muy común en Cuba, de color muy negro con reflejos violados. Pertenece a la familia de loa ictéridos. En boca del mayoral la palabra totíes se refiere a los negros en forma despectiva.

 

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Es ésta, en boca del mayoral, una descripción realista y cruel del suplicio de los azotes, que era el que con más frecuencia se aplicaba a los esclavos.

Fernando Ortiz, en su bien documentada obra Los negros esclavos, dice a este respecto lo siguiente: «El castigo o pena más usual era el de azotes. Era el de ejecución más fácil, más ejemplar, menos costoso para el amo. Era también legal, reconocido por el derecho».

«Se llamó tumbadero el sitio destinado habitualmente para la pena de azotes, donde los esclavos se tumbaban o viraban para que sobre sus espaldas el látigo marcara el rigor de la represión esclavista. Esto no significa que los azotes no ardieran en otro paraje cualquiera. ¡Cuantas veces la cólera del mayoral ordenó la flagelación inmediata en el lugar mismo de la falta!».

«No se cuentan dentro de esta calificación de la pena, de azotes, el número de zurriagazos que, especialmente en los campos, llovían sobre los esclavos a modo de acicate que avivaba su trabajo o que subrayaba las órdenes de los mayorales».

«A la pena de flagelación se la llamaba también boca-abajo, por la posición que se hacía adoptar a la víctima, tendida en el suelo, dejando descubierto el dorso a la acción del foete»...

«El efecto de los azotes era horriblemente doloroso. La cáscara de vaca arrancaba en tiras el pellejo del esclavo, marcándolo con listas de sangre, que luego perduraban como verdugones y cicatrices. La sangre manaba en abundancia y, por lo general, los azotes terminaban en una forzada reclusión en la enfermería».

«En el habla vulgar de los ingenios de azúcar, al acto de azotar a un esclavo se le llamaba menear el guarapo».

«La fantasía de la crueldad creó algunas variantes a la flagelación de los esclavos. Así, se llamaba novenario cuando el número de azotes era solamente de nueve diarios que se repetían durante nueve días seguidos, con lo cual el número de aquéllos podía aumentar, sin peligro inmediato para la vida del esclavo».

«El boca-abajo llevando cuenta era aquél que se imponía al negro agravándolo con la obligación de ir contando los latigazos que recibía; un error significaba recomenzar la pena, que, por ser tal error cosa harto explicable y natural, se convertía en una flagelación sin duración realmente predeterminada que dependía del arbitrio del mayoral o de los contramayorales azotadores».

«La flagelación solía agravarse, refinarse su crueldad, pues so pretexto de curar las heridas causadas por la cáscara de vaca, el mayoral ordenaba que fueran untadas aquéllas con un inmundo menjurje compuesto con ¡orines, aguardiente, sal, tabaco o pimienta!» (F. O. ob. cit., p. 245 y siguientes).

Llegaba la crueldad de los mayorales a añadir a estos ingredientes pica-pica y ají guaguao, como nos lo revela el propio Suárez y Romero en el último capítulo de esta novela.