Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoCapítulo IX

Es buena cosa, y merece leerse


Al día siguiente descamparon todos los huéspedes, llevándose en todo caso fray Gerundio sus doscientos reales en el bolsillo, y su Semana Santa entre pecho y espalda. Esto le acomodaba infinito; y ya no dudaba que se sorbería todos los sermones famosos de veinte leguas al contorno, ni más ni menos como si sorbiera un par de huevos pasados por agua, tan firme en este concepto que ya repartía en su imaginación algunos de los que le sobraban entre fray Blas y otros amigos. Fray Gerundio, fray Blas y Antón Zotes se fueron a comer a Fregenal del Palo, donde se dividía el camino para Campazas y para el convento, con ánimo de descansar aquel día en casa del famoso familiar.

2. Recibiolos éste con su agrado, sosiego, paz y socarronería natural. Luego que se apearon y los saludó a todos cariñosamente, pero sin quitarse de la cabeza un monterón perdurable, dijo a fray Gerundio:

-A fe, sobrino, que llegas al más mijor tiempo del mundo para que nos saques de una enfecultá, porque yo bien conozco que eres gran letrado, y que has regolvido más libros que un vilboticario...

-Bibliotecario querrá usted decir -le corrigió fray Gerundio.

-¿Ya escomienzas, majadero? -le replicó el familiar-. Si entiendes lo que quiero decir, ¿qué te emporta a ti el modo con que lo digo? Al fin, vilboticario o bribioquitario, o sea lo que se juere, lo que yo te digo es que tu tía y yo estábamos ahora en una contraversia. El punto tiene uñas; y, o me parió mi madre al revés, o harto será que yo no tenga razón. Es el causo..., pero desalfórjense primero ustedes, y entrémonos en la sala baja; porque no es nigocio de tratar unas materias tan hondas en el corral.

3. Hiciéronlo todos así, entráronse en la salita, limpiáronse el sudor, aliviáronse de ropa, echaron un trago; y estando ya sosegados, prosiguió el familiar de esta manera:

-Pues como iba diciendo de mi cuento, ¿no ves sobre aquella arca grande una arpillera liada? Mas va que no adivinas lo que tiene.

-¿Cómo quiere usted que lo adivine? -respondió fray Gerundio.

-Pues yo te lo diré en prata -dijo el familiar-. Tantas varas de una tela muy rica, que yo no sé cómo se llama, sólo sé que me costó a sesenta rales la vara, porque dicen que viene allá de las Indias, y no se sabe frabicar en nuestro incontinente, y es de color de pechuga de tordo zorrero o de aquellos pájaros que se llaman..., válasme Dios, ¿cómo se llaman? Ello es así una cosa que suena a maravedises.

-Malvises -apuntó fray Blas.

-Sí, padre nuestro -prosiguió el familiar-, malguises; que no parece sino mesmamente el color del hábito de nuestro padre San Francisco. Amén de eso, hay en la tal arpillera otras tantas varas de raso liso amarillo, como yema de huevo, para la enforradura. Allende de todo lo dicho, se contienen en la susodicha otras milentas varas de listonajos y de fruecos con campanillas, o con esquilones, o con cencerros, que dice mi mujer es cosa muy precisamente necesaria para hacer un piso o un friso, o ¿qué sé yo cómo le llama?, con sus ondas escalfadas o escaroladas en el rodapié de la basquiña. Íten, un cordoncito de hilo d'oro muy sotil para los cabos de la casaca. Íten, otro cordón grande del mesmísimo hilo, con sus ñudos a trechos como los cordones de los flaires, pero trabajado con mucha progilidá, delicadeza y sienmetría, que real y verdaderamente encalabrina la vista. Ea pues, apostemos una azumbre de vino a que no sabes para qué es todo ese matalotaje.

4. -¿Cómo quiere usted que yo lo adivine? -respondió fray Gerundio.

-Ten paciencia -dijo el familiar-, que yo te lo diré sin que te cueste ese trabajo. Tu prima Sidora estuvo emprimero con ensarampión, dempués con viruelas, dempués con distensería; y, en fin, si se va, si no se va, que era un juicio esta casa.. A este tiempo vino aquí un flairico (ni más ni menos como tú, salvante el santo hábito), que perdicó a San Antonio de Paula; y dijo, entr'otras cosas, que era güeno encomendar las doncellas enfermas al Santo y ofrecerle que traerían su hábito por tanto o por cuanto tiempo. Para esto contó un enjempro d'una doncella rica, hermosa y la única engénita de su casa, que estaba ya agonizando por unas viruelas malinas, que la habían ponido la cara como un sapo hinchado. La madre la ofreció con mucha endevoción al bendito Santo, dijiendo que si la sanaba y la quedaba sin hoyos en la cara, la había de vestir de su hábito hasta que se casase o, en fin, tuviese otra conveniencia que Dios la deparase. Súpitamente sanó la doncella, y la cara se la quedó tan lisa y tan llana, mesmamente como si juese una mesa de turcos. Oyó este enjempro tu tía Cecilia; viene a casa, cuéntamele, y dice que quiere hacer lo mismo con Sidorica. Dígola que me parece santo y güeno. Al cabo d'algunos días comenzó a remprazarse la muchacha hasta c'al fin se levantó de la cama; y con el tiempo se la jueron cerrando los aujeros de la cara, tanto, que quedó como unas froles, y como si enjamás hubiera tenido tales viruelas. Díceme tu tía que quiere cumprir su promesa. Yo la respondo que la cumpra, que es josticia y razón. ¿Y qué hace? Va y despacha un mozo a Vayadolí, el cual llegó anoche con todos esos argamandijos para el santo hábito. ¿Qué te parece, Gerundio?

5. -¿Qué me ha de parecer? Que hizo muy bien mi tía Cecilia, porque es justo cumplir lo que se ofrece a los santos.

A este tiempo entró Cecilia en la sala y, conociendo de lo que se hablaba por la respuesta que oyó a fray Gerundio, dijo con mucho alborozo:

-Bien haya la madre que te parió, sobrino mío, que das la razón a quien la tiene; y no tu tío, que es un testarrón, y en dando en una, no le sacarán de allí cuatro yuntas de güés.

-Tanto me ha entendido el sobrino como la tía -replicó frescamente el familiar-; y mejor matrimonio era impusibre que se ajuntase, si él no juera flaire, y ella no juera mi mujer. Vamos al causo. Yo no digo que no se cumpra lo que se promete a los santos. ¿Soy acaso por ahí algún herejazo de mala ralea para enseñar esa mala dotrina? Lo que digo es que cuando se promete a un santo poner el hábito de su religión, como si dijéramos a San Antonio de Paula el de San Francisco, a San Vicente Ferdel el de Santo Domingo, a San Francisco Gabriel el de los teatinos, y ansina d'otros; lo que yo entiendo es que se ha de vestir la tal presona d'aquel mismo paño, sayal o estameña de c'anduvon vestidos los santos a quienes s'hace el prometimiento, o al menos del c'andan vestidos los flaires de su religión, probe y humildemente. Porque decirme a mí c'ha de ser inculto y ensequio de los santos traer unos hábitos que cuestan más que las galas de una novia, sólo porque se asemejan un si es no es en el color; pero en lo demás telas muy ricas o al menos muy delicadas, mucho cintajo, mucho farfulá, mucha franja, cabos por aquí, güeltas por allá, escudos con mucha pedrería, hebillas en las correas de lo mismo, y ansina otras fantasías c'ha inventado la vanidad de las mujeres; eso es habrarme de la mar. Y no me sacarán de que esto más es bulra que devoción, más es inritar a los santos que hacérnoslos prespicios, aunque me perdiquen flaires descalzos.

6. -Según eso -replicó fray Gerundio-, usted querría que si una mujer tierna y delicada ofrecía traer el hábito a San Antonio, o por devoción o por reconocimiento de algún beneficio, se vistiese de un sayal áspero y burdo; si el de San Vicente Ferrer, de una estameña grosera y ordinaria; si el de San Francisco Javier, de un paño común y basto.

-Craro está que lo querría, y que lo quiero -respondió el familiar-; porque lo endemás no es vestir el hábito que trujon los santos, ni es divoción, ni es pinitencia, ni es muertificación, ni es molestia verginal, sino ventolera, vanidad, estintación, porfanidad, descarnio, sancrilegio, y qué sé yo qué más. Mal me quieran mis güesos, si los santos no se inritaren de este enculto en lugar de darse por exequiados. Y para que no magines c'habro de mi calletre, te he de contar un enjempro que m'acuerdo haber oído a este dempropósito. A cierto caballero muy jurador y maldiciente le castigó Dios dispuniendo que se le hinchase la lengua y le saliese un palmo fuera de la boca. El probe empaciente s'aenrempintió; y ofreció a la Santísima Virgen que si por su entercesión le libraba su hijo d'aquel trabajo, se vestería de ermitaño, y la servería como tal en un santuario suyo muy célebre. Al punto y al mimento se le recogió la lengua a su lugar, y él espenzó a cumprir su promesa honradamente, yéndose al santuario y echándose a cuestas un saco de ermitaño con todo rigor, que no había más que pedir. Pero el diabro, que no duerme, le sugerió endempués c'aquel traje le deshonraba, y que podía cumprir su promesa conservando no más que la fegura y mudando la materia, de manera que pareciese ermitaño, sin dejar de mostrar que era caballero. Cayó el probe señor en la red que le armó el estuto inimigo. Echose un saco y un manto y una capilla de paño muy fino, prendiendo la correa con un hebillón de plata sobredorada que parecería bien en el pretal del caballo del mismo rey; su sombrero branco de castrón, con su galón d'oro, que namoraba; sus medias de seda entaraceadas de varios colores, que formaban un pardo enceniciento muy apacibre a la vista; sus zapatillas brancas, listoneadas a trechos de negro para remedar las sandalias de los flaires descalzos; y por báculo, una caña de Indias con su puño d'oro, en fegura de cayada como dizque lo usan ahora algunos señores de la Corte. ¿Y qué sucedió? C'a pocos días c'anduvo con este traje enresible para los hombres de juicio, se le golvió a escurrir la lengua de la boca, y en verdá en verdá que ansina murió, no habiendo nenguno que no lo atribuyese a castigo de la Virgen por la bulra c'había hecho del hábito c'había ofrecido; y esto siendo ansí que el hábito de ermitaño no está bendito ni, como dicen, santuficado. Pues que s'anden ahora las señoras damas a bulrarse con los santos hábitos.

7. -No creo yo -dijo entonces fray Blas- que lo hagan por burla, sino porque la natural delicadeza del sexo no las permite usar de unas telas o paños tan bastos, que las brumarían.

-Padre perdicador mayor -replicó el familiar-, déjese de cercunloquios. Lo primero, del mesmo seso fueron todas las santas y grandes señoras que sabemos anduvon en el siglo vestidas de los hábitos de varias religiones; y de nenguna se dice c'anduviese vestida en esa conformidá, sino lisa, llana y probemente, como los flaires o las monjas. Lo segundo, del mismo seso son tantas capuchinas, descalzas, recoletas, carmelitas y otras innumerables que pueden muy bien con los paños burdos, sin que las agobien las fuerzas, ni las prejudique a la salú. Lo tercero, que yo no pongo el ahínco en que los hábitos de las damas sean de la mesma mesmísima materia que los de las monjas o de los flaires. Bien está que sean de una tela de lana un poco más delgada que la c'usan éstos y aquéllas, aunque se incrine algo a tela fina, con tal que sea honesta, simpre, sencilla, sin arrumacos ni recovecos. Pero, ¡de seda! Pero, ¡de telas d'oro y prata! Pero, ¡mucho encaje, mucho perifollo y mucho sí, señor! Déjelo, padre; que ése es un lurdibrio de la religión, y no sé yo cómo no han metido en esto la mano los que pueden atajar estos escanrios.

8. -Oyes, oyes -dijo a esta sazón Cecilia con bastante viveza-. Pues, por mi vida que el bendito San Antonio, que está en la capilla de la parroquia, no tiene por ahí nengún hábito de sayal tosco; sino que tiene un hábito de saya de la reina muy rica, con su flanjón d'oro por olra, y alrededor de la capilla y de las mangas un galón o punta de lo mesmo, c'apuesto yo que el habitico costó más de veinte dobrones. Y has de saber que cuando ofrecí poner el hábito a la mi Sidorica, la ofrecí ponerla el hábito de San Antonio, y no el de los flaires. Pues, si la he unviado a traer una tela y una flanja y un galón, ello por ello, como el del mesmísimo Santo, ¿para qué nos estás ahí crebando la cabeza y gruñendo los livianos?

9. -¡Ahora no ven ustedes -respondió con flema y con marrajería el familiar- si mi mujer es engeniosa! ¡Cuál! Si hubiera estudiado taulogía, a la hora de ésta ya era por ahí saminadora sindonal de media docena de obispados. Mire usté, señora Cicilia; a los santos en los altares, enregularmente habrando, los ponen muy galanos para representar acá a nuestro modo la vestidura enmortal y riquísima de que están adornados en la groria. Orásme: para esto craro está que aunque se empreen las telas más esquesitas, ni las joyas y piedras más preciosas, todo es poco, y nada ascanza; porque cuanto hay en la tierra, todo es una bazofia enrespeutivamente al menor rasguño del cielo. Pero cuando se promete a un santo traer su hábito, como por comparanza a San Antonio, ora sea por devoción, ora por pinitencia, ora por cualquiera otro motivo, no se promete andar vestido como San Antonio grorioso, sino como San Antonio penitente; no como maginamos que está en el cielo, sino como sabemos c'anduvo vestido en la tierra. Lo endemás, señora letrada, de persumir andar un pecador y una pecadora como nos feguramos a los santos en la groria, no sé yo si huele a cosa de Enquisición. Y en verdá que como oliera, yo mismo la enseñaría a usté el camino; que ya le sé por mi uficio, y no se ha de decir por mí que en casa del herrero, cuchillo de palo.

10. -No, sino -dijo Cecilia- que vestiría yo a mi hija como si juera por ahí una demandadera de las descalzas. M'hija es tan güena como las demás, y si otras sacan hábitos ricos, ella no ha de ser menos.

-Y si las otras son locas -añadió el familiar-, que lo sea también tu hija. Si las otras se van al infierno, que se vaya también ella.

-Pues, ¿qué -dijo Cecilia-, es pecado traer hábitos de moda?

-Eso, amiga mía -respondió el familiar-, dotores tiene la Santa Madre Iglesia que te sabrán responder. Lo que yo te sé decir es que estando en Vayadolí, uí a un santo mesonero (que dizque era hombre muy sapientísimo) que el hacer bulra de los santos hábitos de las religiones aprobadas por el Padre Santo de Roma, el apricarlos a usos profanos y otras cosas ansina, era un pecado muy gordo; y no me acuerdo si dijo algo de descomunión. Si es o no es porfanar los santos hábitos, el traerlos para la vanidad, para la sostentación, para la gala, haciendo soberbia de la humildá, convirtiendo en riqueza la probeza, y queriendo juntar la honestidá y la modestia de los santos con todas las modas, y aun con toda la desenvoltura del sigro; la resolución de este causo no es para cabezas redondas como la mía.

11. -Bien hace usted, tío, en no resolverle -interrumpió fray Gerundio-; porque si ése fuera pecado, no estaría tan públicamente consentido, ni se hubiera extendido tanto el uso de los hábitos, que ya se ha hecho especie de moda. Vemos que los traen señoras de todas clases, y que muchas de ellas frecuentan los sacramentos, confesándose con hombres sabios que las absuelven y se lo permiten; conque no debe de haber en eso tanto mal como a usted se le figura.

-Dobremos la hoja, sobrino -respondió el familiar-; que quizá nos meteremos en cosas muy hondas, donde ni tigo ni migo podamos salir. En eso de hombres sabios hay su más y su menos; las ausoluciones, también he uído decir que andan muy baratas; y, en fin, de encultis no judicas Ecclesia.

12. »Una cosa te puedo decir, que aunque yo juera Padre Santo, por lo menos no m'habían de llevar la ausolución las que anduviesen com'una que yo vi, y dizque era señora de emportancia. Traía una basquiña bien cumprida, d'una tela morada riquísima, con sus encajes a trechos de prata, cad'uno de más de tercia; y embajo de la basquiña y del guardapiés, un tontillote que, como me parió mi madre, no cabía a las derechas por una puerta muy ancha, en conformidá que cuando entraba la señora por alguna, era menester enjurjarse de lado, ni más ni menos como lo hace la moza cuando mete una brazada de manojos por la puerta del horno. Colgábala de la centura una cosa a manera de trenza o de cordón, que se componía de tres cintas muy anchas de tesú, todas entreveradas para salpicar mijor los tres colores, que eran morado, branco y azul; los cuales tenían ilusión a no se qué misterio. Esta trenza, cordón, o lo que juese, no bajaba empiependicularmente hacia embajo, como las correas, los cordones o los ceñidores de los religiosos y de las religiosas. No, señor; venía caracoleando por un lado de la basquiña, con sus lazos de tramo en tramo; y rematada postreramente entre las dos últimas carreras del encaje, con un rosetón d'a palmo, que no parecía sino un girasol pintiparado. La casaca era de la misma tela que la basquiña; y también subían y bajaban por ella unos encajes de hilo de prata entortijados, ansí a manera de los cohetes que llaman con cola o, si no (y es más mijor comparanza), como los capotillos de llamas de los enjusticiados por el Santo Uficio y rejalgados al brazo seglar. Traía prendido al pecho un escudo de pedrería, todo él desgastado en oro, y en medio el retrato d'un devino señor vestido de nazareno con la cruz a cuestas, que no había más que ver. Las sortijas, los anillos, las mesredaldas, los dinamantes y los rubines que traía en los dedos de las manos, eso era un juicio. Pues, ¿qué te diré d'unos rosarios a manera de gargantillas que tenía entortijados en las muchecas, y eran d'unas pelras finas como avellanas? Tampoco digo nada de esos que llaman vuelos las mujeres, todos bordados tan sotilmente, que me se asemejaban a las venicas de un niño muy branco y rubio, cuando se descubren por entre el cutis. Los vuelos eran de tres religiones...

-De tres órdenes querrás decir, borrico -interrumpió la Cecilia, no sin una grande carcajada.

-Estimo la lisonja -prosiguió frescamente el familiar-. ¿Qué más me da religiones que órdenes? En fin, ellos eran tan cumpridos, que se m'antojaron mangas de roquete, como las que traen los legos c'ayudan a misa mayor.

13. »Así vi a la tal señora; y creyendo yo boniticamente que debía de ser recién casada, y c'aquélla era sin duda la más rica gala de novia, se lo dije a un mercadel mi conocido, que estaba enjunto a mí. El mercadel se rió mucho, y me respondió c'aquélla no era gala, sino un hábito de Jesús Nazareno que s'había echado la señora en cumprimiento d'una promesa.

»-¡Hábito de Jesús Nazareno! -le repriqué admirado-. Pues, ¿qué religión es ésa de Jesús Nazareno? Que yo en toda mi vida he uído c'haiga flaires de esa Orden.

»-No es religión -respondió el mercadel-, sino que las señoras por devoción quieren andar vestidas como anduvo Jesús Nazareno.

»-¿Y Jesús Nazareno anduvo ansina? -le repliqué todo descandalizado.

»-Eso pregúnteselo usté a ellas -respondió el mercadel.

14. »Confieso, señores, que me quedé entónito, y que no creyera que en la religión cristiana se permitiese tan ensinsibremente una cosa que parece hacer chanza de lo más sagrado y más doloroso de ella. Aquel mesmo día se lo dije a un perlado de cierta religión, con quien me confesaba siempre que iba a Vayadolí, porque es un pozo de cencia y de vertú. Dio el buen religioso un gran sospiro, y a fe que me respondió que tenía razón. Y m'acuerdo c'a este dempropósito me dijo dos cosas: la primera, c'habrá como unos cuatrocientos años c'allá en Italia se inventó una seta que llamaban de los frangelantes...

-Flagelantes diría -corrigió fray Gerundio.

-Pues, estos tales flangelantes, o frangelantes, o como tú quisieres, dizque jueron condenados como herejes por un papa que se llamaba Cremente Siesto; lo primero y prencipal, porque enseñaban muchos errores, y entr'otros, que no se podían salvar sino los que quitándose el pellejo a azotes, se bautizaban con su mesma sangre; y, lo segundo, porque a este fin andaban vestidos de pinitentes muy garifos y muy emperifollados. Esto último me dijo el santo religioso que aun s'había golvido a usar en España en tiempo de Carlos II, habiendo algunos mozuelos de malos cascos que en la Semana Santa se vestían de pinitentes muy guapos para galantear a las damas; pero que el piadoso préncipe, dempués d'haber castigado a algunos regurosamente, había prohibido este abuso con un jostísimo y severísimo decreto.

15. »La segunda cosa que me contó, aun es más al causo presente. Relatome que dempués que un emperador llamado Henraclio rescató el madero de la Santa Cruz del poder d'un rey de Presia, que tiene un nombre muy enrevesado ansí a manera de Costras, enstituyó una precisión muy solene para culicarle en un tempro munífico de Jerusalén. El mismo emperador vestido de sus ropas empiriales llevaba en sus hombros la Santa Cruz. Pero sucedió una cosa de espanto, y jue c'al querer entrar por la puerta de Jerusalén, qu'era la mesma por donde el Salvador había salido con la Cruz a cuestas para el Calvario, se quedó inmobre el emperador, sin ser impusibre de Dios dar un paso para adelante. Entonces el obispo de Jerusalén, que iba enjunto al emperador y debía de ser un santo, le dijo:

»-Señor, sin duda que el Salvador debe estar muy desgustado de que vos llevéis el madero de nuestra ridención en ese traje tan sustentoso; porque en verdá que cuando él le llevó por esta mesma puerta, iba en hábito muy diferente. Vos lleváis corona empirial en la cabeza, y Su Majestá iba con corona de espinas; vos vais con un manto empirial de púrpura, todo cubrido de froles, y él iba con la probe túnica enconsútil, que era de lana, bañada de su propia sangre; vos lleváis un rico collar al cuello, y Su Majestá llevaba una gruesa y larga soga, por la cual le tiraban aquellos malditos sayones; vos vais con un calzado que deslumbra la vista, y el Salvador iba descalzo de pie y pierna, con los pies todos ensangrientados.

»Apenas oyó esto el güeno del emperador, cuando, arrasados los ojos en lágrimas, se despiojó al memento de las vestiduras empiriales. Vistiose una probe túnica, púsose una corona de espiñas en la cabeza, echose un dogal al cuello, descalzose los pies, y encontinenti espenzó a andar sin estorbo ni embarazo.

16. »Eran de oír las refrisiones que sobre este enjempro hacía el bendito padre, ponderando el enojo del Señor por una cosa en que al parecer no había culpa nenguna, y sacando de ahí cuánto se enritará con estas otras que no es pusibre dejen de ser muy culpables; porque, en concrusión, el emperador iba con aquel traje que era propio y priciso de su alta dinidá, pero estas otras nazarenas no tienen pricisión de andar ansina, y se visten ansina no más que por antojo y que por envinción de su loca fantasía. El emperador no hacía vanidá de su vestido, pero las nazarenas usan de este vestido por pura vanidá; el emperador, en medio de la majestá de la púrpura, iba con mucha divoción, pero las nazarenas, cuando habían de dar enjempro de compostura, siquiera por lo que sanefica el vestido, no parece sino que se valen de él para ser más desenvolvidas. Y poco más o menos lo mismo que decía de las nazarenas, lo apricaba también a las demás que traen hábitos galanos.

17. -Vaya -dijo fray Blas-, que debía de ser muy escrupuloso ese prelado. A mí por lo menos un hábito bien puesto en una mujer me gusta mucho. A todas las dice bellamente; pero si son bien parecidas, las cae muy en gracia.

-¡Santísima razón! -respondió el familiar-. ¡Y en boca de un religioso no hay más que pedir! Yo, padre nuestro, por ahora no me opongo a que las mujeres, especialmente las solteras, percuren líncitamente agradar a los hombres y engalanarse para esto cada una según sus pusibres. Su alma, su palma; y cada cual se componga con su concencia. Ya vi lo que dice un autor, que los hombres tenemos tres inimigos: el dimonio, mundo y carne; pero las mujeres tienen cuatro: el dimonio, mundo y carne, y el deseo de parecer bien. Lo que digo es que valerse de las cosas santas para parecer mijor, eso es lo que a mí me parece muy mal. Y en fin, juese o no juese escripuloso el perlado de quien vamos habrando, es cierto que no lo era otro religioso mocito, aunque no tanto que no juese ya letor de taulugía en aquella santa comunidá, el cual s'halló presente a nuestra convresación; y cierto que tenía unos ojos tan vivos y tan aquellados, que se conocía a la legua que no era gazmoño. Este tal sabía muchas copras en latín y en romance, y dizque también las hacía harto guapas. Con todo lo que conversamos se conformó tan lindamente; y aun me dijo que yo debía de tener güen entendimiento, aunque no me expricaba con la mayor escreción. Cuando relaté aquello del tontillo, se rió mucho; y añadió que esta moda siempre l'había parecido la más grande mamarrachada en que podía dar la maginación de las mujeres, aun en sus trajes de gala; porque como todos saben en qué consiste aquel balumbo, hacen de él la misma bulra, que de los palitoques que levantan hasta el tejado a los gigantones del Corpus, y de los cuerpos de paja con que se feguran los espantajos y los estafermos.

18. »A este empropósito relató unas copras, primero en latín y después golvidas en romance por él mismo, las que le contentaron mucho al mismo perlado; y viendo que a mí también m'habían gustado las segundas, aunque no entendía las primeras, le mandó que me diese unas y otras escribidas. Hízolo allí súpitamente, y me las metí en el balsopeto; y por vida del hijo de mi madre que las ha de leer aquí ahora mi sobrino fray Gerundio; porque como yo no ascanzo el latín, no sé leerle con aquel sentido y con aquella enlegancia que se debiera.

Diciendo y haciendo, sacó del bolsillo un papel tan sobado y aceitoso, que parecía cuarterón de encerado. Diósele a fray Gerundio, que le leyó en voz alta con bastante alma, y se sabe por tradición de padres a hijos que decía así:


Sunt hodie... muliebria corpora, quae, dum
conclavi neglecta suo atque inculta morantur.
macra videbuntur brevibusque simillima sardis.
Fac tectis prodire eadem spectanda per urbem;
non eadem forma est: nam cum peronibus altis
incubuere pedes, cum tot redimicula frontem
aedificant, circum et vestis sinuosa tumescit,
praegnantem artifici defendens turbine ventrem;
protinus augetur species, majorque videri
atque alia ingentes una implet faemina postes,
angustatque viam, magnos imitata elephantos
aut orcam, per aquas vasta se mole ferentem.




Trova


Si coges de repente,
En traje descuidado y negligente,
A una dama en su cuarto, a una mozuela,
Tendrásla por sardina o por truchuela:
Tan seca, tan enjuta y estrujada,
Que menos es mujer que rebanada.
Pero espérate un poco,
Que presto verás ninfa a la que es coco.
Deja que salga a vistas por las calles;
Que aunque cien veces la halles,
Te has de decir, mirando a la doncella:
-¡Vive diez, que ya es otra aquésta aquélla!
¿Cómo creció una cuarta en un instante?
¡Hoy plenilunio ya, y ayer menguante!
¡Cabía ayer metida en cualquier cesto,
Y hoy no cabe en la plaza! ¿Cómo es esto?
   No te canses, Lucilo, en reflexiones;
Pues ¿no ves que se empina en dos tacones
Tan altos, tan iguales,
Que salen con bastón los carcañales?
¿Y piensas se contenta
Con crecer por los pies? También intenta
Poner en la cabeza su cuarto alto.
Da con la vista un salto;
Y verás el tupé, el jardín, el rizo,
La mitad natural, la otra postizo,
Con el petiboné medio al desgaire,
Pues todo es ganar tierra por el aire.
Pero lo que te pasma
(Aun más que te admirara una fantasma)
Es verla tan anchota,
Que casi llena un juego de pelota;
Y dudas, al mirar el envoltorio,
Si es mujer lo que anda, o si es cimborio.
Eres un monaguillo;
Pues ¿no ves que es milagro del tontillo?
Aquel que a las casadas
Sirve, entre otras mil cosas excusadas,
Pero en tal cual soltera, no muy lisa,
Es sin duda una alhaja harto precisa.
-¿Para qué? -me dirás.
Eres sincero;
Íbatelo a decir, pero no quiero.
El tontillo a la flaca la hace gorda,
Y tal vez finge tórtola a la torda;
Porque son los tontillos nobles piezas
Para encubrir gorduras y flaquezas.
Una mujer, en fin, con guardainfante,
Cátala convertida en elefante.
¿Haces ascos al símil? ¿No te llena?
Pues por mí, más que sea una ballena.

19. No obstante que ni fray Gerundio ni fray Blas eran los hombres del gusto más delicado que se ha reconocido hasta ahora en el orbe de las tierras, como lo puede haber observado el curioso lector en la serie de esta exactísima historia, se sabe que aplaudieron bastantemente la trova, por ser lo que más entendían; bien que fray Gerundio, por saber sin comparación mucho más latín que fray Blas, no dejó de hallar singular gracia en los versos latinos, y como que se inclinaba a que tenían más que los castellanos. Así lo dio a entender. Y con eso se pelaba las barbas el familiar porque sus padres no le hubiesen dado estudios, por lo menos hasta que saliese un inracionable gramático, que fue la frase con que él se explicó.

20. Los que lo oyeron todo con una grande indiferencia fueron Antón Zotes y la señora Cecilia. Antón Zotes, porque casi desde el principio de la conversación se había medio dormido a causa de estar algo alcanzado de sueño, por haberse levantado aquella noche dos veces a dar un pienso a las caballerías; la señora Cecilia, porque del latín (ya se ve) no entendía palabra, y del romance la sucedía con corta diferencia lo mismo. Sólo percibió que allí se hablaba de tontillo, y esto bastó para que dijese muy alegre:

-Ahí me las den todas; que yo, ni para mí ni para m'hija, he pensado enjamás en tontillo, pues ni mi madre ni mi agüela usaron por enjamás de los enjamases de esas envinciones.

21. Tú que tal dijiste -tomó la taba el familiar y la dijo-, oyes: ¿y tu madre ni tu agüela usaron enjamás de los enjamases de galones d'oro, de encajes de prata, de telas de tiesú, de enguarinas de trapacería, de mantos de tafetán de ilustre con encaje d'a media vara, de embanicos d'a dobrón, de manguito enforrado por de fuera en terciopelo, de rosario de pisázuli o de inventurina, engazado en prata o en oro, ni de otras mil embusterías (otra cosa peor iba a decir, pero la callo) de c'usas tú y quieres también c'usen tus hijas? Unas sayas de estameña, una basquiña de cordellate, una enguarina de paño fino en los días recios, una capa sobre la cabeza con su vuelta negra de rizo o a lo más más de terciopelo, un embanico redondo de papel pintado con almagre encima de una caña, un rosario de lágrimas, y el más pricioso de cachumbo; éstas eran sus galas, y servitor. Ansina vivieron muy honradamente, ansina nos dejaron un pedazo de pan que comer; y no tú que tienes traza de echarme por puertas, porque los días de fiesta pareces una condesa, y tus hijas unas marquesicas, siendo ansí que no sois más que unas probes y honradas labradoras, sin considerar que causáis risa a las presonas de meollo, porc'al fin por más que la mona se vista de seda, mona se queda.

22. Iría el sermón más adelante, si en aquel punto no hubiera entrado una criada a poner la mesa, porque ya era hora de comer. Y por la cuenta, ni en la comida ni en lo restante de aquel día que se quedaron a descansar en Fregenal, no debió de suceder cosa remarcable. A lo menos los autores de aquellos tiempos tan retirados nada refieren, contentándose con decir que la mañana siguiente muy de madrugada, despedidos todos cortesanamente unos de otros, Antón Zotes tomó el camino de Campazas, y fray Gerundio y fray Blas se fueron a comer a su convento; donde fray Gerundio fue recibido del prelado con mucho agasajo, y de los demás, particularmente de la gente moza, con indecible alegría y aplauso, porque ya había llegado al convento la fama de sus sermones. Sólo se sabe por un libro de becerro, escrito en letras góticas y ya muy desgastadas después de tantos siglos, que luego que llegó, el prelado le puso en la mano una patente del padre provincial, en que le hacía predicador mayor de la casa, dispensándole en los años de predicador sabatino y de predicador segundo que pedía la constitución, por justas causas que le movían a ello, todo con acuerdo del definitorio, en virtud de la facultad que le concedía para ello la bula del papa Eleuterio LII que comienza: Ad promovendum. Al mismo tiempo recibió fray Blas otra patente de jubilación, en que se le declaraba presentado por el púlpito para el magisterio. Conque los dos amigos del alma no se veían de polvo, de abrazos y de enhorabuenas.





Anterior Indice Siguiente