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Gabriela Mistral pública y secreta [Fragmento]

Volodia Teitelboim






El Vesubio saca revólver

En 1925, cuando Gabriela vuelve a Chile por primera vez, aparece un día, como ciclón meridional, Santiago Aste. Echa fuego por ojos y boca, convertido en un Vesubio. Ella no sabe bien si el hombre es calabrés o siciliano. Ya ha llenado un cajón con sus cartas. Perentorio, exige matrimonio en el acto. Sus intenciones son honorables y no acepta que una mujer se burle de él. No admite demoras; ahora o nunca; matrimonio por las dos leyes o muerte. Si ella lo rechaza, él se sentirá deshonrado para siempre. Se matará, pero antes la matará a ella. Hace ademán de sacar un revólver. Gabriela está aterrada ante tanto melodrama y desde luego la espanta el arma de fuego. Tal vez se repita con ella el drama de su admirada colega uruguaya asesinada, Delmira Agustini, con la cual siente una familiaridad casi trágica.

Con argucias y promesas consigue escapar del cuarto. No sólo huye de la casa; aterrorizada abandona la ciudad. Se embarca rumbo a La Serena.

Hablando franco, en el fondo había vuelto a Chile por un momento para saber algo de Manuel Magallanes. Opinará sobre él con una cortesía que quiere ser distanciamiento y resignada filosofía sobre una persona respecto de la cual podría ahora hablar con la tranquilidad de la muerte. En apariencia lo estudia con el ojo al microscopio de un citólogo que analiza la célula o del entomólogo que disecciona un insecto digno de examen.

¿Cuál es el resultado de su investigación?

En líneas bien pensadas pone una dosis de prudente reserva y un sí es no de ironía. Sus palabras tienen, al menos, el mérito de dar la noticia que habían intercambiado centenares de cartas. Sobre su contenido, apenas insinuaciones levísimas, tan tenues que pueden confundirse con un llamado a silencio y un compromiso de definitivo secreto. Él le pedía «la prueba de fuego». Ella sólo ahora cuenta que quería inculcarle «un poco de fe en lo sobrenatural y de búsqueda de experiencia interior».

¿Es para ella un animal de museo? ¿Está embalsamado?

Quiere jubilar como maestra y disponer de una pensión para vivir fuera. Por fin la consigue. Sabe que su exiguo monto no le alcanzará para subsistir en el extranjero. Tendrá que buscar suplemento a sus entradas. Escribirá recados. Le editarán algunos volúmenes con lo que ha escrito. El año anterior -1924- apareció en Madrid un tomo de sus poesías para niños, con el título Ternura.

Tal vez pueda encontrar trabajo en organismos internacionales que comienzan a surgir y a multiplicarse. Su sueño sería obtener un puesto consular chileno. Quizás le ayude su nombradía literaria, que continúa extendiéndose.

Los meses que vive en Chile en 1925, aparte del susto padre por el pretendiente desorbitado, los dedica sobre todo a realizar trámites para jubilar como profesora. Teme quedarse sin arrimo material.

Vuelve pronto, más calmada, a Europa, con un cargo en la Secretaría del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones. Viaja entre Ginebra y París. Allí se desempeña junto a la mexicana Palma Guillén, quien será después su secretaria y amiga íntima. Palma no considera a Gabriela una mujer que ya no tenga nada que aprender. «En Europa -sostiene- la prosa de Gabriela mejoró al calor de sus amistades francesas: Valery, Miomandre, Duhamel. Había comenzado escribiendo prosas en El Universal...». ¿Valery contribuyó a mejorar su prosa? Tal idea se contradice con lo que acaeció entre ambos a raíz del episodio subterráneo vinculado al Premio Nobel. En 1926 participa en la Asamblea de la Liga de las Naciones en Ginebra, como representante chilena.

Viaja a Argentina y Uruguay, donde da conferencias.

Durante 1927 y 1928 su actividad internacional se intensifica. Concurre al Congreso Educacional en Locarno, asiste a reuniones de las Federaciones Universitarias en Madrid y del Instituto Cinematográfico de Roma.

Siente que tiene un pie firme. El otro todavía está en el aire. Necesita un salario más regular. No pide un dineral, pero sí una entrada estable, compatible con su vida casi espartana.





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