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Las guerras de Arauco determinaron la imposición de contribuciones a los estancieros de entregar caballos. Los criadores para verse libres fomentaban la crianza de burros. Tal determinación fue prohibida por el Gobernador Jara-Quemada.

 

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En 1601 tenía este fuerte una guarnición de 50 soldados, 40 de a caballo con sólo arcabuces y 10 de a pie.

 

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Le tocó ahorcar por orden de Ribera a ocho soldados desertores del fuerte de Talcahuanon, que huyendo en un buque, fueron arrastrados a la vera del Maule, donde los tomó presos Álvarez de Luna y como preguntara a Ribera qué hacía con ellos, recibió la respuesta: «¡Ahórcales!».

 

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Se ahogó al pasar el río Tinguiririca, en el Corregimiento de Colchagua.

 

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Era natural del partido del Maule, dueño de tierras y animales en Curamávida. En 1662 vivía en sus posesiones tranquilamente, años más tarde lo encontramos en Arauco, donde encontró la muerte que tanto alarmó a sus vecinos. Era hijo del Alférez Domingo Post-Pedreros y de doña Inés de Sotomayor.

 

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Según censo de 1788 esta parte del corregimiento tenía una población de 31.835 habitantes.

 

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Con el aumento de la población hubo necesidad de individualizar las calles. Las iglesias y residencias de familias principales sirvieron para esta determinación. Tenemos en el siglo XVIII y a mediados del XIX las calles siguientes:

San Ignacio.

Libertad.

Cienfuegos, hoy 2 Sur, vivieron allí las familias Donoso y los Cienfuegos.

Santo Domingo, por el convento de la Orden, después Constitución. Vivían allí las familias Opazo, San Cristóbal, Antúnez, Rojas, Zapata.

Cruz, por vivir las familias Cruz, Polloni, Armas.

Alameda.

Barraza.

Baeza, casa de doña Mercedes Opazo.

Molina. Existía allí en 1842 un colegio, vivían los Astaburuaga, Vergara, Silva, Antúnez, Gaete, Donoso, Vargas, Garfias, Palacios.

Gamero. Con muchas tiendas y una botica.

San Juan de Dios. Casa y Hospital.

Calle de la Merced.

O'Higgins. Casa de doña Josefa Salcedo y de doña Francisca Opazo.

Carrera.

Congreso. Donde tenía su casa don Domingo Opazo y Artigas.

 

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Todas las minas del Chivato tuvieron abundante agua de pie, causa que motivó su inundación a fines del siglo XVIII. Sólo Chuchunco mantenía trabajos de cierta importancia en el año 1800. En esa fecha pertenecía la mina a don Carlos M. de Saravia y a don Antonio de Raymundo, caballero, este último que sintiéndose anciano y enfermo hizo testamento en 1805 y legó la mayor parte de sus derechos mineros al Obispo Cienfuegos, entonces cura de Talca, para obras pías. De Chuchunco salieron los recursos con que el Obispo construyó la Casa de Ejercicios y el dinero que gastó pródigamente en obras de caridad. A su muerte aún se trabajaba la mina, pero las aguas subían lentamente y una tras otra se inundaban sus labores. Por espacio de casi media centuria los trabajos de laboreo se paralizaron completamente, hasta que a principios de 1888, su dueño, don Juan Antonio Pando Urízar, instaló un establecimiento de beneficio, reanudando los trabajos en Chuchunco, explotación que se mantuvo hasta 1893. A pesar de los años estaba siempre vivo en Talca el recuerdo, ya legendario, de la riqueza del Chivato, razón que explica que pudiera formarse en 1923 una Sociedad Anónima que con el nombre de Compañía Restauradora del Chivato, que emprendió la ardua tarea de desaguar y habilitar esas minas tanto tiempo abandonadas.

Utilizando modernos elementos de trabajo se construyeron piques y galerías a gran hondura y se consiguió el desagüe de las antiguas labores. Enseguida la Compañía instaló una planta para el beneficio de sus minerales e inició la explotación de las minas.

Próxima a cumplir veinte años de vida, la Compañía Restauradora del Chivato cuenta con un capital de $ 6.500.000. Su establecimiento de beneficio chanca alrededor de cien toneladas diarias, disponiendo de una moderna planta hidroeléctrica que le proporciona 400 caballos de fuerza para el movimiento de su maquinaria minera y una producción anual que pasa de ciento veinte kilos de oro fino.

Ahora, como en los tiempos coloniales, vuelve el Chivato a ser un factor de riqueza y progreso en la región, pues de su producción no menos de dos millones de pesos entran anualmente al comercio de Talca, ganando su numeroso personal de empleados y obreros más de cien mil pesos mensuales.

 

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Había nacido en San Felipe, hijo de Juan y de Juana Vergara. Casó en el Maule con doña Gertrudis Méndez, y no dejó hijos.

 

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Antes de dejar el mando el corregidor Polloni, durante su segundo gobierno al reemplazar a Padilla, manifestó por nota de junio de ese año, la conveniencia de poner una guardia pagada en la cárcel, que estaba cuidada por los milicianos, que tenían esta obligación por turnos. Estos milicianos eran desordenados e inobedientes. Pidió Polloni un piquete de gente «reglada y pagada» con los propios de la ciudad. Aprovechó la ocasión para manifestar el lamentable estado de la cárcel, por lo insegura que era, «llena de forados hechos por los reos en sus continuas fugas».

Esta interesante exposición de Polloni nos relata en cortas líneas una situación pintoresca sobre la primitiva vigilancia de la ciudad.

Polloni, después de su segundo gobierno se retiró a Concepción, donde recibió el encargo de Oficial Mayor Interventor de la Real Aduana, por nombramiento de 11 de diciembre de 1780. En 1797 retenía aún este cargo con diecisiete años de servicios. Se dejaba constancia que estaba «imposibilitado por su edad y por su salud».