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De estos edificios militares levantados por Tupac Yupanqui en el territorio de nuestra República, se conservan todavía algunos restos o vestigios dignos de atención.

La fortaleza construida en la provincia de los paltas debió estar en una eminencia que domina al pueblo de Paquishapa, pues allí hay no pocos restos de antiguos edificios indígenas. Nosotros levantamos el plano de esas ruinas el año de 1880: el punto no podía ser más estratégico.

En lo más agreste del páramo del Azuay se ven todavía casi intactos los cimientos del tambo de los incas, conocido ahora con el nombre de Paredones: su construcción se debe a Tupac Yupanqui. Nosotros levantamos también su plano.

De las fortalezas de Achupallas y Pumallacta casi no hay ya ni rastro; con todo, en algunas casas de los particulares y en la parroquial del primero de estos dos pueblos, se encuentran piedras labradas, que indudablemente se extrajeron de los edificios arruinados de Tupac Yupanqui, para emplearlas en construcciones posteriores.

 

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La historia de los incas del Perú ha sido escrita por muchos autores, pero apenas habrá historia más incierta ni más discordante que la de los antiguos soberanos del Cuzco. Cada historiador la refiere a su modo, y no hay perfecta conformidad entre ninguno de ellos.

Por lo que respecta a la conquista del Reino de Quito, lo más probable, si no lo más cierto, es lo que hemos referido en el texto. La autoridad de Cabello Balboa, de Montesinos, de Fernández (llamado el Palentino), del mismo Garcilaso y, sobre todo, la del diligente Cieza de León, de Herrera, que no ha hecho más que copiar literalmente a Cieza, sin nombrarlo siquiera, y la del padre Velasco, nos ha movido a contar los hechos de la manera como los hemos referido. La conquista la llevó a cabo Tupac Yupanqui, y la dominación de los quichuas en estas provincias principió, a no dudarlo, a mediados del siglo quince, acaso por los años de 1450, casi un siglo completo antes de la llegada de los españoles al Ecuador.

Velasco dice que Tupac Yupanqui no vino más que hasta Mocha; pero Cieza de León, Cabello Balboa y Montesinos aseguran que llegó hasta Quito; y en este punto la autoridad de los tres cronistas españoles, que visitaron estos lugares, nos parece de mayor peso que la de nuestro compatriota, y, por lo mismo, la hemos preferido siguiéndola de propósito en el texto: tanto más, cuanto la encontramos muy conforme con la naturaleza de los hechos.

La Historia antigua del Perú escrita por Lorente nos ha parecido un compendio de la primera parte de los Comentarios de Garcilaso, hecho con habilidad, en estilo elegante; pero con poca crítica, pues el autor no se ha aprovechado todo lo que pudiera y debiera de los estudios arqueológicos llevados a cabo con tan buen éxito en la tierra clásica de los incas.

En punto a la cronología de Montesinos, declaramos francamente que no nos merece fe alguna; pues, por su anhelo de componer una historia seguida del Perú desde el Diluvio hasta la Conquista, inventa personajes que no han existido jamás y reparte entre varios soberanos los hechos que la tradición atribuye a un solo Inca. Montesinos recorrió el Ecuador y el Perú más de un siglo después de la conquista, y escribía preocupado en favor de un plan o sistema que había concebido de antemano. Cabello Balboa vivió algún tiempo en Quito, treinta años solamente después de fundada esta ciudad, y aun menos; Cieza de León visitó el Perú y el Ecuador en los primeros años de la conquista, alcanzó a tratar con muchos indios viejos que habían servido a Tupac Yupanqui y a Huayna Capac y, sobre todo, se hallaba despreocupado, porque buscaba sólo la verdad; por esto, nos hemos decidido a seguir su narración de preferencia a la de otros autores, que no nos inspiran la misma confianza.

 

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Huayna Capac nació en Tomebamba; es, por lo mismo, nativo de la provincia del Azuay en nuestra República. Si nuestras investigaciones históricas no son erradas, Tomebamba estuvo en el valle de Yunguilla. Cabello Balboa y el autorizado Cieza de León, entre otros, aseguran que Huayna Capac nació en Tomebamba; y algo debió significar el que el Inca haya hecho construir en esa comarca aquel tan famoso palacio, cuyas ruinas se conocen aún con el nombre de Ingapircca en el distrito del pueblo actual de Cañar.

Debemos hacer notar aquí una circunstancia digna de atención: una es la Tomebamba de los cañaris y otra la Tomebamba de los incas, es decir los edificios que en ella o en ciertos puntos del Azuay levantaron Tupac Yupanqui y Huayna Capac. Cuando Tupac Yupanqui conquistó la provincia del Azuay, existía ya la ciudad de los cañaris, a la que los quichuas en su lengua la llamaron Tomebamba; en otros puntos de la misma provincia construyeron Tupac Yupanqui y su hijo Huayna Capac varios edificios. Parece, pues, que puede sostenerse que Huayna Capac nació en el Azuay: mas ¿en qué punto? Ese punto no puede ser sino en Yunguilla a orillas del Jubones, o donde ahora está la ciudad de Cuenca, pues allí hubo en lo antiguo un palacio de los incas, edificado, tal vez, por Tupac Yupanqui. «Y en este tiempo nació Guayna-Cápac-Inga en Tomebamba, pueblo de los Cañares». Estas son palabras textuales de la Relación del Curaca Pachacuti (Don Juan de Santa Cruz), publicada el año de 1879 en Madrid. (Tres relaciones de Antigüedades peruanas).

 

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La guerra de los caranquis ha sido referida por varios historiadores antiguos, pero con tanta diversidad y con tantas contradicciones, que la crítica más sagaz se ve apurada para encontrar la verdad y para sacarla de entre relaciones tan divergentes. Lo cierto, lo indudable parece, pues, que fue la guerra, la matanza que de los vencidos hizo el Inca y además la resistencia, que por largos años le opusieron las tribus o parcialidades del valle de Cayambi y del valle de Puembo. Las escenas particulares de esta guerra, referidas minuciosamente por Cabello Balboa y por Montesinos, nos merecen poca fe, y por eso no les hemos dado cabida en nuestra narración.

Lo mismo decimos de algunos otros hechos de Huayna Capac, que se leen solamente en Cabello Balboa, como la conjuración de los orejones en Tomebamba, que, a nuestra juicio, no pasa de ser una anécdota arreglada por el cronista para tener ocasión de ejercitar su habilidad retórica, insertando tres arengas de todo punto inverosímiles.

La narración histórica de aquellos tiempos no puede menos de ser muy sobria y parca en acontecimientos, para no exponer al historiador a referir fábulas como si fuesen hechos verdaderos. Por nuestra parte hemos preferido ser verídicos a ser abundantes; pues la crítica histórica, poniendo en el crisol del más riguroso examen ciertos hechos de los incas, no puede menos de rechazarlos como falsos.

 

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Pocos son y muy deficientes los documentos en que podemos apoyarnos para escribir la historia de las antiguas razas indígenas, que poblaban el territorio del Ecuador antes de la dominación de los incas. El padre Juan de Velasco, en su Historia antigua del Reino de Quito, ha recogido y nos ha trasmitido las tradiciones que se conservaban acerca de ellas, principalmente respecto de los scyris, señores del Reino de Quito, vencidos y subyugados por los incas del Perú. Tuvo el padre Velasco la fortuna de estudiar los manuscritos de Bravo de Saravia, del Padre Niza, de Palomino y de Montenegro, a quienes cita varias veces, y en cuya autoridad se apoya a menudo en el discurso de su narración: por desgracia, esas obras no han llegado hasta nosotros, y las del padre fray Marcos de Niza son tan raras, tan desconocidas, que aun de la existencia misma de ellas dudaríamos; si el padre Velasco no las citara con tanta frecuencia.

El padre Velasco tuvo además la ventaja de recorrer todas las provincias del Reino, de conocerlas despacio y de examinarlas prolijamente: conocía y hablaba muy bien la lengua nativa de los indios y estudió nuestro país en circunstancias favorables, cuando todavía estaban en pie varios monumentos de los antiguos pueblos. Su testimonio merece crédito y equivale para nosotros al de los otros autores, cuyos escritos se han perdido.

Las dos Cartas de Palomino, o sus dos extensas relaciones de la conquista y antigüedades de Quito, se conservaban inéditas en esta ciudad hasta la época de la primera expulsión de los jesuitas en el siglo pasado, pues el historiador Velasco las tuvo y estudió para escribir su obra; pero de este manuscrito y de otros igualmente preciosos para la historia patria nadie sabe hoy el paradero, y acaso habrán perecido para siempre. Entre los manuscritos que consultó o mejor dicho que estudió el padre Velasco, debemos contar el de la Historia de las guerras civiles entre Huáscar y Atahuallpa, escrita por el cacique Collahuaso. Esta obra pereció para las letras, y lo único que de ella se habrá acaso salvado, será lo que el padre Velasco tomaría para componer su Historia antigua del Reino de Quito; y lo cierto es que de algunas obras hasta la memoria se habría perdido completamente y no habríamos sabido ni la existencia de ellas, si el padre Velasco no las hubiera citado en su libro y dádolas a conocer. Por esto, la Historia del padre Velasco ha llegado a tener un mérito único y casi excepcional en su clase. Este mérito hace muy recomendable bajo aquel respecto la obra del laborioso jesuita; y, si hacemos notar los defectos que en ella se encuentran, justo es que con mayor diligencia pongamos de manifiesto también las dotes que la enriquecen y recomiendan al aprecio de los doctos.

 

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La expedición marítima de Tupac Yupanqui, la refiere prolijamente Cabello Balboa en el capítulo séptimo de su Historia del Perú, aunque sin darle entero crédito. Montesinos habla de una expedición a la costa de Guayaquil, hecha por el abuelo de Huayna Capac; pero nosotros, pesadas bien todas las circunstancias del caso, nos inclinamos a creer que fue el padre y no el abuelo quien recorrió personalmente las provincias del litoral ecuatoriano, bajando a ellas con su ejército, acaso en más de una ocasión y por dos diversos caminos: No obstante, de la expedición marítima de Tupac Yupanqui se conservaba memoria en el Cuzco, y hasta se repetían los nombres de las islas visitadas por el Inca. Véase la erudita introducción puesta por el señor Jiménez de la Espada, al frente del volumen que contiene las Tres relaciones de antigüedades peruanas, dadas a luz en 1879 por el Real Ministerio de Fomento, en Madrid.

 

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Aunque parece superfluo, con todo haremos aquí la explicación de estas dos palabras orejones y mitimaes, repetidas ya más de una vez en nuestra narración.

Los incas nobles de la raza pura del Cuzco y los de sangre imperial descendientes de los fundadores del imperio, solían traer por adorno y distintivo de nobleza unas rodelas de oro pesadas, las cuales iban colgadas de las orejas a manera de pendientes o zarcillos. Como este adorno prolongaba excesivamente el cartílago de las orejas, a los que lo usaban les dieron los conquistadores el nombre de orejones.

Llamábanse mitimaes, (castellanizada la genuina palabra quichua), los indios a quienes se sacaba de un lugar y se mandaba a vivir para siempre en otra provincia: eran colonos forzados, perpetuos, pues no les era permitido regresar a su país en ningún tiempo. De las primitivas tribus indígenas del Ecuador sacaron los incas algunos millares de individuos, que desterraron a puntos muy distantes: los paltas, los cañaris, los puruhaes del Chimborazo y de Latacunga, y los caranquis, fueron llevados como mitimaes y reemplazados con gentes quichuas y aymaraes.

Una tribu entera de yaruquies fue llevada del noreste de la República a Riobamba, donde se les mandó formar un pueblo nuevo, que hasta ahora lleva el nombre de Yaruquies. Esto se hizo por orden de Huayna Capac.

 

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No poca diferencia hay entre los escritores antiguos respecto a la enfermedad de que murió Huayna Capac: Cieza de León y Cabello Balboa dicen que murió de viruelas, a consecuencia de una peste que en aquella época se propagó por todo el imperio. Pero, ¿la viruela existía en estas partes en tiempo de los incas, antes del descubrimiento y la conquista? Parece, pues, mejor fundada la relación de Garcilaso, que refiere que Huayna Capac falleció de fiebres intermitentes. El primer acceso del frío lo sintió después de salir del baño: si el Inca se sintió en Tomebamba enfermo con la enfermedad de que murió, hasta la condición climatológica de Yunguilla favorece a la narración de Garcilaso; pues en aquel valle las calenturas intermitentes acometen con frecuencia y en algunas localidades hasta son endémicas. Si el Inca hubiera muerto de viruelas, ¿habría podido ser fácilmente embalsamado su cadáver? ¿su momia se habría conservado tan bien como se conservó? Garcilaso dice que el Inca se sintió enfermo «estando en el Reino de Quito», pero no determina el lugar: la enfermedad, añade expresamente que fue la de frío, es decir la de calenturas intermitentes. Así pues, se sabe que la noticia de la llegada de los españoles la recibió Huayna Capac en el palacio de Cañar; pero no se puede determinar en qué punto de la provincia estaba cuando se sintió enfermo, ni desde dónde se regresó a Quito. Conviene hacer notar que el Ingapirca de Cañar es el edificio que los antiguos cronistas o escritores castellanos designan con el nombre de Reales Palacios de Tomebamba, como quien hubiera dicho en 1878 Real Palacio del Azuay; pues Tomebamba significa, tanto una provincia como una ciudad.

 

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Huayna Capac murió el año de 1527 o el de 1526, según la opinión más fundada; a lo que parece, a fines de aquel año. Nuestro historiador Velasco aduce pruebas no despreciables para fijar en 1525 la muerte del Inca. (Historia antigua del Reino de Quito, Libro segundo, en el capítulo último). El año de la muerte de Huayna Capac pudiera ser, pues, el punto de partida para la cronología de nuestra Historia: todas las demás fechas no tienen fundamento alguno, y no puede aceptarlas, ni aun como probables siquiera, una crítica severa e ilustrada que es la que ha de regir en todas las investigaciones históricas. Ya lo advertimos en una de nuestras notas anteriores.

 

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La cronología de la historia de los Scyris de Quito y de los Incas del Cuzco es muy indeterminada, y, según nuestro juicio, no tiene rigurosamente cronología ninguna. ¿Cuál es la fecha precisa, que pudiera fijarse, con toda certidumbre? ¿De qué unidad de tiempo nos valdríamos para calcular y medir la duración de los reinados de cada uno de los reyes de Quito y del Cuzco? El cómputo de las edades de las Scyris y de los Incas es arbitrario y no puede asegurarse nada con certidumbre, ni respecto de los unos ni respecto de los otros.

Se ha fijado el siglo octavo de nuestra era como la época en que se verificó el arribo de los caras a las costas del Ecuador; pero no hay motivos sólidos y convincentes para que admitamos esa fecha y la fijemos con toda seguridad. Lo mismo decimos del tiempo que permanecieron los caras en la costa y de la época en que conquistaron el Reino de Quito. Todo cálculo es inseguro, toda fecha es aventurada, y lo único que puede fijarse de una manera bastante probable, es la fecha de la muerte del inca Huayna Capac. Toda otra fecha es incierta y no puede fijarse ninguna con seguridad, porque la historia de las naciones antiguas, que poblaban el Ecuador y el Perú antes de la Conquista, carece rigurosamente de cronología.