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Brasseur de Bourbourg, Popol Vuh o El Libro Sagrado y los mitos de la antigüedad americana. En la disertación preliminar o comentario, § XIII. Cuatro cartas sobre Méjico. Carta cuarta, número 15. Relación de las cosas de Yucatán. Introducción, capítulo X. Este autor, consecuente con su sistema respecto del origen de la primitiva población americana, opina que los caras que arribaron al Ecuador pertenecían a esa raza de navegantes atrevidos, cuyas huellas se encuentran en el antiguo y en el nuevo continente, y a los cuales la Historia designa con los diversos nombres de carios en Europa y Asia, y de caribes y guaraníes en América. «El nombre de los Caras o Carios, desque ellos desaparecieron, se conservó aplicado a un gran número de ciudades y de lugares en el Asia Menor, en África y en la India; pero en ninguna parte se difundió tanto como en América, donde más de mil nombres de pueblos, de tribus, de ciudades y de algunos sitios tenían el afijo car, cal, gal, etcétera, en la época de Colón; y entre esos nombres encontraréis todos los que los Carios habían dejado en Asia». Palabras de Brasseur en su cuarta carta sobre Méjico. Todos los libros del abate Brasseur de Bourbourg están en francés.

Bachiller y Morales, Cuba primitiva. Según este docto americanista la palabra car, en la antigua lengua de los indios de las Antillas, significa alto, excelente; y cari es voz del mismo idioma, que equivale a hombre. (Segunda sección. Vocabularios). Hay, pues, en la misma lengua llamada del inca, una palabra propia del idioma de las naciones caribes, y con la misma pronunciación e idéntico significado en ambas lenguas.

Cari es por tanto palabra propia de la lengua caribe y pertenece en su origen al idioma que hablaban los primitivos pobladores de las Antillas y al dialecto de los indios de Boriquén y Puerto Rico. (Vocabulario haitiano-francés. Apéndice puesto por Brasseur a su edición francesa de la Relación de las cosas de Yucatán por Landa).

Tenemos, pues, una palabra que pudiera servirnos, tal vez, como de hilo conductor para introducirnos en el laberinto de la filología americana, rastreando el origen de los caras ecuatorianos. Esa palabra no pertenece a la lengua quichua, no pertenece tampoco al aymará; es propia del dialecto haitiano: ¿de dónde vinieron los caras? ¿Fueron éstos, acaso, una inmigración de caribes, que llegó después de varios eventos a las playas ecuatorianas? En esta nota planteamos el problema: después emitiremos una conjetura que podrá, acaso, servir más tarde para dar una solución, si no cierta; a lo menos muy probable. Cuando hablamos aquí de la lengua del Inca, nos referimos al dialecto quichua tal como se ha conservado en el Ecuador; y no al idioma del Cuzco: en éste se encuentra la palabra Runa, que significa varón; y en el dialecto del quichua hablado en Quito hay las dos voces Cari y Runa, con idéntico significado. El término Cari, tan usado en Quito, no pertenece al idioma puro de los quichuas. Consúltese sobre este punto a:

Tschudi, Die Kichua-Sprache, Tomo tercero, en el cual se contiene el Diccionario.

Bertonio, Vocabulario de la lengua aymará, edición de Platzman, Leipzig, 1879. Cari en aymará es interjección, que se emplea para pedir.

Breve instrucción o Arte para entender la lengua común de los indios según se habla en la provincia de Quito. Anónimo, impreso en Lima en 1753.

 

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Villavicencio, Geografía de la República del Ecuador. Según este escritor, el Panecillo tiene 230 varas de altura sobre el plano de la plaza de Quito.

Humboldt, Sitios y vistas de las cordilleras. «Quito, por ejemplo, está al pie de un cono pequeño llamado Yavirac, el cual, visto desde la ciudad, les parece a sus habitantes tan elevado solamente como el Montmartre y las alturas de Meudón a los moradores de París; y, no obstante, «el cono de Yavirac, según mis medidas, tiene 3121 metros de altura absoluta, siendo, por lo mismo, tan alto como la cumbre de Marboré, uno de los picos más elevados de la Cadena de los Pirineos».

El señor don Marcos Jiménez de la Espada dice que este nombre de Yavira o Yavirá le fue impuesto al Panecillo de Quito por los incas, en memoria de otro cerro que del mismo nombre hay junto a la ciudad del Cuzco. Esta opinión del señor Espada nos parece muy fundada, pues el nombre que llevaba en tiempo de los incas la eminencia conocida ahora con el de la Chilena era el de Huanacauri, que es el de uno de los cerros próximos al Cuzco; muy célebre en la historia de los soberanos indígenas de esa ciudad. El cerro de Huanacauri queda en frente del Yavirá en el Cuzco; así como aquí en Quito el Panecillo está al sud, y la Chilena al norte de la población. Se ve, pues, que los monarcas de la dinastía peruana trasformaron esta ciudad, haciendo de ella, a su manera, un trasunto de su corte imperial del Cuzco.

Cieza de León escribe Yahuira (Del señorío de los Incas, o Segunda Parte de la Crónica del Perú). Pero, ¿cómo se debe escribir esa palabra? ¿cuál es su genuina ortografía? ¿pertenece originariamente al idioma quichua? ¿cuál es su significado? He ahí investigaciones curiosas para la filología americana.

 

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Según el testimonio de nuestro historiador Velasco el templo del Sol y el de la Luna eran construidos de piedras labradas: el primero era de forma cuadrada y el segundo, redonda. Las imágenes de los astros eran de oro la una, y de plata la otra: la puerta del templo del Sol, estaba hacia el Oriente, y en las paredes del templo de la Luna había ventanas redondas, para que la luz del satélite entrando por ellas alumbrara su imagen. Las cubiertas eran de paja, cónicas. En el templo de la Luna, (que estaba en la eminencia donde se halla ahora la iglesita de San Juan Evangelista), estaban representadas también las estrellas en figuras pequeñas de plata adheridas a un lienzo de color azul, que hacía veces de cielo. Pero, estos templos eran los que encontraron en Quito los conquistadores españoles, y no se puede menos de preguntar ¿cuál era la obra genuina de los scyris? ¿cuál la de los incas? Los templos que conocieron los conquista dores eran los templos incásicos, pues hacía por lo menos setenta años a que dominaban en estas partes los incas, y varias de las circunstancias descritas por el padre Velasco revelan la acción de los soberanos del Perú, más bien que la de los scyris de Quito en esos monumentos religiosos. No perdamos nunca de vista la observación hecha en el texto, para que procuremos distinguir obras de obras y civilizaciones de civilizaciones.

Velasco, Historia antigua del Reino de Quito (Libro segundo, párrafo 4.º).

 

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Garcilaso, Comentarios reales de los incas (Primera parte, Libro noveno, Capítulo XI).

 

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Relación geográfica o informe dado al rey de España desde esta ciudad el año de 1565, por disposición del mismo gobierno español. Es relación anónima, cuyo original se conserva inédito en Madrid en el archivo de la Real Academia de la Historia.

 

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El palacio de Callo, llamado de Pachuzala, ha sido visitado y descrito por viajeros muy célebres. Los académicos franceses en el siglo pasado; Humboldt, Jiménez de la Espada y Reiss en el presente.

Ulloa nos ha dejado una descripción y una lámina de aquel edificio en su Relación histórica del viaje a la América Meridional (Tomo primero, Parte primera, Libro sexto, Capítulo XI).

Humboldt, en sus Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, expuso varias consideraciones sobre el Palacio de Callo, con aquella elevación de miras, riqueza de erudición y criterio ilustrado, que distinguen al eminente sabio prusiano. Rectifica la descripción de Ulloa y sostiene decididamente que el edificio presenta todas las condiciones de un monumento incásico del tiempo de Huayna Capac. Nosotros tenemos como muy probable lo que afirmamos en la narración, a saber, que este palacio fue construido por los incas sobre el sitio, en que había existido antes un otro edificio trabajado por los scyris.

En el Congreso internacional de americanistas celebrado en Madrid el año de 1881 leyó el señor don Marcos Jiménez de la Espada una memoria sobre el Palacio de Callo, visitado y examinado por él en 1834. La memoria del señor Espada es corta, pero está llena de observaciones, según nuestro juicio, muy exactas y dignas de ser aceptadas por la crítica más severa. El informe del señor Espada va también acompañado de láminas y planos del edificio.

El año de 1873, con ocasión de sus viajes científicos practicados en las provincias de León y de Tungurahua, el señor W. Reis visitó las ruinas que aún se conservan del Palacio de Callo y estimuló al Gobierno ecuatoriano para que las declarara propiedad nacional y pusiera bajo la custodia del Estado. (Carta al Presidente del Ecuador dirigida por el doctor W. Reis sobre su viaje a las montañas de Iliniza y Corazón y especialmente sobre su ascensión al Cotopaxi, Quito, 1873, Imprenta nacional).

El edificio está ahora casi totalmente arruinado, y pronto se podrá decir de él, con toda verdad: Etiam periere ruinae.

El padre Velasco asegura que el palacio fue edificado por los scyris y renovado y ampliado por los incas. Cieza de León habla de él y lo llama Reales aposentos de Mulhaló; y el doctor Rocha, en su erudito tratado sobre el Origen de los indios, lo cita como obra de mérito y digna de atención: «Las piedras están colocadas unas sobre otras, con tal artificio que parece que están unidas sin raya ni juntura, que es cosa de maravilla». (Capítulo tercero, § 1.º).

Diremos dos palabras respecto del Panecillo de Callo.

Unos han sostenido que es un montículo artificial, trabajado a mano enteramente: otros dicen que es una colina natural, un levantamiento del terreno, producido por acción volcánica. Nosotros pensamos que es un túmulo y, por lo mismo, que ha sido fabricado de propósito, recogiendo tierra y piedras de la misma llanura, en la cual abundan materiales volcánicos. También pudiera ser un monumento religioso de los aborígenes, y, acaso, más antiguo que los scyris: nos inducen a hacer esta conjetura las razones siguientes. El Cotopaxi es una de las montañas más hermosas no sólo del Ecuador sino de toda la América, y, al mismo tiempo, uno de los más formidables volcanes del globo. Es para nosotros no solamente probable sino cierto que las primitivas tribus indígenas del Ecuador adoraban, como divinidades vivientes, a los grandes conos nevados de las cordilleras andinas. Los pobladores de todo el territorio que se extiende desde el nudo de Tiupullo hasta las llaneras de Huachi, adoraron, pues, indudablemente al Cotopaxi, como a una divinidad con sexo y con vida; según la manera de imaginar las cosas, tan propia de los indios. Por tanto, ¿será imposible que el Panecillo de Callo represente al volcán o tenga otro objeto religioso relacionado con él? Basta haber observado al cono gigantesco del Cotopaxi, tan regular, tan perfecto, unas veces blanco, brillante como plata bruñida, otras de color de oro resplandeciente o violado oscuro, según el modo como hieren la nieve los rayos del sol, para persuadirse de que no fue un objeto indiferente en la mitología de las antiguas tribus indígenas. ¿No quedarían éstas admiradas, cuando veían levantarse majestuosamente de la cima del volcán la columna compacta de humo? ¿cuando la veían derramarse por la atmósfera como vellones enormes de escarmenadas nubes? ¿No se llenarían de terror oyendo los espantosos bramidos de la montaña, que parecen sacudir en sus vastos cimientos de granito entrambas cordilleras? ¿Qué se imaginarían viendo las lenguas de fuego, las espantosas llamaradas que transforman al cono en una gigantesca hoguera? ¿qué, cuando el humo cambiaba en noche oscura la claridad del día? ¿qué, en fin, cuando lanzaba aquellos ríos caudalosísimos de cieno, de agua, de lava, que difundían por todas partes la muerte y la desolación?... Sin duda ninguna, las tribus indígenas adoraron al Cotopaxi como a una divinidad formidable, cuyas iras procuraban aplacar.

Aquella especie propagada por el padre Velasco, de que la primera erupción del Cotopaxi tuvo lugar en los últimos años de la dominación de Atahuallpa, es evidentemente errónea.

El historiador no conoció a fondo la tradición indígena, que era relativa no al Cotopaxi, sino al Tungurahua, como lo haremos ver en otro lugar, y equivocó los sucesos. Para convencerse de que el Cotopaxi estaba en actividad en tiempo de los scyris, basta notar que las piedras de que está edificado el palacio de Callo son arrojadas por el volcán, como ya lo observó Humboldt. Y este mismo palacio de Callo ¿qué era? ¿Era, en verdad, un palacio? ¿una mansión de posada? ¿No sería, tal vez, un edificio religioso? ¿acaso, un templo, un adoratorio destinado a prácticas religiosas?...

La altura del cerrillo es de unos ochenta metros, según la medida verificada por el barón de Humboldt. No está desnudo de vegetación sino en gran parte cubierto de haces de penca o cactus, que es la especie más abundante en toda aquella llanura. Ésta se extiende de norte a sur por algunas leguas a la base del volcán, y el Panecillo está al extremo setentrional en una situación muy bien elegida; pues allí, como el terreno se halla algo superior, las corrientes de lava en las grandes inundaciones no causan tanto estrago, como en el extremo opuesto.

Por otra parte, a nadie puede causar sorpresa ni parecer imposible que el Panecillo de Callo haya sido construido adrede artificialmente por los antiguos indígenas, que poblaban la provincia de León, si considera las colinas y eminencias levantadas con industria humana por pueblos y naciones antiguas en la misma América, como las pirámides de tierra tan numerosas en Chilicothe, en Portsmouth y en otros puntos del Estado del Ohio en la América del Norte. Véanse entra otros a:

Squier, Antigüedades del Estado de Nueva York, con un Suplemento sobre las antigüedades del Occidente. (En inglés.)

Nadaillac, La América prehistórica. (En francés.) Quizá algún día se podrá practicar en el Panecillo de Callo una excavación arqueológica dirigida por personas instruidas, y entonces se resolverá el enigma descubriendo si la colina es artificial o natural, si es un sepulcro o un monumento religioso.

 

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En el año de 1740 estaba todavía en pie el templo o adoratorio de Cayambi, pues Ulloa lo visitó y examinó detenidamente. En su Relación del viaje a la América Meridional, se halla una lámina que representa el edificio y la situación que ocupaba respecto del pueblo.

La forma era perfectamente circular, con una sola puerta no muy grande: las paredes estaban construidas de adobes duros y bien conservados, y tenían casi seis varas de altura y una vara y dos tercias de espesor: el diámetro menor era de diez y nueve varas, y la extensión total del área no bajaba de sesenta. Este templo estaba en una eminencia natural, hacia el Oriente de la llanura en que está edificado el pueblo actual de Cayambi.

En 1834 recorrió esos sitios monsieur W. Brandin y ya no encontró señal alguna ni vestigio del templo, como lo dice en una nota a la edición que, en 1837, hizo en París de la Historia antigua del Reino de Quito del padre Velasco.

También nosotros hemos estado en esos lugares y examinado despacio el punto, donde la tradición de los habitantes de Cayambi asegura que estuvo el adoratorio de los antiguos indígenas de la comarca, y no hemos encontrado señal alguna ni siquiera de ruinas. Averiguado el nombre de la eminencia, donde estuvo el adoratorio, hemos sido informados que se llama Puntachil, palabra que, según nuestro juicio, no pertenece al idioma de los quichuas.

Ulloa se equivoca manifiestamente cuando atribuye a los incas el adoratorio de Cayambi, pues la descripción que él mismo hace de las ruinas está indicando que aquel edificio se había levantado por gentes, cuyas prácticas religiosas eran muy diversas de las de los incas del Perú.

Del templo de Caranqui no se puede absolutamente formar ni el más ligero concepto, porque las ruinas que alcanzó a conocer Cieza de León fueron las del templo del Sol que levantó Huayna Capac, y no las del que tenían en aquel mismo sitio los caras.

Este templo de Caranqui fue saqueado por el conquistador Benalcázar, en su primera expedición exploradora hacia el norte de Quito: estaba todo él cubierto de láminas de plata, de las cuales fue despojado por los conquistadores, quienes, según la frase epigramática del historiador Gonzalo Fernández de Oviedo, desollaron devotamente las paredes del templo de las láminas de plata, a honra de San Bartolomé Apóstol.

Ulloa, Relación del viaje a la América meridional (Tomo segundo, Libro Sexto de la Primera parte, Capítulo XI, Lámina XVI.ª).

Cieza de León, Crónica del Perú (Primera parte, Capítulo XXXVII).

Oviedo, Historia general y natural de las Indias. «Desde allí pasaron a una ciudad que se llama Caiambe, e a otra que se dice Carangue, donde se halló una casa del sol, chapada de oro e plata por dentro e fuera, aunque pequeña; pero, a honor de Sanct Bartolomé, fue desollada presto». (Tomo cuarto, Parte tercera, Capítulo XIX del Libro 46).

De los cántaros de oro y de plata, que encontró Benalcázar en el Quinche, habla Herrera en sus Décadas de Indias (Década quinta, Libro sexto, Capítulo 59).

 

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Estas dos columnas construidas por los scyris en la puerta del templo del Sol, que habían levantado en la cima del Panecillo de Quito, pudieran darnos un indicio más, para rastrear el origen de los caras, y para considerarlos como de la misma raza de los carios o cares pobladores de las Antillas. Las dos columnas eran la representación del Sol y de la Luna entre las tribus caribes que habitaban a orillas del Atlántico, en la provincia de Santa Marta en Colombia, y había adoratorios, donde las dos columnas eran ellas mismas objeto de un culto especial. Pero éstas no pasarán de ser más que simples conjeturas, el valor histórico de cuyos fundamentos hay casos en los cuales tiene apenas probabilidad.

 

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Velasco, Historia del Reino de Quito (Historia antigua, Libros primero y segundo). Ésta es la mejor y también, rigurosamente hablando, la única fuente para la historia de los caras y de los scyris, antiguos dominadores del centro interandino de la actual República del Ecuador.

Respecto de los Quitos, el padre Velasco nos da una señal para rastrear el origen de ellos, diciendo que la lengua que hablaban carecía de la vocal o; pero ¿adónde nos conduciría semejante señal, si, guiados por ella, nos metiéramos en el oscuro dédalo de la filología americana? Una misma lengua puede ser pronunciada de modos muy diversos, según el organismo bocal y esa como música natural a que se habitúan los pueblos, merced a la influencia que ejerce sobre el hombre el medio ambiente, en que ha nacido y vive. ¿Quiénes juzgaron de la pronunciación de la vocal o de los quitos? ¿Fueron los scyris? Pero ¿cómo se podría formar idea clara de la pronunciación de éstos, habiendo sufrido tantos cambios y tantas modificaciones la nación? Tenemos, pues, como imposible para la ciencia filológica la resolución satisfactoria del problema relativo a la lengua que hablaban los quitos primitivos.

«Quizá la lengua antigua de las quiteños tendría afinidad con la de Panzaleo, o con la de Caranque y Otavalo. Por lengua antigua de los Quiteños entiendo la que ellos tenían antes de ser conquistados por los Sciras». Hervás, Catálogo de las lenguas (Tratado primero, Capítulo V).. En estas mismas palabras que acabamos de copiar del padre Hervás, se ve la instabilidad de la pronunciación de ciertas vocales en una y la misma lengua, hablada y (lo que es más todavía) escrita en una nación civilizada. Aun hoy mismo se oye decir Caranque y Caranqui: ¿los que pronuncian del primer modo carecerán de la vocal i; y los que del segundo, ¿no tendrán la e?...

El Panzaleo, de que habla Hervás, es el distrito del actual cantón de Machachi.

 

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Información sobre los usos, ritos y costumbres de los Puruhaes. El autor es un religioso franciscano apellidado el padre Paz Maldonado, el cual fue cura del pueblo de San Andrés, cercano a Riobamba, en la actual provincia del Chimborazo. La información o relación no tiene fecha, pero se la puede fijar aproximadamente de 1530 a 1590, poco más o menos, pues fue hecha por encargo del licenciado Auncibay, Oidor de la Real Audiencia de Quito. Se conserva inédita en el archivo de Indias en Sevilla.