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Juan Martínez Villergas, poesía y sátira de costumbres

Dolores Thion Soriano-Molla





Aunque la extraordinaria trayectoria del vallisoletano Juan Martínez Villergas (1817-1894), y extraordinaria por ser carácter atípica, contendiente, desinhibida, liberal, viajera, política y periodística, fuese cortapisa para el desarrollo de una producción literaria dentro del paradigma romántico canónico, el carácter crítico, polemista, irreverente e independiente de este autodidacta, pero también su gran perspicacidad y mucho humor, orientaron su quehacer hacia la poesía de corte popular y festiva, entre otros modelos y géneros. Juan Martínez Villergas fue vertiendo en variadas estrofas y versos una mirada crítica sobre la sociedad, sus vicios, sus usos y sus costumbres siguiendo la tradición de la sátira española, la cual, había conocido un importante auge durante el siglo XVIII.

A la figura de Juan Martínez Villergas ya se le han dedicado algunos estudios. La mayoría se han centrado sobre todo en la reconstrucción de su azarosa biografía, agitada por su republicanismo liberal que le llevó al exilio y a la cárcel en numerosas ocasiones. Los trabajos sobre literatura han versado en su visión del Romanticismo y en sus sátiras literarias sobre escritores coetáneos (Álvarez Barrientos, García Tarancón, García Castañeda). Nuestro propósito ahora reside en estudiar algunos aspectos sobre Villergas como epigramista costumbrista, centrándonos en los textos recogidos en su última antología, Poesías Selectas, publicada en La Habana, en 1885.

El marco periodístico en que las poesías de Juan Martínez Villergas vieron la luz fue un estimulante acicate para la creación a lo largo de su vida, marcada por el ritmo constante de publicación de las mismas, pero en especial por el carácter satírico de la mayoría de las revistas y periódicos que fundó en España, en Cuba, en Méjico, en Argentina y en Perú (Alonso, Barrantes, Gaviria, Ortega). De hecho, las poesías que él mismo recogió en antologías fueron, según sus declaraciones, las que aparecieron en cabeceras de fácil acceso, ya que otras muchas, explicaba el poeta, quedaron desperdigadas y olvidadas en las efímeras y volanderas páginas de los distintos periódicos en los que fue colaborando o que él mismo creó. Esas antologías gozaron de relativo éxito puesto que de ellos se conocen diferentes ediciones, algunas aumentadas y revisadas. Es lo que ocurre en sus ediciones madrileñas de Poesías jocosas y satíricas (1842, en edición aumentada en 1847); y de Los siete pecados capitales (1856 y 1857). Diez años después, en La Habana, bajo el mismo título Villergas volvió a publicar un volumen de Poesías jocosas y satíricas, aunque en él varía las selecciones de poemas. También en la capital cubana salieron a la luz sus dos tomos de Poesías Selectas, en 1885, compuestos con una selección de poemas de los títulos anteriores y otros versos publicados en la prensa cubana.

Poesías Selectas fue compuesta por iniciativa y bajo el patrocinio del Casino Español de La Habana, como homenaje a Martínez Villergas, que de 1857 a 1889 había realizado nueve viajes a Cuba y había residido en la isla catorce años de su vida. El Casino pretendía además con estos dos volúmenes hacer frente a las dificultades económicas en las que vivía el escritor. Por ser una antología que él mismo preparó y a pesar de que fuese echando mano de las composiciones en aquellos momentos y a su disposición en La Habana, encarna en cierto modo el legado que él quiso que le trascendiese al final de su trayectoria.

En esta antología el polígrafo seleccionó «cuanto en cerca de medio siglo he publicado en reglones desiguales, que es lo que por poesía suele tomarse; y por otra, la de encontrar en ello algo que digno me parezca de la protección del patriótico instituto» (Villergas, Poesías escogidas, XI). En La Habana de 1885 era difícil hacer abstracción de composiciones circunstanciales, pero no obstante, salvo algunas poesías relativas a la llegada de legiones y tropas españolas a Cuba, estos volúmenes recogen las composiciones menos circunstanciales y más universales de la obra de Martínez Villergas. La selección está ordenada cronológicamente. En ella se recoge un espectro variado de composiciones poéticas, entre las que cabe recordar letrillas, romances, epigramas y odas, incluso aquellas de asuntos baladíes como la conocida Oda a las patatas1.




El sátiro Villergas, fustigat mores en poesía breve

Juan Martínez Villergas había compuesto gran parte de las poesías breves compiladas en Poesías Selectas muchos años atrás, para las páginas de periódicos y revistas como el Semanario Pintoresco Español, La Linterna, La Nube, El Fandango, Dómine Lucas, El Burro, El Tío Camorra, Don Circunstancias, etc. Por lo tanto, están estrechamente vinculadas a un momento de solaz durante la lectura del periódico y de entretenimiento, en la línea de los pioneros Adisson y Steel y de otros románticos y epigramistas españoles, entre los que caben recordar los nombres de José Joaquín de Mora, de Modesto Lafuente, de José Somoza, de Ayguals de Izco o de Martínez de Rosa entre tantos otros. Años después Martínez Villergas reconoció haber pagado tributo de manera ciega e irreflexiva:

«[...] a las preocupaciones, no ya del dominante romanticismo, sino de la degeneración de esa escuela, consistentes en suponer que el desenfreno, tanto en las ideas como en la manera de expresarlas, era indicio seguro de lo que entonces se ha llamado genio.

Así era que muchos quedábamos contentísimos cada vez que, como muestra de recomendable originalidad, soltábamos una extravagancia, sobre todo si, al vestirla, sabíamos prescindir absolutamente de las reglas del arte, para presentarla con todo el desaliño posible.

No había, por consiguiente, nada tan fácil como aparentar genio en aquella época, de la cual quedan algunos resabios sin duda».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, XII-XIII)                


Para ese momento de entretenimiento y genialidad provocadora, Villergas optó durante su carrera de escritor por lo festivo y en verso. En nuestra sociedad, lo festivo es sinónimo de ligero, con lo cual se suele sobrentender, fácil, sencillo, descuidado e incluso ramplón. La chispa, la gracia, la agilidad son rasgos asociados a la cultura popular y, en consecuencia, relacionadas con el vulgo, con la incultura y con la improvisación aun cuando conlleven trabajo y formen parte de nuestra tradición cultural. De hecho, Villergas se jactaba de que le despreciasen los literatos célebres, pero que su obra fuese bien acogida por un público popular, lo cual, justificaba las reediciones de sus antologías poéticas. Podría pensarse que semejantes reacciones nacieron tan solo de su falta de formación y de erudición. Cierto es que él sentía la necesidad de dar cuenta de su capacidad de trabajo y de los esfuerzos que él había tenido que hacer por no haber contado con la ayuda de nadie, «sin libros ni maestros» (Martínez Villergas, Poesías jocosas y satíricas, 2, VII), pero también provenían de la necesidad de afirmación de su genio personal al que aludía en la cita anterior. La formación literaria la adquirió con el tiempo y con la madurez, como también el juicio autocrítico, y con ambas, la autocensura de producciones, que «sin ninguna excusa piden por el esmero con que aparecen escritas, no la merecen por la enseñanza literaria que difunden» (Martínez Villergas, Poesías Selectas, II, 338), de lo cual es testimonio la antología objeto de nuestro estudio.

La expresión que busca la risa o la sonrisa encierra no obstante una visión de mundo pertinaz y, la perspectiva crítica que se suele adoptar con humor, bien se sabe, puede ser desde un punto de vista comunicativo, altamente productiva y eficaz cuando se pretende denunciar, fustigar y corregir. Fastigat mores, podría ser la divisa de las composiciones poéticas de Juan Martínez Villergas, aun cuando no siempre estén escritas con intenciones ejemplarizantes o admonitorias.

«¿Qué es la risa?», preguntaba retóricamente Villergas cuando salió a la luz la homónima revista, La Risa, enciclopedia de extravagancias (Martínez Villergas, 2-IV-1893). Aunque declaraba no saber definirlo, por aproximación lo describía como uno de los sentimientos más comunes y compartidos, «producto de la ridiculez, de la simpleza y de la locura de los mortales» y tras inventariar los más diversos tipos de risa, sus variaciones y formas, lapidario y sentencioso definía la risa como «un sentimiento natural producido por la impresión de los objetos» (Martínez Villergas, 2-IV-1893). Ahora bien, en el ámbito social, lo risible sobrepasa esa reacción sensible para convertirse en actitud, en modo de ser y estar románticos en el seno de la colectividad. «Para que la mitad del mundo se ría, es necesario que la otra mitad haga la víctima», insistía Villergas recogiendo el manido tópico (Martínez Villergas, 2-IV-1893). Él se ubicaba entre las víctimas «que menos tienen que agradecer al mundo» (Martínez Villergas, 2-IV-1893), y sin embargo el mundo entero era para él su víctima: «Medio mundo se ríe / del otro medio; / y yo solo me río / del mundo entero» (Martínez Villergas, 2-IV-1893). Adoptaba por lo tanto la pose distanciada y superior que convierte a la víctima en verdugo, en este caso, porque el poeta encuentra la suficiente fuerza personal para autoafirmarse, como refleja su propio testimonio:

«[...] no soy rana, no se me pone así como quiera la ceniza en la frente, que no me aguanto sin decir esta boca es mía, que podrá torcerme un brazo quien pueda más que yo, pero no será porque yo le dé mi brazo a torcer, y finalmente


Que si el mundo furibundo
porque de mi ser se ría
muestra valor sin segundo,
no será en mi cobardía
reírme de todo el mundo».


(Martínez Villergas, 2-IV-1893)                


Con su libertad de palabra, lo risible es utilizado durante gran parte de su existencia en forma de burla irónica y cruel, de ensañado sarcasmo. Precisamente esa acritud, esa mordacidad despiadada molestaba, pero ante ella se gracejaba el escritor en su letrilla:


Gente hay poco recatada
que se lamenta no obstante
de mi pluma descarada
Porque más de que salada
La tachan de muy picante
Y hoy contra tales hipócritas
Pienso hacer una letrilla
Punto menos que guindilla.


(Martínez Villergas, Poesías jocosas y satíricas, 2, 252-255)                


La actitud que adopta Martínez Villergas y el tono insolente propio del sátiro irreverente, independiente y malévolo, contribuye a configurar su propio personaje literario. Aunque en las biografías que sobre él se han escrito, esta es la imagen que se repite de manera recurrente -tal vez porque se suelen citar sucesivamente las mismas fuentes-, ahora es imposible distanciar la íntima realidad de la pose literaria. Por otra parte, el temperamento huraño o el carácter a la auto-marginalización, ya sean connaturales o artificiosos, no son suficientes para justificar una atracción exclusiva por la sátira ni tampoco sirven de criterio valorativo del conjunto de su obra, como en ocasiones se ha venido haciendo (García Tarancón).

Villergas encarnó el modelo de sátiro fustigador, bruto y justiciero y utilizó la pluma como arma durante gran parte de su vida, sobre todo en asuntos políticos y literarios, en tanto que republicano liberal, condenado, encarcelado y exiliado. Célebres fueron sus bravatadas en contra de González Bravo, de Narváez, de la Monarquía, de Sarmiento, contra la reina Cristina, el rey Fernando, pero también, en contra de los trasnochados neoclásicos y de los románticos que lo menospreciaron. Ahora bien, cuando la fuente de inspiración o el blanco de su ataque no es una personalidad concreta, sino los tipos, los usos y los comportamientos domésticos y sociales, la pluma de Villergas pierde su carácter invectivo y brutal para perseguir la sonrisa amable. Hace uso entonces de la inesperada ocurrencia, de la gracia y del chiste, aun cuando exprese sus propias verdades en asuntos de sociales, morales y religiosos. Villergas era «temido por los de arriba», pero «adorado por los de abajo» (Gómez Villaboa, 9-10), por sus chistosos versos y sus ideas democráticas, que responden a la adscripción social -o romántico sociales- de sus creaciones, a sus sueños utópicos de una sociedad mejor. Ya en 1842, en la reseña que apareció en Semanario Pintoresco Español sobre Poesías jocosas y satíricas indicaba el periodista M. que en la época «de contradicción, de incertidumbre y de antítesis» (M., 11-IX-1842) en la que vivían, existía un profundo desfase entre las costumbres y las doctrinas:

«[...] con qué risa ¡de todo lo que se le pone por delante!; remontándose solo á ilusiones tangibles y aun manducables; materializando todas las ideas, y encarnándolas á veces basta con la fe de bautismo de los que las tienen; tratando al amor con cierto aire de campaña y no viendo en la mujer un esqueleto carcomido, ni una víctima adornada para el sacrificio, sino una cosa buena que se vende, que se come, y que sabe bien.

También la echa á veces nuestro poeta de genio no comprendido, y la emprende con la sociedad, ó lo que él mira en ella á su manera un si es no es brusca y revoltosa. Ministros y magnates, maridos, madres, cesantes y postulantes, yentes y vinientes, príncipes y princesas, todo es blanco de sus dardos certeros, y es preciso confesar que, salva la intención, maneja con gracia la banderilla».


(M., 11-IX-1842)                


Su actitud era de indignación ante los vicios y defectos de la sociedad, pero a diferencia del sátiro cínico, a la hora de convertir en asunto literario el tipo y la costumbre, quiso provocar la risa jovial o la burla amable antes que la acerba virulencia, en unas poesías ligeras, sencillas y musicales, pero de contenidos acertados y reales. La chanza y la risa constituyen así su actitud vital:


Lágrimas fuera, cese el pesar,
Ríete Pedro, que esto es vivir,
Quien mal te quiere te hará llorar;
Quien bien te quiere te hará reír.


(Martínez Villergas, Colección escogida de artículos literarios, 298)                


Puesto que su lector es principalmente el vulgo, sus versos son populares por su sencillez o sencillos para ser populares, poco importa. Tuvo la clarividencia de comunicar con el lector y oyente iletrado del periódico2, aun cuando estaba convencido de que «en composiciones cortas puede haber toda la crítica necesaria para corregir los defectos de la sociedad, ni el lector saca tanto fruto de ellas, ni son para él de tanto valor como una obra dónde el escritor tiene más libertad y más extensión para explanar sus pensamientos» (Martínez Villergas, El cancionero del pueblo VII). No obstante y aunque no lo desarrollase, Villergas era consciente de la eficacia comunicativa de sus octosílabos de corte popular. Valoraba la capacidad poética del pueblo español, su tendencia a la expresividad metafórica y su habilidad para hacer composiciones sentidas y sentenciosas, «ricas de filosofía y de inspiración, imprimiendo a todos sus versos el sello de la espontaneidad, o lo que es lo mismo, ocultando el esfuerzo mental o artístico, que es el escollo de los grandes ingenios del mundo» (Martínez Villergas, Colección escogida de artículos literarios, 296).

En su Juicio crítico de los poetas españoles contemporáneos reivindicaba precisamente la tradición poética española frente a las influyentes modas francesas3 y justipreciaba el acervo popular, de cuyo saber hacía acopio como modelo de inspiración y de imitación: «Yo creo que el vulgo inventa y el poeta no hace más que pintar. El vulgo sería un excelente retratista, su poseyera el secreto del colorido» (Martínez Villergas, Juicio crítico de los poetas..., 167). Villergas, en consecuencia, se puede identificar perfectamente con ese poeta popular y costumbrista, del vulgo y vulgar en el sentido primero del término, porque bebe de las fuentes de la vida inmediata, en el «libro del mundo», «el primero y más voluminoso, y más verdadero, y más ameno, y más sublime, y más detallado, y más inteligible de todos los libros» (Martínez Villergas, Colección escogida de artículos literarios, 295).

En sus versos, Villergas recurría a la imitación verosímil, a los temas de actualidad, buscaba la claridad, el orden y la llaneza en la expresión, siguiendo los pasos de Bretón de los Herreros4. Tras observar la realidad, cotidiana e inmediata, el polígrafo vallisoletano lograba extractar aquel cúmulo de generalidades, destilar el rasgo singular y caracterizador, o en otras palabras, el rasgo único o esencial -el que un verso puede contener- para pintar en escueto trazo la mala costumbre, la picardía, la doblez, el vicio, el defecto y el tipo con el que se identifican cualquier tipo de gente, sin gran distinción social. Algunas composiciones son, sin embargo, condenatorias y correctivas, lo cómico instrumenta la risa deliberadamente, incluyendo entonces, una moral silenciada, pero no por ello ausente. Para Villergas era importante transmitir el chiste ingenioso y la gracia oportuna pero también su visión filantrópica de la sociedad; contribuir a crear una conciencia crítica que acercase, como se apuntaba en la reseña del Semanario pintoresco antes citada, el individuo a la realidad social, que le indujese a poner en tela de juicio su presente y que defendiese sus aspiraciones e intereses en aras de una sociedad de bienestar, más justa y más libre. A imagen de Larra y Quintana, a quienes Villergas admiraba, otorgó a la literatura funciones sociales, educativas y morales para que fuese expresión de su tiempo y «para que este hecho tuviera los efectos deseados era necesario reclamar en toda actividad literaria dos principios fundamentales: libertad y verdad» (García Tarancón, 293). Villergas antepuso la verdad, la idea y el contenido a la belleza formal. Ahora bien, puesto que la expresión, para él tenía que ser asimismo audaz e ingeniosa, el epigrama fue una de las formas métricas que con mayor facilidad cultivó y que más recogió en Poesías Selectas.




Poesías Selectas, La Habana 1885: Acerca de los epigramas

En 1885, cuando Martínez Villergas preparó Poesías Selectas vivía ya al margen de las diatribas literarias y de las luchas políticas, lo que le indujo a desechar las poesías de tipo circunstancial y de tema político y literario, en particular, invectivas y ataques personales que habían ido transitando por sus diferentes antologías. Lejos de las circunstancias que vieron nacer muchas de sus poesías, voluntariamente las depuró para aquella edición conmemorativa. Como él explicaba:

«En esta edición faltan muchas de mis poesías, quizás más de las nueve décimas partes de la que he dado a luz durante mi larga vida; pero no lo sienta el lector, porque si poco valen las que aquí se han incluido, más negativo, por regla general es el mérito de las que faltan; pues lo mismo a mí que a todos los que escriben demasiado es aplicable aquel epigrama que dice:


Los diez tomos, vive Dios,
Que ha publicado Quirós,
Con notas y suplementos,
Como los Diez Mandamientos,
Pueden reducirse a dos».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 337)                


Las que salvó en su testamento literario fueron sus colecciones de epigramas de temas variados, compuestos durante toda su trayectoria, a excepción de aquellos que eran sátiras personales que no incluyó. Además los revisó: modificó palabras y versos, ajustó la puntuación, suavizó el embate y moderó el tono.

Componen este corpus 258 poemas reunidos bajo el lema de epigramas al final del primer tomo. En general, la crítica suele admitir que fue el género en el que más destacó el escritor, pese a la dificultad que la brevedad de dicha composición exige y aun cuando ofrezca total libertad creativa por no ser una forma poética canónica.

Si a Villergas le interesaba el epigrama era, como rezaba la preceptiva, por la expresión de un pensamiento con gracia y con sencillez, con naturalidad y facilidad. Para él, Quevedo entre los clásicos; Modesto Lafuente, Bretón de los Herreros entre sus contemporáneos, eran excelentes poetas epigramáticos. Su concepción del epigrama es la de una sátira en miniatura, pues comparte con ella ideas y sentimientos de tipo medio y vulgar. Por su carácter sucinto, el epigrama, más próximo al arte del ingenio, es forzosamente sustancial, contundente y lapidario.

La precisión y agudeza del pensamiento expresado requiere que solo se trate un asunto mínimo, depurado y concentrado, lo cual, favorece el proceso de generalización y síntesis de la realidad inmediata, propia del costumbrismo, observada bajo una perspectiva risible:


¿Juez de Derecho un gibado?
Pues bastante hemos hablado.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 249)                


Villergas, siguiendo la tradición epigramática, estructuraba sus composiciones en dos partes, con sucinto desarrollo o exposición de ideas que a su vez sugieren ideas, sentimientos, pensamientos nuevos e inesperados, los cuales sorprenden y agradan al lector. El lector es el que ha de desentrañar y redondear el significado, en la línea tradicional de Marcial, como si de una adivinanza o un enigma se tratara:


Mostrando un duro, un impío
Avaro, á quien Dios confunda,
Dije: «¿Es de Isabel Segunda?».
Y respondió: «No, que es mío».


(Martínez Villergas. Poesías Selectas, I, 251)                



Aquí vive Don Andrés;
Aquel que con tanta gloria
Anda enseñando el francés,
La gramática; la historia...
Y los dedos de los pies.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 304-305)                


Pensaba Villergas que las historietas y anécdotas vulgares fruto de la observación quedaban engalanadas por la imaginación y la versificación. Reflexionaba intuitivamente en términos de desvío y sorpresa, porque, a su decir, tras el cincel del poeta, estos materiales «producen en todos nosotros una sensación extraña y deleitable; es la sensación de la novedad» (Martínez Villergas, Colección escogida de artículos literarios, 295), al reconocer algo de la cotidianidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el célebre caso del comportamiento de los comensales en la típica y costumbrista cena:


Varias personas cenaban
con afán desordenado,
y a una tajada miraban,
que, habiendo sola quedado,
por cortedad respetaban.
Uno la luz apagó,
para atraparla con modos;
su mano al plato llevó,
y halló... las manos de todos
pero la tajada, no.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 234)                


La dificultad que lleva el pensamiento epigramático reside en la enunciación a la vez sencilla, sorprendente por tangencial e inesperada, en el ritmo rápido con el que poeta y lector han de avanzar en el desentrañamiento para que el ingenio surta efecto:


«¡Cómo! (le dije a Macías)
¿Aún no has leído de Homero
Las egregias poesías?».
Y me contestó altanero:
«¿Leyó él acaso las mías?».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 298)                



Trifón supo, á toda luz
Robando, juntar buen pico;
Sus méritos de... hombre rico
Valiéronle una Gran Cruz.
Y así la maledicencia
Sostiene que fue Trifón
«Excelencia -por ladrón-»
Tras «ladrón por excelencia».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 309)                


Aunque preceptivamente el epigrama carezca de forma métrica específica, Villergas cultivó la redondilla cruzada, la cuarteta, la quintilla simple y doble y la décima, entre otras formas que él mismo agrupó en este epígrafe de difícil clasificación. En ellas alaba la virtud, censura el vicio, denuncia lo ridículo, castiga lo necio, la hipocresía, la avaricia, la altanería, la gula, la envidia... pero también males y corrupciones sociales, tales como la miseria, el robo, la estafa, el afán de lucro, el abuso, deseo de medrar, la falsa religiosidad, el alcohol, la moral sexual y las hipocresía en las costumbres, entre tantos vicios y defectos humanos, para mostrar las dobleces del hombre y para denunciar la sociedad corrompida (Martínez Sarrión, 36):


Desde que Antonio quebró,
en la miseria se ve;
También quebró Bernabé,
y millonario quedó.
No en vano autores selectos
sostienen, con noble afán,
que las mismas causas dan
siempre los mismos efectos.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 301)                



A una cátedra Simón
Hace oposición, y creo
Que colmará su ambición
Pues no es el primer empleo
que pesca la oposición.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 254)                


Villergas hizo alarde de cierto anticlericalismo, con chanzas sobre aspectos interpretaciones de la doctrina y prácticas religiosas: mandamientos, confesión o como en el siguiente:


A la bella Marcelina,
Que era sorda como un cesto,
Un confesor indigesto
Preguntaba la doctrina,
Y dijo: «¿Cuál es el sexto?».
Ella creyendo escuchar:
«¿Quién es Dios Omnipotente?»,
Contestó sin vacilar:
«La cosa más excelente
que se puede imaginar».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 258)                


Uno de los temas dominantes es la mujer y todos los tópicos sociales y morales que la han definido tradicionalmente en la sociedad española en torno al matrimonio, a la moral sexual, al gasto económico, la coquetería, la seducción... Anotaba el crítico que bajo M. se ocultaba en el Semanario Pintoresco español, que Villergas planteaba el tema del «amor con cierto aire de campaña y no viendo en la mujer un esqueleto carcomido, ni una víctima adornada para el sacrificio, sino una cosa buena que se vende, que se come, y que sabe bien». Numerosos epigramas versan sobre costumbres y usos amorosos, presentadas con naturalidad al margen de los códigos religiosos y morales:



Habrá doncella lombriz,
que no se queje aunque ajeno
se le atribuya un desliz;
quejárase la infeliz
de que no se lo hagan bueno.

Siempre soltero Vicente
Soñaba que se casaba;
Y aunque lo hizo felizmente
Cuentan que al día siguiente
Soñó que se divorciaba.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 247)                


Como se ha podido ir observando en los epigramas hasta ahora citados, los tipos son esquemáticos pero significativos. Responden a estatus profesionales, oficios y funciones, regionalismos, locativos fáciles de reconocer, todos perfilados por un comportamiento tópico: la monarquía, la beata, el sacristán, el clérigo, el banquero, el periodista, el estudiante, el ministro, el comerciante, el vendedor, el estafador. Los onomásticos son de raigambre popular: Tomasa, Baltasar, Paca, Anacleta, Pilar, Isabel, o mesocrática, diferenciados en general por el título de don y doña.

En el paradigma de Villegas predomina el tipo del listo -se supone en muchas ocasiones el lector que ha de descifrar- frente al tonto y sobre todo, el tonto-pillo y el falso inocentón o el hipócrita:


La beata santurrona
que en el entresuelo habita,
tiene, según malas lenguas,
el amante en las buhardillas.
Y dice: «Tanto me embargan
las atenciones divinas,
que paso días y noches
entregada al que está arriba».


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 244)                


El epigrama de Villergas es versátil, veloz, sorprendente, ofrece contraste de luces y sombras en de tono conversacional. Usa lengua ágil y viva, con registros de vocabulario estándar y popular:


Viendo un entierro, el caribe,
de un centinela inexperto,
gritó a lo lejos: ¿Quién vive!
Y contestaron: ¡Un muerto!


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 246)                


Utiliza la rima consonante, que marca el ritmo de timbre con mayor vehemencia castellano, o asonante en versos en general agudos:


Desde que Antonio quebró,
en la miseria se ve;
También quebró Bernabé,
y millonario quedó.
No en vano autores selectos
sostienen, con noble afán,
que las mismas causas dan
siempre los mismos efectos.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 301)                


Resume a veces caricaturas que distorsionan a los personajes, exagerando grotescamente los rasgos físicos y gusta de la «confusión de los reinos de la naturaleza: mineral, vegetal, animal y humano» (Martínez Sarrión, 27) a imagen de Quevedo, resaltando rasgos físicos, malformaciones, defectos de alguna persona, animalizaciones, entroncando con lo grotesco y el humor negro:


Tu tez, Jeroma, es carcoma,
No tienes dientes ni muelas.
Eres calva, tuerta y roma
Y hoy te han salido viruelas;
¡Buena quedarás, Jeroma!


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 245)                


Villergas solía recurrir a dicha estrategia en los epitafios dedicados sobre todo a la política y a la Monarquía.


Hablando con maestría
De las formas de gobierno
Un fabulista moderno,
Defiende la monarquía.
Rasgos muy originales
Tiene el ingenioso autor;
Pero ninguno mejor
Que ponerla entre animales.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 241)                



Tanto quisieron tirar
Del coche del rey Fernando
Los realistas de un lugar,
Que segura de volcar
Iba la reina temblando.
«¡Alto!» Fernando exclamó;
Mas, como iban desbocados
Y nadie le obedeció,
Gritóles con rabia: «¡Soooo!».
Y se quedaron clavados.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 256)                


Villergas no siempre hizo alarde de gran creatividad, pues en muchos casos recurre a juegos sencillos de palabras, a expresiones y a refranes, que tradicionalmente se han considerado recursos facilones para los epigramas. No obstante, hay que tener en cuenta que encerrar una costumbre o un tipo en los breves octosílabos de una estrofa corta no es tarea fácil. Esas estrategias favorecieron la comunicación sencilla con el lector, pero sobre todo, con el auditorio vulgar de tertulias y gabinetes de prensa.

Por otra parte, la síntesis del epigrama, a pesar de proponer observaciones inmediatas, tiende de manera natural a la universalización, sobre todo cuando los pocos referentes que el poeta proporciona pueden, por su carácter general, superar las barreras de su presente y depurar una observación que de localista pasa, en otros tiempos y en otros espacios, a adquirir nuevos significados. Obsérvense las claves de desentrañamiento que este epigrama, escrito en torno a 1847, ofrece para un lector de un siglo después, cuya enciclopedia personal ya no es la misma:


Sierra y Franco, un eminente
Puesto se disputan; pero...
Se lo llevará el primero,
A juzgar por lo siguiente:
Méritos que alega Franco:
Muchas acciones... de guerra.
Méritos que tiene Sierra:
Muchas acciones... del Banco.


(Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, 296)                


No fue la poesía -y menos aún breve- el género por excelencia del costumbrismo porque poco se prestaban el marco estrecho de las estrofas a la pintura de costumbres inmediatas. Ahora bien en ese ejercicio de plasmar lo inmediato por el que Villergas y otros románticos optaron desde la risa, como manera de estar en el mundo y, incluso a riesgo de ser el «hazme reír o la irrisión de todo el mundo» (Martínez Villergas, Poesías Selectas, I, XI), consiguieron que muchas de sus creaciones pudieran perfectamente trascenderles. Precisamente e intuitivamente lo percibió Villergas cuando compuso sus Poesías Selectas, el epigrama destila la costumbre local en esencia humana y universal. No siempre es cuestión de tiempo, sino grado de referencialidad y vigencia de la misma. Muestra de ello es, el ejemplo que nos ofrece el epigrama siguiente, que como licencia tomamos de otras fuentes de Villergas, para cerrar este trabajo dada la actualidad de sus resonancias tan actuales ciento sesenta años después de haber visto la luz:


No ha habido este año furor
Por enterrar la sardina...
En julio se hizo mejor,
La sardina fue Cristina
y el pueblo el enterrador.


(El Látigo, 1854)                







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