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ArribaAbajoCanto Cuarto

59-primera línea del sumario:

[...] en la fuerza de Tucapel [...]


El poeta había aclarado antes el significado de fuerza en tal acepción, cuando dijo (8-3-1):


Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden [...]


Fuerza por fuerte o fortaleza se decía antaño.

«[...] estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen [...]». Cervantes, El amante liberal, Colec. Rivad., t. I, p. 129.


Rompiendo fuertes fuerzas, palizadas,
con obras muy heroicas y afamadas.


Barco Centenera, La Argentina, hoja 41.                




60-5-2:


Dejaré de tratar de sinrazones [...]


Con esta voz sinrazones, que vale la «acción hecha contra justicia y fuera de lo razonable o debido», alude Ercilla, de manera más o menos velada, pero que no puede pasar inadvertida para quien conoce la historia de su vida, al agravio que le hizo don García Hurtado de Mendoza al condenarle a muerte en un arrebato de cólera y de soberbia. Los conceptos del poeta contenidos en las dos estrofas precedentes, al par que nadie ha parado mientes en ellos, son de grandísimo valor para juzgar aquel incidente. ¡Cuánta amargura encierran en el fondo, y cuánta confianza en el juicio que había de merecer a la posteridad la conducta del joven cuanto atolondrado gobernador!



61-2-4; 65-2-7:


Diego García Herrero el arriscado [...]



Hacen de sus personas arriscadas
de esfuerzo y fuerza pruebas señaladas.


Y en el Canto XXXVI (582-5-4):


Gente gallarda, brava y arriscada [...]


«Arriscar, ponerse a gran peligro. Está tomada la metáfora del que por los riscos anda buscando la caza, porque va a condición de precipitarse. Arriscado, el atrevido en casos peligrosos». Covarrubias.

El Diccionario de Autoridades trae, entre las que invoca en apoyo de esta voz, el segundo de los versos que citamos, dándolo como participio pasivo de arriscar y luego como sustantivo; cree que es aceptable la opinión de Covarrubias respecto a su etimología, o que bien pudo venir del verbo arriesgar sincopado, mudada la g en c, y suprimida la e.

Voz que fue vulgar en escritores de los siglos XVI y XVII.

Laso de la Vega, Cortés valeroso (hojas 9 v. y 12):


Era Fernán Cortés de ilustre gente [...]
arriscado, sagaz, diestro y valiente [...]



Velázquez, Escobar, llamado el Viejo,
por arriscado, plático y severo [...]


Villagra, Conquista de la Nueva México (hojas 193 v. y 219 v.):


En esto, Chontal, bárbaro arriscado [...]



Gicombo se arriscó con otros muchos [...]


También usó Oña este adjetivo (IV, 95; XVIII, 484):


Acometer empresa no esperada
ni menos que difícil arriscada.


Ponerse a duros trances arriscados.


Y el P. Ovalle (329, 362): «[...] que pareció temeridad [...] emprender hazañas tan arduas que pudieran parecer imposibles al ánimo más arriscado [...]». «[...] con no menos aliento y osadía que el más arriscado soldado de los suyos».

Corresponde en un todo, como se ve, a nuestro arriesgado.



61-2-6:


(Con el cual es el número acabado) [...]


Acabado está tomado en el sentido de completo, esto es, aquí se acaba la cuenta.

Es curioso que el léxico no traiga en acabado la acepción primera y principal de «poner o dar fin a una cosa» que da al verbo acabar.



61-3-2:


A verse con Valdivia en el concierto [...]


Alude el poeta a lo que había dicho antes (38-3-1, 2):


Tenía con la Imperial concierto hecho
que alguna gente armada le enviase [...]


Hay, evidentemente, una elipsis en a verse en el concierto, subentendiéndose conforme a lo acordado.

  —230→  

Concierto vale aquí lo que ajuste, pacto, convenio, tal como en este ejemplo de Don Quijote (V, 272): «[...] y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor [...]».



61-3-6:


Y en el más alto asiento y descubierto [...]


Descubierto, que vale aquí despejado, desde donde se podía tender la vista sin nada que la estorbase, acepción ya notada por Cuervo en su Diccionario y que corrobora con este ejemplo de Lope:


Soberbias torres, altos edificios,
que ya cubristes siete excelsos montes,
y agora en descubiertos horizontes
apenas de haber sido dais indicios.




61-5-4; 184-5-6:


Antes que del peligro se advirtiesen [...]



Antes que los cristianos se advirtiesen [...]


Notaremos que en las dos ediciones madrileñas de 1578 se escribió advertiesen, acercándose a la conjugación regular de ese verbo.

«Advertirse, v. r. ant. Recapacitar, caer en la cuenta». (Dic. de la Acad., 6.ª ed., 1822).

«Advertirse, r. ant. Recapacitar, caer en la cuenta». (Dic. Enciclop. de la lengua cast., de Zerolo, 1900), quien justifica su definición con el segundo ejemplo de Ercilla; tomando, seguramente, una y otra cosa de Cuervo, quien añade en comprobación de tal uso, este pasaje de El Bernardo de Valbuena (Canto XX):


Y así, antes de advertirse del suceso,
sin pensar que lo estaba, se halló preso.




62-1-1:


Los catorce españoles abajaban [...]


Salvá en su Gramática, p. 335, da al verbo abajar como anticuado, y Cuervo en su Diccionario, t. I, p. 830, dice que «el empleo de abajar pasaría hoy por arcaico». Cierto es que en el verso de Ercilla en que le vemos empleado, sonaría mejor bajar; pero esto no quita que abajar tenga en ocasiones un sentido mucho más expresivo, que no se suple con el bajar. Nótese, v. gr., la elegancia y la fuerza que tiene en este ejemplo de Cervantes: «Abajarse las montañas para darle acogida». Don Quijote, P. I, cap. XLII, y como este, muchos otros que pudiéramos citar.

Ercilla ha usado de abajar, fuera del verso citado, en otros cuatro (115-3-1; 117-1-4):


Quién sube la escalera y quién abaja [...]



De aquí ninguno dellos abajara [...]


en los cuales no hace falta, como se notará, el abajar por bajar; pero no así, a nuestro entender, en el siguiente (335-5-8):


Que la vergüenza allí tenía abajados;


siendo de advertir que en la estrofa anterior en que se encuentra ese último verso citado, se halla este otro:


Pero bajé los ojos al momento,


donde es palpable el contraste entre bajar y abajar, y la misma fuerza que reviste este último se nota todavía en el siguiente pasaje (436-2-4):


Le abaje la soberbia al enemigo [...]


Como en este otro de Francisco de Jerez, La conquista del Perú (p. 333, ed. Rivad.) que tomamos del discurso que el padre Valverde dirigió al inca Atahualpa al tiempo de su prisión: «[...] y echaste en tierra el libro donde estaban las palabras de Dios, por esto permitió Nuestro Señor que fuese abajada tu soberbia».

No estamos, pues, de acuerdo con los gramáticos cuando afirman que la agregación de una a por causa de la eufonía no altera en nada el significado del simple y del compuesto, al menos en el caso de que tratamos.

No hay, por lo tanto, razón alguna para que nos privemos de esta voz abajar, la que, por lo demás, se encuentra representada en sus dos formas en el italiano, en el francés y en el portugués.



62-1-5:


Los nuestros con el bosque aún no igualaban [...]


Igualar significa aquí «llegar al lindero del bosque, ponerse a su altura», en términos náuticos; emparejar, que diríamos más vulgarmente: acepción que no figura en el léxico.



62-1-7:


Bárbaras trompas, roncos tamborinos [...]


El diminutivo de tambor, como observa Bello (Gramática, p. 47) es tamboril; de modo que la forma tamborino revela a las claras un italianismo; pero en esta última lo vemos empleado por Jerónimo de Urrea en su traducción de Orlando furioso, Canto IX, p. 86:


En los prados de Londres muy vecinos
vio gente de armas y también infantes,
que a son de trompas y de tamborinos,
en escuadras venían, muy pujantes [...]


«Andando en esto, oímos toda la noche [...] gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, etc., p. 518, ed. Rivad.


Hirió el aire, atronando llano y sierra,
al son de gaitas y de tamborinos [...]


Rufo, La Austriada, Canto II, 35 v.                


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 40 v.:


Al son de destemplados tamborinos.


Dos veces por Cervantes en su Galatea (32, 92); si bien en Don Quijote usó otras tantas de tamborines, v. gr.: «¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué de tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles!». VIII, 227.



62-2-4:


Salta dentre los pies alborotada [...]


Uno de los casos en que la preposición de, por ir seguida de vocablo que comienza por e, se ha escrito   —231→   en una sola palabra, según observábamos antes, como dél, della, deste, etc. En todas las ediciones modernas, y aun en la de Sancha (1776), se ha puesto de entre.



62-2-5:


Cuanto causó la muestra y vocería [...]


De las acepciones que el léxico da a muestra, la que más se acerca a la que reviste aquí es la figurada de «señal, indicio, demostración o prueba de una cosa», pero que, en verdad, no le conviene, pues en el presente verso vale como vista, aparición.

En otras cinco veces más aparece este vocablo, siempre en su forma femenina de vocería, tal como lo acostumbraron los clásicos y la trae el léxico, por más que en alguna ocasión, como, por ejemplo, al definir la voz alboroto, se diga allí vocerío. En esta forma la han empleado, es cierto, escritores de valía en los pasajes que Selva en su Guía del buen decir trae a cuenta, y en esa se usa casi únicamente en América.


[...] al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.


Oda de fray Luis de León.                


«Por el pueblo se levantó una confusa vocería». Cervantes, Galatea, lib. II.

«[...] y yendo los cazadores tras ellos con grande grita y vocería [...]». Acosta, II, 25.

Quedémonos, pues, con vocería.



62-2-8:


Arrojan los caballos adelante [...]


Arrojar, transitivo en este caso, que tiene el valor de «hacer salir o arrancar con ímpetu y presteza», según lo define Cuervo en vista de este verso y de pasajes de otros autores, v. g., el siguiente de Solís: «A poca distancia descubrió una tropa de gente armada que le arrojaron al parecer los enemigos para cebarle».

Léase este de Cervantes, Viaje al Parnaso:


Áncoras echa, y en el puerto para,
y arroja un ancho esquife al mar tranquilo
con música, con grita y algazara.


Y en otro pasaje del cap. III:


Por el monte se arroja, y a pie viene
Apolo a recebirnos [...]




62-3-2:


De puntas de diamante una muralla [...]


«Punta de diamante se llama también una figura angular que se da a las piedras de algunas fábricas, especialmente en los estribos de los puentes para cortar el agua. Y también se llaman así las que se hacen labradas en esta forma en otras materias, como acero, metal, etc.». Dicc. de Autoridades.

La razón de llamarse así, bien se deja comprender, es porque los diamantes se tallan formando aristas para descomponer la luz. Pudiera pensarse que el poeta con esta figura ha querido decir que los indios formaron sus escuadras en forma de triángulos, cuyos vértices daban frente a los españoles que iban a acometerles o, acaso, que empleó ese término de comparación para ponderar la fuerza que tenía la formación araucana, tal como la de las puntas de diamantes de los puentes, que rechazan y dividen las corrientes cuando en ellas llegan a estrellarse.



62-4-6; 395-5-4:


Y aunque una escuadra dellos fue rompida [...]



De las proas y mástiles rompidos [...]


Romper, ya se sabe, es uno de los verbos que tienen dos formas para los participios, una regular y otra anómala, de modo que puede decirse roto o rompido, y si aquel es de mejor uso, cuando romper no admite complemento acusativo es preferible rompido, cosa que no tiene lugar en este caso ni en la otra ocasión en que el poeta empleó la misma voz (603-3-6):


Los yermos despoblados no rompidos;


si bien antiguamente no se observaba, por regla general, semejante práctica. Así, Cervantes dijo (Don Quijote, III, 248): «A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él te tiene; que, a no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ir contra lo que debo a ser quien soy y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mí rompidas y violadas». Véase otro del mismo autor (IV, 305): «Yo sigo otro camino más fácil, y a mi parecer el más acertado, que es decir mal de la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida [...]». Y el propio Cervantes, recordando durante su cautiverio en Argel la gloriosa participación que le cupo en la batalla de Lepanto, cantaba así:


El pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.


Por eso dice, con razón, Rodríguez Marín, comentando aquel primer pasaje de Don Quijote, que «hoy afearíamos el uso del participio regular rompido; pero antaño era de uso corriente».


Dos veces nuestro campo así ha rompido [...]


Urrea, Orlando furioso, Canto VIII, p. 71.                


El licenciado Agustín Calderón (Calderón, Flores de poetas ilustres, p. 87):


Vos, señora, por quien a mi instrumento
las cuerdas tantas veces he rompido [...]


Pero ¿qué mejor ejemplo que el que nos ofrece fray Luis de León en sus conocidísimos versos a «la vida del campo»?:


Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero [...]


En Pedro de Oña -para ver lo que pasaba en América a este respecto- es frecuentísimo el uso de rompido, a tal punto, que lo emplea en no menos   —232→   de nueve ocasiones, por una en que dice roto. Vaya una muestra de ambos:


Y viendo su escuadrón casi rompido
tuvo por bien dejar el duro asalto [...]


Canto VI, p. 154.                



Mas rompen, aunque rotos y heridos [...]


Canto X, p. 251.                


Álvarez de Toledo, escribe, asimismo, rompido:


Mas, por haber las órdenes rompido.


Purén indómito, Canto VIII, p. 126.                




62-5-4:


Prosiguen su derrota, enderezando [...]


Derrota, según Covarrubias, es «el viaje que hacen los navíos por la mar»; y añade: «Úsase deste término cuando se camina por tierra, aunque impropiamente». Las cuatro veces en que esta voz aparece en el poema está siempre empleada en el sentido de camino por tierra, y así también en Don Quijote (V, 340): «[...] donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota [...]».



62-5-6:


A diestro y a siniestro derribando [...]

A diestra y siniestra decimos en Chile, pero parece por lo menos más usada la forma empleada por Ercilla, que es también la que trae el Diccionario de Autoridades, aprovechando este verso y el siguiente pasaje de Estebanillo González. «Y diciendo en nombre de Dios, por ser el primer sacrificio que hacía, empecé a tirar tixeradas a diestro y a siniestro».

El léxico sólo concede a diestro y a siniestro el valor figurado de «sin tino, sin orden, sin discreción ni miramiento». Como se ve, tal modo adverbial está empleado aquí en su significación natural.



63-2-2:


Mata, al calar de un áspero collado [...]

Cuarta acepción de calar en el orden que vemos empleada por el poeta este verbo, y que repite en varios otros pasajes, y por no citar más de los siguientes, en (145-5-3; 146-2-3; 204-1-3):


Cuando al calar de un monte descubrían [...]



Calan el monte a fin de acometerlos [...]



Al calar de una loma en el camino [...]


Pudiera pensarse que en estos casos calar importa lo mismo que «entrarse, meterse, introducirse en cualquiera parte», como dice el Diccionario de Autoridades; pero; ateniéndonos al sentido de las frases trascritas, se nos figura que lo que el narrador quiso decir por calar es bajar, descender. Más claro resulta que tal significado lleva, en estos ejemplos (170-4-3; 429-3-8):


Ni la águila que al robo cala de alto [...]



Se dejaron calar por las laderas [...]


En tal acepción empleó esa voz Cervantes, al decir: «[...] y hechos un ñudo, o por mejor decir, un ovillo, se dejaron calar así hasta la postrera parte del navío [...]». Persiles y Sigismunda, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 591.

Y si bien es cierto que el léxico, por lo que se refiere al último verso citado, habla de que calar tiene la acepción de «bajar las aves rápidamente y echarse sobre alguna cosa para hacer presa en ella», no trae la de bajar o descender simplemente.


Como no se halló gente de guerra,
montes ni levantadas serranías,
ligeramente van calando tierra [...]


Castellanos, Elegías, p. 281.                




63-3-1:


Era el sitio de lomas rodeado [...]

Conviene parar mientes en este verso, porque en la edición de Varez de Castro, en lugar de lomas, se puso lo más: lección que han seguido otras, y, entre ellas, la que Cuervo tuvo a la vista, que en tal forma, casi destituida de sentido, lo transcribió en su Diccionario, I, p. 63.



63-4-7:


En espaciosa hila prolongada [...]

Hila vale lo que hilera. A la hila: uno tras otro.

Recuérdese el valor de espacioso. El sentido del verso es, pues, que los bárbaros marchaban despacio en una larga fila.



63-4-8; 403-1-8:


Sedientos de la sangre baptizada [...]



De baptizada sangre un río espumoso [...]


Baptizada dijo aquí el poeta y más adelante (555-2-4):


Se quiso baptizar y ser cristiano;


pero antes (270-1-4; 303-5-5) había escrito en su forma actual:


De la rebelde gente bautizada [...]



El cual suceso al pueblo bautizado [...]


Es curioso, pues, que esta última aparezca modificada, volviendo a lo arcaico, en edición de fecha posterior a la en que se empleó primeramente. No es de extrañar que Urrea, que escribía en 1552 (traducción del Orlando furioso, Canto I), dijera:


Que rota fue la gente baptizada;


pero siguió siendo corriente en esa forma, como se comprueba con estos tres ejemplos:

«[...] al rey Comogre susodicho, y a la gente que con él pudieron haber baptizaron [...]». Las Casas, Hist. de las Indias, t. III, p. 80.


Y así, aunque con ardid, esfuerzo y maña,
recuperó la baptizada gente
el resto todo de la insigne España [...]


Rufo, La Austriada, C. I, h. 6.                


Cervantes en Don Quijote (III, 316): «-Luego ¿no es baptizada? -replicó Luscinda».

También se decía batizar, y en esa forma lo usó Pedro de Oña varias veces en su Arauco domado, v. gr. (C. XVI, p. 417):


Mas porque el son de trompas y tambores
contra el pariente pueblo batizado
no perturbase súbito al ganado [...]


  —233→  

El P. Ovalle escribía aún en la forma latinizada: «A estas fiestas generales se añaden entreaño algunas particulares que se hacen en casamientos y baptismos [...]». (I, 295).



63-5-2; 252-3-2:


En el llano asimismo repararon [...]


Reparados del áspero camino [...]

Otra de las acepciones y la más corriente de reparar, de las que apuntamos atrás (49-4-5), equivalente a restablecidos, repuestos, confortados, descansados, que es tan expresiva como corriente en los buenos autores. Cervantes (Don Quijote, III, 82) dijo: «[...] y sobre todo, les rogó, aconsejó y persuadió que se fueran con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les faltaban [...]».



64-1-8:


Que poca gente en contra les parece [...]


Ducamin ha traducido este modo adverbial en contra como equivalente a «en comparación de su valor» [de los españoles]; siendo que vale «en oposición de una cosa», cual es, en este caso, el número de la gente araucana a quien combatían los españoles; de modo que deja subentendido a puesta, importando entonces lo que contrapuesta.



64-2-1:


Aunque allí un español disfigurado [...]


No aparece en el léxico como anticuada esta voz disfigurado, que en todas las ediciones del poema salió en esa forma, y cuyo valor en la expresión del poeta se refiere a las cualidades del ánimo y no al semblante o aspecto externo de la persona, esto es, a las de un español que desdice de las de su raza en el valor y empuje. Ercilla, piadosamente, no quiso consignar el nombre de ese soldado.

Es digno de notarse que antes había usado de esa voz en su significado natural y, todavía, en la forma hoy corriente (50-3-1, 2):


Tras éste, otro tendió, desfigurado,
tanto que nunca más fue conocido [...]




64-2-8:


Que doce de la Fama nos llamaran [...]

Una de las veces en que Ercilla, apartándose del uso que era corriente en su tiempo y que predomina también hoy, suprime el artículo antes de un numeral seguido de complemento, escribiendo doce, en vez de los doce.

Los «doce de la Fama» a que aquí alude el poeta -apenas necesitamos decirlo- son los «doce pares» de Carlomagno, cuyas hazañas habían divulgado en España los romances y los libros de caballerías. Véase la nota que queda en 26-3-1.

La respuesta de Gonzalo Hernández, en la que se encuentra aquel verso, dio origen en Chile a un romance, conservado, al menos en parte, en la Crónica de Mariño de Lobera (Historiadores de Chile, t. VI, p. 162), que dice como sigue:


Oh! si fuéramos cien hombres,
qué matáramos de gente!
Respondió otro más valiente:
no te turbes, ni te asombres
con los que tienes de frente:
igual fuera ser dos menos
quedando en una docena,
que así fuéramos más buenos,
aunque desta gente ajena
fueran los campos más llenos;
éste fuera menor daño,
antes ventura muy rara,
porque el mundo nos llamara
los bravos doce del paño,
y así en más nos estimara.




64-3-7:


Llamando en alta voz a Dios del cielo [...]

Hace notar Ducamin que, a pesar del complemento del cielo, jamás es lícito anteponer el artículo a Dios, porque pudiera suponerse que se trataba de distinguirle de otro Dios, del dios del infierno, por ejemplo y que, así, Dios del cielo vale lo que un nombre propio.



64-4-1:


Calan de fuerte fresno como vigas [...]


El como lleva envuelta la elipsis de que las picas, con que los bárbaros iban armados, eran como.



64-5-1:


A un tiempo los caballos volteando [...]


No usamos en Chile el verbo voltear en su propio sentido etimológico de dar vuelta, del latín volulum, que es el que tiene en este verso y en los siguientes (169-4-4, 186-1-8, 334-5-3, 571-1-5):


Ya se arrojan en torno volteando [...]



Cuando sobre los pies ha volteado [...]



Ora volviendo en torno y volteando [...]



[...] cuando Febo volteando [...]


En España, en tiempos de Ercilla, eran muy conocidos los volteadores, que así se llamaban los que hacían vueltas en el aire y en el suelo, pasando por unos aros de mimbres. Es frecuente, por lo tanto, encontrar mención de estos volteadores en los escritores contemporáneos de nuestro poeta. Covarrubias observa que Homero hizo ya mención de ellos en su Iliada y recuerda como muy famosa una rueda de volteadores que se presentó en ciertas fiestas en Valladolid.

Oña dijo en el mismo sentido (Arauco domado, C. I, 13, y C. V, 133):


Su voladora rueda volteando [...]



Quita por fuerza a un indio la macana
y a la primera vez que la voltea [...]




64-5-8:


A que no se mezclasen igualmente [...]


Igualmente, adverbio que vale aquí lo que por igual, «en la debida proporción».



  —234→  

65-1-7:


Formaban un rumor, que el alto cielo [...]


Que, empleado como conjunción, y que equivale a tal que, como en otros pasajes del poema que se irán notando.



65-2-1:


El buen Gonzalo Hernandez, presumiendo
imitar [...]


Buen, apócope de bueno, precediendo a sustantivo, y cuyo valor en este caso no está consignado en el léxico, por más que en el de Autoridades se advirtiese que bueno, «frecuentemente se toma por recto, ajustado» y que vale también «esforzado y valiente»,que no era otro el sentido que revestía aplicado a los héroes y paladines; como el Cid, Bernardo del Carpio, etc.

Presumir exige hoy el régimen de, como en estos ejemplos que trae Salvá (Gramática, p. 331): «presumir de valiente, de hablar bien»; y cual en alguna ocasión escribió también Ercilla (116-4-6):


De subir a su esfera presumiendo [...]


Pero en aquel verso y en el siguiente (103-4-6):


Como el fiero Tifeo presumiendo
lanzar [...],


ya se ve que omitió la preposición y construyó ese verbo directamente con el infinitivo.

Tal empleo no fue, sin embargo, peculiar a nuestro poeta, pues se le halla igualmente en Cervantes, como en la siguiente frase de su dedicatoria de las Novelas ejemplares, que ya transcribió Ducamin: «[...] sólo suplico que advierta Vuestra Excelencia que le envío [...] doce cuentos que, a no haberse labrado en la oficina de mi entendimiento, presumieran ponerse al lado de los más pintados».



65-3-1:


El valiente soldado de Escalona [...]


El de se refiere aquí a un soldado de apellido Escalona y no al pueblo de ese nombre, tal como en el primer verso de la estrofa siguiente dijo el poeta:


Otro, pues, que de Córdoba se llama [...];


siendo de advertir que a estos mismos soldados los designó en otro lugar del poema, que ocurre poco antes, sin el de; pero, aun con tal preposición, nunca pretendió significar con ella el origen de alcurnia distinguida, como malamente lo entienden algunos en Chile, que creen ennoblecer sus apellidos anteponiéndoles tal de, que no tiene hoy, en realidad, más valor que la indicación de procedencia de un lugar determinado.



65-3-3, 4:


Aventura y señala su persona
mil bárbaros valientes señalando [...]


Versos en que el poeta juega de dos diversas acepciones de señalar, que en el primer caso vale lo que notable, según queda dicho (2-5-1), y en el segundo, dejar señales, esto es, hiriendo.



65-4-7, 8:


Que al fin son las mujeres variables,
amigas de mudanzas y mudables.


Estos tres calificativos, repetidos uno en pos de otro, son en verdad, sinónimos, sin que se alcance a percibir diferencia alguna entre ellos. Es, por lo demás, el mismo concepto que se encuentra en no pocos pasajes de la Biblia, y que Virgilio expresó diciendo:


Varium et mutabile sernper foemina;


que repitieron sin número de escritores españoles, que Víctor Hugo puso en Le Roi s'amuse:


Femme souvent varie [...]


y que Verdi trasladó en música en aquella aria, vulgarísima a fuerza de hermosa y que todos conocemos bajo el nombre de «La donna e mobile [...]».

Expresados así, a renglón seguido, parecen acusar cierto estado de ánimo en Ercilla, que no llega a la «intención maligna» que les atribuye Ducamin, pero sí a un no disimulado rencor hacia las mujeres. Recordemos, con tal motivo, que el poeta tenía por ese entonces su corazón hondamente lastimado, por un desengaño amoroso, de que nos ha dejado frecuentes testimonios en su obra, y que cuando tales versos escribía, no estaba unido todavía a do ña María de Bazán, de quien no habría podido decir nada parecido.



65-5-1:


Cortés y Pero Niño por un lado [...]


Pero, por Pedro solía escribirse antaño, y así se nombraron por aquella época en Chile, Pero Albín, Pero Zapico, Pero Espino, Pero Merino, Pero Esteban y algún otro que sería inoficioso recordar; y de Pero salió el diminutivo de Perico.



65-5-5, 6:


El Herrero, como hombre acostumbrado
y diestro en golpear [...]


Herrero no es aquí nombre propio, sino que por efecto de una sinécdoque, el poeta designó a Gonzalo Hernández con el calificativo de su oficio: y de ahí que no cabe la observación de Ducamin respecto al supuesto empleo del artículo delante de los nombres propios de persona; si bien es muy atendible la tocante al régimen del verbo acostumbrar, que exige hoy día a y no en, como solía ser la práctica antaño; por lo cual no hay reproche alguno que hacer al poeta cuando dijo acostumbrado en..., como diestro en golpear.



65-5-7:


Pues Nereda también, que era maestro [...]


Algún reparo merece la coma puesta después de también. Tal como está se refiere a que Nereda, igualmente que Hernández, hiere y derriba; pero, si se la coloca antes de aquel vocablo, resultará que precisa   —235→   su calidad de maestro que el poeta le atribuye. Ducamin interpreta este calificativo como que lo era en armas; preferimos creer que Ercilla quiso decir que era también Nereda maestro herrero, como Hernández, a quien acababa de nombrar; y que, por consiguiente, la coma vendría mejor antes de también. Los dictados históricos respecto de Nereda, como le apellida Ercilla, o de Neira, según en verdad se llamaba, faltan completamente por lo tocante a su persona, y no hay, por tal causa, medio cierto de resolver la duda propuesta. Pero no estará demás observar, en comprobación de nuestro aserto, que las actas del Cabildo de Santiago encierran no pocas referencias a maestros herreros y ninguna a los de armas.



66-1-6; 242-4-8:


Los insensibles cuerpos lo comportan [...]



Bastante a comportar la carga nueva [...]


Comportar, que, conforme a su derivación latina, vale lo que «llevar juntamente», es hoy anticuado, según el léxico, y en sentido figurado equivale a sufrir, tolerar.



66-2-1:


Antes de rabia y cólera abrasados [...]


Antes, usado aquí como conjunción adversativa, «que denota idea de contrariedad y preferencia en el sentido de una proposición respecto del de otra», como lo define el léxico, poniendo como ejemplo: «el que está limpio de pecado no teme la muerte; antes la desea». Véase este otro de Cervantes:


Pensábamos salir al foso ciertos
antes de allí morir que de escaparnos [...]


Numancia, jorn. III, esc. I.                




66-4-6:

«El copretérito o pretérito coexistente tuvo en lo antiguo un uso que ha desaparecido, y que por lo mismo no es enumerado por Bello: servía para denotar, no los hechos repetidos, sino cualesquiera pormenores de una narración. Esto es muy común, por ejemplo, en el Cid; todavía la Araucana da los mismos ejemplos:


»Vuelve a buscar aquel que le ha herido,
y al punto que miró le conocía.


»Este uso del copretérito no es el que denota acciones habituales o repetidas, como en este lugar:


»Y las horas corrían,
y los años volaban,
las hojas de los árboles caían,
las hojas de los árboles brotaban.


V. de la Vega».                


(Marco Fidel Suárez: Estudios gramaticales, introducción a las obras filológicas de D. Andrés Bello, p. 203, Madrid, 1885.)

En la transcripción de Suárez, el primer verso dice:


Vuelve a buscar a aquel que le ha herido [...],


supliendo la preposición que por omisión mecánica, según la frase de Rodríguez Marín, se ha suprimido, a causa de comenzar con la misma letra el vocablo que le sigue.



66-5-5:


Como el suelto lebrel por la maleza [...]


Suelto en su acepción figurada de ligero, ágil, veloz; calificativo que en otro lugar (325-3-8) aplicó también al pardo.



66-5-6:


Se arroja al jabalí fiero y valiente [...]


El texto académico y el nuestro han omitido la coma después de jabalí, coma que existe en la edición de 1589-90 y que debe ponerse, puesto que los calificativos de «fiero y valiente» se aplican, en concepto del poeta, al lebrel mencionado en el verso inmediatamente anterior, y no al jabalí.



67-1-8:


Y al un lado y al otro muchos tiende [...]


Nótese aquí el empleo del artículo delante de uno seguido de sustantivo, se halle o no en correlación con otro, práctica que es frecuente en Ercilla, según ya lo hizo ver Ducamin, y que tanto énfasis da a la frase; así (101-2-7, 107-3-1, 244-4-5, 328-4-5, 573-5-3):


Del un lado le bate la marina [...]



Había en la plaza un hoyo hacia el un lado [...]



La sangre por el uno y otro lado [...]



Ve que estaba el un lado del recuesto [...]



Cruzando por el uno y otro lado [...];


y que por rara excepción aparece en la forma corriente en prosa (328-4-4):


De un canto al otro canto paseando [...]


Cervantes en algún pasaje de Don Quijote supo aprovecharse de tal recurso de la lengua, cuando dijo, por ejemplo: «Mas, al darle de beber [a don Quijote] no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino». I, p. 87.



67-3-3:


Acaso a Narpo a la derecha halla [...]


Leemos por ahí en alguna parte: «Muchas voces latinas que tienen f pasan por esto al castellano con h, ya levemente aspirada, como la que impide la sinalefa en este verso del Maestro León:


»Morada de grandeza,
templo de caridad y hermosura,
el alma que a tu alteza [...]».


«Frecuentemente», dice Rodríguez Marín, comentando un verso de don Juan de Arguijo que se registra en Flores de poetas ilustres, de Pedro Espinosa, «se encuentra en los versos de los siglos XVI y XVII y que demuestra que las palabras que la tenían [la h] se pronunciaban tal como las pronuncia actualmente el vulgo andaluz [...]». Cita luego algunos versos por cuya lectura se prueba que «era costumbre   —236→   aspirar las haches que en latín son efes, como que si no se aspiraran, resultarían tales versos muy flojos y aun faltos de sílabas»: tal como sucedería si así no se hiciese en este verso de La Araucana.

Ya veremos ocurrir esto mismo tratando de hondo y fondo.



67-4-2:


Crece el hervor, coraje y la revuelta [...]


Revuelta que tiene aquí la acepción de riña, pendencia.



67-4-6:


Del grueso aliento el aire se escurece [...]


No se halla en el léxico esta voz grueso en el sentido de espeso, denso, que aquí reviste, y en el cual el poeta lo ha empleado en otro pasaje de su obra (478-4-5):


El aliento ya grueso y presuroso [...],


y cuyo valor ya indicado se justifica por el calificativo dado pocos versos más adelante al aliento (68-1-7):


Cubiertos de un humor y espeso aliento [...],


donde humor tiene el mismo significado que sudor, cual en este verso de Bartolomé del Alcázar (Poesías, p. 23):


¿Cómo en tiempo tan áspero ha medrado,
y la falta de humor no le ha dañado
y el viento seco y frío?




67-5-4:


De amontonados cuerpos los ribazos [...]


Ribazo es «porción de tierra con alguna elevación y declive», de modo que en este verso está empleada esa voz en el sentido figurado, que completa y explica el valor del adjetivo amontonado que se halla en el mismo verso.