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Ainavillo. Indio.

De ailla, nueve, y vilu, culebra: nueve culebras.

No es descaminada la siguiente etimología: corrupción de unavilu, una o ina, araña que pica, y vilu, culebra; lo que querría decir culebra mordedora. -K.

Procede sencillamente de aña, bonita, y vilu, culebra; esto es, «culebra bonita».

Es el nombre histórico del cacique que primero midió sus armas con Pedro de Valdivia en el valle de Penco. -B.

Según Barros Arana, Hist. gen. de Chile, I, 389, nota, este indio se llama comúnmente Aillavilu (nueve culebras). Febrés: ailla, nueve + vilu, culebra. -L.

Nombre propio. De a una vilo. -A, partícula de vocativo; ùnan, morder o picar las aves o culebras; vilo, culebra y las lombrices, vívoras y otras cosas así. -Febrés.

Picado, mordido por alguna alimaña.

Hanse tenido por exactas las etimologías siguientes:

Aylla vilu: nueve culebras, una vilu, culebra picadora.

Ina, seguido. -Raimán.

Conforme: o es Aillafilu o Unafilu; pero no a ùna filu, esto es, a, vocativo; no hay tal composición. -A.

En la carta de Julián de Bastida, compañero que fue de Ercilla, a don García Hurtado de Mendoza, fechada en noviembre de 1563, hallo la forma Inavilo. «Pedro de Villagra, visto tantos y tan ruinosos sucesos, prendió a Inavillo, que ha mostrado ser amigo y daba aviso de lo que pasaba en la tierra, aunque bien creo que era de industria, para, saber nuestros secretos [...]». Historiadores de Chile, t. XXIX, p. 498.

Ya se ve, por esto, cómo la pronunciación araucana de ùna se convertía para el oído español algunas veces en ina y otras en aína.

Este cacique de que habla Bastida es, seguramente, diverso del de La Araucana, por lo que va a verse, y, acaso, en vista de la identidad de nombres entre uno y otro, no sea llegado el caso de aplicar aquí la advertencia hecha   —433→   por el poeta de que cuando se hable de dos caciques llamados lo mismo «entiéndase que son los hijos o sucesores de los muertos»; pues el Ainavillo del poema, fue


Honor de los Pencones y caudillo,


pelea en la batalla de Andalién, es en ella derrotado, y queda allí prisionero, para vivir después de paz. Había tenido antes un desafío con Guaticolo, a quien vence, y, posiblemente, en parte por ello, es elegido jefe de las huestes araucanas. Era ya fallecido cuando don García salió a campaña, después del asalto del fuerte de Penco, ya que en la reseña que de su gente hace por esos días Caupolicán se advierte que capitaneaba los llaucos el «sucesor del ínclito Ainavillo». El poeta se hace cargo de la especie de que hubiera muerto envenenado en un fuerte español por un tósigo que le dieron en la comida y la desmiente.

Para los cronistas no pasó inadvertido el recuerdo de este cacique. De su elección para el mando da testimonio Mariño de Lobera, diciendo que apenas habían salido los españoles de Santiago para su expedición a las regiones del sur, cuando ya los indígenas lo supieron, y habiendo tratado, ante todas cosas, de elegir quien los acaudillase, pusieron los ojos «en un indio llamado Aynavillo, hombre esforzado y de gran prudencia, esperimentado en cosas de guerra y gobierno. Y como a tal señor le frieron todos a mochar, que quiere decir adorar, con las ceremonias que ellos usan, poniéndole cierta insignia en la cabeza y un cinto ancho por el cuerpo [...]» (Página 111).

Y que hubo en esas circunstancias elección de caudillo entre los araucanos, se acredita, además, por los documentos: que no otra cosa importa lo que aseveraba Pedro de Villagra, testigo ocular, como Mariño de Lobera, en aquella jornada de Andalién: «[...] subcedió que con llamamiento general que entre los dichos naturales se hizo, se juntaron e congregaron grande suma y multitud de indios [...]» (Pregunta 32 de su información de servicios, Docs. inédts., t. XIII, página 18).

El P. Rosales (Hist. de Chile, t. I, p. 437) acoje también ese mismo hecho: «Al fin, viendo que eran descubiertos, mandó Unavilu, general de los indios, hombre de astucia y valor, cuyo nombre significa culebra mordedora, que se manifestasen los escuadrones [...]».

Por último, Córdoba y Figueroa (Historia de Chile, p. 51) escribe que entre los prisioneros hechos en la batalla de Andalien se contó «al cacique Aillabillú, una de las personas de mayor distinción entre los de su nación, quien murió o le hicieron morir encarcelado». Y esto es lo más probable, pues suponer que los españoles, teniéndolo en su poder, recurrieran al veneno para deshacerse de él, no puede menos de ser falso, como lo nota Ercilla. ¡Así eran ellos para que necesitasen ocurrir a tales expedientes!



Alcatipay. Indio.

De alca, masculino, fuerte, y thipan, salir: uno que sale o marcha valiente o varonilmente. -K.

Se debe traducir «salió varón», ser del sexo masculino, y tripai, salió. Más propio sería haber dicho huentrutripai, salió hombre, tratándose de un ser racional, pues el sustantivo alca se reserva para designar el sexo de los animales, aunque no faltan ejemplos en que, como en el presente, ambas voces se usan indistintamente.

Es costumbre araucana dar el nombre propio, a los hijos en el momento del nacimiento o poco después, y Alcatipai no es otra cosa que el mismo anuncio que se da al padre y a la familia acerca del sexo del recién nacido: «nació varón». Lo mismo pasa con el nombre propio Nahueltripai: «salió tigre». -B.

Mapuche: alka tripai: «macho salió». Febrés: alca, el género masculino, macho, varonil + thipan, salir en general, partir de algún lugar. -L.

Nombre propio: Alca, cosa robusta, varonil y de ánimo; thipay, tercera persona del presente del verbo thipan, salir en general o partir de algún lugar. -Febrés.

Nació bien formado; de formas, aspecto varonil. Salió el gallo. -Raimán.

Tripai, o, como veo escrito, Thipai, es apellido. No sé si ha de interpretarse: nació o se hizo. -A.

Figura Alcatipay en el poema como uno de los dos soldados de gran cuenta entre quienes se repartió el mando de los ochenta hombres que con pretexto de llevar al fuerte Tucapel leña y yerba debían penetrar en él y procurar matar a los españoles que estaban allí de guarnición. Era de Talcahuano, y con este nombre aparece en seguida cuando se refiere que logró salir del fuerte en la arremetida que dieron los españoles a los disfrazados asaltantes.

Siendo esto así, tenemos, pues, que considerar corno una misma persona a Alcatipay y Talcaguano.

Vuelve este a aparecer como uno de los caciques que en la junta celebrada en Ongolmo se arrimaron al parecer más prudente de Colocolo, y que predominó al fin, de que se despachase como emisario cerca de don García cuando estaba   —434→   acampado en la Quiriquina, a Millalauco, para que se informara de las fuerzas con que contaban los recién llegados; en seguida, en la reseña que de su gente hace Caupolicán antes de salir a campaña para atacar a los españoles después que abandonaron el fuerte de Penco e iniciar su marcha al territorio araucano, y allí, nos informa el poeta, que la reducción del cacique la ciñe «el mar y la rodea», y, por ultimo, como presente también en el consejo tenido por los caciques después de las derrotas que habían sufrido en el que deliberan sobre quemar sus «haciendas» para que el amor de ellas no les privase de combatir al invasor a sangre y fuego.

Talcaguano era padre de Talca (p. 77):


Hijo de Talcaguano, que su tierra
la ciñe casi en torno el mar y sierra,


vuelve a decirnos el poeta.



Ancud. Nombre geográfico.

Es de etimología dudosa. Probablemente viene de ancun, seco, agostado, aunque sería más propio derivarlo de anca, mitad, cuerpo, pedazo, y aud, tierra preparada para sembrar. -K.

Se deriva de anqui-and (Anqui-and, Febrés): tierra seca para sembrar, que tal nombre le darían por ser alta, despojada y llana, al revés de la generalidad de los terrenos de esa lluviosa región. Anquin, es estar seco, y aud, tierra propia para siembras. -B.

Aceptando la etimología que da el señor Astaburuaga, sería: anca, cuerpo, la mitad de cualquier cosa; aud, sementera de legumbres, tierra arada para sembrar. -Febrés.

Porción o retazo de tierra de cultivo. -Ch.

Tal vez de anca-aud, mitad de sementera. Febrés: anca, cuerpo, mitad + aud, sementera de legumbres. -L.

No sé. No apruebo su etimología. Tal vez viene de bancos, wancús, wancúd, ancúd, lo mismo que awás, awár, awád viene de haba, recibido en araucano en número plural, corno todas las frutas. ¿No hay allí bancos de arena? -A.

Rosales había dicho: «Tomaron [los indios] el nombre de Ancud, y amplificose en aquella provincia de un valle grande y ameno que en ella hay llamado Ancud. Tributaban y servían los ancudes a los vecinos de la ciudad de Osorno, y los descendientes de éstos están ahora repartidos en varias tierras de paz y de guerra, olvidados de su provincia y aun del nombre della, que apenas hay indio y español que se acuerde del nombre della». Historia de Chile, t. I, p. 277.

«Algunos, dice el señor Cavada (Chiloé y los chilotes, p. 11) hacen venir el nombre de un valle grande y ameno que hay en la provincia. Quienes le derivan de ancún, secarse, agostarse; quienes de anca, mitad, cuerpo, pedazo, y and, tierra preparada para sembrar».



Andalicán. Indio, sierra; andalicano (monte).

De anca, cuerpo, y de lican, piedra blanca como cristal, que estiman mucho los machis o curanderos. -K.

Su etimología es antù, sol, y lican, piedra blanca de cristal o cuarzo, muy estimada por los machis para sus conjuros. Significa «piedra de cristal resplandeciente», o «lican resplandeciente», volviendo a adoptar el sentido de la raíz primitiva, de que se formó la voz antù. No faltan comprobantes de esta observación en la geografía del país, que es la que suministra por la antigüedad de sus términos el contingente más valioso que pudiera apetecerse. Para no citar más que un ejemplo, me fijaré en Achihueno, nombre de un río de la provincia de Linares. En esta palabra existen tres particularidades: la forma anticuada de anti que era amchi, contraída aquí en achi; el significado más antiguo del mismo vocablo y también el más antiguo huenu, cielo. La trascripción de Achihueno es la «cumbre brillante». Huenu en sus primeros tiempos valía tanto como altura o pico elevado y amchi, el nombre del sol, cuando se adjetivaba, significaba «resplandeciente». En esa época se decía amchi y no anti, como se ve también en Amchi-malguen, «la mujer del sol», una divinidad de que apenas conservaban memoria los indígenas al tiempo de la conquista, como simples recuerdos de edades ya pasadas. Hoy para traducir Achihueno habría que decir «cielo del sol», lo que nada dice al espíritu. Seguramente Achigueno era el nombre del pico de Longaví, que domina los llanos de Linares desde la región de las nubes. Podría también traducirse Achihuenu, «la cordillera del sol, la cordillera de los Andes». -B.

Nombre geográfico y propio.

Anta, metal (Astaburuaga). -Lican, una piedra de estima como cristal de indios; es blanca, la estiman mucho los machis, y de ordinario todos ellos se ponen el nombre de lican. -Padres Valdivia y Febrés. -Talismán de metal. Es generalmente la forma anca lican; pero nada más sé para encontrarle una interpretación, y se ha traducido: cuerpo como cuarzo. -Ch.

Es seguramente forma alterada por les españoles; probablemente por antù-likan, el lican, del sol. Febrés: antù-sol + lican, una piedrecita   —435→   blanca como cristal, que estiman mucho los machis y de ordinario todos ellos se ponen el nombre de lican. -L.

Será Ancalican o Antulican. ¿De dónde se sacó amchi, el sol? Será equivocación. Compárese Am, y amchi en Febrés (primera acepción). Valdivia trae: amchi, afrecho, como Febrés (segunda acepción de amchi).

No creo que achi sea = antù; ni que achihueno se derive de amchihueno; sin embargo, la última etimología tiene más probabilidad para mí, por la analogía con amchimalghen de Febrés.

Anta, metal, no lo conoce nadie; yo diría: Andalican = Antulican.

Los licanes que yo he visto a los machis no eran blancos, sino verduzcos o negros.

Con el final estoy conforme. -A.

Góngora Marmolejo (Hist. de Chile, p. 71) escribía este nombre con una ligera variante: «Reinoso fue con su compañía hasta la entrada de Andelicán [...]»; pero en la misma forma que usó el poeta se le halla en otras fuentes:

«[...] visto por los indios de guerra, le quisieron matar, y sobrello se puso en arma su cuñado Andalicán, que, de otra manera, caro le costaba nuestra amistad». Carta de Bastida a Hurtado de Mendoza, Hist. de Chile, t. XXIX, p. 497.

«Llegaron unos a Arauco, otros a Purén, éstos dan el aviso a Antelevo, aquéllos a Andalicán [...]». Ovalle, Histórica relación, t. II, p. 11, segunda edición.

En los documentos, la misma forma Andalicán. Docs. inéds., t. XVII, p. 114.

Andalicán, que era cacique del «araucano regimiento», asiste a la junta en que salió electo Caupolicán como caudillo; figura después en la reseña que este tomó de su gente antes de entrar a campaña en seguida del asalto del fuerte de Penco; y tal es la única figuración que se le concede en el poema.

Por lo que se acostumbraba entre los araucanos, es manifiesto que su reducción estaría en las vecindades del monte o cerro llamado de su nombre.



Andalién. Río.

De anca, y de lighen, «trozo o cinta de plata». También lo han llamado Antulien, «sol de plata». -K.

Pudo ser en su origen Antiliguen (Antu-lighen, Febrés), «plata brillante», siguiendo el mismo procedimiento de interpretación que en Andalicán. También puede considerarse como derivado de anti y de liguen, las mismas palabras anteriores, pero dando a liguen la acepción de «luz», «claridad», que, asimismo, la tiene. Sería entonces «claridad del sol». Según Rosales, este río se llamaba al principio Antulien, lo que prueba que su primer componente era el nombre del sol. Probablemente fue aplicada esta denominación a la comarca bañada por el río, que sería despojada de bosques o iluminada de lleno por los rayos del sol. En la actual provincia de Concepción son frecuentes las designaciones geográficas en que se enuncian las condiciones climatéricas de las localidades. Así, Talcaguano significa «cielo tronador», Talcamávida, «montaña de los truenos» y Chiguayante, «cumbre nebulosa». -B.

Según el Sr. Astaburuaga, la voz anta es quichua y significa metal; lien, plata. -Valdivia. -Metal de plata.

Se ha propuesto por algunos autores: Antu lien o anù lien; «plata de sol»; -Anca lien, «cuerpo de plata». (Padre Rosales y Astaburuaga). -Ch.

Es seguramente forma alterada por los españoles; probablemente por antùligen «plata del sol». Febrés: antù-sol + lighen, plata. -L.

Conforme. -A.

La definición de Rosales a que se alude, dice como sigue: «Es río de pescado ,y sustenta la ciudad de la Concepción, y llámanle unos Ancalién, que quiere decir "cuerpo de plata", y otros Antulién, "sol de plata", y los españoles Andalién». Historia de Chile, t. I, p. 264.

Góngora Marmolejo (Hist. de Chile, p. 21) da el mismo nombre que Ercilla a un valle y a un río: «Pues caminando Valdivia el río abajo; vino a dar en otro río que se llama Andalién». «[...] hasta que pasó en este valle de Andalién [...]».

En un título de encomienda otorgado por Francisco de Villagra en 1561, se lee: Andelién. (Docs. inédts.). Nombre de un cacique.



Angol. Indio, ciudad.

Corrupción de Encol, que significa «en escalones», por un cerro inmediato (al pueblo de aquel nombre) que tenía subida a manera de gradas. -K.

«Encoln, encon, esto es, subir a gatas, subir trepando y agarrándose con ruanos y pies». -(Febrés). -Ch.

El lugar también se llama Engol (Góngora Marmolejo, Historiadores, II, 178) y Ongol (Historiadores, II, 309). Encol es todavía la forma corriente a fines del siglo XVIII en Carvallo Goyeneche. Febrés: Encolmaque-«la tierra de Angol, que le dio el nombre un cerro llamado así (es decir Encol) que está más abajito de nuestra misión». Encoln-subir a gatas, trepando, y agarrándose con manos y pies. -L.

  —436→  

No sé. La etimología expresada es la corriente. -A.

Pedro de Oña, nacido en esa ciudad, lo llama siempre Engol, desde la portada de su obra, donde se lee «natural de los Infantes de Engol en Chile», y después, refiriéndose al propio cacique de ese nombre (C. IV, p. 129):


Y Engol, a quien sirvió mi patrio suelo [...]


Si bien más adelante, al nombrar al indio (al menos en la edición del poema hecha en Madrid en 1605, pues no tenemos a la vista la príncipe, corregida por el autor) lo escribe Angol.

En Las Guerras de Chile, poema de mediados del siglo XVII, pp. 4 y 108:


De Catiray al leste se termina
el espacioso término engolano,
donde de áspera gente y cordillera
está la antigua Engol puesta en frontera.



A Engol desde Purén es el camino
por donde Pailaguala iba sin tino.


Uno de los caciques que en la junta para la elección de caudillo de los araucanos sostiene durante seis horas sobre sus hombros el pesado troncón; y por segunda vez en la que se tuvo en el valle de Arauco para resolver la campaña que debiera emprenderse contra el ejército de Hurtado de Mendoza. Perece a manos de Juan de Alvarado en el combate de Concepción cuando se trató de hacer su primera repoblación. Primo hermano e íntimo amigo de Mareguano.



Apo. Deidad.

Voz desconocida en la actualidad, al menos en esta forma. El padre Valdivia la traduce: gobernador; Febrés, ampliando, dice: el gobernador o principal. -Álvarez de Toledo le da el significado de jefe. -Ch.

Apo, (el acento en la o es falso) es el nombre que se dio a los gobernadores de los incas en Chile; después también a los gobernadores españoles.

Febrés: Apo, el gobernador o principal; viene del quecha apu-el señor, gobernador, juez; título de los jefes de familias nobles. Middendorf 54. -L.

No tengo reparo. Nadie ya conoce el término. -A.

Ercilla tradujo esa voz como «señor o capitán absoluto de los otros», y Oña le dio el valor de «Dios, porque Apó es lo mismo que señor».

Su empleo se presenta en El Arauco domado de este autor.

Basten los ejemplos que siguen:


Venidos ante el grave acatamiento
del nuevo Apó, que atónitos miraron [...]


Canto IV, p. 90.                



El vigilante Apó, no estaba ocioso,
que agora ya los suyos animando [...]


Canto IV, p. 97.                



Gran opinión del nuevo Apó concibe,
y a socorrelle luego se apercibe.


Canto IX, p. 220.                


En estas frases, como se notará, equivale a jefe, gobernador; pero en la que del mismo Oña va a leerse, a Dios, tal como la definía:


Es el inmenso Apó tan justiciero
que no hay dejar amigo ni enemigo,
aquel sin premio, ni éste sin castigo,
cumpliendo el plazo y término postrero [...]


Canto XIII, p. 290.                


En la primera acepción la hallamos empleada dos veces en el Purén indómito, de Álvarez de Toledo, pp. 24 y 33:


A nuestro Apó sabed que ya le han muerto [...]



Y si el mismo Virrey acá no viene
a otro Apó enviará tal cual conviene [...]


Y así también en la carta de Bastida, ya citada, p. 499, poniendo el término en boca de Colocolo: «[...] y que si tuviera la diligencia del Apó pasado, pudieran tener esperanza de salvar [...]».



Arauco. Región, valle, río.

Del verbo aucan, derivado del quichua aucca, rebelde. Los peruanos llamaron araucanos a los indios no conquistados y con quienes estaban en guerra. -K.

Hay mucha incertidumbre en la interpretación lingüística de esta palabra y la que trae König no es de las más felices, traduciendo Arauco o Ari-aucca por «rebeldes valientes». Más parece aproximarse a la realidad el erudito escritor argentino Estanislao S. Zeballos; quien sostiene que Arauco viene de Raullco, «agua detenida», y para probarlo cita varios pasajes de Ercilla, en que este poeta emplea a Rauco como sinónimo de aquel. Este argumento, sin embargo, no es decisivo, pues tiene dos inconvenientes: el primero es, que el lenguaje poético, en el que se admiten muchas licencias, no es autoridad suficiente para un convencimiento razonado en materia de lingüística; siendo de advertir en este caso que si Ercilla dice Rauco en dos o tres puntos de su poema, en la generalidad de los casos se vale de Arauco; y él segundo es, que la voz Raullco es usada por los indígenas para designar los lagos, lagunas y estanques, no para las corrientes de agua, por lento y pausado que sea su curso, y en el territorio que llevaba este nombre no hay ningún accidente geográfico que merezca el título siquiera de lagunato.

Por mi parte me atrevo a creer que el origen: de Arauco es Atreuco, «aguas cenagosas» o «vertientes de pajonales», que los habría muchos   —437→   y abundantes en aquellos parajes. Los españoles pudieron suprimir la t de Atreuco y cambiar la e en a, para suavizar la pronunciación de la palabra y hacerla más armónica. Sobre este punto los conquistadores eran poco escrupulosos, como se ha visto y se verá más adelante.

El nombre de Atreuco figura también en otras partes del país, como designación geográfica de arroyos y riachuelos, y no sólo en Chile sino en las pampas argentinas, en que hay un Atreuco, que Olascoaga, otro escritor argentino, traduce por «terreno de ciénegas». Aquí, en Chile, se encuentran las formas Atreuco, Ateuco, Atenco, también Atenso, siendo las últimas, como claramente se nota, simples adulteraciones de la primera.

Se puede deducir con confianza, en vista de lo expuesto, que Atreuco era un término geográfico indígena, asignado a una clase especial de corrientes de agua, así como huaico, traiguenco y levun se referían a otras.

Atreuco nace de Atre-u-co (Atre-u-co, Febrés) o mejor de Atrenivco (A the-mivco, Febrés), «agua que nace de la tierra y la reblandece» o «manantial reblandecido», esto es, «ciénagas», «pajonales»: -«llivco» es término genérico de manantiales y viene del verbo uin (llùn, Febrés), brotar, nacer de la tierra, y de co, agua.

No hay otra explicación posible para descifrar el sentido de Arauco. No es tan poética, por cierto, como Ari aucao, «soldados valientes», «guerreros esforzados», pero se me antoja más exacta. -B.

El primer español que recorriera las costas del centro de Chile, Juan Bautista Pastene, almirante de Pedro de Valdivia, al dar cuenta de sus descubrimientos en 1644, habla de Ragco147.

Posteriormente Pedro de Valdivia escribió siempre Arauco148.

Ya en tiempo de Ercilla, era la provincia de Arauco, y sus habitantes, llamados araucanos.

El Padre Febrés, en los promedios del siglo XVIII, nos da su etimología: raghco, agua de greda, y el lugar del fuerte, que los españoles han convertido en Arauco149.

Havestadt escribía en 1777: «rauco, agua cretosa; inde, Arauco, nam hispani interroganti ¿quo vadis? respondebant hispanice a Rauco»150.

El abate Molina, le deriva de Auca, y dice: «el pueblo araucano constantemente adicto a la independencia, ama con gusto ser llamado auca.

»Y es pronunciación diferente, como en otros muchos; corrompen los vocablos de estos indios; que a la provincia de Arauco llaman los españoles Arauco; y su nombre propio y el que siempre le han dado los indios en su lengua es Ragco, que se compone de esta palabra Rag, que significa barro o greda, y esta palabra co, que quiere decir agua. Conque Rag-co quiere decir agua de greda. Porque estos indios a muchas provincias (cavi, levo, rehue) les dan los nombres de los ríos y arroyos que por ellas pasan, (lo que hoy acontece) como a Luma-co, Batu-co, Conuco, que son diferentes ríos, y uno significa agua de luma, porque en su margen hay muchos árboles llamados lumia; otro, agua de palomas, por las que allí se ven.

»Y así déstos hay muchos. Y uno de ellos es Arauco, que de ese río toma el nombre una provincia, donde se han señalado los indios en esfuerzo y valentía y es la que más ha dado a conocer a Chile, que en muchas partes de Europa no se sabe su nombre y sólo suena el de Arauco [...]». Rosales, Historia, I, 186.

«El ordinario comer las papas los araucanos, es con un caldillo que hacen en agua y greda amarilla, que llaman rag, de donde tomó el nombre de tierra de Arauco, porque rag, significa la greda, y co el agua»151.

«Este nombre de araucanos era del todo desconocido de los indígenas y a no caber duda vino de la palabra auca, voz quichua que quiere decir enemigos.

»Esta confusión de las denominaciones provino del desconocimiento que los españoles tenían del país y de su lengua, lo que les inducía a emplear las mismas palabras que habían aprendido en el Perú, como si ese fuera el idioma de Chile.

»La etimología del Padre Rosales, (que se copia) es enteramente fantástica. No se comprende qué analogía puede descubrirse entre esta significación y el nombre de aquellas tribus.

»Pero este gusto por las etimologías fundadas por la similitud de los sonidos, era general en esa época en que, estando todavía muy atrasado el estudio de la gramática comparada, se daba a esa similitud de sonidos una importancia que no tienen y se sacaba de ellos las más peregrinas consecuencias»152.

A este respecto, conviene recordar que nuestros aborígenes nunca han usado para ellos la designación genérica del lugar o región en que han vivido, y mucho menos la de araucanos.

Sencillamente, ellos han sido, según el Padre   —438→   Valdivia: Re che, única gente; y no sé desde cuándo se han llamado asimismo mapuches, aunque ya en Febrés se deja entrever la existencia de esta denominación.

«Entre los mapuches que hoy hablan y escriben su idioma predomina la opinión, como más lógica, que Arauco se deriva de Ragco; por lo que es natural concluir que la confusión de origen la motiva una coincidencia de dos palabras (auca y rauco) en el sonido general y en el tiempo en que fueron empleadas»153.

En la aparente anarquía que sobre esta palabra se presenta, un escritor contemporáneo ha venido a introducir un nuevo elemento de controversia; el cual lo apuntamos a título de curiosidad, pues el autor de nuestra referencia no aduce autoridad alguna para el principio que dilucida.

«Este país (el de los araucanos) era llamado Raullco por los indios, de co, agua, y raull, detenida, estancada o pantanosa, lo que significa región empapada y pantanosa154.

»Esta metereología es confirmada por la ciencia, al estudiar la etimología del país de Arauco. Llueve abundantemente en él, marcando el pluviómetro 2 a 3 metros en el año.

»Esas aguas no se evaporan fácilmente, porque la selva y el matorral las protejen contra la acción solar, ni desaparecen rápidamente por absorción, porque la misma abundancia de agua produce la rápida saturación de la tierra.

»Los indios de Chile, como todos los hombres primitivos: han condensado en los nombres de las localidades, las faces características de la topografía del territorio que poblaron.

»La lengua araucana es acumulativa y se presta convenientemente a la nomenclatura descriptiva. Por eso decían Raullco, los indios al terreno saturado de agua situado en el reino de Chile»155.

El autor citado, anota varios pasajes de Ercilla, en que aparece la palabra Rauco; da noticias sobre la topografía del suelo húmedo y pantanoso del país, y finalmente cita el volcán Rauco, como testimonio de su aserto; y a más todavía, el lago Raullco.

Más adelante agrega:

«Valdivia fundó los cantones de Concepción, Imperial, Valdivia, Villarrica, Angol y otros en Arauco, uno de los cuales recibió este mismo nombre en 1552. Destruidos sucesivamente por los indios fue reedificado en otra parte, sobre el mar, por los sucesores de Valdivia, en el lugar de Ragco a los 36º 15' de latitud 2º y 45' oeste del meridiano de Santiago. Este fuerte no ha podido, pues, dar nombre a la región que era ya conocida por de Arauco antes de sus sucesivas construcciones, y en cuyo seno le habían precedido los ya mencionados planteles de ciudades. La voz de Arauco deriva de Raullco, y expresa el carácter físico prominente del país "tierra cenagosa o empapada", consecuencia de un clima cuya humedad es ya conocida».

Penetrados de la importancia que la dilucidación del tema encierra, en vista del lato desarrollo que el autor que hemos citado le ha dado, deploramos que no haya citado los comprobantes de los asertos sobre los cuales basa su disquisición, a saber:

Que los indios hubieran llamado (antes y no ahora) Raullco, a la región central del Biobío.

Ejemplo de que la mente del indio generalice hasta dar un nombre genérico a una inmensa comarca.

Cuáles sean los primitivos ejemplos que le inducen a afirmar que «de Raullco la crónica de la conquista hizo Arauco».

No es inoportuno advertir que en el mapuche actual, al sur del Cautín y aún al oriente de los Andes, «agua detenida o estancada» significa, guenganco.

La etimología que da Zeballos no la encuentro lógica. He conversado con un joven indígena, estudiante del 2.º año de humanidades en el liceo (de Temuco), y a él también le pareció rara156.

Finalmente, los Padres Valdivia y Febrés nada dicen; y los autores chilenos que han traducido Rauco, le derivan de ragco. -Ch.

El nombre primitivo del río es Ragco (cfr. Poder de Valdivia a Pastene: Rabco, Col. de Historia de Chile, II, p. 217. -«Provincia de Rauco» ib., p. 218. cfr. Rauco en Ercilla. Rosales, Historia Gen. del Reino de Chile, I, 153: «greda amarilla que llaman Rag, de donde tomó el nombre la tierra de Arauco, que en su lengua, no la pronuncian Arauco, sino Ragco, que significa agua de tierra amarilla; que Rag significa la greda, y co el agua»).

Lo mismo dice Febrés, pág. 617: «Rag-greda común [...] ragco-agua de greda, y el lugar del fuerte, que los españoles han corrompido en Arauco».

El nombre de araucanos se refiere primitivamente sólo a los indios del actual departamento de Arauco, opuesto a tucapeles, etc.; más tarde   —439→   ya en Ercilla, a los indios de toda la actual provincia de Arauco, incluyendo Purén y otras regiones vecinas. Como denominación general de todos los indios de Chile no es corriente el término hasta el siglo XIX. Entre ellos mismos no se ha usado nunca. La etimología quechua de aucca es desprovista de todo fundamento. Cfr. Promaucaes. -L.

Una indígena de Arauco me aseguró: nosotros, los indígenas decimos Raqko (ragco). Lo que se dice de Atreuco no lo apruebo. Atreqkó es para mí «agua muy fría»; mapu, país helado, etc.

Ari aukao: no lo entiende ningún indígena hoy día.

Dawùllkó es agua estancada. Tal vez pronuncian en unas partes Rawùlko; pero de ese término no se deriva Arauco, como muy bien se dice.

Queganco: no lo conozco; casi creo que se habrá entendido mal. -A.



Arcabuco. -Véase lo dicho en la Ilustración XIV, p. 358. A los ejemplos de esa voz. procedente de Haití, según Oviedo, añadiremos estos dos tomados de Las guerras de Chile, páginas 103 y 224:


En el discurso desto, ¡qué de cosas
difíciles pasé, cuántas montañas
de arcabucos rompí maravillosas!



Danles chaquiras, trompas, danles flautas
con que por arcabucos y leguales
la turba la venida ya publica
de la que tiene por feliz y rica.




Atacama. Región.

Nombre de la región del norte de Chile, que no tiene nada que ver con los indios del sur. No sé tampoco a qué lengua pertenece. -L.

Es voz que suena en los cronistas y documentos de la primera época de la conquista. En el proceso de Villagra se hace caudal en muchos pasajes de Atacama la Grande y de Atacama la Chica; lo que prueba que en la región de ese nombre hubo dos pueblos así llamados también.

Se trata, según lo aseguran lingüistas modernos, de una lengua propia de allí.



Bejuco. Planta (enredadera).

Véase lo dicho en la página 186 de la Ilustración XIV. A los ejemplos allí alegados, añadiremos el siguiente de Cieza de León, La Crónica del Perú, p. 481, ed. Rivad.: «[...] y por bejucos y por tales, partes que temen ser despeñados, suben ellos con cargas y fardos de a tres arrobas y más [...]».

Alcedo llama al bejuco «rama de árbol, la cual usan para atar en lugar de cuerdas, y dura muchísimo; los hay de muchas especies; de todos gruesos y de muchas varas de largo; en algunos montes se hallan tan espesos y enredados, que no es posible transitar por ellos».

«Bejuco, nombre indígena de origen haitiano, en el cual se comprende toda planta sarmentosa o rastrera». Febrés, Libro raro, p. 49.



Bíobío. Río.

Duplicación de viu o vùu, hilo grueso.

El Padre Rosales dice que «los indios le llamaron Bui-bui (vui-vui), que significa "el sonido que hacen las olas mansas cuando se encrespan"», y que este río hace olas como el mar.

La explicación anterior podría hacer creer en la derivación de vilu-vilu (culebra), refiriéndose al ruido que produce la corriente del río y a la acción y efecto de serpentear.

Los indios pampas, que hablan el araucano un tanto bastardeado, y pronuncian la d como z y la v como f, tienen, según el señor Barbará, la voz imitativa fíu-fíu, el silbido del jilguero. (Wood A.) -K.

Bíobío. Nadie que yo sepa, ha suministrado una etimología de esta palabra, que sea medianamente aceptable. Sin embargo, me parece que es muy sencilla.

Antiguamente había en las provincias australes, y es probable que todavía se conserve, aunque en menor número, una avecita de canto melancólico y triste, de que hablan varios ornitologistas chilenos. Phillippi, el viejo, la describe y le da el nombre zoológico de myobius albiceps. Se llama efectivamente vío; y gustaba de espaciarse en bandadas en los campos floridos y a las orillas de los ríos.

En el idioma araucano había dos formas de plurificación, la una, la más general, con las particulas pu y ca, destinada principalmente para objetos más bien grandes que chicos y para las ideas inmateriales; y la otra, duplicando la palabra a que se aplica, para las cosas pequeñas, por lo común para los animalillos, insectos, plantas y flores que viven en familia, como chol chol, urracas (?), tiltil, triles, caucau, gaviotas, llai llai, zancudos.

La palabra viu-viu, que en español escribimos Biobío, no es, pues, más que el nombre indígena plurificado, como es de regla, del pajarillo víu, que ha descrito Philippi. -B.

Huihuù. Voz actual. Silbido, silbar.

El Padre Febrés se limita a dar su forma exacta: Huihuy, el río Biobío.

El Padre Rosales dice que la palabra significa   —440→   «el sonido que hacen las olas mansas cuando se encrespan, y que por hacer el río olas como el mar, los indios le llamaron Buy Buy». Historia, I, 265.

«Duplicación de viu o vùu, hilo grueso». -K. -Ch.

El nombre indio del río es Vuivui, o más exactamente, Vüivüi. Es muy probable la explicación de Rosales, I, 265: «Los indios le llamaron Buy-buy, que significa el sonido que hacen las olas mansas cuando se encrespan, y que por hacer olas como el mar le llamaron Buy buy». Se relacionará la designación onomatopéyica con wuiweñ. Febrés huyhueñ-el silbo, huyhueñn-silvar, y Febrés huyduin o huydhuydn, caer chorreando, como el agua o la arenilla de una ampolla. Febrés da la forma: Vùyvùy-el río Biobio. -L.

Acepto la etimología dada. El pájaro se llama, según el diccionario mío, wiyu o wùn. Muchos parajes tienen nombres de pájaros; los ríos reciben su nombre del paraje que recorren.

La partícula ca no sé yo que pluralice palabra alguna. Le aconsejo mucho eliminarla. -A.

Pedro de Valdivia escribe siempre Biubiu. Historiadores de Chile, I, páginas 43 y 54.



Bohío.

Voz definida por Ercilla como «casa pajiza grande, de sola una pieza sin alto», y empleada por él en este verso (544-5-4):


Dieron en un pajizo y gran bohío [...]


Y por Las Casas: «Despertó Narváez atónito, que a sueño suelto dormía, y los demás que no tenían para dormir menos brío; entraban los indios en los bohíos o casas de paja, y topaban con los españoles [...]». Hist. de las Indias, III, p. 7.

Fernández de Oviedo escribe buhío: «Pero si en casa duermen, tienen los postes o estantes del buhío, en lugar de árboles [...]». Historia general, t. I, p. 132.

«En la Isla Española hay otra manera de casas, que son fechas a dos aguas; y a éstas llaman en Tierrafirme buhío». Sumario de la natural historia de las Indias, p. 485, ed. Rivadeneyra.

Y en la misma forma lo emplearon Pedro de Oña:


Quedando a las espaldas del buhío,
la plebe y mal político gentío.


Arauco domado, C. II, p. 42.                


Juan de Castellanos, Elegías, p. 29:


Entraban y salían de buhíos
jamás de extraña gente visitados [...]


Lope de Vega, Dragontea, canto V:


Pero entrando el buhío como propias
lo poco que tenía saquearon [...]


Barco Centenera, La Argentina, hoja 112 vuelta:


Tres casas y buhíos se dexaron
con doscientas hanegas bien colmadas [...]


En la misma forma que en La Araucana, hallamos dos veces esa voz en el Purén indómito de Álvarez de Toledo, (canto XV, p. 302, y canto XVI, p. 338):


A contrastar el bélico gentío
el pérfido Antecura en su bohío [...]



A contrastar el bélico gentío,
huyendo se metió en un gran bohio [...]


Alcedo (Diccionario-geográphico histórico, tomo V, p. 33) que escribía en el último tercio del siglo XVIII, dice bujío (que define «cabaña o choza de los indios, que es una pirámide cuadrada cubierta de paja») cuyo nombre o el de bojío, siguiendo las dos formas primitivas que tuvo, se conserva aún en Cuba. Pichardo, Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, Habana, ed. de 1862, p. 30. De allí era originario el vocablo, según Oviedo, y pasó luego a Haití, Centró América y aun a Chile, donde su uso, como observa el señor Lenz, Diccionario etimológico, Santiago de Chile, 1904-1905, 8.º, p. 148, se perdió muy pronto.



Brancol. Brancolo. Indio.

Pran, subir, thol, frente. Febrés. De frente alta, levantada. También: colù, coli, color bermejo, colorado: aplicado al color pardo. Febrés. «De la ócrea roja hay de dos suertes, una de un rojo pálido, que los indios llaman colo». Gómez de Vidaurre, Historia, I, 177. -Ch.

Si es indio, debe ser muy estropeado; quizás vurenkolo (= colocolo) gato montés amargo. Febrés: vuren, amargo; codcod o colocolo, gato montés. -L.

Véase mi folleto Cómo se llaman los araucanos, p. 37. Según ello, es Kolù parte constitutiva de apellidos, tanto como elemento antecedente, cuanto como segundo elemento. Pero los verbos (lo digo respecto de pran) siempre figuran en tercera persona, o sin terminación; nunca en infinitivo. Un solo nombre conozco en que está en primera persona de indicativo: Pelan-traro: «no he encontrado el traro». -A.

Brancol, cacique, padre de Tegualda, pelea en la batalla de Miliarapue, en la que Andrea le cercena con la espada una de las piernas.



Cacique.

Cacique: gùlmen, curaca. -Febrés.

Ulmen, hombre principal. -Valdivia.

Véase a Lenz, Diccionario etimológico, p. 150.

«E aqueste nombre cacique no es de la Tierra Firme, sino propiamente de esta Isla Española,   —441→   e como fue esto lo primero que poblaron e ganaron los christianos, ellos han dado este nombre cacique a los señores de otras partes por donde en estas Indias han discurrido». Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias, t. III, p. 129.

A los ejemplos de esta voz que da aquel docto lexicógrafo, añadiremos tres, que no dejan de ser curiosos. Sea el primero el que nos ofrece Agustín de Zárate en su Historia del Perú, página 470 (ed. Rivad.): «En todas las provincias del Perú había señores principales, que llamaban en su lengua curacas, que es lo mismo que en las islas solían llamar caciques; porque los españoles que fueron a conquistar el Perú, como en todas las palabras y cosas generales y más comunes iban amostrados de los nombres en que las llamaban de las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Tierrafirme, donde habían vivido, y ellos no sabían los nombres en la lengua del Perú, nombrábanlas con los vocablos que han oído ellos, como el cacique, que ellos llaman curaca, nunca le nombran sino caciqua [...].

»"Cacique vale tanto en lengua mexicana como señor de vasallos, y entre los bárbaros aquel es señor que tiene más fuerzas para sujetar a los demás". Así Covarrubias en su Tesoro, aventurando aún la hipótesis de que "este nombre cacique puede tener origen del verbo hebreo chazach, y de allí chezech, fortitudo & fortis, de donde se pudo decir cacique"; con todo eso, agrega, [en lo que hizo muy bien] yo me remito a los que tienen noticia de la lengua».

El último ejemplo lo tomamos del P. Ovalle (Histórica relación, I, p. 150): «[...] tiró cada uno por su camino, o, por mejor decir, cada familia y parentela, eligiendo cada una entre todos uno que los gobernase, a cuyo orden estaban todos los demás, y de aquí tuvieron origen los caciques, que son los príncipes y señores de vasallos, que después se fueron heredando y sucediéndose de padres a hijos, entre los cuales el primogénito sucede a su padre en el derecho del señorío y cacicazgo».

Apenas necesitamos advertir que en Chile es del todo desconocida en nuestra habla la acepción, puede decirse única, en que se emplea esa voz en España.



Canio. Indio.

De caniu, plumaje o penacho de plumas. -K.

Caniu, plumaje. Valdivia y Febrés. -Ch.

Febrés, p. 334: plumaje -caniu. -L.

Está bien. Havestadt lo traduce por «cresta». Es término anticuado. -A.

Canio perece en la batalla de la cuesta de Andalicán a manos de Pedro Olmos de Aguilera.



Caniomangue. Indio.

De caniu y mañque, cóndor o buitre: cóndor penachudo. -K.

Caniu, plumaje; mañque, buitre o cóndor. -Febrés.

Cóndor. Sarcoramphus gryphus. -Philippi. -Ch.

«Plumaje de cóndor, cfr. Canio + (Febrés) mañque-el buitre o cóndor» (sic.) (Sarcoramphus gryphus). -L.

Conforme; pero traduzco: cresta de cóndor. -A.

Julián de Bastida, en su ya citada carta a Hurtado de Mendoza (Historiadores de Chile, t. XXIX, p. 497) escribe este nombre en forma algo diversa: «Dentro de diez o doce días del gobierno del nuevo electo tuvo nueva que venían sobre Canumangui a llevar seis mil cabezas de ganado [...]».

Caniomangue se alista entre los caciques y los dos mil soldados que a las órdenes de Lautaro fueron a combatir a los españoles que al mando de Juan de Alvarado pretendieron repoblar a Concepción; gana gran crédito en la batalla que allí se libró, y aparece más tarde en la reseña de las huestes araucanas verificada después del asalto al fuerte de Penco, «grave, viejo y entristecido».


Por el insigne padre muerto
a quien habla en el cargo sucedido;


con lo que el poeta parece aludir al «ínclito Ainavillo».



Caniotaro.

De Caniu y de tharu, traro o guarro: guarro penachado. -K.

Caniu, plumaje; tharu, una ave de rapiña. Valdivia y Febrés. -Traro. Poliborus vulgaris. Philippi. -Ch.

«"Plumaje de traro". Cfr. canio + (Febrés) tharu-el taro, ave de rapiña, bien conocida». (Caracara vulgaris, según Gay). -L.

Cresta de trago. -A.

Para evitar la inmediación de dos vocales débiles, nos parece evidente que Ercilla, por más que oyera caniu, escribió canio, dando así eufonía al vocablo, y así también el P. Ovalle, que dijo Canio y Caniotaro, refiriéndose en este último a un indio de tiempos posteriores: «Quinientas lanzas salieron de Elicura [...] y de la cordillera ochocientas, cuya cabeza era: Caniotaro». «[...] y al punto que lo supo Cadeguala, dejando en el campo por cabeza en lugar suyo a   —442→   Caniotaro, se partió [...]». Histórica relación, t. II, pp. 22 y 23, segunda edición.

Caniotaro, «mozo jactancioso», que aparece rigiendo los talcamávidas en la reseña de su gente hecha por Caupolicán poco antes de la batalla de Biobío.



Cariolán. Indio.

Carùlan, muerte y morir a cuchilladas o puñaladas, y de repente, -Febrés.

Carù, verde; lan, muerte. -Febrés.

Carùlan, muerto pálido. Carùlai, matar a puñaladas. Raimán. -Ch.

No es imposible que sea desfigurado de un nombre como kurilan o kurillan; cfr. Febrés, curi, curù-negro, y llanca-«unas piedras verdes, que estiman mucho, con que pagan las muertes [...]». -L.

¿Por qué ha de ser curù, si carù ya significa algo?

Ha de ser Carùllanzka apocado en Carùllanz, según las reglas indicadas en mi obrita citada; o Creu-llan ca. (Véase en Crepino): lan, morir, no se combina en esta forra con otros elementos para formar apellidos. -A.

Cariolán acude en socorro de Glaura a tiempo que dos negros tratan de apoderarse de ella; mata a uno y deja al otro mal herido de sendos flechazos; premia ella su acción eligiéndole por marido; es apresado luego por una partida exploradora de los españoles, después de defenderse valientemente y no sin que lograse herir con una daga a Francisco Osorio y Acevedo; y a punto ya de ser ultimado, le salva Ercilla la vida,


Quedando desde allí siempre conmigo,
no en figura de siervo más de amigo,


refiere el poeta. Y a su servicio y devoción andaba cuando en la refriega de la quebrada de Purén, creyendo que su amo no podría escapar, se ofrece a conducirlo por sendero que le permitiese salir de aquella emboscada, a tiempo que se presenta Glaura, y sin aceptar el ofrecimiento, Ercilla despide desde allí a la pareja, concediendo la libertad a Cariolán.



Caupolicán. Caupolicano. Indio.

De queupu, una especie de ágata, y lican, piedra también y de que hemos hablado más arriba en la palabra Andalicán.

Es difícil comprender lo que significa la reunión de estos dos sustantivos tan análogos, y los indios mismos no aciertan tampoco a penetrar su inteligencia.

Sin embargo, procediendo por analogía, se puede suponer que uno de los hombres hace de complemento del otro, y así Caupolicán significaría, por ejemplo, lanceta de cuarzo, o suponiendo el complemento colocado en primer lugar, como es lo más común, equivaldría a amuleto de ágata. Además, es cosadigna de tornarse en cuenta que licán puede considerarse como una simple partícula patronímica, «pues de ordinario todos ellos se ponen el nombre de licán», según lo advierte el Padre Febrés.

Otra derivación sería la siguiente: de queupu, lanceta de piedra para sangrar, y de llcan, tener miedo.

Debernos confesar que ninguna de estas derivaciones nos satisface, y que probablemente nunca sabremos con fijeza lo que en araucano quería significar el nombre del célebre toqui. -K.

En araucano este nombre se pronuncia Queupilican (Queupùlican, Febrés), y entiendo que pueda significar, como nombre propio de varón que era, «es queupo y es licán», es decir, es queupo por la robustez y dureza de su cuerpo, y es licán por el brillo y claridad de su espíritu. El queupo era un pedernal negro, que por su consistencia se empleaba en lancetas para sangrar y el licán era un cuarzo blanco de mucha estima, que brillaba con los reflejos del sol.

Este vocabulario figurado, en que predomina la interpretación metafórica, es la base en que se fundan la mayor parte de los nombres propios, no sólo en los países salvajes, sino aún en los civilizados. Puede ser también un apodo de los tuertos, que Caupolicán lo era, aludiendo queùpu, la piedra negra, al ojo sin luz, y llcán, la piedra brillante, al ojo con vida. -B.

Nombre que no se vuelve a encontrar en la historia: pero sí es frecuente hasta hoy Keupo; licán.

Si su verdadera forma fuera queupo licán, su etimología no admite dudas.

«Queupu, lanceta de piedra para sangrar los indios; lican, una piedra de estima como cristal de indios». -Valdivia.

Lo que el Sr. Guevara traduce: sangrador de lican.

El señor Astaburuaga explica: queupy, ágata negra; lican, cristal de roca.

Se lee en Febrés: caupùn, arañar; lican, piedra de cristal, blanca; los machis la estiman mucho, y, de ordinario, todos ellos se ponen el nombre de lican.

Cabe aquí hacer presente que los moluches y pehuenches denominan Keupu a las piedras de rayo. Obsidiana. -Ch.

Góngora Marmolejo (Col. de Hist., II, 83) y otros cronistas dan el nombre Queupulican.   —443→   Col. de Hist., II. 243, «Relación de García de Mendoza del año 1558», da la forma Cupulicán.

Los elementos de la composición son: Febrés, Quepù-una piedra negra como pedernal, con que sangran + lican (véase Andalicán); el significado será «el licán para sangrar». -L.

La única etimología correcta es Queupùlican, porque llcan (escribo llùkan) es verbo. -A.

«Según Julio Figueroa S. (Nombres geográficos, etc.) Caupolicán se descompone así: Caapo-licán: nuevo jefe de roca; pero Barbará (p. 8) dice: Es Queupulicán, como escribió Ercilla en su Araucana. Queupulicán se compone de Queupu, pedernal negro con el cual se sangran, y licán, un plato de barro en que recogen la sangre». Holmberg, Lin-Canel.

«Caupolicán, indio de tantos bríos cuanto parece significar aun la misma hinchazón del nombre». Mariño, Crónica, p. 149.

Córdoba y Figueroa, que conocía bien el idioma araucano, le llama Queupolicán en su Historia de Chile, p. 76, acercándose así más a su verdadera ortografía.

Pero en esto le hizo ventaja Góngora Marmolejo, quien no sólo escribió este nombre con absoluta corrección, sino que también -circunstancia más importante todavía- dejó establecido con sus palabras la existencia del caudillo indígena, alejando toda duda de que se tratara de un personaje de la inventiva del poeta, pues, sin otras citas expresas que en la Ilustración histórica se verán al hablar de su muerte, se expresa así: «Este es aquel Queupulicán que don Alonso de Arcila en su Araucana tanto levanta sus cosas». Historia de Chile, p. 84, segunda edición.

Caupolicán fue hijo de Leocán, y nació con un ojo sin luz, que parecía «un fino granate colorado». Era señor o cacique del valle de Pilmaiquén. Mozo todavía, fue


Varón de autoridad, grave y severo,


y dotado, a la vez que de las más altas cualidades morales, de grandes fuerzas y de extraordinario empuje. Ausente de la junta que los caciques araucanos celebraban para la elección del caudillo que debía guiarlos en su próxima lucha con los españoles, llega por fin a ella, sin gente y a la ligera, a tiempo de entrar en la prueba del troncón ideada por el anciano y discreto Colocolo, de la que sale vencedor, para alcanzar por ese medio el mando supremo.

Comienza su gobierno disponiendo el asalto al fuerte de Tucapel con una estratajema ideada por él y que en persona debía secundar ocupando en el momento oportuno los fosos y la entrada, hecho de armas que fracasó casi desde sus principios.

Pelea después en la batalla de Tucapel, en la que mata a Diego Oro y a otro español. Derrotado y preso Valdivia, es llevado ante él; se inclinaba a perdonarle la vida, en vista del ofrecimiento que le hace de abandonar el país, cuando un anciano pariente suyo mata de un porrazo al jefe español.

En el consejo que se siguió a las fiestas con que celebraban sus victorias, se pronuncia por esperar que vuelvan los españoles a combatirlos, y allí mismo hace a Lautaro su teniente; ordenándole que vaya a atacar a Juan Gómez y a sus compañeros salidos de Purén para ir en socorro de Valdivia.

Marcha después con la vanguardia del ejército al asalto de la Imperial, de donde se vuelve a sus tierras, dispersando su gente; en seguida dispone asaltar a los españoles que habían ido a reedificar a Concepción; ordena las fiestas que se siguieron a la derrota española, para las cuales es elegido juez, por ser en todos ejercicios gran maestro; accede allí a perdonar la insolencia de Tucapel; resuelve luego atacar a don García; hace reseña de su gente antes de entrar en campaña en los días que precedieron a la batalla de Biobio; en las vísperas de la de Millarapue, envía a desafiar a don García; manda uno de los tres escuadrones del ejército araucano que allí pelea resistiendo el primer ataque de la caballería enemiga: rompésele la pica y continúa peleando con la maza; hiere a Berzocano y mata al yanacona Tambo, contrastando a pura fuerza la arremetida española, hasta que, perdiendo terreno poco a poco, hubo de buscar refugio en la espesura de la vecina montaña.

Después de las derrotas sufridas por las armas araucanas, predomina su consejo de que todo se abrase y destruya para resistir con más decisión y empuje a las armas enemigas y todos se resuelvan a matar o quedar muertos; aplaca de nuevo el inconsiderado ardor de Tucapel en su lucha cuerpo a cuerpo con Rengo, hasta dejar en sus toldos a los heridos y rnaltrechos campeones. Comienza a perder su crédito entre sus compatriotas, que le achacaban el llevar en dilación la guerra, por conservar su cargo, si bien temido y respetado todavía. Deseoso de volver por su nombre y fama, quiso para ello aprovecharse de la poca defensa en que había quedado el fuerte de Cuñete cuando vio alejarse al Gobernador con la más granada de su gente, y al cabo de una larga arenga que hizo a los caciques (quienes concluyen por darle de nuevo la obediencia), despacha un indio espía para preparar el asalto, emisario a quien engaña miserablemente el yanacona Andresillo, persuadiéndole de que podrían los indios   —444→   entrar al fuerte sin recelo a la hora en que los españoles acostumbraban dormir la siesta; emprende, en efecto, Canpolicán el ataque en el momento convenido; los españoles despedazan sin piedad a los asaltantes; Canpolicán derrama después de eso sus huestes y él en persona, acompañado de solos diez de sus soldados, busca refugio en lo más escondido de una quebrada, donde al cabo de poco le halla una partida exploradora enemiga, guiada por otro traidor que le muestra el camino. Al ver que los españoles se aproximaban, trata de escapar, a tiempo que una espada española le hiere gravemente en un brazo; ordenó entonces a sus compañeros que se rindiesen, e iban ya todos atados camino del fuerte, cuando un negro llegó tras ellos con una mujer que llevaba en brazos una criatura de pocos meses, y que al ver al caudillo indígena


En el montón de la canalla atado,


le increpa tal cobardía y le arroja su hijuelo a los pies. Las sospechas de los españoles de que aquel preso fuera el caudillo araucano, que no lograban medio de confirmar por las deposiciones de los indios, desaparecieron por fin cuando el propio le habló a Reinoso, el comandante del fuerte, ofreciéndole que le daría sumiso a Arauco en cambio de la vida. Condenado, con todo, a ser empalado vivo, sufre el atroz suplicio con resignación y valor heroicos, habiendo aceptado que le bautizasen antes de morir. Ocurrió el hecho allí en Cañete, pocos días después del 5 de febrero de 1559.

Tal es la figuración de Caupolicán en el poema ercillano.

La persona de Caupolicán, que es, sin duda, la culminante en La Araucana, nos la presenta también Pedro de Oña en su Arauco domado. Acepta por lo que a él se refiere la ficción poética de Ercilla en cuanto nos le pinta como enamorado de Fresia157, le da por padre a Leocán y en todo el poema sólo aparece una vez, en el asalto que los indios dieron al fuerte de Penco, donde supone que habiendo visto el «vigilante» don García el daño que hacía en su gente, le sale al encuentro y le atraviesa de parte a parte con su espada, asestándole, a la vez, tal golpe con el escudo, que el indio cayó de espaldas al borde de la trinchera y de allí en el foso (canto VI, páginas 156-157). Y ya no vuelve a hablar más del héroe araucano: relación falsa en todo, desde el principio al fin, y que no dice mucho en favor del poeta chileno, pues lleva hasta ese punto la adulación al antiguo gobernador de Chile.



Cauquén. Nombre geográfico. Cauquenes.

Los indios cauquenes debían su nombre a los cauques, pescado que abunda mucho en el Maule y en algunos de sus afluentes. El cauque es muy parecido al pejerrey. -K.

Plural castellano de Cauquén.

Un pez de agua dulce es nombrado cauque, que Molina llama Ciprinus cancus.

Una variedad de aves nadadoras se llama cauquén. Anser chiloensis. -(Philippi).

En el léxico del P. Valdivia puede notarse: caufquen, raer. -Ch.

La denominación geográfica a que corresponde el nombre de Cáuquenes es en la forma un plural, que probablemente se refiere a algún animal o una planta. Podría pensarse en el cauque (pez semejante al pejerrey) si la forma primitiva fuera el cauquén; no puedo comprobar la existencia de esta forma. El nombre de cauque no está en Febrés, pero está comprobado por Rosales, I, 442, Molina y otros. -L.

No es difícil encontrar en los antiguos docemontos esta voz indígena, que ha dado su nombre a la ciudad de Cauquenes; bástenos recordar el siguiente párrafo de un interrogatorio fechado en 1567 (Docs. inédts., t. XXX, p. 299): «[...] en el camino que hay desde la ciudad de Santiago para la de la Concepción hay nueve ríos caudalosos, que son Itata, el de los Cauquenes [...]».



Cautén. Región, río. Cautenes. Indios.

Pedro de Valdivia llama a este río, Captena; el Padre Rosales, Cagtén, y el Padre Febrés Caghtun, y puede venir de una especie de patos dichos caghe que hay en el río. -K.

Caghtun, el río y reducción de la Imperial. De Caghe, un pato como el pato real; tun, coger, tomar, agarrar, echar mano. -Febrés.

Cague. Anser antarcticus. -Philippi. -Ch.

Según Febrés, 434, el río y reducción de la Imperial se llama Cagtun, más correcto Kagtün, hoy Cautín. No creo probable que se relacione con (Febrés): «caghe-un pato, como el pato real». -L.

Sin embargo, conozco una reducción con el nombre Caghe dañe; nido de caghes; pero, ¿quién sabe lo que significa Cautén? -A.

En esta última forma (cambiada hoy malamente en Cautín) se halla en los antiguos escritores chilenos, v. g., en Álvarez de Toledo, Purén indómito, canto VII, p. 126:


Furioso de la cólera iba ciego
camino de Cautén [...]


Y en los documentos: «[...] la cibdad Imperial, la cual pobló en la ribera del Cautén [...]». Documentos inéds., t. XVII, p. 114.



  —445→  

Cayeguano. Cayeguán. Indio.

De cayu, seis, y de huenu, cielo, altura, seis cielos o alturas. -K.

Calli, solo, lo mismo; huanque, avestruz. -Febrés. Avestruz. -Rhea americana. -(Philippi).

O bien: Cayu, seis, huenu, altura. -Febrés. -Véase en Valdivia: Huanque, avestruz; avellanas debajo de tierra. -Ch.

Tal vez: (Febrés) caghe-un pato como el pato real + huenu-arriba. Huenu también en otros nombres ha sido cambiado en huano, como Talcahuano. -L.

Apruebo: Cayu huenu, también Caghehuenu, pero no la derivación de huanque, porque los españoles no transforman huanque en guano, pero sí, huenu. -A.

Cayeguano, como Alcatipay, eran «hombres diestros, usados en afrentas» y


A cualquiera peligro apercibidos


y por tales cualidades fueron designados por Caupolicán para que, valiéndose de la astucia, penetrasen a la casa fuerte de Tucapel, empresa que en efecto realizaron, aunque sin lograr su principal intento de apoderarse de los españoles que dentro estaban, si bien pudieron salir ilesos del aprieto en que se vieron al ser descubiertos; tomó después parte, a las órdenes de Lautaro, en el ataque a Concepción cuando Juan de Alvarado fue a repoblarla y gana gran crédito allí por su esfuerzo y valor; siendo mozo y esforzado, lucha cuerpo a cuerpo con Torquín en la serie de combates singulares que como fiesta y regocijo tienen los araucanos después de sus victorias sobre los españoles, y vence allí a su contendor, usando de maña, y es, a su vez, vencido por Rengo, hasta ser sacado desmayado del campo.



Cayocupil. Indio.

De cayu, seis, y de cupiln, cortar: cortado o trasquilado seis veces.

Cupil se traduce por armazón de una casa, y el significado sería muy distinto si se entendiera que esta última palabra entraba en la composición: querría decir entonces, seis armazones. -K.

Este nombre geográfico, aunque designa un río distinto del Cauchupil, afluente del Lebu, me parece que es una adulteración de este último. Siendo así, su etimología sería muy sencilla; vendría de cauchupilco, chicha de cauchau, fruta de la luma, bebida que embriagaba a los indios rápidamente, pero por poco tiempo, por lo general una hora. Confirma esta opinión la circunstancia de que algunos geógrafos escriben Caicapil en vez de Cayo Cupil, lo que aproxima más todavía la semejanza entre los dos términos.

Sin embargo, puede ser también Caicupil, si se considera la forma primitiva de Cayo Cupil, un vocablo separado y de etimología propia. Se derivaría entonces de Cavi-Cupil, «casa de esquila» (cavi-casa de tablas; cupil, esquila), cabaña para trasquilar los ganados.

Aun, conservando el epíteto Cayo-Cupil sin variación mayor, podría derivarse de Cayo-quipal (en ortografía de Febrés Cayo-cùpal), por significar el verbo quipalen (cùpaln, Febrés) «llevar a cuestas», «llevar en peso», y querría decir «el que tiene fuerzas por seis», «el que es muy forzudo». El numeral cayu, seis, se emplea por los indios en sentido hiperbólico para ponderar la excelsitud de una condición o cualidad o la abundancia o magnitud de una cosa. Así: cayu queo, nombre de varón, literalmente «seis lenguas», quiere decir «orador brillante y locuaz»; cayupí, nombre también de varón, literalmente «seis palabras», quiere decir «hablantín», o como decimos, en Chile «siete palabras», y cayuntroi, literalmente «seis conyunturas», quiere decir «gigantón».

Lo que digo es sin perjuicio de que cada una de estas voces corresponda a ideas distintas y las tres sean designaciones de cosas diversas: Cauchupil, nombre de río, llamado así por el color de sus aguas, parecidas al de la chicha de chau chau; Caicupil, nombre de región o localidad, por el destino a que estaba aplicada una de sus posesiones, y cayo cupil, nombre de varón trasladado al río cerca del cual vivía, como epíteto individual. Así se explican las diferencias y a satisfacción de todos los gustos. -B.

Cayu, seis; cupiln, trasquilar, tusar. -Febrés.

Cayu, seis, cupùln, chamuscar o echar en la ceniza e rescoldo, algo para que se tueste. -Febrés.

Cupil, pelado. -Raimán. -Ch.

Febrés: cayu, seis + cùpùl, la armazón de palos de la casa «los seis armazones de casa». -L.

Yo digo: Cayu-queupùll. La ll es apócope de llanka. Véase: «Como se llaman los indígenas», p. 10. Sin embargo, no rechazo cayu cupil (pelado). -A.

Escrito exactamente en la misma forma que en el poema ercillano figura en el Purén indómito de Álvarez de Toledo (canto II, p. 40) una región de ese nombre:


De Puchanque, de Ongol, de Millapoa,
de Pilmaiquén, Tirùa, Videregua,
Cayocupil, de Angolmo y de Claroa [...]


  —446→  

Alguna luz pudiera sacarse del nombre Copil con que Oña (Arauco domado, C. VI, p. 139) designó a uno de los guerreros araucanos, dato que no es de despreciar cuando se sabe que tan entendido era en la lengua araucana, como que había nacido y criádose en Angol. No es extraño que el nombre se convirtiese en el poema en Cupil para evitar la repetición de las dos oes, contrarias a la euforia. Y si nuestra hipótesis fuera aceptable, tendríamos que esa voz procedería de copiu, nuestro actual copihue, la hermosa enredadera de los bosques del sur, de color rojo encendido en la generalidad de su especie, y que se aplicara de la poda de copiu al hombre de rostro encendido.

Si se la supone derivada de copiñ, que, según versión de Febrés, «llaman unas puntas de colehues chamuscadas, que ponen en el camino paradas para que se claven los caballos y no pasen», estratajema de guerra que era muy frecuente entre los araucanos y que Ercilla recuerda en el canto I de su poema (página 9, estrofa 2). Resultaría, pues, combinando cayu y copiñ, seis hoyos o emboscadas de aquella especie, por alusión a las que ese indio hubiese puesto o ejecutado en alguna ocasión.

Cayocupil, señor de tres mil vasallos, que habitaban las sierras, es el tercero de los caciques que llega a la junta en que debía elegirse jefe del ejército araucano, y allí se muestra furioso y arrogante, habiendo hecho en seguida la prueba de mantener el troncón en sus hombros durante cinco horas. Figura después entre los caciques que obedecían las órdenes de Lautaro cuando fue a combatir en Concepción a Juan de Alvarado y a los demás españoles que pretendían repoblar aquella ciudad; se hace notar en el combate que con tal motivo se produjo; aparece más tarde en la revista de la gente que pasó Caupolicán antes de iniciar su campaña contra Hurtado de Mendoza en Arauco; y, por último, entre los caciques que en seguida de la muerte de Caupolicán aspiraban a sucederle en el mando.



Cinga. Zinga. Indio.

Chigan, sobras de bebida, y recogerla. -Febrés.

Chingan (n interpuesta mapuche). Resto de fiesta. -Raimán.

Din, alcanzar en distancia, y alcanzar y conseguir; cad, muy, mucho. -Febrés. -Ch.

Chinan: guardar bebida, bebida guardada. Está bien. -A.

A Cinga se le nombra una sola vez en el poema, para referir que pereció por mano de Gabriel de Villagra en el combate de Mataquito.



Colca. Indio.

Colù cam. Parece colorado. -Febrés.

Colca o colcan. Tragar el agua. -Raimán. -Ch.

Tal vez relacionado con (Febrés) cùlcan, enjugar, lavando con agua. -L.

Colca, como sustantivo, significa bocanada de líquido. -A.

Si no queremos suponer que hubo dos indios llamados Colca, será forzoso reconocer que medió una distracción del poeta al referir lo que ocurrió en Mataquito en lo tocante al que designa con ese nombre, pues afirma primeramente que Andrea


A Colca de los hombros arrebata
la cabeza de un tajo [...]


y luego, que allí mismo, Juan Gómez


Había de un golpe a Colca derribado [...]




Colocolo. Indio.

De collcoll, gato montés. -K.

Nombre propio de varón, el Néstor de La Araucana.

No viene de collcoll, como apunta König, sino que es el nombre común, sin variar una letra, del ratoncillo cantor (ctenomys), llamado «tucu tucu» en las pampas argentinas, y que en Chile, en donde es muy escaso, ha dado margen por su canto, que despide desde el rincón de su cueva, a mil fábulas supersticiosas entre el vulgo, habiéndose desnaturalizado su individualidad hasta convertirlo en un animal fantástico. En las provincias del norte de la Argentina se le llama «oculto», porque no se deja ver de las gentes, anunciando su presencia sólo por su canto, y a esta circunstancia se debe, sin duda alguna, la creencia popular de que es un ser sobrenatural. En Chile, únicamente es abundante este roedor en las cordilleras de Atacama, en las que recibe el nombre de «chululo», llamándose «chululeras» las trampas que forman bajo la tierra, en las que se hunde el viajero inadvertido, y en Tierra del Fuego, en que se llama «cururo». -B.

Colocolo: gato montés. -Febrés. -Felix colocolo. -Philippi.

El vulgo refiere numerosas consejas de un mito que con este nombre designa, y le atribuye diversidad de géneros y costumbres y funesta influencia. -Ch.

Febrés: colocolo, gato montés. -L.

No sé. Parece bien. -A.

«Nombre que dan los indios a un lagarto mitológico [...] o bien de col-col. (Julio Figueroa S.) Garrote [...] col-col. Febrés. Pero Julio Vicuña   —447→   Cifuentes en sus estudios de folk-lore chileno, I, Mitos, p. 16, trae diferentes versiones, terminando con la de Lenz en su Diccionario: "nombre vulgar de un gato montés. Del mapuche codcod o colocolo, gato montés"». Holmberg, Lin-Canel, p. 323.

«Colo. (s. m.) Gato montés romano. Se dice que acomete a los gatos domésticos y les quiebra el espinazo. De colo-colo o cod-cod: gato montés. Febrés». Cavada, Chiloé y los chilotes, p. 313.

Preséntanos el poeta a Colocolo en el punto en que llega a la junta acordada por los caciques para la elección del caudillo que debía regirlos en su lucha con los españoles; advierte desde el primer momento que era el más anciano de todos ellos y que tenía seis mil guerreros a su mando, en cuyo cargo había sucedido a Guaticolo; allí perora ante sus compañeros alterados y logra que triunfe su proyecto de que la elección recayese en aquel que más tiempo sostuviese un pesado troncón, en el fondo, simple estratajema de su parte para dar tiempo a que llegase a la junta Caupolicán, a quien él consideraba, por su valor y suficiencia, el llamado a ser el caudillo supremo.

Hace de nuevo oír su voz en la junta celebrada por los indios después de la victoria que habían alcanzado en Tucapel y predomina en ella su opinión de que el ejército se dirija sobre la Imperial.

Por tercera vez aparece para dar su consejo a Caupolicán -de cuyo lado no se apartaba en las circunstancias en que se suscitaban altercados entre los caciques congregados- sobre el modo con que se hubiera para aplacarlos y resolverlos; es él también quien propone el arbitrio que había de tornarse para tener conocimiento de las fuerzas con que contaba Hurtado de Mendoza cuando llegó a la Quiriquina, haciendo que para ello se despachase a Millalauco en calidad de espía; logra que los caciques muden el propósito de volver a atacar a los españoles después de su asalto al fuerte de Penco; y siempre al lado de Caupolicán y bajo sus inmediatas órdenes, se presenta en la revista de las huestes araucanas antes de la batalla de Biobío.

Muerto aquel caudillo y tratándose de elegir quien le suceda, sugiere la industria de que para que la junta del caso pudiera tenerse en seguridad y con el secreto conveniente, de todas partes acudan a los españoles indios que finjan el desear y pedir la paz. Celébrase, en efecto, la junta y en ella el viejo toma de nuevo la voz; punto en que se interrumpe repentinamente la relación del poeta.

En los cronistas y en los documentos se halla más de una vez el nombre de Colocolo, si bien con figuración posterior a la que se le concede en La Araucana, y, seguramente, aludiendo, no sólo a uno, sino quizás a dos así llamados. En la carta de Julián de Bastida a Hurtado de Mendoza, ya citada (pp. 493-494) pinta a Colocolo como «hombre que tendrá punto de sustentar en su tierra otros tantos años la guerra como en Tucapel»: referencia que bien pudiera aplicarse al héroe ercillano y que, en tal caso, sería el mismo que encabezó a los suyos contra Francisco de Villagra, especialmente cuando se convocaron en mediados de abril de 1563 y luego cercaron la casa fuerte de Arauco, donde «en las conversaciones que tuvieron los indios con los españoles, Colocolo tomó algunas veces la mano a decilles que no era él hombre de burla, que había de andar peleando hoy y sirviendo mañana, que quería morir con la lanza en la mano [...]».

Y tal sería el propio cacique cuyos hechos recuerda Góngora Marmolejo en tres pasajes de su libro (pp. 99, 105 y 108), diciendo que era este Colocolo «cacique principal y señor de muchos indios cerca del valle de Arauco», a quien en ocasión anterior le pinta como amigo de los españoles durante toda su vida y el que informaba a Francisco de Villagra de los planes de los indios; aunque más tarde, después de despoblada Cañete y partido aquel jefe a Concepción, es el mismo que sale elegido en junta general de toda la provincia y a quien ruegan se encargue del mando para ir a combatir la casa fuerte de Arauco, «y para el efeto hicieron derrama a su usanza de mucha chaquira y ropa, que es el oro que entre ellos anda, y desto le dieron por su trabajo y en nombre de todos, por su paga y salario». En una cédula de encomienda de indios firmada por el presidente Bravo de Saravia en julio de 1574, se menciona al lebo y cacique Colo-colo. Docs. inédts., t. X, p. 290.

En 1577 vemos que se hace figurar también a un cacique principal llamado Colo-colo, que al ver que Rodrigo de Quiroga y su maestro de campo «iban a hacer una maloca hacia Catiray, hizo hacer en sus tierras grandes ahumadas, dando a entender a los de Catiray cómo iban a su tierra, y por otro camino, con muy gran priesa, envió a los de Catiray cien indios con cien caballos [...]» (Docs. inédts., tomo XVI, p. 376). Puede que este fuera descendiente del nombrado en el poema, como se asegura que lo fue aquel otro que Álvarez de Toledo menciona en su Purén indómito (canto II, página 31), que aparece en escena después del   —448→   desastre sufrido por el gobernador Oñez de Loyola en Curalava, cuando cuenta que en seguida de varios caciques,


El último tras de éstos llegó solo
el nieto del antiguo Colocolo.


Sea que convengan o no algunas de estas referencias al Néstor araucano, ellas no dejan lugar a duda de que escritores posteriores, y aun de los contemporáneos de nuestro poeta, jamás pusieron en duda la existencia del legendario caudillo indígena.



Copiapó. Valle.

«Según los cronistas, llamose a Copiapó, o Copayapo, con este nombre, porque vale tanto como decir campo de las turquesas» (Medina, Los aborígenes de Chile).

«La palabra quechua es Copayapo, de copa, de color azul, y yapu, arar o sembrar». -Astaburuaga.

Como en Copiapó no hay turquesas, su nombre debe venir de las llancas, o sea piedras minerales azules y verdes, que abundan en los cerros de las inmediaciones y que se componen de silicato y carbonato de cobre.

El señor Sayago dice que Copiapó viene de yapu, que en la lengua hablada por los indios de Tucumán significa oro; Copayapu, quiere decir, entonces, «copa de oro». (Sayago, Historia de Copiapó).

Debemos advertir que, aun aceptando la etimología señalada por el señor Sayago, la palabra copa no es castellana, no conociéndose el significado que tenía en el lenguaje hablado por los indígenas a que hace referencia.

Si la palabra original es Copayapu, como dicen los historiadores de Chile, ella se derivaría de llapu, una yerba del campo, común en Atacama, y de copa, color azul.

Conservando siempre la forma Copayapu, y variando sólo el orden de los factores, podría venir de Quipai-Apu, o sea de Apuo-quipay, título de general en jefe entre los quichuas.

La historia recuerda que un Inca mandó a la conquista de Chile a un general llamado Sinchirunca; y es posible que este jefe militar u otro anterior estableciera su cuartel general en aquella comarca, primer valle habitado después del despoblado de Atacama y lugar sumamente adecuado, por tanto, para dar descanso a las tropas y prepararlas para el avance en los territorios de más al sur.

Todavía podría traducirse como Cupay-apo, o sea, jefe o gobernador de los cupays o «duendes nocturnos», especie de brujos muy temidos y populares entre los indios de aquella parte del país y más al norte. Estos personajes mitológicos no eran de invención araucana y la creencia en ellos estaba reducida a los territorios influenciados por las razas tropicales. El supay quichua, origen sin duda del brujo copiapino, era un dios malo, a quien sacrificaban niños y adoraban en templos en el Cuzco y otras partes.

Pero, aun sin modificar la palabra Copiapó, podría traducirse por «cueva de brujos», deduciéndola del mismo término cupay y del aimará, potho, hoyo, cueva, elidiendo la sílaba final. La quebrada de Paipote, que está situada un poco más arriba de Copiapó y que es una hondonada sombría de aspecto salvaje, tendría la misma significación, elidiendo aquí la primera silaba en lugar de la última, y vendría a ser, así, el paraje apropiado al nombre y punto primitivo de la denominación de ambas localidades. Y a la verdad entre Copiapó y Paipote hay una sorprendente aproximación de sonidos, que hace sospechar en un parentesco cercano. -K.

Etimología araucana no le veo. ¿Por qué no: ko pi apo: «agua, dijo el Gobernador»? Hay construcciones análogas. -A.

En los cronistas chilenos se encuentra la forma Copiapó, si bien la original y correcta es la de Copayapo, que trae Cieza de León, o Copayapu el Inca Garcilaso: «En fin dellas está una grande [bahía] en la cual hay un puerto y agua que se llama Copayapo; está en veinte y seis grados». La Crónica del Perú, p. 359, ed. Rivadeneyra.

«Y al pasar de los puertos para entrar en Copayapu, que es el primer valle de Chile [...]». Historia general del Perú, página 90, segunda edición.

Pedro de Valdivia se intitulaba gobernador de los reinos de Nueva Extremadura, «que comienza en el valle de la Posesión, que en lengua de indios se llama Copiapó [...]»; y Góngora Marmolejo escribía a veces lo mismo, y otras, como en este pasaje de su Historia (p. 64): «por este respeto se fue a Copayapo [...]».

El P. Rosales, Historia de Chile, I, p. 213: «En el valle de Copiapó se labraba antiguamente una mina de piedras turquesas [...] Por ellas se llamó aquel silio Copiapó, que vale tanto como decir "campo de las turquesas" [...]».



Coquimbo. Ciudad. Nombre geográfico.

Se tiene por corrupción del quechua cullqui-tampu, tambo de plata. -K.

Guiados por la similitud de sonidos, y aceptada como mapuche esta palabra, cabría la etimología siguiente:

Co, agua, cumpun, trozar palos. -Febrés. Astillero.

  —449→  

El señor Astaburuaga la deriva del quichua y da la forma Cullquitampu, tambo o estación de plata. -Ch.

No encuentro explicación aceptable. Mapuche ko-kimvoe sería el que sabe agua, el conocedor del agua. No creo que tal frase pueda ser la etimología. -L.

Ko y kumpun, no es probable; tampoco: Ko kimovoe. -A.

En la Vida de don Pedro Gasca de Calvete de la Estrella, tomo I, p. 201, se lee «[...] dejó [Valdivia] tres ciudades pobladas de cristianos: la Serena, que los indios llaman Chimbo [...]»; pero es de sospechar que mediara yerro de imprenta al interpretar el manuscrito; si así no pasa, y tal afirmación fuera exacta, ya aparecería mucho más claro el significado de tal voz, que, en todo caso, es manifiestamente quichua.

Pedro de Oña (Arauco domado, c. II, p. 53) escribe Quoqaimbo, y Ercilla, por exigirlo la medida del verso, dijo (251-4-8):


Y en el puerto Coquimbico surgieron.




Corpillán. Indio.

Corrupción de curi, negro, y pillán el dios del trueno y del rayo, y también el mal espíritu. -K.

Coren, desquitarse, vengarse, tomar satisfacción; pillan, llaman al diablo o a una causa superior que dicen hace los truenos, rayos, relámpagos y reventazones de volcanes, y a estos mismos efectos también llaman pillan o pillan. -Febrés.

Cùru pillan. -Lava del volcán. -Febrés.

Curi pillan. -Dios negro. -König. -Ch.

El segundo elemento es (Febrés) pillan o pillañ, el dios de los truenos y relámpagos; la primera parte parece (Febrés) corù, caldo, guisado, zumo y «el guiso de Pillán». Menos probable es que esté puesto por curi o curù, negro. -L.

Curù pillan es buena explicación, porque aun hay tales apellidos. -A.

Corpillán fue uno de los jóvenes que acompañaban a Lautaro en Malaquito, donde perdió de un tajo la mano derecha, junto con su espada; recobra esta en seguida, y, empuñándola con la izquierda, continúa la pelea, hasta quedar muerto allí con la casi totalidad de sus compañeros.



Crepino. Indio.

Che, gente; pin, anunciar. Valdivia. Che, gente, hombre; punon, las pisadas, pisar, huellas, rastro. Febrés. -Ch.

Si el nombre es indio, podría pensarse en (Febrés) crùv-viento + pinú-pulmón, «pulmón de viento». -L.

Créu-pmoi: el tordo pisó pájaro; o bien: cúdè (muy usado en apellidos)-pmoi: el tordo pisó atado de colihues encendidos para alumbrar. -A.

Crepino, joven de «suerte y linaje conocido», en las fiestas organizadas por los pretensores de Tegualda en las orillas del Itata, en su confluencia con el claro Gualebo, «manso río», vence por dos veces a Mareguano, el más esforzado de aquellos, y obtiene luego el triunfo en la carrera del palio, logrando así la mano de la indígena. Un mes después, Crepino, aspirando a señalarse en el ataque del fuerte de Penco, perece en la arremetida. La busca de su cadáver en la noche que siguió al combate por Tegualda entre los montones de los muertos y el encuentro que el poeta en tales circunstancias hace de ella, sabido es que constituye uno de los episodios más dramáticos y sentidos de La Araucana.

La calidad de extranjero que Ercilla señala al indio no pasa de ser, en nuestro concepto, una simple invención poética, en la que se propuso imitar, en cuanto los elementos con que contaba se lo permitían, una de esas justas pintadas en los libros de caballerías, que tan admirablemente resumió Cervantes por boca de su héroe, en las que, de ordinario, un caballero de noble origen y de extraños reinos se presenta a disputar en el palenque la mano de la hermosa hija del rey en cuyos dominios se celebra la fiesta.



Crino. Indio.

Qrin, errar y pecar. Valdivia. -Quino, cosa asquerosa. -Crino, poner. Febrés. -Ch.

¿Crin? Si es mapuche se relaciona con (Febrés) «cúrin, errar el camino; etiam moraliter, se toma por fornicar». -L.

No sé. -A.

Pedro de Oña, chileno, nacido en Angol, en el centro de la tierra araucana y que sabía el idioma indígena, según él mismo lo advierte, se pronuncia por la forma Crin, puesto que así escribe este nombre en el siguiente verso (Arauco domado, C. VI, p. 139): si bien, es cierto que por la medida del verso no pudo dejarle dos sílabas.


A Crin de tajo un músculo cercena [...]


Ercilla, al parecer, para apartarse del significado corriente de crin, españolizó el nombre agregándole una o: Crino.

En el poema se ve figurar a Crino en dos ocasiones: en las fiestas que celebraron los araucanos   —450→   después del combate que siguió a la intentada reedificación de Concepción, en las que alcanzó el cuarto lugar en el tirar las lanzas; y luego en el asalto que Villagra dio al fuerte de Mataquito para rendir a Lautaro, en el cual, luchando cuerpo a cuerpo con el hercúleo Andrea, este le quitó la vida.



Cron. Nombre propio.

Pron, ñudo, añudar o atar. Valdivia. -Ch.

Febrés: curon, cadera. -L.

Será crun, la cuñada de un hombre (por el hermano); el cuñado de una mujer (por la hermana). -A.

Cron perece en Mataquito, también al rigor de la espada de Andrea, que de un golpe le divide en dos partes.



Curaca.

Curaca, m. Lit. hist. -1: el jefe de una tribu o pueblo de indios en el Perú y en las provincias argentinas arribeñas (Granada, 170; Lafone, 84, Palma, 26; cfr. en la etimología la cita de Middendorf. || 2. -Los jefes instituidos por el Inca para gobernar la parte subyugada de Chile; había uno en Coquimbo, el otro para el valle de Chile (Aconcagua) residente en «Mapocho»; cerca de Colina; cfr. Barros Arana, I, 72 y 181. || 3. -Jefe de los indios chilenos: «príncipe y curaca de la Villa Rica», Bascuñán, 280 | «siendo un tan poderoso curaca y amigo valiente», Bascuñán, 302. | «El buen Peteguelén, curaca anciano», Ercilla, canto VIII. | Cortés Hojea. An. Hidrogr., V, 515: «habían hablado con el curaca del dicho cabi, se llamaba Tavepelqui» (por error de lectura está airaca). | Véase abajo la cita de Febrés y Zerolo.

Etimología: mapuche, Febrés: curaca-usan para decir gran cacique, y eran criados entre españoles y les daban las encomiendas. | Havestadt, 638: Curaca-ita olim appellabantur caciquiorum filii, qui honeste ab Hispanis educati, bonisque moribus instructi, suis praeficerentur; | del quechua, Middendorf, 191: curaca, el jefe de una tribu. Hoy todavía tienen los indios cristianos al lado de las autoridades nombradas por el Gobierno, las suyas propias. | <curajka; curaj-el mayor de edad, el más viejo, ibid. | De consiguiente, «curaca era primitivamente el hombre más anciano de la tribu». - Cfr. Lenz, Dic. etimológico, pp. 226-227.

«Curaca, usan para decir gran cacique, y eran criados entre españoles, y les daban las encomiendas». -Febrés. -Ch.

No se conoce hoy día entre los indígenas. -A.

A la cita que del empleo de esa voz por Ercilla hace el doctor Lenz, debe añadirse esta otra (127-3-1) para completar las dos en que aparece empleada en el poema:


Tras éste otro curaca, hechicero [...]


Ya vimos, al hablar de cacique, cómo Agustín de Zárate nos dice que corresponde de todo en todo a curaca.

A los ejemplos del uso y valor de esta voz, añádanse los dos siguientes: «[...] y la misma orden de sucesión guardaban los curacas y señores en las haciendas y cargos [...]». Acosta, Historia natural y moral de las Indias, II, p. 113, ed. de Madrid de 1792. «Para cada pueblo o nasción de las que redujo [Manco Capac] eligió un curaca, que es lo mismo que cacique en la lengua de Cuba y Santo Domingo, que quiere decir señor de vasallos». Garcilaso, Comentarios Reales, p. 25, segunda edición.



Curgo. Indio.

Curi, negro; co, agua. -Valdivia y Febrés.

Compárese en Valdivia cudivoru, espinazo. -Ch.

«Si es indio, debe ser muy desfigurado, quizás (Febrés), curù ghùy ¿nombre negro? o curù uùn- ("el alba negra", ¿muy de mañana?)». -L.

Curco = cueva (de ratón). -A.

Curgo, calificado de valiente por el poeta, le presenta siguiendo de cerca el estandarte de Caupolicán en la reseña que este hace del ejército araucano después del asalto del fuerte de Penco y antes de la batalla de Biobío.



Curiomán. Indio.

De curi, negro, y de mañque (que se ha abreviado) buitre: buitre negro. -K.

Curi, negro; mañque, cóndor. Febrés. -Ch.

Tal vez, «cóndor negro». (Febrés): curù, negro; mañque, buitre, cóndor. -L.

Curiuman = creu mañque: tordo cóndor. -A.

Y aquí viene al caso la observación de Holmberg, de que, «se puede afirmar que man como terminación de nombre de un cacique araucano, es una abreviatura de manki, cóndor [...]». Lincanél, p. 39.

Curiomán, «mozo», que en las primeras escaramuzas de la batalla de la cuesta de Marigueñu señalábase por su arrojo y destreza en el arrojar de su lanza, tanto, que habiendo herido ya a siete españoles, Villagra, que lo notó y que iba a despedir el octavo golpe, mirando a Diego Cano, que tenía crédito de osado,


Dijo con voz airada: «¿No hay alguno
que castigue este bárbaro importuno?


Arremete entonces el español con su caballo   —451→   por entre la multitud de los indios, que tratan de oponérsele con sus picas derribadas, y, tropellando por todo, le sigue, le alcanza y le traspasa el pecho de una lanzada.

Tal es el pálido resumen de tan bizarro hecho de armas contado en La Araucana y que encuentra plena confirmación en el testimonio de Góngora Marmolejo, quien, sin nombrar a Curiomán, lo refiere, completando, además, la relación del poeta en cuanto al final de aquel singular combate, en los términos que ya dijimos al historiar la vida de Diego Cano.



Curios. Tribu.

Es curis, habitantes o tribus negras. -K.

Curi, curù, cosa negra. Valdivia y Febrés.

«Parcialidades de indios que habitaban los valles del territorio comprendido entre los ríos Teño y Lontué: derívase su nombre de curi, negro». Astaburuaga, Diccionario geográfico. -Ch.

Es posible que signifique «los negros»; mapuche. Febrés: curi, cosa negra. -L.



Chaillacano. Nombre geográfico.

De challa, olla de barro, y de can, cántaro: cántaro de barro. -K.

Challa, olla de barro: ca, interpuesta, es hacer: mo, donde. Febrés.

También: challa y camañ, cualquier oficio. Febrés. -Ch.

Tal vez derivación castellana de un nombre de lugar, Chaillaco. Quizás (Febrés): chay + llagh + co: «ahora mitad de agua». -L.

Estará formado de challa y de co, nombre de lugar, del cual viene challacano, designación de sus habitantes. La i de chailla viene del modo araucano de pronunciar la ll. -A.



Changle. Nombre propio.

Chang haber, partes, juntas, etc.; leuvu, río. -Febrés.

Chande. Cierta clase de hongo. Raimán. -Ch.

Changle se llama en Chile un hongo que crece en los robles. Febrés: chagdu. -L.

No hay reparo. -A.



Chaquiras.

Tuvo cuidado Ercilla de definir esta voz, diciendo que chaquiras «son unas cuentas muy menudas a manera de aljófar, que las hallan por las marinas». Procedía de la lengua de la provincia de Cueva, en Colombia, según se desprende de lo que refiere Oviedo; pero en la forma primitiva fue cachira, por más que el autor del índice que figura al pie de la obra del cronista de Indias editada por la Real Academia de la Historia pusiera chaquira. He aquí el pasaje de la Historia general de las Indias, t. III, página 138 en que se la describe y nombra:

«Destos caracoles grandes se hacen unas contecicas blancas de muchas maneras, e otras coloradas e otras negras, o cañuticos de lo mesmo: e hacen brazaletes en que con estas cuentas mezclan otras, e olivetas de oro que se ponen en las muñecas y encima de los tobillos e debajo de las rodillas, por gentileza, en especial las mujeres que se precian de si e son principales, traen todas estas cosas en las partes que he dicho e a las gargantas, e llaman a estos sartales cachira e las cosas desta manera»: pasaje que es, punto más, punto menos, lo mismo que había dicho ya en el Sumario de la natural historia, al final del capítulo X.

Uno de los compañeros de Ercilla, don Pedro Marino de Lobera, usó también esta voz en su Crónica del Reino de Chile, p. 73: «[...] y le dio algunas preseas, como peines, tijeras, chaquira [...]».

Permaneció en Chile en uso esta voz por lo menos hasta mediados del siglo XVII, como lo comprueban los siguientes ejemplos:


Danles chaquiras, trompas, danles flautas [...]


Guerras de Chile, canto X, p. 224.                


Pedro de Oña, en una de sus notas al Arauco domado limitó a uno el color de la chaquira, declarando que eran «granos azules menudos como aljófar» y usó de esa voz dos veces en su poema. C. II. p. 35, y C. XIII, p. 340:


Y con azules vueltas de chaquira [...]



Él tiene el rico llauto de chaquira [...]



Apoderose de ellas y otras cosas
que fueron de grandísimo interese
piedras, ropa, ganado, llancas, oro,
chaquiras, que es entre ellos gran tesoro.


Purén indómito, canto XV, p. 289.                


En el Diccionario de Autoridades se cita en comprobante de la definición de esta voz uno de los versos de Ercilla en que se la halla empleada (284-4-4):


Jotas, llantos, chaquiras y listones [...]


a que habría podido añadir este otro (505-3-7):


Y un grueso mazo de chaquira prima [...]


Nótase por esto que chaquira se emplea tanto en singular como en plural, sin que se altere en nada su significado.

La Real Academia cita también el siguiente pasaje de Argensola (Conquista de las Molucas, lib. III, fol. 19): «Acercáronse por verle sólo, y él les dio chaquiras, peines, zarcillos y cañamazo».

Véanse algunos otros de autores que vivieron en América y sobre ella escribieron. «En el Perú   —452→   usaron sacrificar coca, que es una yerba que mucho estiman, y maíz que es su trigo, y plumas de colores, y chaquira, que ellos llaman mollo». Acosta, II, p. 44. «Traen atados grandes ramales de cuentas de hueso menudas, blancas y coloradas, que llaman chaquira». Cieza de León, p. 380. «Traen en sus personas algún adornamiento de joyas de oro y unas cuentas muy menudas a quien llaman chaquira colorada, que era rescate extremado y rico. Y en otras provincias he visto yo que se tenía por tan preciada esta chaquira, que se daba harta cantidad de oro por ella. En la provincia de Quimbaya (que es donde está situada la ciudad de Cartago) le dieron ciertos caciques o principales al mariscal Robledo más de mil y quinientos pesos por poco menos de una libra». Id., p. 400.

Un soldado chileno que vivió prisionero durante algún tiempo entre los araucanos a mediados del siglo XVII, al describir los adornos usados por una joven india, dice:

«Traía la muchacha que me invitó a bailar, muchas llancas y chaquiras, de diferentes colores, muy bien adornadas, que en tales festejos las tienen por gran gala las que entran a bailar con las demás mozas». Cautiverio feliz, p. 203.

Aunque un tanto anfibológico, parece desprenderse del siguiente pasaje del jesuita Rosales, que el nombre correspondiente a chaquira en el idioma araucano era cucham, voz que no se registra en el Vocabulario del P. Febrés. «Para el trenzado usan unas cintas que hacen de caracolitos del mar, blancos, muy pequeños, que parecen cuentas de abalorios, y llaman en su lengua cucham». Historia general del Reino de Chile, t. I, p. 159. Hoy en día, la voz equivalente es llanca y llancatu. Lenz, Diccionario etimológico, p. 260.



Chilca. Chilcán. Nombre propio. Chilcano. Chilcanos. Tribu.

Puede venir de chilca y también de chilco o chilcón, la fuccia común, y que abunda mucho en el sur de nuestro país. Hay también un pajarillo que se llama chelcán o chedcán. -K.

Tircan o thircan, cegar de nube. Valdivia. -De las acepciones de «carta» que da este autor pudiera creerse que la voz chilca envuelve el significado de «mensaje».

Chillca, hierba medicinal, carta, papel, señal o hierro de ganado. -Febrés. -Chillcan. -Estar señalado. -Chilca, chilcapoñe: papa en mal estado. -Raimán.

Chilca, indio. -Febrés: chilca-una yerba medicinal; carta, papel, escritura, y la señal o hierro de los ganados. El nombre de la planta (varias especies de Baccharis) es de origen quechua. Cfr. chillca, Middendorf, 388.

Chilcan, chilcano, chilcanos, será derivado de chilca, como denominación de un lugar. -L.

Este vocablo es el mismo que se conserva en el lenguaje vulgar y que se aplica al individuo que sufre una fluxión irritante de los ojos. Como designación de una comarca o de los habitantes de ella, que otra no puede tener, significaría los chilcamientos, apodo también empleado por mofa en el estilo del pueblo158.

El uso de los sobrenombres, a guisa de patronímicos y también como epítetos burlescos a las personas, es una costumbre del más refinado sabor araucano. Herencia es esta que los chilenos cultivamos desde el colegio hasta los salones, como hijos legítimos de nuestros padres.

Sin salir del campo de los patronímicos, los araucanos llamaron a los españoles huincas, esto es, ladrones, y lleulles, del nombre de un ave de rapiña, y a las tropas irregulares de paisanos que penetraban en su territorio a robar más que a pelear. Los habitantes de Coliñé y los de Colina, literalmente, eran «los ojos colorados»; los de Pluneros (Piunelu) «los rotos»; los de Ilochegua, «los come perros»; los de Cañibal, «los harapientos», y los de Chovellen, «los flojos»; de donde el calificativo de chiballen, que en estilo familiar se da a la persona de poco seso y chisgaravis. Estos nombres alusivos a defectos físicos o morales eran numerosos para designar a ciertas tribus indígenas que han quedado en la geografía como designaciones locales. No siempre eran insultantes, pues también había algunos significativos de buenas cualidades, como «mampuero» (mampuelu), «los cariñosos», o Gualañé, «ojos de guala», «ojos de dulce mirar». -B.

Chillko, fuccia; chillko, adjetivo: aguanoso (aplícase a las papas), chillka, carta, etc. -A.



Chile. Chille. Región, provincia.

Se supone que un cacique poseedor del valle de Aconcagua en la época de la conquista peruana, llevaba el nombre de Thili, que después pasó a ser Chili, tomando toda la tierra el nombre del cacique. Los españoles daban comúnmente a los lugares los nombres de sus caciques.

Mariño de Lobera declara que Chile fue antiguamente el nombre de un valle particular, y que por haber sido el último a que los españoles llegaron, «salió la voz por toda la tierra del Perú, que Almagro venía de Chile».

  —453→  

Don Alonso de Ercilla se expresa más o menos de la misma manera cuando dice: «Llámase así por un valle principal: fue sujeto al rey inca del Perú, de donde le traían cada año gran suma de oro, por lo cual los españoles tuvieron noticia de este valle; y cuando entraron en la tierra, como iban en demanda del valle de Chile, llamaron Chile a toda su provincia hasta el estrecho de Magallanes».

Por último, don Pedro de Valdivia, en carta dirigida al Emperador, dice que caminó hasta el valle de Copiapó, y cien leguas más adelante «hasta el valle que se dice de Chile, donde llegó Almagro».

Otras etimologías menos fundadas son las siguientes:

Suponen algunos que se deriva de chili, palabra quechua que significa lo mejor de una cosa, o del aimará chilli, equivalente a lo más hondo del suelo. (Véase Medina, obra citada; Rosales, t. I, pág. 185; Astaburuaga, obra citada, y un artículo publicado por don Benjamín Vicuña Mackenna, que se encuentra en el tomo I de sus Relaciones históricas).

El señor Sayago cree que Chile fue denominado así por los indios de Tucumán, quienes decían Chilli, fin del mundo. (Sayago, obra citada). -K.

Existían en el idioma araucano las palabras compuestas chili-hueque, nombre de un animal que los españoles llamaron carnero de la tierra y que no era otro que el llama importado del Perú, y chili-dugmu, o sea, el idioma mismo araucano. Estas palabras, literalmente traducidas, significaban «el llama o hueque útil o benéfico», y «la lengua rica o abundante». Chili, por consiguiente, es un adjetivo que vale por «cosa buena, abundante, rica, lo mejor de todo». El mismo sentido tenía en quichua, idioma afín del araucano, si bien más adelantado. Este es un punto de observación que puede darse como establecido.

Otro punto de discusión que también puede afirmarse con certidumbre es que desde antes de la conquista española existía un valle importantísimo al sur del de Coquimbo, que se llamaba Chili. En buscado este valle vino Almagro por las noticias que había recogido en el Perú de su riqueza, y en busca de él vino también Valdivia, aunque halagado más por el deseo de colonizar que de enriquecerse. Los cronistas españoles están conformes a este respecto; pero, no sólo las fuentes castellanas lo establecen, sino que lo confirman las propias tradiciones quichuas. Éstas hablan de que bajo la dominación de Tupac Yupanqui se recibieron noticias en el Cuzco de que los coquimbos y Chellés se armaban en guerra, motivo que incitó a aquel monarca a mandar ejércitos a estas regiones para someterlos a su obediencia.

Si, pues, es indudable que el único punto, llamado Chili en este país desde las primeras memorias que se tienen de él era el valle por donde corre el río de Aconcagua, y si, por otra parte, se sabe también la significación de esta palabra ¿en qué puede haber discrepancia para una opinión uniforme?

König parece aceptar la tesis de que Chile era el nombre de un cacique poseedor del valle de Aconcagua a la época de la conquista peruana de Yupanqui y de que esta conquista fue el primer lazo de unión de los dos pueblos, como si antes jamás se hubiesen visto y encontrado.

Ya se ha expresado que las tradiciones quichuas descubren que los chellés eran conocidos en el Perú desde antes de la invasión organizada por el inca Yupanqui, y sería extraño que desde aquella época remota se conservase el recuerdo de un cacique, de quien, por lo demás, no quedara más que el nombre. Por otra parte es un error bastante generalizado el suponer que la dominación quichua sobre las tribus chilenas o el contacto de ambas nacionalidades data únicamente desde la invasión de las tropas de Yupanqui, que sólo precedió en un siglo a la entrada de los españoles. Observaciones superficiales sobre la lingüística o la etnografía de las razas que poblaban la costa del Pacífico al oeste y en la altiplanicie de los Andes, manifiestan que los vínculos de unión y la influencia recíproca de dichas naciones se pierde en la noche de los tiempos. Las tradiciones del Perú atribuyen a los coquimbos la destrucción del imrio de Tiaguanaco y hacen reminiscencias de varias irrupciones de las hatun-runas (hombres grandes), que, yendo del sur, fueron a invadir hasta los confines de la altiplanicie, aun antes que se levantara el poder de los incas y que Manco Capac diera leyes a sus vasallos y echara las bases de una poderosa monarquía.

Los idiomas quichua y araucano tienen estrechísimas vinculaciones entre sí, como también con el aimará de la zona de Arica a la Paz y con el cunza de Atacama, bastando recordar para el efecto que su sistema común de numeración es decimal; que ambos tienen la numeración de partículas de reiteración, de actividad, de pasividad y otras; que tienen por base de la reciprocidad un idéntico y simplicísimo sistema pronominal y que el verbo sustantivo desempeña los mismos oficios en una y otra lengua. Aun entrando al terreno de las similitudes fonéticas, llama la atención que tuvieran palabras de raíz   —454→   análoga para designar el sol y la luna, muchas prendas de vestir, no pocas producciones naturales y nombres de animales y plantas. Estos objetos generalmente reciben su denominación desde que los hombres se organizan en agrupaciones y es una regla de lingüística que la igualdad de voces comunes en los idiomas indica que en una época anterior, hubo proximidad o confusión de razas o derivación de un tronco común de que nacieron.

La voz Chili, semejante en quichua y en araucano en pronunciación y en significado, es una prueba más de este antiguo y secular enlace entre los pueblos de la costa sur-americana.

Siendo chili un adjetivo, debió estar unido por su naturaleza a un sustantivo, como lo está en chili-hueque y en chili-dugmu y en otras voces araucanas, como chili-cauquen, «el dulce cauque», especie de pejerrey, y siguiendo la paridad de estos ejemplos, me parece que probablemente le acompañaba en otro tiempo el sustantivo mapu, tierra, que es la voz que en araucano designa la patria o el hogar. Resulta así Chili-mapu, que probablemente era el verdadero nombre del valle de Aconcagua. Del mismo modo el valle de Valparaíso, su vecino, se llamaba en los tiempos indígenas Aliamapu, «país quemado», observándose una combinación idéntica de palabras.

Considero, pues, que el valle de Aconcagua se llamaba Chili-mapu, la tierra fértil y abundante, y, en realidad, no podía haberse aplicado a otra comarca del país un adjetivo más propio y expresivo. -B.

¿Por qué no se toma en consideración que los gramáticos antiguos lo llaman Chilli? Véase el Vocabulario del P. Luis de Valdivia. -A.

Véase también el Diccionario etimológico del Doctor Lenz, p. 279.

Sería extendernos más de lo que estos apuntamientos lexicográficos lo permiten, si hubiéramos de reproducir aquí lo que consignamos en Los Aborígenes de Chile, pp. 1-10, acerca del origen y procedencia de esta voz Chile, que ha dado su nombre a todo nuestro país, y que posteriormente don M. L. Amunátegui desmenuzó (tarea que bien podría adelantarse todavía)159 en sus Apuntaciones lexicográficas (t. II pp. 62-86); pero, ya que la ocasión se ofrece, debemos añadir a la nómina de los autores invocados respecto a su etimología -por no haber sido contada hasta ahora, sin que sea, en verdad, de gran importancia-, la que da González de Nájera, que terminó de escribir su Desengaño y reparo de la guerra de Chile en 1617, donde, a la página 6 (segunda edición) se expresa así: «[...] digo que Chile quiere decir frío en lengua de algunos de sus naturales, nombre que le fue dado por ser excesivamente fríos los vientos que corren de sus nevadas sierras en tiempo de invierno, en las partes que caen más al sur».

Y también, cuándo aparece por primera vez esta palabra Chile en los anales de la historia. En nuestro concepto, era desconocida por Almagro cuando emprendió su jornada en 1535. En el contrato que dio origen a ella, celebrado entre aquel caudillo y su compañero Pizarro, en 12 de junio de aquel año, se nombra la región que había de ir a descubrir «la provincia de Toledo»; el licenciado Gaspar de Espinosa, en la carta que escribió a Carlos V, en 25 de febrero de 1536, hablándole de esa empresa de Almagro, le decía que «se ha sabido que está poblado ciento y sesenta leguas adelante del Cuzco, en una provincia y tierra muy rica» (Documentos inéditos, t. IV, p. 341): pruebas bien claras de que hasta entonces se ignoraba el nombre indígena de este país; de tal modo, que ha sido sólo al regreso de ese conquistador al Perú cuando él y sus compañeros pudieron designarlo con el de Chile, y, de ellos, habrían sido los primeros Pedro Cermeño y Juan López, que llamados a declarar en la probanza hecha a instancias del procurador de la Ciudad de Lima, allí, en 29 de septiembre de 1537, «cómo Almagro salió del Cuzco con mucha copia de españoles a descubrir y poblar la nueva provincia de Toledo [...]», «que era vuelto de la nueva provincia de Toledo» (un antecedente más para afirmar que hasta ese momento no era de otro modo designada), depusieron, el primero: «que el mariscal don Diego de Almagro ha quitado muchos repartimientos [...] y los ha repartido a los que él traía consigo de Chile». Y el segundo: «[...] quel dicho mariscal [...] mandaba a los dichos indios que no los sirviesen, salvo a los que con él vinieron de Chile» (Docs. inéditos, t. IV, páginas 433 y 437).