Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

Siguiente

La casa de Quirós1

Carlos Arniches

Al ilustre periodista José María Carretero

Querido Pepe: Cumplo una deuda de gratitud y de cariño
con enviarte desde esta página un abrazo muy estrecho,

Carlos

PERSONAJES

ACTORES

SOL DE QUIRÓS,18 años.SRTA. PRADO.
DOÑA CÁSTULA,70 años.SRA. CASTELLANOS.
MODESTA,40 años.SRA. MARTÍN.
LIBRADA,25 años.SRA. FRANCO.
QUINTINA.SRA. MEDERO.
OBDULIA.SRTA. BORDA.
CASIMIRO PÉREZ,23 años.SRA. CHICOTE.
DON GIL DE QUIRÓS,55 años.SR. AGUIRRE.
DON DALMACIO,50 años.SR. SOLER.
DON BENIGNO,45 años.SR. PEINADOR.
DON VALERIANO,50 años.SR. DELGADO.
LUCIO,20 años. SR. CASTRO.
SABINIANO.SR. ORTIZ.
MOZO 1.°.SR. GUERRA.
MOZO 2.°.SR. BASTIÁN.
MOZO 3.°.SR. BERMÚDEZ.

La acción, en un pueblo de Castilla. Época actual.

Derecha e izquierda, las del actor.

Patio de una casa solariega castellana. Ocupando los términos del lateral izquierda se ve la fachada posterior de la casa. La puerta, practicable, que da acceso al patio, la cubre un porche de viejas columnas. Bajo el porche, antiguos macetones con plantas, una mesa de roble y varias sillas de cuero. Al fondo, una tapia con puerta grande de tejadillo, que da al campo vasto y árido de Castilla. A la derecha, corral y caballerizas. Sobre el tejado de esta edificación, un palomar con palomas. En el ángulo de este lado, un pozo con pila a la sombra de una morera.

Es por la tarde, poco antes de la puesta del sol.

Escena I

Al levantarse el telón aparece LIBRADA, vestida al uso de las labriegas castellanas, sacando agua del pozo, cuya soldana chirría con su característica estridencia. MODESTA remienda ropa que saca de un cesto. SOL borda sobre un bastidor. A poco, sale de la casa DOÑA CÁSTULA, de negro, con cofia oscura, sus gafas caladas, un manojo de llaves colgando de la cintura y en la mano un libro de devoción y un rosario. Algunas gallinas picotean por el suelo. Una campana lanza al viento sus pausadas vibraciones. Se escucha a lo lejos el cacareo de un gallo.

SOL.-¿Tocan a la novena?

MODESTA.-No, eso es al rosario. Deben ser las cinco y media.

LIBRADA

(Cantando.)

   Vientecillo zarzagón,

que es calladico y muy frío:

Si vas por Tierra de Campos

no hieles el amor mío.


DOÑA CÁSTULA.-(Saliendo.) ¡Librada!

LIBRADA.-Mande usté, doña Cástula.

DOÑA CÁSTULA.-Vete a ver si la Dorotea tiene ya hecho el chocolate para la señorita Sol. ¡Anda!

SOL.-No; para mí, no. Gracias. Esta tarde no tengo gana de merendar. ¡Ay! (Se ha pinchado bordando y se chupa el dedo.)

DOÑA CÁSTULA.-(Con tono desabrido, que será su tono habitual.) ¿Pues qué te pasa pa estar con ese desgano?

SOL.-¿Qué me va a pasar?... No me pasa nada.

DOÑA CÁSTULA.-No, pues a mí no me digas; tú tienes algo, porque hoy tampoco has comido. No creas que me chupo el dedo.

MODESTA.-La sopa no la ha probao, eso pue usté decirlo.

SOL.-Porque eran fideos y no me gustan.

DOÑA CÁSTULA.-Sí; pero el cocido no eran fideos, y tampoco lo has olido.

LIBRADA.-No ha tomao más que dos espárragos.

SOL.-Me basta.

MODESTA.-¿Pero tú crees que hay alguna persona que se pueda sostener con dos espárragos?

SOL.-Además, también probé un poquitín de pollo.

DOÑA CÁSTULA.-Ahí tienes..., los pollos. Otra cosa que siempre te ha gustado a ti con locura. Y ahora, en cuanto ves un pollo delante, vuelves la cabeza.

SOL.-No; eso sí que no; los pollos me siguen gustando. ¡Ay! (Se vuelve a pinchar.)

DOÑA CÁSTULA.-¿Qué te siguen gustando?... ¿Pero qué te gusta, si no sabe una qué servirte?... Te pregunto que si muslo, y ni verlo; pechuga, le haces ascos; te digo alón, y te marchas... ¿Qué te gusta de los pollos?

LIBRADA.-(Riendo estúpidamente.) El bigote. Lo que a mí.

DOÑA CÁSTULA.-¡Quita de ahí, desvergonzada!

LIBRADA.-¡Ay Jesús; pero si es una groma, señora!

DOÑA CÁSTULA.-¡Bromas, con las caballerías como tú! ¡Hale!

LIBRADA.-(A SOL.) ¡Pos no me llama caballería! ¿Quie usté que la dé un mojicón?

DOÑA CÁSTULA.-¿Qué es eso de un mojicón?

LIBRADA.-¡Si le digo a la señorita que si quie que la dé un mojicón, que con una copa de vino rancio u algo parejo, no crea usté que la cairía mal! Que too lo que dice una servidora me lo tie usté que mermurar.

SOL.-Bueno; cállate y tráemelo, que eso sí que me apetece. ¡Anda!

LIBRADA.-¿Lo está usté viendo?... (Aparte.) ¡La vieja esta, que gruñe más que un cerrojo e cuadra! (Vase refunfuñando a la casa.)

DOÑA CÁSTULA.-Voy a ver los huevos que han puesto las gallinas. (Yéndose por la puerta del corral.) ¡Ay Jesús, Jesús!... (Vase.)

Escena II

SOL y MODESTA.

MODESTA.-Bueno, hija mía; ahora que estamos solas vas a decirme a mí lo que te pasa, porque a ti te pasa algo.

(Se levantan y dejan la costura.)

SOL.-¡Pero, por Dios, ama!... ¡Si no me pasa nada!...

MODESTA.-¡No te va a pasar!... Te has pinchao cinco veces, que ties la yema que es un dolor..., y además ca dos menutos das unos suspiros que parten el alma. Tú me ocultas algo, y haces mal, gloria del mundo, porque ya sabes que te quiero como te podía querer tu madre, si viviese.

SOL.-(Cada vez más afligida.) ¡Pero si estoy contentísima!

MODESTA.-Sí; pa echar un baile. ¡Qué vas a decirme a mí, que leo en tus ojos! ¿Qué tienes, Sol, qué tienes?

SOL.-(Sin poderse contener ya, llora.) Nada, si no es nada...; si estoy tan alegre como todos los días. (Rompe a llorar.)

MODESTA.-¿Lo ves?... ¿Ves cómo lloras? ¿Ves cómo yo conozco tus penas? Pero cállate la boca, que me lo feguro too; eso es el genio de tu padre...

SOL.-¡No, por Dios, qué ha de ser de mi padre!...

MODESTA.-Sí; algún disgusto que te he dao ese hombre orgulloso, déspota, tirano, mandón.

SOL.-¡Por Dios, ama, cállate, no hables así! Papá tiene su genio, pero es muy bueno.

MODESTA.-¡Bueno esa furia, que se le para una mosca en la cara y se salta una muela de la bofetá que se arrea pa espantásela!

SOL.-Que es un poco nervioso.

MODESTA.-Un poco nervioso, y el otro día, porque le sentaron mal los huevos, empezó a tiros con las gallinas. Y mata los ratones a estacazos.

SOL.-Sí; pero en el fondo es bueno.

MODESTA.-¿En el fondo?... En el fondo de una cisterna, pero muy honda. Con decir que en el pueblo ya no hay mozo que quiera servirle, y pa encontrar el criao que llegó ayer he tenío que encomendárselo a mi hermano a la provincia de Soria...

SOL.-Pues bien, ama, no quiero tener secretos contigo... Estoy nerviosa, agobiada... Lo que me pasa hoy... Vamos, que lo que me pasa hoy...

MODESTA.-¿Qué te pasa, reina?

SOL.-¡Lo que me pasa hoy es horrible! (Cae en sus brazos llorando.)

MODESTA.-¿Horrible?... ¿Es que por un casual ha averiguao tu padre que ties relaciones con Casimiro?

SOL.-(Aterrada.) ¡Calla, por Dios; pobre Casimiro si lo hubiese averiguado!

MODESTA.-Por eso te digo. ¡Con su orgullo!... ¡Con su nobleza!... Consentir tu roce, na más que tu roce, una Quirós del Pulgar y Carrillo de Peñas Altas, con el hijo de un tendero de telas, que además se llama Casimiro Carranque y Pérez... Antes le pegaba fuego al escudo de armas y rasgaba los cuadros de los dieciocho agüelos que tenéis retrataos en la sala.

SOL.-¡Que me están dando a mí una vidita los abuelos esos!

MODESTA.-¡La verdá es que te ha caído una familia!...

SOL.-Ya ves; un padre que nos hace gracia una cosa y no podemos reírnos hasta que salimos a un recado, y docena y media de abuelos al óleo. Pues bien: figúrate, para que comprendas mi inquietud, que, a pesar de todo esto, Casimiro se ha empeñado en venir esta tarde con su padre a pedirle a papá mi mano.

MODESTA.-¿A pedir tu mano esta tarde? ¡Pero ese chico ha perdido la razón!

SOL.-Ha perdido la razón y quiere perder las narices.

Escena III

Dichos y DOÑA CÁSTULA.

DOÑA CÁSTULA.-(Del corral, con una cestita con huevos.) Hablando del tenderito, como si lo oyera. ¡Jesús, Jesús!...

SOL.-¡Ay, por Dios! No, señora.

MODESTA.-¡Por Dios, qué susto l'ha dao usté a la chica!

DOÑA CÁSTULA.-¡Sí, por Dios, por Dios! Menos repulgos y más obediencia a los consejos de las personas de juicio. ¡Que estoy del Casimiro ese!...

SOL.-Bueno; pero no le diga usté nada a papá, que usté siempre...

DOÑA CÁSTULA.-Yo no le diré nada a tu padre, que una sabe lo que tiene que saber en todas las cosas...; pero quisiera que me dijese un alma cristiana qué te ha dao la zanahoria esa pa que le quieras como le quieres.

MODESTA.-¡Pues qué quie usté que l'haiga dao! Lo que dan toos de primeras: cháchara.

DOÑA CÁSTULA.-Cháchara, cháchara... Una criatura tan fina, tan delicá, una flor de estufa..., como quien dice, venirse a enamorar de ese mostrenco.

SOL.-¡Ay, por Dios, doña Cástula, no le llame usté mostrenco, que me pongo...!

DOÑA CÁSTULA.-¡Pero por qué le quieres, es lo que me intriga!

SOL.-¡Qué sé yo! Quizá porque a mí me enamora todo lo fuerte, todo lo varonil. ¡A su lado me siento amada con un amor bravío, avasallador!

DOÑA CÁSTULA.-¡Romantiquerías!...

SOL.-Será quizá la ley de los contrastes. Junto a la azucena, el roble poderoso; junto a la violeta...

DOÑA CÁSTULA.-¡Junto a la violeta, el calabacín..., porque es un calabacín!

SOL.-(Con amargura, a MODESTA.) ¡Le llama calabacín!

MODESTA.-(A SOL.) ¡Qué vas a esperar de una alcachofa!

Escena IV

Dichos. LIBRADA, con una bandeja con bizcochos y una copa de vino. Sale de la casa.

LIBRADA.-Aquí están el vino y los bizcochos. Esto resucita a un difunto.

DOÑA CÁSTULA.-A ver, a ver... Pero ¿cuántos bizcochos has traído?

LIBRADA.-(Con cierta confusión.) No sé...

DOÑA CÁSTULA.-Aquí no hay más que cinco, y Dorotea siempre pone más.

LIBRADA.-Tos los días no pone seis...

DOÑA CÁSTULA.-Todos los días pone seis... Sino que tú eres una guluzmera.

LIBRADA.-(Muy apurada.) ¿Pue que se fegure usté, que el que falta me lo he comío yo?

DOÑA CÁSTULA.-Sí, señora, que te lo has comido, estoy segura, y te vas a ir a la calle cuando menos te lo pienses..., ¡golosona!

LIBRADA.-Pues sí, señora, que falta uno; pero es que se ha caído al suelo, y yo no sabía ande tirarlo que no manchara, y por eso me lo he comío. Después que una hace un favor, por no ensuciar el piso... (Llorando, pone el servicio en la mesa.)

SOL.-Pero dejen ustedes, qué más da. (Va a tomarlo.)

DOÑA CÁSTULA.-¡Ay reina soberana, qué acémilas, qué acémilas!...

Escena V

Dichos y LUCIO, que sale por el foro con un galgo atraillado.

LUCIO.-Guas tardes.

DOÑA CÁSTULA.-¡Pues mira este otro!...

SOL.-¿Quién es este?

MODESTA.-El criao nuevo.

SOL.-¡Qué cara!... ¡Pero si eso es la caricatura de un ajo porro!

DOÑA CÁSTULA.-Oye, tú...: ¿adónde vas?

LUCIO.-¿Eh?

LIBRADA.-Que ande vas.

LUCIO.-No voy, que vengo.

DOÑA CÁSTULA.-Bueno; pero ¿de dónde vienes?

LUCIO.-De ahí ajuera.

DOÑA CÁSTULA.-Bueno; pero ¿de qué?

LUCIO.-De la alquitara, de llevá un pisón que mandome el señó Tiburcio, y de paso de dale dos corrías al can. ¡Me tie miedo!

MODESTA.-Lo creo.

SOL.-¿Tú eres el nuevo?

LUCIO.-Pa lo que sea e su voluntá d'usté.

LIBRADA.-Quítate la montera, hombre.

LUCIO.-¿Pa qué?

LIBRADA.-Que estás hablando con la señorita.

LUCIO.-Oigo de toas las maneras.

DOÑA CÁSTULA.-¿Cómo te llamas?

LUCIO.-Lucio, pa servir a Dios y a usté.

DOÑA CÁSTULA.-¿De dónde eres?

LUCIO.-De Quintanarejo, provincia e Soria, pa lo que usté guste de mandá.

DOÑA CÁSTULA.-¿Qué oficio tenías?

LUCIO.-Cabrero, pa servir a usté y demás familia.

SOL.-¿Guardabas muchas cabras?

LUCIO.-Setenta y ocho tenía a mi cuidao, mas me finaron tres por el antruejo. Una, de mí, que llevómela el lobo; las otras, pue que el arrizo, que por aquellas cumbres hela de Dios.

MODESTA.-¿Y nunca habías salido de tu pueblo?

LUCIO.-A un poblao que le icen Pinar del Llano, mas nunca a ciudad hasta que alberguemos en Valladolí, camino pa estas tierras.

SOL.-¿Y te gustó Valladolid?

LUCIO.-Es grandismo; pero tien un ser mu raro las gentes. Amos, que me pasó allí una pasá...

SOL.-¿Qué te pasó?

LUCIO.-Pues pue que entremos en un comeero a comer, y toas las presonas, dimpués de la comía, ascomenzaron a metese madericas en la boca y a chupalas, y díjeme yo: «Deben ser dulces», y agarro una y estoy media hora chupa que te chupa, hasta que tuve que tirala, que no me sabía a na, y eso que mastiquela y to.

SOL.-Pero, hombre, si eso son mondadientes.

LUCIO.-Será lo que usté quiera; pero debían cocelos.

SOL.-¡Qué rusticidad tan encantadora..., comerse los mondadientes!

DOÑA CÁSTULA.-No lo he conocido más bruto.

LIBRADA.-¡Qué salao!... No me deja a mí de gustar este.

DOÑA CÁSTULA.-A ti no te deja de gustar ninguno. ¡Vaya usté d'ahí! Anda, Modesta, tráete la ropa, y tú, hija, vamos a rezar el rosario. ¡Ay, Jesús, Jesús!...

SOL.-Sí, vamos. (A MODESTA.) Si anduviese próximo Casimiro y pudieras llamarlo, avísame. (Vase.)

MODESTA.-Descuida.

(Las sigue.)

DOÑA CÁSTULA.-Y tú, Librada, enséñale a ese mostrenco su obligación: que le eche el pienso al caballo, que limpie los arreos y que lo tenga todo listo, no llegue el señor, y así, de primera providencia, le abra la cabeza.

(Vase, seguida de MODESTA, que se lleva el cesto de la ropa.)

Escena VI

LIBRADA y LUCIO.

LUCIO.-¿Qué dice esa anciana de la monterilla que me va a abrir el amo?

LIBRADA.-La caeza.

LUCIO.-¡Ja, jay! ¡Qué fantesías tie esa señora!... ¡Abrime a mí la caeza! ¡Tiente usté, galana! (Le arrima la cabeza.)

LIBRADA.-(Golpeándole con los nudillos.) Sí que es dura.

LUCIO.-Me dan una pedrá, y rebota.

LIBRADA.-Güeno; pero es que el amo a lo mejor agarra una tranca y da al tuntún.

LUCIO.-¿Qué es el tuntún?

LIBRADA.-Cualquier cosa. Amos, que no arrepara ande pega.

LUCIO.-Ya me s'ha hecho a mí esta mañana, cuando me ha dao una patá en el tuntún, que el señor tie un poco malo el genial.

LIBRADA.-¡El genial no es dengún almíbar, no vaya usté a figurarse! Pero, amos, si se cumple, lisiale, no le lisian a uno, y usté tie cara e listo.

LUCIO.-¡Listo!... Como que cuando tomo chocolate mojo con el dedo pa no gastar pan.

LIBRADA.-¡Qué sabiduría!

LUCIO.-¡El espabilo de ca uno!

LIBRADA.-(Jugando con la punta del delantal.) Y hasta pue que s'haiga usté dejao algún cacho e novia por el su pueblo.

LUCIO.-¿Por el mi pueblo? Ni ensoñación.

LIBRADA.-(Dándole un empujón que casi lo tira.) ¡Amos, quite usté d'ahí, mentirero!

LUCIO.-Que no, señora; que no me gusta el novieo.

LIBRADA.-¡Mia el melindrón!... (Acercándose con cierto rubor.) Pos cuando se quea usté solo con una moza, ¿qué hace usté?

LUCIO.-Pos cuando me queo solo con una moza..., me voy.

LIBRADA.-(Deteniéndole.) ¿Las tie usté miedo?

LUCIO.-¡Cerval!

LIBRADA.-¿L'han querío hacer daño?

LUCIO.-¿Que si han querío?... Como que una hasta me dijo que me casase con ella..., ya ve usté.

LIBRADA.-¡Que las hay exigentes! ¡Esas son las que echan a perder a los hombres!

LUCIO.-Exigentes y comprometeoras, que yo no me quiero ver casao, que en eso he salío a mi padre.

LIBRADA.-¿Su padre de usté tampoco es casao?

LUCIO.-¡Qué va a selo!... A él que le pían lo que quieran, menos casase.

LIBRADA.-(Volviendo un poco la espalda.) Pos usté, la verdá: tie usté un ser de muchísima simpatía. No es porque esté usté delante.

LUCIO.-(Dándole un azote.) No; si no estoy delante. (Agitando la mano.) ¡Rediez, qué daño me he hecho!... Pero güeno, güeno, no me enredije usté, que no quio enredijos con faldas.

LIBRADA.-¡Qué despreciativo!

LUCIO.-¡Hale, hale, al trebajo! ¡Qué daño!... ¡Es piedra! (Vase a la caballeriza.)

LIBRADA.-No me deja a mí de gustar este. Es mu escamón; pero de más duros los he cocío. (Vase tras él.)

Escena VII

SOL; luego, CASIMIRO.

SOL.-Juraría que desde la balaustrada de la terraza divisé a Casimiro, que venía hacia acá. ¿Será él, Virgen Santa?... Al parecer, llevaba escopeta. ¿Habrá salido de caza, o será para disimular?

CASIMIRO.-(Aparece vestido de cazador, con polainas, canana, bolsa y escopeta. Lleva un flexible con una plumita detrás. Asoma con temor por la puerta del foro su cara redonda y colorada.) ¡Sol!...

SOL.-¡Casimiro!...

CASIMIRO.-¿Estás sola, Sol?

SOL.-Sola, sí.

CASIMIRO.-Sol, sal; anda.

SOL.-No me atrevo.

CASIMIRO.-Sal, sal; anda.

SOL.-Entra tú, que no hay peligro. Papá ha salido.

CASIMIRO.-¿Ha salido ese mostruo?

SOL.-¡Calla, por Dios! Ya sabes que le ha dicho el médico que vaya a paseo.

CASIMIRO.-El médico y la mar de gente. ¿Y doña Cástula?...

SOL.-Está en sus devociones.

CASIMIRO.-Otro avechucho que se podía ir a paseo también. (Entra.)

SOL.-Y tú, ¿de dónde vienes tan cinegético?

CASIMIRO.-He salío a chorlitos. Ya sabes que ahora pasan.

SOL.-¿Has matao muchos?

CASIMIRO.-Pues matar, matar, lo, que se dice matar, no he matao ninguno. He contusionao a dos y he malherido a cinco.

SOL.-¿Pues qué te ha pasao?

CASIMIRO.-Pues me ha pasao que no me ha pasao casi ninguno, y además que se me han olvidao los perdigones y les he tenido que tirar a piedra.

SOL.-¡Qué lástima!

CASIMIRO.-No; si me alegro. Hay días que no tie uno valor pa hacerle daño ni a una musaraña. Yo, cuando salgo de caza y me siento feliz, veo una liebre, y en lugar de encañonarla, la digo; «Corre y no seas tonta, que si no, te espera un kilo de arroz...»; y me oyen y volan.

SOL.-¡Qué bueno eres, Casi de mi vida!

CASIMIRO.-Pues hoy tengo uno de esos días de arroz.

SOL.-¿Has pensado en mí acaso, Casi?

CASIMIRO.-¿Que si he pensao en ti?... Desde el crepúsculo matutino al vesperal.

SOL.-¡Qué frase tan poética!

CASIMIRO.-Si me la coge el boticario, soneto.

SOL.-¿Y qué has pensado? ¡Dímelo!

CASIMIRO.-Pues he pensao..., me da vergüenza decírtelo, Sol.

SOL.-Anda, dilo... (Con rubor.) Vamos, si no es una cosa verde.

CASIMIRO.-¿Verde?... Blanco y negro.

SOL.-¿Cómo blanco y negro?

CASIMIRO.-Que te he hecho unos versos que pegan divinamente, y los voy a mandar a Blanco y Negro.

SOL.-¿Unos versos?... A ver, a ver.

CASIMIRO.-Verás qué bonitos. Me vas a llamar Zorrilla.

SOL.-Según. Anda, dímelos.

CASIMIRO.-Verás. (Saca un papel.) Como tú dices que yo soy un sol y tú te llamas Sol, pues los titulo «De Sol a Sol».

SOL.-Precioso.

CASIMIRO.-

Y dicen así:

«Todos los días te pones,

sol que recorres el cielo;

cuándo se pondrá mi Sol

el blanco vestido de Himeneo».


SOL.-¡Huy, qué preciosidad!... ¡Himeneo!...

CASIMIRO.-¿Te gustan?

SOL.-Bárbaramente...; pero oye: lo del vestido, ¿no es un poco largo?

CASIMIRO.-Sí; me ha resultado un vestido de cola...; pero dice el boticario que si lo corto me va a resultar una poesía tobillera, y no sé qué hacer.

SOL.-¡Ay, cuánto te quiero, Casi mío!

CASIMIRO.-¡Y yo a ti, Sol de mi vida! ¡Tengo una gana que me dé una insolación!...

SOL.-Oye, y a propósito, porque cuando empezamos a hablar se nos va el santo al cielo: ¿han ido el señor cura y mi tío a ver a mi padre?

CASIMIRO.-Camino de la Fuente de la Aceña los he dejao, que iban a salirle al encuentro.

SOL.-¡Ay Casi, estoy temblando! ¿Qué resultará de esa entrevista?

CASIMIRO.-Que resulte lo que resulte, yo no me achico. ¿Es criminal este cariño? ¿No? ¿Pues por qué andar con tapujos? A más de que, ¿qué es lo que pasa aquí? ¿Que tu padre tie nobleza?... Pues el mío tie dinero; conque estamos a ellas.

SOL.-Sí; tienes razón; pero mi terror es que con el carácter de papá, si el señor cura y mi tío se lo han dicho así, de sopetón...

CASIMIRO.-No tengas cuidao. ¡Pues menudos son ellos! Tu tío es un aragonés más bueno que el pan, pero de esos que con la cabeza clava una estaca de tozudo que es, y el señor cura, de listo, allá se va con una anguila. Y de que ellos hayan empezao a hablarle a tu padre, le convencen, no lo dudes.

(Se escucha rumor de voces.)

SOL.-¡Calla! ¡Paece que los oigo!

CASIMIRO.-(Yendo a la puerta.) Sí, ellos son. Ya están aquí. Me se hace muy pronto.

SOL.-¿Vienen heridos?

CASIMIRO.-Parece que no. ¿Le habrán convencido?

SOL.-Calla.

Escena VIII

Dichos, DON DALMACIO y DON BENIGNO; salen del foro. El último, con balandrán y gorro de terciopelo. Vienen mohínos, cariacontecidos, dando señales, por sus gestos, de una gran contrariedad.

LOS DOS.-Buenas tardes.

CASIMIRO.-(Con desaliento.) No le han convencido.

SOL.-(Muy temerosa.) ¿Han..., han hablado ustedes ya con papá?

DON DALMACIO.-(Con marcado acento aragonés.) ¡Mira, no le llames papá a una cosa que muerde! (Sacudiéndose violentamente el sombrero con el pañuelo.) ¡Contra con el hombre! Eso es más áspero que una cardadera.

CASIMIRO.-¿Pero no le han...?

DON BENIGNO.-En Dios y en mi ánima juro que no he visto pecador de más férreas intransigencias ¡Qué soberbia! ¡Qué orgullo!

SOL.-Bueno, tío; ¿pero qué ha pasado?

DON DALMACIO.-Pues ha pasao, ¡contra!, que ese tirano martirizó a mi pobre hermana, que en gloria esté, con que si el escudo, con que si la nobleza, con que si garambainas y zarramplinadas, y too pa cenar borrajas, que es lo bueno, y ahora se ha propuesto amargar a este angélico, que es lo único que me queda en el mundo. Pues no, ¡repuño!, que aquí está tu tío, que no sería aragonés, ni de las Cinco Villas, ni hombre honrao, ni médico de este pueblo, si no apadrinase el año que viene a un crío de aquí del pollo y de...

SOL.-¡Tío, por Dios!

DON BENIGNO.-No corras, baturro.

CASIMIRO.-Que va usté que vola.

SOL.-Bueno; pero a todo esto, ¿qué ha ocurrido?

CASIMIRO.-¿Le han dicho ustedes que esta y yo nos...?

DON DALMACIO.-Oye, cura; dice que decírselo... Ni mentárselo siquiera.

DON BENIGNO.-Si nos explayamos, la religión y la ciencia vuelven al pueblo en un pañuelo de hierbas y a cachitos; no te digo más.

CASIMIRO.-¿Pues qué ha pasao?

DON DALMACIO.-Figúrate que no hice más que decirle, así como hablando por hablar de los mozos del pueblo, y encaminando la cosa a nuestro negocio: «Hombre, Gil: ¿qué te parece a ti como muchacho Casimiro Carranque, el hijo de Valeriano el lencero?».

CASIMIRO.-Diría que muy guapo.

DON DALMACIO.-¿Guapo?... Como físico, nos dijo que hay talegos más esbeltos que tú.

CASIMIRO.-¡Repeine!

SOL.-(Con amargura.) ¡Casi talego!

DON BENIGNO.-Y como feo, añadió que si te acercas a una fuente y abres la boca, te arriman el cántaro.

CASIMIRO.-¿El cántaro a mí?... ¿Que me arriman el cántaro?...

SOL.-¡Dios mío!

CASIMIRO.-(Con desesperación.) Bueno; no profiero la expresión adecuada a esa pollinez por respeto a su señora hija, aquí presente; pero le dicen ustedes que en esta fuente han hecho cola muchísimas señoritas, y que todavía hay quien está esperando la vez. Eso es.

SOL.-¡Por Dios, Casimiro, no te exaltes!

CASIMIRO.-¡Pero cómo no me voy a exaltar, si me ha llamao grifo! (Casi llorando.)

SOL.-¿Ven ustedes? ¡Lo que yo decía!

CASIMIRO.-Lo que está haciendo ese hombre es que nos está poniendo en un despeñadero, porque yo lo tengo pensao: o Sol pa toa mi vida, o la sombra eterna.

SOL.-¡Ay, eso, no, Casi!

CASIMIRO.-¡Eso, sí, Sol; sí! ¡O Sol, o sombra!

SOL.-¡Ay, por Dios, la sombra, no!

DON DALMACIO.-Bueno, ea, ea...; nada de garambainadas y no llorar ni apurarse, que yo os juro que os casáis.

CASIMIRO.-¿Que nos casamos?... Pero ¿cómo?...

DON DALMACIO.-¿Que cómo?... Pues por lo pronto tú vienes esta tarde con tu padre, que es hombre de agallas, a pedirle la mano de esta, como habíamos convenido.

CASIMIRO.-¿Con mi padre?...

SOL.-¿Pero no ven ustedes que los echará a la calle?

DON DALMACIO.-Que los eche. Entonces nosotros le haremos las reflexiones del caso, y si a pesar de todo se niega, cargados de razón, apelaremos...

LOS DOS.-¿A qué?

DON DALMACIO.-A una ingeniosa treta que se le ha ocurrido al cura.

LOS DOS.-¿Qué es? ¿Qué es?

DON BENIGNO.-Un remedio heroico de última hora... Si llega el caso, ya lo sabréis; pero por lo pronto obedeced a don Dalmacio.

DON DALMACIO.-Ni más, ni menos. Conque arrea por tu padre.

SOL.-¡Chis!... Cállense...

(Se oyen voces y alboroto lejos.)

¿Oyen ustedes? ¡Qué escándalo!

DON BENIGNO.-Voces, denuestos, golpes...

CASIMIRO.-¡Tu papá!... ¡Que viene tu papá! ¿Por dónde me voy?

SOL.-Sal por la puerta de la caballeriza.

DON DALMACIO.-Y no tardéis.

CASIMIRO.-Dentro de un cuarto de hora estoy aquí con mi padre. (Vase.)

Escena IX

Dichos, DON GIL, DOÑA CÁSTULA, MODESTA, LIBRADA, LUCIO, con una collera en la mano, y un MOZO DE CAMPO; salen TODOS por el foro, aterrados, como gente que huye, y precediendo a DON GIL, que viene detrás, furioso, amenazador, con una fusta en la mano. Tipo de hidalgo castellano. Viste traje oscuro de campo, con botas de montar de cuero color avellana y espuelas. Lleva sombrero de fieltro, ancho.

DON GIL.-¡Canallas!... ¡Villanos!... Juro por mi fe que he de sacaros el pellejo a tiras.

DOÑA CÁSTULA.-Pero, señor...

DON GIL.-¡Fuera de mi vista, mala bruja!... (A LUCIO.) Y tú, cernícalo..., ¿cómo no viniste a tenerme el caballo del rendaje, según te tengo mandado?

LUCIO.-Señor, si es que... (Del temblor le suena la collera que tiene en la mano.) estaba limpiando la co..., co..., collera, y cuando usté me dio aquel grito se me cayó la baba..., la babayeta..., y por eso...

MOZO.-¡Señor!...

DON GIL.-¡Silencio!

MODESTA.-Yo, cuando advertí..., fui a avisar...

DON GIL.-Cállese usted.

DOÑA CÁSTULA.-¿Quiere el señor el chocolate?

DON GIL.-¡Demonios colorados es lo que yo quiero!... ¡Ira de Dios!

DOÑA CÁSTULA.-¡Virgen Santa!

LIBRADA.-Si quiere el señor...

DON GIL.-¡Quítese de ahí, Maritornes!

LUCIO.-(Al MOZO.) ¿Qué nos ha dicho?

(Sonando los cascabeles.)

MOZO.-Ha sío a la chica.

DON GIL.-(A LUCIO, por los cascabeles que suenan.) Y tú, cállate ya.

LUCIO.-Si es la collera, que me cascabelea sin querer.

DON GIL.-¡Fuera todos, pronto, largo de aquí!... ¡A escape!

(Vanse DOÑA CÁSTULA y MODESTA a la casa. LUCIO, sonándole los cascabeles, y LIBRADA, a la cuadra. El MOZO, por el foro.)

SOL.-Pero, papá, por Dios; ¿cuándo calmarás esos nervios?

DON GIL.-Esta gente villana me irrita, me saca de quicio, me subleva. Además, llevo una tardecita tremenda, espantosa, trágica. (Pasea, agitado.)

DON DALMACIO.-¿Qué te ha sucedido?

DON GIL.-Nada; que cuando me dejasteis me encontré al guarnicionero que venía a darme dos bocados que le envié para que los compusiera. Me pidió nueve reales por la compostura. ¡Nueve reales!... Cuestión personal. Le tiré un bocado que le partí media oreja. Se quiso meter a separarnos el guarda de la dehesa de Ansúrez... Cuestión personal; otro bocado a la cabeza... Me alejé; a poco di con el barbero. Cuestión personal.

SOL.-Pero ¿por qué?

DON GIL.-Pues porque hablamos de la guerra; le pregunté si era francófilo o germanófilo, y me dice que inglaterrófilo. Le di una patada que le puse a considerable altura sobre el nivel del mar. El sacristán, que iba con él, me dio la razón. Cuestión personal, por darme la razón sin que yo se la pidiera.

SOL.-Pero si es que te incomodas por tonterías, papá.

DON GIL.-Por lo que se incomoda casi todo el mundo. Además, la gente plebeya me encocora, me crispa, me encoleriza.

DON DALMACIO.-Pues no hay más remedio que transigir, querido cuñao.

DON GIL.-Transige tú, si quieres... Yo, con el villano que me moleste..., cuestión personal.

DON BENIGNO.-Es que su espíritu de usté vive aún en edades de feudalismo y de privilegio, y hoy los tiempos son muy otros, mi señor don Gil.

DON GIL.-Los tiempos serán muy otros, mi señor don Benigno; pero la condición de la gente noble es eterna por ley divina y no cambia ni cambiará. Al menos, yo, plantado en mitad de la vida como un roble secular, firme sostén de sus ramas, ni me modifico ni me altero, y no cederé ni a los huracanes furiosos del modernismo ni a las sacudidas violentas de una democracia ridícula, soez, inaceptable.

DON BENIGNO.-Pero no negará usted que Dios, al igualar a los hombres, en su misericordia proclama también la igualdad espiritual entre todos los seres de la especie humana.

DON GIL.-Yo no niego nada.

DON BENIGNO.-Todos los hombres son nuestros hermanos.

DON GIL.-Convenido. Pero hay hermanos con los que no quiere uno tratarse. ¿Cree usted que puedo yo ser hermano de esa cursi de doña Gumersinda, la mujer del registrador, ni de doña Tadea, la esposa del farmacéutico?

DON DALMACIO.-Sin embargo, Gil, concede que hasta hay reyes demócratas.

DON GIL.-Hay reyes de muchas clases. Yo depongo mis armas e inclino mi frente ante ellos, pero no les imito. Yo me llamo Quirós. Y dice la leyenda de mi escudo: «Después de Dios, la casa de Quirós». ¡Yo democratizarme! ¡Ja, ja, ja!

SOL.-¡Ay, en cuanto venga Casimiro!

DON BENIGNO.-¡Está verdaderamente medroso!

DON DALMACIO.-¡No tiene solución!

Escena X

Dichos y LUCIO, saliendo por el foro.

LUCIO.-¡Sese..., sese..., sese..., seseñor!

(Le suenan los cascabeles de la collera.)

DON GIL.-Menos cascabeleo y más claridad en la expresión. ¿Qué pasa?

LUCIO.-Don Valeriano Carranque y su hijo don Caca... sisimiro, que si le puen ver a usté.

SOL.-(Aparte.) ¡Ellos!

DON GIL.-¡Carranque y el bruto de su hijo!... ¿Qué querrán de mí esos bodoques de lenceros?... ¿Han dicho que si me pueden ver?

LUCIO.-Sí, señor; y yo les he dicho que a usté no le pue ver nadie... a estas horas. Pero icen que traen una cosa de muchísimo interés.

DON GIL.-¡Qué molestia!... Pero, en fin, les haré esa merced. Tú, hija... (Repara en ella.) ¡Pero qué pálida estás!... ¿Qué te pasa?

SOL.-No, no es nada... Me voy a mi cuarto... Un pequeño mareo... (Aparte.) Los apalea. (Alto.) Nada; no es nada; un pequeño... ¡Adiós, papá!... (Vase a la casa.)

DON DALMACIO.-Y nosotros nos vamos a dar un paseo por la huerta, ¿sabes? (Aparte.) Yo no presencio la catástrofe.

DON BENIGNO.-(Aparte.) Ni yo. Los lesiona. (Alto.) Hasta ahora, mi señor don Gil.

(Vanse por la puerta de la huerta.)

DON GIL.-(A LUCIO.) Diles a esas gentes que pasen y esperen, que ahora saldrá el señor. (Vase a la casa.)

LUCIO.-¡Muuu...! ¡Mu bien! (Desde la puerta del foro.) Que pase el señor y que espere, que ahora saldrán ustés... Digo, no... Que ustés pasen... y que... Bueno... Que ustés lo pasen bien, que no m'acuerdo. ¡Está uno atontinao con este hombre! (Vase por las caballerizas.)

Escena XI

CASIMIRO y DON VALERIANO, saliendo por el foro.

DON VALERIANO.-¡Amos! Pasa, hijo, y no tiembles de esa manera, que paeces un azogao.

CASIMIRO.-Me sube un temblequeo de estómago de pensar que tengo que verme cara a cara con ese hombre, que no me para, padre.

DON VALERIANO.-¡Señor, ni que nos fuese a comer!

CASIMIRO.-¿A comer?... ¡Qué sé yo lo que le diga a usté! Que ya ha visto usté al guarnicionero, que aún lleva en la oreja las señales de un bocao.

DON VALERIANO.-¿Pero no vinimos a buscar tu felicidad?... ¡Pues a ello sin titubeos! Que yo tengo visto de toa mi vida que los hombres van ande quieren ir. Y tú no te apures de na que sea honrao, hijo.

CASIMIRO.-No. Y que, además, de elegancia de ropa no creo yo que tenga que ponernos ningún reparo. Yo llevo encima más de nueve duros, sombrero inclusive. Y usté, pues... a usté creo que se le pue mirar.

DON VALERIANO.-Ya ves... El terno con que me casé, una corbata que me regalaron por suscripción popular la última epidemia de escarlatina. (La corbata es encarnada.)

CASIMIRO.-Ya se conoce.

DON VALERIANO.-Y el sombrero ha volao al redondel de la plaza e toros de Madrid.

CASIMIRO.-Paece mentira que haiga volao con tan pocas alas.

DON VALERIANO.-Pues ha volao.

CASIMIRO.-Y además me voy a expresar en un lenguaje, que ni el Quijote. Me traigo dos palabras que le van a hacer un efezto precoz.

DON VALERIANO.-¿Qué palabras?

CASIMIRO.-Magüer y concomitancia.

DON VALERIANO.-¿Y qué quién decir?

CASIMIRO.-No sé; pero, concomitancia debe ser una cosa muy larga.

DON VALERIANO.-Pues úsalas con tiento, hijo mío, que lo que no se conoce, mal se emplea.

CASIMIRO.-¿Usté cree que triunfaremos, padre?

DON VALERIANO.-El que no esconde la humildad de su ser y lleva un sentir honrao, ande hable tie que ser bien oído.

CASIMIRO.-Es que es un tío muy orgulloso.

DON VALERIANO.-¡Orgullos a mí!... Español es él, español somos nosotros.

CASIMIRO.-Pero él es noble.

DON VALERIANO.-¿Has hecho tú alguna infamia?... Entonces, nobles todos.

CASIMIRO.-Ya sale.

DON VALERIANO.-Déjame a mí.

Escena XII

Dichos y DON GIL.

DON VALERIANO.-Muy buenas, señor don Gil.

CASIMIRO.-Se..., sese..., servidor de usté.

DON GIL.-(Con arrogancia.) Me han dicho que deseabais hablarme.

DON VALERIANO.-Sí, señor; nos hemos permitido de molestar al tanto de una cosa de aquí del chico, pero que nos interesa a toos igualmente.

DON GIL.-Pues tú dirás. Y lo más brevemente que puedas, que me reclaman otras atenciones. (Se sienta.)

DON VALERIANO.-Pos amos a ello. Y siéntate, hijo, que aquí don Gil, como tie tantas cosas en la cabeza, no ha reparao que estamos en pie.

CASIMIRO.-Con permiso. (Aparte.) ¡Qué miradas me echa!

DON VALERIANO.-Con permiso.

(Se sientan.)

DON GIL.-Hablad.

DON VALERIANO.-Bueno; pues la cosa, mi señor don Gil, es que..., amos, que la juventú siempre es la juventú. (Pausa.)

DON GIL.-Perogrullada se llama esa figura.

DON VALERIANO.-(Al hijo.) ¿Qué figura?

CASIMIRO.-Debe ser la mía.

DON GIL.-Me refiero a la figura retórica que has usado.

DON VALERIANO.-¡Ah! Esa figura no sé cómo se llamará; pero, vamos, yo quería decir, señor don Gil, que la juventú es como una fuerza brava, que corre sin freno, y que los corazones mozos pos se tropiezan en la vida, y cátate que se quieren sin reparar en más ni en menos.

DON GIL.-No comprendo una sola palabra de lo que estás diciendo, Valeriano.

DON VALERIANO.-Claro que se expresa uno con la meaja e reparo que da el respeta, y se embarulla el sentío de las cosas. Pero vamos a ver si atino. Don Gil, un servidor de usté se mira en este hijo.

CASIMIRO.-En mí.

DON GIL.-Mírate lo que gustes.

DON VALERIANO.-Y hasta he querío dale estudios. De primeras quise que estudiara Derecho.

CASIMIRO.-Pero eran seis años. Y estudiar seis años derecho me se hizo muy cansao, la verdá.

DON VALERIANO.-Luego pensamos en la Medicina, y le mandé a Valladolid.

CASIMIRO.-Pero figúrese usté que tenía que aprenderme cómo se llama todo lo que tenemos dentro de la cabeza, y yo dije: «A mí no que me duela y que se llame como quiera». Y me volví al pueblo.

DON VALERIANO.-Y al remate, pos se agarró a lo mejor, que es el comercio, ande su padre ha echao los suores de su vida.

CASIMIRO.-Que los estudios de memoria no me tiran, ¿sabe usté? Pero en cambio, me da usté una pieza de tela, y no le mido a usté cinco varas que no le sise una cuarta.

DON GIL.-¡Qué villanía!

CASIMIRO.-¡Oye, dice villanía! Pues si va usté a casa de los Camachos, le sisan dos.

DON GIL.-Bueno; pero con todo esto, que a mí no me importa un bledo, ¿dónde vamos a parar?

CASIMIRO.-¡Que dónde vamos a parar, padre!

DON VALERIANO.-Pues vamos a parar en que -cosas de la juventú, señor don Gil- este mozo y su hija de usté se han flechao.

DON GIL.-(Se levanta con actitud airada.) ¿Cómo que se han flechao?...

DON VALERIANO.-Sí, señor; que se han flechao.

(Se levantan un poco asustados.)

CASIMIRO.-Que nos hemos flechao.

DON GIL.-Pero ¿qué quieres decir? ¡Porque parece que adivino; pero no me atrevo a penetrar el alcance de esa villana afirmación!

CASIMIRO.-Pues nada: que su hija de usté me gusta.

DON GIL.-Ya lo creo que te gustará.

CASIMIRO.-Sí, señor; bárbaramente. Y yo, pues..., la viceversa.

DON GIL.-(Poniéndose más feroz y acercándose poco a poco, cosa que hace retroceder a los interlocutores.) ¿Cómo a la viceversa?...

CASIMIRO.-Amos, que yo también la he hecho tilín.

DON GIL.-(Furioso.) Pero ¿qué está diciendo ese idiota?

CASIMIRO.-Pues que su hija de usté me quiere.

DON GIL.-¿Mi hija a ti?

CASIMIRO.-Mi hija a usté...; digo..., su hija a mí..., sí, señor.

DON GIL.-¡Mientes, imbécil!

CASIMIRO.-¿Cómo que miento?

DON VALERIANO.-Calma, don Gil, que el que se quieran dos criaturas...

DON GIL.-¡Miente ese cernícalo, he dicho! ¡Miente cincuenta mil veces!

CASIMIRO.-¿Que miento?... Pos ahora mismo va usté a ver un capullo seco, seis cartas y un mechón de pelo atestiguador... (Lo busca en los bolsillos para sacarlo.)

DON GIL.-(En actitud de acometerle.) ¡Miserable!... ¡Voy a arrancarte...!

CASIMIRO.-¡Padre, que me quiere arrancar el pelo! (Se acerca al padre.)

DON GIL.-¡Atreverse con mi hija ese canalla!...

DON VALERIANO.-Poco a poco, mi señor don Gil.

DON GIL.-¿Cómo poco a poco?... ¡A la calle inmediatamente!

DON VALERIANO.-Cálmese, don Gil, y razonemos.

DON GIL.-¡No puedo calmarme!... ¿O has creído que porque tienes cuatro repugnantes pesetas estás autorizado para permitirte esta osadía incalificable?

DON VALERIANO.-Consérvese en razón, señor don Gil, que yo... no le falto al respeto.

DON GIL.-Ni yo lo consentiría. Pero ¿es que has olvidado, Valeriano, que conocí a tu padre cribando cebada para el mesón de la Matea, donde servía el bajo oficio de mozo de campo y cuadra?

DON VALERIANO.-(Con dignidad.) ¿Y qué quiere decir eso sino que su hijo, un servidor de usté, supo elevar con su trabajo honrado la humilde condición de su casta?

DON GIL.-Bravo trance para loarte con otros de tu ralea, mas no conmigo; porque mientras mis ascendientes conquistaban su gloria en los campos castellanos luchando contra el agareno, los tuyos servían en las ventas y paradores el condumio diario a la canalla trajinera.

CASIMIRO.-Bueno; total, ¿qué?... ¿Que su agüelo de usté se ganaba la vida matando moros? Pues el mío, alimentando cristianos. Conque ozto por mi agüelo.

DON GIL.-¿Pero no os infunde respeto mi alta nobleza?

DON VALERIANO.-Alto allá, mi señor don Gil, que yo no sé de nobleza más alta en los tiempos que corren que hacer el bien, tener buena conciencia y ganarse la vida con un trabajo honrado. Así he vivido, y por ello tan noble como usté me considero.

DON GIL.-¿Cómo noble?... Pero ¿qué cuarteles tienes en tu escudo?

DON VALERIANO.-Yo no he tenido en mi vida más cuartel que aquel en que me alojé para servir a mi patria, y de ese estoy yo tan orgulloso como usté de los suyos.

CASIMIRO.-¡Ole mi padre! ¡Ha sido furriel!

DON VALERIANO.-Y cuenta que como ni a Dios ni a hombre nacido deben nada ni mi conciencia ni mi bolsa, de igual a igual podemos hablar, y vengo a pedir y pido la mano de una mujer honrada para un hombre de bien. No sé de más zarandajas. Conque usté dirá.

DON GIL.-Pues óyelo bien, insolente: la mano de una Quirós del Pulgar y Carrillo de Peñas Altas solo será para un noble.

CASIMIRO.-La mano se la dará usté a quien le dé la gana, pero el resto me lo ha ofrecido a mí la interesada.

DON GIL.-(Frenético.) ¡A la calle inmediatamente u os echo a latigazos, canalla ruin!

DON VALERIANO.-Yo he cumplío como bueno; usté verá lo que hace. Ámonos, hijo.

CASIMIRO.-Sí, señor; que si no tenemos sangre azul, tampoco la tenemos de horchata. Y ya me está molestando a mí tanta bambolla de Quirós y tanto restregarnos los Pulgares por las narices; que si a usté le tienen inflaos los Carrillos, nosotros tenemos tantos carrillos como usté; y si no, que se nos cuenten.

DON GIL.-¡A la calle he dicho! (Coge una silla.)

DON VALERIANO.-Vámonos, hijo.

CASIMIRO.-¡Más valía que tuviese usté concomitancia!

DON GIL.-¡A la calle!

CASIMIRO.-¡So magüer! (Aparte.) ¡Le he soltao las dos frases! ¡Si me quedo con ellas, reviento!...

(Vanse foro.)

Escena XIII

DON GIL; luego, SOL, saliendo de la casa.

DON GIL.-¡Canallas, imbéciles, plebeyos!... ¡No sé cómo no les he partido el cráneo!... ¡Rufianes! (Los increpa desde la puerta.) ¡Mal nacidos!

SOL.-(Saliendo de la casa, muy afligida.) ¡Pero, papá, por Dios! ¿Qué te sucede?

DON GIL.-¡Tú! Me alegro. (La coge de la mano.) Ven, ven acá, hija mía. Acabo de oír una cosa tremenda, inaudita...

SOL.-¿Pero qué es? ¿Qué pasa?

DON GIL.-Sácame de esta duda horrible que me retuerce el corazón. ¿Es verdad lo que aseguran esos malvados lenceros?

SOL.-Pero ¿qué aseguran?

DON GIL.-¿Es verdad que tú, último vástago de la ilustre casa de los Quirós del Pulgar y Carrillo de Peñas Altas, nieta directa de una priora de las Huelgas Reales de Burgos, bisnieta de don Íñigo de Argumosa, capitán de lanzas del rey don Pedro Primero de Castilla, quieres a ese zoquete que se llama Casimiro Carranque y Pérez, villano con cien mil villanías?

SOL.-Papá, yo... (Baja la cabeza.)

DON GIL.-Dímelo, para borrar tu nombre de nuestro linaje glorioso.

SOL.-Yo, papá...

DON GIL.-(Frenético.) ¿Qué dice la leyenda de nuestro escudo grabado a la puerta de nuestra casa solariega? ¿Qué dice?

SOL.-«Después de Dios, la casa de Quirós».

DON GIL.-¿Y qué dice el letrero que hay a la puerta de esos gaznápiros?

SOL.-«La Fama en Retores».

DON GIL.-¿Y quieres entroncar tus blasones gloriosos con dos piezas de tela y una media vara?... ¡Nuestra casa con cien ramas ilustres!

SOL.-Pero, papá, es que si empiezo a andarme por las ramas no me caso.

DON GIL.-¿Eso quiere decir que le amas?...

SOL.-Papá... (Se arrodilla.)

DON GIL.-Antes de contestar, piensa en tus abuelos.

SOL.-Papá, yo siento muchísimo molestar a esos abuelitos, que les tengo un cariño loco. Pero...

DON GIL.-¿Pero qué? ¡Acaba!

SOL.-Que se trata de la felicidad de toda mi vida y que no quiero mentirte. ¡Sí, papá, sí; yo estoy ciega por Casimiro!

DON GIL.-¡Cielos! ¿Qué oigo?... ¡Oh maldición! ¡Una Pulgar unida a esa ralea villana!

SOL.-El amor todo lo iguala, papá. Ya ves: es la mano, y están unidos pulgares y meñiques.

DON GIL.-¡Tú con un Carranque a secas!

SOL.-Eso no; porque si a ti te parece poco, puede ponerse en las tarjetas Casimiro Carranque y Pérez de Cretona, que suena muy bien.

DON GIL.-¡No!... ¡Tú con ese gaznápiro destripaterrones, con ese...! Basta, es inútil; no transijo.

SOL.-Pero, papá...

DON GIL.-¡No!... Antes que verte casada con ese villano, te encierro en un convento, hundo mi casa, arraso mi solar, extermino mi ralea...

SOL.-¡Por Dios, papá!

DON GIL.-(Frenético.) ¡No, no será! (Vase a la casa.)

Escena XIV

SOL, DON DALMACIO, DON BENIGNO; luego, CASIMIRO. Los primeros, por la puerta de las caballerizas. El último, del foro.

SOL.-(Siguiendo, suplicante, a su padre hasta la puerta de la casa.) ¡Pero papá, pero por Dios! ¡Que no es un villano, que es un pedazo de pan, que no encuentro otro más bueno!... ¡Ay papá, que yo le quiero!... ¡Ay papá!... ¡Ay Dios mío!... (Llora amargamente.)

DON DALMACIO.-¡Por Dios, hija mía! ¡No llores, no llores!

SOL.-(Abrazándose a él.) ¡Ay tío de mi alma, qué desgraciada soy!

DON BENIGNO.-Pero ese hombre, ¡qué crueldad, qué orgullo tan ridículos!

SOL.-¿Pero han oído ustedes...?

DON DALMACIO.-¡Contra que si lo hemos oído!... Quiere tu desgracia; pero no será, ¡yo te lo juro! ¡No llores!

SOL.-¡Ay tío de mi alma; yo me quiero morir!

CASIMIRO.-(Entrando y llorando amargamente.) ¡Ay Sol de mi vida, que yo también me quiero morir!

DON BENIGNO.-¡Vamos; calmaos, calmaos!

CASIMIRO.-¡Llamarme a mí destripaterrones y canalla!... ¡Por qué no despacharán el sublimao sin receta!

SOL.-¡Yo me caso contigo o me muero!

DON BENIGNO.-¡Bueno! Basta, basta de locuras, hijos míos.

DON DALMACIO.-Sí, basta de locuras; pero es una obra de caridad cristiana evitar que estos muchachos, en su desesperación, hagan un disparate. A lo tuyo, cura.

DON BENIGNO.-(Con decisión.) ¡Vamos a ello!

DON DALMACIO.-Venid acá. Os dije antes que don Benito tenía un plan que en caso extremo desarrollaríamos. Tu padre, ya se ve que ni cede ni transige; hay, pues, que representar una farsa que le escarmiente y le evite un dolor o una vergüenza y que a vosotros os haga felices para siempre.

CASIMIRO.-Pero ¿de qué se trata?

DON BENIGNO.-Silencio. ¿Nadie?

(Miran a todos lados.)

DON DALMACIO.-Nadie.

DON BENIGNO.-¿Vosotros estáis dispuestos a todo?

SOL.-Por casarnos, a todo.

DON BENIGNO.-¿No os arredrará nada?

CASIMIRO.-Absolutamente nada.

DON DALMACIO.-¿Sea lo que sea?

CASIMIRO.-Aunque sea lo más terrible que sea.

DON DALMACIO.-Bueno; pues, por de pronto, tú tienes que suicidarte.

CASIMIRO.-(Aterrado.) ¡Carape!

SOL.-¡Pero tío!

CASIMIRO.-Oiga usté: que un fallecimiento en plena juventú se me hace exagerao.

DON DALMACIO.-No te apures. Se trata de un suicidio aparente.

DON BENIGNO.-¡Aparente! Y esta se tiene que fingir loca por el dolor de tu muerte.

SOL.-¿Yo loca?

DON DALMACIO.-Para que lo entendáis, lo que pretendemos es poner ante los ojos de tu padre, de una manera clara y viva, la catástrofe a que podía conducirnos su intransigencia.

CASIMIRO.-Ya voy comprendiendo... Le damos el susto y...

SOL.-Bueno; pero ¿y luego?

DON BENIGNO.-Luego, la solución es cosa nuestra. No te apures.

DON DALMACIO.-¡A ver si de una vez se cura de su maldita soberbia, recontra!

SOL.-Oiga usted, tío; pero a mí la broma me parece un poco...

DON BENIGNO.-¡Pues o eso o separaros para siempre!

CASIMIRO.-Eso no... ¡Amos al suicidio!

SOL.-Y yo hago todas las locuras que haya que hacer.

DON DALMACIO.-Pues silencio, y seguidnos.

DON BENIGNO.-Sí, no sea que salga y nos sorprenda.

(Vanse por el foro.)

Escena XV

LUCIO, LIBRADA y DOÑA CÁSTULA, saliendo de las caballerizas.

LUCIO.-(Con una cabezada en la mano y una franela en la otra.) Yo no he sío, que coste...

DOÑA CÁSTULA.-¡Cállese usté, so feo!... Pero ¿qué es esto de estar en la cuadra retozando?...

LIBRADA.-Pero si yo no retozaba...

LUCIO.-Diga usté que sí; que yo estaba limpiando la montura del señor, y allegó ella, y escomenzó a hacerme cabriolas con los ojos y a escondeme las cosas, y he perdío los estribos, y pa que me ayudase a buscalos le estaba tirando de las sayas, que fue en lo que llegó usté.

LIBRADA.-(Llorando.) ¡Qué falsía!

DOÑA CÁSTULA.-¿Y tú por qué le decías, amenazándola con la cabezada: «O me das un beso o te comes el filete»?

LUCIO.-Hombre, mujer, porque una groma no hace daño, y menos de un filete. También me quería ella poner un ronzal.

DOÑA CÁSTULA.-Coqueterías y nada más que coqueterías. No llores, no llores.

LIBRADA.-¡Lo que siento es que crean que voy a la cuadra a coquetear!

DOÑA CÁSTULA.-Bueno, bueno... Menos conversación. (A LUCIO.) Tú te vas por esta puerta, (La de las caballerizas.) y tú (A LIBRADA.) por aquella. (La de la casa.) Y si os vuelvo a ver juntos, a la calle los dos.

LIBRADA.-No tenga usté cuidao.

LUCIO.-¡Dios me libre!

(Vanse cada uno por el lado que se les indicó; pero cuando DOÑA CÁSTULA va a hacer mutis aparecen las cabezas de los dos asomándose temerosas por el lado de la puerta del foro que corresponde a su mutis, se unen riéndose de la vieja, se cogen de la cintura y se van hacia la huerta alegremente.)

DOÑA CÁSTULA.-¡Malditos de cocer!... Pero conmigo no les vale..., no les vale... ¡Qué les ha de valer!...

Escena XVI

DON GIL; luego, DOÑA CÁSTULA; después, DON DALMACIO; se oyen voces y alboroto de gente en la huerta. Entre las voces sobresalen estas frases: «¡No!», «¡Sí!», «¡No le sueltes!», «¡De ninguna manera!», «¡Socorro!», «¡Por Dios!».

DON GIL.-(Saliendo de la casa.) ¿Qué pasa?... ¿Qué sucede en la huerta?... ¿Qué escándalo es este? ¿Quién pide socorro sin mi permiso?

DOÑA CÁSTULA.-(De la casa también.) No sé..., no me explico...

DON DALMACIO.-(Sale por el foro, lívido, descompuesto, jadeante.) ¡Gil!... ¡Ay Gil de mi alma!

DON GIL.-¡Dalmacio!

DON DALMACIO.-¡Vengo muerto!

DON GIL.-¿Qué sucede?

DON DALMACIO.-¡Espantoso, horrible, trágico!

DOÑA CÁSTULA.-¿Pero qué es?...

DON GIL.-¡Habla!

DON DALMACIO.-¡Espera que me lo permita la emoción!... Pues que al venir hacia acá don Benigno y yo nos encontramos a la entrada de la huerta al hijo de Carranque el lencero..., que dice que adora a tu hija y que es correspondido por ella. Y como te opones a sus amores, va a pegarse un tiro ahí mismo.

DOÑA CÁSTULA.-¡Dios soberano!

DON GIL.-¡No se lo pegará!

DON DALMACIO.-¡Sí, Gil de mi alma; que tú no imaginas la desesperación de ese joven.

DOÑA CÁSTULA.-¡Pero matarse aquí en casa!...

DON DALMACIO.-Don Benigno ha quedado luchando con él a brazo partido y no sé si podrá contenerle. Mientras, yo he corrido a suplicarte, a interceder por él...

DON GIL.-Es inútil. ¡No cedo ni ante la más pavorosas de las hecatombes!

DON DALMACIO.-¡Que ese chico se pega un tiro!

DON GIL.-No se lo pegará, que los villanos no saben morir por el amor.

(Suena un tiro y un grito de dolor prolongado.)

LOS TRES.-¡Ah! (Quedan mudos de espanto. A DON GIL se le caen de la mano el látigo y el sombrero. A DOÑA CÁSTULA, las llaves. DON DALMACIO finge un temblor exagerado. Se va escuchando durante el transcurso de la escena rumor creciente de voces e ir y venir de gente que cruza ante la puerta del foro con actitudes de alarma y espanto.)

DON DALMACIO.-(Fingiendo un terror inmenso.) ¡Dios mío! ¿Has oído?

DON GIL.-(Tembloroso, aterrado.) ¡Popo..., poporra!...

DOÑA CÁSTULA.-¿Pero es que se lo ha pegao?

DON GIL.-¿Pero crees tú que habrá sido capaz de haberse dado en la cabeza?

(Suena otro tiro. Dan los tres otro salto de terror.)

DON DALMACIO.-¡Otro!

DOÑA CÁSTULA.-¡Madre!

DON GIL.-¡Dos! ¡Cie..., cielos!...

(Suena otro tiro.)

(Otro tiro.)

LOS TRES.- ¡Otro!

DON GIL.-¡Se está haciendo una criba!

DOÑA CÁSTULA.-¡Y usté que decía que los villanos!...

DON DALMACIO.-¿Lo estás viendo? ¿Lo estás viendo?

Escena XVII

Dichos; luego, DON BENIGNO, LUCIO, MODESTA, LIBRADA y SOL. Gente del campo que se asoma a la puerta.

DON BENIGNO.-¡Don Gil!... ¡Don Gil!... ¡Dalmacio! ¡Se ha destrozado el papa..., parietal derecho!

DON DALMACIO.-¿Muerto?

DON BENIGNO.-¡Tres tiros!... ¡Se ha hecho papa..., papilla! ¡Yo luchaba con él, se me escapó..., cruzó el puente..., se ha saltado un ojo!...

DON GIL.-¡El puente!... ¡Un ojo!... ¿Pero muerto?

LUCIO.-(Entra corriendo.) ¡Un joven que se ha levantao..., que se ha caído..., que se ha levantao!...

DOÑA CÁSTULA.-Pero ¿qué dices?

LUCIO.-¡Que se ha levantao la tapa de los sesos y se ha caído muerto!

LIBRADA.-(Entra con espanto.) Allí está... Yo le vide que sacó una cartera y se apuntó una cosa...

LUCIO.-Y luego sacó una pistola y se apuntó a la sien.

LIBRADA.-Aquí está la cartera.

DON DALMACIO.-La ha atravesado de un balazo.

LUCIO.-Se conoce que ya no sabía dónde apuntaba.

DON DALMACIO.-Esta hoja está escrita. (Mirando la cartera.)

DON GIL.-¿Qué dice?

DON DALMACIO.-A ver...

DON BENIGNO.-Leamos.

DON DALMACIO.-(Leyendo.) «No puedo vivir sin Sol; por eso, me mato. Sobre la cabeza de don Gil, teñida...».

DON GIL.-¿Cómo teñida?

DON DALMACIO.-«... teñida de sangre inocente, caerá la eterna maldición. Adiós para siempre. Casi».

TODOS.-¡Jesús!...

SOL.-(Que sale de la casa, desesperada, con el pelo suelto, dando gritos terribles.) ¡Papá!... ¡Papáááá!...

DON GIL.-¡Hija!

SOL.-¡Casimiro, ahí!... ¡Le he visto!... ¡Desde el balcón! ¡Tres tiros!... ¡Muerto!... ¡Mi amor! ¡Mi ilusión! ¡Mi vida!... ¡Ja, ja, ja! (Ríe como una loca.) ¡Muerto Casi!... ¡Ja, ja, ja! ¡Casi, muerto!... ¡Ja, ja, ja!...

DON DALMACIO.-¡Loca!... ¡Se ha vuelto loca!...

MODESTA.-¡Ay Sol!... ¡Ay mi Sol!...

DON GIL.-¡Mi hija, loca!... ¡Asístela!... ¿Qué hago?... ¿Qué hago?...

SOL.-¡Muerto! ¡Muerto! ¡Ja, ja, ja!... ¡Casi, muerto!...

DON BENIGNO.-¡El carricoche, que enganchen... pronto!... ¡Llévesela usté a la dehesa!... ¡Evítele este cuadro de horror!

LIBRADA.-Ya se lo llevan en unas angarillas.

LUCIO.-¡Un muerto! ¡Una loca!

(Se asoma la gente.)

DOÑA CÁSTULA.-¡La Extremaunción! ¡Que viene la Extremaunción!

DON BENIGNO.-¡El Juzgado! ¡El Juzgado!

DON GIL.-¡Qué espanto!

(Siguen las carcajadas de SOL.)

SOL.-¡Mi ilusión! ¡Mi vida! ¡Ja, ja, ja!

DON GIL.-¡Hija mía!...

LUCIO.-(Haciendo sonar la collera con el temblor de que está poseído.) ¡Pos sí que me han buscao una casa tranquila!

(Confusión, voces, escándalo.)

TELÓN

Acto II

Salón de una casa solariega. El decorado y el mobiliario, de una forma antiquísima. Tiene dos puertas en los laterales izquierda. A la última se sube por una gradilla de tres peldaños. Al foro, a la izquierda, un balcón cerrado, con cortinaje. A la derecha, una ventana practicable. En los laterales derecha, en primer término, una chimenea de forma antigua; en segundo, una puerta. En las paredes, retratos de nobles guerreros. Entre ellos, el de un cardenal. También se verán el de una dama, una religiosa, un caballero con armadura y pendón y un anciano de luengas barbas. En el techo, un vigamen artesonado, carcomido, sucio y telarañoso. En una araña antigua que pende del centro del techo, luces encendidas. Es de noche.

En la chimenea arden unos leños.

Escena I

SABINIANO, QUINTINA, OBDULIA, DOÑA CÁSTULA, LIBRADA y LUCIO. Al levantarse el telón aparecen DOÑA CÁSTULA, LIBRADA y LUCIO, muy acongojados, llorando y dando profundos suspiros. SABINIANO, QUINTINA y OBDULIA les sirven unas tazas de tila en las que echan algunas gotas de aguardiente.

DOÑA CÁSTULA.-¡Ay, que esto no es pa mis años!... ¡Ay Madre de la Piedad, que yo me muero!

OBDULIA.-Tome usté, tome usté la tila, que ya está templá, señá Cástula.

SABINIANO.-Échele unas gotas de aguardiente pa que se le quite el pasmo.

LUCIO.-(Dando fuertes suspiros.) Écheme usté a mí unas gotas de tila en este aguardiente, hágame usté el favor.

QUINTINA.-Amos, cálmense ustés.

DOÑA CÁSTULA.-¡Ay Madre del Amor, yo no quiero pensar la trigedia que ha pasao!

LIBRADA.-¡Ay, qué espanto! ¡Qué cosa más horrenda, que ustés no puen ni pensarlo!

DOÑA CÁSTULA.-Mentira parece que lo vean ojos mortales y no cieguen.

(Lloran los tres.)

QUINTINA.-Y too creo que ha sío en un menuto.

LUCIO.-Estar tal que estamos ahora, tan contentos, si estuviamos contentos, y de pronto, ¡plum!: tres tiros, un muerto, una loca, cinco tontos, el Juzgao, la Guardia Cevil, gritos, lloros, carreras, voces, darme la orden a escape de que enganchase el carricoche, decir el amo: «¡Volando a Quintanares!», y en menos que se hice, plantanos aquí.

SABINIANO.-Yo, de que vide que venían ustés sin avísame, que le dije a esta, dije yo: «Algo malo les pasa a los señores», y mía si uno endevina.

LIBRADA.-¡Tan ajena como una estaba!

SABINIANO.-¿Y por qué se ha suicidao ese joven?

LIBRADA.-Pues too ello ha sío porque el amo no quería que se casase la señorita con el hijo de un lencero.

QUINTINA.-¿Y por qué no quería?

LIBRADA.-Pues por si el novio se llamaba de una manera u de otra, que ya conocen ustés al amo, que icía que no quería consentí la boda, porque no sé que ice de que la familia del novio no tie carrillos.

LUCIO.-Pero tendrá mofletes, señor, que es lo que yo digo. ¡Y qué más da!...

LIBRADA.-Misté ahora los carrillos que falta harán pa casase.

DOÑA CÁSTULA.-Y la pobre hija de mi alma, loca; haberse vuelto loca... ¡Ángel de mi vida! ¡Da unos gritos que esgarran el corazón!

QUINTINA.-¡Qué dolor, Virgen Santa!

LUCIO.-Pos si ustés ven cómo ha muerto el pobre señorito...

SABINIANO.-¿Tú le has visto de morir?

LUCIO.-¿Que si le he visto?... En mis brazos ha dao las boqueás; que aún me paece que le veo cómo se queó en tierra: agarrotao, con la boca torcía y los ojos vidriosos, tal que mismamente de esta manera. (Imita grotescamente lo que dice.)

TODOS.-¡Qué horror!

OBDULIA.-¡Ay!... (Asustándose.) ¡Que no lo cuente, padre; que si no, yo no duermo sola esta noche!

LUCIO.-(Casi llorando, ingenuamente.) ¡Te vienes a mi cuarto! ¡Y de pronto, cuando ya había esalao el último suspiro, va y me ice con una voz mu apagá: «Lucio, roga por mí; y como no me da tiempo de hacer testamento, dale esto a tu amo». Yo me acerqué a ver lo que daba, y me dio una patá en el vacío que, si era pal amo, más valía que se la hubiá dejao en una manda.

SABINIANO.-Se conoce que fue al estirar la pata.

LUCIO.-¡Pues la podía haber estirao pa otro lao!

QUINTINA.-¿Y la señorita está loca de la caeza?

DOÑA CÁSTULA.-Está loca del too, porque en lo que ha durao el camino dende el pueblo, que venía orilla de nosotros, que nos ha puesto perdías de puñetazos y de pellizcos.

LIBRADA.-No hacía más que arañarnos y ¡ja, ja, ja! ¡Daba unas carcajadas que metían miedo!

QUINTINA.-¡Pobre creatura!

LUCIO.-Pues con ser mu malo too eso, lo peor es que icen que el señor Carranque el lencero, al ver el cadrave de su hijo, l'ha dao una cosa también loca y ha jurao venir a pegale fuego a esta casa ¡y matá a toos los que hubiá dentro!

QUINTINA.-¡Madre!... ¡Matanos!...

SABINIANO.-¡Quemar esta casa!

OBDULIA.-¡Ay padre, que yo no me acuesto sola!

LUCIO.-Ni yo. No tengas cuidao.

DOÑA CÁSTULA.-Silencio. Callarse, que sale el amo con don Dalmacio y con el señor cura, que estaban viendo si aplacaban a la pobre señorita.

SABINIANO.-¡Callase..., u al menos llorar pa vosotros!

(TODOS quedan en silencio, dando grandes suspiros. Los de LUCIO, muy exagerados y espasmáticos.)

Escena II

Dichos, DON GIL, DON DALMACIO y DON BENIGNO; los tres últimos, por la segunda izquierda. Salen aplanados, entristecidos, silenciosos.

DON GIL.-¡Dios mío, Dios mío!... ¡Qué catástrofe!... ¡Qué espanto!... ¡Quién iba a imaginarse todo esto!

DOÑA CÁSTULA.-¿Y cómo está el pobrecito ángel?

DON GIL.-Lo mismo; sigue lo mismo.

SABINIANO.-¡Haberse vuelto loca!

LIBRADA.-¡Qué compasión!

DOÑA CÁSTULA.-(Con furia.) ¡Mia si no reventase quien tie la culpa!

DON GIL.-¡Bueno; callarse ya con cien mil demonios!

DOÑA CÁSTULA.-¡Claro, como que le remorde a usté la conciencia!

DON GIL.-¿A mí?

DOÑA CÁSTULA.-¡A usté, sí, señor, ea!... ¡Que ya no me asustan a mí gritos ni puñetazos!... ¡Usté tie la culpa de toa la trigedia que está pasando, eso es!...

DON GIL.-(Indignado.) ¿Yo?

DOÑA CÁSTULA.-¡Usté sí, señor; usté y na más que usté!

DON GIL.-¿Pero tú no me dijiste que no la dejase casar con un lencero?

DOÑA CÁSTULA.-Porque yo hubiá deseado un rey del mundo pa la creatura; pero si ella le quería, bueno estaba.

LIBRADA.-Las mujeres son pa casase con quien quieran.

LUCIO.-Y los hombres, pa no casase. (Llorando.)

DOÑA CÁSTULA.-Sino que usté siempre ha sío un tirano y un déspota que ha querío sacrificar a too el mundo a su capricho. Y yo me voy de esta casa...; no quio vivir aquí.

LIBRADA.-Ni yo...

LUCIO.-Ni yo...

DOÑA CÁSTULA.-No quio ver esta trigedia.

DON GIL.-(Desesperado.) Bueno; callarse, callarse. ¡Fuera, fuera todo el mundo; fuera de aquí!

TODOS.-(Huyen atemorizados, llorando y diciendo:) ¡Ay Dios mío! ¡Ay Virgen Santa!

(Salen por la puerta de la derecha.)

Escena III

DON GIL, DON DALMACIO y DON BENIGNO.

DON BENIGNO.-Cálmese, cálmese y no se exaspere, mi señor don Gil. Estas son las consecuencias de seguir los impulsos de la ciega soberbia, de cerrar los oídos a consejos amistosos. ¡Pobre criatura! ¿Lo ve usté? ¿Lo está usté viendo?

DON GIL.-(Paseándose agitado.) Bueno. Déjeme en paz; no quiero oír, no quiero saber nada.

DON DALMACIO.-Nosotros te dejaremos en paz, sí, señor; pero ¿y tu conciencia, desgraciado, y tu conciencia?

DON GIL.-Cállate, Dalmacio; cállate.

DON DALMACIO.-¿Lo estás viendo, recontra?... ¿Lo estás viendo, cabezota?... Ha tenido que llegar la tragedia, la espantosa tragedia, para convencerte.

DON GIL.-Lo que me sucede ha sido obra de la fatalidad, del negro Destino. Pero yo... he cumplido como bueno.

DON BENIGNO.-¿Usted como bueno?... ¡Qué loca obstinación!

DON GIL.-¿Cómo obstinación?... ¿Pero es que usted, representante de un poder tradicional, puede afear mi conducta porque he querido conservar inmaculadas las glorias de mi estirpe?

DON BENIGNO.-Yo lo que aseguro, mi señor don Gil, es que los tiempos van borrando poco a poco esa línea ya muy débil de castas y privilegios que separaba y clasificaba a los hombres, y digo que hoy el que es bueno es noble, el que es trabajador es rico, el que es inteligente es privilegiado. Hoy los pueblos ya no dicen «mi castillo», sino «mi fábrica», y los hombres no dicen «mi tizona», sino «mi libro...».

DON DALMACIO.-Sí, señor. Porque en los días que corremos se prefieren las talegas repletas a las armaduras vacías, para que lo sepas...

DON GIL.-Pero no me negará nadie que todo eso es de un prosaísmo inmundo.

DON DALMACIO.-Según. Siempre será bello y poético un amanecer, querido Gil; pero después de ver salir el sol hay que tomar chocolate.

DON BENIGNO.-Es inevitable.

DON GIL.-¡Qué asco!... No, no me convenceréis. Cada cuartel de mi escudo es una leyenda gloriosa que forjó el valor de mis abuelos.

DON BENIGNO.-¿Y cree usté que cada pieza de tela de las que ondean en la puerta del comercio de Carranque e hijo no representan horas de inquietud, de trabajo y de lucha?

DON GIL.-Pero de lucha cominera y villana... ¡Mis abuelos fueron héroes!

DON DALMACIO.-¿Y crees tú que no es una heroicidad vender a dos reales un percal que vale quince céntimos? ¡Vamos, hombre!...

DON GIL.-(Se levanta.) No, no me comprenden; decidme vosotros; (A los retratos.) dime tú, cardenal Alonso de Carrillo: ¿es que he hecho yo mal en no tolerar que tu alcurnia gloriosa se hermane y empareje con la ralea plebeya de unos villanos abaceros?...

DON DALMACIO.-¡Cállate, Gil, porque si cojo una tranca, lo que es a ese cardenal lo hago papilla!

DON GIL.-Y tú, Íñigo de Quirós y Gutiérrez de Cardeña, condestable de Valencia, adelantado de Aragón, ¿es que voy a consentir que...?

DON DALMACIO.-Bueno, bueno; quédate en paz.

DON BENIGNO.-Dejémosle en su locura, que ha costado la vida a un pobre joven y el juicio a una niña infeliz.

DON DALMACIO.-Sí, dejémosle; pero antes no olvides el peligro que corres, Gil.

DON GIL.-¿Qué peligro?

DON DALMACIO.-Ya sabes que Carranque ha jurado venir a pegarle fuego a esta casa y a mataros a cuantos estéis dentro.

DON GIL.-(Con cierto temor.) Pero ¿tú crees que Valeriano será capaz...?

DON BENIGNO.-¡Un comerciante loco es capaz de todo!

DON GIL.-¿Y qué podría yo hacer para prevenir...?

DON DALMACIO.-Vete al puesto más próximo de la Guardia Civil y tráete una pareja que ronde y vigile tu casa.

DON GIL.-Sí, tienes razón. Decid a Sabiniano que ensille mi caballo.

DON DALMACIO.-Mientras, Benigno y yo nos volvemos al pueblo para ver qué ha sucedido allí y traernos al otro médico.

DON GIL.-¿Y cómo encuentras a la chica?...

DON DALMACIO.-No sé; no puedo juzgar todavía si el trastorno habrá lesionado el cerebro de un modo transitorio o permanente. Por eso voy a solicitar la opinión de otro compañero.

DON GIL.-Sí, anda; no pierdas tiempo. Advierte a doña Cástula que me suba el capote.

DON BENIGNO.-No tardaremos.

DON DALMACIO.-(Aparte, a DON BENIGNO.) Si no le curamos de esta hecha, es que no tiene remedio.

(Vanse por la derecha.)

Escena IV

DON GIL; luego, LUCIO.

DON GIL.-¡Dios mío! ¡Mi hija loca, un pobre muchacho sin vida, una amenaza de incendio y de muerte!... ¿Habré hecho mal?... (A los retratos.) Dime tú, don Sancho, noble don Sancho...

LUCIO.-(Sale por la puerta de la derecha.) ¿Con quién habla?

DON GIL.-Dime tú, que llevas en las manos la enseña que arrancaste al sarraceno en lucha sangrienta...

LUCIO.-Es con ese señor.

DON GIL.-Aquí enfrente está tu hija, doña Violante...

LUCIO.-Ahora es con la señora.

DON GIL.-Dime, noble don Sancho: ¿hubieras consentido que un casamiento desigual hubiese empañado la gloria de esa bandera que llevas en la mano, de ese pendón glorioso?...

LUCIO.-¿Qué la ha llamao?

DON GIL.-Pero no te molestes. En tu cara noble y severa adivino la contestación; pues, fiel a tu ejemplo, soportaré todas las adversidades de la fortuna. Venga sobre mí el dolor, pero no el oprobio de la villanía. ¡Soy digno de vosotros! (Pasea arrogante.)

LUCIO.-(Avanzando.) Con permiso.

DON GIL.-¿Quién?

LUCIO.-Servidor. Soy yo que vengo, que m'ha dicho Sabiniano que le dijiese a usté que ya está ensillao el caballo; que cuando quia usté, que baje abajo. ¡Ijjj! (Da un suspiro largo, que repetirá con frecuencia.)

DON GIL.-Está bien. Pero ¿qué te sucede para esos suspiros?

LUCIO.-Naa, señor amo; usté disimule. Pero es que no me se pue borrar de la caeza la cara de aquel señorito dando las boqueás.

DON GIL.-Bueno, calla.

LUCIO.-¡Matase tan joven!... Porque si hubiá sío una persona de los años de usté, mal comparao...

DON GIL.-Muy mal comparado.

DOÑA CÁSTULA.-(Lloriqueando.) Aquí tie usté el capote. (Se lo da.)

DON GIL.-Bueno, menos lágrimas. ¿Llueve?

DOÑA CÁSTULA.-Llueve a mares, y a más está la noche oscura como boca e lobo.

DON GIL.-¿Cómo sigue la niña?

DOÑA CÁSTULA.-¡Pobrecita e mi alma! Yo caa vez la encuentro peor... ¡Y haber tenido la culpa de too ese demonio de lencero, que en gloria esté, que maldita sea su alma!...

DON GIL.-Bueno, bueno... Yo he de salir.

DOÑA CÁSTULA.-(Asustada.) ¡Cómo! Pero ¿es que se va usté de casa?

LUCIO.-Misté que el señor Carranque ha jurao venir a matarnos a toos y quemar la casa.

DON GIL.-Por eso tengo que advertiros que no abráis a nadie, aunque echen la puerta abajo. Yo me llevo la llave.

DOÑA CÁSTULA.-¡Pero misté, señor, que yo tengo un miedo!... ¡Que a mí me falta el valor!...

DON GIL.-Pues si te falta el valor, levanta los ojos hacia estos bravos conquistadores y ellos te lo infundirán. Adiós.

(Vase por la derecha. Los demás se quedan mirándose, estuporizados y absortos.)

DOÑA CÁSTULA.-¿Has oído?

LUCIO.-¡Pero qué tío!... ¡Veas tú qué querrá que haga la pobre señora con cuatro viejos, por muy conquistadores que sean!

DOÑA CÁSTULA.-Y tan feos como son.

LUCIO.-¿Ha visto usté ese de las barbas?

DOÑA CÁSTULA.-Ese creo que es un Adelantao.

LUCIO.-Pues con esa cara poco debe haber adelantao en este mundo.

Escena V

Dichos, LIBRADA, QUINTINA y SABINIANO, saliendo por la derecha.

SABINIANO.-(Aterrado.) ¿Saben ustés que se marcha el amo?

DOÑA CÁSTULA.-Ya lo sabemos.

QUINTINA.-¿Y que nos deja solos a los cinco?

LUCIO.-A los cinco.

DOÑA CÁSTULA.-¿Y la chica?

QUINTINA.-La hemos acostao muerta e miedo, pero al remate se ha quedao dormía. Y yo le he dicho a este, digo: «Anda, Sabiniano; ámonos pa donde estemos toos juntos, que yo estoy que no me para el miedo».

SABINIANO.-Sí, porque con una loca y un tío que pue venir a pegarle fuego a la casa, pues no es pa sentase a contá chascarrillos, la verdá.

LIBRADA.-¡Amos, miren ustés que si viniese ese tío loco!

DOÑA CÁSTULA.-¡Calla, por Dios!...

LUCIO.-¿Pos ustés ven eso, que es terrible? Pos mucho más miedo, muchísimo más, le tengo yo al defunto que he visto de morir esta tarde.

SABINIANO.-Hombre, eso...

LUCIO.-Aquí lo tengo. Miro pa cualquié rincón y me feguro que me va a salir de la oscuriá y me va a agarrar de cualisquier lao que me sobre.

DOÑA CÁSTULA.-¡Calla, por Dios!

SABINIANO.-¿Pero es que tú crees que los defuntos se aparecen, Lucio?

LUCIO.-¿Que si se aparecen?... Miren ustés lo que me pasó va pa dos años en mi pueblo, que por eso tengo tanto mieo a los muertos.

TODOS.-(Rodeándole, con miedo y misterio.) ¿Qué te pasó?

LUCIO.-Pos una vez había un alcalde que tenía una mujer bastante guapa, no agraviando a naide, que vevían a orilla e mi casa. Güeno, pos no hacía el alcalde más que irse del pueblo a cualisquier negocio y, ¡zas!; por la noche se le aparecía a la alcaldesa un fantasma.

SABINIANO.-¡Qué miedo pasaría!

LIBRADA.-¿Y el fantasma era esqueleto?

LUCIO.-Unos dicían que era esqueleto, y otros que era calavera, y algunos murmuraban que era un concejal que le icían Bonifacio, que cuando se iba el alcalde hacía sus veces en el Ayuntamiento.

SABINIANO.-¡Qué noches pasarías!

LUCIO.-Terribles. Porque yo no sabía qué me daba más miedo: si que fuese un muerto o un concejal. ¡Pero era un muerto!

DOÑA CÁSTULA.-¿Cómo lo supiste?

LUCIO.-Pues porque una noche volvía yo de encerrá unas merinas en el corralón del Pelao, y de que tuerzo por una calleja que le icen del Cristo Viejo, de repente, en la escuridá de una regüelta, me oigo un canto funeral... (Canta imitando a los curas.) Gori, gori, gori...

TODOS.-¡Qué espanto!

LUCIO.-Yo me queé parao y más frío que la nieve, y dije con una voz que me tremaba de congoja: «¿Quién eres?». Y de repente, otro canto...

SABINIANO.-¿Funeral?

LUCIO.-Así de gordo, que medió en metá el colodrillo y m'atontó, y una voz que me icía: «Atrás, galán, que soy del otro mundo».

LIBRADA.-¡Virgen Santa!

LUCIO.-Amos, yo... apreté a correr de una forma que perdía el..., que perdía el sentío.

SABINIANO.-Era para ello.

LIBRADA.-¿Pero tú llegaste a ver al fantasma?

LUCIO.-Como te veo a ti.

QUINTINA.-¿Y cómo era?

LUCIO.-Pos era un fantasma blanco, con unas luces verdes en los ojos, que corría dando gritos y diciendo...

Escena VI

Dichos y OBDULIA, que sale corriendo y dando gritos por la puerta de la derecha, en ropas menores, desgreñada y envuelta en una colcha blanca.

OBDULIA.-¡Madre!... ¡Madre!... ¡Madre!...

TODOS.-¡Ah!...

(Con un susto terrible. Quedan en diversas actitudes de espanto, mudos y temblorosos.)

DOÑA CÁSTULA.-¡Santo Dios!...

LIBRADA.-¡Socorro!

OBDULIA.-¡Si soy yo, madre!

SABINIANO.-(Temblando.) Es la chichi..., es la chichica... No..., no asustarse.

LIBRADA.-¡Ay Virgen Santa!

DOÑA CÁSTULA.-¡Me he queao sin gota e sangre!

SABINIANO.-(A LUCIO.) Es la chichi..., la chichica.

LUCIO.-Pues la debía usté de romper la caca..., la cacabeza. ¡Maldita sea su estampita!...

QUINTINA.-¡Ay, qué susto me has dao, redemonio!

OBDULIA.-Es que me he despertao y no he querío estar sola...

LUCIO.-¡Sola!... ¡Sola!... ¡So ladrona!... ¿Y por qué no avisas?

OBDULIA.-El miedo, que no m'ha dao tiempo; y a más, que cuando me he despertao, sintiendo rebramar el aire de la ventana, he visto pasar una sombra negra por la puerta e la alcoba.

TODOS.-¡Jesús!...

SABINIANO.-¡Rediezla!

LIBRADA.-¡Ay mi madre!

LUCIO.-¿Lo están ustés..., lo están ustés... vivivi..., viendo?

LIBRADA.-¿Será un ánima en pena?

LUCIO.-¡El ánima del señorito! ¡Es el ánima del señorito!

QUINTINA.-¡Chis!... ¿Sienten ustés ahí fuera...?

(Quedan atentos.)

SABINIANO.-Eso es el agua, que golpea en los cristales.

DOÑA CÁSTULA.-La verdá es que hace una noche medrosa... Y con lo que ha dicho la chica...

SABINIANO.-Lo de la chica debe de ser un alucino del miedo...

OBDULIA.-¡No, padre, no; era una sombra!

(Ladran unos perros lejos.)

LUCIO.-¡La, la..., la, la..., ladran los perros!

QUINTINA.-¡Y aúllan!

DOÑA CÁSTULA.-¡Madre de Dios!

(Suena una campana, como doblando tristemente.)

SABINIANO.-¡La cam..., la campana!...

LIBRADA.-La campana del oratorio.

QUINTINA.-¡Y toca sola!

LUCIO.-¿Pepe..., pepe..., pero toca sola?...

SABINIANO.-Sola, porque toos estamos aquí y yo tengo la llave.

(Se agrupan TODOS con un terror creciente.)

LUCIO.-¡Ay, que esto es horrible!

(Suenan dos aldabonazos en la puerta.)

¡Llaman!...

(Tiemblan TODOS. Caras de angustia y de espanto.)

SABINIANO.-¡Dos alda..., dos aldabonazos!

LUCIO.-¡Ay el coco; ay el coco; ay el corazón, que me salta!

QUINTINA.-¿Quién llamará?

SABINIANO.-¡Qué sé yo!

QUINTINA.-Abre con cuidao la ventana... Dende aquí se ve la puerta... A ver si vemos...

SABINIANO.-Abre tú, que yo... estoy más lejos.

QUINTINA.-(Abre la ventana. Entra un aire violento que agita los cabellos de la mujer y las cortinas de la ventana.) ¡Jesús, qué noche!...

(Se asoma. TODOS se agrupan detrás de ella.)

¿Quién?... (Pausa.) ¿Quién?... (Se asoma más.) ¡Ay Sabiniano, que no se ve a nadie!... ¡Que no hay nadie en la puerta!...

(Suenan otros dos aldabonazos. Aterrada.)

¡Madre!...

TODOS.-¿Qué es?

QUINTINA.-¡Que el aldabón llama solo!

TODOS.-¿Solo?

QUINTINA.-(Entreabre la ventana.) Mirar... ¡En la puerta no hay nadie!

LUCIO.-Pues si no es nadie, tie que ser alguien.

LIBRADA.-¡Cerrar..., cerrar!...

(QUINTINA cierra. Vuelve a oírse la campana. Ladran los perros de nuevo.)

TODOS.-¡Jesús!

SOL.-(Muy lejos.) ¡Infames! ¡Asesinos! ¡Casi mío!

SABINIANO.-¿Oyen ustés?... ¡La loca!...

LIBRADA.-Pos esto nos faltaba.

QUINTINA.-Callar... Ahí viene...

SABINIANO.-¡Mirarla!... Da compasión.

(Se agrupan en un rincón.)

Escena VII

Dichos y SOL, que sale por la segunda izquierda; viste una bata de color claro, el pelo suelto, y un manojo de flores en la mano.

SOL.-(Habla como alucinada, como abstraída, fingiendo una locura pacífica.) ¡Por allí..., por allí!... ¡Miradle!... ¡Va por allí! Es él..., ¡él! Es mi Casi... Allí está. (A LUCIO, cogiéndole de la mano.) Mira, ven. ¿No le ves tú?

LUCIO.-(Atemorizado.) Yo, no...; yo, no, señora.

DOÑA CÁSTULA.-(Aparte, a LUCIO.) Dale la razón.

SOL.-Es mi Casi... ¿No lo ves?

LUCIO.-Casi, casi..., sí, señora... Pero vamos...

SOL.-¡Si es él!... Lo trajo la noche; entró por mi ventana...; pero quiere volver a la sombra eterna... (Suplicante.) Ven, ven, Casi...; espera, no te vayas... (A LUCIO.) No me hace caso.

LUCIO.-¿No?

SOL.-No. Mírale... Corre..., vuela..., sube... Se va..., se va...

LUCIO.-(A los otros.) Dice que se va.

SOL.-Adiós..., Casi..., adiós. Casi mío, adiós para siempre... Adiós... (Cae sentada y llora.)

LUCIO.-(A los otros.) Se ha ido.

DOÑA CÁSTULA.-¡Pobre hija!

QUINTINA.-¡Qué compasión!...

LIBRADA.-Está loca de remate.

SOL.-(Aparte.) ¿Cómo podría yo ahora echar a estos sinvergüenzas de aquí?... Porque el que anda por ahí fuera es Casimiro. Lo he conocido en la manera de ladrar. Tal vez tenga algo que decirme. ¿Cómo le avisaría yo? ¡Ah, ya sé! (Se levanta, volviendo a hacerse la loca. A LUCIO.) ¿Habrá llegado ya al cielo?

LUCIO.-No lo sé.

SOL.-¡Callad, miserables!... ¡Callad!... Voy a ver si le veo entre las nubes. (Abre la ventana y grita.) ¡Sí!... ¡Allí está! (Señala al cielo.) ¡Casi..., Casi..., no te vayas!... Espera... Te he oído... ¿Me oyes tú, Casi?

VOZ.-(Muy lejana.) Síííí...

SOL.-¡El eco!... (Cierra. Aparte.) Me ha oído. (Alto.) ¡Ya está en el cielo!... ¡Las negras nubes se lo han llevado!

DOÑA CÁSTULA.-¡Hija mía!

SOL.-(Aparte.) ¿Cómo me los llevaría yo a estos de aquí?... (Alto, sonriendo.) ¡Ah, no!... Miradle... No se ha ido... Me engañaba... Está junto a la puerta... ¿Qué dices, sombra adorada?... ¿Que quieres que te sigamos?... Sí..., te seguiremos todos, Casi mío. Estos también vendrán. Dadme la mano... Iremos donde tú quieras, sí. (Aparte.) Yo me los llevo al sótano y los encierro. (Alto.) Venid todos... Quiere que le sigamos... Venid conmigo... Vamos tras él...

SABINIANO.-(Aparte, a TODOS.) Amos a seguile la corriente.

SOL.-¡Amor mío, ya te seguimos!... Venid..., venid... (Aparte.) Al sótano van. (Alto.) Venid...

(Salen TODOS tras ella cogidos de la mano. El último apaga la luz.)

Escena VIII

CASIMIRO. Se abre la ventana. En la oscuridad se ve una sombra que penetra en la habitación, quedando escondida entre las colgaduras del balcón. A poco, se enciende la luz de una linterna eléctrica que lleva CASIMIRO, y con la que explora la sala en todas direcciones. CASIMIRO viste impermeable. La capucha puesta.

CASIMIRO.-(Sale al fin, agachado, de puntillas. Habla en voz muy baja.) Chis..., chis...; Sol..., Sol... La estancia está desierta. Yo bien claro he oído que me ha dicho que me esperase. ¿Pero quién permanece a la intemperie?... Llueve que diluvia. Yo, en cuanto he visto que su papá se ausentaba, que he empezao a ladrar, a tocar la campana y a hacer sonar el aldabón con un hilo desde detrás de un árbol..., y ella, claro, me ha conocido. (Pausa.) No se oye nada. ¡Y qué oscuridad! Si no me se ocurre traer la linternita eléctrica, me dejo las narices en un esquinazo. La verdad es que parece que estoy haciendo una escena de Sherlock Holmes contra John Raffiles. ¡Pero cómo estoy de agua, Dios mío! Si me viese un autor de novelas policiales, ya sé cómo me titulaba: «El melón calao». ¿Cuál será el cuarto de Sol? (Se detiene.) Calle... Ruido, pasos... (Mira a la puerta derecha.) ¡Sí; es ella!... ¡Ella, que viene! (Se oculta.)

Escena IX

CASIMIRO y SOL, saliendo por la segunda derecha.

SOL.-(Enciende la luz.) Ya los he encerrao en el sótano. ¡Voy a ver si veo por ahí fuera a Casimiro y le digo que salte! (Abre la ventana.)

CASIMIRO.-(Asomándose.) Chisss...

SOL.-¡Ay!

CASIMIRO.-¡No te molestes, rica, que ya he saltao!

SOL.-¡Pero tú!... ¡Ay, cómo te habrás puesto!

CASIMIRO.-Como una sopa.

SOL.-¿Está la noche mala?

CASIMIRO.-¿Que si está mala?... Como que dejas un botijo en el balcón y se entra solo.

SOL.-Y cuenta, cuenta, rico mío... ¿Qué ha sido de tu vida?

CASIMIRO.-Qué ha sido de mi muerte, dirás.

SOL.-Bueno, sí; es verdad... ¿Qué ha pasado después de tu muerte?

CASIMIRO.-Pues nada; que me pegué los tres tiros, que vinieron los cuatro mozos que tu tía tenía aleccionaos y me llevaron a mi casa en unas parihuelas, después de envolverme en una manta. ¡Tenías que haber oído a la gente que venía detrás de la camilla! Querían que me destaparan pa contarme los agujeros.

SOL.-¡Qué brutos!

CASIMIRO.-Todos iban diciendo: «¡Pobrecito! Tan guapo, tan elegante, tan fino...». Amos, te digo que tú no te pues figurar las simpatías que tienen los cadáveres. Me elogiaban tanto, que yo dije: «¡Dios mío!... Pues el único defecto que yo tenía era vivir...». Total, que llegamos a mi casa y vinieron el juez y el teniente de la Guardia Civil.

SOL.-¡Mi tío les ocultaría la verdad!

CASIMIRO.-Les dijo que había sido que yo, en un rapto de pasión contrariada, me había disparado tres tiros sin hacerme blanco. Y el teniente se puso como una fiera, y dijo que aquello era una vergüenza, y gritaba: «¡Ya no hay tiradores! ¡Tres tiros sin una mala diana! Si se fomentara el Tiro nacional, no pasaría esto».

SOL.-¡Qué bárbaro!

CASIMIRO.-Bueno... ¿Y qué dice tu padre?

SOL.-Ya conoces su genio. Pero me parece que poco a poco va cediendo al ver mi locura.

CASIMIRO.-¡Qué rica!... Tú sí que puedes decir que estás loca por mí.

SOL.-De remate.

CASIMIRO.-¿Por qué no me das un beso, rica mía?

SOL.-¿Pero estás en tu juicio?

CASIMIRO.-Yo, sí; pero como tú estás loca, ties que hacer locuras.

SOL.-No. Para eso estoy cuerda y bien cuerda.

CASIMIRO.-Como que el día que nos casemos tengo cuerda pa muchos años... No me pienso parar. (La abraza.)

SOL.-Bueno; pero una cosa es que no te pares y otra que adelantes.

CASIMIRO.-(Vuelve a abrazarla.) Esto es hasta que me pongan en hora.

SOL.-Calla. ¿Oyes?

CASIMIRO.-Alguien viene.

SOL.-Lucio... Es Lucio, que se ha escapado del sótano.

CASIMIRO.-¡Arrea! El criao en cuyos brazos exhalé el último suspiro... Pues en cuanto salga y vea que no ha sío el último, me se muere del susto...

SOL.-¿Y qué hacemos?... ¡Salta por la ventana!

CASIMIRO.-No, que sigue lloviendo. Lo mejor es que nos escondamos, a ver si pasa.

SOL.-Yo me voy a mi cuarto.

CASIMIRO.-Y yo me escondo aquí. (Se oculta tras las cortinas del balcón del foro, desde donde puede alcanzar la llave de la luz eléctrica. Apaga.)

Escena X

LUCIO y CASIMIRO.

LUCIO.-(Sale segunda derecha.) ¡Pos na! Que la loca, con que si Casi va y si Casi viene, casi nos ha encerrao. Gracias que yo, de un arrempujón, he hecho saltar el pestillo. Y ahora me voy al cuarto del amo, porque me ha dicho el señor Sabiniano que le lleve la escopeta. ¡Qué nochecita!... Entre la loca..., el aldabón llamando solo..., la campana..., los perros... Aquí te quisiá yo ver, Adelantaíto. Tengo un miedo que me se va a apagar el farol del temblor. Yo voy a encender la luz, porque a escuras tengo muchísimo más miedo.

CASIMIRO.-(Aparte.) Y va a encender.

LUCIO.-(Enciende la luz eléctrica y apaga su farol.) Aquí está la llave. Bueno; la luz paece que no y acompaña mucho, porque, claro, la claridad da una meaja de...

CASIMIRO.-(Aparte.) Si me ve, se muere. Yo apago... (Saca la mano y apaga.)

LUCIO.-(Con terror.) ¡Mi mama..., mi mamadre! Se ha..., se ha apagao sola... ¿Será...? Pero no; pue que con el miedo y el temblor no haiga yo corrío bien la llave. Encenderé otra vez. (Enciende.) Pa mí..., pa mí es que no había yo corrido...

CASIMIRO.-(Aparte.) Pues ahora verás cómo corres. (Apaga otra vez.)

LUCIO.-¡Ah!... (Muerto de terror, cae al suelo temblando de miedo.) ¡Sí!... ¡Esto es el ánima!... ¡Es el ánima en pena!... ¡Socorro!... ¡Y a oscuras!... ¡Ay, que no veo la puerta!... ¡Socorro!

Escena XI

Dichos, LIBRADA, OBDULIA, QUINTINA, DOÑA CÁSTULA y SABINIANO, saliendo por la segunda derecha.

DOÑA CÁSTULA.-¡Lucio, Lucio!...

SABINIANO.-¿Ande estás, Lucio? (Enciende la luz.)

LUCIO.-(Con voz débil. Muerto de terror.) Aquí... Estoy aquí...

LIBRADA.-Pero ¿qué te pasa?

LUCIO.-Muerto. Estoy muerto.

QUINTINA.-Pero ¿qué te ha sucedido?

LUCIO.-¡El ánima!... ¡Que era verdad!... ¡Que me se ha parecío el ánima!... ¡Aquí la he visto!

TODOS.-¡Jesús!

DOÑA CÁSTULA.-¿Lo veis?... ¿Lo estáis viendo?... Vamos, vamos para que se vaya a rezale el padrenuestro que yo os decía antes...

QUINTINA.-Sí, vamos a rezale...

(Se arrodillan.)

DOÑA CÁSTULA.-(Persignándose.) Por la señal...

(Se persignan TODOS.)

TODOS.-Padre nuestro, que estás en los cielos: santificado sea tu nombre, venga a nos el tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...

CASIMIRO.-(Apaga la luz; enciende la linterna, con la que se alumbra su cara, y contesta con voz cavernosa.) ¡El pan nuestro de cada día...!

(TODOS gritan, ruedan por el suelo y piden socorro.)

TODOS.-¡Socorro!... ¡Jesús!... ¡Virgen Santa!... ¡El ánima! ¡El ánima!

Escena XII

Dichos y DON GIL.

DON GIL.-(Dentro.) ¿Qué es eso?... ¿Qué sucede?...

(CASIMIRO se oculta y enciende la luz. Entra DON GIL.)

¿Qué os ocurre?... ¿Qué pasa aquí?

DOÑA CÁSTULA.-¡El ánima, don Gil; el ánima!

LIBRADA.-¡Está dentro!...

QUINTINA.-¡Está aquí!

SABINIANO.-¡Aquí está, mi amo! ¡Aquí está el ánima!

DON GIL.-¿Pero el ánima de quién?

LIBRADA.-Del novio de la señorita.

DON GIL.-Pero ¿qué patrañas estáis diciendo?

DOÑA CÁSTULA.-Sí, señor; que estábamos rezándole un padrenuestro y nos ha contestado.

DON GIL.-¿Que os ha contestado?

TODOS.-Sí, señor.

SABINIANO.-Se lo juro a usté por la salud de mi hija.

DON GIL.-(Aparte.) ¿Qué será esto? (Alto.) Pues vamos a ver si me contesta a mí. (Saca un revólver. Se quita el sombrero.) Padre nuestro, que estás en los cielos... (Reza murmurando hasta que dice.) Así en la tierra como en el cielo... (Pausa.) Así en la tierra como en el cielo... (Otra pausa.) ¿Veis cómo calla?

LUCIO.-¡Claro! Con esa pistola, ni en la tierra ni en el cielo resuella un alma.

DOÑA CÁSTULA.-Pues este dice que la ha visto.

DON GIL.-Alucinaciones del miedo.

OBDULIA.-No, señor; que yo también la vi endenantes, y a más, que la hemos oído, que está aquí dentro.

TODOS.-Sí, señor.

DON GIL.-Pues si está aquí dentro, aguardad. ¡Quienquiera que seas, ánima, trasgo o ser mortal y viviente que amedrentas a villanos y gañanes, date a luz y habla a un valeroso caballero.

(Apaga la luz CASIMIRO.)

TODOS.-¡Ah!... ¡Socorro!... ¡El ánima!

(Salen huyendo puerta derecha.)

DON GIL.-¡Diantre!... ¿Quién..., quién apagó? ¡Pronto o disparo!...

SOL.-(Sale de su cuarto y dice a CASIMIRO en voz baja.) Corre a mi cuarto. (SOL se sienta en una silla.)

DON GIL.-(Que tantea la pared, al fin da con la llave de la luz y enciende.) ¿Quién? ¿Quién ha sido?

SOL.-Yo... He sido yo, papá...

DON GIL.-¡Tú!... ¿Eres tú, hija mía, la que asustó a esos villanos?

SOL.-Yo... Yo, que soy el alma en pena..., en pena de amor... Yo, que busco y no hallo por todos los ámbitos de esta casa triste el bien que perdí. ¡Pero mi bien qué le importa a nadie!

DON GIL.-¡Hija! ¡Por Dios, no digas eso!

SOL.-(Se levanta.) ¿Qué le importa a nadie mi alegría?

DON GIL.-Y escucha, hija: ¿por qué no vamos a tu cuarto?

SOL.-(Con terror.) ¡No! ¡A mi cuarto, no, papá!... ¡A mi cuarto, no!... ¡Quiero estar aquí..., aquí..., con estos iracundos, con estos burlones caballeros que se ríen de mi dolor!

DON GIL.-¡Qué han de reírse, hija mía!

SOL.-Sí, papá, sí...; se ríen. Mira... Antes pasaba yo sola por aquí, y ese, ese señor de las melenas...

DON GIL.-Don Íñigo.

SOL.-Ya decía yo que debía tener un nombre muy feo... Pues ese don Íñigo me llamó y me dijo: «Sol, detente y escucha». «¿Qué quieres?», le contesté, aterrada. «Que te marches de esta casa; que huyas de este lugar, donde nadie te quiere».

DON GIL.-¡Pero, hija!... ¡Qué horrible delirio!

SOL.-Y ese tío...

DON GIL.-Abuelo.

SOL.-Bueno... Ese abuelo de las barbas, que no sé cómo no se las he pelado, me gritó: «Si te quisiera tu padre, ¿cómo por satisfacernos a nosotros iba a verte a ti, a su hija, sin razón y sin amor, rosa deshojada, que ha perdido para siempre el encanto de su juventud y de su esperanza?».

DON GIL.-¡Por Dios, amor mío! ¡No tortures mi alma!

SOL.-(Furiosa.) No; no me quieres y me has sacrificado a estos estafermos... ¡Sí; por vosotros, miserables; por vosotros ha muerto mi amor! ¡Por vosotros ha muerto mi Casi! ¡Pero no, mi Casi no ha muerto! ¡Vive!... ¡Vive en mi corazón! ¡Vivirá eternamente!... ¡Te adoro, Casi; te adoro!... ¡Voy a buscarte!... ¡Me está esperando!... Corro a sus brazos... ¡Ja, ja, ja! (Vase corriendo por segunda izquierda.)

DON GIL.-¡Dice que corre a sus brazos! ¡Pobrecilla!... ¡Qué locura!... ¡Hija de mi alma!... ¡Dios clemente!... Esta soberbia mía, esta inflexibilidad, ¿no habrán sido excesivas?... Y no es que abdique de mis ideas, no... Pero mi hija loca, un pobre muchacho muerto...

Escena XIII

Dichos, DON DALMACIO y DON BENIGNO, por la derecha.

DON DALMACIO.-(A grandes voces, dentro.) ¡Gil! ¡Gil!...

DON BENIGNO.-(Ídem.) ¡Don Gil! ¡Mi señor don Gil!...

DON GIL.-¿Qué sucede, qué ocurre para esas voces?

DON DALMACIO.-(Entrando.) ¡Ay Gil de mi alma!

DON BENIGNO.-(Ídem.) ¡Ay don Gil de mi vida!

DON GIL.-Pero ¿qué pasa?

DON DALMACIO.-¡Lo más inaudito!... ¡Lo más extraordinario!

DON BENIGNO.-Lo más asombroso que usted pueda imaginarse.

DON GIL.-Pero ¿qué es ello?

DON DALMACIO.-Que venimos del pueblo...

DON GIL.-¿Y qué? ¡Pronto!

DON DALMACIO.-¡Pues que Casimiro Carranque, el hijo del lencero, no ha muerto!

DON GIL.-¿Que no ha muerto?

DON BENIGNO.-Se disparó los tres tiros y, trémulo y emocionado, no se acertó a la cabeza...

DON DALMACIO.-¡Pero al caer al suelo, víctima de una intensa crisis nerviosa dio un golpe contra la tierra!

DON BENIGNO.-Y eso hizo creer a todos los que le vieron ensangrentado y sin conocimiento que había fallecido.

DON DALMACIO.-Eso es.

DON GIL.-¡Bendito sea Dios, que me libra de este remordimiento que me encocoraba el alma!

DON BENIGNO.-Ahora lo único que queda es la enfermedad de la niña, su desdichada locura.

DON GIL.-Sí, mi pobre hija. ¡Que se salve también, Dalmacio; que se salve!

DON DALMACIO.-No temas. Se me ha ocurrido un remedio vulgar, pero supremo.

DON GIL.-¿Sí?

DON DALMACIO.-Tú sabes que estos trastornos mentales, producidos por una emoción intensa, solo otra emoción igualmente fuerte suele hacerlos desaparecer. Similia, similibus curantur, que dijo el sabio.

DON GIL.-Sí, sí... Lo sé.

DON DALMACIO.-Pues bien, para ello... ¡No te indignes! Hemos traído aquí al hijo de Carranque.

DON GIL.-¿Que le habéis traído?

DON DALMACIO.-¡Hay que ponerle frente a frente a tu hija!

DON GIL.-¡Otra vez frente a mi hija!

DON DALMACIO.-Procedo como médico. La ciencia no dispone de otros recursos. Le hemos traído como una medicina.

DON BENIGNO.-Como hubiéramos podido traer una especie de parche poroso.

DON GIL.-¡Y menudo parche!

DON DALMACIO.-Como Sol le cree muerto, quizá la emoción al verle ante sí vivo y sano le haga recobrar el juicio.

DON GIL.-¡Dios mío, tener que transigir!

DON DALMACIO.-¿Aceptas?

DON GIL.-¿Qué no haré yo por la salud de mi hija?

DON BENIGNO.-¿Le llamo?

DON GIL.-Dígale usted que pase, pero en calidad de producto farmacéutico nada más.

DON BENIGNO.-Casimiro, adelante.

Escena XIV

Dichos y CASIMIRO; luego, SOL.

CASIMIRO.-(Sale por la derecha.) Buenas noches.

DON GIL.-Ven muy enhorabuena.

DON BENIGNO.-Ya sabes lo que te hemos dicho, hijo mío.

CASIMIRO.-Sí, señor.

DON DALMACIO.-Cuando yo saque a Sol, tú ponte poco a poco delante de ella.

CASIMIRO.-Descuide usté.

DON DALMACIO.-Ocultarse todos tras de esa cortina.

(Se ocultan. Va a la puerta segunda izquierda.)

Sol, hija mía... Sal... Ven aquí... Escucha... (La saca de la mano.)

SOL.-No...; no quiero salir. Esos hombres se ríen de mí...; me dan miedo... Han asesinado a Casi... No quiero verlos.

DON DALMACIO.-No temas... Ven, ven aquí... Siéntate... (La sienta en una silla. Aparte.) A ver cómo lo haces.

SOL.-(Aparte, a DON DALMACIO.) La Dusse a mi lado, una babucha. Casimiro ha saltado por la ventana de mi cuarto.

DON DALMACIO.-(Aparte, a SOL.) Ya le hemos visto. (Alto.) Pues ahora, hija mía, cierra los ojos, piensa en lo que has visto esta tarde... En la muerte de Casimiro, que cayó ensangrentado y agonizante..., dando horribles alaridos de dolor.

SOL.-(Fingiendo exaltarse.) ¡Sí, asesinos!... ¡Le vi morir..., le vi muerto! Yo lloré..., yo grité también ante su cadáver...

(CASIMIRO sale de puntillas y se coloca frente a ella.)

DON DALMACIO.-Pues ahora, hija mía, levanta la cabeza y... ¡mira!

SOL.-(Como espantada.) ¡Oh!... ¡Ah!... ¿Qué veo? ¡Qué visión!...

CASIMIRO.-(Aparte, a SOL.) Oye, tú...

SOL.-¡Esta cara..., estos ojos..., estas narices!... ¡Es Casi!... ¡Es mi Casi!... ¡Es él!... ¡Mi Casi resucitado! ¡Casi mío!

(Se abrazan.)

¡Ja, ja, ja! (Se desmaya.)

DON GIL.-(Saliendo.) ¡Hija mía!...

CASIMIRO.-No haga usté caso. Ahora se ríe de gusto.

DON GIL.-Suéltala. No olvides que eres una medicina.

CASIMIRO.-Sí, señor; pero como ella me ha agitao al usarme, yo calculaba que era pa uso externo, y por eso la he abrazao.

DON BENIGNO.-Se ha desvanecido.

CASIMIRO.-Que soy muy fuerte pa tomarme en grandes dosis.

DON GIL.-Sol..., Sol...; hija mía.

SOL.-(Recobrándose.) ¿Dónde estoy?

CASIMIRO.-Tomándote el específico.

SOL.-¡Casi, Casi mío!... ¡En tus brazos... y delante de mi padre!...

CASIMIRO.-Es una receta.

SOL.-¡Papá de mi alma! (Le abraza.) ¡Don Benigno!... ¡Tío Dalmacio!

(Los abraza.)

¡Qué felicidad! ¡Ay, parece que despierto de una pesadilla horrible!... ¡Y tú, amor mío, ven, ven a mis brazos! (Le vuelve a abrazar.)

DON GIL.-¡Basta, basta!

SOL.-No... No basta, papá; no basta.

CASIMIRO.-¡Hombre, déjela usté hasta que se acabe el frasco siquiera...

SOL.-Esto no tiene remedio, papá de mi alma. Deja que nos amemos.

DON BENIGNO.-Es cosa de Dios, mi señor don Gil.

DON DALMACIO.-Cede, cabezota. Nada hay tan fuerte como el amor, ya lo ves. Todo lo arrostra, lo sufre y lo allana. Vuelve a los muertos de la otra vida.

DON BENIGNO.-Y torna la razón a los locos.

SOL.-(Suplicante.) ¡Papá!...

CASIMIRO.-Papá..., digo, don Gil... No tendrá usté un yerno linajudo...; pero pa querer a esta, pa quererle a usté y pa ser honrao, écheme usté Quiroses y Carrillos.

DON DALMACIO.-Cede, Gil.

DON GIL.-¿Y qué dirán los Quirós, los Pulgares, los Carrillos...?

SOL.-No dirán nada, porque los voy a bajar al sótano.

DON GIL.-(Con pesadumbre.) No; yo no cedo. Tú, hija, haz lo que quieras; yo no hago traición a los Pulgares.

CASIMIRO.-Bueno; dejarlo. El día que le traigamos un meñique..., (Señalando en el suelo la altura de un niño.) ya no se vuelve a acordar de los Pulgares.

(Telón.)

FIN DE LA CASA DE QUIRÓS