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Estas harpadas lenguas pasaron a Cervantes.

 

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No he podido encontrar en las obras de Séneca la sentencia que Celestina le atribuye en el aucto I: «Que, como Séneca dice, los peregrinos tienen muchas posadas e pocas amistades, porque en breue tiempo con ninguno pueden firmar amistad, y el que está en muchos cabos, está en ninguno»; aunque el filósofo cordobés dice cosas muy análogas en el segundo capítulo del libro De Tranquillitate animi. Tampoco la encontró Gaspar Barth, que en las Animadversiones que acompañan a su versión latina de nuestra Tragicomedia (p. 351) dice: «Loca Senecae non pauca memini vituperantia peregrinationem propter animi motus institutam, et laudantia Socraticum illud; quid iuvat te mutare loca, cura te ubi ibis circumferas? Hoc tamen dictum non occurrit; puto sententiolam aliquam esse Publii, aut alterius Poetae quales olim plurimae Senocae titulo commendatae fuerunt

 

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Es anterior, sin duda, y sirvió de modelo a Ovidio, el Carmen V del libro 4º de Propercio, Lena Acanthis, que es una serie de imprecaciones contra el túmulo de una alcahueta.


Terra tuum spinis obducat, lena, sepulcrum,
Et tua, quod non vis, sentiat umbra sitim...

Pero dudo que el bachiller Rojas la tuviese presente, porque en su tiempo se leía muy poco a Propercio. El tipo de Acanthis conviene en muchas cosas con el de Dipsas, especialmente en la magia:


Illa velit, poterit magnes non ducere ferrum...
Audaz cantatae leges imponere lunae,
Et sua nocturno fallere terga lupo...
Consuluitque striges nostro de sanguine, et in me
Hippomanes foetae semina legit equae,

(V. 9, 13-14, 17-18.)                


Acanthis procura seducir a la querida (puella) de Propercio y le da los mismos consejos que Dipsas a la de Ovidio.

 

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Illa magas artes, Aeaeaque carmina novit,
Inque caput rapidas arte recurvat aquas.
Seit bene quid gramen, quid torto concita rhombo
Licia, quid valeat virus amantis equae.
Quum voluit, toto glomerantur nubila coelo;
Quum voluit, puro fulget in orbe dies.
Sanguine, si qua fides, stillantia sidera vidi:
Purpureus Lunae sanguino vultus erat.


(V. 5-12.)                


 

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«O qué graciosa era! o qué desenvuelta, limpia, varonil! tan sin pena ni temor se andaua a media noche de cimenterio en cimenterio, buscando aparejos para nuestro officio, como de dia; ni dexaua cristianos, ni moros, ni judios, cuyos enterramientos no visitaua; de dia los acechaua, de noche los desenterraua. Assi se holgaua con la noche escura como tú con el dia claro; dezia que aquella era capa de pecadores. ¿Pues maña no tenía, con toda las otras gracias? Vna cosa te diré, porque veas qué madre perdiste, aunque era para callar; pero contigo todo passa: siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenazicas de pelar cejas, mientras yo le descalcé los çapatos. Pues entrar en un cerco mejor que yo e con más esfuerço, avnque yo tenía harta buena fama, más que agora, que por mis pecados todo se oluidó con su muerte; qué más quieres sino que los mesmos diablos le auain miedo? atemorizados y espantados los tenía con las crudas bozes que les daua; assi era dellos conocida, como tú en tu casa; tumbando venian vnos sobre otros a su llamado; no le osarian dezir mentira, segun la fuerça con que los apremiaua; despues que la perdi, jamas los dy verdad.»


(Aucto VII)                


 

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El más importante de estos descubrimientos ha sido hecho en 1906, cerca de la antigua Afroditopolis, por Gustavo Lefebvre. El papiro descubierto y publicado por él contiene los restos de cuatro piezas, tres de las cuales han podido ser reconstruidas conjeturalmente, aunque con grandes lagunas. (Fragments d'un manuscrit de Ménandre, deconverts et publiés par M. Gustave Lefebvre, inspecteur en chef du service des Antiquités de l'Egypte. Impreso en el Cairo, 1907).

Lo que hoy poseemos de Menandro, además de los simples fragmentos, son partes más o menos extensas de seis comedias (El Labrador, El Adulador, El Héroe, el Juicio de Albedrío, La Sannia, La Mujer Pelona).

 

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Los versos con que Ovidio caracteriza el teatro de Menandro (Amorum, I, XV, 17) incluyen tres de los principales tipos de la Celestina:


Dum fallax servus, durus pater, improba lena.
Vivent, dum meretrix blanda, Menandros erit.



 

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Tal es la legítima acentuación de este nombre, confirmada en cuanto al castellano por estos versos de un soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola contra el esgrimidor Pacheco de Narváez:


Cuando los aires, Pármeno, divides
Con el estoque negro, no te acuso...



Como este nombre llegó a nosotros por vía erudita, se conservó el nominativo latino y se dijo Pármeno en vez de Parmenón, contraviniendo a la ley general. Lo mismo se observa en Crito y Traso, que son también nominativos grecolatinos; Critón y Trasón hubieran sido las formas naturales en nuestra lengua.

 

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No es imposible que Celestina tuviese ya en la mente del autor el sentido de Scelestina que le dieron algunos de sus censores morales. Pero pudo ser sugerido también por el Libro del esforzado caballero D. Tristán de Leonís, como ha notado el señor Bonilla en el tomo I, pág. 410, de sucolección de Libros de Caballerías. En el capítulo LII de Don Tristán se lee: «Dize la historia que quando Lançarote fue partido de la doncella, ella se aparejó con mucha gente, y fuese con ella su tía Celestina.» El nombre de Lucrecia parece inspirado, más que por el recuerdo de la matrona romana, por la reciente lectura del libro de Eneas Silvio. Tristán, no hay que decirlo, se deriva del cielo bretón. Alisa nos trae a la memoria cierta fábula de la ninfa Cardiama convertida en fuente por amores del gentil Aliso, que trae Juan Rodríguez del Padrón en el Triunfo de las donas. El nombre de Sempronio (eterno compañero de Ticio) no puede ser más natural en un bachiller legista. El Melibeo de las églogas virgilianas pasó a nuestra tragicomedia cambiando el sexo. Nada hay que advertir en cuanto a Calisto (no Calixto, como muchas veces se ha impreso), derivado del superlativo griego ka/llistoj [kállistos] (hermosísimo).

En algunos de los nombres, no en todos, se ajustó el autor de la Tragicomedia a la práctica de los cómicos latinos, según la explica el gramático Donato comentando los primeros versos de los Adelfos de Terencio: «Nomina personarum, in comoediis duntaxat, habere debent rationem et etymologiam. Etenim absurdum est, comicum aperte argumentum confingere: vel nomen personae incongruum dare, vel officium quod sit a nomine diversum (Lessing, en el número 90 de la Dramaturgia, propone que se lea et nomen, y no vel nomen, para que resulte más clara la frase). Hinc servus fidelis Parmeno: infidelis vel Syrus vel Geta; miles Thraso, vel Polemon: juvenis Pamphilus: matrona Myrrina; et puer ab odore Storax: vel a ludo et gesticulatione Circus, et item similia.» (En el Terencio de la colección de Valpy, pág. 1392).

De antiguo viene reparándose en la intención con que están aplicados los nombres de la Celestina. Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (2ª ed. 1674, p. 184) dice a este propósito: «Celestina, nombre de una mala vieja que le dió a la tragicomedia Española tan celebrada. Dixose assí quasi scelestina a scelere, por ser malvada alcahueta embustidora; y todas las demás personas de aquella comedia tienen nombre apropiado a sus calidades. Calixto es nombre griego, pulcherrimus; Melibea vale tanto como dulçura de miel, mel et vita», etc.

 

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Esta excepción, muy curiosa por tratarse de una pieza fundada en argumento histórico español y contemporáneo (el frustrado regicidio de Fernando el Católico en Barcelona, 7 de diciembre de 1492), es el Fernandus Servatus, de Marcelino Verardo de Cesena, sobrino de Carlos Verardo, camarero y secretario de Breves durante los pontificados de Paulo II, Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI, y autor de la Historia Baetica seu de expugnationo Granatae, drama en prosa latina, excepto el argumento y el prólogo, que están en versos yámbicos.

El Fernandus Servatus está en versos exámetros, y en rigor los versos son lo único que pertenece a Marcelino, puesto que el plan fue de Carlos, que es el que escribe la dedicatoria al Cardenal Mendoza: «Materiam ipsam Marcellino nepoti et alumno meo, qui Poesi mirifice delectatur, versu describendam, poeticisque coloribus salua rerum, dignitate ac veritate pingendam exornandamque tradidi

Tanto la Historia Baetica (cuyo asunto es la conquista de Granada) como el Fernandus Serivatus, son curiosas muestras de la tragedia humanística, y, una y otra fueron representadas con gran pompa. La primera en el palacio del Cardenal Riario y en fecha conocida: «Acta Ludis Romanis. Innocentio VIII in solio Petri sedente, anno a Nat. Salvatoris de MCCCCXCII, undecimo Kalendas Maii.» Del Fernandus Servatus sólo sabemos, por la dedicatoria de Verardo, que patrocinaron la representación los prelados españoles don Bernardino de Carvajal, obispo de Badajoz, y don Juan de Medina, obispo de Astorga, y que fue oída con gran aplauso por el Papa, muchos cardenales y obispos y otra proporción de egregias personas: «Tanto autem fauore et attentione ab ipso Pontifice Maximo, pluribusque Cardinalibus ac praesulibus (ut inferiores taceam...)»

En este prólogo es donde Verardo aplica a su obra el dictado de tragicomedia, olvidado desde Plauto. Y la llama así por tener triste el principio (la herida del Rey) y alegre el desenlace en que se le ve restituido a la salud: «Potest enim haec nostra, ut Amphitruoinem suum Plautus appellat, Tragicocomoedia nuncupari, quia personarum dignitas et Regiae maiestatis impia illa violatio ad Tragoediam, iucundus vero exitus rerum ad Comoediam, pertinere videantur

Ambas tragedias fueron impresas en Roma, con otras poesías latinas de ambos Verardos, en 1493, per Magistrum Eucharium Silber alias Franck. Hay otras varias ediciones de la Historia Baetica entre ellas la famosísima de Basilea, 1494, que contiene la carta de Colón «de insulis in mari Indico nuper inventis». Del Fernandus Servatus no conozco más reimpresión que la de Strasburgo de 1513, unida a otros opúsculos latinos de varios autores (Argentorati, Ex officina Matthiae Schurerii Selestensis Mense Aprili Anno M. D. XIII).

Me parece fuera de duda que Fernando de Rojas conocía la obra de Verardo, que por su asunto debió de divulgarse bastante en España, y quizá la lectura de su prólogo le sugirió la idea de cambiar el título de Comedia que había dado a la Celestina en tragicomedia. Obsérvese también que la explicación que da del nombre conviene con la de Verardo y no con la de Plauto. Pero puede admitirse la influencia simultánea de los dos textos. Tengo por seguro que la Celestina estaba escrita antes del Fernandus Servatus, pero en su primitiva forma no se llamaba tragicomedia, sino comedia.