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La configuración de las audiencias periodísticas de Miguel Delibes

José Francisco Sánchez Sánchez


Universidade da Coruña

Los periodistas damos por supuesto que escribimos para la comunidad a la que se dirige el medio de comunicación en el que trabajamos, damos por supuesto que escribimos para «nuestro público» o para «el público». He tenido ocasión de discutir este punto con profesionales de varios países, de diferentes medios y niveles jerárquicos, a lo largo de los dos últimos decenios. Al final de nuestros encuentros, aquel punto de partida casi obvio -que escribimos para el público- queda muy matizado: otras audiencias prevalecen a menudo en la mente del periodista y actúan como filtro o criterio en la selección de los acontecimientos y en el modo de presentarlos. Son audiencias menores, pero reales, que terminan por configurar, de algún modo, las mayores.

Casi todos los que nos dedicamos a esta profesión reconocemos, al menos, tres audiencias que se interponen entre el público general y nuestros textos: las fuentes de la información, la estructura organizativa o ideológica del propio medio y los colegas. La importancia de cada cual muda en función del asunto que se trata y de otras variables en las que, por casi obvias, no vale la pena detenerse ahora. Lo decisivo es, precisamente, que antes que en el público, resulta poco menos que inevitable pensar en cómo le sentará el texto que estamos escribiendo a la fuente o fuentes que nos facilitaron la información. Quizá esta sea la inquietud primera. Si no, nuestra audiencia más inmediata será la persona de la que dependemos organizativamente y que juzgará ese texto con criterios profesionales y quizá de política editorial, esto último incluye, por tanto, la propiedad del medio y sus diversos órganos de gobierno, afectados a veces por intereses extraperiodísticos que el redactor, consciente o inconscientemente, por fuerza o de grado, termina por tener en cuenta. Por último, forman parte de nuestra audiencia inmediata todos esos colegas con los que trabajamos y convivimos día a día, del propio medio o de la competencia, y que constituyen el feedback más directo y comprometido (después del jefe, claro).

Con lo que acabo de decir no arrojo una piedra contra mi profesión: constituye el elemental reconocimiento de cómo funciona la naturaleza humana. Y me parece muy conveniente recordarlo para trazar, aunque sólo sea sumariamente, el perfil de las audiencias con las que tuvo que lidiar en su vida periodística Miguel Delibes.

Como es lógico, cabría diferenciar, al menos, dos categorías de audiencias: las implícitas en los textos (y, para sus etapas directivas, también en sus decisiones) y las objetivas, las reales, aquellas cuyas reacciones conocemos. En ambos casos, me referiré sólo al arco 1941-1966, que incluye la vida de Miguel Delibes como periodista profesional. Las dos categorías, sin duda, podrían estudiarse por separado, pero no me ha parecido conveniente porque la relación entre ambas perspectivas es de una intimidad imposible de deslindar sin producir algunos desgarramientos. Por lo tanto, recurriré a un esquema cronológico que, a mi entender, permite descubrir con claridad mayor la evolución de Miguel Delibes.






ArribaAbajoLas audiencias de Miguel Delibes entre 1941 y 1953

Delibes se incorporó a El Norte de Castilla en 1941 como colaborador y en calidad de dibujante. Hasta 1944, después de realizar unos cursillos en la Escuela Oficial de Periodismo, no se integró en la plantilla del periódico como redactor. Había cumplido entonces los 23 años y estaba en pleno período de formación como escritor: basta, para comprobarlo, con consultar los escasos textos publicados en la época.

Llegó a El Norte por muchas razones, pero dos factores resultaron decisivos: la actitud del régimen de prensa franquista y el hecho de que Miguel Delibes era sobrino del fundador y principal propietario de El Norte: Santiago Alba. De algún modo, desde el principio de su carrera periodística, Delibes fue utilizado como una especie de defensa -más tarde asumiría la condición de ariete- frente al régimen, que pretendía controlar el diario mediante un proceso de ocupación: primero destituyó a dos redactores, luego al director, más tarde al subdirector, al tiempo que urgían a los gestores para que los reemplazaran por personal formado en la Escuela Oficial o, en el caso del Director, por alguien escogido directamente por el Gobierno. La previsión del entonces gerente, Jacinto Altes, permitió incorporar a Delibes, persona joven, de confianza -entre otras razones porque pertenecía a la familia propietaria- y formado en la Escuela Oficial.

Este ambiente de posguerra, marcado por un régimen de prensa férreo en el que la censura previa constituía el menor de los males para la independencia periodística, constituye la forja profesional del joven Delibes. En 1941 a El Norte le obligaron a retirar de su cabecera el rótulo que la acompañaba, «Diario independiente de Valladolid», y que no recuperaría hasta el 24 de enero de 1965.

Entre 1941 y 1953, Delibes desempeña funciones de redactor, de crítico de cine y libros y de editorialista, aunque este último punto apenas merece mención, puesto que se veía obligado a reescribir o resumir los guiones que remitían desde la Delegación Nacional de Prensa con la indicación de insertarlos obligatoriamente. Poco o nada dicen esos textos sobre la evolución de su sentido de la audiencia. Pero a través de sus otras producciones periodísticas se trasluce, además de una acelerada mejora en el estilo, una percepción cada día más consistente de su público.

Con frecuencia, las etapas iniciales de cualquier comunicador se caracterizan, no sólo por los tanteos expresivos, sino por un ansia de brillantez a toda costa que olvida a los destinatarios del texto. También para Delibes estos años, en sus propias palabras, fueron años de «veleidades literarias», que se manifestaron particularmente en algunos artículos de opinión. Pero, al mismo tiempo, el trajín periodístico diario le iba obligando a aterrizar en la realidad, y algunos de sus trabajos lo manifiestan de manera particular.

Sus críticas de cine, por ejemplo, se caracterizaron por un carácter fuertemente informativo, que buscaba proporcionar al lector los datos básicos para orientarle en el visionado o en la elección de la película. Rehuyó, casi desde el principio, las consideraciones especializadas, para minorías, y no tuvo empacho en dedicar espacio a películas menores. Características parecidas comparecerán más tarde, cuando arranque con las críticas de libros: sencillez en el planteamiento crítico y disposición favorable para abordar cualquier obra que pudiera resultar de interés para el público.

Estas peculiaridades, extremadas por las apreturas de espacio y la urgencia en el caso de las críticas de cine, me llevaron a decir hace veinte años que, ya en esos textos, «Delibes tuvo muy presentes a sus lectores: no escribía nada para sí o para una élite intelectual, ni lo hacía con un propósito estético, sino que procuraba dirigirse a un público más amplio -lo más cercano posible a la audiencia total de El Norte- y con un fin decididamente informativo y orientador». En realidad, como digo, este sentido de la audiencia fue asentándose en él paulatinamente, forzado por las circunstancias del ejercicio periodístico.

También pertenece a ese sentido de la audiencia el carácter moral que se afianza en sus textos año tras año, pero que aparece incoado -al principio de un modo elemental- tanto en sus críticas de cine y libros como en los pocos artículos de esta temporada.

Despuntan también en la época algunos de sus grandes temas periodísticos y literarios: la educación y la vocación, por ejemplo. Algo natural si se tiene en cuenta la etapa biográfica, de pleno proceso de formación en sus múltiples vocaciones profesionales: profesor, periodista y literato. Acaso por ello, en este período, sus textos nacen todavía más de las propias exigencias interiores que de las que demandaba la sociedad. Algo que, de todos modos, no podría ser de otra manera, puesto que resultaba imposible practicar un periodismo, digamos, normal.

Este es uno de los motivos de la proliferación del periodismo literario y costumbrista en la época: la imposibilidad de practicar cualquier otro. En el caso de Delibes, a este factor se unió el de su proceso de formación. La lentísima apertura del régimen -permitiendo, primero, una cierta crítica local- y la propia maduración personal y estilística del autor, de algún modo, se acompañan. Puede decirse que, con su primera novela, alcanza una voz como escritor. Con el asentamiento profesional, el matrimonio y los primeros hijos, también llega a una estabilidad personal. Hasta 1952 esos fueron los elementos decisivos en la configuración implícita de las audiencias de sus textos y me parece altamente significativo que Delibes no haya incluido en sus muchas recopilaciones periodísticas ningún texto anterior a esta fecha. A partir de entonces, las cosas cambiarían mucho.




ArribaAbajo1952-1958: La configuración de una audiencia nueva

Los hechos ocurridos en torno al año 1944 habían dejado a El Norte de Castilla en una situación de control casi absoluto: de los ocho redactores que formaban parte de la plantilla, cuatro habían sido destituidos por el Gobierno y no eran los menos importantes: el director y el subdirector fueron reemplazados por hombres ajenos a la empresa -uno de ellos, para mayor agravio, trabajaba en la oficina local de la censura- y los otros dos eran también los más antiguos. Permanecieron sólo aquellos que, por su militancia, no levantaban sospechas del régimen y un Miguel Delibes, colado de rondón y jovencísimo.

A estos avatares se sumaba el peso de la censura previa de las informaciones, el control del escasísimo cupo de papel -El Norte salía con cuatro planas- en manos del Estado y un sinfín de otros condicionamientos que, para un periódico de tradición liberal resultaban, evidentemente, abrumadores. Se sentían como un periódico intervenido, del que apenas quedaba otra cosa en manos del Consejo que la mera propiedad.

Se comprende que, en estas circunstancias, desde El Norte vieran con esperanza la constitución del nuevo Ministerio de Información y Turismo en julio de 1951, que había repuesto a Gabriel Arias Salgado, como Ministro, y a Juan Aparicio, como Director General, en la cúpula rectora de la prensa. Confiaban en una liberalización del régimen y se aprestaron a aprovecharla. El principal objetivo para el Consejo, maravillosamente asesorado por Fernando Altés Villanueva, consistiría en deshacerse del director impuesto. El hombre de la casa pensado para sustituirlo era Miguel Delibes, el más joven de la redacción, pero ya reconocido por su talento literario, ratificado en 1950 con la aparición de su tercera novela, El camino, que recibió el aplauso unánime de la crítica.

Sin duda, influyó también el que César y Jaime Alba, primos suyos, formaran parte del Consejo. Pero no debe exagerarse la importancia de este factor: la relación de Delibes con los Alba nunca fue del todo fluida, como se verá, y de hecho tardaron en reconocer sus méritos y cualidades. Como botón de muestra, baste decir que, con dos novelas y el premio Nadal en sus manos, Jaime Alba pide que se le encargue en 1949 una sección de crítica literaria «provisionalmente, a título de ensayo». Sin contar con que se le mantuvo en la categoría profesional de «redactor de segunda» hasta que fue nombrado Subdirector, en 1953.

La operación diseñada por el Consejo era enormemente complicada y, de hecho, necesitaron casi siete años para conseguir sus objetivos. Como primera medida, decidieron dar mayor relevancia a Delibes en las páginas del diario. A partir de aquí, la presencia del Consejo de Administración como audiencia específica en la mente de Miguel Delibes se irá incrementando con los años.

Por lo pronto, el Consejo propició la multiplicación de sus apariciones, lo que permite al estudioso ver más a Delibes y hacerse cargo de su evolución como periodista en casi todos los géneros. En un artículo titulado «La opinión pública», publicado el dos de julio de 1952, avanza una definición del papel de la prensa que, en cierto sentido, supone a la vez un modo de concebir su propia audiencia: «La prensa debe ser -dice- un puente o un vínculo de comunicación entre los ciudadanos y su gobierno. Es decir, un constante diálogo mediante el cual conozcan aquellos las directrices de éste, y éste las aspiraciones de aquellos».

En el sistema político y comunicativo entonces en vigor, la primera parte estaba sobradamente asegurada. Delibes se dedicaría, en adelante, a intentar cumplir la segunda, mediatizado siempre por su Consejo de Administración, a su vez condicionado por las circunstancias políticas del país y por las tendencias ideológicas de sus miembros. Tanto las autoridades del Ministerio de Información y Turismo como el propio Consejo de Administración, por tanto, resultan decisivos como primeros destinatarios obligados de lo que El Norte publicara.

Al mismo tiempo, la asunción progresiva de responsabilidades, hará más consciente al escritor de esta realidad. El Ministerio no sólo rechazó la propuesta de relevar al Director impuesto elevada por El Norte, sino que amenazó con restringir aún más el cupo de papel si no se le otorgaba nuevo contrato. Así las cosas, decidieron ir por otra vía y procurar el nombramiento de Delibes como Subdirector. Lo consiguieron, finalmente, en 1953, con una peculiaridad añadida: en el contrato se le atribuían, de hecho, casi todas las funciones del Director.

Con la llegada de Delibes al comando del periódico, se inicia la recuperación del carácter liberal, castellanista y agrario de El Norte de Castilla, ideal en el que coincidían el Consejo y parte de la redacción, pero no el régimen político. La definición de una audiencia más amplia -toda Castilla- comenzó con el lanzamiento de una campaña «En defensa del arte castellano». No tuvo mucha eficacia, pero sirvió para marcar un incipiente tono reivindicativo que, de momento, aún no tenía por qué levantar sospechas en la censura. Después de ésta, Delibes lanzó otra más específica y destinada también a toda Castilla, especialmente a la agraria: la «Campaña para la creación y mejora de escuelas», que fue continuada, ya en 1955, por otra «En defensa de la Universidad de Valladolid», que el Gobierno pretendía fusionar con la de Bilbao.

Como primera medida, y antes incluso del lanzamiento de esas campañas sucesivas, Delibes había reunido en una sola página y bajo el rótulo «De la región», las noticias provenientes de toda Castilla y hasta entonces dispersas en el periódico. Otro indicio claro de la audiencia que pretendía construir. A esa sección añadió, en 1955, los suplementos «Las cosas del campo» y «Ancha es Castilla», con lo que la definición de su público y la recuperación del talante fundacional del diario se hacía visible en la selección y tratamiento de los contenidos, que fueron adquiriendo nervio y propósito.

No consta que los esfuerzos encaminados a retomar el prestigio castellanista y agrario fueran vistos con sospecha por las autoridades de prensa, salvo algunos aspectos de la campaña en defensa de la Universidad. Sin embargo, el tercer empeño, la restitución del carácter liberal, resultó más difícil: sólo en 1954, el diario sufrió cuatro severísimas amonestaciones. El motivo de la primera de ellas, ejemplifica sobradamente las circunstancias en que se movían: la Delegación Provincial estimó que el periódico no había destacado suficientemente la conmemoración del primero de abril, «aniversario de la Victoria», porque Delibes la había limitado a una foto de Franco en primera, a dos columnas, y un editorial breve, también a dos columnas.

Los roces con la Dirección General de Prensa se agravaron en 1955, hasta el punto de que Juan Aparicio, el Director General, escribió en los siguientes términos a uno de los consejeros del periódico, Segismundo Royo-Villanova: «Esta situación me preocupa -se refiere a que de hecho manda Delibes y no el Director, y a las consecuencias que esto tiene en la línea editorial-, pues tú comprenderás que de ella pueden derivarse males que no se podrán evitar, dada la naturaleza del trabajo que corresponde a un periódico. Yo creo que habría que enderezar algunas cosas dentro de aquella Casa y revisar un poco la situación general que, de seguir así, puede ocasionar daños difícilmente reparables». El tono amenazador era evidente. Delibes había entrado, como personaje sospechoso, en el radar de la Dirección General de Prensa.

La asunción de estas actitudes supone un fuerte giro en la audiencia que evocaban los textos de Delibes en los años anteriores. Aún así, dadas las circunstancias, todavía no se mostraba en los textos de esa época, sino de un modo germinal. Pero están: en los artículos del año 1952, por ejemplo, se aprecia una notable presencia de temas de carácter social, tratados a menudo con la excusa de algún acontecimiento o documento religioso o de alguna noticia de carácter internacional. Ambos escudos -el religioso y el internacional- serían profusamente utilizados más tarde para abordar, quizá sin mencionarlos directamente, espinosos asuntos internos. También en esta época afloran otros motivos periodísticos y literarios que se convertirían en temas permanentes de Delibes: la preocupación ecologista, el miedo a un progreso sin controles morales, y la preocupación por el campo castellano (en un artículo de 1952 se encuentra un antecedente inmediato del capítulo 9 de Las ratas, por ejemplo).

Aún así la producción periodística de Miguel Delibes se movía aún mayoritariamente, en el ámbito de lo meramente literario y costumbrista. Sus primeras crónicas de viaje, las de Chile, así lo manifiestan, como las novelas de esta época, sobre todo los dos Diarios. Mi idolatrado hijo Sisí, sin embargo, apuntaba ya de manera directa la decisiva influencia que tuvo su vida periodística en su producción literaria. Una característica que se vería acentuada con el paso del tiempo hasta alcanzar su culmen en Cinco horas con Mario.

Con todo, esas primeras crónicas chilenas adensan ya los tonos y los modos que serían propios de todas las crónicas viajeras del escritor: carecen de datos estadísticos, de citas, de referencias a estudios o informes; se limita a contar pensando en cómo verían sus lectores aquello que él mismo ve y describe. En el fondo, como ha manifestado a menudo, se dedica a descubrir la misma naturaleza humana en otro paisaje. Pero quizá lo más interesante de ellas sea su carácter conversacional: Delibes entiende el relato como una conversación con el lector que sólo se hará estilísticamente explícita en sus crónicas de 1968 desde Praga, pero que puede reconocerse en multitud de rasgos de su prosa.




ArribaAbajo1958-1965: El asentamiento de un propósito

La serpenteante operación destinada a colocar a Miguel Delibes al frente de El Norte de Castilla culminó con su nombramiento como Director interino en 1958. Fue un proceso lleno de dificultades que he descrito con detalle en otra parte. El Consejo de El Norte demostró firmeza, resolución y prudencia. Intentaron y consiguieron recuperar la iniciativa y el carácter del periódico al tiempo que supieron velar por la seguridad jurídica y económica de la empresa. Estos avatares hicieron más fuerte al Consejo: muchos de sus miembros no vivían en Valladolid y tuvieron que disponer un sistema de trabajo por correspondencia que resultó inusualmente ágil y eficaz. Al mismo tiempo, en Valladolid, fortaleció el papel de las dos figuras que lo coordinaban y que acabarían por asumir casi todo el protagonismo: Fernando Altés Villanueva, entonces gerente, y Miguel Delibes Setién.

La llegada de Delibes a la Dirección le priva de toda tapadera: queda ya, a todos los efectos, en primer plano. Tomando las precauciones debidas y, de acuerdo con Altés, intensifica las líneas editoriales del período anterior, forzando los límites del régimen de prensa. Inician una pugna constante por arañar cotas de libertad, incluso frente al propio Consejo, en el que los hermanos Alba se hicieron más fuertes, puesto que César Alba sustituyó al fallecido Antonio Royo Villanova como Presidente.

En este punto, y puesto que resultará determinante, conviene detenerse un poco para evitar cualquier simplificación fácil de la postura de los consejeros. El Consejo siempre apoyó a Delibes y Altés o ellos supieron imponerse. El problema no radicaba en una falta de conexión ideológica, sino en que los principales accionistas se preocupaban, no ya por la buena marcha económica de la empresa, sino por su mera supervivencia como tal. Es decir, permanecía aún el riesgo de incautación del periódico y ellos lo tenían muy presente. Como por añadidura, varios de los consejeros más importantes no residían en la ciudad, tendían a sobrevalorar los rifirrafes con la Administración franquista de la que, por cierto, algunos formaban parte. Esto último significaba que recibían presiones directas de sus colegas, pero también es verdad que, gracias a estos consejeros, consiguieron defenderse mucho mejor de las trabas y, por veces, de las embestidas del Ministerio. Por ejemplo, Segismundo Royo-Villanova, que en la época era Subsecretario de Educación Nacional, jugó un papel decisivo en los avatares que culminaron con los sucesivos nombramientos de Miguel Delibes y, posteriormente, en la defensa del periódico frente a las arremetidas del Ministerio de Manuel Fraga.

El último párrafo de la minuta que registraba una conversación de Altés con Royo en julio de 1960 me parece expresiva de la actitud de los consejeros: «Como resumen de todo, me encarga Segis [Rovo-Villanova] [...] que procuremos convencer a Miguel de que ande con cuidado y se dé cuenta de que, sin quererlo, puede perjudicar a la empresa y de que ésta no tiene mas remedio que colaborar con el régimen».

Se trataba, por tanto, de mantener un equilibrio difícil entre la prudencia y la defensa de la independencia periodística. Aunque es verdad que la complicada relación personal de Miguel Delibes con sus primos -especialmente con Jaime- no facilitaba mucho el entendimiento entre las partes, pese a la frecuente correspondencia que se cruzaban.

Pero si Delibes relanzó El Norte con nuevos bríos, fue porque se sintió, al menos hasta 1963, respaldado por el Consejo.

Otro elemento determinante, para Miguel Delibes, en la percepción de la audiencia fue la censura, que seguía vigente, aunque ahora estaba delegada precisamente en el Director, algo que le molestaba especialmente: «Lo más irritante de la censura -escribió en carta a Jaime Alba en octubre de 1960- no es lo que corta, sino lo que obliga a decir por "boca de ganso" [...] cada día me siento más vejado, enfurecido y roído de escrúpulos en este cargo. Tan sólo me consuela el hecho de que mi sensibilidad no se haya acorchado todavía».

En efecto, la elección de temas y enfoques debía hacerse teniendo muy en cuenta esa audiencia intermedia, para no molestarla y, si resultaba hacedero, para procurar sortearla. El despliegue de medios e imaginación de que hizo gala Delibes a esas alturas del Franquismo fue notable, pero no lo suficientemente discreto como para evitar que Muñoz Alonso, por entonces Director General, juzgase que el novelista «intentaba tomarle el pelo», lo que dificultó enormemente su nombramiento definitivo como Director, que se retrasó dos años.

Influyó también en ese retraso el que, por ejemplo y también según Muñoz Alonso, «los comunistas decían que en las novelas de Miguel Delibes se atacaba al Régimen». Ocurría que, más aún que en épocas anteriores, los temas literarios del escritor se acompasaban con sus preocupaciones periodísticas, hasta el punto de llegar a decir que novelaba lo que no podía contar en el periódico. No debo pararme ahora en ellos, pero la mera enumeración de los títulos de estos años ejemplifica sobradamente la afirmación anterior: La hoja roja, Las ratas, Viejas historias de Castilla la Vieja, Cinco horas con Mario.

Mal que bien, con sinsabores que minaron su salud, y apoyado en un grupo amplio de jóvenes colaboradores (procedentes, en su mayoría, del catolicismo militante), Delibes consiguió levantar un prestigio de independencia para El Norte, del que eran conscientes y que recibió incluso algunos reconocimientos internacionales. Aprendió a manejarse en el sistema de censura e imposiciones, hasta que cambió.

En julio de 1962 entra Manuel Fraga en el Ministerio de Información y Turismo. Le acompañaba Manuel Jiménez Quílez como Director General de Prensa. Se apresuraron a anunciar una liberalización del sistema y una nueva Ley de Prensa, que finalmente vería la luz cuatro años más tarde. En el ambiente de esperanza creado por los nuevos dirigentes, Delibes perdió pie.

Los años anteriores habían sido duros por la animadversión explícita con el Director General. Ahora parecía que el horizonte podría despejarse, y lanzó a El Norte a campañas aún más agresivas. En realidad, los tiempos habían cambiado poco aún: desaparecieron las consignas escritas, pero se multiplicaron las que no dejaban rastro: llamadas telefónicas, presiones directas o indirectas, y no sólo desde el Ministerio de Información. La censura delegada le fue devuelta, pero casi prefería continuar sin ella. Las campañas a favor de la elevación del precio del trigo, del plan Tierra de Campos, y en general, de los pueblos de Castilla alcanzaron en parte sus objetivos, pero terminaron por alejarle de la dirección del periódico en 1963, porque el Ministerio quiso que se nombrara a otra persona como intermediario entre ellos y el periódico.

Fraga reconoció en uno de sus tomos de Memorias que, desde Valladolid le mandaban «El Norte muy subrayado» y, obligando a Delibes a apartarse de la Dirección, consiguió desactivarlo. El periódico mantuvo un cierto nivel durante unos años, mientras Delibes ejerció sus nuevas funciones de Delegado del Consejo en la Redacción, pero luego languideció, justo cuando el resto de la prensa parecía comenzar a despertarse.






Arriba Conclusiones

Las peripecias biográficas de Miguel Delibes como periodista profesional resultan decisivas para entender la recepción de su obra. El propio autor reconoció en multitud de ocasiones -la última, en una entrevista a la agencia Efe de hace cinco días- que el periodismo le ayudó a madurar, tanto en su estilo como en la profundización en la naturaleza humana y sus problemas. Podría añadirse con seguridad, que su actividad periodística le ayudó a definir los perfiles de sus audiencias, también las literarias.

En concreto, la progresiva percepción de la audiencia fue enriqueciéndose y complicándose a medida que asumió responsabilidades directivas. Desde un primer período de formación, caracterizado por los tanteos expresivos que apenas tenían en cuenta a su público, llegó a entender la escritura -literaria y periodística- como una suerte de conversación con el lector que, de un modo más o menos explícito, siempre está presente en sus textos.

Esa mayor atención a la audiencia y el profundo conocimiento que de ella le proporcionaba el ejercicio del periodismo, se vio mediatizada por dos audiencias intermedias cuyo funcionamiento he intentado explicar: el Consejo de Administración de El Norte de Castilla y los representantes del sistema de prensa franquista.

Unos y otros estuvieron necesariamente presentes en la mente de Delibes a la hora de escribir o de tomar decisiones periodísticas que, a su vez, marcaban la selección de contenidos y el modo de presentarlos.



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