Escena I |
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ROSARIO,
RUFINA, LORENZA, las tres con mandil.
La primera plancha una camisola.
LORENZA
la dirige y enseña.
RUFINA
apila en una banqueta la ropa planchada
ya.
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LORENZA.-
Más fuerte, Señora.
|
ROSARIO.-
(Apretando.) ¿Más todavía?
|
LORENZA.-
No tanto... ¡Ah! las pecheras de
hombre son el caballo de batalla.
|
ROSARIO.-
¡Qué torpe soy!
|
LORENZA.-
¡Quia! si va muy bien. Ya
quisieran más de cuatro...
|
RUFINA.-
No te canses. Lorenza
concluirá.
|
ROSARIO.-
(Fatigada,
dejando la plancha.) Sí... No puedo más. Hoy, ya me he
ganado el pan.
|
LORENZA.-
(Planchando con
brío.) Concluyo en un periquete.
|
RUFINA.-
Nosotras a guardar.
|
—44→
|
ROSARIO.-
(Apilando en una bandeja
de mimbres almohadas y sábanas.) Déjame a mí.
|
RUFINA.-
No... yo... tú te cansas.
|
ROSARIO.-
Que no me canso, ea. ¡Qué
placer llenar los armarios de esta limpia, blanquísima y olorosa ropa
casera!... y ponerlo todo muy ordenadito, por tamaños, por secciones,
por clases...
(Cogiendo la bandeja de
ropa.) Venga.
(RUFINA
le ayuda a cargársela a la
cabeza.) ¡Hala!
|
RUFINA.-
(Señalando por la
derecha.) ¡Al armario grande de
allá!
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(Sale
ROSARIO por la derecha.)
|
LORENZA.-
Parece que no; pero tiene un
puño... y un brío...
|
RUFINA.-
¡Ya, ya!
|
ROSARIO.-
(Reapareciendo presurosa
por la derecha.) Ahora, las
sábanas.
|
RUFINA.-
Ahora me toca a mí.
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|
(Cargando un montón
de ropa.
Vase por la derecha.)
|
ROSARIO.-
¿Y yo? Lorenza, dame la plancha
otra vez. Me habéis acostumbrado a no estar mano sobre mano, y ya no hay
para mí martirio como la ociosidad.
|
LORENZA.-
Si estoy acabando.
|
RUFINA.-
(Por la derecha
resueltamente.) Con que... señora
duquesa de San Quintín, concluyó el planchado. ¿Qué
hacemos hoy?
|
LORENZA.-
Manteca.
|
ROSARIO.-
No; hoy toca rosquillas. D.
José lo ha dicho.
|
RUFINA.-
Y ya mandé a Víctor que
encendiera el horno.
|
|
(LORENZA
recoge la última ropa,
y la lleva adentro:
después va retirando los utensilios de
plancha.)
|
ROSARIO.-
Hoy me pongo yo a la boca del horno,
yo, yo misma... y ya verás...
(Indica el movimiento de
meter la pala en el horno.)
|
RUFINA.-
No... tú no sabes; no tienes
práctica y quemarás la tarea. Déjame a mí el horno.
|
—45→
|
ROSARIO.-
Bueno, bueno.
(Con inquietud
infantil,
haciendo movimiento de amasar sobre la
mesa.)
|
LORENZA.-
¿Amasan aquí?
|
ROSARIO.-
Aquí, que está
más fresco.
|
RUFINA.-
Y Víctor se encargará de
llevarme la masa.
|
ROSARIO.-
¿Pero le dejarán venir
acá?
|
RUFINA.-
Si está ahí.
(Señalando la
puerta.) Papá le ha mandado arreglar la
esparraguera, y replantar el fresal viejo.
|
ROSARIO.-
¿Qué?
¿también entiende de horticultura?
|
RUFINA.-
De todo entiende ese pillo.
(Va hacia el fondo,
y llama,
haciendo señas con la mano.) ¡Eh, Víctor!...
|
ROSARIO.-
¡Eh, señor socialista,
señor nivelador social, venga usted acá!
|
Escena III |
|
ROSARIO, RUFINA; DON JOSÉ, EL
MARQUÉS.
|
DON JOSÉ.-
Aquí la tiene usted.
|
EL MARQUÉS.-
(Riendo de la facha
de
ROSARIO.) Ja, ja, ja... Rosarito,
¿eres tú? ¡Increíble metamorfosis!
|
ROSARIO.-
(Por
DON JOSÉ.) Aquí tienes al
autor del milagro.
|
DON JOSÉ.-
¿Qué cree usted? Se
levanta a las cinco de la mañana.
|
EL MARQUÉS.-
Justamente a la hora a que se acostaba
en Madrid.
|
ROSARIO.-
¿Y tú qué
tal?
|
EL MARQUÉS.-
Ayer me instalé en los
baños, y mi primera visita en la gran Ficóbriga es para la nieta
de reyes, hoy aprendiz de planchadora.
|
DON JOSÉ.-
Se pasa el día de faena en
faena, vida gozosa, entretenida y saludable.
|
—47→
|
EL MARQUÉS.-
Sí que lo será.
¿Me admiten en la partida?
|
RUFINA.-
Mire usted que aquí se trabaja
de veras.
|
DON JOSÉ.-
Diga usted que también se
divierten, triscan y retozan.
|
ROSARIO.-
¡Ay, ayer tarde, por el monte
arriba, qué espectáculo, qué pureza de aires, qué
aromas campesinos! Nunca he sentido tan grande amor a la Naturaleza y a la
soledad.
|
EL MARQUÉS.-
Pues en los baños me dijeron
que una tarde, al subir al monte, por poco te matas.
|
ROSARIO.-
¿Yo?
|
RUFINA.-
No fue nada.
|
DON JOSÉ.-
Una torpeza de Víctor. Ya le he
reprendido. Empeñose en llevar el burro por un desfiladero...
|
RUFINA.-
No fue culpa de Víctor.
¡Vaya!¡que todo lo malo lo ha de hacer el pobre
Víctor!...
|
ROSARIO.-
Fue culpa mía. Yo, yo misma le
mandé que me llevara por aquellos riscos. Por poco nos
despeñamos, amazona, burro y borriquero... En fin, gracias al arrojo de
ese valiente muchacho, no pasó nada.
|
DON JOSÉ.-
Ni volverá a ocurrir. Ya
tendrá cuidado.
|
ROSARIO.-
Y finalmente, Currito Falfán,
primo mío, vástago ilustre de la segunda rama de los Otumbas,
¿quieres ayudarnos a hacer rosquillas?
|
EL MARQUÉS.-
(Riendo.) ¿De veras?... ¿Pero tú...?
|
DON JOSÉ.-
Amasa que es un primor.
|
EL MARQUÉS.-
Ayudaré... a comerlas. Y acepto
también la invitación de D. José, que sostiene que no hay
sidra como la suya...
|
DON JOSÉ.-
(Ponderando.) Hecha en casa. ¡Verá usted qué
sidra!
|
ROSARIO.-
Y ahora, al gallinero.
|
EL MARQUÉS.-
Espérate, hija, tengo que
hablarte. ¿Acaso valgo menos que las aves de corral?
|
RUFINA.-
Quédate. Yo iré.
|
|
(Vase por el
fondo.)
|
Escena IV |
|
Dichos menos
RUFINA; DON CÉSAR,
presuroso por el fondo.
Después,
LORENZA,
por la izquierda.
|
DON CÉSAR.-
¿No ha venido Canseco...? Hola,
Marqués...
(Receloso y
displicente.) (¡Aquí otra vez este
botarate!).
|
DON JOSÉ.-
El notario no puede tardar.
|
EL MARQUÉS.-
Dígame, D. César,
¿es cierto que compra usted los dos caballos de tiro, y la yegua del
Marqués de Fonfría, que hoy salen a subasta?
|
DON CÉSAR.-
(Con vanidad.) Sí
señor... ¿Y qué?
|
DON JOSÉ.-
¿Pero te has vuelto loco?
¡Caballos de lujo... tú!
|
DON CÉSAR.-
Yo, yo... El señor
Marqués, tan perito en asuntos caballares, me dará
informes...
|
EL MARQUÉS.-
Con muchísimo gusto.
|
DON JOSÉ.-
(Asustado.) ¿Pero te ha entrado el delirio de grandezas?
César, vuelvo en ti.
|
EL MARQUÉS.-
Los dos de tiro,
Eclair y
Néstor, son de la yeguada de mi
hermano, media sangre. La yegua
Sarah fue mía. Procede de las
cuadras del Duque de Northumberland... pura sangre, fina como el coral, y veloz
como el viento.
|
|
(ROSARIO
limpia la mesa,
y acaba de retirar algunos objetos que
sobran.)
|
EL MARQUÉS.-
La tengo en mi libro, y los datos de
alzada, edad... Compre usted sin miedo: es verdadera ganga.
|
DON JOSÉ.-
(Inquieto.) ¿Pero no es broma?... ¡Despilfarro
mayor!
|
ROSARIO.-
(Acercándose al
grupo.) D. César piensa poner coche a
la gran
D'Aumont, para que so paseo por
Ficóbriga
Rosita la Pescadera.
|
DON CÉSAR.-
Se paseará... quien se
pasee.
|
—49→
|
EL MARQUÉS.-
¿Pero se casa? ¡Oh,
Providencia!
|
DON JOSÉ.-
(Malhumorado.) Como la
elección no sea buena, vale más no pensar en ello.
|
ROSARIO.-
¿Casarse?... Si dice que se va
a morir pronto.
|
EL MARQUÉS.-
Mejor para encontrar novia.
|
DON CÉSAR.-
Todavía daré alguna
guerra.
(A
ROSARIO
bruscamente en tono afectuoso.) Rosarito, no trabaje usted tanto, que se le
estropearán las manos.
|
ROSARIO.-
¿Y a usted qué le
importa?
|
DON CÉSAR.-
Me importa... puede importarme mucho.
Y no debe andar usted tanto al sol si quiere conservar la finura de su
cutis.
|
DON JOSÉ.-
Si así está más
bonita.
|
EL MARQUÉS.-
Más pastoril, más
campestre.
|
DON JOSÉ.-
(Regañón.) A buenas
horas te entra la manía de lo aristocrático.
|
ROSARIO.-
Cuando a mí me da por lo
popular.
|
DON CÉSAR.-
Rosarito de mi alma, no me lleve usted
la contraria. Ya sabe que la quiero bien, que...
|
DON JOSÉ.-
(Incomodado.)
Ea, basta de bromas.
|
DON CÉSAR.-
Si no es broma.
(A
ROSARIO.) ¿Ha tomado usted a broma
lo que le he dicho?
|
EL MARQUÉS.-
¿Pero qué es ello?
(Bromeando.) D. José, esto es muy grave.
|
DON JOSÉ.-
Insisto en que mi hijo no tiene la
cabeza buena.
|
DON CÉSAR.-
Y hay más...
|
DON JOSÉ.-
(Alejándose
airado.) No quiero, no quiero saber más
locuras. Tendría que tratarte como a un chiquillo. Marqués,
¿probamos o no probamos esa sidra?
|
EL MARQUÉS.-
Estoy a sus órdenes.
|
DON JOSÉ.-
Voy un instante a la bodega. Le espero
a usted en el comedor.
(En la puerta mirando
a
DON CÉSAR.) (¡Calamidad de
hijo! ¡Ah, veremos, veremos quién puede más!).
|
|
(Vase por el
fondo.)
|
—50→
|
LORENZA.-
(Por la derecha.) El señor de Canseco.
|
DON CÉSAR.-
Que pase a mi cuarto.
(A
ROSARIO.) Tengo que ocuparme de cosas
graves. Hablaremos luego.
(Al
MARQUÉS.) Dispénseme. No se
olvidará usted de mandarme...
|
EL MARQUÉS.-
¿El registro de caballos?...
Sí, sí. Descuide.
|
DON CÉSAR.-
Hasta ahora.
|
|
(Vase por la
derecha.)
|
Escena V |
|
ROSARIO, EL
MARQUÉS.
|
ROSARIO.-
(Viendo alejarse a
DON CÉSAR.) ¿Has visto
qué cócora de hombre?
|
EL MARQUÉS.-
Juraría que se ha prendado de
ti.
|
ROSARIO.-
Tengo esa desdicha.
|
EL MARQUÉS.-
¿Y se ha declarado?
|
ROSARIO.-
Salimos a declaración por
día, en diferentes formas. Ayer, en una carta larguísima,
fastidiosa y con muy mala gramática, me hizo proposición de
casamiento.
|
EL MARQUÉS.-
¡Y tú...!
|
ROSARIO.-
¡Cállate, por Dios! Te
juro que antes me casaría, con un albañil, con un peón,
con un presidiario que con ese hombre.
|
EL MARQUÉS.-
Bien dicho. Todo antes que esta
dinastía de pasteleros enriquecidos. El que inventó las
rosquillas debió de ser un excelente hombre. Pero la raza ha ido
degenerando, y D. César es rematadamente protervo. Tú le odias;
yo más.
|
ROSARIO.-
No; yo más. Reclamo el
privilegio. Las mordeduras de ese reptil han sido más venenosas para mi
familia que para la tuya.
|
EL MARQUÉS.-
¡Ah! tú no sabes... No
quiero hablarte de la humillación
—51→
en que he vivido diez
años, sufriendo sus perfidias, y sin poder defenderme. Luego, el
maldito, con refinada hipocresía, afectaba una adhesión servil a
mi persona; y después de jugarme una mala pasada, se deshacía en
cumplidos y protestas de amistad... ¡Y qué solapada astucia para
fiscalizar mis actos, qué aptitudes de polizonte...! Nada, que no me
dejaba vivir... Me seguía los pasos... Era mi sombra, mi pesadilla.
¿No te conté aquel caso?... ¡Ah! verás. Logró
apoderarse de siete cartas mías, dirigidas a la Estéfani...
|
ROSARIO.-
Y se las mandó a tu mujer. Lo
supe, sí.
|
EL MARQUÉS.-
Tenía que enviar a Dolores una
cantidad en billetes. Dentro del sobre puso las cartas.
|
ROSARIO.-
¡Infamia mayor! ¿Y no le
mataste?
|
EL MARQUÉS.-
Me fui a él como un tigre...
Habías de verle y oírle, tembloroso, servil, queriendo encubrir
la cobardía con la lisonja... Jurome que se había equivocado...
que las cartas pensaba mandármelas a mí. En efecto, bajo otro
sobre me mandaba una nota de réditos...
|
ROSARIO.-
Debiste ahogarlo.
|
EL MARQUÉS.-
Debí... sí... pero
¡ay! aquella noche necesitaba yo dos mil duros... Cuestión de
honor... cuestión de pegarme un tiro si no los tenía.
|
ROSARIO.-
Comprendo... ¡ah!
|
EL MARQUÉS.-
Y tuve que humillarme. Rosario de mi
vida, nada envilece como cierta clase de deudas. No debas. Si para verte libre
de tal suplicio, necesitas descender en la escala social, baja sin miedo,
cásate con un guardia de consumos, o con el sereno de tu barrio.
|
ROSARIO.-
Tienes razón. He sido
también esclava y mártir. Gracias a Dios, estoy libre... aunque
pobre.
|
EL MARQUÉS.-
Y ahora, prima querida, resuelto a no
morirme sin
—52→
dar a mi verdugo un bromazo como los que él me
ha dado a mí, pongo en tu conocimiento que ya se la tengo armada.
|
ROSARIO.-
¿Un bromazo?...
|
EL MARQUÉS.-
Una equivocación de la escuela
fina, del estilo de las suyas.
|
ROSARIO.-
Cuéntame... ¿Qué
es eso?
|
EL MARQUÉS.-
Una cosa tremenda...
|
ROSARIO.-
(Con vivo
interés.) Pues dímelo.
¿Es algún secreto?
|
EL MARQUÉS.-
Para ti no.
|
ROSARIO.-
¿Qué harás,
pues?
|
EL MARQUÉS.-
(Temeroso de ser
oído.) Destruir la ilusión de su
vida. Ya sabes que anda por ahí un hijo...
|
ROSARIO.-
Sí, le conozco; está
aquí.
|
EL MARQUÉS.-
Por más señas, demagogo,
sectario de la Commune, del ateísmo y del mismísimo infierno.
Pues con todo, no será tan antipático como César.
|
ROSARIO.-
En efecto, no es antipático. No
parece hijo de tal padre.
|
EL MARQUÉS.-
¡Toma! como que no lo es... como
que no lo es... ¿Lo quieres más claro?
|
ROSARIO.-
(Estupefacta.) ¡Qué me
cuentas!
|
|
(Pausa.)
|
EL MARQUÉS.-
Lo que oyes. Puedo probarlo. Es decir,
lo que puede demostrarse es que la filiación del joven reformador de la
sociedad, es un enigma, una equis...
|
ROSARIO.-
(Con ardiente
curiosidad.) Explícame eso...
¿Pero es de veras que...?
|
EL MARQUÉS.-
¿Conociste a una tal Sarah
Balbi?
|
ROSARIO.-
¿Italiana, institutriz en la
casa de Gravelinas? A mamá oí hablar de esa mujer. Ya, ya voy
comprendiendo. Y D. César la amó, y la creyó fiel...
|
EL MARQUÉS.-
Rarezas, anomalías de los
caracteres humanos.
|
ROSARIO.-
¡Un hombre que tan bien conoce
la moneda falsa, que entre mil centenes buenos encuentra el malo,
—53→
sólo con revolverlos sobre una tabla... no conocer a Sarah!
|
EL MARQUÉS.-
¡Y tenerla por oro de ley!...
Cegueras que impone el cielo como castigo.
|
ROSARIO.-
¿Pero tú, cómo
sabes...?
|
EL MARQUÉS.-
Recordarás que hace pocos meses
murió en casa el pobre Barinaga.
|
ROSARIO.-
(Recordando.) Coronel de ejército, figura noble... barba
blanca...
|
EL MARQUÉS.-
Por meterse en trapisondas
políticas, acabó sus días en la miseria. Yo le
recogí para que no fuera al hospital.
|
ROSARIO.-
Ya, ya... Y ese infeliz tuvo amores
con la italiana...
|
EL MARQUÉS.-
Sí.
|
ROSARIO.-
Al mismo tiempo que D.
César.
|
EL MARQUÉS.-
Dos días antes de morir,
refiriome el pobre coronel su martirio. Porque verás. La amó
locamente. Conservaba siete cartas de ella... ¡siete! fíjate en el
número, siete cartas, que me entregó.
|
ROSARIO.-
¿Y las tienes?
|
EL MARQUÉS.-
Como que ellas serán el
cartucho de dinamita que pienso poner en las manos del caballero de las
equivocaciones... ¡Ah! me faltaba decirte que Barinaga padeció el
suplicio de los celos...
|
ROSARIO.-
De modo que la tal Sarah le
engañaba también...
|
EL MARQUÉS.-
Él lo creía, o lo
temía... Era un misterio esa mujer... Misterio lleno de seducciones; me
consta... Corramos un velo...
|
ROSARIO.-
Sí, corrámoslo.
|
EL MARQUÉS.-
En las siete cartas, que yo llamo
las siete partidas, se ve bien claro que
explotaba la ceguera de D. César...
|
ROSARIO.-
Con el argumento de su maternidad.
|
—54→
|
EL MARQUÉS.-
Que era en ella como una palanqueta
para forzar aquella arca tan difícil de abrir.
|
ROSARIO.-
¡Horrible historia! ¡Y ese
infeliz joven...! ¿Pero qué culpa tiene él?
¡Arrancarle su nombre, privarle de su fortuna!... No, no, primo, no hagas
eso... déjale que...
|
EL MARQUÉS.-
La cosa es grave. No creas... Yo
también dudo a veces...
|
ROSARIO.-
(Cambiando
súbitamente de idea.) ¡Oh,
qué ideas me asaltan! Pues sí, debes...
|
EL MARQUÉS.-
¿Opinas que...?
|
ROSARIO.-
(Rectificándose con
espanto de sí misma.) No, no...
|
EL MARQUÉS.-
Entonces, ¿te parece
que...?
|
ROSARIO.-
(Después de
vacilar, afirma de nuevo.)
Sí, sí... Siento en mí impulsos rencorosos, vengativos.
Merece el tal D. César un golpe duro, muy duro, y no seré yo
quien le compadezca... Esta aversión la heredé de mi padre.
|
EL MARQUÉS.-
Ya sé...
|
ROSARIO.-
La heredé también de mi
madre. Ese hombre se permitió hacerle proposiciones amorosas, y
colérico y venenoso, al verse rechazado con horror, la calumnió
infamemente...
|
EL MARQUÉS.-
¡A quién se lo
cuentas...! Dijo de ella...
|
ROSARIO.-
(Indignada,
tapándole la boca.) Cállate.
|
EL MARQUÉS.-
¿Con que decididamente...
me equivoco?
|
ROSARIO.-
(Con firmeza.) Sí,
sí.
|
EL MARQUÉS.-
Él me ha pedido la
filiación de la yegua... que también se llama Sarah...
¡Bromas del Altísimo, Rosario!... Pues este cura... se
equivoca, y en vez de meter en el
sobre...
|
ROSARIO.-
Comprendido...
(Turbada y
confusa.) ¡Ay, no sé qué
pensar... ni lo que siento sé! ¡Si supieras, primo, por qué
camino tortuoso ha venido a tener
—55→
esto asunto para mí un
interés inmenso!
|
ROSARIO.-
(Con
resolución.) ¿Harás lo
que te mande?
|
EL MARQUÉS.-
¿Qué es?
|
ROSARIO.-
Dame las
siete partidas.
|
EL MARQUÉS.-
¿Y tú...?
|
ROSARIO.-
Déjame a mí.
|
EL MARQUÉS.-
Te enviaré el paquetito con
persona de confianza.
|
ROSARIO.-
Tomo sobre mi conciencia el cuidado y
la responsabilidad de la equivocación.
(Sintiendo voces por la
derecha.) Chist... Creo que el patriarca te
llama.
|
EL MARQUÉS.-
(Presuroso.) ¡Ah! sí, la sidra... Quedamos en que te
mando eso.
|
ROSARIO.-
Sí, Sí.
|
Escena VIII |
|
ROSARIO, RUFINA, VÍCTOR; después,
LORENZA.
|
VÍCTOR.-
(Que sale por la izquierda
con una tabla de amasar,
un rodillo y varias latas.) ¿Dónde pongo esto?
|
ROSARIO.-
Aquí. ¿Y Lorenza, ha
batido las yemas?
|
VÍCTOR.-
En eso está. Las yemas y el
azúcar: alegoría de la aristocracia de sangre unida con la del
dinero.
|
ROSARIO.-
(Con gracejo.) Cállese
usted, populacho envidioso.
|
VÍCTOR.-
¿Está mal el
símil?
|
ROSARIO.-
No está mal. Luego cojo yo las
aristocracias, y...
(Con movimiento de
amasar.) las mezclo, las amalgamo con el
pueblo, vulgo harina, que es la gran liga... ¿Qué tal? y hago una
pasta...
(Expresando cosa muy
rica.)
|
RUFINA.-
Pero ese pueblo, alias harina,
¿dónde está?
|
ROSARIO.-
¿Y la manteca, clase media,
como quien dice?
|
VÍCTOR.-
Voy por la masa.
|
ROSARIO.-
Pero no nos traiga acá la masa
obrera.
|
RUFINA.-
Ni nos prediques la revolución
social.
|
ROSARIO.-
(Empujándole.) Vivo,
vivo.
|
VÍCTOR.-
A escape.
|
|
(Vase por la
izquierda.)
|
RUFINA.-
(Arreglando la tabla de
amasar y pasándole un trapo.)
¡Qué bueno es Víctor!
|
ROSARIO.-
¿Le quieres mucho?
|
—58→
|
RUFINA.-
Sí que le quiero.
¡Qué hermoso es tener un hermano! ¿Verdad...?
|
ROSARIO.-
(La mira fijamente.
Suspira con tristeza.
Pausa.)
Sí.
|
|
(Entra
LORENZA
con una jofaina y toalla,
que pone al extremo de la mesa;
detrás
VÍCTOR
con la masa,
que forma un bloque sobre una
tabla.)
|
LORENZA.-
Ya está todo mezclado.
|
ROSARIO.-
¿Y bien cargadito de
manteca?
|
LORENZA.-
Sí señora.
(Pone la masa sobre la
tabla y le da golpes con el puño.)
|
ROSARIO.-
(Impaciente.) Yo, yo.
(Apartando a
LORENZA,
golpea la masa.)
|
LORENZA.-
Antes de trabajar con el rodillo...
así, así...
(Indica el movimiento de
ligar con los dedos.)
|
RUFINA.-
Y le das muchas vueltas, y aprietas de
firme para que ligue bien.
|
ROSARIO.-
(Hundiendo las manos en la
masa.) Si sé, tonta. Vete tú al
horno. ¿Está bien caldeado?
|
LORENZA.-
Hay que verlo.
|
RUFINA.-
Vamos.
|
ROSARIO.-
En seguidita te mando masa.
|
|
(Vanse
RUFINA
y
LORENZA
por la izquierda,
segundo término.)
|
Escena IX |
|
ROSARIO, VÍCTOR.
|
ROSARIO.-
(Suspendiendo el
trabajo.) Gracias a Dios que estamos
solos.
|
VÍCTOR.-
Cortos instantes de felicidad para
mí, robados a la soledad y a la tristeza de este presidio.
|
ROSARIO.-
(Trabajando de
nuevo.) Tengo que reñirle a usted.
Anoche, al volver de paseo por la playa con Rufinita y las sobrinas del cura,
cuando se
—59→
hizo usted el encontradizo, me dijo usted cosas muy
malas. He soñado con hordas populares desbordadas, con la guillotina y
el saqueo...
|
VÍCTOR.-
Eso no va con usted.
|
ROSARIO.-
Porque soy pobre y nada tengo que
saquear.
|
VÍCTOR.-
No es por eso.
|
ROSARIO.-
Vamos; que usted, cuando toquen a
derribar ídolos, hará una excepción en favor mío.
Porque este señor socialista escarnece sus ideas enamorándose
locamente de una aristócrata.
|
VÍCTOR.-
Locamente, sí.
|
ROSARIO.-
¡Traidor, desertor,
apóstata! Eso es burlarse de los principios!...
|
VÍCTOR.-
Pues me burlo...
|
ROSARIO.-
Abandona un imposible por aspirar a
otro.
|
VÍCTOR.-
(Vivamente.) No, si yo no aspiro a nada. Sé que usted no
puede amarme.
|
ROSARIO.-
Pues si no puedo amarlo,
domínese; coja usted su corazón, y haga con él
(Apretando la
masa.) lo que hago yo ahora con esta masa
insensible.
|
VÍCTOR.-
Y después al horno de la
imaginación...
|
ROSARIO.-
(Vivamente.) Eso es lo que le pierde a usted.
|
VÍCTOR.-
Al contrario, me salva. ¡Bendita
imaginación! Mi único consuelo es cabalgar en ella y lanzarme por
el espacio infinito, hacia la región de lo ideal, del pensar libre y sin
ninguna traba. Delirando a mi antojo, construyo mi vida conforme a mis deseos;
no soy lo que quieren los demás, si no lo que yo quiero ser. No me
importan las leyes, porque allí las hago todas a mi gusto. Me instalo en
el planeta más hermoso. Soy rey, semidiós, dios entero, amo y soy
amado.
|
ROSARIO.-
Basta. Eso me recuerda mi
niñez, cuando, con mis amiguitas, jugaba yo a los disparates.
|
—60→
|
VÍCTOR.-
¿Qué es eso?
|
ROSARIO.-
¿Pero usted, de muchacho, no ha
jugado a los desatinos? Es cosa muy divertida. Yo deliraba por ese juego. Vea
usted; mis amigas y yo nos desafiábamos a cuál inventaba un
disparate mayor; y la que sacaba de su cabeza un absurdo tal que no pudiera ser
superado, esa ganaba.
(La actriz
determinará, conforme a la intención de cada
frase,
cuándo debe interrumpir y cuándo
reanudar el trabajo.)
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VÍCTOR.-
¡Qué bonito!
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ROSARIO.-
Juguemos a los desatinos. A ver
cuál de los dos inventa una cosa más disparatada.
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VÍCTOR.-
Más imposible.
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ROSARIO.-
Justo; la otra noche pensaba yo que
era una hormiga, y que daba vueltas alrededor del mundo, siempre por un mismo
círculo, hasta que al fin, con el roce de mis patitas, partía el
globo terráqueo en dos... Imagínese usted el número de
siglos que necesitaría para...
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VÍCTOR.-
(Riendo.) Sí...
¡Qué gracioso! Pues yo he pensado un desatino mayor. Que usted y
yo vivíamos en un planeta donde los vegetales hablaban.
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ROSARIO.-
Y los animalitos echaban hojas.
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VÍCTOR.-
En que nosotros éramos como
arbustos que caminaban, y nuestros ojos flores que reían, y nuestras
bocas flores que besaban... En aquel extraño mundo, usted no era
aristócrata.
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ROSARIO.-
Como que probablemente sería
una calabaza, quizás una apreciable ortiga... Bah, sus disparates no
valen nada, amigo Víctor. Se puede inventar un despropósito
incomparablemente mayor.
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VÍCTOR.-
¿A ver?
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ROSARIO.-
Un absurdo... vamos, que apenas se
concibe.
(Pausa.
Se miran un momento.) Que yo, no en ese planeta
—61→
donde hablan
las hierbas, sino aquí, en este, pudiera llegar a quererle a usted, a
simpatizar con sus ideas primero, con la persona después...
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VÍCTOR.-
Señora duquesa, ¿quiere
usted que yo me vuelva loco?
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ROSARIO.-
¿A que no inventa usted una
barbaridad como esa?
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VÍCTOR.-
¡Quererme usted... y...!
Duquesa...
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ROSARIO.-
Ea, ya me empalaga usted con tanto
Duquesa, Duquesa... Si sigue usted tan
fino, las rosquillas van a salirme muy cargadas de dulce. Llámeme usted
Rosario.
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VÍCTOR.-
¿Así, con toda esa
llaneza?
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ROSARIO.-
¿Pero usted no sabe que la de
San Quintín es también revolucionaria y disolvente? Sí
señor, creo que todo anda muy mal en este planeta; que con tantas leyes
y ficciones nos hemos hecho un lío, y ya nadie se entiende; y
habrá que hacer un revoltijo como esto
(Amasando con
brío.) , mezclar, confundir, baquetear
encima, revolver bien
(Haciendo con las manos lo
que expresan estos verbos.) para sacar luego
nuevas formas...
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VÍCTOR.-
¡Admirable idea...! Yo voy
más allá.
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ROSARIO.-
(Vivamente.) A donde va usted
ahora, pero volando, es a ver si el horno está a punto.
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VÍCTOR.-
Sí que estará.
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ROSARIO.-
Vaya usted, le digo.
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VÍCTOR.-
(Sonriendo.)
¡Despótica!
(Alejándose.)
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ROSARIO.-
No soy yo la despótica, sino la
masa, la soberana masa.
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(Vase
VÍCTOR por la
izquierda,
segundo término.)
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