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Al menos en los diez años anteriores, como la lista de sus lecturas perdidas que transcribe Silvio Pellico en Mis prisiones -entonces reciente (1833; traducción española en París, 1835)-, cuando la recuerda como uno de los factores que incrementan su condena en Spilberg: «¿Cómo pasamos los años 1824, 25, 26, 27? Nos prohibieron la lectura de libros que nos concediera provisionalmente el gobernador [...] ¡Los años precedentes me parecieran tan tristes y ya los echaba ahora de menos como un tiempo de delicias! ¿Qué se hicieran las horas en que me embebía en el estudio de la Biblia o de Homero? [...] Dante, Byron, Petrarca, Shakespeare, Schiller, Walter Scott, Goethe, ¡cuántos amigos perdidos!» (Mis prisiones, Barcelona, J. Llausás, 1843, pp. 159-160. Evidentemente, también existen ejemplos dentro de España; como la labor que desarrolla El Europeo en esta dirección. (N. del A.)



 

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Pero con un carácter menos importante en todos los sentidos. R. Marrast (José de Espronceda y su tiempo, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 383-426), insistía en un romanticismo medievalizante sin tener en cuenta la defensa del moderno teatro francés y otras manifestaciones de su posición avanzada; en conexión con su tesis, con la que no coincido, acerca de lo que considera «verdadero» o «falso» romanticismo. Por citar estudios expresamente relacionados con El Artista, F. Calvo Serraller y Á. González García hablan de su «fascinación político y científica-técnica por el siglo XIX» (El Artista, Madrid, 1835-1836, Madrid, Turner, 1981, p. XIII); cfr. también, P. Menarini, art. cit., en: op. cit., pp. 317-334. Los propios autores de El Artista y los que le rodeaban, se sabían plenamente en su tiempo. Es significativo al respecto la carta que le escribe una coetánea de Campo Alange, poniendo a la par su valor militar y sus colaboraciones en El Artista: «Mil veces he envidiado tu sexo. Si la naturaleza me lo hubiera concedido, pelearía ahora en Navarra, hubiera escrito para El Artista» (M. Lasso de la Vega y López de Tejada, Marqués de Saltillo, «Un prócer romántico. El conde del Campo de Alange», en: Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo 1 (1931), p. 7). (N. del A.)



 

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Que abarca el deseo de implantación del liberalismo, más allá de lo estrictamente político y de lo meramente literario. A pesar de que en el programa inicial se expresa en El Artista su dedicación a temas no políticos, se encuentran algunas alusiones al asunto; siempre en su vinculación específica, en el tipo de romanticismo, con lo literario y las bellas artes. En este sentido escribe J. Bermúdez de Castro sobre Teresa, de Dumas, con los inevitables ecos de Víctor Hugo: «Déjese a cada autor la libertad de escribir y describir una acción de la manera que la concibe [...]. Libertad literaria como libertad política, por esto ha clamado siempre El Artista, y en esta nueva doctrina que se va ya adoptando, su voz ha sido, si no la de más peso, al menos, de las primeras.» (III, 71-2.) (N. del A.)



 

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Aunque la labor directiva la lleva Ochoa, en El Artista todos colaboran en la promoción de su romanticismo, como ya ha señalado P. Menarini (cfr. Art. cit., en: op. cit., p. 319); sin que, a pesar de evidentes matices, a mi parecer, las diferencias lleguen a facciones distintas, como opinan F. Calvo Serraller y Á. González García, op. cit., pp. XII-XIII. (N. del A.)



 

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«[...] no extrañemos que jóvenes de mérito [...] rompan la lira y su pluma y su esperanza. ¿Qué haría con crear e inventar? Dos amigos dirían al verle pasar por el Prado: «¡Tiene chispa!» [...] ¡Otra parte, y no la menor, le calumniaría, le llamaría inmoral y mala cabeza, infernaría su existencia y la llenaría de amargura!» (El Español, 25-12-1836). Las tensiones también se reflejan ocasionalmente dentro del El Artista. Así sucede en el caso de Bretón, del que se queja Ochoa por su actitud antirromántica y, acto seguido, se ve en la obligación de manifestar reiteradamente su amistad: «[...] porque es más fácil para mí desconocer el mérito literario de un poderoso que el de un verdadero amigo. Mío lo es y mucho el sr. Bretón de los Herreros; [...]. Las protestas que hice en el tomo anterior sólo se dirigían a las personas de suyo suspicaces y malévolas [...]» (II, 1-2). También debió contar la radicalización general del ambiente: se envían anónimos a la revista, porque está en contra de la desaparición de los conventos, que se buscaba eliminar como parte esencial del programa revolucionario: «El pudor nos impide copiar las expresiones de que se vale el anónimo; y al leer su escrito, con sinceridad confesamos que nada sentimos tanto como no saber del nombre del autor, para estamparlo al pie de sus renglones. Única venganza que tomaríamos de él; pero sería sangrienta» (I, 238). (N. del A.)



 

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Ochoa considera que, al fin, se ha representado en Madrid «una obra verdaderamente romántica», «personificación de ese género grandioso, creado por Calderón y Shakespeare, cultivado con tan brillante éxito por Goethe y Schiller, y elevado a tanta altura por los dos colosos del moderno teatro francés, Víctor Hugo y Alejandro Dumas» (II, 47) -citando la relación canónica conveniente al caso-; aunque no haya podido «gustar» al público, como tampoco pudo el Don Juan de Mozart. (Cfr. los comentarios de Santiago de Masarnau, t. 1, 11-12, 22-24 y 94-95.) (N. del A.)



 

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Cfr. A. Gallego, Historia del grabado en España, Madrid, 1979, p. 349; F. Calvo Serraller y Á. González García, op. cit.; y J. Vega, Origen de la litografía en España. El Real Establecimiento Tipográfico, Madrid, 1990, pp. 289-311. Por lo que se refiere a conexión entre texto e imagen en la prensa de la época, cfr., entre otros, L. Romero Tobar, «Relato y grabado en las revistas románticas: los inicios de una relación», en: Voz y Letra 1 (1990), pp. 157-170. (N. del A.)



 

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Carta a su padre (Epistolario, J. L. Díez y E. Alaminos (eds.), Madrid, 1994, t. 1, p. 62). (N. del A.)



 

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«Todo lo que me gusta la comedia representada aquí, me disgusta la tragedia a la que no me puedo acostumbrar; me gusta más cómo se representa en Madrid este género» (26-5-1838), ibíd. p. 113. Con respecto al término «tragedia», me parece entender que se refiere a lo que se entiende por drama romántico. (N. del A.)



 

19

Ibíd. (19-10-1838), p. 160. (N. del A.)