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Es curioso notar cómo en una carta, que Agustini envía a Darío, la poeta utiliza la misma imagen: «A veces me asusta mi osadía; y a veces, ¿a qué negarlo?, me reprocho el desastre de mi orgullo. Me parece una bella estatua despedazada a sus pies» (43). La osadía a la que alude la autora bien podría referirse a la intención subversiva con la que se aleja del arte del maestro.

 

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Algunos críticos han relacionado la idea de la estirpe con la del superhombre nietzschiano pero nos parece que la referencia a la imagen becqueriana la explica con más pertinencia. Zum Felde, entre otros, defiende que la estirpe suprema se refiere a los hijos potenciales, idealizados dentro de una concepción sublimada del amor (267). Por lo que parece, si es que algo de la filosofía de Nietzsche, que efectivamente forma parte del bagaje cultural de Agustini, ha influido en los versos de la poeta, es más bien la dicotomía apolíneo-dionisíaco.

 

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En los numerosos seres monstruosos que abundan en los poemarios de Agustini, tales como esfinges, fantasmas y vampiros, se puede claramente apreciar la influencia de Baudelaire. A este propósito, Zambrano señala que el universo poético de Delmira es «fabricado, como el paisaje de la pieza de Las Flores que lleva el mismo nombre, un paisaje onírico y por lo tanto no solamente real, sino creado, destruido y vuelto a crear por la voluntad» (232). Acerca de la imagen del vampiro cabe recordar que es una de las más recurrentes en Les fleurs du mal, por ejemplo en «Le Vampire» («Spleen et idéal» XXXI) y «Les métamorphoses du vampire» («Galanteries» VII). En el ámbito de las artes figurativas coetáneas, dicha imaginería poética de Agustini se aparenta notablemente a cierta iconografía de autores como Gustav Klimt.

 

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La identificación de los polos de la relación yo-tú en los versos de Agustini es siempre problemática. En términos generales nos encontramos de acuerdo con lo que observa al respecto Loureiro de Renfrew: «Casi nunca el yo y el tú de la relación son entidades separadas sino dos polos de una misma realidad: la de la imaginación, subjetividad o conciencia que primero se divide y luego entra en relación consigo misma para así conocerse, crear y / o crearse» (76).

 

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La divergencia en el tratamiento del tema por parte de Agustini resulta aún más evidente si, después de haber leído sus poemas, volvemos a la «rima LXXI» de Bécquer. El yo poético, en esta composición, se reconoce con facilidad como un desdoblamiento del autor que describe el espacio indistinto del ensueño: «No dormía; vagaba en ese limbo / en que cambian de forma los objetos, / misteriosos espacios que separan / la vigilia del sueño» (108). Agustini no se limita a decir que los objetos poéticos son cambiantes y ambiguos, sino que lo demuestra directamente en sus enmarañadas y complejas visiones simbólicas.