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La guerra numantina

Juan Manuel Abascal Palazón

El año 133 a. C. caía Numantia bajo la presión romana tras un largo asedio que ponía fin a lo que la historiografía conoce como las guerras celtibéricas (154-133 a. C.). Publio Cornelio Escipión Emiliano, el vencedor de Cartago, al frente de un ejército consular de cerca de 25.000 hombres, culminaba así uno de los episodios más largos de la conquista de Hispania y abría la Meseta y los territorios interiores a los romanos. El asedio fue sobredimensionado en las fuentes y convertido en ejemplo de la capacidad de resistencia de los sitiados y de la fortaleza militar del general romano. Como en otros relatos similares de aquellos años, la leyenda y la realidad se combinan hasta oscurecer la fidelidad del relato, consiguiendo así hacer más notoria la victoria romana frente a un enemigo tan valeroso.

La descripción de los acontecimientos de aquella guerra nos ha llegado en diversas fuentes, de la que Apiano es la más detallada en cuando a peripecias y anécdotas. Pero este fragmento de Floro, resumiendo uno de los pasajes perdidos de Livio, es una magnífica visión de conjunto de los acontecimientos.

«Numancia, así como en riqueza fue inferior a Cartago, Capua y Corinto, en fama, por su valor y dignidad fue igual a todas y, por lo que respecta a sus guerreros, la mayor honra de España. Pues, ella sola, que se alzaba junto a un río, en una colina medianamente empinada, sin murallas y fortificaciones, contuvo con cuatro mil celtíberos, durante once años, a un ejército de cuarenta mil, y no sólo lo contuvo, sino que lo golpeó con notable dureza y le impuso infamantes tratados. Por último, una vez que ya hubo constancia de que era invencible, fue necesario recurrir al que había destruido Cartago.

Difícilmente, si se me permite confesarlo, se podría hallar causa más injusta para una guerra. Habían acogido a los segidenses, aliados y parientes suyos, fugitivos de las manos de los romanos. De nada sirvió su intercesión. Pese a que se habían mantenido lejos de toda participación de los enfrentamientos, recibieron la orden de deponer las armas como precio para un compromiso oficial. Esto fue recibido por los bárbaros como si se les amputasen las manos. En consecuencia, se aprestaron inmediatamente a la guerra a las órdenes del valerosísimo Megarábico».

(Floro, Epítome de Livio, 34 [II, 18], 1-4. Edición de Isabel Moreno, Epítome de la Historia de Livio, Madrid, Gredos, 2000, pp. 198-199.)