11
Como en el caso anterior, Juretschke advierte que se desconoce su destinatario, pero que, ajuicio de Schramm, va dirigida a uno de sus amigos sevillanos que le había propuesto la fundación de un círculo de estudios filosóficos para leer a Destutt-Tracy (Obras Completas, I: 13, nota).
12
En sus
Principios lógicos o colección de hechos
relativos a la inteligencia humana (incluidos en su
Gramática general, traducción de Juan
Ángel Camaño, 1822, Madrid, Imprenta de D. José del Collado), Destutt-Tracy explica la
existencia por la sensación. «Existimos porque sentimos»
, afirma
(pág. 8). Pero nuestra
sensibilidad -advierte- presenta diferentes maneras o, dicho de
otra forma, el hombre experimenta múltiples percepciones.
Destutt las reduce a cuatro: la acción de sentir
sencillamente, la de recordar, la de juzgar y la
de querer. Sus efectos serán, respectivamente,
sensaciones (o percepciones directas), memorias,
juicios y deseos.
13
Munárriz
-traductor e introductor de Blair en España- afirma que
«la grande superioridad de la obra de
Blair sobre los tratados del mismo género está en las
reglas generales y en los principios del gusto y del raciocinio que
tan felizmente ha sustituido a las artificiales de los
retóricos escolásticos»
(Lecciones..., 3.ª, 1816, I: XV). Desde su exilio en
Londres, Alcalá Galiano aconseja a los estudiosos
españoles que se dediquen al «examen y estudio de los sanos principios
filosóficos sobre los cuales se funda en otros países
la ciencia literaria que profesan»
(Literatura
Española. Siglo XIX, 1834, ed. 1969, Madrid, Alianza: 135).
14
De la respuesta de
Donoso se deduce que el amigo le ha preguntado para qué
sirven los estudios sobre la poesía, si la lectura de
Aristóteles o de Blair no sirve «ni para hacer un mal romance»
.
15
Vid. en su edición de las Obras Completas de Donoso algunas acertadas puntualizaciones de Juretschke acerca del conocimiento que el autor extremeño pudo tener de las Lecciones de literatura dramática de A. W. Schlegel, o de las ideas de Böhl de Faber o de Mme. de Staël (a quien cita en algún momento), y las referencias al famoso discurso de Agustín Durán, a quien había conocido el año anterior a través de su gran amigo Quintana. Por su parte, Allison Peers (1954, ed. 1967, II: 151-152) se hace eco de la defensa de Donoso del renacimiento romántico, sobre todo cuando recomienda a Walter Scott y a Byron.
16
Recordemos la
oposición que Donoso establecía en la
«Carta» antes citada: una cosa es la creación
-producto de la sensación, de índole práctica-
y otra la reflexión y el juicio sobre las acciones humanas,
objeto de la filosofía -producto de la razón, de
índole teórica. «El
espíritu filosófico -indica- es por su naturaleza
independiente; cuando la razón no es la sola que preside en
materias de razón, ella es nula en sus progresos»
(op. cit., I: 43). Por eso elogia un
siglo -el XVIII- y una nación -Francia-, que se han erigido
en la cumbre de la razón y del juicio.
17
Se trata del dramaturgo Joaquín Francisco Pacheco. La crítica se publicó en La Abeja, 25 de mayo de 1835.
18
Cursivas del
autor. A la escuela ecléctica opone Donoso la «dogmática»
o «absolutista»
, que «sólo reconoce los caracteres de la
verdad en un principio único, [...], inflexible»
.
Se incluyen en ella representantes de tendencias variadas: «el absolutista Hobbes, el demócrata
Rousseau y el católico De Maistre»
(op.
cit., I: 419). Es precisamente este último
-impulsor del tradicionalismo- uno de los filósofos
más seguidos por Donoso en su segunda época.
19
Donoso suscribe
-lo indica explícitamente- la opinión de Cousin,
según la cual lo que distingue a los griegos de otros
pueblos es el culto a las formas (op.
cit.: 388). Como es natural, estas conclusiones van
precedidas de unos planteamientos previos que conviene analizar
detenidamente. En primer lugar, Donoso parte de la condición
dinámica de la historia y de la subordinación de los
movimientos literarios a las diversas circunstancias
filosóficas, políticas, sociales y religiosas de la
época en que se originan. En segundo lugar, para juzgar
ambos movimientos, adopta como criterio de belleza poética
una serie de principios absolutos matizados por otros de
carácter cambiante, «combinándose así
espontáneamente la unidad y la variedad, la fijeza y el
progreso, la regla y la inspiración, en una fecunda
teoría»
(op. cit.: 385).
En definitiva, combina la razón (que le permite
descubrir los principios del arte) con la historia (en la
que halla la explicación de los cambios que esos principios
han experimentado en las sociedades humanas). Y tras este examen,
contrapone la civilización (y la poesía) antigua, de
signo formal y material, a la moderna, de índole espiritual
y moral.