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La inicial formación literaria e intelectual de Gabriel Miró: «La mujer de Ojeda»

Enrique Rubio Cremades





La mujer de Ojeda actúa como marco receptor de las ideas estéticas y literarias del joven Miró. Es evidente que el propio novelista percibió al poco tiempo de su publicación la falta de calidad literaria1, de ahí el repudio y la ausencia de La mujer de Ojeda en el corpus general de sus obras completas. Idéntica suerte correría Hilván de escenas, repudiada, igualmente, por el propio Miró. Los estudios referidos a la narrativa mironiana suelen prescindir, salvo en contadas ocasiones2, del análisis de las novelas pertenecientes al inicial ciclo de la narrativa de Gabriel Miró, aunque no por ello obvian la importancia de las mismas por constituir o formar parte del primer eslabón de su producción novelística cuya fecha suele finalizar para la crítica en el año 19123.

En La mujer de Ojeda podemos percibir influencias de muy distinto signo. Por un lado, las debidas a escritores coetáneos ya consagrados, admirados y leídos por Miró, como en el caso de Valera. Por otro, la presencia de autores clásicos, desde los místicos a la prosa cervantina. No faltan en este capítulo de influencias específicas obras cuya presencia se percibe, igualmente, en la lectura de la presente novela. De todo este mosaico de lecturas o escritores que incidieron en La mujer de Ojeda la crítica señaló en época temprana la novela Pepita Jiménez, de Valera4, pues la división, estructura y recurso literario identifican el relato con dicha novela. Cabe señalar también que Miró pese a no citar a Valera ofrece al lector la prueba evidente de tal influencia, pues repite en la Noticia preliminar idénticas ¡deas y parecidas palabras que las pronunciadas por Valera en su novela Pepita Jiménez5. Sólo la alusión a Los eruditos a la violeta y una cita cervantina perteneciente al Quijote figuran como las fuentes literarias citadas expresamente por Miró en dicha Noticia preliminar. No creemos que Miró en esta etapa inicial conociera la historia del recurso-tópico del manuscrito preexistente que se remontarían a las primeras obras del ciclo artúrico, de donde pasaría a las novelas de caballerías hispanas y, de éstas, a través del relato cervantino, a la novela moderna. Tampoco es factible que en estos años juveniles Miró leyera Les liaisons dangereuses (1782), de Chloderlos de Lacios, cuya estructura narrativa se engarza mediante una serie de cartas. La forma epistolar será un procedimiento utilizado con no poca insistencia en el siglo XVIII francés. Con los precedentes de las Lettres de la religieuse portugaise (1669) y Lettres persanes (1721) aparece la obra Lettres de la Marquise de M... (1732) seguida por las Lettres chinoises (1739), del marqués de Argens, o de títulos como Lettres d'une Péruvienne (1747), de Mme. De Graffigny, Lettres siamoises (1750), de Landon, o Lettres iroquoises (1752), de Maubert de Gouvest. Es posible que Miró leyera por esta época las Lettres persanes de Montesquieu, al menos en su biblioteca particular figura un ejemplar (Paris, Lib. Firmin Didot Frères, 1851) de dicha obra. Respecto al resto de títulos citados el lector no los encuentra en la obra mironiana, tal como constata V. Ramos en el escrutinio de autores citados por Miró en la totalidad de sus escritos6, ni figuran entre las lecturas o libros pertenecientes a su biblioteca7. Por el contrario Valera sí que fue un gran admirador de la lectura dieciochesca, al igual que un gran lector de la obra cervantina. Miró leyó en su juventud a Valera con auténtica fruición y entusiasmo8, de ahí que sea fácil identificar el recurso y las estructuras de La mujer de Ojeda con la novela Pepita Jiménez9.

De igual forma tampoco se debe olvidar la presencia de autores extranjeros, como en el caso del compositor Kubelik y de Goethe. Del primero Miró confesará en la carta dirigida a Andrés González Blanco que «sin barruntos de condiciones para la música, ha sido este arte de los que más emociones me han dado. Oyendo a Kubelik me han conmovido celos feroces»10. El famoso concertista checoslovaco Kubelik fue considerado en los albores del siglo XX como uno de los más completos técnicos del violín, cuyas mejores interpretaciones fueron las de las obras de Paganini y de la escuela romántica. El peculiar carácter de Carlos Osorio se identifica con el complejo mundo de los celos que alude el propio autor. En varios episodios de la novela Carlos es el «alter ego» de Miró, especialmente en sus aficiones a la música, lecturas y actitud ante el paisaje. En el mismo inicio de la novela se evidencia claramente esta proyección de Miró en el personaje central de la novela: Carlos Osorio. En la segunda carta que éste envía a Andrés, su interlocutor y corresponsal, le confiesa su afición por la música y sus preferencias literarias. Evidentemente son las mismas que las admiradas y leídas por Miró. De igual forma el carácter de Osorio, su peculiar timidez, melancolía y amor a la naturaleza prefiguran la personalidad de Sigüenza. Respecto a los celos que alude Miró en la citada carta, el lector los identifica con el propio Carlos Osorio, en su comportamiento y reacción ante la preferencia amorosa de Clara por Andrés. El triángulo amoroso pese a que nada tiene que ver con el ideado por Clarín en La Regenta, aunque es bien conocida su admiración por su obra11, ofrece parecidas reacciones de los personajes que disputan el amor de la heroína, como las relacionadas con el despecho amoroso, irritabilidad y celos terribles.

En este capítulo de influencias, además de la de Kubelik, habría que señalar la de Goethe. La primera gran obra del célebre escritor, Die Leiden des jungen Werther [Cuitas del joven Werther] figura entre los ejemplares pertenecientes a su biblioteca particular12. Werther es una novela que incide en el mundo de ficción creado por Miró en La mujer de Ojeda, pues al igual que ésta es un relato en cartas y en notas, como la Nueva Eloísa de Rousseau, autor, este último que también figura entre los libros de la biblioteca de Gabriel Miró13. La novela mironiana ofrece, al igual que Werther, un solo corresponsal y la trama coincide en líneas generales con la de Goethe: llegada de Werther a una pequeña ciudad, amistad con Carlota y posterior enamoramiento del protagonista. La diferencia estriba en que Carlota no está casada, sólo es la prometida de Alberto, mientras que en Miró, Clara es una mujer casada. Prometido y esposo coinciden en sus miras estrechas ante la vida. En ambas novelas el lector percibe no sólo el amor ardoroso de los protagonistas, sino también el realismo poético. Los dos relatos pueden calificarse con las denominaciones de novelas de amor o de deseos de amor. Tanto los sentimientos de Werther como el de Carlos Osorio dominan por completo la relación amorosa. Ni siquiera lo tenue de la intriga, ni la ingenuidad de los tres protagonistas que en ambas novelas aparecen actúan en detrimento de las mismas. Salvadas las diferencias en cuanto a la calidad literaria de las mismas se refiere, las dos obras ofrecen una débil intriga y un tenue enredo. Lo importante es el largo monólogo de cartas que permite conocer los recónditos secretos del corazón humano. En la contemplación de la naturaleza, los sentimientos de ambos escritores repercuten con resonancias infinitas, de fondo vagamente panteísta. De esta forma el Werther funde así en el crisol goethiano todos los elementos que el Sturm und Drang presentía y dándoles consistencia poética y forma, los transporta de lo irreal a la realidad psicológica, crea la novela moderna y echa las bases del romanticismo intimista. La novela de Goethe tuvo una especial proyección en el ámbito de la ópera14, circunstancia que actuaría como un sumando más en las referencias de Miró, pues es bien sabido la sutil inclinación del protagonista por el arte de la música.

La nueva Eloísa de Rousseau pese a estar escrita en forma epistolar y tratar diversos temas como el del amor y el de la amistad no incide en la novela mironiana. El pretexto o los recursos literarios utilizados por Miró se identifican con la novela Pepita Jiménez. No así su contenido, pues Valera pese a que ofrece el gradual enamoramiento de Luis Vargas, le interesa más la censura y crítica a aquellas personas que protagonizan un falso misticismo. Concomitancias, puestas a buscarlas, existen. Pepita es una mujer joven, viuda, al igual que Clara merced a la muerte de Ojeda. La rivalidad amorosa existe también. En Pepita Jiménez el rival de don Luis será su padre, don Pedro. En La mujer de Ojeda el rival amoroso de Carlos Osorio será Andrés, persona querida, admirada y considerada como un ser entrañable gracias a los fuertes lazos de amistad existentes entre ambos rivales amorosos. Es evidente que si el desenlace es bien distinto, la forma de estructurar la novela es idéntica en ambas. Miró es por estas fechas un escritor novel, de ahí que incidan en la novela determinados aspectos de las obras leídas en su juventud. Junto a estos títulos apuntados cabe señalar otros de fácil identificación y nula calidad que se mezclan con otros de ilustre tradición literaria. En este primer plano se incluirían las filtraciones de folletín. Los ejemplos son múltiples, tales como la orfandad del protagonista15, la división del mundo de ficción en bandos antagónicos. Frente a los personajes dadivosos, sensibles y capaces de manifestar sus sentimientos de forma sublime -Clara y Carlos- surgen los desprovistos del más mínimo grado de sensibilidad, incapaces de ver lo sublime y lo bello -Ojeda- o capaces de actuar con vileza, como en el caso del criado de Clara.

Es evidente que Miró leyó en su juventud novelas cuyos límites con el folletín o la novela histórica folletinesca son de difícil precisión. Por regla general en las novelas decimonónicas, especialmente las de escaso valor literario, se prescinde de la descripción detallada de un personaje recurriendo a comparaciones de héroes o dioses mitológicos para ponderar en grado máximo la belleza, arrojo o valentía de un determinado personaje. Es, por ejemplo, la descripción, en un momento dado, de Clara: «[...] y la dotaba de la hermosura de Venus, de la inteligencia de Minerva, de la dulce elocuencia de Hipatía [...]»16. El final deseado por Carlos, preso de los celos y la ira, no es muy distinto al de los productos subliterarios. En su mente se percibe un final truculento y violento muy en consonancia con las referidas novelas consideradas por la crítica como infraliterarias: «[...] Yo quisiera ver en ella esquiveces y escuchar de Andrés una frase injuriosa, algo que justificara un grito mío de guerra, una lucha cruel y... sangre... mucha sangre, para que en ella se anegasen amores, odios, envidias, venganzas y martirios...»17.

Reminiscencias de la novela decimonónica y, especialmente, utilización de ciertos recursos clásicos para la descripción y presentación de los personajes. Nos referimos, por ejemplo, a los rasgos físicos de los mismos, elaborados mediante la aplicación de las teorías de Gall, Lavater y Tischbein. A mediados del siglo XIX la prensa difundió, por ejemplo, las teorías relativas a la craneoscopia, como en el caso del Semanario Pintoresco Español. La falta de inteligencia, la maldad o la carencia de sensibilidad, entre otros aspectos, se podía medir mediante la configuración de la cabeza, perfil de la misma y protuberancias de la frente. Una persona vulgar, como en el caso de Ojeda, tenía que ser, forzosamente, «de cráneo aplastado»18. La astucia, la inteligencia, el ingenio para crear riqueza o amasar una pingüe fortuna encuentra también fiel reflejo en las teorías que juzgan a los hombres por las semejanzas y analogías con los animales, como las debidas a Tischnein.

La influencia de lecturas juveniles se percibe también en La mujer de Ojeda de forma aislada. Por ejemplo la presencia de la tertulia en su mundo de ficción guardaría un cierto paralelismo con las descritas por Valera en sus novelas. Clarín, escritor leído y admirado por Miró, mostraría al joven novelista una sociedad, la de La Regenta, anclada en el tiempo, dominada por la Iglesia y sujeta a los prejuicios sociales del lugar. Miró, al igual que Clarín y numerosas novelas de la segunda mitad del siglo XIX, analiza y enfoca a sus protagonistas desde la visión de diferentes personajes. Clara, por ejemplo, aparece ante los ojos del lector desde una triple perspectiva, desde la óptica del cura -don Anselmo- hasta la de Andrés y Carlos. Recuérdese, por ejemplo, el caso de don Fermín de Pas, analizado desde diversas ópticas por los círculos sociales más representativos de Vetusta.

Las escenas de crudo realismo, propias de la escuela naturalista, encuentran en La mujer de Ojeda su perfecto acoplamiento Al igual que los relatos adscritos a la escuela zolesca -la enfermedad, el traslado de los restos de Ojeda al cementerio y la visión que del cadáver tiene Carlos Osorio- Miró ensaya un modelo de descripción producto de las lecturas pertenecientes al realismo-naturalismo. Sin embargo, su visión de la naturaleza es bien distinta a la de dicha escuela, pues se percibe el tópico horaciano «menosprecio de corte y alabanza de aldea» que, sin lugar a dudas, influiría e incidiría en el joven Miró a través de Fray Luis de León. Otro tema clásico en la gran novela de la segunda mitad del siglo XIX, el adulterio, se percibe sutilmente en la novela mironiana. Carlos Osorio pese a su honestidad y sincera pasión por Clara -jamás piensa en cometer adulterio o en violentar a la mujer amada- es juzgado por la sociedad de Majuelos como adúltero, como hombre que provoca el escándalo y la murmuración entre sus conciudadanos. La pureza de sentimientos, su amor platónico por Clara contrasta con las opiniones groseras de quienes difunden la burda mentira. Roto el triángulo amoroso, decantamiento de Clara por Andrés, se habla de un adulterio espiritual, no de un adulterio al uso tal como cabía esperar. Adulterio espiritual cuyo significado no sería otro que el de robar el amor a un amigo: «Andrés sufría en silencio los gritos de su conciencia, que le acusaba y le martirizaba, como deben hacerlo las de los adúlteros que roban las caricias de la mujer del amigo. Adulterio espiritual había sido aquel»19. Las alusiones por parte de Miró al análisis psicológico remitirían también al lector a la gran novela psicológica española, como la anteriormente citada, La Regenta, pieza señera y maestra en este sentido de la literatura española, al igual que otros relatos galdosianos cuyo protagonismo lo ocupa el ciclo Torquemada. Las citas de escritores pertenecientes a la ascética y mística -Fray Luis de Granada, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz- se prodigan en la novela de Miró20, al igual que en la novela de Clarín -recuérdense las lecturas místicas de Ana Ozores. Evidentemente las proyecciones de ambos personajes son bien distintas, aunque igualmente desafortunadas en sus aventuras sentimentales. Lo realmente interesante es destacar la temprana lectura, asimilación y proyección en sus escritos de la literatura española. Admiración que se aúna a otra de no menor dimensión: la música. No olvidemos que Carlos Osorio, pese a que se trata de un personaje de ficción, actúa como ente receptor de las vivencias e inquietudes del joven Miró. Sus aficiones a la música se engarzan perfectamente con su especial propensión por la literatura mística. Precisamente el joven Carlos Osorio regresa a Majuelos con un claro propósito: componer un libreto para el Cantar de los Cantares. Las citas al Cántico espiritual de San Juan de la Cruz se prodigan a lo largo de la novela. La paráfrasis de aquellas admirables estrofas dialogadas entre la Esposa (el alma) y el Amado (Dios) inspiradas en el Cantar de los Cantares de Salomón encuentran feliz acogida en el melancólico, taciturno y enamorado Carlos Osorio.

La mujer de Ojeda pese a ser una novela repudiada por el autor interesa al lector y estudioso en general de la novela mironiana por diversas razones. Tal vez la principal sea la referida al capítulo de interferencias literarias que se agolpan en la mente del entonces joven Miró21. La mujer de Ojeda no sólo sirvió como un primer ensayo narrativo, sino también como un primer desahogo literario que nunca llegó a alcanzar la suma maestría de posteriores narraciones.





 
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