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La instauración de la república

Pilar Rivero

Julián Pelegrín



Según la tradición analística, fue la reacción de los notables romanos contra los excesos tiránicos de Tarquinio el Soberbio la que en el año 509 a. C. motivó la caída de la monarquía y el advenimiento de la república. El resumen que Floro hace de los hechos, a la instauración del consulado y su consolidación frente a la amenaza interna le suceden los éxitos militares de Roma en el exterior hasta conquistar el conjunto de Italia, en primer lugar defendiendo su propio territorio, más tarde auxiliando a sus aliados y por último respondiendo a los ataques de sus enemigos, en una progresión que explica el expansionismo romano en función de la tesis del «imperialismo defensivo».

El autor romano Lucio (o Publio) Anneo Floro nació en el norte de África y vivió a comienzos del siglo II. Su Epítome de todas las guerras durante setecientos años, es una historia romana basada fundamentalmente en Livio y compuesta por dos libros que cubren desde los orígenes hasta la clausura del templo de Jano por Augusto en 29 a. C.





«Así pues, bajo el caudillaje e iniciativa de Bruto y Colatino, a quienes la noble matrona moribunda había encomendado su venganza, el pueblo Romano, como impelido por inspiración divina a defender su libertad y vengar la ofensa de su honor, destituye prestamente al rey, saquea sus bienes, consagra su dominio al dios Marte y transfiere el poder a quienes le habían devuelto la libertad, si bien modificando sus prerrogativas y designación: decidió que su potestad, en vez de perpetua, fuera anual, y compartida, en lugar de personal, de modo que no se corrompiese por su carácter unipersonal ni por la duración; y los denominó cónsules, en lugar de reyes, para que recordasen que debían velar por sus conciudadanos. Tan extraordinario contento se había producido a causa de la recién adquirida libertad que, apenas se tuvo la seguridad del cambio de situación, se arrojó de la ciudad a uno de los dos cónsules, el marido de Lucrecia, después de haberle desposeído de su cargo, tan sólo por el hecho de que su nombre y su linaje era el de los reyes. Su sustituto, Horacio Publícola, puso sumo afán en acrecentar la majestad del pueblo libre: en honor suyo abatió las fasces ante la asamblea, le concedió el derecho de apelación contra sus propias decisiones, y, con el fin de no ofenderle con el aspecto de fortaleza de su morada que sobresalía por encima del resto, la trasladó a la planicie. Por su parte, Bruto se atrajo también el favor del pueblo por la extinción de su casa y el parricidio, pues, al descubrir que sus propios hijos intentaban hacer regresar de nuevo a los reyes a la Ciudad, los arrastró al foro, y azotó y ejecutó con el hacha ante la multitud, de modo que quedara verdaderamente patente que, cual padre de la patria, había adoptado al pueblo como hijo.

Libre ya a partir de este momento, el pueblo Romano tomó sus primeras armas para defender su libertad contra los extraños; luego, en defensa de sus límites; a continuación, de sus aliados; finalmente, por la gloria y el Imperio, puesto que todos sus vecinos lo hostigaban sin pausa por doquier; de hecho, al no poseer porción alguna de tierra en patrimonio, sino un pomerio tras el cual se encontraba inmediatamente el enemigo, y hallarse situado, como en una encrucijada, entre el Lacio y los etruscos, venía a dar con el enemigo por todas sus puertas; hasta que, por una especie de contagio, se pasó de uno a otro y, con la derrota de los más cercanos, consiguieron someter a su dominio a toda Italia».


(Floro, Epítome de la Historia de Tito Livio, I, 3 (9), traducción de Isabel Moreno, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 2000.)                






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