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Su religoso Caballero venturoso, publicada por primera vez por A[dolfo] B[onilla] y S[an] M[artín] y M[anuel] S[errano] y S[anz] (Madrid, 1902), ofrece «caballerías venturosas.... Verás aquí, discreto lector, en este caballero, su audacia y peregrinación peleando con los trances de la variable fortuna, unas veces en levantados puestos y otras en espantosos sobresaltos, como la nave ligera... en las furibundas olas del mar.... Y con particular estudio y deseo de aprovechar, me puse a considerar cómo podría abrir de par en par las puertas del relajado gusto de tantos vanos lectores.... Hallarás, pues, que como autor, sacerdote y solitario, no te pongo aquí ficciones de la Selva de aventuras, no las batallas fingidas del Caballero del Febo; no sátiras y cautelas del agradable Pícaro; no los amores de la pérfida Celestina, y sus embustes, tizones del infierno; ni menos las ridículas y disparatas fisgas de Don Quijote de la Mancha, que mayor [mancha] la deja en las almas de los que lo leen, con el perdimiento de tiempo» (págs. 8-9). El manuscrito de este libro lleva tres censuras, incluida una de Lope; todas están fechadas en la primera mitad de 1617 (pág. 1).



 

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Este pasaje (de la dedicatoria de El desconfiado) es reproducido en la introducción de mi edición del Espejo de príncipes y caballeros, I, L, 49. La alabanza de Lope a los libros de caballerías puede ser una reacción al ataque de Cervantes; véase mi artículo «El romance visto por Cervantes».



 

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La primera referencia es a su Estafeta del dios Momo, ed. Alfredo Rodríguez (New York: Las Américas, 1968), pág. 36; la segunda es a «La peregrinación sabia», de las Coronas del Parnaso (véanse págs. 34-48 de la edición de Francisco A. Icaza, Clásicos Castellanos, 57 [Madrid: La Lectura, 1924]).



 

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Las que se han identificado han sido enumeradas por Thomas, págs. 61, 88 y 96, y Adolfo de Castro, Discurso acerca de las costumbres públicas y privadas de los españoles en el siglo XVII, fundado en el estudio de las comedias de Calderón (Madrid, 1881), pág. 75; una de éstas es estudiada por Ángel Valbuena Briones, «La influencia de un libro de caballerías en El castillo de Lindabrides», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 5 (1981), 373-383.



 

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Edición de Miguel Romera-Navarro, II (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1939), 35-36.



 

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La esclavitud se habría finalmente extinguido en Estados Unidos de motu proprio, pero en 1861, en el momento de comenzar la Guerra Civil norteamericana, ¿cuántos lo preveían, y cuántos abolicionistas habrían querido esperar su extinción?



 

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Este libro lo estudian P. E. Russell, «The Last of the Spanish Chivalric Romances: Don Policisne de Boecia», en Essays on Narrative Fiction in the Iberian Peninsula in Honour of Frank Pierce, ed. R. B. Tate (Oxford: Dolphin, 1982), págs. 141-152, y anteriormente Rodríguez Marín, «nueva edición crítica», IX, 54-56 y Astrana, V, 493-496.



 

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No había habido ninguna edición castellana de Tablante de Ricamonte desde 1558, y ninguna desde la de Estella de 1564; sin embargo, fue reimpresa en Sevilla en 1599 y en Alcalá en 1604. No se había publicado la Historia del cavallero Clamades desde 1562, pero apareció dos veces (en Alcalá y en Sevilla) en 1603. Oliveros de Castilla, que no se había publicado desde 1554, apareció en 1604 en Burgos y en Alcalá. La primera edición de Flores y Blanca Flor desde 1564 fue publicada en Alcalá en 1604; la primera edición de Pierres de Provenza desde 1562, en Zaragoza en 1602.



 

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Los romances equivalían para las clases más modestas a los libros de caballerías para las más pudientes: «a esas ficciones [libros de caballerías], sucedieron versos, coplas, y Cantares para que más se radicase en la Juventud, el error, la ociosidad, e ignorancia, y aun el vicio» (Sarmiento, Noticia, pág. 102). Aunque la erudición patriótica ha estimado que el romancero es central a la identidad española («¿Qué es el Romancero que la esencia de nuestra nacionalidad?» Astrana, VI, 497), parece que Cervantes se opuso a sus inexactitudes históricas, al igual que a las de los libros de caballerías; véase mi artículo «El romance visto por Cervantes».

El romance del Marqués de Mantua fue utilizado como libro de texto infantil, como vemos en Mateo Alemán y en Rodrigo Caro (citado por Rodríguez Marín, «nueva edición crítica», I, 173). La licencia para la edición de 1598 data del 8 de noviembre, menos de dos meses después de la muerte de Felipe II. No se conocen ejemplares de la edición de 1598, pero la licencia es reproducida en la reimpresión de 1608. (Los datos bibliográficos son de Juan Catalina García [López], Ensayo de una tipografía complutense [Madrid, 1889], pág. 254, que da el nombre del autor como «Trebiño», y de Antonio Rodríguez-Moñino, Diccionario de pliegos sueltos poéticos. Siglo XVI [Madrid: Castalia, 1970].) Esta publicación incluía los romances «De Mantua sale el marqués», «De Mantua salía apriesa» y «En el nombre de Jesús», todos ellos incluidos en el famoso Cancionero de romances y en colecciones derivadas, ninguna de las cuales fue tampoco publicada en Castilla.



 

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Marcelino Menéndez Pelayo cita ejemplos en «Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote», publicado por primera vez en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3.ª época, 12 (1905), 309-339, en la pág. 334, y reimpreso por lo menos en siete colecciones distintas, de las cuales la de más fácil consulta probablemente sea sus Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, edición nacional, I (Madrid: CSIC, 1941), 323-356, en las págs. 350-351. (Para otras ediciones, véase mi bibliografía.) El texto completo de Melchor Cano citado por Menéndez Pelayo, en el cual se dice que un sacerdote había creído que todo lo que los «ministros de la república» permitían publicar era verdad, se puede ver en la Vida de Mayáns y Siscar, págs. 33-34; se cita otra crítica en mi libro Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 160. El prólogo del poema épico caballeresco Celidón de Iberia se refiere evidentemente a los libros de caballerías cuando señala que mientras algunos «aman las historias verdaderas... otros, y casi los mas, gustan en estremo de fabulas... ya que no se lean con el intento que los inuentores dellas pretendieron, ninguno ay que leyendolas las vayan juzgando por no acontecidas, y por agenas de verdad» (citado por Frank Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro, 2.ª edición [Madrid: Gredos, 1968], pág. 238). Fernández de Oviedo escribió que «no sé yo con qué seso los que esto saben [que Dios aborrece la mentira] se ocupan en estos tractados viçiosos e noveleros e agenos de toda verdad que de pocos tiempos acá se componen e publican, e andan tan derramados e favorescidos, que sin ninguna verguença no falta quien los alegue y acote, como si fuessen historias veras (citado por Rodríguez Marín, «nueva edición crítica», IX, 60-61).



 
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