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II, 96, 22-23; II, 162, 1; también II, 100, 21. Es el censurable Fernando quien puede obtener lo que Anselmo buscaba con impertinencia: una demostración de «la fe con que me [Dorotea] amáis» (II, 175, 12-17).



 

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Cristo es llamado «autor de la vida» en Persiles, I, 301, 10-11. La imagen de Dios como autor se encuentra en el popular Introducción al símbolo de la fe de Fray Luis de Granada: «¿Qué es todo este mundo visible, sino un grande y maravilloso libro que vos, Señor, escribistes y ofrecistes a los ojos de todas las naciones del mundo, así de griegos como de bárbaros, así de sabios como de ignorantes; para que en él estudiasen todos, y conociesen quien vos érades?» (ed. José Joaquín de Mora, en Obras de Luis de Granada, I, Biblioteca de Autores Españoles, 6 [1850; reimpreso en Madrid, 1914], 186b). Santa Teresa también la usó (Vida, capítulo 9), y hay precedentes anteriores.



 

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Hay referencias de pasada a la confusión de los sentidos debido al miedo (I, 239, 32-240, 4) y a la embriaguez (IV, 189, 4-8), causas menos graves de la misma confusión. Aparece el mismo asunto de una forma ligeramente distinta en el «Coloquio de los perros»: «nosotras no sabemos quando vamos de una o de otra manera, porque todo lo que nos passa en la fantasía es tan intensamente, que no ay diferenciarlo de quando vamos real y verdaderamente» (III, 215, 15-19).



 

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También se hace esta observación en el capítulo 50 de la Segunda Parte. Sansón Carrasco quiere tocar al embajador de los duques (IV, 151, 21-23); sin embargo esto no se presenta como una prueba seria de la verdad de lo que se dice (véase IV, 149, 18-21). De igual manera, incluso cuando Sancho, según su amo, «por tus mismos ojos has visto muerta a Altissidora... con la consideración del rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado» (IV, 360, 20-25), lo que han visto es todo «fingido» (IV, 367, 32-368, 1).



 

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Como sugiere Cascardi (The Bounds of Reason, págs. 44-51), el problema con el que se enfrenta Tomás Rodaja, el licenciado Vidriera, es similar: cómo saber que no está hecho de vidrio. Para una presentación no técnica de estos problemas ontológicos, véase Douglas R. Hofstadter, Gödel, Escher, Bach: An Eternal Golden Braid (New York: Random House, 1980), capítulo 20. Agradezco a Richard Bjornson que me haya proporcionado esta referencia.



 

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Según Samuel M. Waxman, «Chapters on Magic in Spanish Literature», Revue Hispanique, 38 (1916), 325-463, en la pág. 451, «Don Quijote es una mina de saber mágico». No ha habido ningún tratado general de las ideas de Cervantes sobre la magia y temas relacionados con ella desde El pensamiento de Cervantes de Castro, págs. 94-104.



 

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Para la historia del estudio de los encantamientos de Don Quijote, véase Bryant L. Creel, «Theoretical Implications in Don Quijote's Idea of Enchantment», Cervantes, 12.1 (1992), 19-44.



 

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Mauricio, como Cervantes, tenía «cansados y ancianos ombros» (Persiles, I, 85, 16-17). Como él, conocía las armas y las letras, y su uso de «la razón» para decidir qué costumbres de su país seguir, aparentando seguir las otras con «apariencias fingidas», evoca la actitud de Cervantes (Persiles, I, 85, 7-10). Mientras Cervantes tenía una hija de una mujer que no era su esposa, Mauricio tiene una hija a la que debe educar sin la ayuda de su mujer, que ha muerto. Respalda la honestidad (Persiles, I, 86, 16-25), aprecia la «noble compañía» (Persiles, I, 102, 14), y quiere volver a su país. Le interesa la poesía, pero es igualitario, pues dice que «tan capaz es el alma de sastre para ser poeta, como la de un maesse de campo» (Persiles, I, 115, 8-10).

Mauricio también era «aficionado a la ciencia de la astrología judiciaria» (Persiles, I, 85, 2-3). Evidentemente, Cervantes, como Mauricio, no había «alcançado famoso nombre» en esta ciencia. Pero parece que no puede negarse que sabía mucho de astrología, y la consideraba digna de respeto. (Castro, acabado de citar, es del mismo parecer, así como Green, Western Tradition, II, 240-243). El autor del libro de caballerías ideal podría mostrarse «ya... astrólogo, ya cosmógrafo excelente» (II, 344, 13-14); Grisóstomo volvió de Salamanca «con opinión de muy sabio y muy leído», y «principalmente, dezían que sabía la ciencia de las estrellas» (I, 156, 28-30); incluso los gitanos son, con orgullo, «astrólogos rústicos» («La gitanilla», I, 80, 6-7). En el prólogo de la Primera Parte de Don Quijote se incluye la astrología en una lista de materias muy respetables: «las puntualidades de la verdad... las observaciones de la astrología... las medidas geométricas... la retórica... [el] predicar» (I, 37, 7-11; son naturalmente las «medidas geométricas» las que demuestran «las excelencias de la espada», III, 245, 13-248, 4).

Evidentemente Cervantes compartía el «natural desseo que todos los hombres tienen, no [sólo de saber] todo lo passado y presente, sino lo por venir» (Persiles, I, 91, 9-11; compárese Don Quijote, I, 132, 30-133, 1). La astrología no es como «agüeros, que no se fundan sobre natural razón alguna» (Don Quijote, IV, 229, 9-11), ni las predicciones imposibles que proceden de «figuras judiciarias» (III, 323, 14-324, 5): que las estrellas, aunque no controlan, influyen en la conducta de los hombres, era en tiempos de Cervantes una opinión seria; en la actualidad, sin embargo, sólo lo cree el vulgo. Consecuentemente, estudiando los movimientos de las estrellas puede determinarse a qué influencias las personas estarán sometidas en el futuro. El hecho de que las predicciones astrológicas estén frecuentemente equivocadas, como reconoce Mauricio (Persiles, I, 91, 22; I, 91, 30-92, 1) es debido a que la astrología es una ciencia difícil: «ninguna ciencia, en quanto a ciencia, engaña: el engaño está en quien no la sabe, principalmente la del astrología, por la velocidad de los cielos, que se lleva tras sí todas las estrellas» (Persiles, I, 91, 15-19; del mismo modo, La entretenida, III, 13, 13-18).



 

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La afirmación de Mauricio da credibilidad a las pretensiones de Cenotia acerca de sus poderes (Persiles, I, 215, 21-31; I, 217, 28-218, 10). Como dice, «las que tenemos nombre de magas y encantadoras, somos gente de mayor quantía» que las simples hechiceras; sus conocimientos son como los del autor y del caballero andante (Persiles, I, 216, 15-22; capítulo 4, nota 486).



 

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Éxodo, VII. Esto lo indicó Francisco de Vitoria, Relecciones teológicas, ed. Jaime Torrubiano Ripoll (Buenos Aires: Enero, 1946), págs. 614-615, donde se citan otros datos bíblicos bajo la proposición «No todas las obras de los magos son vanas y fingidas». (Agradezco a David Darst esta referencia. Para una introducción a este tema, en la presentación dramática más importante de la magia en la España del Siglo de Oro, véase su artículo «Teorías de la magia en Ruiz de Alarcón: Análisis e interpretación», Hispanófila. Número especial dedicado a la comedia, 1 [1974], 71-80.)



 
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