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La poesía religiosa y mística

Existía una tradición consolidada en la poesía religiosa y mística en la literatura española de los siglos antecedentes, lo cual favorecía la pervivencia de esta modalidad en el Setecientos. La nueva religiosidad, el jansenismo, un cierto laicismo entre los más progresistas no impidió que el mundo de la clerecía se convirtiera en inevitable refugio de personas piadosas que querían entregar su alma a Dios o de desheredados de la fortuna que encontraban refugio y seguridad dentro de los muros del convento. Un conocido anticlerical como Samaniego, que pintaba a rijosos frailes y monjas en su Jardín de Venus o que censuraba la vida regalada de los carmelitas en su poema «Descripción de El Desierto de Bilbao» en el que se inspiró el mismo Goya para algunos de sus grabados, tuvo una hermana monja de clausura en Vitoria y un hermano jesuita a quien atendió en sus carencias económicas en el exilio de Bolonia.

La poesía religiosa es quizá numéricamente la más cultivada entre las mujeres, fenómeno que se entiende desde la viva religiosidad en la parcela tradicionalista y también por la amplia participación del sector conventual en la lírica femenina. Afirmaba Leopoldo Augusto de Cueto al valorar esta situación:

Como contraste y afrenta del carácter material y rastrero que había tomado la poesía, se presentaban de cuando en cuando ejemplos de la mística poética que con tanta vehemencia como esplendor habían cultivado san Juan de la Cruz y la incomparable madre santa Teresa de Jesús. En imaginaciones femeniles prendía fácilmente aquel sagrado fuego, que, si bien envuelto en formas metafísicas, servía a un tiempo de pábulo y desahogo a los arranques de amor divino que abrasaba su alma. Aunque ya desmayada y tibia, todavía llegaba a encenderse aquella luz ardiente en la vida contemplativa y mística del claustro463.



Comenzamos el recorrido situando en el Parnaso religioso a las monjas poetas que escribieron en la primera media centuria. Poco sabemos de Sor Beatriz Antonia Enríquez464, autora de unas Décimas ganadoras de un concurso de poesía sobre santo Toribio de Mogrovejo (1728). La navarra, profesa del Carmelo, Sor Ana de San Joaquín (1668-1731) escribió poemas religiosos y casi de tono místico, algunos de los cuales aparecen recogidos en una Vida ejemplar, escrita por fray B. de Arévalo465. Natural de Alcañiz fue Sor María Francisca de San Antonio (1714-1734)466, que tomó el hábito en el convento de la Concepción de las Cuevas de Cañarte, en el que desarrolló su vida religiosa. Su biógrafo, el padre Faci, la tiene por autora de «varias poesías devotas y pías», que escribió supuestamente como antídoto moral de la poesía amorosa y obscena467. De la misma época fue la religiosa bernarda Sor Juana María de los Dolores Rojas y Contreras (1696-1757) de quien se dice que «desahogábase también su enamorado espíritu, sin haber saludado el arte poético jamás, en dulces, sencillos versos a su soberano Esposo»468.

Mediada la centuria seguimos encontrando lírica religiosa en los claustros de monjas. Varias coplas devotas y espirituales al Niño Jesús de la Estrella escribió la religiosa valenciana Sor Josefa Antonia Nebot y Coscolla (1750-1773)469, texto de difícil acceso que no he consultado. De Sor Luisa Herrero del Espíritu Santo (1711-1774), natural de Calanda y monja francisca470, se conserva un grueso volumen manuscrito de versos religiosos, oraciones, letrillas sacras, glosas piadosas, poemas hagiográficos, gozos y dances. Sor Isabel de San Antonio editó un largo Poema historial de la prodigiosa vida del gran patriarca Santo Domingo de Guzmán (Granada, 1756) en premioso romance endecasílabo; y Sor Ana María del Santísimo Sacramento, dominica residente en Palma de Mallorca, imprimió una Exposición de los cánticos de amor compuestos por el ínclito mártir y doctor iluminado beato Raimundo Lulio (Mallorca, 1760).

La crítica recuerda con cariño los delicados versos de Sor Ana de San Jerónimo (1696-1771), nacida en Madrid, hija de Isabel de Castilla y Pedro Verdugo, condes de Torrepalma. Él fue un destacado promotor en Granada de la Academia del Trípode y activo animador de la madrileña del Buen Gusto471. El culto prócer intentó darle desde su niñez una esmerada educación que, según los datos de que disponemos, incluía el conocimiento de las lenguas y de las literaturas griega, latina, italiana y castellana, que compartía con su temprana afición a la poesía. De manera inesperada, en 1729 profesó en el convento de las franciscas de Granada contrariando la voluntad paterna que la había formado para la vida social con gentes de su clase. De ella asevera L. A. de Cueto «que llenó de admiración a cuantos la conocieron, por sus acendradas virtudes, por su ingenio clarísimo y por su erudición extraordinaria»472. Escribió un folleto piadoso titulado Afectos de un alma religiosa. A una imagen de Jesús Niño llevando la cruz al hombro473, y fue autora de abundantes poesías antes y después de su entrada en religión, muchas de las cuales se han debido perder. Dio a la prensa, sin embargo, unas Obras poéticas editadas póstumas en Córdoba en 1773474, gracias al tesón de un admirador que valoraba en ella «su ejemplar virtud y el elevado numen poético, que fue sin duda la heroína de su sexo y de su siglo».

Los versos recogidos en este volumen fueron escritos en su totalidad dentro del convento, y parecen perdidos aquellos que le inspirara su musa civil. «Desde que tomó el hábito, renunció a toda otra lección que la espiritual, ni ha tomado la pluma si no es por obediencia y para asuntos Sagrados», asevera de manera ajustada la inicial «Noticia de la autora», que por otra parte se encarga también de subrayar su humanidad, su candor, su trato familiar, su acendrado espíritu devoto. Esta misma humildad le hacía aborrecer cualquier honor que derivara de la autoría de las composiciones poéticas, que sólo la obediencia a su superiora y la posible función catequética la avalaban.

Al parecer los poemas incluidos en el libro, sin que tengamos información suficiente para confirmarlo, siguen un orden cronológico. Sin embargo, el «índice» que cierra el volumen organiza el contenido por grupos de subgéneros poéticos, que nosotros recuperamos para hacer el análisis. Comienza con los poemas dedicados a la muerte de su padre el conde de Torrepalma, que se inician con un sentido «Soneto»:


¿A ti, a quién sino a ti, mis voces diera?
¿Quién como tú mis voces escuchara?
¿En qué otro mar mi llanto desbocara?
¿En qué otro pecho mi dolor cupiera?475



«El amor sencillo. Égloga pastoril, Nise y Belisa» viene después de un Prólogo de la autora en el que rememora la figura entrañable de su padre («un padre digno de mucha memoria»), que fundió en su ejemplar persona las esencias de las armas y las letras, el servicio al rey y la profunda erudición, la bondad humana y el sentido religioso de la vida. Desvela después la identidad de algunos de los personajes poéticos que emplea en la misma. La acción se desarrolla en la confluencia de los ríos Genil y Darro. Suenan en estos versos los ecos de Garcilaso de la Vega, algo desnaturalizados por la cristianización del tema, por la pérdida del sentido vitalista traspasado por el tono elegiaco y por el uso de un lenguaje menos armonioso, pero no tan barroco como el paterno. Original en sus aspectos formales, la autora hace de narradora hasta la mitad del poema, dramatizándose luego el relato en boca de los personajes Belisa y Nise. Y concluye:


Y con esto, si quieren mis madres
conceptos sublimes, estilos jocosos,
nuestra lengua tiene sólo un verbo.
Y así, ¡buenas Pascuas y Cristo con todos!
Y a ti, Niño, si en verte y mirarte
prosigo y prosigues tan tierno y hermoso,
por más que te estreche en los brazos tu Madre,
¿qué va que te como?476



Compuso otra égloga titulada «Los pastores, entretenimiento espiritual para Navidad477. Los pastores Friso y Silvio desarrollan una breve acción al amanecer que concluye con una adoración al Niño Jesús en el típico Nacimiento con su toro, su asno y sus ovejas, sin que falten los villancicos cantados, en compañía de supuestos pastores reales. Esto no impide que nos pinte la autora un ambiente deleitable en el que incluye algunos tópicos del locus amoenus clásico (valles, fuente, flores, el enjambre de «prudentes abejas» sujeto al roble), ciertos motivos religiosos (Reino Príncipe, Madre, el lobo y el cordero que pacen juntos, puerto) que conviven con la ornamentación de personajes mitológicos (Narciso, Pomona, Flora), introduciendo algunas finas pinceladas en la contemplación de la naturaleza:


¿No ves aun en la rama envejecida
a porfía brotar la tierna yema,
crecer las hojas, y prender unida
la fruta, sin que al yelo el rigor tema?
¿No ves la tierna rosa,
que aun oprimida de la bruta planta,
con despejado orgullo se levanta,
haciendo frente al Cierzo valerosa?478



Con el soneto recupera una forma que procede de la tradición renacentista, aunque ha abandonado la materia amorosa que le diera vida entonces. La antología ofrece una docena de estas composiciones, incluido el ya mencionado a la muerte de su padre. Todos tienen una entonación religiosa o moral: unos son hagiográficos (san Miguel, san Joaquín, san José, san Felipe de Neri, estampas biográficas sobre los santos de su devoción); otros versan sobre asuntos del calendario religioso y festividades (nacimiento de Cristo), otros se refieren a asuntos internos del convento. Curioso resulta el titulado «Pinta el estado de su vida, viviendo su padre, y después de su muerte», en el que confirma la tristeza que le embarga el alma por la muerte de su progenitor («sufro sin dueño, a esclavitud expuesta»).

Las tres canciones versan sobre temas religiosos (dos sobre Navidad), devotas y sinceras, mientras las nobles octavas heroicas se rebajan (o se elevan) ahora para volver a cantar la Navidad: «Y al pesebre, apoyando en tanto asilo, / sus pajas bese mi grosero estilo». Tono más elevado adoptan las dedicadas «A su hermano don Alonso Verdugo, día de san Ildefonso, después de la muerte de su padre y cercados de persecución» con el que intenta remontar la moral de su hermano y también la suya propia, utilizando para ello «mi rota lira»:


Y no tengáis a mal, que en este día
aun señas de dolor estén conmigo:
Quisiera os celebrar con melodía,
y el llanto descompone cuanto digo.
No ha lugar en mi alma la armonía,
justa la noto, y mi destino sigo,
que en la triste región en que he quedado,
también las Musas me han desamparado479.



El mismo derrotero de la piedad sincera siguen los romances heroicos que tratan de Navidad, a veces con tono descriptivo, otras con rumor de plegaria. Me detengo en los endecasílabos que llevan por título «A un Santo Cristo de particular devoción en tiempo de una gran sequedad», devota oración en tiempos de zozobra interior, con llanto íntimo del alma hasta que, por fin, «vuelve el río, la flor nace, ríe el mundo».

Es la endecha una copla de cuatro versos iguales de seis o siete sílabas (incluida la real con un cuarto verso endecasílabo) que se utilizaba para expresar la melancolía, la tristeza, el dolor. Hace Sor Ana de San Jerónimo un uso frecuente de esta estrofa, casi siempre con los consabidos asuntos religiosos. Muchos sobre el manido tema de la Navidad, para el que la autora repetiría en las sucesivas fechas del calendario (las titula Calendas) en las que ella permaneció en el convento, la Semana Santa, la Concepción, el Carmen. Graciosas son las que escribió como «Respuesta a carta del marqués de Trujillos, en la que le daba cuenta de las procesiones de Valladolid». Se ejercita por igual en las décimas o espinelas para tratar de idénticos temas religiosos o de circunstancias, quintillas, tercetos, coplas sueltas, seguidillas populares, o las mesas, o sea versos que se ponían en la mesa del refectorio en una celebración monástica en la que se invitaba a comer al Niño Jesús que se colocaba sobre una consola. Los villancicos eran letras para cantar posiblemente sobre tonadas conocidas, que son versiones a lo divino, como antaño, de composiciones populares. Así el titulado «Para cantar en el tono de los arrieros la Noche Buena», cuyo estribillo dice:


Por más que lo pregunto
a los vecinos,
sólo la fe me dice
quién es el Niño480.



También hace cumplido uso del romance, ya que incluye hasta treinta y seis composiciones, de desigual extensión. Versan sobre idénticos asuntos sacros (Navidad, hagiográficos) o sucesos del convento (tomas de hábito), adoptando ahora un mayor tono narrativo. Sólo rompen esta temática algunas curiosidades como «Dando Pascuas una tartajosa» u «Otro escrito en esdrújulos», que se convierte en un curioso ejercicio literario, que comienza:


¿Cómo he de hacer versos cómicos?
¿Cómo jocosos ni trágicos,
si ya del licor poético
no le queda gota al cántaro?481



Concluye el volumen con dos loas teatrales que estudiaré en el apartado de las dramaturgas. La lectura del libro de Sor Ana de San Jerónimo me ha sorprendido gratamente. No escribe versos de estilo tan barroco como suponen algunos críticos, ni tienen nada que ver con el de su padre, poeta barroquista que pertenece a la generación anterior. Utiliza subgéneros poéticos clasicistas, su ornamentación lírica es natural, no faltan los recursos ornamentales sacados de la mitología, muestra un cabal dominio de la cultura poco frecuente en otras mujeres, y maneja bien los recursos poéticos. Es muy profesional en la versificación: suave en la musicalidad de los versos y variadas las estrofas que emplea. Predominan los poemas religiosos, y las versiones a lo divino, donde son frecuentes los recuerdos garcilasianos. Si hubiéramos conocido solamente los versos escritos antes de entrar en religión no habría ningún inconveniente para situarla entre las literatas neoclásicas.

Debo reconocer que de los textos de poetisas religiosas, ya en la segunda mitad de siglo, a los que he tenido acceso lo que más me ha llamado la atención son las Poesías sagradas y profanas (1794)482 de la que fuera abadesa de las Huelgas de Burgos María Nicolasa Helguero y Alvarado (+ 1805)483. Casada con el marqués de San Isidro, entró en religión al enviudar. El libro contiene poemas sacros, hagiográficos, glosas de salmos, retratos de mujeres del Antiguo Testamento, temas morales y ascéticos (soledad, desengaño con recuerdos de fray Luis de León). Incluye algunos poemas con aliento místico recordando el Cantar de los cantares y a san Juan de la Cruz, como ocurre en la composición en liras «La Esposa en la ausencia de su Amado»:


A la Tórtola amante,
que en rama seca triste está gimiendo
pero fiel y constante
desvíos de su Amado padeciendo,
excedo de dolor, estoy herida,
y ausente de mi Bien, pierdo la vida484.



Tiene igualmente poemas en los que rememora su vida civil con notas de desengaño amoroso y crítica política y social. En sus «Décimas a las damas del Siglo Ilustrado» zahiere a petimetras casquivanas y damas que desprecian su noble lengua castellana, que siguen deslumbradas las modas extranjeras, que aparentan saber cosas que en realidad desconocen (sobre geografía, física, matemáticas) o que son incultas bachilleras:


Las tropas de presumidas
todo lo van destruyendo,
y críticas van creyendo
las tienen por entendidas.
Juzgan estar instruidas
con tal cual corta lección,
y que de la erudición
gozan de todos los primores485.



En otras composiciones adopta un tono más narrativo con el propósito de describir biografías, leyendas («La peregrina infeliz»). Atenta a los problemas políticos de su tiempo, registra los hechos trágicos de la muerte de los reyes de Francia, víctimas de los excesos de la Revolución Francesa. Leemos en el dramático «Soneto a la muerte de Luis XVI»:


Sube a morir el Príncipe animoso,
de virtud y valor acompañado,
y, habiendo a sus contrarios perdonado,
a Francia faltó el lirio prodigioso486.



Utiliza una métrica variada donde predomina el romance para los asuntos narrativos, y la lira, que maneja con soltura, la endecha, la redondilla, la seguidilla y el romancillo, con musicalidad bien conseguida, salvo los inevitables errores. Lo más destacado es el uso del lenguaje poético, que la diferencia del resto de las poetisas religiosas. Utiliza un estilo limpio y moderno, de estética neoclásica, con su ornato mitológico bien traído487 y con un uso comedido de las imágenes, que al marqués de Valmar sostiene que adolece «de numen apasionado y vigoroso»488, aunque reconoce en ella sensibilidad y llaneza; y a Serrano y Sanz le parece «afectada, pobre de ideas, y no muy rica de estilo»489. Así de poético retrata el locus amoenus en «Delicias de la soledad»:


A mirarse en la fuente
salen las tiernas olorosas flores,
al cristal transparente
dan agradables visos sus colores
y corre agradecido a enriquecerlas
con los hilos preciosos de sus perlas490.



El libro concluye con una pieza dramática breve Introducción burlesca a la loa que con motivo de la colocación de una imagen de Santa Teresa se representó en cierto convento de Carmelitas descalzas491.

Caso singular dentro de la creación lírica en el claustro fue el de Xosefa de Jovellanos492, hermana del famoso escritor y político Gaspar Melchor de Jovellanos. Nacida en Gijón en 1745, tuvo una formación ejemplar en su juventud. Contrajo matrimonio con Domingo González de Argandona y mudó su domicilio a Madrid donde le nacieron dos hijas y un niño que murieron de corta edad. Su hermano traza de ella en sus Memorias una estampa fraternal muy positiva:

Trasladada a vivir a la corte fue allí tan amada de su marido como generalmente estimada, así por su agradable trato, del cual estaba encantado el sabio conde de Campomanes, cuya casa más frecuentaba, como por su recomendable conducta, hallando por uno y otro el más distinguido lugar en todas las sociedades de la corte493.



Fallecido su marido, retornó a la tranquilidad de Oviedo ocupando su ocio en obras de caridad. Contra la opinión de su hermano, que la estimaba muchísimo, decidió entrar en religión. Así se lo contaba a su amigo Posada: «Acaba de verificarse una gran novedad. Nuestra hermana Pepa es monja en Gijón de dos horas acá [...] Hay cierta especie de enganchadores que ponen su gloria en el número de las reclutas»494. En julio de 1794 profesó en las agustinas recoletas de Gijón convertida en Sor Josefa de San Juan Bautista. El poeta acabó aceptando su nuevo estado y tuvo una continuada y cordial correspondencia con la virtuosa monja, recibiendo su consuelo y ayuda en los momentos de persecución (en particular durante su destierro en Mallorca que dirigió varios oficios al rey). Murió en 1807.

Debió escribir composiciones poéticas y otros escritos, incluida la serie de cartas citada495, a lo largo de su vida496. Destacamos las que la autora escribió en bable, algunas de las cuales aparecen recogidas en la antología titulada Colección de poesía en dialecto asturiano (1839)497. Se trata de tres poemas de circunstancias. En «Descripción de las funciones con que la villa de Gijón celebró el nombramiento del Excmo. Señor don Gaspar de Jovellanos, para el ministerio de Gracia y Justicia», evento que ocurrió en 1798, adopta la forma de romance narrativo en el que no faltan tampoco las peticiones religiosas para que lo desempeñe correctamente. Carácter celebrativo tiene el titulado «Descripción de las funciones con que la ciudad de Oviedo celebró la Coronación de Carlos IV» (1788), también en romance, pintoresco y costumbrista, que se complementa con «De las fiestas que se preparaban en Oviedo para celebrar la coronación de Carlos IV» (1789), esta vez en tercetos encadenados, aunque mantiene el mismo tono festivo.

Cuando se habla de poesía mística en el siglo XVIII es inevitable mencionar el nombre de la sevillana Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa (1653-1736)498, de civil Gregoria Francisca Parra. Hija de un bachiller en derecho, a los quince años tomó el hábito en un convento del Carmelo descalzo de Sevilla. Su biografía fue ampliamente conocida en toda España y publicitada por el famoso Diego de Torres Villarroel, catedrático de matemáticas en Salamanca, quien escribió sobre ella una Vida ejemplar, virtudes heroicas y singulares recibos de la V. Madre Gregoria Francisca de Santa Teresa, carmelita descalza, en el siglo doña Gregoria Francisca de la Parra Queinoje (1738)499, en la que pintaba de manera efectista todas las virtudes espirituales y explotando los supuestos hechos milagrosos que se le atribuían, incluida su santa muerte. Esta fabulosa biografía recoge numerosas informaciones sobre las actividades intelectuales de la monja, en parte rescatadas de una desconocida Autobiografía, perdida en la actualidad:

Enardecida en divinos afectos, a cada instante conversaba con Jesús, decíale enamorados requiebros, escribíale papeles amorosos, y le hacía versos blandísimos y afectuosos, y jamás se había ejercitado en esta especie de agudeza, ni en el siglo, ni en la religión500.



Sin aprendizaje artístico alguno, los versos brotaban de manera espontánea a esta monja ensimismada en Dios, de los que Torres Villarroel incluye numerosos ejemplos para engalanar su devota biografía.

Lo más interesante de su abundante producción lo hallamos recogido en un manuscrito de Poesías que se conserva en la Biblioteca universitaria de Oviedo501, de la que se sacó una antología publicada en París en 1865502, y en otro inédito de la Biblioteca Nacional503. Sus composiciones son religiosas y místicas, en la línea de Santa Teresa a quien recuerda en «A Santa Teresa». Dice de ella el marqués de Valmar:

Se distingue por la exaltación mística. Todas las impresiones de la vida cobran en su ánimo un carácter intenso de espiritualidad y amor divino [...] Y lo singular es que su afán de morir, aunque vivo y profundo, nada tiene de amargo y de sombrío. No emana del desaliento de la vida, ni de los tormentos del desengaño; es el ansia de subir a la mansión beatífica de los justos, de gozar de la presencia de Dios sin velo y sin distancia504.



Fue elogiosamente recordada por Serrano y Sanz, y más por Menéndez Pelayo, que la considera «como uno de los últimos destellos de la poesía mística en el siglo XVIII». Utiliza los símbolos habituales de la poesía amorosa, popular y culta (pastorcillo, oveja, zagaleja, tórtola enamorada, fuego de amor...) que vierte a lo divino; junto a otros que proceden de la literatura sacra tradicional o de las Sagradas Escrituras (pastor, nave, esposo, barquilla). Así la poetisa se trasmuta en oveja descarriada en este mundo en «La zagaleja», donde leemos estos finos versos:


Cuando alegre el alba ríe,
una amante zagaleja
llora en aquel arrayal
y tiernamente se queja.
Suspiros exhala ardientes
entre amorosas endechas
que, penetrando los cielos,
enternecen las estrellas.
Por las fuentes de sus ojos
aquestos ecos resuenan,
llevando el compás el llanto
y el contrapunto la pena505.



En ocasiones sus versos adquieren una mayor intensidad espiritual. Entonces navega por las oscuras galerías del alma donde se palpan las inquietudes interiores: la necesidad de salir de la tierra a la que se siente encadenada, la valoración de la virtud heroica, el deseo vivo y gozoso de la muerte para llegar a Dios, el goce y contemplación beatífico de la divinidad, la vehemencia oracional, la serenidad o la inquietud del alma agitada, sentidas alternativamente. La palabra adquiere entonces un tono de mayor hondura:



Aquella luz divina
de arrebol gozoso
ilumina y abrasa,
purifica, aniquila y causa gozo.

Aquel aire delgado,
silbo blando, amoroso,
que el corazón penetra
y la mente levanta a unirse al todo506.



Sor Gregoria Francisca hace una poesía suave y delicada, rehuyendo los excesos conceptistas, con predominio de los metros cortos y ligeros: romance, letrilla, romancillo, redondilla, endecha. Menéndez Pelayo alababa «sus romances tiernos y sencillos» destacando el titulado «El pajarillo»:


Celos me da un pajarillo
que remontándose al cielo
tanto en sí se excede
que deja burlado al viento507.



Un documentado artículo de A. Gallego Morell había puesto sobre aviso acerca de la personalidad de María Gertrudis Martínez Tellado, en religión sor María Gertrudis del Corazón de Jesús508. Nacida en Granada en 1750, hija de un relator de la Audiencia, ingresó en 1770 en el convento de la Concepción de su ciudad natal, monjas de la regla tercera de san Francisco. En el mismo centro entraría su hermana Micaela, e incluso su madre al enviudar. Persona piadosísima, alcanzó fama de santidad, sin olvidar revelaciones, éxtasis y milagros que andaban en boca de los fieles. Desde 1776 conoció al Beato José de Cádiz, voz de la Iglesia más tradicional que combatía todas las desviaciones de la sociedad hacia las ideas ilustradas y a la reforma social, con quien se carteó durante mucho tiempo. Por encargo de su confesor escribió una Vida, que se conserva en el archivo del convento, «uno de los más importantes documentos místicos del setecientos, relato tan sencillo, tan doméstico, tan humildemente escrito»509. En ella describe su biografía íntima, en especial sus experiencias espirituales, pero sin pretensiones literarias. No había sido nunca aficionada a las letras: «Mi Padre Dios me había librado de todo, como comedias, libros y conversaciones», afirma refiriéndose a su juventud. Y después sólo llegan a su celda algún libro espiritual como La mística ciudad de Dios de la venerable madre María de Jesús de Ágreda. Sus únicos estudios confiesa «son hacer calceta o hilar». No tenía, pues, como santa Teresa, un fondo cultural interesante que sirviera de vehículo para su expresión literaria, y su expresión nace en el lenguaje cotidiano de su ciudad y de su casa al que confiere una dimensión simbólica. La Vida es una simple autobiografía ingenua, desordenada en la estructura, informal en el estilo. Murió el 14 de enero de 1801 en olor de santidad.

No conocemos que escribiera ninguna obra literaria, salvo ese texto en prosa que la sitúa dentro de la literatura mística. Hubo también otras monjas en especial en Andalucía, muchas de ellas próximas al Beato Diego José de Cádiz, que tuvieron experiencias místicas como la madre Zayas y la madre Inés Terán, en el monasterio de san Bernardo de Málaga; la madre Rosa Hoppe; la dominica madre Isabel o la madre Espíritu Santo; la jerezana sor María Antonia de Jesús Tirado, fundadora del beaterío del Santísimo Sacramento. No conocemos que ninguna de ellas escribiera poesía mística.

En páginas anteriores hemos mencionado la obra para la enseñanza de las matemáticas de María Pascuala Caro. La revisión del catálogo de Parada nos ha permitido completar su personalidad con otras facetas que tienen que con la poesía religiosa510. Natural de Palma de Mallorca (1768), hija de Pedro Caro Fontes, marqués de la Romana, y de Margarita Sureda, le dispensaron una educación esmerada. Con doce años defendió unas conclusiones públicas en la universidad de Valencia, donde luego estudió, obtuvo el doctorado, y fue nombrada catedrática de filosofía y letras, sin que se aporte documentación. Tenía una formación muy completa:

Poseía a fondo diversos idiomas, conocía y manejaba las sagradas letras, las materias filosóficas, las ciencias físicas y matemáticas, la poesía y las letras, siendo su inteligencia tan superior y sobresaliente como para poderse amoldar a una tan notable extensión y variada en sus conocimientos511.

Tuvo, sin embargo, un inesperado cambio de vida, se retiró del mundo tomando el hábito de dominica en el convento de Santa Catalina de Sena de Palma de Mallorca el 23 febrero de 1789. Mantuvo una vida religiosa ejemplar, sin abandonar las aficiones literarias. Amén de su ensayo de física y matemática, se conservan manuscritas en el convento dos obras religiosas: unas Novenas del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y unas Poesías místicas de las que incluye algunos ejemplos pero cuyo original yo no he podido leer. Murió el 12 de diciembre de 1827.

La revisión de los conceptos religiosos en el siglo XVIII favoreció la presencia de alguna mística (?) heterodoxa. Sólo recuerdo, para completar el panorama que intentamos trazar, a dos mujeres que tuvieron algunos problemas para expresar su pensamiento. María Antonia Hortola fue procesada en 1725 por el Santo Oficio por supuesto fingimiento de revelaciones. Escribió una Relación de mi vida espiritual, biografía que no he leído. Más curioso fue el caso de María Teresa Desmet y de Laiseca (1723-h. 1800), natural de Chinchón512, donde casó con Francisco Orejudo pasando más tarde a vivir a la corte. Fue encausada por la Inquisición a causa de sus ideas religiosas y por sus escritos, porque abonaban un cierto sentido fatalista de la existencia que, según los austeros censores, socavaban los cimientos del libre albedrío, base de la responsabilidad moral. Explayó su pensamiento en un autógrafo intitulado Vida espiritual (1762)513 al que precede un «Proemio» del benedictino fray Tomás Díaz y unas «Anotaciones» que corregían los supuestos errores por el maestro Francisco Canillas, a quien habían nombrado director espiritual de la encausada514. Es un ensayo en el que hace una exposición, por consejo de su padre espiritual, de su pensamiento religioso siguiendo «un impulso interior tan vehemente para escribir que siento en el alma». Muestra su arrepentimiento y está dispuesta «a sujetar su propia voluntad a la de su confesor». Se trata a sí misma de una manera mortificante llamándose «vil y ingrata criatura», agradeciendo el perdón divino. Este es por la tanto un texto escrito para liberar su alma de los remordimientos interiores después de haber sido sometida a juicio, cosa que debió de ocurrir antes de 1773 como supone Serrano y Sanz515. Indica su nueva actitud religiosa, sus costumbres morigeradas, la vuelta a los sacramentos y a las devociones, a los rezos sinceros. Este es un texto que le han mandado escribir como catequesis de reforma interior, de arrepentimiento, de humildad contra su rebeldía interior. Pero resulta doloroso leer un escrito del que conocemos fue hecho con obligación y tal vez contrariando su voluntad.

Esta rebelde mujer dejó constancia de su experiencia religiosa en sus Obras del divino amor que, según Serrano y Sanz se conservan manuscritas en cinco volúmenes en la Biblioteca Nacional516. Mi trabajo de búsqueda ha concluido sin éxito, y por lo tanto habrá que esperar a otro momento para concluir la revisión de estas poesías supuestamente heterodoxas, que así le pareció a la Santa que manejaba criterios muy estrictos.

La poesía religiosa alcanzó, pues, una amplia nómina de cultivadoras entre las monjas de los conventos españoles que encontraron en la lírica un medio para expresar sus sentimientos espirituales o para realizar su misión catequética. Recorren un amplio espectro en el que predominan los temas morales, ascéticos, oracionales y hagiográficos. La expresión mística es menos frecuente que en épocas anteriores casi reducida, por lo que conocemos, a la figura de Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa, que acaba con la coda marginal de la heterodoxa Desmet.





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