Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

La narración breve en tres revistas románticas: Observatorio Pintoresco (1837), El Panorama (1838-1841), La Alhambra (1839-1843)

Borja Rodríguez Gutiérrez


I. E. S. Alberto Pico (Santander)



  —189→  

Between the numerous magazines that were published in Spain between 1835 and 1850, the majority of they followed the current mass traditionalist and conservative of the Spanish romanticism. All three magazines that are studied in this work are in this group, group that tries to repeat the success that there had obtained the Semanario Pintoresco Español (1836-1857). Since it happens in all the magazines of the epoch the stories are very abundant. In these stories the historical subject matter abounds on all the others, they are frequent the antiromantic satires and the defense of the traditional morality. It (he, she) is of stands out also the abundance of stories that are divided in scenes of theatrical style, the taste for the popular tradition as source (fountain) of inspiration, and the topic of the unfortunate love. There are in these magazines stories worth emphasizing like «La Sorpresa» of Serafín Estébanez Calderón, the historical statements of Francisco Zea, «Una nariz» of Bretón de los Herreros or «Historia de los Bofetones» of Hartzenbusch.


Los años 1831-1850, años del desarrollo del romanticismo en España, son también, según coinciden los diferentes historiadores de la prensa española, los años de desarrollo y expansión de los periódicos en el país. El ciudadano madrileño, que en 1831 apenas disponía de dos títulos de prensa publicados en la capital, tenía a su disposición 60 en 1841 y nada menos que 111 en 1850.

El cuento es uno de los elementos básicos de las publicaciones periódicas de la época. Para realizar este trabajo hemos recogido 908 cuentos publicados de 1831 hasta 1850. La distribución por años es la siguiente: 1831 (29 cuentos), 1832 (16), 1833 (8), 1834 (11), 1835 (23), 1836 (18), 1837 (99), 1838 (42), 1839 (82), 1840 (102), 1841 (65), 1842 (18), 1843 (65), 1844 (37), 1845 (46), 1846 (68), 1847 (48), 1849 (47) y 1850 (24).

Tres publicaciones periódicas han sido las más citadas y estudiadas hasta ahora del romanticismo: El Artista (1835-1836), No me olvides (1837-1838) y el Semanario Pintoresco Español (1836-1857). Pero son muchas más las que cultivan el cuento. Queremos examinar aquí tres publicaciones de finales de la década de los treinta y principios de los cuarenta en las que se puede apreciar como las tendencias más tradicionalistas del romanticismo español van ganando terreno. Ganancia que en revistas que aparecerán años más tarde como El Laberinto (1843-1845), Museo de las Familias   —190→   (1843-1867), Revista Literaria del Español (1845-1846) y El Siglo Pintoresco (1845-1848) se convierte en absoluta dominación.


Observatorio Pintoresco

Fue una de las revistas que intentaron, sin éxito, competir con el Semanario. Su vida se limita al año 1837. Además de los dos directores de la revista Ángel Gálvez (13 relatos) y Basilio Sebastián Castellanos (3), encontramos cuentos de Baltasar Anduaga Espinosa (1), Serafín Estébanez Calderón (1), Imberto Gilbert (1), Bernardino Núñez de Arenas (3) y J. Ursoz (1).

No aparecen en la revista cuentos costumbristas, populares, morales o de aventuras. Los históricos son algo más de la mitad superando en más de un 12% al promedio (51,61% frente a 39,39%). También los cuentos de amor son algo más abundantes que en la totalidad de la época, y se toca menos el campo humorístico.

El Observatorio fue una empresa más modesta que el Semanario, lo que se echa de ver, además de en la nómina de colaboradores, en la calidad material de la revista, con peor papel, impresión y gráficos que la publicación fundada por Mesonero Romanos.

Basilio Sebastián Castellanos de Losada, uno de sus directores fue historiador y arqueólogo. Fundador en 1837 (el mismo año en que aparece el Observatorio) de la academia española de Arqueología y Anticuario de la Biblioteca Nacional. Como periodista fue también director de otras dos revistas: El Bibliotecario (1841) y El Trovador Español. Publicó varias novelas: Elmours y Matilde, o sea la horrenda venganza. (1829); Carlota Creyston, o sea la víctima de su virtud (1829); Enrique y Sinforosa y los amigos virtuosos (1830-31), La heroína de Madrid o Clorinda y Mustafá (1832); El caballero de Madrid en la conquista de Toledo por Alfonso VI (1836). A juzgar por los títulos, las tres primeras, por lo menos, parecen novelas morales, quizás traducciones y la última un intento de aproximación a la novela histórica romántica. De todas formas, como se puede ver en las dos sátiras antirománticas que publica en la revista no es su intención favorecer al nuevo movimiento literario.

No tenemos información sobre el otro director de la revista, Ángel Gálvez, ni tampoco Salvador García Castañeda da datos en su estudio sobre la revista (1964)1. Pero de sus colaboraciones, sobre todo de los cuentos que va incluyendo en la revista se desprende la ambivalencia que ya hemos encontrado en otros autores: por un lado, un interés muy claro y dirigido hacia la vertiente tradicionalista e historicista del romanticismo; por otro, presentación en sus relatos de ambientes, personajes y sucesos muy típicos del romanticismo más exaltado.

Hay quince cuentos históricos en la revista, diez de los cuales son obra de Ángel Gálvez. La mayor parte de ellos, son títulos que indican claramente la época, e ilustran algún momento especialmente dramático de la historia de España: «1519» (Aventuras de Cortés durante la conquista de México), «Año 704» (Sobre los crímenes de Witiza), «Año   —191→   956» (Historias del Conde Fernán González), «Año 1028» (Asesinato del Conde García de Castilla por los hermanos Vela), «Año 1212» (Batalla de las Navas de Tolosa), «Siglo XII» (Sobre el Conde de Candespina), «Siglo XIV» (Ejecución de los hermanos Carvajal y muerte de Fernando el Emplazado), y «Siglo XV» (Rebelión de Juan Pacheco contra Enrique IV de Castilla). De imaginación más libre se muestra en «La Última Noche de una Reina» en la que narra la confesión de la Reina de Francia, Fredegonda, viuda de Childerico, que cuenta al obispo Gregorio todos los crímenes que ha cometido para mantenerse en el poder. «Cervantes en Madrid» es la contribución de Gálvez al tema del artista desgraciado y perseguido por el destino. El último de sus cuentos históricos, «Siglo XI» es una truculenta historia en la que amontonó descalificaciones hacia todo lo árabe. La infanta Doña Teresa de León llega a Toledo para casarse con su rey moro, Abdallah. Éste no espera a la boda y la viola la misma noche de su llegada. Dos criados de Teresa deciden envenenar a Abdallah en venganza y ante la decadencia de la salud de éste Teresa vuelve a León e ingresa en un convento.

En todos estos cuentos Gálvez sigue las técnicas que los autores de las revista románticas gustan de seguir en sus cuentos, dividiéndolos en escenas, con una gran carga de diálogo y muy escasa intervención del narrador. Es el caso de «1519». Dividido en tres escenas narra la rebelión de los aztecas contra Cortés y la batalla de Cholula. La primera escena es un diálogo entre uno de los jefes de la conspiración y una joven en la que se descubre que un hijo de la joven va a ser sacrificado a los dioses para aplacarles. En la segunda escena la joven denuncia la conspiración a Cortés pero callando lo que le ocurre a su hijo. La tercera narra la batalla de Cholula y el rescate del hijo de la joven por parte de Cortés. Quizás el relato más perfecto, técnicamente hablando sea «Año 704». Mediante dos escenas enteramente dialogadas se cuenta la historia de Witiza, enamorado de Luz, la esposa del capitán de sus guardias, de cómo ordena a éste cegar a Favila, el cumplimiento de su orden, la muerte de Luz a manos de su esposo y la del celoso capitán a manos de Witiza.

Los otros cuentos históricos que aparecen en las páginas del Observatorio están también compuestos de acuerdo con esta técnica. «El Caballero» de Baltasar Anduaga Espinosa es una historia de amantes desgraciados, crímenes y venganzas, muy en boga en los años treinta en las revistas románticas. Un cruzado que regresa a Inglaterra se lamenta de la boda de Elodia, su amor. Traba combate en el camino con el mantenedor de un puente y herido por él deja escapar el nombre de Elodia. El mantenedor, que es el marido, le lleva a su castillo y allí asesina a Elodia en presencia del agonizante. Rujero, el fiel criado, mata al marido y entierra a los dos enamorados. Como ocurre en otros relatos el cuento esta dividido en pequeñas escenas, cada una de ellas con un título (El Caballero; El Puente de Armas; Elodia; La Sorpresa) predominando en cada escena el diálogo sobre la narración. Lo mismo podemos decir de otro relato histórico: «La Viñeta que Antecede» firmado por M. J. y escrito para ilustrar un dibujo de la revista, técnica que usa bastante el Observatorio (En «La Interpretación de un Cuadro» y «Un Pensamiento Malo» por ejemplo). Son tres escenas. En la primera un joven guerrero y un anciano se encuentran en un paraje desértico de Siria. En la segunda el guerrero cuenta su historia y su enamoramiento de una joven novicia de un convento de Tiberiades. El anciano le revela que María, la joven, sigue escondida en la ciudad, ya conquistada por los árabes. En la tercera el joven acude al   —192→   rescate y consigue llevar a María ante el anciano que es su padre. Éste, agradecido, dado que María no ha pronunciado aún los votos definitivos, se la concede en matrimonio.

También de acuerdo a este sistema de composición está escrito el mejor cuento del Observatorio y uno de los mejores de toda esta época: «La Sorpresa» de Serafín Estébanez Calderón. El asedio del castillo de Orgiva y su rescate, durante la rebelión de los moriscos, se resuelve en tres escenas. En la primera escena hay un diálogo entre Tello, un paje y Don Lope en el que el paje le pide a su amo socorro para el castillo de Orgiva asediado por los moriscos, donde está María la mujer de Don Lope. En la segunda escena el diálogo es entre Vilches y Leandro, dos defensores del castillo durante la batalla. En la tercera escena hay una canción de María y un monólogo de Don Lope en el que piensa en la sorpresa que va a dar a su mujer.

Estébanez Calderón adopta las fórmulas del cuento dramatizado que no había utilizado en los relatos que publicó en Cartas Españolas. El narrador solo aparece en la parte segunda mientras que la primera y la tercera parte son resueltas, la primera en un diálogo entre Don Lope y su criado Tello, y la tercera en una canción de Doña María y un monólogo de Don Lope. La supresión de escenas intermedias es total. De Don Lope solo conocemos el diálogo con Tello, en el que se muestra dispuesto a salir en ayuda de su esposa y el monólogo cuando ya está a punto de llegar al castillo de Orgiva. En medio la única escena en la que interviene el narrador y aún breve tiempo puesto que la mayor parte de la acción se cuenta a través del diálogo entre Vilches y Leandro, dos de los defensores. El Solitario avanza en la dramatización del relato más aún que otros autores y consigue una estilización de la fórmula que se acerca a la perfección. El principio del relato, mediante el diálogo entre, Don Lope y Tello, informa al lector de la situación.

-Tello mi bien paje, ¿qué descompostura es ésta? ¿Qué lágrimas se te agolpan a los ojos? Tu caballo viene cansado; tu caballo, a par de los míos, hijo del viento, jamás vencido, ni en la carrera, ni por la fatiga, ¿cómo se rinde al viento?...

[...]

Pero tu señora, la amada de mi corazón, ¿qué hace? ¿Qué nuevas me envía? El alzamiento de esos moriscos no habrá por ventura ganado todavía las esperanzas de Orgiva, y presto, presto, mi buen amigo, el Marqués de Mondéjar, con sus tercios y caballeros y yo con ellos, iremos a poner en seguro aquella villa y a castigar la desenvoltura y las maldades de esos desconocidos; pero nuevas, nuevas te pido de mi señora.

-A caballo, a caballo, señor; hace tres noches que los moriscos de tu alcaidía se alzaron; los levantiscos y monfis de las taas vecinas, acaudillados por Aben Farax entraron de rebato en la villa; los moriscos que sin duda estaban de concierto con él se unieron y apenas los cristianos viejos y la gente de tu casa pudimos recogernos al castillo, aportillado por todas partes desde las guerras pasadas.

-Aben Faraz; ese es del linaje de los antiguos Abencerrajes que creyó con tales títulos y por su destreza en las cañas, parejas y zurizas poder alzar los ojos a tu señora.



Sigue el diálogo y asistimos a la salida de Don Lope y Tello a la cabeza de sus tropas y así termina la primera parte. Del mismo modo la conclusión no es obra del narrador sino   —193→   que un monólogo de Don Lope, dando las órdenes de batalla, remata el cuento, indicando así no lo que ha pasado sino lo que va a pasar.

-¡Tello, Tello, la voz es de tu señora que sus plegarias envía al cielo en los primeros albores de la mañana! ¡Qué sorpresa, qué placer será el suyo al ver cumplidos sus votos y que se mire estrechada entre los brazos de su esposo y libertador! Tello, las mangas de los arcabuces despejen las crestas de esos montes de los moriscos que quieren herir a los tercios que trae el de Mondéjar y los jinetes corran la tierra persiguiendo a los moriscos que huyen por Benizalte y Cañas y venguen en ellos las atrocidades y martirios hecho en los cristianos; yo arrendando el caballo en estos espinos y descubriéndome a los centinelas, voy a llevar a Elvira con mi persona la primera nueva de mi llegada y su libertad, para mayor y más dulce sorpresa suya.



El último de los cuentos históricos que aparecen el Observatorio es «El Vivach» un relato que trata un tema del cual los escritores del momento huyen como de la peste: las guerras carlistas. El relato es una manifestación de patriotismo catalán. Leoncio y Fernando dialogan sobre la guerra civil. Fernando se lamenta de la situación a la que ha conducido a Cataluña y recuerda las glorias de la industria y de la actividad catalanas, rotas por la guerra. Se produce una alarma y Eduardo muere en los brazos de Leoncio, al que pide proteja la industria y el porvenir de la patria. Leoncio lo jura, pero también jura venganza y Fernando le dice que es un «verdadero catalán». El cuento volvería a ser publicado en 1845, en el Semanario Pintoresco Español de Gervasio Gironella.

Los cuentos humorísticos están representados por «Un Pensamiento Malo» de Ángel Gálvez (un heredero afortunado que quiere huir sin pagar sus deudas, es confundido con un ladrón) y por dos sátiras antirománticas que ya hemos comentado con anterioridad, ambas de la pluma de Basilio Sebastián Castellanos: «Todos son locos» y «Él y Ella. Cuento Romántico». En el primero de los relatos el romántico es un loco rematado internado en un manicomio:

Al extremo opuesto, un joven daba vueltas arriba y abajo, tan pronto acelerado como el hombre que resuelto se dirige a ejecutar algún acceso de rabia, tan pronto pausado como el que embebido en una profunda idea camina sin saberlo; ya figuraba al toro rugidor, ya al gato en los bufidos, al moribundo en sus ayes, a la damisela en sus sollozos tiernos y lastimeros y en fin hasta al perro en sus aullidos. [...] su cabeza, a fuer de pelleja de aseada merina antes de la esquila, dividida en su centro por una raya que figuraba el camino que se abriera a los israelitas por medio del Mar Rojo, dejaba caer, sirviendo de manta a las orejas que se abrigaban de la intemperie, abundantes vellones que unidos a largas y pobladas patillas que se extendían por bajo de la barba dejando su diminuta cara entre paréntesis; un bigote que apenas contara una docena de cerdas le asemejaban al gato o al ratón, al paso que una perilla que le llegaba hasta el pecho le daba el carácter del Papa Sixto V o del portero de una cartuja. Una levita con faldetas de a cuarta coronaba unos pantalones que parecían, en lo ajustado, la piel que cubriera aquella máquina viva, si su tirantez no diera a conocer que el hombre se sujeta por su gusto a menos libertad que le concede la naturaleza. Un pedazo de tela de diez varas de largo, anudada a la garganta, sostenía un largo cuello blanco que caía hacia los lados como valona de inclusero y cubrían sus muñecas unos medios cucuruchos de papel plegado en figura de vuelillos de alguacil de Felipe IV.

Este hombre único o único hombre recitaba versos que escribía en la pared en la que se hallaban pintadas con carbón torreones góticos, vestiglos, diablillos con su rabo tan largo, puñales afilados y doncellas asesinadas, cuya sangre se hallaba figurada con almazarrón y por   —194→   último un religioso con su barra de a vara conduciendo a una hermosa desengañada al pie de un altar con su cruz de caravaca al canto, de donde con mano impía un guerrero o garrapato, con su espada tamaña como una vara de alcalde manchego, la arrebataba, dando muerte al fraile, a la abadesa, a las monjas, al monacillo y hasta el gato que consolaba a las madres y al mastín que guardaba la huerta.



En esta larga cita de Castellanos se amontonan los principales reproches que se hacen al romántico: su ridícula apariencia, que se describe con detalle y las monstruosas creaciones de su literatura. El otro relato, «Él y Ella. Cuento Romántico», nos presenta una pareja de enamorados que, dando un romántico paseo nocturno, caen en una alcantarilla; ante la visión de dos sombras amenazadoras él huye y la joven descubre que se trata de un burro y un cerdo, refugiados después en una oscura casa oyen conversaciones de muerte y creen estar a punto de ser asesinados, imploran piedad y descubren que están en un matadero de corderos, etc.

El romanticismo en estos cuentos, es sistemáticamente asociado con lo negativo. El protagonista de «Él y Ella» le dice a su amada tras caer en la alcantarilla y estar llena de porquería: «con estas manchas me pareces más hermosa que nunca. Esa hediondez despide para mí emanaciones de ambrosía y tu descompostura halaga mi corazón: estás más romántica». Cuando más adelante abandona ante el peligro a su amada lo justifica de esta forma: «es muy romántico el tener miedo y yo soy muy romántico».

Antiromántico también, pero serio y trágico, es otro cuento que ya vimos en su momento, «La Interpretación de un Cuadro» que trata sobre el suicidio de Mariano José de Larra. A lo largo del relato el narrador se dirige alternativamente al lector, a la hija del futuro suicida, o a éste mismo, un enfermo de la «feroz pasión» romántica.

En una estancia adornada con los paramentos del lujo en la cual habitaba por un lado el genio de las letras, el genio del saber y por otro el peligroso orgullo y cuyas armas eran las emponzoñadas miasmas de las pasiones se ve un joven triste a las veces, feroz otra y loco otras.

[...] Una niña, abrazada a su pensativo padre, le acaricia sin lograr alejarle de la criminal idea que concibiera.

[...] No te separes de él, ángel de paz. Tu presencia celestial detiene la suicida mano [...]

[...] Qué vas a hacer infeliz...!!! Detén, por piedad la criminal mano: no es tuya esa vida que posees, es de tu hija, de tu patria, de tu Dios.

[...] Escrito estaba...!!! El destino sienta en su terrible libro la suerte de los hombres y sus sentencias sólo un Dios justo y benéfico puede revocarlas... pero el hombre se ofusca, olvida en un instante de delirio al ser de su consuelo, al ser poderoso e infinito que favorece y perdona al sólo vislumbre de un arrepentimiento verdadero y creyéndose sólo, dueño de sus acciones, olvida la eternidad... la eternidad...!!! Una vida sin fin...una vida feliz o penosa.

Sonó el rayo destructor de Marte...! Un gemido de muerte le siguió...! Y el ¡ay! de la inocencia coronó la sangrienta escena del suicidio...!!! La furiosa pasión venció por esta vez a la razón.



  —195→  

Pero no obstante estos ataques al romanticismo tenemos cuentos que acumulan características románticas, algunos hasta la exageración. Un caso evidente es el de «Fragmentos de un Delirio» de Bernardino Núñez de Arenas. Un narrador que odia al género humano contempla en la orilla, tras una larga y solitaria meditación, como un madre y su hijo están a punto de ahogarse y los salva a ambos aunque en principio piensa dejar morir a la madre y salvar al niño sólo, porque aún no ha tenido tiempo de ser desgraciado. Huye de ellos, una vez salvados y al comprobar que se ha enternecido, para no envolverles en su destino. Se trata de un monólogo interior con abundantes manifestaciones del satanismo y del odio a la sociedad del héroe romántico.

Yo haría el bien sin sentir placer... yo sería criminal sin tener remordimientos... yo obro necesariamente, no podría dejar de hacer lo que hago, porque siento que la energía de mi alma necesita una ocupación... hay un gran vacío... todavía un vehemente anhelar: yo anhelo con avidez grandes cosas, el crimen y al virtud me son indiferentes... para mí son voces y voces nada más... la vida de mi alma necesita alimento; tengo hambre tengo sed de acontecimientos, de revoluciones, de trastornos...

[...] ¡Si viese que el hermano perdía al hermano, el hijo al padre y la esposa al querido de su corazón!... tal vez... sí, tal vez podría sonreír... acaso podría gozar un momento...

[...] ¡Yo te invoco genio del exterminio, de la ingratitud, de la desconfianza, de la perfidia y de la discordia... pueblo, sacerdotes y reyes, oprimidos y opresores, yo os invoco... aún podría ser feliz... ¡si viera la tierra huérfana y vacía... la creación tocando su exterminio... próxima a sumirse en el incomprensible caos de nada y oscuridad!



Estados parecidos de excitación febril podemos encontrar en los dos otros relatos de Núñez de Arenas, «Un Recuerdo» y «El Sueño». También sobre un sueño y sobre la pérdida del amor trata el cuento de J. Rusos que se titula, cómo no, «Un sueño», en el que el protagonista, en su sueño vuelve a su ciudad natal, Sevilla, y allí visita el cementerio donde está la tumba de su amada.

Dentro esas características de sentimientos exaltados y tristeza por el amor perdido podemos encuadrar también el cuento anónimo «María-Felipe» en el que más que cuento hay una descripción de dos tipos: María, prototipo de la heroína romántica rubia, espiritual, y doliente, y Felipe, enamorado sin esperanza de ella. En el cuento apenas hay acción. María está triste porque su amante ha muerto y ella poco a poco se va muriendo de amor. Felipe, enamorado de ella y no correspondido, se ahoga en la desesperación. Buena parte del cuento está escrito en segunda persona dirigiéndose el autor primero a María y luego a Felipe.

«Cuento», de Ángel Gálvez, presenta una de las historias de amores apasionados y desgraciados que tanto complacían a los autores románticos. Fernando está enamorado de Margarita, una bella actriz, ante la desesperación de su antigua amada, Luisa. Un día consigue una cita de Margarita pero poco antes de acudir a ella recibe una carta de un desconocido retándole a un duelo. Acude al duelo y allí encuentra a un misterioso embozado que no habla palabra. Disparan ambos y el oponente cae herido de muerte. Fernando descubre que se trata de Luisa y anonadado se suicida junto a su cadáver.

  —196→  

Hay un relato que destaca poderosamente en las páginas del Observatorio por su radical diferencia con los demás. Se trata del relato anónimo «Aventura de un Parisiense». El narrador recuerda una aventura que le ocurrió a un amigo suyo francés de viaje en España. Al regreso del viaje el amigo le contó su historia: se enamoró de una mujer casada, Rita, y fue correspondido por ella, pero cuando Rita se enteró de que era judío, se apartó de él. El día antes de su partida volvió junto a él y le intentó convencer de que debía convertirse y al no conseguirlo intentó asesinarlo. Le hirió y cayó desmayada del horror. Cuando se recobró, confesó, arrepentida que había sido su confesor el inspirador de sus actos. Una insólita denuncia de la brutalidad de la religión, defensa de la libertad religiosa, presentación de una mujer dominada por su confesor hasta el punto de cometer un crimen, odio hacia lo judío presentado de forma absolutamente negativo. Son características que se encuentran en escasísimas ocasiones en los cuentos de las revistas románticas. Todas ellas y el hecho de que la aventura del parisiense ocurra en Piedrahita, no puede por menos de hacer pensar en José Somoza, el solitario de Piedrahita, que siempre defendió la tolerancia y la libertad desde su voluntario exilio. El cuento encajaría perfectamente con las características de su producción literaria.




El Panorama

1838-1841. Otra de las revistas que intentaron competir con el Semanario en su propio terreno: lecturas para toda la familia, diversidad de artículos, incluyendo viajes, curiosidades científicas, etc. Peers la considera «una de las principales revistas eclécticas», lo cual quiere decir que domina en ella el romanticismo más conservador y tradicionalista. Aparte de diez cuentos anónimos, hay narraciones de uno de los directores de la revista, Agustín Azcona (4), Francisco Zea, bajo el seudónimo de «Bachiller Sansón Carrasco» (4), José Muñoz Maldonado (3), Fernando Fernández de Córdoba (2), N. de Pombo (2), Feliú de la Peña (1), Francisco Fernández Villabrille (1), Mariano González Valls (1), Juan Eugenio Hartzenbusch (1), Vicente Paisa (1), Morán (1), Miguel Hué y Camacho (1) y Lino Talavera (1).

El Panorama y La Alhambra son las dos revistas en las que se puede comprobar el entusiasmo con que el romanticismo tradicionalista abrazó el relato histórico. En la revista madrileña, los relatos históricos dominan claramente (61,90% frente al 33,39%) en un porcentaje que casi dobla al general. Tras los relatos históricos y a mucha distancia están los humorísticos, que también son más abundantes que la media (19,05% por 14,60%). Esta dedicación intensiva al cuento histórico impide que otra temáticas aparezcan en la revista: no hay cuentos de tema religioso, costumbrista, populares, o de amor.

Entre los relatos históricos de El Panorama destacan poderosamente los cuentos de Francisco Zea que firmaba con el seudónimo de «El Bachiller Sansón Carrasco». Escritos con un cuidado por la trama y la construcción de los personajes muy superiores a la media de los relatos históricos que por entonces aparecían, presentan en «El Cubo de la Almudena», «La Muerte de la Reina» y «Tío y sobrino: Felipe II y Don Sebastián de Portugal» a un Felipe II caracterizado con las más negras características del malvado.

No obstante el primer relato de Zea que publica El Panorama es «Don Sancho el Bravo». Don Sancho es objeto de una conspiración por parte de Don Lope de Haro y otros cortesanos, que quieren hacer creer que ha secuestrado a una muchacha el día de su boda.   —197→   Al final todo se resuelve y Don Sancho castiga a los culpables. Ya se ve en el cuento algunas de las características que Zea desarrollaría después: ambiente cortesano, acción rápida y preferencia por las tramas de conspiraciones. El mejor relato de Zea es el segundo que publicó: «El Cubo de la Almudena». Cuenta la historia de Felipe II y su hijo Don Carlos. Felipe II está dibujado con la típicas características con las que los autores románticos gustan de presentarle (En Ni Rey ni Roque de Escosura, por ejemplo). Se insiste en su crueldad (se cuenta la ejecución de un niño recién nacido en la hoguera), en su hipocresía y en su implacabilidad. La muerte de Don Carlos es presentada como un envenenamiento llevado a cabo mediante el agua bendita que le daba para exorcizarle el Cardenal Espinosa. También se asesina a la amante de Don Carlos y a su amigo y confidente. El autor, desde el principio se dedica a presentar al personaje negativo del relato, Felipe II, figura dominante por completo en la narración. Frío, siempre medita antes de actuar. Implacable, no vacila en destruir a todos los que se le oponen. Hipócrita, afecta tristeza por la muerte del hijo al que ha mandado envenenar. Fanático, siempre afirma obrar en provecho de la religión y guarda un odio implacable a todos los enemigos del catolicismo. Cobarde, siempre habla con su hijo escudado por una multitud de cortesanos y cuando éste agoniza, le da su bendición protegido por dos fornidos guardias. Viste siempre de oscuro y permanece inmóvil durante la mayor parte de la acción y todos a su alrededor sienten nerviosismo en su presencia. La noche es su elemento natural y es en la oscuridad de ella cuando acomete su empresas, cuando espía a Don Carlos, cuando le arresta y le encarcela y cuando asiste a su muerte. Su corte está llena de aduladores, traidores y asesinos, dispuestos a todo ante sus órdenes, aunque entre todos ellos destaca el Cardenal Espinosa, su hombre de confianza, de alma tan negra como el rey. Don Carlos aparece como contrarréplica del rey y se pone de manifiesto su valor, su honorabilidad y su generosidad. Pero la sospecha por parte del rey de que su hijo pueda cometer adulterio con la reina le decide a actuar y a eliminar a su hijo. El momento en que Felipe II toma la fatal determinación de acabar con la vida de su hijo es un ejemplo de la presentación de la figura atemorizante del rey. De vuelta de la expedición nocturna tras la que espiado a su hijo y tras recibir diversos informe de espías, el rey, seguido de todos sus cortesanos, sicarios y guardias entra en un sala del palacio. Allí se sienta y se queda inmóvil mientras los demás esperan. Nadie se atreve a interrumpirle, nadie osa dirigirse a él. Pasa el tiempo y el Cardenal Espinosa, sin saber qué hacer, añade una oleada de leña al fuego. La llama se aviva y el rey mira a Espinosa y le dice con brutal humorismo: «No me tostéis, que soy cristiano viejo».

Los otros dos relatos insisten en la presentación del personaje de Felipe II. «La Muerte de la Reina» es la segunda parte del cuento anterior. Mucho más breve narra el asesinato de la infeliz esposa de Felipe II, siempre auxiliado por el Cardenal Espinosa. «Tío y Sobrino: Felipe II de España y Don Sebastián de Portugal» aborda de nuevo el tema del regreso del heredero del trono portugués. En esta ocasión no es el pastelero de Madrigal, como ocurría en Ni Rey ni Roque o en Traidor, Inconfeso y Mártir sino un prisionero fugado de una mazmorra italiana el que vuelve a su patria para recuperar su trono. Se trata del auténtico heredero de la corona, preso por una tenebrosa conspiración del monarca español. Como en el caso de Don Carlos, Don Sebastián es superior a su oponente en dignidad, honor y valor, pero su exceso de generosidad y su errónea creencia de que el rey español es capaz de respetar la palabra dada y de albergar sentimientos honorables le lleva al desastre.

  —198→  

Este relato de Francisco Zea, de 1841, cobra especial significación porque es la última aparición de importancia del personaje del rey malvado en los cuentos románticos. A partir de aquí la figura negativa de los relatos históricos será ocupada por nobles poderosos y egoístas, contra los que se revelan legítimamente los protagonistas, pero ya no contra monarcas, que son presentados, de aquí en adelante, con caracteres casi siempre positivos.

Del resto de los cuentos históricos de El Panorama no es necesario decir mucho. «García Pérez de Vargas» de Francisco Fernández Villabrille, «El Bandido» de José Muñoz Maldonado, «La Cita del Convento» de Fernando Fernández de Córdoba, «Alfonso Pérez de Vivero» de Morán, coinciden en presentar a héroes cristianos sin tacha, sentimientos morales y respeto a la ley y a la religión. «Doña Isabel de Osorio» es una contribución de Mariano González Valls a la presentación del malvado Felipe II, aquí un infame seductor que primero ultraja la virtud de la inocente doncella, y después la encierra en un lóbrego convento donde la hace asesinar.

De Miguel Hué y Camacho se incluye un fragmento de las Leyendas y Novelas Jerzanas, precisamente uno relativo a la matanza de los abencerrajes y las intrigas de Boabdil. Curiosamente, ese mismo episodio será tratado por otro cuento de autor anónimo: «Aben-hamet. Novela Histórica». La narración se centra en la matanza de los abencerrajes en el patio de los leones por Boabdil y la rebelión de los supervivientes contra el rey y los zegríes. La historia la complica el autor con un torneo: la falsa acusación de adulterio que se hace a la sultana Fátima y al difunto Aben-Hamet por parte de los zegríes y la defensa de ésta que hace en duelo cinco caballeros cristianos dirigidos por Carlos Ornández.

De ambiente morisco es también «Cincuenta años de reinado y catorce días de felicidad». Alhakan, hijo de Abderramán lee en el testamento de éste que en cincuenta años de reinado solo gozó de catorce días de felicidad. Intenta averiguar que días fueron esos pero fracasa hasta que un barquero, hijo de un poeta, canta unos versos de su padre en los que cuenta los catorce días de felicidad de Abderramán: catorce veces que pudo poner en práctica una virtud que en apariencia no era propia de un rey, catorce veces que pudo dejar de ser rey.

También en el grupo de los históricos se encuentra un relato ya aparecido en otras revistas «Los Tres Genios» de José Muñoz Maldonado, sobre el tema de la maldición del artista.

Es pródigo El Panorama en cuentos antirománticos. Está la narración de Hartzenbusch «Historia de dos bofetones» y tres cuentos del director de la revista Agustín Azcona: «La Boda de Rita. Cuento Romántico», «Las Aventuras de Lorenza» y «Mis Diabluras». El subtítulo de «Cuento Romántico» aplicado al primero de los cuentos es una burla del contenido: el noviazgo por interés de la hermosa y desvergonzada Rita con un anciano y adinerado alguacil retirado, como el novio anterior se presenta en el banquete nupcial y desafía al aterrorizado alguacil y como Rita, navaja en mano se dispone a ocupar el lugar de su temeroso prometido. En el segundo de los cuentos el noviazgo de Lorenza, joven aficionadísima a los nervios, a lo romántico y a los efectos trágicos, con un galán tan romántico como ella culmina en un intento de suicidio que termina en el ridículo al tomar un purgante en vez de un veneno, final tras del cual se adivina la definitiva boda de Lorenza, con el farmacéutico, antiguo pretendiente de la joven, astuto, prosaico y nada   —199→   romántico, que sustituyó el veneno por el purgante. En el último de los relatos la afición de los jóvenes románticos, como el protagonista, a enamorarse sin saber de qué ni de quién, provoca una serie de equívocos que están a punto de llevar a un duelo y que se solucionan gracias a la vuelta a la cordura del protagonista.

«Historia de Dos Bofetones» es una narración de Juan Eugenio Hartzenbusch en la que se muestra muy claramente el rechazo al romanticismo que experimentó el autor de Los Amantes de Teruel en una fecha tan temprana como 1839. Aborda el cuento dos historias, una ambientada en el siglo XVIII y otra en el XIX. En ambos casos un bofetón dado a una joven produce efectos contrarios. En la historia más antigua la madre sorprende a la hija intentando mantener correspondencia con un galán de dudosa moralidad y la abofetea en público. La hija, arrepentida, acepta el castigo y vuelve a su casa. El final de la historia presenta unos años después a la muchacha, ahora mujer casada, madre y feliz, que enseña a su marido el sitio donde su madre la pegó el bofetón, manifestando su agradecimiento a su madre por haberla hecho volver al buen camino. En la segunda historia la protagonista es una joven romántica, envenenada (como ya hemos visto en casos anteriores) por la lectura de tan peligrosa literatura. Es una lectora habitual de novelas y tiene estampas en su habitación de «la Atala, de Ivanhoe, de Bug-Jargal y del Corsario». Cuando recibe el bofetón, en una situación parecida a la de la historia anterior se enfrenta a su madre, huye de su casa, y emprende un camino de perdición que la lleva a la prostitución, la desesperación y el suicidio.

El cuento hace confluir el ataque a la literatura romántica, con el repetido argumento de que su lectura daña la moral con la juventud, con la defensa a ultranza de la autoridad paterna, y, en este caso, de la figura de la madre. La fecha del relato, 1839, coincide con el momento en que empieza a desaparecer de los relatos históricos el padre como obstáculo a la felicidad de los enamorados, y se deja de cuestionar la autoridad paterna.

No puede negar El Panorama su afición a los finales impactantes, frecuentemente trágicos. Así lo vemos en «La Cometa», un breve cuento divido en dos escenas, casi enteramente dialogadas. Un niño se pone a volar una cometa y se ahoga en un pozo. La madre encuentra poco después el cadáver del niño. También trágico es «Un desafío en Santo Domingo» en la que tras una noche en la taberna de varios militares, dos de ellos se juegan a los dados quien disparará sobre el otro hasta matarle. Mal final también el del protagonista de «Los Huesos del R. P. Hilarión». Un jesuita confía a un capitán de barco unos huesos de un difunto para que los lleve a España desde Cuba. El capitán movido por la curiosidad abre el ataúd y descubre que se trata de oro y lo roba. Diez años después es capturado por el fraile de Cuba que ahora es familiar de la Inquisición y el capitán es quemado vivo

En esa línea de finales trágicos e impactantes está «La Muerte de un Ángel» de Lino Talavera. Lino Talavera era un escritor venezolano, afincado en España y muerto muy joven. Otros cuentos suyos, como «Una Acuarela» (Revista Literaria de El Español, 1846) y «La Paloma del Diluvio» (La Alhambra, 1841) dejan entrever un autor muy competente y con personalidad diferenciada. Su cuento «La muerte de un ángel», drama sobre la pobreza de una joven madre y la insensibilidad de la sociedad debió de tener bastante éxito pues el mismo año (1841) que apareció en El Panorama fue publicado en otras dos revistas: La Alhambra y El Iris. El cuento se compone de tres escenas y un epílogo. En la primera tres   —200→   personas (Una madre, un amigo de ésta y un aya) esperan a un médico ante la cuna de un niño moribundo, finalmente la madre del niño y el amigo deciden ir a buscar al médico. En la segunda el médico que está en un baile de sociedad se niega a ver al niño y le da a la madre una receta escrita. En la tercera cuando la madre vuelve junto al niño, este ya ha muerto y el papel que le ha dado el médico resulta ser una poesía amorosa que el médico le ha dado por error. En el epílogo se cuenta la boda de la madre del niño con el amigo, el triunfo del doctor en sociedad y el recuerdo del aya al niño muerto.




La Alhambra

Revista de Granada. 1839-1843. Dentro del rico panorama de revistas andaluzas la de más éxito. Contiene 42 relatos entre los que dominan por cantidad los dieciséis de Luis de Montes, autor del que es difícil decir algo positivo. Otros colaboradores son Manuel Bretón de los Herreros (1 cuento), Manuel Cañete (1), José de Castro y Orozco, Marqués de Gerona (1), J. M. Quadrado (1), Aureliano Fernández Guerra y Orbe (1), Manuel Fernández y González (1), Dolores Gómez de Cádiz de Velasco (1), Miguel González Aurioles (2), Manuel María Hazañas (1), Baltasar Lirola (1), José Muñoz Maldonado (1), Nicolás de Roda (1), Agustín Salido (2), Lino Talavera (3) y Manuel Zúñiga (1).

Se trata de una revista de carácter generalmente conservador, inclinada hacia el relato histórico sobre todo, y en la que los cuentos de amor y morales tienen también una cierta abundancia.

Pero a pesar de la tendencia mayoritaria de la revista, hay algunos cuentos en los que podemos apreciar elementos típicos del romanticismo innovador.

Así el tema de la pareja de enamorados víctimas de un destino injusto o de un enemigo están presentes en varias de las historias. Bien es verdad que el final trágico está causado por agentes individuales que ocupan el papel del malvado de la historia y de esta manera exculpan a la sociedad o a la decisión divina del resultado final que es una de las formas que tiene el romanticismo conservador de asumir temas del revolucionario quitándoles la carga de crítica y rebelión. A pesar de ello no se puede negar que el sentimentalismo exacerbado de alguno de estos relatos y la aparición del suicidio como destino del enamorado los acercan a los cuentos de El Artista.

Hay dos relatos de Agustín Salido que abordan el tema de los amantes desgraciados. «Cuento Morisco» hace sucumbir a los enamorados por causa de un monarca lujurioso. Durante la rebelión de los moriscos Aben Humeya celebra las bodas de su favorito Almozabar y la bella Almanzora. La boda queda interrumpida porque Almozabar es reclamado para enfrentarse con urgencia a una hueste de cristianos. Almanzora después es raptada y descubre que su secuestrador es Aben Humeya que la quiere para sí. Cuando se niega a acceder a sus deseos el rey sonríe y la abandona. Un esclavo traidor lleva a Almozabar al castillo donde está presa Almanzora, les saca de él y les lleva junto a una fuente donde les envenena. Cuando se encuentran sus cuerpos el rey, afectando ignorancia, ofrece una recompensa por el asesino. El Rey malvado, desempeñado aquí por el jefe de la revuelta morisca, Aben Humeya, es admisible desde un punto de vista conservador porque no se trata de un monarca español y cristiano. La fecha del relato, 1839, nos indica que aún está presente esta figura en el cuento español pero que ya los autores de La Alhambra están comenzando a hacer más admisible esta figura para el público de la revista.

  —201→  

También «Enrique y Elisa», del mismo autor, nos presenta unos amantes desdichados, cuya historia acaba en un suicidio. Enrique y Elisa, dos jóvenes franceses, enamorados, se ven separados por la ruina y muerte del padre de Enrique. Se ve obligado éste a buscar fortuna en el ejército de Bonaparte en España y el padre de Elisa consigue, mediante engaños, que la joven se case con un pretendiente rico. En ese momento llega Enrique a la Iglesia y se suicida en presencia de todos. Un padre malvado y ambicioso, otro de los elementos que en el romanticismo revolucionario aparecen como representación de la autoridad odiosa y tiránica, mientras que para el romanticismo conservador la autoridad paterna es una de las bases de la estructura social que hay que preservar con especial cuidado. Como en el caso anterior el cuento es de 1839 y podemos también ver como el autor intenta suavizar la crítica llevando la acción del relato a Francia (no hay ningún motivo para que la acción no ocurra en España) creando así la impresión de que un padre tan desalmado como el de Elisa no puede existir en España.

Suicidio final que también aparece en «Una Ilusión perdida» de Luis de Montes. Eugenio, joven huérfano, seminarista sin vocación en Córdoba, se enamora de una condesa viuda y es correspondido por ésta. Después de unos meses de relación la condesa viaja de pronto a Madrid y Eugenio se entera por un amigo de que se va a casar. Va también él a Madrid y se suicida delante de la condesa. Aquí ya la culpable del suicidio es la protagonista femenina, egoísta e inconstante, artista y mujer que alterna en sociedad. (Estas dos últimas cualidades van a ser sistemáticamente presentadas como negativas en los cuentos románticos de la década de los 40).

No ya como un suicidio, pero sí como una muerte causada por el amor puede calificarse la muerte del protagonista de «El Doncel de Don Pedro de Castilla», una de las primeras obras del folletinista Manuel Fernández y González. Gómez de Herrera y Sol de Mendoza están enamorados. Son sorprendidos por el marido de Doña Sol y Gómez se ve forzado a huir. Acusada Doña Sol de adulterio va a ser ejecutada a menos que un caballero venza a Don García, esposo de Doña Sol, en combate. Se presenta Gómez a la lucha y los dos contendientes mueren. Una historia casi paralela a la de «La Capilla en la Selva» de A. U. V. Ricardo salva en una cacería a Elisa que está siendo atacada por un oso. Pero no le revela su identidad al tratarse de la hija de un enemigo de su padre. El Padre de Elisa pretende casarla con un noble amigo suyo que acaba de asesinar a su primera esposa. Cuando Ricardo va a avisar a su amada es sorprendido por el futuro marido. Luchan ambos y Ricardo mata a su contrincante, pero éste en su agonía se ríe de él y le dice que su espada estaba envenenada. De esta manera mueren los dos. El final desastroso es obra aquí de un malvado rival que prefiere la muerte suya y la de los enamorado antes que consentir la felicidad de otros. Es un desenlace que ya aparecía en «El Torrente de Blanca» de José Augusto de Ochoa (El Artista, 1836) y que es uno de los primeros medios que utiliza el romanticismo conservador para desnaturalizar el mensaje de rebeldía que había en el tema del amor contrariado por el destino.

Pero por regla general, los relatos tienden a la solución más tradicional del conflicto: la resolución venturosa del amor gracias a la moral y al respeto a la tradición, la religión y la familia. Un caso evidente es el de «Ángela» de Miguel González Aurioles, cuento en el que la obediencia de los enamorados a los deseos e imposiciones de los padres les lleva finalmente a conseguir su unión y su felicidad, mientras que al autor juzga negativamente   —202→   el caso de la otra pareja que huye de sus padres para poder realizar su amor. Carlos, un joven noble ama a Ángela, hija de un escultor. Es obligado por su padre a casarse con otra mujer, pero ésta huye con un poeta el día de su boda y Carlos, liberado, va a pedir la mano de Ángela al escultor. Cuando el escultor le descubre que Ángela no es su hija, y le entrega una cruz que llevaba al cuello cuando se la entregaron, Carlos comprende que es hija del padre de su novia huida. Finalmente la boda de Carlos y Ángela se realiza y la unión familiar que ambicionaban los padres de ambos se logra. El conflicto amoroso de Carlos y Ángela es paralelo al de la novia de Carlos y su enamorado poeta (que no aparecen en el relato). El autor no se inclina por la pareja que, de manera muy romántica, pone a su amor por delante de las convenciones sociales y de las ordenes familiares, se opone a la autoridad paterna y finalmente huye de la opresión para salvar su amor, sino a los enamorados que aceptan las normas sociales y se resignan a las imposiciones familiares y se muestran dispuestos a sacrificar su amor (Carlos sólo pide la mano de Ángela cuando su novia ha huido) y les recompensa con un final feliz.

Una característica relevante de La Alhambra es la abundancia del ambiente árabe y morisco en los relatos históricos que aparecen. «La Peña de los Enamorados» de Manuel Zúñiga; «La Toma de Alhama», «La Torre de los Siete Suelos», «La Torre de la Cautiva», «El Ciprés del Generalife», «El Padre Piquiñote», y «Ave María», todos ellos de Luis de Montes; «Los últimos godos» de José de Castro y Orozco; y «El Viejo de la Montaña» de J. M. Ruiz Pérez coinciden en el ambiente oriental.

Uno de los relatos históricos de más calidad de la revista es «El Príncipe de Viana. 1461» del autor mallorquín, José M. Quadrado. Carlos, Príncipe de Viana, es encarcelado por su padre el rey Juan de Aragón, por intrigas de su segunda mujer Juana. De las dos hermanas de Carlos una, Blanca, le apoya y otra, Leonor, apoya a su padre. Ausias March, amigo de Carlos, llega a Peñíscola donde Blanca está prisionera, pero no puede evitar que ésta, para salvar la vida a Carlos, abdique de sus derechos a la corona en Leonor. Mientras tanto el rey y la reina ante la rebelión popular que ha provocado la cárcel de Carlos deciden liberarle pero dándole un veneno que le mate un tiempo después para no dejar sospechas. Así se hace en efecto y Carlos muere.

El cuento es extenso, con los caracteres y las acciones bien definidas y con una doble trama: la histórico-política y la de amor entre Ausias March y Blanca, aunque esta historia no llega a culminar. Destaca entre todos el carácter de Leonor de Foix, hermana de Carlos, una elaborada malvada que está dispuesta a todo por conseguir el poder. Las intrigas cortesanas, como ocurría en los cuetos de Francisco Zea, «El Bachiller Sansón Carrasco», dominan el relato.

Es también interesante «Los Últimos Godos» subtitulada «Fragmentos de un poema épico». Obra de José de Castro y Orozco, autor de un mediocre drama romántico sobre Fray Luis de León, El Siglo y el Claustro que hasta ahora no ha encontrado defensor en ningún crítico. El cuento, largo y con un estilo bastante engolado y pretencioso, está fechado en 1832, y es una muestra de que la vertiente más conservadora, tradicionalista y patriótica está presente desde los inicios del movimiento. Es una narración llena de anacronismos intencionados sobre Don Rodrigo y la pérdida de España. Presenta a Don Julián, a su hija y al obispo Don Opas. Pero también aparecen el protagonista Tedoberto, esposo de Florinda la hija de don Julián, a Don Pelayo como un joven godo de la corte de Don Rodrigo, y una   —203→   guerra civil protagonizada por los hijos de Witiza que aspiran al trono. Castro y Orozco hace confluir diversas leyendas y aquí Don Rodrigo no sólo viola a Florinda y asesina a su esposo sino que también penetra en la torre encantada de Toledo y abre el cofre que nunca debió ser abierto. El momento en que Pelayo, después de luchar bravamente contra los moros en la batalla del Guadalete, decide volver a su tierra para iniciar la reconquista es buen ejemplo del estilo, los anacronismos y el tono patriótico que se mantiene a lo largo de todo el relato.

Pelayo, sin auxilio en su temeraria empresa, es rechazado por Tarif que le persigue al frente de un cuerpo de mauritanos, obligándole por último a guarecerse con sus bravos campeones en una colina escarpada desde donde repelen ventajosamente los ataques de lo sarracenos. El héroe de Cantabria, al pisar aquella cumbre, tiende su vista por el campo ensangrentado. Desde allá ve a los godos pavorosos huir por las márgenes del Guadalete y a los bárbaros penetrar vencedores en la tiendas. Una espesa nube de polvo le oculta el sitio donde aún luchan Rodrigo y sus compañeros, oye además su muerte a manos del traidor Don Opas y el hijo de Favila concibe entonces la gloriosa empresa de ser el restaurador de la patria.

-¡Cántabros! -exclama a sus soldados-, el triunfo es de nuestros enemigos. El cielo, indignado por nuestros crímenes, ha decidido que sucumbamos en el Guadalete. ¿A que derramar hoy nuestra sangre sin gloria ni esperanza? Seguidme: los montes de Cantabria serán nuestro asilo. Sobre sus cumbres debe tremolarse el sagrado estandarte de Recaredo. Sus cavernas serán de hoy en adelante el refugio de los godos.

Dice y sus guerreros responden con gritos de aprobación. La impertérrita hueste rechaza en su retirada el ímpetu de sus perseguidores, desapareciendo Pelayo en aquel punto para echar en el norte de España los cimientos de una nueva monarquía, que un tiempo eclipsara las glorias de la media luna, extendiendo su poder desde el Mosa hasta los últimos márgenes del Tajo y desde las aguas de Loango hasta las desconocidas islas de Asia.



Del resto de los relatos históricos no hay mucho más que decir. La mayoría de ellos están compuestos por Luis de Montes, que fue un escritor «de la casa» como lo fueron Ángel Gálvez en el Observatorio Pintoresco y Sebastián López de Cristóbal en No Me Olvides. Montes solía basarse en leyendas históricas granadinas y eso explica que cuando, varios años más tarde, otro escritor granadino, José J. Soler de la Fuente publique una colección de Tradiciones Granadinas (1849) varis títulos coincidan en los dos escritores: «El Padre Piquiñote», «La Torre de los Siete Suelos», «El Sacristán del Albaicín» o «La Torre de la Cautiva».

Mayor interés tiene el resto de los relatos de la revista. Los humorísticos ocupan un lugar importante. Entre ellos figura «Una nariz» de Manuel Bretón de los Herreros que es, probablemente, el mejor cuento de la revista. Se trata de una anécdota bienhumorada con un fondo moral, muy semejante al de las comedias de Bretón. El cuento está casi entero dialogado y no sorprenderá si decimos que lo mejor del relato es el dialogo que Bretón maneja con admirable frescura y agilidad. El propio Bretón debió de quedar bastante satisfecho del cuento, pues lo incluyó en varias ediciones de obras escogidas suyas y lo utilizó en una de sus comedias. En un baile de máscaras un poeta se sienta junto a una enmascarada y la galantea. La enmascarada acepta sus requiebros pero se niega a quitarse la careta. El poeta le promete que aunque sea fea la seguirá galanteando, pero cuando se quita la careta aparece una monstruosa nariz y el poeta huye. Al poco tiempo la nariguda vuelve a   —204→   acercarse a él y le descubre que la nariz era otra careta, y se va a pesar de la vergüenza del poeta. Comienza el relato con la presentación del poeta a la misteriosa enmascarada, y a poco le pide que se quite la careta, para así poder contemplar su belleza y poder dedicarle sus versos, ya que necesita verle su cara para inspirarse.

-¿Eso dice un poeta? A vosotros que vivís siempre en la ilimitadas regiones de lo ideal, ¿qué falta os hace la presencia de los objetos de vuestro culto? Yo, por mi parte, no fío tanto de mi cara, ni me parece tan estéril tu imaginación que me aventure a descubrirme.

-Verdad es que los poetas, ya que en su número me quieres contar, solemos pasear nuestro espíritu por los espacios imaginarios; pero no nos alimentamos sólo de ilusiones y de mí se decirte que en materia de placeres estoy y estaré siempre por lo positivo.

-¿Y qué placer puedes tú prometerte de ver mi cara?

-El de admirarte si es bonita, como presumo, el de adorarte...

-¡Siempre tenéis la adoración en la boca! Mereceríais los poetas que os desterrasen de toda república cristiana y bien constituida.

-¿Por qué, bien mío?

-Si decís lo que siente vuestro corazón, por idólatras impíos, y si lo contrario por embusteros. Haces bien en venir sin careta. Los poetas no las necesitáis para mentir. Siempre estáis de máscara.



Esa falsa naturaleza del poeta es el fondo moral del cuento de Bretón, quien, como otras veces, no pierde la oportunidad de censurar los tópicos románticos

También hay que mencionar otros dos relatos de carácter humorístico: «Historia que Parece Cuento» de Aureliano Fernández Guerra y un relato anónimo, «Los Contrabandistas». Este último es un animado cuento que narra en tono irónico la rivalidad amorosa entre un jefe de una partida de contrabandistas y un sargento de migueletes. El Garboso, jefe de un grupo de contrabandistas, lidera un grupo que pretende evitar a los guardias y en especial a El Tuerto, sargento y rival suyo en amores por la Chaira. Lo consigue y llega a la taberna donde estaba la Chaira pero el Tuerto le sorprende y le captura. Cuando se lo llevan el Tuerto dice al Garbosos, en son de mofa, que no se preocupe por su novia que ya la cuidará él. El cuento de Fernández Guerra es una acumulación de equívocos en los que se crítica a partes iguales la brutalidad y la falta de inteligencia de un noble y la hipocresía y adulación de los habitantes de un pueblo. Un conde llega a un castillo suyo de provincias y el concejo del lugar acude a recibirle. Por una serie de equívocos el conde patea al acalde creyendo que es un perro y luego la emprende a tiros con todo el concejo que salta por la ventana.

En este panorama conservador y tradicionalista de La Alhambra llama la atención la presencia de un cuento que predica la superioridad del amor sobre la religión, del que ya hemos hablado antes: «Una historia judaica del Siglo XIV» de Manuel Cañete. También sorprendente nos parece la presencia de un relato de Lino Talavera: «La Paloma del Diluvio» en el que se defiende la libertad de la mujer para elegir su camino a la felicidad. Ermina, una joven venezolana, casada contra   —205→   su voluntad con un estúpido marqués que no la aprecia ni valora, es una mujer sensible e inteligente. Al cabo de cuatro años de matrimonio infeliz recibe carta de su enamorado Luis y al mismo tiempo encuentra dos de amantes de su marido. Acude a ver a Luis pero solo para desengañarle, aunque engañada por su madre y forzada a casarse con el Marqués creyendo que Luis había muerto se niega al adulterio y a huir con Luis, pero le promete que nunca será de él. Luis se va y muere ahogado. Ermina sufre su dolor en silencio durante años. Obligada por uno de los viajes de su marido a alternar en sociedad consigue en ella un éxito inesperado.

El autor acaba la narración indicando que Ermina encontró un nuevo amor y cedió a él, defendiendo a la mujer que cede al amor y busca la felicidad.

Baste decir que Ermina, lanzándose en la sociedad cumplió su desgraciado destino, y aunque reprobada por los mismo que la precipitaron, mereció sin embargo el aprecio y compasión de los que conocieron sus virtudes y sufrimientos. Porque ¿quién habría sido lo bastante fuerte para vencerlo? En el lacrimoso estado de su corazón ¿cómo resistir a otro corazón que quizás le ofrecía en el amor todo lo que el amor mismo le había arrebatado? ¿A un amante que quizás le enseñaba el principio de la vida y la felicidad, en donde ella lo creía todo acabado para sí?

¡Es tan dulce ser amado! Y al adivinar este amor que una mujer siempre adivina, al sentirse amada con toda la vehemencia con que ella misma era capaz de amar, ¿cómo resistir a tanta ternura, a tanta constancia y libertarse de una fuerza siempre creciente que ataca directamente al corazón? Sí, porque lo mismo que el más débil insecto que tiene un instinto para encaminarse a su destino con una voluntad irresistible que solo la muerte puede detener, así el amor sabe hallar el camino del corazón, y su destino no es dudoso cuando es un sentimiento noble y verdadero.

En fin, Ermina se perdió para la sociedad empezando a vivir para sí. Su corazón se arrojó en otro corazón y esta unión de dos almas reprobada por el mundo, por las leyes y por la moral, pero firmada por el destino, por la naturaleza y el dolor fue el instante en que la paloma del diluvio, arrojada sin piedad tres veces de arca, encontró un rincón de tierra donde posarse para no volver a los crueles que lanzaron su candor, su pureza y su inexperiencia al fondo de las encrespadas olas que cubrían la superficie del globo. ¿Quién podrá vituperar a la infortunada Ermina? ¿Quién levantará la primera piedra para tirársela?



Aquí el amor romántico y libre, pues no otra cosa es esa «unión de dos almas reprobada por el mundo, por las leyes y por la moral, pero firmada por el destino, por la naturaleza y el dolor» no es el problema sino la solución. El sometimiento de Ermina a la moral y a la autoridad paterna y a las buenas costumbres no le ha traído nada más que infelicidad y sufrimiento y es en la liberación de esas ataduras cuando encuentra la felicidad.







Indice