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«Dispuso su padre que cursara y practicara leyes y jurisprudencia en Roma; pero su vocación repugnaba estas disciplinas, y lo que en realidad estudió fueron ciencias naturales e ingeniería» (cap. IV).



 

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Y para ello propone Numisio una modificación radical del sistema educativo vigente: «La escuela debe enseñar no a disertar ni a disputar, como ahora, sino a vivir (...) Ni poesía ni elocuencia son la base primaria de la vida, y no pueden serlo, por tanto, de la educación; o dicho de otro modo, el fin del educador no es formar medidores de sílabas o decoradores de conceptos, sino hombres; por consiguiente, habrá necesariamente de erigir en inspirador y mentor suyo a la Naturaleza, libre, sin molde ni matriz de ninguna clase. Esa será su base; ese su punto de apoyo y de partida. Enseñará el preceptor a los educandos a mirar y pensar hacia fuera y hacia dentro, según lo entendieron y practicaron de tan admirable manera los antiguos helenos, sin que nosotros hayamos sabido ni siquiera de lejos imitarles» (pp. 261-2).



 

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El estudio léxico de los eufemismos políticos («Irregularidades» = 'vicios y depredaciones', «servir» = 'cohechar', «si es imposible se hará»...) y de los rasgos vulgares del habla popular daría resultados lingüísticamente aleccionadores.



 

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Una de las fuentes del parasitismo era el presupuesto provincial de beneficencia en el que «figuraron un plantel de donceles cobrando asignación mensual, en calidad ¿de qué dirán ustedes? De amas de cría (...) Suponían los presupuestos que se proporcionaba lactancia gratuita a los hijos de madres pobres. Agotado ese recurso, hubo un señorito muy guapo que cobró en calidad de burra de leche» (vol. I, p. 287).



 

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Cf. mi trabajo «Notas sobre la visión de Madrid en la novela postromántica», AIEM, VIII (1966).



 

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La caracterización de este personaje hace pensar en Emilio Castelar; don M. era un orador de fama nacional, soltero, de voz atiplada, había jugado un importante papel durante la República y durante la Restauración era un posibilista.



 

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La oposición campo-ciudad es un tópico literario que subyace en casi todas las novelas regeneracionistas.



 

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Artículo de su compañero de claustro F. Pérez Mínguez, en El Heraldo de Madrid (29-XII-1898). Otros artículos y reseñas sobre la novela en La Correspondencia de España (9-VII-1897) y dos de «Zeda» en La Época (22-III-1897, 19-III-1899). El primer volumen de Tierra de Campos fue publicado en Madrid, librería de Victoriano Suárez, 1897; el segundo volumen apareció con el mismo pie de imprenta en 1898.



 

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J. Fitzmaurice-Kelly (p. 335 de la 3.ª ed.) de su Historia de la Literatura Española.



 

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Apud. Jorge Campos, Conversaciones con Azorín (p. 87). Contrástese con el juicio de Alonso Cortés: «Cuando Macías describe un paisaje, no parece sólo que le presenta al lector tal y como en la Naturaleza se halla, sino que le graba en aguafuerte pronunciando los rasgos definitivos, para que sea otra cosa que una visualidad más o menos brillante» («Macíos Picavea», págs. 3-52 del vol. Viejo y Nuevo. Artículos varios, Valladolid, 1915).



 
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