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ArribaAbajo 4. Un libro sin «tendencia»

Otro de los rasgos que, dentro de las convenciones de la narrativa de la época, se tenían como inexcusables en la novela, y del que El sabor carecía, era el propósito trascendental. Esto es, una tesis, una tendencia: algo que, como hemos mostrado en capítulos precedentes, predominaba en las novelas que hasta el momento había publicado.

Ya el mismo autor, cuando el libro estaba redactándose, aludía en sus cartas a que una de las dificultades que debía salvar venía determinada por la carencia de «un asunto trascendental»578. Y, concretando qué es lo que en la novela falta en cuanto a trascendencia, le dice a Gumersindo Laverde: «No hay religión ni política en ella. [La alusión a De   —180→   tal palo y a Don Gonzalo parece clara]. Toda es Naturaleza, tipos y costumbres»579. Con ello parecía adelantarse a quienes, en los meses siguientes, iban a notarlo al reseñar el libro.

Así lo hace Miguel García Romero en la Revista de Madrid: «No han de buscarse, pues, en El sabor de la tierruca soluciones al problema religioso, al problema político y al económico [...] nada de hondas filosofías ni de fines ultra-trascendentes [...] la novela sirve tan sólo de pretexto para que nos deleite y regocije su autor, describiendo lugares, usos y costumbres de la Montaña». Si parece acertado este juicio, no es fácil concederle la razón cuando, en la página que sigue a la que con tiene el texto transcrito, afirma García Romero que Pereda está en contra de la novela de tesis; no se puede decir de quien ha escrito De tal palo, tal astilla que «en manera alguna puede aprobar el dogmatismo de la novela»580.

Por su parte, en el diario liberal de Pamplona El Navarro, señala Juan Talero: «Un mérito hemos de señalar a esta novela que no tienen otras del mismo autor. No es tendenciosa». Y recuerda cómo, por su ideología ultramontana, Pereda no había perdido ocasión en libros precedentes, de «ridiculizar las ideas modernas»; pero en esta, aunque critica el novelista la corrupción de la administración municipal y el caciquismo, «no comete la injusticia de atribuir su florecimiento a determinadas ideas». Clara alusión, nos parece, a las tesis de Don Gonzalo, en la que Pereda atribuía a la revolución del 68 muchos de los males de la situación de aquella administración.

También Duque y Merino aludía en su crítica a la habitual tendenciosidad de las novelas del escritor de Polanco: «Para aplaudir sin reserva las obras de Pereda, hay que prescindir de muchas cosas. No ya sólo en las novelas tendenciosas, en que hay que combatir sin contemplaciones la tendencia, sino hasta en aquellas a que no ha pretendido dar esa importancia, hay que prescindir siempre de su modo de tratar la filosofía en burlas y a los filósofos con saña». La precaución no era precisa en este libro, por lo que Duque no vuelve a tocar este asunto en su extensa reseña.

Una buena parte del estudio dedicado por Menéndez Pelayo a El sabor de la tierruca se centraba precisamente en la ausencia de tesis: «da gusto a los críticos -escribe, probablemente pensando en los que habían reprochado a las dos novelas anteriores su tendencia- en cuanto no prueba nada, ni va a ninguna parte, sino a hacer sentir y gozar. Posible será que, apoyados en esto mismo, y volviendo por pasiva sus antiguas censuras, le nieguen alcance y trascendencia». Por el contrario,   —181→   para él, en esa falta de propósitos trascendentes radica el gran mérito del libro; y ello porque, como transparentan sus palabras, a don Marcelino le disgustaban muchas cosas de la «novela moderna»: «se levanta enormemente -dice de la de su amigo- sobre todo el conjunto de estériles complicaciones, de interiores ahumados, de figuras lacias, de sentimientos retorcidos, de psicologías pueriles, de que vive en gran parte la novela moderna. [...] Este libro no nos trae ni problemas, ni conflictos, ni tendencias ni sentidos»581.

Como ya quedó dicho, Alas respondió a muchas de las opiniones de este artículo de Menéndez Pelayo, como si contra él hubiera sido dirigido. Y este es precisamente uno de los puntos a los que dedica más espacio en su crítica en La Diana. El interés que tiene este texto, no sólo en relación con la novela que analizamos, sino con el problema más general de la novela tendenciosa, justifican el que lo comentemos con cierto detenimiento.

«Curándose en salud, o mejor dicho, curando en salud al señor Pereda, Menéndez Pelayo dice que en El sabor de la tierruca no hay tendencia, ni un propósito trascendental, ni nada de lo que a la crítica le había parecido mal en libros anteriores del mismo novelista».



Recoge luego el anunciado temor de don Marcelino de que tal vez ahora los críticos reprochen a Pereda esa falta de trascendencia: «Distingamos, amigo mío: yo he sido uno de los que han censurado en Pereda sus filosofías y tendencias». Y, resumiendo lo escrito en otras ocasiones, recuerda aquí cuáles eran a su juicio las principales limitaciones de El buey, Don Gonzalo, De tal palo: limitaciones no sólo de tendencia, sino de entidad artística. «Pues bien, ahora en El sabor de la tierruca no hay propósito trascendental ultramontano (no hay más que unos cuantos palos a la memoria de Espartero) y por este motivo solo parece ser que se nos exige que aplaudamos sin reserva, conforme a lo prometido». Lo cual, expone Clarín, no es posible, porque, al margen de la tendencia que el libro pueda presentar, este carece de algo mucho más fundamental para ser elogiado, precisamente lo que en páginas atrás ya comentamos: acción, argumento, entidad novelesca. Por decirlo con palabras del propio crítico: «Lo que yo censuraba en las novelas anteriores de este autor, no era que tuviesen una acción seguida, un argumento, un objeto definido, sino que todo esto fuera malo. En El sabor de la tierruca, ya no se puede decir que todo eso sea malo; pero se puede lamentar que no lo haya siquiera»582.

De las referencias críticas de años posteriores, citaremos el juicio   —182→   de Emilia Pardo, en 1891, acerca del verdadero propósito del libro, lejos de toda tendencia: «obra más desinteresada, franca de tesis, nada demostrativa, propuesta únicamente a reproducir la íntima hermosura de una región»583.




ArribaAbajo5. Idilio, epopeya mítica, novela realista

Al referirnos, páginas atrás, a la impresión crítica que esta novela produjo, señalábamos la desorientación que, según Cossío, predominó en buena parte de las reseñas inmediatas. Ello es especialmente notorio en los comentarios que se ocupan de aspectos tales como descripciones, ambientación, presentación de personajes, etc. El sabor escapaba a los cánones convencionales de la novela realista y de ello dan buena cuenta textos como los que enseguida comentaremos, en los que se observa, con raras excepciones, una notable confusión de términos como tono épico, bucolismo, naturalismo, caricatura, simbolismo, mitología.

Recordemos que, en su etapa preparatoria, el novelista había pensado como un posible título el de La Epopeya de Cumbrales. Ese cierto tono épico de algunas páginas de la novela fue notado por más de un crítico; el primero, Luis Alfonso: «La descomunal batalla que entre ambos vecindarios se riñe, es digna de las mismas batallas de la Iliada, por la manera como la narra y analiza el autor». Menéndez Pelayo -destinatario, precisamente, de una de aquellas cartas en que se aludía a ese título después desechado- insiste en la misma observación: «Hay trozos en su libro, como el de la lucha de los dos pueblos rivales, o el de la entrada del ganado en las mieses, que parece que están reclamando el metro épico»584.

Conviene recordar, para dar su verdadero sentido a observaciones como las anotadas, que, en definitiva, no hacían sino responder a lo que el propio autor de la novela sugería, cuando titulaba el capítulo XXIII, que relataba la pelea campesina, «Griegos y troyanos», o cuando, en un determinado momento de su narración, escribía: «Fragor produjo esta caída; pero no por el choque de las armas, como cuando caían los héroes de la Iliada...»585.

Hubo, entre los críticos posteriores a 1882, alguno que llevó más allá estas apreciaciones, creyendo encontrar una cierta dimensión simbólica y mítica en algunos de los elementos de la naturaleza que «protagonizan» la novela. L. Ruiz Contreras, en una crítica a la edición de   —183→   El sabor como tomo X de las Obras Completas de Pereda (1889), recogida en su folleto Tres moradas (1897), escribía:

«Trátase de un drama en que toma parte activa la naturaleza entera, no de bajas pasiones entre míseros hombres; aquel roble [la cajiga del capítulo I, cuya descripción ha transcrito] luchará con otro personaje poderoso y fuerte como él, pero no tan noble; ruin y casquivano [...] el ábrego se llama este nuevo personaje».

Continúa citando con detalle el episodio del vendaval del capítulo XXII; y concluye con esta interpretación del sentido mítico que, a su juicio, tiene el episodio que comenta: «adecuada representación de una filosofía casi mitológica, que caracteriza y distingue al pueblo de atrasada cultura que Pereda retrata, paréceme la cajiga que se despereza y el ábrego que barre las calles»586.

No era Ruiz Contreras el único en destacar la importancia y el mérito que en la novela tienen esos elementos; otros críticos alabaron las páginas que se ocupan de la cajiga, en el capítulo I, y del ábrego, en el XXII. Así, en 1895 escribía René Bazin: «Ce que je connaissais des oeuvres de M. de Pereda m'avait appris qu'il était un grand artiste, un styliste achévé et un écrivain fecond à la fois. J'avais presente à l'esprit cette description d'un chêne-rouvre par où debute El sabor de la tierruca, et qui tient trois pages, des plus fortes qu'on puisse lire»587, Y en cuanto al vendaval, para López de Gurrea (1895) era «una magnífica personificación de una de las fuerzas de la Naturaleza, hecha con brío y con sin igual donaire»588; para Martínez Kleiser, en 1907, esta es una de las descripciones magistrales, de las muchas que abundan en la obra perediana589.

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No podía faltar en las críticas a esta novela la discusión acerca de si podía o no ser calificada como realista. Para Alonso y Zegrí «su realismo [...] no es exótico como el de otros» (velada alusión al realismo-naturalismo francés); «es, por el contrario -opina- el realismo de Fernán Caballero, a quien se parece algo el escritor montañés; aun que calza más puntos y tiene muy mayores alas que la justísimamente afamada pintora de las costumbres andaluzas»590.

F. Miquel no dudará en aplicar a este libro el discutido calificativo de naturalista, pero dando al término una acepción de indudable raíz pictórica: «El sabor de la tierruca produce en la lectura una impresión idéntica a la que producen los cuadros de Breton, de Bastien Lepage, de Michetti y de varios artistas de nuestra patria a quienes no citamos por que los conoce todo el mundo, cuadros inspirados en el mismo criterio, en el mismo sentimiento naturalista de buena ley que guía hoy de un modo decidido al señor Pereda y que ha sido siempre el nervio y a nuestro entender el mayor encanto de sus producciones literarias». Y sigue, teorizando acerca de las modernas tendencias artísticas en el estudio del natural y sus consecuencias en el plano moral: «El arte de trasladar al lienzo con los colores o a las páginas del libro por medio de la pluma, las escenas y las figuras que el poeta y el artista tienen constantemente ante sus ojos, ha de ser medio de que se valga el arte, nunca fin del arte [...] Así lo entiende también el Sr. Pereda a quien no podrá tacharse a buen seguro de descuidado en precisar y acentuar el sentido moral y social de sus obras, y de quien no podrá decirse que sacrifique la bondad y la belleza en aras del repugnante realismo que en Francia, en Italia y recientemente en nuestra misma España tratan de darnos algunos autores como el summum de la poesía y del arte, derrochando tesoros de talento que podrían emplear con mayor provecho»591.

Duque y Merino encontraba un grave inconveniente para considerar realista El sabor: su tendencia a la exageración y a la caricatura:

«En ocasiones no es tampoco realista; porque exagerar la realidad no es realismo; y en algunas escenas, y en algunos tipos de esta obra -como acontece en casi todas las del Sr. Pereda- la exageración ha tomado cuerpo, carne y vida, las ha llenado con exuberancia, desbordándose por doquiera y desfigurando totalmente la verdad verdadera. [...]

»Pudiera haberla hecho realista, si lo ridículo, que en su humorismo genial ve en todas partes a donde mira, no se encontrara tan frecuentemente exagerado; si la caricatura no asomara tantas veces su grotesca faz, y si, de vez en cuando, la fantasía no fuera más allá de lo que la observación más detallada y minuciosa enseña».



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También Clarín apunta la misma objeción que Duque, aunque no se muestre tan riguroso como aquel: «Aplaudo y de todo corazón, las descripciones legítimamente naturalistas, bellas d'aprés nature que abundan en el libro, aunque recomiendo al autor que para describir cuadros naturales, vale más que por completo prescinda de su personalidad, y se deje de entreverar sus pinceladas con arranques generales, que si son graciosos (a veces mucho), quitan el encanto de la verdad a lo que pinta»592.

Observamos en el texto de Alas el empleo del adjetivo naturalista aplicado a algunas descripciones de El sabor; no es la única -aunque sean escasas- alusión a la controvertida escuela. Pero, como los propios textos demuestran, no hay la menor precisión crítica en su aplicación a estos casos. Así para Albert Savine, en esta novela «Pereda est en effet naturaliste dans le vrai sens du mot [...] il peint ce qui est, sans vouloir tout peindre et sans vouloir tout exprimer»593. Mientras Hanna Lynch, comentando alguna de las escenas ecológicas, afirma: «This is nature in the broadest an fairest sense of the word: not the nature of the French novel»594.




ArribaAbajo 6. Paisaje con figuras

Tipos y paisajes pudiera haberse titulado el libro, si tal título no hubiera sido ya utilizado por su autor para uno de los anteriores. Por que, como notaron muchos de los textos críticos que hemos tenido ocasión de comentar, lo que llena las páginas de El sabor son los personajes en su marco natural. Y este aspecto del libro también fue objeto de análisis, en especial, en la pluma de Leopoldo Alas. En su artículo de La Diana dice del libro que es «nada más que una colección de paisajes en los que el hombre se presenta entre los demás animales de la creación, sin que se le dé mucha mayor importancia que a las vacas y a las gallinas»595.

No se trataba de una observación marginal, dicha al pasar, sino un tema que al crítico asturiano le interesaba especialmente596, como lo muestra el hecho de que en el «Palique» que publica por esos mismos días en La Publicidad se reitera, algo más detalladamente, la misma idea:

«Como libro de primorosas descripciones naturales, gráficas, sencillas y correctas, no tiene pero el Sabor de la tierruca. Pero [...] es un paisaje desierto. Los hombres allí son un adorno   —186→   más, figuran sin más importancia que los árboles y los animales. Describe a Nisco el autor como podría describir una vaca; se ve que estos hombres de Pereda son un producto de la tierra, ganado humana»597.



Además de esta minimización de los personajes en relación con su marco ambiental, Alas señaló algo que a su juicio, venía siendo habitual en Pereda: la superioridad de los tipos rústicos sobre los caballeros, en cuanto creaciones artísticas: «Prueba de eso, de que Pereda pinta bien sus rústicos en cuanto parte de la fauna de su tierruca, es que en metiéndose con los señores, con los personajes que lo mismo podrían ser de la Montaña que de otra parte, ya no acierta y cae en lo vulgar, en lo indeterminado y borroso. Ya le sucedió esto en De tal palo, tal astilla. Valen mucho los aldeanos y poco los caballeros»598.

Entrando en el análisis detallado de los personajes de la novela, comenta Clarín lo que le parecen algunos de los más importantes de tan poblada galería:

«Don Juan de Prezanes, que es el personaje mejor estudiado, es un temperamento, es más bien una especie de maníaco; los rasgos que el autor apunta no están mal, se conoce que son producto de verdadera observación, pero el tipo se acentúa demasiado, y el mismo autor le abandona como cosa secundaria. Don Pedro Mortera no es nadie, es un signo negativo de don Juan, pura álgebra. Ana y María son dos muchachas como cualesquiera. [...] Pablo, la Rámila, el alcalde, valen poco; Chiscón ya es otra cosa, y Nisco es la figura más acertada, mejor hecha, estudiada y pintada más despacio. Las mejores escenas del libro, prescindiendo de las de puro paisaje, son las que a Nisco se refieren»599.



Sorprende que en esos párrafos no se aluda a una de las creaciones más notables del libro, don Valentín, personaje que la crítica posterior había de recordar especialmente. C. Vidal de Valenciano, en un tardío comentario a El sabor, publicado en la Revista de la España Regional en 1886, dice de ese personaje: «el tal don Valentín, hombre de bien a carta cabal, es de la pasta que se hacen los Quijotes; su dulcinea es aquella "libertad sacrosanta"». Y, tras señalar cómo en ese tipo se   —187→   podría simbolizar el ejemplar de liberal a la vieja usanza, lamenta que el novelista «dejándose llevar en demasía de sus particulares opiniones, elige al bueno de don Valentín para que desempeñe en el libro el papel de víctima propiciatoria»600.

En cuanto al habla de los personajes, resulta sorprendente notar que fue muy poco lo que se comentó, a pesar de que constituía uno de los aspectos más característicos de la novela. Y, curiosamente, los dos únicos juicios que podemos citar son discrepantes; mientras José Zahonero encuentra impropio el que Chiscón emplee un estilo castizo y excesivamente literario («héteme aquí al aldeano de Cumbrales ni más ni menos literario en el decir que el mismísimo señor Pereda»), Demetrio Duque y Merino -que habla con conocimiento de causa- destaca como una de las cosas más meritorias del libro, la fidelidad en el reflejo y reproducción del habla campesina: «Las galas del decir montañés abundan por todas partes y rebosan de todas las páginas. Muy buenos y muy montañeses, sí, son los diálogos. La observación profunda del autor se manifiesta en ellos con espontaneidad que encanta. La difícil facilidad de repetir con oportunidad y gracejo lo que oye, pocos la poseen en tan alto grado; nadie le supera en esto. Si vivierais en la tierruca, oiríais continuamente diálogos parecidos a los de sus obras; pero tan parecidos, que os harían pensar en si taquigráficamente los copia, sorprendiendo a los que los producen». Sin conocimiento in situ del habla regional que le permitieran tales afirmaciones, Albert Savine se limitaba en su artículo a calificar los diálogos de El sabor de «naïfs et malins tout ensemble»601.





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ArribaAbajoCapítulo X

Pedro Sánchez (1883)



ArribaAbajo 1. Elaboración y publicación

Muy pocos son los datos de que disponemos acerca del proceso de gestación de Pedro Sánchez602. Debió comenzarse entre enero y febrero del mismo año de su publicación, a juzgar por algunas confidencias epistolares de su autor: «Sigo tan haragán como hace cuatro meses y no observo en mí el menor síntoma de la fiebre estética», escribe a Gumersindo Laverde el 19 de enero603; «estuve, en efecto, enredado algún tiempo con ese tal Pedro Sánchez que V. cita -contesta a Pérez Galdós el 23 de febrero-; pero llegó su trato a aburrirme de tal manera [...]604 que le hundí en el más oscuro de los 11 cajones... que tiene mi nueva mesa de París de Francia».

No duraría mucho el encierro de las cuartillas en aquel cajón, puesto que la novela está fechada «Polanco, octubre 1883»605; el día 13 de ese mismo mes, en carta a Menéndez Pelayo, el autor considera la obra como ya terminada aunque necesitada de algunas correcciones606; «están copiándome el manuscrito -informa a su consejero y amigo-   —190→   y tan pronto como se termine este insufrible trámite, imprimiré el libro».

La impresión fue bastante rápida, puesto que a fines de diciembre la novela está a punto de salir: «podrá estar a la venta el 22 -escribe el día 8 al mismo Menéndez Pelayo-, según me lo asegura Tello» 607.

Parece que el editor no tardó muchos días en cumplir su promesa; el mismo día 22 una nota en El Imparcial anuncia: «Una nueva producción del distinguido escritor montañés don José María de Pereda se pondrá dentro de breves días a la venta. Se titula Pedro Sánchez»608; dos días más tarde, La Época publica un fragmento de la novela, precedido de una brevísima nota de presentación. En una carta de Emilia Pardo a su colega el crítico catalán José Yxart, fechada el día 27 se alude a la novela como recién publicada609, mientras en la prensa comienzan a aparecer las primeras notas críticas.




ArribaAbajo 2. Eco en la crítica

Estas son las notas y comentarios críticos de Pedro Sánchez, aparecidas en la prensa a raíz de su publicación:

  1. José ORTEGA MUNILLA, «Una novela y un drama», en Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 24 de diciembre de 1883.
  2. Sin firma, «Una novela nueva», en El Noticiero, Madrid, 26 de diciembre; año I, n.º 30.
  3. Juan de la SOTA, «Un maestro de escribir novelas (D. José María de Pereda)», en La Unión, Madrid, 27 de diciembre; año II, n.º 595.
  4. Valentín GÓMEZ, en La Fe, Madrid, 31 de diciembre.´
  5. Ricardo OLARÁN, «Impresiones», en El Aviso, Santander, 1 de enero de 1884; año XIII, n.º 1.
  6. Santiago de LINIERS, en La Unión, Madrid, 2 de enero; año III, n.º 599.
  7. Luis ALFONSO, «Literatura española», en La Época, Hoja Literaria de los Lunes, Madrid, 4 de enero.
  8. Sin firma, «Notas críticas. 3. Libros», en Revista de España, Madrid, 10 de enero; tomo XCVI, cuaderno 1.º, año XVII, n.º 381, págs. 154-155.
  9. —191→
  10. Claudio OMAR Y BARRERA, «El primer novelista de España», en El Ampurdán, Figueras, 18 de enero; año VI, n.º 215.
  11. «CLARÍN» [Leopoldo ALAS], «Pedro Sánchez», en El Día, Madrid, 27 de enero. Reproducido también en El Correo de Cantabria, Santander, 30 de enero610.
  12. Cayetano VIDAL de VALENCIANO, en La Dinastía, Barcelona, 27 de enero.
  13. Francisco MIQUEL y BADÍA, «Bibliografía. Pedro Sánchez», en Diario de Barcelona, 12 de marzo, n.º 72; 18 de marzo, n.º 78.
  14. Emilia PARDO BAZÁN, «Entre páginas. El Pedro Sánchez, de Pereda», en El Liberal, Madrid, 17 de marzo; año VI, n.º 1.708611.
  15. «LEÓN LEONARDO DE LA LEONERA», en El Español, Santa Clara (Cuba), 18 de mayo.
  16. Albert SAVINE, «Le Gil Blas du XIXe siécle. Un roman nou veau en Espagne», en Revue du Monde Latín, Paris, 25 juillet; tome troisième, deuxième année, 3è livraison; págs. 348-367612.

Como tendremos ocasión de comprobar en las páginas que siguen, la mayor parte de las críticas elogiaron sin reservas la última novela de Pereda. De hecho fue este su primer éxito de crítica y el propio autor lo atestigua en una carta a Menéndez Pelayo, cuando, al mes de aparecido el libro, ha recibido ya alabanzas de críticos muy prestigiosos: «¿Qué te ha parecido el artículo de Clarín? ¿Qué el de Luis Alfonso, si lo has visto, sahumerio de igual alcance que el de aquél? Nada te digo de un sin número de dioses menores que han cantado en la misma partitura, ni de otras cartas (inclusa la de Milá) en que se declara a Pedro Sánchez lo mejor que yo he hecho y de lo mejor que se ha visto en el ramo de novelas [...] En Barcelona ha sido extraordinario el éxito entre los muchos devotos que tengo allá. ¿Conoces a Sardá, crítico catalán? ¿Vale   —192→   algo? En opinión de éste, según me escribe Savine, Pedro Sánchez es la mejor novela de estos tiempos»613.

A estas ponderaciones, que tanto le enorgullecían, pronto pudo añadir la que le comunicaba Pérez Galdós en carta del 13 de marzo: «Pocas novelas he leído (y españolas seguramente ninguna) que me hayan agradado tanto. Créalo V., tanta sencillez unida a tanta verdad y belleza me tienen admirado [...] Ya habrán llegado a V. felicitaciones de más autoridad de ésta y habrá ud. comprendido el gran éxito que su libro ha tenido»614. Aunque no lo mencionase, se apoyaba el novelista canario también en opiniones ajenas; unos días antes había recibido el siguiente comentario en una carta del crítico de El Imparcial, José Ortega Munilla: «El Pedro Sánchez de Pereda me ha gustado mucho. Es un libro de maestro»615.

En efecto, pronto se afianzó la opinión de que aquella era la mejor novela de su autor hasta el momento. El primero en formularlo públicamente es Santiago de Liniers: «Es a mi juicio Pedro Sánchez, la mejor novela del mejor de nuestros novelistas contemporáneos»616.

Mucha mayor importancia tiene el elogio de Clarín; como él mismo reconoce, había sido particularmente riguroso con las anteriores novelas de Pereda, y, a partir de esta, se va a convertir en uno de sus defensores617: «En mi humilde opinión es la mejor novela de Pereda, y una de las mejores que se han escrito en España en estos años de florecimiento   —193→   del género». Tras comparar esta novela con La desheredada -por la importancia relativa de cada una de ellas en el conjunto de las de sus autores respectivos- explica cómo con este libro ha logrado superar el novelista de Polanco las limitaciones que el propio Alas había señalado en los anteriores: «Yo debía al ilustre montañés un artículo franco, entusiástico aplauso para el día en que él cumpliera ciertas condiciones que en Pedro Sánchez ha cumplido». Y luego de señalar cuáles eran aquellas condiciones618, concluye con una frase que, por su profundo sentido, consideramos excelente definición de la obra que nos ocupa: «No será este el mejor libro montañés de Pereda; pero es, con mucho, su mejor novela»619.

También para Emilia Pardo Bazán Pedro Sánchez supuso un cambio en su actitud crítica frente a Pereda. La escritora coruñesa, que no había escrito sobre el santanderino otra cosa que el famoso párrafo del huerto, del que pronto nos ocuparemos, inició con la de esta sus críticas a las novelas peredianas620. Y cuando en 1891, publicadas algunas de las obras más notables de su autor, aludía a esta novela de 1883, escribía la autora de La cuestión palpitante; «obra culminante, equilibrada, completa, es en mi concepto Pedro Sánchez [...] una de las novelas más hermosas que nunca se habrán escrito en castellano, y la perla de la colección de Pereda». Y recordaba: «Yo entronicé a Pedro Sánchez y otorgué después de Pedro Sánchez el punto de honor a Sotileza y La puchera entre los libros de la segunda manera del autor montañés»621.

No es exagerado, pues, hablar de éxito de crítica a propósito de esta novela622; su eco parece que llegó pronto a Francia, según la justificación   —194→   que esgrime Savine para su estudio, publicado en julio de ese año: «Le succés subit, absolument inattendu, très-grand, à Madrid et dans les autres centres litteraires des Espagnes, du nouveau roman de M. José María de Pereda, Pedro Sánchez nous semble un motif imperieux de rompre le silence désormais coupable»623.

Pues bien, aquel éxito, aunque le fuese grato, sorprendió y confundió al autor y lo mismo sucedió con su amigo y consejero Menéndez Pelayo. «A todo esto -dice Pereda a Marcelino en la carta del 8-II-84 que antes citábamos- ¿seremos tú y yo los equivocados, o lo serán tantas y tan diversas gentes que piensan de diverso modo que nosotros?»624. Por su parte, el polígrafo santanderino al informar a Valera de tal asunto con pocos días de diferencia, formula una opinión todavía más rigurosa: se trata -a juicio del crítico y del propio novelista- de su peor obra: «...una novela [...] que al autor y a mí nos parece la peor o menos buena que él ha hecho, pero que los críticos, y a su frente Clarín han declarado la mejor de todas, llegando a graduarla de obra maestra»625.

No se limita Menéndez Pelayo a exponer esta opinión en cartas privadas, sino que la repite, casi con idénticas palabras, al enjuiciar públicamente la novela y la reacción crítica que suscitó: «Confieso que la unánime aprobación, diré mejor, la alabanza sin restricciones que ha coronado a Pedro Sánchez, ha sido para mí como para su autor una verdadera aunque agradable sorpresa [...] Pereda y yo nos hemos llevado en esta ocasión un solemnísimo chasco»626.

Es muy significativa esta reacción ante la primera novela cortesana de su amigo, y el éxito crítico que obtiene; reacción que se explica por un cierto temor ante la posibilidad de que, halagado por este éxito, abandonase Pereda la novela regional por la cortesana: «Yo, en este caso soy, ante todo, montañés, y quizá me equivocaré y daré a Pereda un mal consejo, excitándole, por su gloria misma a no salir de su huerto y a no hacer caso de los que encuentran limitados sus horizontes627 [...] A mí me ha encantado más que a nadie el éxito de Pedro Sánchez; pero con este encanto iba mezclado en cierta dosis el temor de una deserción»628. Pero resulta curioso el empeño del autor de los Heterodoxos en implicar al propio Pereda en sus juicios; hasta tal punto que, cuando,   —195→   de manera bastante sutil, quiere enumerar las limitaciones que, en su opinión, presenta la novela, lo hace del siguiente modo:

«Temíamos el autor y yo que pareciese esta novela conjunto de reminiscencias algo pálidas o de adivinaciones remotas y que la ausencia del modelo vivo le quitase frescura y animación. Temíamos que pareciese lenta y perezosa en los primeros capítulos, y un tanto atropellada hacia el final629. Temíamos que renunciando el pintor a casi todas sus ventajas indiscutibles, al paisaje, al diálogo, al provincialismo, a lo más enérgico y característico de su manera, renunciase por el mismo hecho a sus mayores triunfos. Temíamos que la forma autobiográfica, la forma de Memorias, perjudicase al fácil caudal de un ingenio tan exterior y tan objetivo, y tan poco amigo de refinamientos psicológicos. Temíamos que el mismo carácter del héroe, entidad algo pasiva, movida por las circunstancias, mucho más que movedora de ellas, comunicase cierta languidez al conjunto de la obra, impidiendo al lector interesarse sinceramente por el protagonista. Temíamos, finalmente, que el carácter en gran manera prosaico de las escenas políticas, que son la mayor parte del libro, hubiese influido en detrimento de su valor estético»630.



Además de destacar la valía de esta novela, varios críticos de la época notaron algo que hoy nos parece evidente: el hecho de que con aquella iniciaba Pereda una nueva etapa en su novelística. Es, según creemos, Emilia Pardo Bazán la primera en formular esa idea, ya con la perspectiva que le permite la fecha (1891) en que escribe: «la segunda manera arranca, si no me engaño, de la novela titulada Pedro Sánchez»631. Un año más tarde, lo repite el anónimo autor del artículo «Pereda» en el bonaerense El Correo Español: «Pedro Sánchez, soberbia novela con la cual comienza, digámoslo así, el segundo período de la vida literaria de don José María de Pereda»632. Y, ya en 1898, Boris de Tannemberg insiste en esta opinión, que razona en base a la modernidad de los procedimientos narrativos que usa Pereda a partir de este libro: «Au point de vue de la composition et de la facture, comme aussi de la profondeur psycologique, Pedro Sánchez commence une periode nouvelle dans l'evolution du talent de Pereda. Il s'y montre, pour la première fois, maître de tous les procédés de roman moderne, dont il usera toujours à l'avenir et saura tirer un excellent parti»633.




ArribaAbajo 3. La superación del localismo

Como recuerda Germán Gullón, «al hablar de Pedro Sánchez   —196→   (1883), de José María de Pereda, es casi obligado comenzar con una cita de doña Emilia Pardo Bazán, tomada de La cuestión palpitante»634. En efecto, es ya tópico -y también lo fue en su tiempo-, considerar que esta novela era la respuesta perediana a la siguiente provocación de la escritora gallega:

«Puédese comparar el talento de Pereda a un huerto hermoso, bien regado, bien cultivado, oreado por aromáticas y salubres auras campestres, pero de limitados horizontes [...] No sé si con deliberado propósito o porque a ello le obliga el residir donde reside, Pereda se concreta a describir y narrar tipos y costumbres santanderinas, encerrándose así en breve círculo de asuntos y personajes [...] jamás intentó estudiar a fondo los medios civilizados, la vida moderna en las grandes capitales, vida que le es antipática y de la cual abomina; por eso califiqué de limitado el horizonte de Pereda».



Y, unas líneas más adelante, formulaba así su reto al novelista de Polanco:

«Si algún día concluyen por agotársele los temas de la tierruca -peligro no inminente para un ingenio como el de Pereda-, por fuerza habrá de salir de sus favoritos cuadros regionales y buscar nuevos rumbos. No falta, entre los numerosos y apasionados admiradores de Pereda, quien desea ardientemente que varíe la tocata»635.



Cabría discutir si Pereda escribió Pedro Sánchez movido directamente por ese comentario; es significativo el hecho de que, cuando en sus cartas se refiere a esta novela en proyecto, ni una sola vez aluda a la «provocación» de doña Emilia636. No obstante, algunos testimonios posteriores sí parecen dar la razón a quienes sostienen que fue una «obra en realidad escrita como respuesta a La cuestión palpitante»637.

El primero de tales testimonios nos lo da la propia Pardo, muy interesada en atribuirse la última responsabilidad de este cambio en la narrativa perediana. Así, en su reseña, alude a la «feliz determinación de salir del huerto paterno, como me decía el autor en discretísima carta   —197→   recordando frases de un libro mío»638. Años más tarde (1891), con motivo de la polémica entre ambos escritores con ocasión de Nubes de estío, recordaría Pereda el tópico del huerto y reconocería su papel incitador: «Tantas veces se me ha dicho que era una lástima que no me resolviera a salirme de mi huerto, que quizá sin esos dichos me hubiera ahorrado yo el trabajo de escribir, por probar de todo, Pedro Sánchez y La Montálvez»639. No pierde la ocasión la novelista gallega y, en su respuesta al artículo en que figuran las anteriores frases, insiste de nuevo -no sin orgullo- en lo mismo: «¿Habré granjeado el honor de que el Sr. Pereda, al escribir Pedro Sánchez y La Montálvez pensase un poquirritín en lo del huerto640.

A pesar de todo lo citado, sería muy limitado responsabilizar únicamente al juicio de La cuestión palpitante del ensayo que hizo Pereda en la novela que nos ocupa. Porque Pardo Bazán no hacía en aquel texto más que exponer una idea que estaba bastante extendida entre los críticos; casi todos saludarán en Pedro Sánchez la superación del localismo como uno de sus méritos641. R. Olarán, en El Aviso, escribía: «Pereda, a quien todo el mundo rendía el tributo de justa admiración como escritor de costumbres de su tierra, carecía en concepto de algunos de las condiciones necesarias para remontar su vuelo a la región de la novela, si la acción de ella traspasaba los lindes de la provincia». Y en él diario madrileño La Unión, Santiago de Liniers opinaba: «Conocíase únicamente a Pereda como inimitable pintor de paisajes y escenas rústicas [...] y hasta era voz que no carecía de crédito entre la gente del oficio la que profetizaba al autor de Don Gonzalo González de la Gonzalera grandes desengaños, el día que abandonando sus escenarios y personajes favoritos trasladase a más espacioso teatro [sus argumentos]»642.

  —198→  

Se diría que esas últimas palabras recogen, sin mencionarla, la opinión antes citada de Pardo Bazán que, repetimos, era voz común en la crítica. También participaba de ella Luis Alfonso, quien, al mostrar el estado a que había llegado la obra perediana, señalaba que «le faltaba a Pereda una obra de carácter universal, de las que todos y en todas partes puedan conocer y estimar igualmente. Para conseguir este triunfo es necesario o que la acción de la novela se desenvuelva en un gran centro, como las de Balzac en París, y las de Dickens en Londres o que recorra distintos puntos, como las de Cervantes, Le Sage, Manzoni y Walter Scott».

Como no podía ser menos, también Pardo Bazán notaba en su reseña el acierto del cambio de ambiente: «En Pedro Sánchez, Pereda ha tendido su vuelo, ha tocado nuevos registros, ha estudiado esferas sociales donde antes nunca quiso penetrar»643. Y Pérez Galdós, en su discurso en la Academia (1897) afirmaba que «en Pedro Sánchez tanteó Pereda la novela urbana con singular acierto»644.

Lo más curioso es que, pese a la seguridad con que todos lo repetían, no era cierto el que con esta novela su autor entrase por vez primera en ambientes cortesanos; tal vez por tratarse de una novelita poco difundida, olvidaban La mujer de César, uno de los tres Bocetos al temple, de 1876 y en el que muestra Pereda por vez primera esa inquina anticortesana que le inspirará -además de algunos aspectos de Pedro Sánchez- la tesis central de La Montálvez (1888), su otra novela «madrileña».

Además de señalar el evidente cambio de ambientación, la crítica elogió la exactitud con que el novelista recreaba el Madrid de mediados de siglo. Así lo hace José Ortega Munilla en Los Lunes de El Imparcial: «La sociedad de aquellos años pasa ante la vista del lector con sus costumbres y sus esperanzas, finamente pintadas y satirizadas con crueldad. La Literatura y la política de entonces son objeto de preciosa galería de medallones en que Pereda luce su estilo y su ingenio, superiormente empleados en interesante asunto».

Es curioso que sea precisamente un francés, Albert Savine, el único en objetar uno de los aspectos de esa novedosa ambientación, el relativo a los tipos y caracteres de la sociedad cortesana: «L'unique défaut de Pedro Sánchez, au point de vue des types, des caractères, est la timidité, l'éffarement subi par le romancier à la pensée de peindre en pied, pour la première fois, ces gens de la grande ville qui lui sont antipathiques, [...] les types madrilènes de Pedro Sánchez n'ont donc tout le rélief que M. de Pereda serait capable de leur donner»645.

  —199→  

Pocos años más tarde, en 1886, en su curioso estudio «D. José María de Pereda y la novela picaresca contemporánea» (en el que expone la idea de que Pereda descubrió el filón de un nuevo tema novelesco en la realidad contemporánea, cual es el de la picaresca o corrupción de la administración pública y de la política en general646), Arturo Campión insiste en la verosimilitud, en incluso historicidad, de muchos aspectos de este libro: «La narración de Pedro Sánchez es tan verosímil, compendia tantos hechos reales que cada uno de nosotros directamente conoce que parece una biografía. El fondo es verdadero, y los detalles [...] en muchos casos, históricos».

Pero hay un testimonio extraodinariamente valioso por venir de alguien que no sólo conoció bien aquella época y sus sucesos, sino que era una voz muy autorizada para juzgar, por propia experiencia, la tarea de darles forma novelesca: Pérez Galdós, quien en un artículo en La Prensa, de Buenos Aires, escribía en 1888: «La revolución en las calles, las escenas y altercados en los clubs, la vida y lances del periodismo, son cuadros de perfecta verdad y hechura, que nos revelan con exactitud admirable la vida de Madrid en los años del 54 y 56»647.

Este juicio del autor canario puede ser oportuno para aludir a uno de los aspectos que la crítica reciente ha señalado en Pedro Sánchez: su similitud con los Episodios Nacionales. Tal vez por la falta de perspectiva para establecer semejanzas e influencias, esta dimensión pasó desapercibida a los críticos coetáneos, aunque no a Gómez de Baquero, quien, ya en fecha tardía (1906), decía de Pedro Sánchez: «es en cierto modo un episodio nacional»648.




ArribaAbajo4. Autobiografismo

En Pedro Sánchez se reconstruyen con precisión y exactitud aquellos ambientes cortesanos de los años cincuenta, que Pereda, estudiante   —200→   en Madrid entre 1852 y 1854, conocía bien. De ahí las coincidencias entre la biografía juvenil del autor y la de Pedro, que no pasaron desapercibidas ni para los críticos ni para los lectores coetáneos de Pereda y que han permitido a la mayoría de los biógrafos y estudiosos de su obra utilizar muchos datos de esta novela como complemento de los rigurosamente biográficos649. Como, de otra parte -por razones de técnica narrativa que estudiaremos- el relato está en primera persona, todo ello influye para que, en palabras de Cossío, «ya desde su publicación se ha pretendido que esta novela tiene un marcado carácter autobiográfico»650.

Es también Ortega Munilla quien «descubre» el tema en su crítica ya citada; tras destacar los rasgos positivos del carácter del protagonista -en un texto que más adelante tendremos ocasión de comentar- pregunta: «¿No hay algo de esto en el alma de Pereda? Yo creo que sí». Más explícito es Luis Alfonso: «Por la forma autobiográfica del libro, por la viveza de los recuerdos de treinta años antes que evoca, por determinadas alusiones y ciertas veladuras, paréceme descubrir mucho de subjetivo en la narración de Pedro Sánchez, y tengo para mí que Pereda ha utilizado sus propias memorias juveniles y ha labrado la figura novelesca en madera de su propio cuerpo». Más perspicaz es Leopoldo Alas al sugerir: «Yo creo que en aquel Pedro Sánchez que hizo tantas atrocidades patrióticas de que el Sr. Pereda sería incapaz, hay algo del alma del autor, sobre todo al principio, cuando vive en su provincia y siente aquellos arrebatos religiosos en la catedral, y cuando reflexiona de manera tan sensata al escribir tales memorias»651.

Parece que, con el tiempo, el supuesto autobiografismo de esta novela se convirtió en tópico usual en críticos y biógrafos. Pueden servirnos de testimonio los textos que a continuación transcribimos, pertenecientes a estudios publicados con motivo de la muerte de Pereda. El primero de ellos pertenece al trabajo que en Razón y Fe firmaba J. M. Aicardo:

«Poco traqueteado ha de estar en achaques de obras autobiográficas quien no columbre tras los tenues cendales de Pedro Sánchez una narración de la adolescencia del poeta y de su entrada en la villa y corte; quien no saltee y coja in fraganti tras el mocito montañés pretendiente a Valenzuela, tras el complejo protagonista Pedro Sánchez a nuestro ilustre montañés, no   —201→   pretendiente a Valenzuela, sino aspirante a artillero; pero de iguales talentos, de semejantes aficiones, y hasta con nombre medio parecido a aquel, J. M. de Pereda Sánchez»

652.


Señalemos a propósito de ese texto dos cosas: primero, que parece que su autor tiene presente la puntualización que por aquellas mismas fechas habían notado los autores de los Apuntes para la biografía de Pereda: «En Pedro Sánchez [...] se ha dado por autobiográfico lo que no tenía nada de tal, pues Pereda ni anduvo jamás por otras redacciones de periódicos que por las de Santander, ni tuvo relaciones de ninguna clase con ningún Valenzuela ni "polaco"»653. En segundo lugar, llamemos la atención sobre la conjetura -que no hemos visto señalada en ningún otro autor- de que en el nombre de su personaje hubiese apuntado el novelista una similitud con sus apellidos, que, en efecto, eran Pereda y Sánchez de Porrúa.

Más categórica -aunque basada en una afirmación no probada- es la opinión de Luis Martínez Kleiser, quien en su conferencia de diciembre de 1907 dice del novelista polanquino que, cuando llegó a Madrid en «época de revueltas políticas [...] la realidad febril fecundó en su imaginación una novela que, después de la necesaria incubación, salió a la luz bajo el nombre vulgar de Pedro Sánchez. Allí, según confesión propia, se describe él a sí mismo, escondido y encubierto bajo el artificio de la trama, en el tipo del revolucionario protagonista»654. No sabemos a qué confesión propia se refiere este autor, a no ser que se trate de un confidencia oral; el silencio perediano en este punto es notable. Tan sólo podría aducirse un testimonio epistolar que prueba que las lecturas juveniles del personaje fueron las mismas que las del autor. En carta a Menéndez Pelayo del 12 de febrero de 1902, transmite el novelista a su erudito amigo una consulta que, a su vez, le ha sido hecha por un investigador americano: «Un condenado yanquee profesor de lenguas romanas en la Universidad del estado de Misouri, me escribe rogándome que le diga qué casta de novela es El hombre feliz [...] Es una de las tres que leía Pedro Sánchez y guardaba su padre en la alacena que le servía de librería. Hasta me cita el texto del pasaje. Aunque apenas me acuerdo ya de quién era Miseno, recuerdo muy bien el sabor y tendencia del libro»655.

  —202→  

Tal vez como consecuencia inevitable de su perspectivismo, los relatos que adoptan la forma autobiográfica suelen caracterizarse por un cierto tono melancólico y pesimista que tiñe su visión desengañada de la vida656. De ese tono participa también la novela que estudiamos y la crítica de la época supo destacarlo como uno de sus mejores logros. He aquí el testimonio de Menéndez Pelayo: «Todos han ensalzado unánimemente la serena melancolía que el libro revela, la mirada firme y desengañada que el autor dirige sobre las cosas humanas, la amargura sin misantropía con que juzga nuestro estado social, y la verdad poética que lo ennoblece»657.

Pese a lo que afirma don Marcelino, esa opinión no es tan unánime: no hemos encontrado entre las críticas inmediatas de Pedro Sánchez otro juicio que el de Alas para confirmar aquella afirmación. Dice el autor de Sermón perdido que esta novela de Pereda «deja en el alma una profunda impresión, en la que se mezclan dolor y placer: el dolor de las tristezas del mundo, contemplada en su espejo fiel, el arte naturalista»658. Y Martínez Kleiser denomina fatalismo extraño al tono que caracteriza a la novela de 1883: «Dije antes que en esta novela vagaba un fatalismo extraño en su autor [...] se lee quizá con más avidez que otras obras suyas, pero deja en el alma un pesimismo y una desilusión que agobia y que entristece»659.




ArribaAbajo 5. «El Gil Blas del siglo XIX»

El autobiografismo de la forma narrativa, unido a otros aspectos de la novela, como el que Pedro redacte sus memorias desde la perspectiva de su ancianidad, motivaron que inmediatamente los críticos señalasen similitudes entre la novela de Pereda y algunas de las picarescas, lo cual terminó convirtiéndose en uno de los lugares comunes más repetidos en las críticas de Pedro Sánchez. Mas no fueron las obras maestras del género -como Guzmán de Alfarache, con la que esta   —203→   novela de Pereda guarda bastantes semejanzas660- las mencionadas entonces como término de la comparación, sino el Gil Blas de Santillana. Pese a lo que suele decirse, atribuyendo a Pardo Bazán la invención de este tópico661, hubo otros críticos que antes que ella sugirieron el título de Lesage, aunque no alcanzasen a desarrollar la comparación.

Fue Ortega Munilla quien primero mencionó aquel título, aunque fuese más para marcar las diferencias que las semejanzas: «¿Qué clase de libro es este? Una autobiografía, ni cínicamente cómica, como la del Gil Blas de Santillana, ni sistemáticamente sentimental como el David Copperfield, de Dickens». Poco después, y muy de pasada, Alas repetía la alusión; refiriéndose al viaje del protagonista, de la Montaña a Madrid, opina que «ni el viaje de Gil Blas desde Oviedo a donde quiso la suerte, es más interesante que este»662. Algo más preciso fue F. Miquel en su crítica en el Diario de Barcelona, al señalar que, al llegar a Madrid «le pasan al héroe de la narración de Pereda una serie de aventuras, algo parecidas a veces a las de Gil Blas de Santillana y Gil Pérez de Marchamalo, por las cuales aprende a conocer al mundo y los hombres»663.

Ahora bien, aunque no fuera suya la idea original, sí corresponde a doña Emilia el mérito de haber tratado con cierto rigor la comparación con la novela de Lesage: «Si algún libro recordamos involuntariamente al leer Pedro Sánchez, es Gil Blas de Santillana. Sin que sea posible indicar dónde existen las reminiscencias, parece modelo de la autobiografía del despierto santanderino la del travieso asturiano de Lesage». Y siguen unas páginas en las que analiza el carácter de ese protagonista, en el que destaca un rasgo propio de la picaresca, cual es su carencia de sublimidad -«uno de tantos, la moneda corriente de la humanidad entera»-, si bien observa, como diferencia entre Pedro y Estebanillo,   —204→   Rinconete, Guzmán, etc. su honradez totalmente alejada del modelo rufianesco del pícaro clásico664.

La consagración definitiva de este tópico llegó cuando el prestigioso crítico francés Albert Savine tituló un estudio sobre Pedro Sánchez, «Le Gil Blas du XIX siècle» (rótulo, por otra parte, muy adecuado para presentar la novela del santanderino ante el público galo, propósito declarado de Savine):

«Pedro Sánchez n'est pas, comme les romans antérieurs de M. José-María de Pereda, un récit mêlé de descriptions. C'est une autobiographie, dont le héros redit lui-même ses aventures et ses malheurs. En Espagne, on a rapproché ce roman du Gil Blas de Santillana. La parenté n'est point douteuse; seulement, tandis que Lesage ne faisait qu'une oeuvre de seconde main, une sorte de compendium du trésor picaresque, une oeuvre d'ailleurs qui date, si magistrale soit-elle, M. de Pereda crée de toutes piéces».665



Y añade, entrecomillada, esta frase, sin indicar si es ajena ni quién sea su autor; «Pedro Sánchez, errant dans les domaines de la politique et de la societe à la recherche d'une position, c'est le Gil Blas moderne»666.




ArribaAbajo 6. Tendencia

Uno de los puntos más debatidos en la discusión crítica en torno a Pedro Sánchez es el de si hay o no tendencia en la novela. Es significativo el hecho de que para los críticos ideológicamente próximos al liberalismo, Pedro Sánchez es la primera novela no tendenciosa de su autor, la que rompe esa constante antiliberal y conservadora que marca sus libros precedentes (en especial De tal palo, tal astilla y Don Gonzalo González de la Gonzalera). Por el contrario, serán los críticos de ideología conservadora o tradicionalista quienes tratarán de mostrar en la novela de su correligionario un ataque al liberalismo, a la revolución, a las libertades democráticas, etc.

El primero en iniciar la discusión es José Ortega Munilla, en El Imparcial: «Ya se sabe que Pereda no es liberal y que aprovecha toda   —205→   la pólvora que halla a mano para hacer fuego sobre la libertad; pero en Pedro Sánchez tiene el buen gusto de no encarnar estos odiados ideales en necios y malvados». El anónimo firmante de la reseña que publica El Noticiero señala la ausencia del usual antiliberalismo de las novelas peredianas: «Sólo falta a Pedro Sánchez una línea que se encuentra en todas las novelas de Pereda, el afán de dar carácter político a sus relatos, con el fin de fustigar a las escuelas liberales». Y lo mismo observa en el santanderino El Aviso Ricardo Olarán (no sin haber reconocido antes -«sea o no de nuestro agrado»- la verdad que hay en el relato de la violencia de las manifestaciones callejeras en la revolución del 54, o en la descripción de los periódicos y clubs liberales): «Pereda, en este último libro, no ataca a ninguna idea política, ni en contraposición a las que no son de su gusto, encomia o deifica las del absolutismo, a que tiene más apego». También otro crítico liberal, Luis Alfonso, se expresa en parecidos términos: «En otros libros habíase dejado quizá influir sobradamente el autor por sus ideas religiosas y políticas; aquí, sin renegar de ellas, cual corresponde a hombres como Pereda, las deja a un lado y la sinceridad y la justicia guían su mano desde la primera a la última línea. El autor pinta lo que vio, no frío, pero sí sereno, sin pasión y sin saña».

Como quedó apuntado, la opinión es muy diferente cuando nos fijamos en las críticas del bando antiliberal. Así en el diario La Unión Juan de La Sota publica una crítica en la que señala en Pedro Sánchez la misma tendencia antirrevolucionaria que evidenciaba Don Gonzalo González de la Gonzalera: «Las dos son dos arietes formidables aplicados al edificio revolucionario; dos sátiras inmortales contra las pretendidas conquistas del espíritu moderno; dos nobles protestas contra los falsos derechos de los pueblos libres, hechas en nombre de tradiciones venerandas y de verdades irrebatibles»667.

Más parcial es en su lectura de Pedro Sánchez Miquel y Badía, para quien «verdad y vigor se encuentran asimismo en el relato de las escenas ocurridas entonces en Madrid, resaltando en medio de una narración tranquila, como de cronista frío e impasible, la indignación que en el noble ánimo del autor de Pedro Sánchez despiertan las bajezas, las miserias y los crímenes horribles cometidos so capa de la defensa de determinados ideales políticos668. Esta indignación aparece igualmente en   —206→   las páginas destinadas a pintar la redacción de El Clarín de la Patria con seguros toques y con acentuado colorido entreverado de brochazos en los cuales asoma la hiel por entre la sonrisa de la burla»669.

Serán los críticos más valiosos de esa generación, Alas y Pardo Bazán, quienes coincidan en dar las opiniones más equilibradas en esta polémica; ambos resaltan la objetividad y ausencia de prejuicios de que hace gala Pereda en esta novela. Así, entre otros méritos del libro, señala Clarín:

«La calidad, no menos apreciable, de haber prescindido de todo espíritu de secta, si no en el secreto de la intención (que esto yo no lo examino) en cuanto se refiere a los recursos del arte. Pereda nos pinta una época de lucha entre el doctrinarismo y la revolución; narra vicios y ridiculeces de uno y otro partido; encuentra, con arte admirable, la parte flaca de los caracteres que atribuye a doctrinarios y liberales, sin exceptuar al protagonista; pero hace todo esto como fiel observador, trayendo a colación lo bueno y lo malo»670.



Por su parte, la escritora gallega, además de coincidir con su colega en esa imparcialidad del narrador que sabe «anteponer a sus simpatías políticas la observación y la sinceridad, desdeñando el manoseado recurso de tiznar a los adversarios y embellecer a los amigos», califica a la novela que comenta de «novela política; no al modo de Don Gonzalo González de la Gonzalera, que sólo parece aguda sátira de una época borrascosa, sino por otro estilo, en mi entender más artístico y diestro, dejando aparte ironía y saña, y mirando la tragicomedia política con ojos serenos y encantadores»671. Parecidas palabras emplea Pérez Galdós en su artículo en La Prensa, de Buenos Aires, de 1888: «La sátira política es en ella [la novela] menos despiadada que en Don Gonzalo González de la Gonzalera y en Los hombres de pro»672.

En cambio, Aicardo discutirá en 1906 el calificativo de política aplicado a esta novela: «Pedro Sánchez no es rigurosamente novela política, pues el protagonista ni defiende ideas, ni traza planes, ni toma parte en la intriga fundamental de aquella revolución; se halla en ella, y movido por su ambición es arrastrado por la corriente»673.

Algunos de los que creían ver en Pedro Sánchez una inequívoca actitud antiliberal se fijaban en la crítica que allí había de la corrupción en la política y en la administración pública. Es este uno de los aspectos del libro que, al parecer, más importaron al lector de la época, muy sensibilizado ante tales problemas. Así lo creía el crítico   —207→   francés, A. de Tréverret -traductor de Pedro Sánchez a su idioma- quien, en una conferencia pronunciada en Burdeos en marzo de 1885, explicaba así las razones del éxito de esta novela entre los lectores españoles: «J'aime toutefois à penser, Messieurs, que les moeurs administratives de l'Espagne tendent insensiblement à s'améliorer, et que le succés du livre de M. de Pereda n'est pas dû seulement au charme du récit, mais à la sympathie qu'éveille dans bien des ames cette réclamation d'un honnête homme»674.

Notemos, finalmente que, ocupada en dar cuenta de la tendencia política de aquella novela, la crítica inmediata pasó por alto la auténtica tesis de Pedro Sánchez, que no era sino el viejo tópico de menosprecio de corte y alabanza de aldea. La única excepción a esa inadvertencia de la crítica la constituyen estas palabras de Fernández Luján en 1889, en las que nota en la novela de 1883 la actitud característica de la obra perediana, y que llegaría a su formulación más inequívoca en Peñas arriba (1895): «la tesis de la obra [Pedro Sánchez] parece encerrarse en la demostración de que la aldea, con la vida sosegada y de rancias costumbres, es superior al vertiginoso existir de los pueblos civilizados y cultos»675.




ArribaAbajo7. Naturalismo

Como en anteriores libros peredianos, también en las críticas de Pedro Sánchez se suscitó la discusión sobre el naturalismo. Rompió el fuego Luis Alfonso, cuya reseña empezaba precisamente con estos párrafos, muy ilustrativos de los términos en que se desarrollaba aquel debate:

«Decíame pocos días hace un autor dramático de preclaro ingenio, dado de lleno al naturalismo en boga, que a su parecer, no ya las novelas, ni los dramas, deben fundarse gran cosa en el argumento676; análisis, caracteres, lecciones, he aquí cuanto ha menester para sus empresas el tal naturalismo.

»Muy eficaz y penetrante debe ser su influjo cuando así perturba entendimientos tan poderosos como el del mencionado autor.

  —208→  

»Y llamo perturbadora esa influencia porque, aparte de acarrear a las letras otros males, nos llevaría en derechura a libros y comedias buenos, cuanto más para discutirse en academias y ateneos, pero en modo alguno capaces de producir grato solaz y honesto recreo, fines a que ha propendido y debe propender de por vida la llamada amena literatura.

»Por cumplir esta ley, que pugnan en vano por derogar los naturalistas al uso, es por lo que Pedro Sánchez vale por la mejor novela de nuestros días, española o extranjera»677.



En su elogiosa crítica planteaba Alas la cuestión de si este libro podría insertarse o no en la debatida tendencia: «¿Podrá ser -se preguntaba- banderín de enganche para los naturalistas grosso modo? Tampoco, y más vale así. Si tanto le alabo, no crea el señor Pereda que es para atraerle a nuestro campo»678. Muy diferente es la opinión de F. Miquel, para quien «Pedro Sánchez es una novela naturalista»679; aunque lo que este crítico entiende por naturalismo no es muy preciso, a juzgar por lo que escribe cuando considera este libro «linda muestra del naturalismo de buena ley, o dígase realismo, porque le nom ne fait rien à la chose, del cual no reniega , antes lo admite D. José M. de Pereda»680.

Emilia Pardo, que como había mostrado en La cuestión palpitante, estaba sumamente interesada en el tema del naturalismo, intenta plantear el debate con mayor precisión, aunque tampoco sea mucha la que aporte:

«Contestaré anticipadamente a la pregunta que ahora bulle en todos los labios apenas una novela sale a la luz. ¿La última obra de Pereda es realista o naturalista, o ambas cosas a un tiempo mismo, o ninguna de las dos?

»Entre los realistas está clasificado Pereda por la opinión, y si allá en Portugal hube de rehusar, restituyéndosela al insigne santanderino, la honra que escritores más benévolos con mi persona que bien enterados de la marcha de nuestra literatura querían adjudicarme al atribuirme la fundación de la moderna escuela realista en España, a mí, menor que todos en edad, dignidad y gobierno, lo que es por acá nadie duda que el autor de las Escenas montañesas recibió hace tiempo el tesoro de tradiciones realistas que un día administraron con tanto fruto Mesonero Romanos, Flores, Larra, y algunas veces, entre col y   —209→   col, Fernán Caballero681. A verdad tan reconocida, añado la observación siguiente, confirmada por la lectura de Pedro Sánchez: si Pereda no es el escritor más realista de España, es seguramente el menos idealista»682.



Las verdaderas razones que podrían servir para calificar de naturalista la novela en discusión, esto es, el análisis de sus procedimientos narrativos, de sus rasgos formales, de su concepción novelesca, en definitiva, no aparecen en las críticas; sólo se apuntan algunos aspectos que, desarrollados suficientemente, podrían haber dado algún rigor al debate.

Así, Luis Alfonso aludía a las descripciones, cuya prolijidad se tenía por característicamente naturalistas683: «Las descripciones, inventarios y digresiones de que deliberadamente abusa la escuela naturalista, encajan en el libro como el marco en el cuadro, que no solamente lo adorna, mas lo completa y realza». Miquel también toca este punto, aunque su juicio sea discrepante del de Alfonso: «Pereda en este libro ha seguido el procedimiento rigurosamente naturalista, dibujándolo y pintándolo todo por el natural directamente [...] Por afán de ser verdadero, por deseo de no admitir detalle alguno característico, cae a veces Pereda en el defecto en que incurren también Daudet y Zola, esto es, en el de alargar las descripciones convirtiéndolas en minuciosos inventarios»684.

Otro aspecto que solía considerarse como propio de la narrativa naturalista, el relativo a la influencia del medio en el personaje novelesco685,   —210→   había sido apuntado, aunque de modo tangencial, por Leopoldo Alas cuando, a propósito del carácter del protagonista, observaba que «influye, como una fuerza personal que es, en los acontecimientos; pero éstos mucho más en él, como sucede en el mundo»686. Años más tarde, Royo Villanova lo comentaría con estas palabras: «Pereda siempre reconoce la indudable influencia del medio en el individuo: ya que Pedro Sánchez, por ejemplo, es uno en la aldea y otro en la corte, e individuo muy diverso en la capital de provincia, a donde marcha de gobernador; mas nuestro novelista no puede admitir la exageración panteísta de esta influencia que predica Zola, y según la cual el medio absorbe, aplasta y obscurece al personaje»687.

Según recordaba Alfonso en el texto con que iniciábamos este apartado, era tenido por rasgo característico de la novela naturalista el que en ella la intriga argumental desempeñase un papel escasamente importante; a esto alude F. Miquel cuando observa: «Por idéntico afán de buscar la verdad más exenta posible, Pedro Sánchez es un relato en el cual pasan poquísimas cosas y éstas no inesperadas, de modo que la curiosidad vulgar que busca el enredo, la intriga y las emociones a modo de adivinanzas, no encuentra pasto en las cuatrocientas setenta y pico de páginas que cuenta aquella sabrosísima novela. Todo cuanto allí ocurre es natural y hasta vulgar si se quiere, pero precisamente en esa naturalidad estriba el principal encanto de la novela»688.

Como hemos tenido ocasión de señalar en capítulos precedentes, uno de los temas inevitablemente vinculados al debate sobre la literatura naturalista entre la crítica española, era el de la supuesta inmoralidad de aquellas obras. F. Miquel, muy preocupado por estos temas689, dedicaba casi toda la primera parte de su largo estudio sobre Pedro Sánchez en el Diario de Barcelona a exponer sus ideas sobre el naturalismo, oponiendo la concepción tradicional española («el naturalismo como procedimiento no debe condenarse [...] muy al revés, a este sistema artístico se deben obras inmortales en todas las esferas del arte. Naturalista fue Cervantes y naturalistas fueron en nuestra España los más famosos escritores   —211→   picarescos») a las modernas tendencias de la novela francesa, que considera antirreligiosas, por positivistas:

«De tejas arriba lo ha suprimido todo la novela naturalista, a que nos referimos, cuando no le dirige sus acerados tiros. La religión es, según ellos, en las sociedades, un factor como otro cualquiera; los sentimientos buenos o malos una resultante del clima, del temperamento, de condiciones meramente fisiológicas o poco menos. El más crudo positivismo aparece en aquellas páginas»690.



Pues bien, a su juicio, Pedro Sánchez está libre de tales peligros, ya que «en todas sus aventuras, descripciones, retratos, cuadros de costumbres, etc., etc., no existe cosa alguna que pueda ofender al lector más circunspecto, antes al contrario puede afirmarse que de la obra se desprende claramente una lección ejemplar y que todos sus capítulos son el mismísimo decoro»691. El mismo Clarín tocaba esta cuestión a propósito del tratamiento que en la novela tenían algunas situaciones escabrosas: «En el naturalismo cabe lo que llama el Sr. Benjumea el nudismo de Zola; caben los pormenores del adulterio como en Flaubert y Eça de Queiroz, y cabe esta concisión y prisa con que trata Pereda el adulterio de Clara; no es menos naturalista; pero tampoco más moral, sino lo mismo, porque con una frase nos haga ver lo que otros pintan con muchas pinceladas»692.




ArribaAbajo8. La trama argumental: su desarrollo

Como anotábamos páginas atrás, Miquel consideraba que el relato de Pedro Sánchez carecía de sucesos inesperados en su trama argumental, por lo que la acción se desarrollaba con gran naturalidad. Lo mismo había observado Pérez Galdós en carta a Pereda de marzo de ese año, cuando alababa «el arte y la naturalidad con que V. ha conducido su acción hasta el fin. Ni un tropiezo, ni una de esas rozaduras dramáticas en que caemos sin saber cómo»693. Por su parte, Alas apuntaba en su crítica esta observación relativa al desarrollo de la acción en el relato: «Pero si hacia el medio del libro el interés decae un poco, a pesar de tratarse de las aventuras más novelescas del héroe, desde que éste decide enamorar a Clara y la enamora y se casa con ella, el libro adquiere nueva fuerza, la acción se hace más intensa al reducir sus límites»694.

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Savine repite y desarrolla esa observación de Alas acerca de la división bipartita de la novela; al llegar, en su paráfrasis-traducción, al momento de la declaración amorosa entre Pedro y Clara, indica: «Ici commence une seconde phase dans la vie de Pedro Sánchez, presque un deuxième roman dans le roman, tout au moins une deuxième partie très-nettement caractérisée»695. Señalemos que, en realidad, tanto el crítico español como el francés no hacían sino recoger -y en el caso de Savine, traducir literalmente- un texto de la propia novela, al llegar a ese momento del asunto: «Aquí comienza una nueva fase de mi vida. Hasta aquí había sido yo dócil masa, ave sin rumbo, nave sin brújula [...] Desde aquí el pájaro no vuela al azar; la nave sigue un derrotero inalterable, y la masa tiene un molde a que se ajusta y acomoda»696.

En cuanto al desenlace y conclusión del argumento, Luis Alfonso encontraba una cierta precipitación: «Otra falta más grave, la única de consideración, hallo en Pedro Sánchez; el remate precipitado y violento, donde, para mayor desgracia, despertósele al autor una furia homicida [...] en cinco páginas, en cinco ni una más, da muerte a nueve personas, a nueve nada menos». Señalemos que Pereda había sido consciente de esa limitación, a juzgar por lo que le confiaba a Menéndez Pelayo en una carta del 13 de octubre de 1883: «Concluye la novela como te dije, pero no por sus pasos contados, a mi entender. Quiero decir que el desvío de Clara aparece demasiado repentinamente. Pienso llenar este vacío con algunos toques ligeros»697.

Desconocemos si llegó a colmar esos vacíos698. Los críticos, a excepción de la ya citada objeción de Alfonso, no insistieron en este punto. Sólo disponemos de una tangencial alusión, algo tardía (1897), del portugués F. García, para quien el desenlace de la historia resultaba coherente con su desarrollo, y consecuente con la evolución del personaje que vertebraba aquellos sucesos: «Surge então [se refiere a la etapa de Pedro como gobernador y su fracaso] não só como satisfação á moral, mas como consequencia logica e natural de toda a historia a expiação da desmedida e infundada ambiçäo do heroe, que vem a succumbir debaixo do peso da sua nullidade». De ahí que, al señalar los méritos del libro, alabe «a súa unidade, as súas graduadas transições, a evolução tão uniformemente accelerada do carácter do protagonista»699.



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ArribaAbajo9. Personajes

Ya hemos aludido en páginas precedentes a la discusión acerca del hipotético ingrediente autobiográfico que puso Pereda en el protagonista; a los textos allí citados y comentados añadiremos ahora otros en los que la crítica juzga la labor del novelista en la construcción de este y otros personajes.

Para Ortega Munilla, el carácter de Pedro «es de una bondad simpática, no a la manera perfecta y sin desviaciones, sino como son buenos los hombres que lo son; con caídas y vuelos, con andar trémulo unas veces por camino de pasiones, pero siempre derechamente empujado de nobles impulsos. Una desilusión amarga los más inocentes y juveniles días de este héroe; su espíritu crítico le hace dudar siempre de todo lo terreno y perecedero»700.

Aquella humanidad que encontraba Ortega en Pedro también fue señalada, con notoria coincidencia, en otras de las críticas que venimos comentando. Así, S. de Liniers se refiere a «la figura del protagonista, en quien parece encarnarse por mágico poder de una poderosa inventiva, ésa suma de apetitos nobles, de virtudes heroicas y al propio tiempo de inexcusables flaquezas, de vanidades ridículas y de apetitos bestiales, que constituyen el patrimonio y lote común del humano linaje». Y Leopoldo Alas escribe: «Pedro Sánchez es, ante todo, un hombre; tiene carácter en que predominan ciertas pasiones, ciertas ideas, ciertas tendencias de la voluntad; tiene un temperamento que aún se contradice menos que el carácter, como menos libre que él; y con ser así, es también una creación artística sin dejar de ser un caballero particular como otros muchos». A lo que añade, más adelante que Pereda logra «profundizar en el hombre, no sólo en el montañés»701.

Pardo Bazán resumía así su opinión sobre el protagonista: «Es uno de tantos, la moneda corriente de la humanidad, cualquiera. Sin rodeos: por eso precisamente, por liso y llano me gusta a mí Pedro   —214→   Sánchez», el cual, frente a los usuales héroes del drama o la novela de su tiempo, es «un hombre igual a los restantes, natural y corriente»702.

Pérez Galdós -que ya en carta a Pereda había hablado de la «humanidad exasperante» del protagonista703- analiza en su citado artículo en La Prensa la naturaleza de ese personaje; tras señalar que se trata de un «tipo de una verdad asombrosa, muy común en la sociedad contemporánea, de la cual es fruto», observa: «para que el tipo sea más general, el autor ha puesto en él cualidades buenas, aunque no en tanto grado que le hagan elevarse sobre el vulgo al cual pertenece. [...] Nada más interesante que la ingenuidad con que reconoce sus errores, la sencillez y gracia con que los narra, sin omitir aquellos que le deshonran»704.

No todo fueron alabanzas para el autor por su acierto en el tratamiento del protagonista: el anónimo autor de la «Nota crítica» que publicaba la Revista de España juzgó incoherente e impropio el comportamiento de Pedro en determinados momentos de su biografía: «Nos parece que Pedro Sánchez no ha obrado con arreglo a las pasiones que lo agitan y al círculo en que se mueve. ¿Cuándo y de qué modo ha brotado aquel amor inmenso que le arrastró hacia Clara haciéndolo tan infeliz?». Tras repasar la actitud y comportamiento del personaje con las dos mujeres de la historia -Clara y Carmen- concluía que no era artísticamente explicable su comportamiento final: «Bien sé yo que puede decirse a todo esto, que esas son idiosincrasias y extravagancias del gusto que no están fuera de la condición humana; pero estos casos excepcionales no pueden admitirse en las obras artísticas, sobre todo cuando el personaje se presenta al principio con cierta naturaleza, que varía después sin explicación». Todo ello motivado por algo frecuente en nuestro escritor: el tendencioso apriorismo desde el que imagina y construye sus historias: «Lo que a nuestro juicio ha sucedido al Sr. Pereda es que persiguiendo la moraleja de su obra, se ha olvidado un poco de la verdad; tenía necesidad de abatir y humillar hasta el polvo a Pedro Sánchez por haberse salido de su esfera».

Era lógico que la constante presencia del narrador-protagonista oscureciera un tanto a los demás personajes. De ahí que no fue mucho lo que en ellos se detuvieron los críticos. Pardo Bazán elogió de un modo bastante genérico los caracteres que «están admirablemente desenvueltos y sostenidos, mejor siempre que los femeninos, los varoniles, según añeja   —215→   costumbre de Pereda. [...] Hay en Pedro Sánchez personajes accesorios tan discretamente estudiados como los principales»705. Y al año siguiente, en su crítica a Sotileza, recordará A. Lara Pedraja que «a pesar de los defectos de Pedro Sánchez, allí hay caracteres más universales, concebidos con vigor y pasiones estudiadas y mostradas en ocasiones en toda su pujanza»706.

No obstante lo observado por doña Emilia acerca de los caracteres femeninos, fue el de Clara Valenzuela el que algunos críticos destacaron, coincidiendo en sus elogios. Así lo hacía F. Miquel: «¡Qué verdadera es la Clara de Pedro Sánchez, y qué soberbiamente pintada! Una figura como aquella basta para que se dispute por pintor de singular ingenio el que ha sabido trazarla con tanta exactitud y tantísimo relieve, penetrando en lo más profundo del corazón humano»707.

Otro de los caracteres merecedores de atención crítica fue el padre de Clara, el «prócer» Valenzuela, cuyas promesas son el señuelo que hace a Pedro abandonar su aldea natal por la corte. Miquel y Badía observó de este personaje que «sin parecérselo en nada, recuerda sin embargo a Numa Roumestan, una de las figuras mejor trazadas por Alfonso Daudet»708.

En cuanto a la madre de Clara, fue Savine quien supo ver la importancia que, a partir de la segunda mitad de la novela, desempeña este personaje: «Pilita (Mme. de Valenzuela), qui n'a été iusqu'à ici qu'un personnage secondaire, presque épisodique, dévient comme l'ave du récit». El mismo crítico francés llamó la atención sobre un notable rasgo que, en cuanto a la técnica de caracterización de personajes, distinguía esta novela de las precedentes de su autor: la ausencia de caricatura. «On sourit souvent -escribe-; on ne rit jamais de ses mésaventures [las de Pedro]. Le penchant à la caricature, qui est le travers de M. de Pereda [...] n'est ici, presque nulle part, apparent»709.

Concluiremos este apartado anotando una observación de Emilia Pardo, relativa a los procedimientos de que se sirve Pereda para mostrar los caracteres de su novela; observación que, además de su aplicación a la obra de nuestro escritor, presenta un notable interés teórico:

«Como psicólogo Pereda suele proceder por raciocinio, más bien que por el estudio de las acciones de sus personajes; y el arte nuevo enseña a revelar los interiores movimientos del ánimo   —216→   por los actos que inspiran; así, y no de otro modo, se manifiesta realmente la vida psíquica, puesto que vemos obrar a todos, y pensar no vemos a nadie. Esto no es materialismo, ni cosa que se le parezca; es una teoría antigua, aplicada con rigor; teoría altamente espiritualista, la de los signos visibles que encarnan lo inmaterial. Por no entenderla algunos críticos, acusan a la novela moderna de descuidar la psicología, acaso nunca tan sinceramente estudiada como ahora».710






ArribaAbajo 10. Lenguaje y estilo

No son muchas las observaciones que podemos espigar en las críticas, relativas a aspectos estilísticos de Pedro Sánchez. Alabanzas como las que transcribiremos seguidamente, debidas a la pluma de Pardo Bazán, aunque de escaso valor crítico, son un buen ejemplo de la imagen que la crítica coetánea iba elaborando del estilo perediano:

«Oro bruñido es el estilo, un poco lento al comenzar, más rápido a medida que la acción se complica, nunca muy nervioso, alado o brillante, y sin embargo, digno de toda alabanza por su tersura y limpieza, hidalgo linaje, propiedad y variedad, y porque ni exagera el arcaísmo hasta retorcer y alambicar la oración, ni se deja tampoco ver desafeitado y negligente o vestido a la francesa»711.



Más interés tiene una apreciación que objetaba la misma autora, ya antes señalada por Luis Alfonso, acerca del lenguaje de los diálogos. Según ambos críticos, los personajes de Pereda compartían la misma impropiedad de que hacían gala algunos de los de Valera; estas son las palabras de Alfonso: «Unicamente en un punto ha pecado de uniforme: en el del lenguaje; todos los personajes de la obra hablan bien, demasiado bien a menudo [...] este achaque de hablar los personajes como el novelista, en que incurre siempre Valera, es difícil sin duda de curar, pero debían intentarlo autores de tales bríos». Y éstas las de doña Emilia: «En cuanto al diálogo, si es cierto que los personajes de Pedro Sánchez hablan con más naturalidad que los de Valera, por ejemplo, todavía se sirven de un lenguaje compuesto y aderezado, obra de un clarísimo escritor, no trasunto de la conversación real»712.





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ArribaAbajoCapítulo XI

Sotileza (1895)



ArribaAbajo 1. Elaboración y publicación

Los orígenes de la novela que había de publicarse a principios de 1885 se remontan años atrás, a octubre de 1882. En efecto, en una carta a Galdós del 23 de febrero de 1883, tras informar Pereda a su amigo y colega de que ha interrumpido la redacción de Pedro Sánchez, escribe: «Desde octubre acá ando en propósitos de echar al mundo cierta Sotileza, novela marítima del género Tremontorio...»713. Aludía el escritor con este último nombre al protagonista de su cuadro «La leva», de Escenas montañesas (1864); alusión muy significativa por lo que trasluce acerca de la raíz costumbrista de Sotileza en relación con las primeras escenas marineras del escritor.

Había de transcurrir todavía bastante tiempo antes de que ese proyecto llegase a realizarse. En diciembre de 1883 -a punto de salir a la luz pública su novela Pedro Sánchez- Pereda le confiesa a Menéndez Pelayo las razones que explican el que aún no haya iniciado la redacción: «De la otra novela -escribe en carta del día 8- no he hecho nada todavía; ni sé por dónde empezarla: tanto la temo, por lo mismo que me enamora el asunto»714. Retengamos esta última frase, notablemente significativa para explicar algunos de los condicionamientos que presidieron la elaboración de esta obra capital en el conjunto de las peredianas.

Podemos fechar con exactitud el comienzo de la redacción de la novela: el 18 de junio de 1884. En el folio 8.º del manuscrito autógrafo715, 3 en el que comienza el texto del capítulo I, una anotación a lápiz   —218→   dice: «Junio 18 / 84». Aunque no sea autógrafa de Pereda716, podemos afirmar que esa nota señala la fecha de redacción de aquella página inicial. En efecto, una carta del novelista a su amigo Narciso Oller, escrita el día 21, informa: «Hace cuatro días que nos hallamos en este pueblo [Polanco] y tres que comencé a trabajar en Sotileza»; y añade un comentario que, además de mostrar el usual desánimo, confirma su propósito de escribir un libro marinero y costumbrista: «Hasta ahora va saliendo tal cual; pero sospecho, por lo que voy viendo, que, a todo tirar, saldrá algo que sea a la gente marinera de Santander, lo que El sabor de la tierruca es a la campesina de por acá: un poco de color y algo de sabor, y nada en sustancia»717.

Cuando se cumple un mes exacto del inicio de la redacción, el trabajo ya está bastante adelantado, aunque todavía con cierta desorientación, según muestra una carta a Pérez Galdós, muy interesante en estas palabras que descubren el método perediano: «Estoy trabajando en Sotileza, sin plan, sin esperanza de tenerle. No hago más que sacar gentes y cosas a la escena, y tiemblo la hora [sic] en que necesite sacar el argumento»718. De acuerdo con este texto, las raíces costumbristas de la narrativa de Pereda, concretamente en este libro, parecen claras: una serie de apuntes o cuadros (gentes y cosas a la escena) que, sin un plan preconcebido, se van enlazando hasta lograr configurar una historia que tenga trazas de novela719.

Si es exacto el dato que indica en carta a Oller del 31 de julio720 -y que repite en otra a Laverde721- el ritmo de trabajo en esas semanas iniciales fue verdaderamente febril, alcanzando a redactar casi trescientas cuartillas. Tal exceso le produjo ciertas complicaciones nerviosas,   —219→   de las que también da cuenta en las mencionadas cartas a Oller y Laverde; así lo refiere al primero: «Aquel reventón de trabajo (cerca de 300 cuartillas) llegó a ponerme tan excitado y fuera de quicio, que tuve serias aprensiones de haberse desarrollado en el centro nervioso algún desorden grave. Mi médico de Santander, que vino a verme, me sacó de la duda amarga; pero por toda medicina me prohibió, en absoluto, ocuparme en trabajos como el que traía entre manos. Santo remedio. Con él y mucho paseo, me hallo desde entonces con la salud de una peña. Así se está Sotileza y así estará hasta que la impaciencia me arrastre de nuevo a la batalla»722.

No sabemos cuánto duró esa higiénica pausa; pero en los primeros días de noviembre, ya en Santander, escribe a Menéndez Pelayo una carta en la que, además de suponer una pronta conclusión del trabajo, se muestra relativamente satisfecho del resultado: «Desde que llegué de Polanco estoy trabajando en la novela. La llevo bastante adelantada, y se me antoja que lo hecho aquí no es peor que lo que te leí en Polanco723. Salvo obstáculo de fuerza mayor, quedará concluida en todo este mes de noviembre»724.

No se cumplieron estas previsiones del autor (a pesar de que la novela aparezca fechada «Santander, noviembre 1884», tanto en el manuscrito autógrafo como en las sucesivas ediciones725). El epistolario indica que en los primeros días de diciembre todavía trabajaba en el original. «Estoy escribiendo las últimas cuartillas del último capítulo de Sotileza», le dice a Menéndez Pelayo en carta del día 5; y añade nuevos indicios de satisfacción: «Por lo menos estoy contento de mi obra, cosa que nunca me ha pasado hasta esta vez. Mañana quedará terminada»726.

  —220→  

Tampoco podemos asegurar que esta previsión se cumpliera. Si no hay error de lectura en los editores de sus cartas, son contradictorios los datos que estos ofrecen en cuanto al final de la redacción de la novela: «Anteayer -notifica el 8 de diciembre a Oller- escribí la última cuartilla de Sotileza (la 684)»727; en cambio, a Galdós le escribe: «El día 9 escribí la 682.º y última cuartilla de Sotileza»728. Cualquiera que sea la fecha -y el número de cuartillas- en lo que ambas cartas coinciden es en ponderar el esfuerzo realizado («con ella arrojé de mis hombros un peso que me abrumaba extraordinariamente [...] Pero cómo me ha dejado la tarea!»; «mi máquina sigue descompuesta, y temo que no ha de enquiciarse con tanta facilidad como el verano pasado [...] esto es mucho trabajo para un cuerpo como el mío»729.) Esfuerzo que, al menos por esta vez, ha dejado satisfecho a su autor, al que sólo preocupa ahora la reacción de la crítica: «No he quedado descontento de Sotileza -confiesa a Oller en la misma carta del 8 de diciembre-. Es la novela de más pasión de cuantas he escrito; confío en que los de la tierra han de devorarla; pero temo que la crítica fina ha de hacerle ascos por la gente que anda en ella y lo mucho que huele».

Esta preocupación es la que le mueve a redactar como introducción a la novela una dedicatoria que, si bien va dirigida a sus paisanos y coetáneos, en realidad es un aviso a la crítica (y que esta, como veremos, recogió y discutió). Así se lo explicaba a Galdós en carta del 16 de diciembre: «He tenido que escribir aquí unas cuartillas de dedicatoria a mis contemporáneos santanderinos; pretexto para decirle a la Sra. Crítica que me tienen sin cuidado los ascos que pueda hacer a este libro cuyas dificultades es incapaz de comprender»730.

El último día de 1884 el original está ya en manos de su habitual impresor y Pereda ha comenzado a corregir las pruebas731. A mediados de enero siguiente, la noticia de que el libro está en prensa es ya conocida por algunos colegas. Palacio Valdés, en carta a Leopoldo Alas del 12 de enero, comenta las posibles coincidencias de ambiente de ese libro perediano y el que él prepara, José: «Pereda está imprimiendo una   —221→   suya marítima. Siento que vaya delante de la mía, que también es marítima, pero como su modo de ver es tan distinto del mío, seguramente no coincidiremos en nada»732. El 26 de ese mismo mes, según carta de Pereda a Menéndez Pelayo, aún no se ha terminado de imprimir el libro: «Sotileza no podrá hacerte una visita de mi parte hasta media dos de febrero»733.

Así fue, en efecto; diversas cartas de esos días (el 16 a Menéndez Mayo, el 19 a Oller, el 20 a Pérez Galdós) repiten la noticia de que ejemplares del libro se están repartiendo a los amigos, y de que el día 21 se pondrá a la venta en Madrid734. La inquietud, ya habitual en el novelista, en los momentos en que su obra se enfrenta al veredicto de la crítica y del público, se trasluce también en frases de estas mismas cartas: a Oller se disculpa por ofrecerle una obra cuyo único mérito es el color local («y cuidado que no puede darse libro menos a propósito que éste para repartirlo como regalo, lejos de aquí, donde únicamente puede apreciarse su escasísimo mérito de colorido y relieve, detalles, gráfico, etc.»); o tal vez ni esto, según confiesa a Galdós: «¡Qué vulgarote pastel ha resultado! Ni como cosa local me satisface porque no salió lo que yo había visto».

Afortunadamente para el novelista, tanto los críticos como los lectores desmentirían estas aprensiones y confirmarían como más acertada aquella satisfacción que trasparentaban las cartas inmediatamente posteriores a la conclusión del original.




ArribaAbajo2. Eco en la crítica

La reacción de la crítica ante la publicación de Sotileza fue inmediata y copiosa en reseñas, como muestra el siguiente inventario, que recoge las que hemos consultado, publicadas a lo largo de 1885.

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  1. J. SARDÁ, «J. M. de Pereda. Sotileza», La Ilustració Catalana, Barcelona, 15 de febrero; any VI, n.º 128; págs. 34-38735.
  2. J. ORTEGA MUNILLA, en la sección «Madrid»: carta abierta «Al Sr. D. José María de Pereda», en Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 23 de febrero.
  3. J. A. DEL RÍO, une serie de cuatro artículos en El Correo de Cantabria, de Santander: «Al público y a Pereda», «Páginas 1 a 145 del último libro de Pereda», «Recuerdos» y «Sotileza»; días 25 de febrero, 4, 9 y 16 de marzo; año IV, núms. 408, 411, 413 y 416.
  4. Sin firma, «Sotileza», Los Bandos, Santander, 1 de marzo; año I, n.º 1.
  5. J. de SILES, «Sotileza», en La Época (Hoja literaria de los lunes), Madrid, 2 de marzo (incluye el cap. I de la novela).
  6. León MEDINA, «Sotileza», La Unión, Madrid, 2 de marzo; año IV, n.º 950.
  7. C. B., «Sotileza», Semana Literaria de El Noticiero, Madrid, 2 de marzo; año III, n.º 460736.
  8. «ALBINO» [Albino MADRAZO], «Sotileza», Boletín de Comercio, Santander, 3, 4 y 6 de marzo; año XLVIII, núms. 51, 52, 54.
  9. Sin firma, El Busilis, Barcelona, 6 de marzo; siglo I, año III, n.º 111.
  10. R. OLARÁN, «Confidencias», El Aviso, Santander, 7 de marzo; año XIV, n.º 29; págs. 4 y 5.
  11. Sin firma, «Bibliografía. Sotileza», Las Provincias, Valencia, 7 de marzo; año XX, n.º 6.764.
  12. L. GONZAGA, «Sotileza», La Dinastía, Barcelona, 8 de marzo; año III, n.º 835; págs. 1.491-1.493.
  13. Cristóbal BOTELLA, Semana Literaria de El Noticiero, Madrid, 9 de marzo; año III, n.º 466.
  14. «PEDRO SÁNCHEZ» [J. M.ª QUINTANILLA], «Sr. D. J. M. de Pereda», Diario de Oviedo, Oviedo, 12 de marzo; año II, n.º 278.
  15. «TANTALO», «Bibliografía», La Opinión, Valladolid, 12 de marzo; año VIII, n.º 655.
  16. —223→
  17. S. LANDA, «Sotileza», La Voz Montañesa, Santander, 15 de marzo; 3.ª época, año XIII, n.º 3.073.
  18. M. PARDO, «Bibliografía». El Complutense, Alcalá de Henares, 15 de marzo; año II, n.º 44.
  19. «QUERUBÍN DE LA RONDA» [Rafael COMENGE DALMAU], sin título, La Ilustración Universal, Madrid, 15 de marzo, año III (2.ª época), n.º 41, pág. 323.
  20. M. MENÉNDEZ PELAYO, «Sotileza» , La Época (Hoja literaria de los lunes), Madrid, 23 de marzo737.
  21. «ORLANDO» [Antonio LARA PEDRADA], «La última novela de Pereda», Revista de España, Madrid, 25 de marzo; tomo CIII, cuaderno 2.º, año XVIII, n.º 410; págs. 319-328.
  22. «IRIS», «Correspondencia particular» (Carta dirigida al director de El Aviso, fechada en Cádiz el 21 de marzo), El Aviso, Santander, 26 de marzo; año XIV.
  23. F. B. NAVARRO, «Sotileza», Revista Crítica de Historia, Literatura y Bellas Artes, Madrid, 1 de abril; año I, n.º 1, págs. 3-13.
  24. D. O., «Sotileza», El Fusilis, Barcelona, 3 de abril; año I, n.º 3.
  25. Sin firma, «¡Viva Pereda!», El Liberalito, Murcia, 5 de abril; año I, n.º 3738.
  26. E. SIERRA, «Sotileza» [poema], Madrid Cómico, Madrid, 5 de abril; año V, n.º III, pág. 6.
  27. A. J. V., «Sotileza», La Fe, Madrid, 6 de abril; año X, n.º 2.467.
  28. S. M. G., «Bibliografía. Sotileza», La Crónica de León, León, 18 de abril; año XI, n.º 1.422.
  29. «CLARÍN» [Leopoldo ALAS], «Sotileza», El Globo, Madrid, 20 de abril; año XI, 2.ª época, n.º 3.463739.
  30. —224→
  31. F. MIQUEL Y BADÍA, «Bibliografía», Diario de Barcelona, Barcelona, 5 de mayo; n.º 125, págs. 5.448-5.451.
  32. F. GUEVARA, «Literatura; Al Sr. D. José María de Pereda, en Portugal», La Ensalada, Madrid, 7 de junio; año I, n.º 2.
  33. «Leo QUESNEL», «Littérature espagnole contemporaine. M. María José de Pereda [sic]», Revue Politique et Littéraire, Paris, 19 septembre; n.º 12, 3.è série, 5.è année, deuxième semestre, tome 36; págs. 372-376740.

Añadimos aquí, por no disponer de la exacta fecha de su publicación, dos artículos aparecidos en periódicos de La Habana:

32. «LEÓN LEONARDO DE LA LEONERA», en La Voz de Cuba741.

33. «FRAY CANDIL» [Emilio BOBADILLA], «Pereda y don Leonardo»742.

Si hemos de tomar al pie de la letra lo que declaraba en las páginas iniciales de su libro, el dictamen que más importaba a Pereda no era el de la crítica, sino el de aquellos a quienes aludía en su Dedicatoria «A mis contemporáneos de Santander que aún vivan»743. Pues bien, la reacción de estos no pudo ser más favorable ni inmediata. Apenas puesto el libro a la venta, el 28 de febrero escribía Pereda a Oller: «La novela hasta ahora va produciendo mejor efecto de lo que yo me esperaba»744. Y días después, detallaba con satisfacción esta acogida en cartas a sus   —225→   amigos más íntimos residentes fuera de Cantabria: a Menéndez Pelayo, el 2 de marzo («Aquí ha caído el libro como del cielo: jamás he visto en este pueblo, ni en otro alguno, aplauso más ruidoso, ni más entusiástico, ni más general. Parece que les ha dado a todos en mitad del corazón, o que he sacado de él hasta el último detalle del libro. Mirado el asunto por este lado, supera con mucho todas mis ambiciones»745); y a Gumersindo Laverde en carta que, según Montesinos es del 3 de febrero, pero que forzosamente ha de ser posterior, tal vez del 3 de marzo («Aquí ha caído como del cielo. Todo el mundo le ha abierto la puerta y recibido en casa como miembro queridísimo de la familia. Es un amor que raya en entusiasmo. Jamás me atreví a soñar en éxito semejante entre mis fríos paisanos, ni hay memoria aquí de cosa como ella»746).

Todavía habían de ofrecerle sus paisanos mayores muestras de entusiasmo por aquel libro que tan directamente les tocaba. A lo largo del mes de marzo, además de las críticas, unánimemente elogiosas, que en el inventario anotamos, la prensa local se hace eco de diversos actos de homenaje a Pereda por el éxito de su Sotileza747. Actos de los que el mismo da cuenta a su colega catalán Oller con estas palabras: «No puedo concebir que merezca el éxito que ha tenido en todas partes, y especialmente aquí, donde ha producido una verdadera explosión de cariñoso entusiasmo. Este ha llegado al punto de haber abierto suscripciones   —226→   en los periódicos para tributarme no sé qué homenajes; y según noticias, en Madrid están haciendo lo mismo los montañeses»748.

Pero la satisfacción de tal acogida local, y de las ventas en Madrid y en Barcelona749, no son suficientes para las ansias peredianas. A pesar de que en el prólogo había afirmado no preocuparse de la reacción de la crítica, los epistolarios desmienten tal declaración y evidencian, una vez más, cómo la menor tardanza en la aparición de reseñas le hacía ver imaginarias conspiraciones de silencio: «Desde que se puso a la venta en Madrid Sotileza -escribe a Menéndez Pelayo en carta del 2 de marzo- parece que se han conjurado amigos y periódicos para aterrarme con el más absoluto silencio»750. No cabe más impaciencia que la que traducen estas frases, máxime si tenemos en cuenta que se escriben apenas dos semanas después de aparecida la novela; por esos mismos días recibe una carta de Pérez Galdós, fechada el 24 de febrero, que muestra la favorabilísima impresión producida al novelista canario por la lectura del capítulo inicial de Sotileza: «del primer envite me leí el primer capítulo, el cual, le digo a V. con verdad me anonadó. Cuando lo acabé habría echado de buena gana al fuego todos los primeros que se puedan escribir; nada más le digo de su obra que no conozco aún» y sigue profetizando el indudable éxito de la novela a juzgar por las reacciones que ha notado en algunos lectores que con él lo han comentado751.

La actitud perediana puede tener explicación si consideramos cuál es el verdadero motivo de aquella carta a Menéndez Pelayo del 2 de marzo: reclamar un juicio sobre su novela: «el silencio que guardas conmigo, la falta de dos renglones tuyos en que me digas claramente tu parecer, me hace tomar este entusiasmo [se refiere al de sus paisanos], verdaderamente inusitado, con menos calor del que el suceso pide». Y no se conformará el novelista con una opinión privada, sino que considera muy conveniente, para intensificar esa campaña de entusiasmo por su libro, un juicio -que supone elogioso- publicado precisamente en uno de los periódicos más leídos del país: «De lo que tú no puedes formarte idea es del grado que alcanzaría aquí la verdadera pasión que se siente por el libro, si ahora, en caliente, la fomentaras con un artículo en un periódico de ahí, como La Epoca».

  —227→  

La respuesta de Marcelino es inmediata: el día 4 fecha en Madrid su carta en estos términos:

«No he acusado a Vd. recibo de Sotileza, porque estaba y estoy esperando y deseando decir a Vd. y al público en letras de molde todo lo que pienso de esta admirable novela, tan grandiosa, tan viril y tan sencillamente conmovedora.

»Este es el libro perfecto que yo deseaba y esperé siempre de Vd. En él se encuentra reunido y mejorado todo lo que yo admiro tanto en aquellos cuadros marítimos de La Leva, El Raquero, y el Fin de una raza»752.



Antes de continuar con la cita de esta carta, detengámonos en esas últimas frases transcritas, que interesa confrontar con otras palabras del mismo crítico, reveladoras de su papel incitador con respecto al costumbrismo marinero de Pereda, y dentro de él, de la novela de 1885. Un año antes, en el «Prólogo» que redactó para el primer tomo de las Obras completas del novelista de Polanco, había anunciado: «Espero yo, y conmigo todos los hijos de Santander, que la obra maestra de Pereda y el monumento que mejor vinculará su nombre a las generaciones futuras ha de ser su proyectada novela de pescadores, Sotileza»753. Y ahora, en el artículo que, en La Época, dedicará a la novela recién aparecida, repetirá palabras muy similares a las de la carta que arriba citábamos:

«Después de Pedro Sánchez, como después de El sabor de la tierruca y De tal palo, tal astilla, oyó siempre Pereda la voz de quien mejor le quería [el contexto permite afirmar que M. P. alude a sí mismo], repitiéndole: Tú eres ante todo el autor de El Raquero, de La Leva y de El fin de una raza. Si quieres elevar un verdadero monumento a tu nombre y a tu gente, cuenta la epopeya marítima de tu ciudad natal [...] Hazte cada día más local para ser cada día más universal»754.

  —228→  

Siguiendo con la carta del 4 de marzo cuya transcripción habíamos interrumpido, encontramos en ella una valoración categórica que haría concebir grandes esperanzas a Pereda con respecto al prometido artículo: «Sotileza no sólo es la mejor novela y la mejor obra de Vd. sin excepción ni reparo alguno, sino que carece de todo precedente en la literatura castellana y en aquella parte de la extranjera que yo conozco. Nunca han sido pintadas las costumbres marítimas con tan intenso vigor, con tan poderoso arranque, con tal virginidad de sentimiento y con tal frescura de impresión».

Como es de suponer, tales alabanzas hubieron de agradar al novelista, no sólo por venir de quien venían, sino por la esperanza de que, hechas públicas en la prensa madrileña, convertirían en nacional un éxito que, por el momento, aunque grande, era estrictamente local. Así lo da a entender la contestación de Pereda del día 11: «Desde que conozco tu dictamen me atrevo a creer que la novela no es cosa vulgar y que he logrado algo digno de las promesas que tú habías lanzado al público». Y, tras informar a su amigo de los proyectados homenajes surgidos en la ciudad, expone con impudor manifiesto el papel que en tales proyectos puede cumplir la esperada reseña: «No quiero ocultarte que tu promesa de artículo entusiástico, me seduce grandemente, porque ahora, en fresco, acabaría de coronar la fiesta aquí. El Aviso y el Boletín le esperan para reproducirle, porque son los periódicos que dirigen la "manifestación"755 y entienden que tu voz ha de ayudarles mucho en su empeño. Así me lo han manifestado ayer en confianza, y con mi habitual frescura te lo digo»756.

Antes de que se hiciese público el ansiado artículo tuvo Pereda la satisfacción de conocer algunos otros también elogiosos, que agradece en carta a sus autores. Así lo hace con la crítica que en el Diario de Oviedo firmaba «Pedro Sánchez» -seudónimo de su joven amigo José M.ª Quintanilla, a la sazón estudiante de Derecho en la universidad ovetense-; el hecho de tratarse de uno de los primeros ensayos de quien había de convertirse en el más fiel portavoz crítico de Pereda757 explican las palabras de esta carta del novelista: «el tal artículo como obra de crítica, me parece que está diez codos por encima de la que se sirve diariamente al público en las columnas de la prensa periódica al uso. Hay en tu artículo investigaciones y procedimientos de buena casta; cierto modo de ver que no es común entre los que comienzan, como tú, el oficio de juzgar las obras de arte...»758.

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Por esos mismos días recibía Pereda otra opinión valiosísima para él: la de Benito Pérez Galdós, que no puede ser más entusiasta:

«Quisiera no ser ahora amigo de V. [...] para estar en mejor situación de crítico, y conseguir, quitada de enmedio la amistad, que V. diera más crédito a lo que voy a decir de Sotileza. [...] Un gran defecto le encuentro y es que no sea yo quien lo ha escrito obra como esta no había salido de sus talleres, aunque había salido mucho y bueno [...] A veces me pareció que como novela me gusta más Pedro Sánchez, pero después de leerlo veo que no. Esta es superior a Pedro y a todo»759.



Cuando en 1897 se encargue de hacer el elogio de Pereda, a su ingreso en la Academia, el novelista canario insistirá en su entusiasta admiración por Sotileza, «obra magistral, de la que no haré un juicio crítico, sencillamente porque no se hacerlo: tan sólo expresaré la profunda emoción con que leo ese libro, y aprecio y palpo su verdad pasmosa»760.

Además de aquel juicio epistolar de Galdós, recibió Pereda otros por el mismo medio, también elogiosos: de los de C. Vidal y N. Oller da cuenta en carta a este último el 17 de marzo761; del de Clarín, en cartas a Menéndez Pelayo («Clarín, convaleciente de una enfermedad que le impidió leer el libro recién publicado, me escribe dos días hace diciéndome entre otras cosas, que durante su lectura, y después de reír y de llorar, según los casos, estuvo muchas veces tentado de correr al telégrafo para manifestarme el entusiasmo de que estaba poseído»762) y a Galdós («Tengo recientes noticias de Clarín. Ha estado enfermo. Me escribe convaleciente aún, y también voltea las campanas en honor de Sotileza»763)

La opinión de Gumersindo Laverde también fue favorable, según muestra la contestación del novelista, fechada el 6 de abril: «¡Si viera Vd. qué satisfacción tan grande me produjo su aplauso a Sotileza! Era   —230→   Vd. uno de los contadísimos maestros que me hacían el favor de creer que con elementos marineros de aquí podría escribir yo algo superior en interés y en arte a Pedro Sánchez, y el temor racionalísimo de darles un chasco me tenía con serias inquietudes antes e inmediatamente después de la publicación de mi afortunado libro callealtero»764

Pero para esas fechas ya se había publicado el artículo de Menéndez Pelayo en La Época. La reacción epistolar de Pereda revela hasta qué punto el polanquino era susceptible ante determinados elogios privados cuando, a su juicio, no se convertían en públicos: «Me satisfizo grandemente tu artículo sobre Sotileza -le escribe el 30 de marzo- [...] y creo que se te quedó lo mejor en el tintero; no en materia de elogios, que bien pródigo has sido de ellos en tu precioso trabajo, sino en lo referente al carácter de esta novela con relación al de la novela española en general; algo que apuntaste en tu carta al contarme tus impresiones, y en lo cual, es decir, en parecerme Sotileza y en haberte parecido a ti al conocerla, obra sin precedente cercano por su castizo realismo, fundaba yo un poquillo de vanidad. Cierto que entre renglones anda en el artículo revoloteando ese parecer algunas veces; pero contando con lo que es la raza de lectores que más abunda, mucho me hubiera alegrado ver allí dos renglones dedicados a este particular»765.

Este juicio de Menéndez Pelayo, por ser tan encomiástico y por el prestigio de quien lo emitió, sirvió de punto de referencia a otros críticos que comentaron la novela. En La Ilustración Universal de Madrid, «Querubín de la Ronda» se muestra disconforme: «A nuestro entender se ha equivocado Menéndez Pelayo. Sotileza está lejos de ser la mejor obra de Pereda»766. En cambio Alas, en su artículo en El Globo (uno de los mejores suyos sobre Pereda, a pesar de lo que él mismo opine en carta a Galdós: «...un artículo mío hecho de prisa y mal   —231→   acerca de Sotileza»767) acepta y desarrolla la opinión del erudito santanderino: «Sotileza, la obra maestra del maestro montañés, en opinión de críticos como Menéndez Pelayo [...] lo mejor que ha hecho su autor en materia de novela, de pasión, de observación exacta y fuerte, y de propiedad y rigor en el diálogo»768.

Del resto de las críticas publicadas en la prensa inmediata, hubo una que a Pereda interesó sobremanera, hasta el punto de escribir a su autor una extensa carta comentándola769. Era una de las primeras -si no la primera770- en aparecer en la prensa española, la de Joan Sardá en La Ilustració Catalana; artículo verdaderamente excepcional por diversas razones. La primera de estas aparece explícita en las líneas que encabezan el trabajo; en ellas Sardá justifica el que una revista catalanista dedique su atención a un escritor castellano, lo que es inusual en sus páginas: «En Pereda es dels pochs escriptors castellans que 'ns atenen y consideran, dels poquissims que 'ns llegeixen y 'ns estimulan [...] Es, además, En Pereda, o ha sigut fins fa poch, una de las victimas del olimpich desdeny ab que la gasetilla cortesana sol robre tot lo que ve de provincias»771.

Pero es que, además de esa atención -que no había de ser la única de los intelectuales catalanes a Sotileza772- el artículo de Sardá tocaba un punto de especial interés para el novelista santanderino y en el que, nos consta773, había puesto grandes esperanzas: el análisis de su personaje protagonista. A comentar este punto dedica Pereda la mayor parte de su carta y sobre ello tendremos ocasión de volver en próximas páginas.   —232→   Recojamos ahora tan sólo su opinión sobre la perspicacia del crítico barcelonés; tras calificar de magistral su artículo, afirma «sin asomo de lisonja, que, entre el cúmulo de críticas que poseo de las que se han hecho en España y fuera de España de la afortunada "callealtera", no hay una en que se haya herido la dificultad más derechamente ni en menos palabras que en la de V.»774.




ArribaAbajo3. Localismo. Costumbrismo. Tendencia

Como era de esperar tras una declaración de objetivos tan transparente como la ofrecida por el novelista en el prólogo, una buena parte de las críticas se ocuparon de este punto, analizando cómo en el libro se cumplía o no el propósito allí anunciado: «al fin y a la postre lo que en él [el libro] acontece no es más que un pretexto para resucitar gentes, cosas y lugares que apenas existen ya, y reconstruir un pueblo sepultado de la noche a la mañana, durante su patriarcal reposo, bajo la balumba de otras ideas y otras costumbres arrastradas hasta aquí por el torrente de una nueva y extraña civilización»; propósito confirmado en las palabras con que se cierra la novela:

«...al dar reposo a mi cansada mano, siento en el corazón la pesadumbre que engendra el fundadísimo recelo de que no estuviera guardada para mí la descomunal empresa de cantar, en medio de estas generaciones descreídas e incoloras, las nobles virtudes, el mísero vivir, las grandes flaquezas, la fe incorruptible y los épicos trabajos del valeroso y pintoresco mareante santanderino».



La idea mayoritariamente expresada por los críticos, con algunas excepciones que señalaremos, es que, pese a tal formulación de objetivos, el libro superaba la dimensión puramente localista -y lo que en ello podía haber de puro costumbrismo- para convertirse en una verdadera novela. Fue Ortega Munilla el primero en señalar cómo, pese al localismo de escenario y personajes, «su nuevo libro es un triunfo de   —233→   la novela analítica775. No es ya el estudio de costumbres de una comarca». Y con parecidos argumentos, insiste en La Voz Montañesa S. Landa: «en Sotileza hay algo más que la expresión de los recuerdos de un tiempo que hace poco ha pasado. No es Sotileza, en efecto, una novela tendenciosa (como ahora se dice); pero es al fin, una novela». Es evidente que en juicios como los citados pesaba todavía la imagen costumbrista que de Pereda habían fijado sus primeros libros; pero esta novela también mostraba cómo a partir de situaciones, personajes y ambientes muy locales -y por ello propios del género costumbrista- se podía construir una historia con aspiraciones universales. Así lo expresan los críticos de dos de las más importantes revistas del momento; «Orlando», en la Revista de España («En corroboración de que no resultan lo principal del libro las costumbres, está el hecho de que los acontecimientos se suceden mostrando la estrecha dependencia de unos con otros y los personajes en relación entre sí; de manera, que si la acción se traslada a otra parte [...] la novela subsiste íntegra»776) y Felipe Benicio Navarro en la Revista Crítica («El Sr. Pereda se propuso, [...] resucitar gentes, cosas y lugares que apenas existen ya, reconstruir el antiguo Santander. [...] Pero esto que en los poetas de menor cuantía sólo suele producir insulsas y lacrimosas lamentaciones en los genios castizos es germen de las obras de arte legítimas. Así el Sr. Pereda, que empezó con el simple propósito de retratar tipos, costumbres y lugares, terminó dejando cumplida una de las novelas más delicadas y sentidas y menos tendenciosas de las que hacen raya en el renacimiento de la novela española»777.)

Universalidad que, en cierta medida, desmiente la limitación que suponía la dedicatoria, como comenta la reseña que en La Fe aparece firmada A. J. V.: en ella protesta el crítico de que el novelista haya pretendido restringir el disfrute de su novela a unos lectores de determinada procedencia y edad; y se pone a sí mismo como ejemplo de lector que, al principio, creyó que la novela no había sido escrita para él, pero, superados los capítulos iniciales, descubre la universalidad del tema, sus conflictos y personajes: «No es verdad, es lo contrario a la verdad decir que Sotileza es una obra local que sólo pinta tipos y costumbres locales».

Por su parte Alas, concuerda con otras críticas ya citadas en notar cómo la novela, pasados unos primeros capítulos, se eleva sobre sus   —234→   estrechos límites «callealteros» y manifiesta su preferencia precisamente por lo que en ella hay de universal humano: «allá, desde el capítulo once próximamente en adelante, crece el mérito de tal materia [se refiere a la reconstrucción del "Santander que fue", que acaba de mencionar] y aparece siempre enlazada esta clase de belleza a la no menos interesante, acaso más, de la pasión humana, de lo que no es privativo de santanderinos, ni siquiera de pescadores, sino que es puramente humano»778. Y concluye su crítica -o mejor, lo publicado en El Globo de su crítica- formulando un deseo que es a la vez un consejo a Pereda: «¡Y pensar que con ser Sotileza cosa tan buena, todavía es el autor capaz de darnos algo mejor! Sí, porque es capaz de darnos un libro en el que lo humano se mire como lo principal y lo santanderino como lo secundario»779.

No todos los críticos se expresaron en esa línea. Hubo algunos que, tal vez por preferencias personales, siguieron fieles a aquella imagen del autor de Escenas Montañesas y Tipos y paisajes. «Resurrección de costumbres de una ciudad» es Sotileza para José de Siles; «una novela de costumbres», según Luis Gonzaga780; «un soberbio cuadro de costumbres más que una novela», a juicio de Miquel y Badía781; y Fernando Guevara llega a calificar al libro de «verdadera escena montañesa prolongada»782.

Ahora bien, sin dar la razón totalmente a opiniones como las últimamente transcritas, es claro -como han notado algunos críticos actuales: Montesinos783, S. H. Eoff784- que esta novela estaba muy mediatizada, y en algunos aspectos lastrada, por una cierta concepción costumbrista. Curiosamente, ninguna de las críticas inmediatas lo notó785;   —235→   pero pocos años más tarde, en 1889, en su folleto Pardo Bazán, Valera, Pereda -cuyas páginas sobre el escritor santanderino se ocupan sólo de Sotileza- Fernández Luján llamaba la atención sobre algún resabio costumbrista que perjudicaba a la novela de 1885, como los innecesarios excursos del capítulo VII «pesado y sin interés» o, en el X, «cuando se refiere al patache y sus vicisitudes, con pretexto del Joven Antoñito de Ribadeo, y que no es de necesidad, sino que embaraza la novela»786.

Hemos dejado pasar sin comentario en algunos de los textos críticos citados las alusiones a la falta de tendenciosidad en Sotileza; volvamos sobre ese punto, aduciendo otros juicios coincidentes: en una de las primeras críticas de la prensa inmediata, escribía León Medina: «Algún crítico tendenciófilo buscará en los recónditos pliegues del libro el problema que en él se resuelve, la cuestión vital que se dilucida: y si no la encuentra seguro que la inventará». Estas palabras, y otras que citaremos, muestran cómo en críticos y lectores seguía pesando el recuerdo del Pereda polemista de Don Gonzalo... o De tal palo...; imagen que convive con el otro tópico que ya hemos señalado del Pereda costumbrista787, como muestra esta opinión de un crítico de la prensa santanderina: «Pereda no es aquí el hombre de batalla: es el escritor de costumbres que pinta, describe, relata y dibuja todo lo que se va y desaparece...»788.

El que el escritor polanquino abandonara en este libro su gusto por la novela dogmática había de complacer sobre todo a aquellos críticos que, a propósito de obras anteriores, se lo habían reprochado; así se nota en la crítica de F. B. Navarro con palabras que, además de pronunciarse en contra de la literatura dogmática en general, todavía parecen recordar las viejas discusiones suscitadas por De tal palo... o por Pedro Sánchez:

«El Sr. Pereda ha prescindido esta vez, con excelente acuerdo, de todo dogmatismo al componer su libro, con lo cual causará no poco quebranto a todos los críticos [...] que no aciertan a hilvanar sus diatribas o sus ditirambos, si no tienen a la vista los dos patronos del arte docente y del arte por el arte. [...]

Felizmente para sus admiradores imparciales, tampoco en este libro encontramos batallando lo humano con lo divino, la revelación con el positivismo, la provincia contra la corte...»789.



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Por su parte Clarín menciona como término de comparación la novela de 1883 que tanto le había satisfecho, para señalar la falta de propósito trascendental en Sotileza: «Tampoco llega en intención y valor de experiencia social a Pedro Sánchez, ni se proponía el autor que llegara, ni que fuera por ese camino»790.

Todavía en 1891 el crítico agustino C. Muiños, escribiendo a propósito de Pequeñeces, de Coloma, llegaba a afirmar, con notable exageración, que en Sotileza «no hay un solo indicio de tendencia moral»791.

Y poco después de la muerte del novelista, Luis Martínez Kleiser notaba algo que, aunque evidente para el lector de hoy, parece que pasó inadvertido a los críticos más inmediatos: Sotileza tenía una tesis y esta se refería precisamente a la solución adoptada por el autor para el conflicto amoroso de Silda, quien «al fin y a la postre quiere a Cleto, que es todo lo que ella puede apetecer, constituyendo esto el asunto y hasta quizá la tesis de la novela»792.




ArribaAbajo 4. La cuestión del naturalismo

Afirma Walter T. Pattison en El naturalismo español que el prólogo de Sotileza «sirve más que nada de estímulo para reanudar la polémica ya casi apaciguada», refiriéndose a la que se había suscitado en los años precedentes acerca de la adscripción de Pereda a la escuela naturalista793. En efecto, el análisis de la crítica inmediata de Sotileza muestra que la polémica, si es que se había apagado, resucitó con brío, provocada por aquellas palabras de la «Dedicatoria»:

«Perdone, pues, la crítica oficiosa si, por esta vez, la pierdo el miedo. No se fatigue arrastrando el microscopio y metiendo las pinzas y el escalpelo entre las fibras de estas páginas: déjese, por Dios, de invocar nombres de extranjis para ver a qué obras y de quién de ellos y por dónde arrima mejor la estructura de la mía; no se canse en meterme por los ojos la medida que dan ciertos doctores de allende en el arte de presentar casos y cosas de la vida humana en los libros de imaginación. [...]

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Este libro, de la misma veta que algún otro que llegó al mundo con muy buena suerte, y mucho antes que en España se gastaran mares de tinta en encomiar modelos que ya apestan de tanto no venir al caso los encomios, es como es, no por parecerse a otros en su hechura, sino porque no puede ser de otra manera».



Ya El Noticiero del día 2 de marzo, en la breve nota firmada por C. B. que precedía al texto del prólogo de la novela, destacaba entre los temas que aquel trataba, «en forma sencilla, pero con buenos argumentos y mejores ideas, esos problemas pavorosos del realismo artístico, que discuten con su jerga filosófica, los literatos a la moda». Será esta la única alusión expresa al prólogo perediano en la discusión que analizaremos; todos los que en ella intervinieron soslayaron el aceptar o rebatir aquellos argumentos y se limitaron al análisis de la novela.

No obstante, parece ser que, al menos en privado, algunos amigos comentaron con Pereda lo inoportuno de aquellas páginas de la «Dedicatoria». «Tampoco es V. solo -escribía a Oller el 17 de marzo- quien me ha dicho que huelga en el libro el prólogo que lleva». Y las razones que añadía constituyen un interesantísimo testimonio, que revela tanto su postura en el debate realismo / naturalismo, como sus reticencias ante determinados juicios de la crítica:

«Ahora sí, porque la novela cayó bien; pero cuando yo la escribí contaba con que la crítica gacetillesca que es la que más abunda, iba a recibir su inusitado realismo, aunque de la casta del realismo tradicional en España, tan distinto del exótico naturalismo que hoy priva, con los desdenes y majaderías de costumbre, para lamentarse de que me volviera a encerrar en los estrechos horizontes de mi tierra...794, o a lo sumo, con la generosidad de concederme que como obra de imitación de tal o cual modelo extranjero, no estaba del todo mal. En fin, que quise anticiparme con la respuesta a ciertos cargos de pacotilla, obligados entre los críticos de determinada ralea, no contando, ni en sueños, con el éxito que iba a tener el libro... y desengáñese V.: bueno es que consten aquellas verdades allí, porque hora es ya de que nos vayamos emancipando de esa inconcebible tutela de la incompetente crítica rutinaria e indocta»795.



Ya hemos tenido ocasión de señalar en otras ocasiones cómo entre los malentendidos que existían entre los críticos españoles de la época con respecto al naturalismo, el más extendido era el que identificaba aquella escuela con conceptos más morales que estéticos, tales como obscenidad o falta de decoro; «lo escabroso» o lo «repugnante» llegaron a entenderse como sinónimos del estilo naturalista, y a propósito de Sotileza tendremos ocasión de encontrar abundantes ejemplos. Así estos   —238→   tres que a continuación citamos, de Ortega Munilla, Siles y Miquel, respectivamente, y que no necesitan ningún comentario:

«He aquí una novela realista, sin obscenidades, de las que nos hacen falta para convencer a esos señores de que se puede pintar la verdad sin que escandalice»796. «Buscaréis en vano un resabio de eso que se ha dado en llamar nueva escuela [...] Lo sucio, pero nunca lo asqueroso y repugnante, se ve en este cuadro coloreado por pincel maestro». «Al contrario de lo que acontece en muchas novelas naturalistas modernas, es sano y es honrado el ambiente que se respira en Sotileza. [...] El realismo en Pereda no es el que se emplea en pintar ruindades y asquerosidades [...] gracias a esto Sotileza no causa la menor repugnancia en ninguno de sus capítulos»797.

En punto a situaciones «escabrosas» hubo menciones a algunas muy concretas, que los críticos adictos al novelista se apresuraron a disculpar de toda intención escandalizadora (lo cual demostraba su no vinculación a la escuela de Zola); véase cómo lo hace el santanderino Olarán en un texto que ejemplifica la confusión entre realismo (valdría lo mismo naturalismo) y moral: «...la escena entre ésta [Sildal] y Muergo, que no faltará quien tilde de subida de color, y que, en opinión mía, será todo lo realista que a ustedes se les antoje, pero no mal avenida con los severos preceptos de la moral y bien ajustada a las exigencias del arte». El mismo Menéndez Pelayo menciona la palabra naturalismo al elogiar el pudoroso cuidado perediano al tratar la que llama «extraña aberración psicológica» esto es, la preferencia de Silda por Muergo: «Con todo eso, Pereda no ha traspasado la línea en materia en que tan fácil era resbalar, siguiendo las huellas de otros naturalistas»798.

Felipe Benicio Navarro, uno de los que más empeño pusieron en defender la idea de un Pereda naturalista, o incluso cercano a Zola799, dedicó una buena parte de su artículo en Revista Crítica a reiterar sus ya conocidas teorías, encontrando afinidades entre el autor de Sotileza   —239→   y el de Nana: «en los mismos, mismísimos momentos en que el Sr. Pereda estudiaba y describía de tan magistral manera las viviendas y calles del Cabildo de Arriba, las familias de los Mocejones, la escuela del padre Apolinar y otras tales cosas, Emile Zola hacía estudios de género parecido y descripciones de idéntica índole en su Germinal, que ha aparecido en las librerías de París, al mismo tiempo que Sotileza en las de Madrid». Y con ironía que permite suponer que Navarro se consideraba aludido por aquellas frases de la «Dedicatoria» que arriba citamos, afirma así su concepto de Pereda naturalista malgré lui: «Pero ya que tanto le mortifica al distinguido escritor montañés que se le trate, considere o tenga por naturalista, repetímosle la promesa de no volverle a mentar su bête noire, lo cual no impedirá que, como el personaje de Molière, continúe escribiendo en prosa inconscientemente»800.

Clarín desarrolla las observaciones de Navarro, señalando con claridad cuáles son los puntos de contacto que encuentra entre esta novela de Pereda y las de la escuela francesa:

«Pereda podrá decir todas las perrerías que quiera de los naturalistas franceses, pero en esto [en el modo de analizar y mostrar cómo se manifiesta el carácter de la protagonista de la novela], como en otras cosas, su procedimiento es el de Zola; y debo advertir que la gracia no está en seguir el procedimiento, sino en acertar, en cumplirlo con facultades suficientes. Diga Pereda (y perdone la digresión) lo que quiera de los críticos que le comparan con escritores extranjeros, por lo que a mí toca, si por crítico me tiene, esté seguro de que en boca mía decir que algo es digno de Zola, o parecido a lo de Zola, es el mayor elogio»801.

Y algunas páginas más adelante añade: «Digno del naturalista más perfecto, de Zola mismo, es todo lo que en Sotileza se refiere a la vida de los marineros»802.

Otro tópico muy extendido entre los críticos que escribieron sobre el naturalismo era el que trataba de reivindicar un supuesto realismo   —240→   castizo o naturalismo a la española (Cervantes, la picaresca, Quevedo...) que pudiera oponerse al que representaba la escuela francesa. A ello se debe la frecuencia con que a propósito de Pereda se trajeron a colación, con mayor o menor oportunidad, determinados clásicos de la literatura española, cuyo realismo sería comparable al del novelista de Polanco. En las críticas de Sotileza podemos encontrar algunas alusiones de este tipo. Para Joan Sardá hay recuerdos de Cervantes en el capítulo I: «Alló es Rinconete y Cortadillo fet y pastat, y no d'imitació sinó espontani y de primera má»803. Y algo muy parecido escribe F. B. Navarro a propósito de ese mismo capítulo: «Es este cuadro una prueba más de la maestría con que el Sr. Pereda maneja los clásicos recursos que en las descripciones de este género emplearon los creadores del Lazarillo, del Guzmán, de Rinconete y otros muchos antecesores castizos de estos Muergos, Sulas y Toletes»804.

No podían faltar estas alusiones a los clásicos de la picaresca en la reseña de Francisco Miquel y Badía, uno de los máximos defensores de la imagen de Pereda como continuador de la tradición realista española:

«Arremangado el brazo se entra D. José María de Pereda por los dominios del realismo neto desde las primeras páginas de su última novela Sotileza. De gozo se estremecerían en sus tumbas Mateo Alemán, Vicente Espinel, Hurtado de Mendoza y demás antiguos autores que cantaron las hazañas y malandanzas de la gente desarrapada de nuestra tierra, si pudieran ver cómo sigue sus huellas y emula sus glorias el novelista montañés del siglo XIX. [...]

»Quisiéramos copiar alguno de los fragmentos a que aludimos para que nuestros benévolos leyentes, singularmente los versados en la lectura de las viejas novelas picarescas, vieran con cuánto fundamento hemos afirmado que los autores famosos de El Lazarillo de Tormes, El Escudero Marcos de Obregón y El Pícaro Guzmán de Alfarache disputarían a Pereda por uno de los suyos y de los de mayor mérito en el gremio»805.



Todavía en 1896, en su extenso artículo «Pereda, The Spanish Novelist», la escritora inglesa Hanna Lynch discutía el aparente naturalismo de Sotileza: «Nothing here of the "document" school, no indication of the note-book; yet a naturalism more intense, more vivid than any Zola has evoked from his superabundance of detail and wealth of description. You have drunkenness, naked poverty, foulmouthed women, and ferocious men, but nothing to shock. [...] Humanity here is simply savage, never disgusting, and pity is the essential note of the book»806.

  —241→  


ArribaAbajo5. La trama argumental: función y desarrollo

Al reconstruir en el apartado inicial de este capítulo el proceso de elaboración de Sotileza tuvimos ocasión de notar en el método del escritor la herencia de su «oficio» costumbrista: el argumento de la novela, su desarrollo y, en consecuencia, todo el plan del libro, constituye el hilo ensartador de unos elementos previos (situaciones, escenas, tipos...) de clara raíz costumbrista. Pues bien, observemos ahora cómo esto también fue notado, aun sin conocer los testimonios epistolares que aquí hemos aducido, por algún crítico coetáneo: con imagen gráfica lo expresa Luis Gonzaga, de quien ya citamos su afirmación de que Sotileza era una novela de costumbres; afirmación que en su razonamiento es consecuencia de esto: «el enredo de la novela no tiene en ella más importancia que la cinta con que se ata un ramo de camelias. Sirve solamente para enlazar personajes, cosas y lugares, que el autor quiere describirnos»807.

Menéndez Pelayo, en cambio, destaca la importancia que a su juicio tiene en esta novela la acción, por otra parte perfectamente estructurada: «Lo primero que hay que admirar en Sotileza, y lo que desde luego le da conocida ventaja sobre las novelas anteriores de su autor, es el tener verdadera acción, y acción tan bien graduada, tan natural y sencilla, tan en línea recta, tan consonante con los datos psicológicos y fisiológicos de los personajes, tan a tiempo ligada, tan a tiempo resuelta, tan ajena de todo lo que parezca artificio, violencia o amaño, que el ánimo no puede menos de pararse gustosamente ante tan severa estructura y trama tan bien concertada»808. Y algo parecido escribe Leopoldo Alas: «...se me figura que la trama novelesca es más sólida, más interesante y más complicada (como la vida) que en los libros anteriores»809.

En cambio Léo Quesnel, repitiendo un tópico que ya se iba haciendo corriente, afirma: «Evidemment Sotileza a été écrit sans plan et au courant de la plume. Il n'y a là ni drame ni invention: il n'y a que des caractères». Y más adelante explica cómo ese defecto -«composer sans plan»- se nota también en la disposición de las figuras: «De même qu'il ne noue pas les événements, il ne disposse pas ses figures de façon à produire des effets de perspective. Toutes sont au premier plan; et l'interêt, comme l'attention du lecteur, s'éparpille»810.

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Muy pormenorizado es el análisis de la organización que hace el ya mencionado Fernández Luján: «Pereda es difuso hasta el capítulo VIII de la obra, y esto consiste quizás en las escenas demasiado fútiles y triviales que otro autor desdeñaría»; y algunas páginas más adelante: «La acción, que se inicia en el capítulo "Crisálidas", sufre un eclipse parcial por el lujo de pormenores, y no absorbe la atención del que lee hasta cierto punto; el punto en que concluye la preparación del escenario, precisamente; pues hay que considerar esta primera parte de Sotileza como el preámbulo de un drama en que el autor da el pulso a lo accesorio, esto es, a las decoraciones»811. Otro crítico que alude a esta novela en un trabajo publicado bastantes años después, en 1898, Boris de Tannemberg, alaba la belleza y naturalidad del desarrollo de la acción: «On ne louera jamais assez la belle ordonnance de ce roman, dont l'action se développe d'une façon si naturelle, et où rien ne sent l'artifice ni la convention»812.




ArribaAbajo 6. El conflicto

Como eje central de la trama argumental, Sotileza planteaba un conflicto básicamente amoroso pero condicionado por factores de clase social, cuyo desarrollo y solución mereció la atención de la crítica; y en la medida en que aquella solución era discutible, suscitó un interesante debate. Hay que señalar aquí que esta discusión es inseparable de la que luego estudiaremos en torno a los personajes protagonistas de aquel conflicto; sólo por razones de comodidad expositiva nos permitimos diferenciar ambas vertientes del debate.

Precisamente estas palabras del artículo de Joan Sardá señalan la función cardinal que en el conflicto novelesco desempeña la muchacha protagonista: «Sotileza es centre d'atracció de tres diferents amors, qual procés entrellasat constituheix la acció dramática de la novela»813. La solución del conflicto de elección entre esos «tres amores» fue uno   —243→   de los puntos más debatidos p or la crítica (y por los lectores, a juzgar por el testimonio del propio novelista814).

Sardá no se limita a comentar esa solución, que no le satisface, sino que con notable perspicacia ofrece una explicación de las razones del novelista:

«Li quedavan donchs al autor dúas solucions al carácter de Sotileza: l'amor a Cleto y l'amor a Andrés. Un novelista romantich o un aficionat a deixar contentas a las ánimas virtuosas la hauría enamorada d'en Cleto. Un novelista psicolech y aficionat als problemas morals intims la hauría enamorada d'en Andrés.

»En Pereda no es romantich y 's riu, en art, del parer de las ánimas virtuosas. Sotileza 's casará ab en Cleto; aixis se desenllasa la novela»815.

Al lado de esa interpretación destaca aún más la superficialidad de comentarios como el de la reseña firmada por «Tántalo» en La Opinión, de Valladolid; en una carta abierta al novelista, el crítico expresa su disconformidad con la solución dada al conflicto, basándose en razones como estas: «Sotileza, si se llega a casar con Cleto, cosa de la que no estoy muy seguro, no ha de ser muy feliz [...] Silda estaba enamorada de Andrés, aunque en disimularlo pusiera empeño [...] También tengo reparo en el matrimonio de Andrés con la de Liencres». Y concluye formulando esta suposición: «¿O es que V. se ha propuesto hacer una segunda parte y en ella descubrir el enigma que se refiere a Sotileza?».

Esa posibilidad abierta que intuía el texto que acabamos de citar se basaba en el final ambiguo que presenta la novela que estudiamos816. Por la misma razón, el crítico de la Revista de España consideraba que Pereda no había desarrollado suficientemente el asunto de aquel relato: «En este libro podía haber acometido el interesante estudio de una pasión que, si bien en su esencia es la misma de siempre, aquí se ve revestida de algunos caracteres no tan comunes; y valía la pena de satisfacer el ánimo del lector, que, al terminar la obra, se ve contrariado   —244→   y protesta de que se supriman figuras y se ponga fin cuando no se ha dado más que un esbozo del asunto que él estima capital, y para eso oculto entre las sombras»817. En cambio Menéndez Pelayo encuentra en esa ambigüedad uno de los mayores encantos del libro: «El pensamiento artístico de Sotileza, la idea primera es tan honda que casi parece un enigma. [...] El autor le ha planteado, pero en la conclusión le elude más que le resuelve. Ha hecho bien, después de todo». Y eso porque tal misterio no descubierto, comenta, añade poesía al personaje protagonista818.

El dejar abierta la posibilidad de interpretación del lector ante un final ambiguo conlleva el peligro de posibilitar lecturas como la que proponía Léo Quesnel al comentar la escena culminante de la solución del dilema amoroso de Silda: «Sans qu'un mot en ait été dit par aucun des personnages ni par l'auteur, tout lecteur clairvoyant a deviné que l'amour pour Andrés a grandi avec elle, mais qu'elle est trop fière pour accepter un mariage inégal, trop généreuse pour vouloir nuire à la prosperité de son protecteur. Elle s'inmole en silence et nul ne le saura jamais sur la terre. Bien de gens même liront le roman de Sotileza sans le deviner, sans le comprendre»819.

Recordemos, para concluir este apartado, un texto ya citado páginas atrás en el que se señalaba cómo la solución del conflicto, mediatizada por la diferencia de clase social, constituía probablemente la tesis de Sotileza («La muchacha no puede querer más que a uno de su igual, y al fin y a la postre quiere a Cleto, que es todo lo que ella puede apetecer, constituyendo esto el asunto y hasta quizá la tesis de la novela»820.




ArribaAbajo 7. Personajes

Ninguna de las novelas peredianas suscitó tantos comentarios críticos acerca de sus personajes. A ello contribuyó en especial el llamado «misterio de Sotileza», que ya hemos tocado en el apartado precedente y en el que en este profundizaremos. Pero también el hecho de que por primera vez el escritor de Polanco creaba personajes con cierta entidad y complejidad psicológica, no sólo descrita sino también mostrada en sus comportamientos, nada de lo cual se había podido señalar   —245→   en sus libros precedentes (con la única excepción de ciertos aspectos del protagonista de Pedro Sánchez). Por esta razón fue casi unánime en la crítica el llamar la atención sobre esta novedad en la obra perediana, elogiando además su capacidad de análisis de las psicologías de sus personajes novelescos. «Lo que más avalora la última producción del Sr. Pereda -escribe en su crítica Felipe B. Navarro- es el cumplido acierto con que ha expuesto los caracteres que en su novela se desenvuelven con la debida naturalidad y la necesaria lógica y la prudente medida psicológica con que se entrechocan, combinan o repelen». Y alude luego a la profundización en el estudio de los caracteres, en especial los de Silda y Andres821.

Por su parte, el crítico de La Fe, A. J. V. observa cómo después los méritos evidenciados en novelas anteriores, «en esta ha demostrado Pereda otras dotes tan eminentes, que pueden considerarse como excepcionales, y que le completan, digámoslo así, dándole el primer puesto en la literatura patria de este siglo»; dotes que consisten en que ya no se contenta el escritor con dar un retrato admirable pero superficial de sus personajes, sino que «ha penetrado más hondo, ha llegado hasta los últimos pliegues del corazón». Otro mérito destaca el mismo crítico: la propiedad y coherencia del comportamiento de cada personaje: «Pereda ha combinado la trama de la narración con sorprendente concepción e ingenio sin que jamás ninguno de los personajes desmienta su carácter por un solo acto». De este parecer, que fue general entre los críticos, discrepa el de la Revista de España, de quien ya hemos tenido ocasión de señalar sus opiniones desfavorables sobre Sotileza. Para este «Orlando», la conducta de los personajes del libro está insuficientemente analizada (como también a su juicio el conflicto estaba insuficientemente desarrollado)822.

Como es lógico, la atención preferente de la crítica se centró en el cuarteto protagonista (Silda-Muergo-Andrés-Cleto), en el estudio de carácter que de cada uno de ellos hace el escritor y, en especial, las relaciones que establece cada uno de los muchachos con la protagonista.

A pesar del secundario papel que le toca desempeñar en la trama, es natural que el sorprendente Muergo llamase la atención de los críticos: «Una reencarnació de Quasimodo, baixat de las alturas épicas de Notre Dame de Paris al pla terreno d'una novela de peixeters», en palabras de Sardá823. Curiosa y sorprendente es la opinión expresada por   —246→   S. Landa, quien considera (y supone que también los lectores) que Muergo «a pesar de todo lo sucio, feo y repugnante que Pereda le pinta, es simpático y agradable»; por ello, se pregunta, «¿no era Muergo un tipo más digno de Silda que el vulgarísimo Cleto?». Leopoldo Alas, tal vez por su doble condición de novelista y crítico, supo observar lo que había de meritorio en aquella creación perediana: «Desde el primer capítulo se comprende lo que va a ser Muergo, y ha de darnos lugar este personaje, tal vez el protagonista latente del libro, a aquilatar el mérito de Pereda en el arte dificilísimo y de los más interesantes para el novelista, de estudiar los caracteres en la variedad de la vida, a través de las transformaciones de las edades»824.

Pasado el tiempo, y aparecidos otros interesantes personajes peredianos, la crítica seguía considerando digno de ser destacado este de Sotileza; sirvan como muestra de tales opiniones, entre otras, las de Blanco García (1891) y Martínez Kleiser (1907), respectivamente: «Muergo, la bestia humana, como dirían los discípulos de Zola [...] personaje, en fin, de los que no pueden entrar en ninguna novela idealista y de buen tono. Lo estupendo es ver cómo Pereda logra hacerle interesante, cómo en tan abyecta criatura, y sin contradecirse a sí mismo, halla nobles y humanos instintos; cómo acierta a transformarle en el contacto de la luz que irradia de la palabra y del cariño de Sotileza»825. «Este es a mi juicio uno de los mejores tipos de Pereda, y el amoroso cuidado con que Sotileza le atiende y la extraña predilección que por él siente, uno de sus mayores aciertos psicológicos»826.

Al lado de este inolvidable personaje, el otro muchacho pescador, Cleto, quedaba un tanto eclipsado y tal vez por ello no son muchos los comentarios que a él aluden; en todo caso, es curioso contrastar dos juicios tan divergentes como el de Sardá («Potser en tota la ja llarga serie de novelas d'en Pereda no hi ha res que supere á la pintura d'aquest amor [el de Silda por Cleto] ni figura tan acabada como la d'en Cleto»827) y el de Landa («lo que menos vale son [...] las figuras de Silda y Cleto»).

En cambio, a propósito del personaje Andrés se suscitaron algunas interesantes cuestiones, dignas de ser recogidas y comentadas aquí. El mismo Joan Sarda planteó una que ningún otro crítico entre los de la época recogió, pero que ha sido señalada por estudios más recientes: la de que en tal personaje habría puesto el novelista algún aspecto   —247→   autobiográfico: «o molt hauriam d'enganyarnos, o hi ha bastant de personal en la novela»; aunque inmediatamente el crítico catalán puntualiza que ello no significa «que en Pereda sia Andrés», sino que tal vez, en su adolescencia, fue amigo de marineros, aficionado al mar, conocedor de las dificultades de las galernas y frecuentador de tabernas y bodegas de pescadores828. «Querubín de la Ronda», que encontraba falsos la mayor parte de los personajes de la novela, en especial el de la protagonista, opinaba que «en cambio Andrés es un tipo bien estudiado y bien presentado»829.

Clarín dedicó una buena parte de su artículo (casi cinco páginas en el libro Nueva Campaña) a estudiar este personaje y, sobre todo, lo que a su juicio constituía uno de los errores, tal vez el más importante, del libro: el excesivo protagonismo de aquel «señorito» en una novela de pescadores. No nos es posible reproducir íntegramente aquí ese interesantísimo texto crítico, que nos limitamos a resumir y citar en algunas de sus frases.

Comienza con una afirmación parcialmente coincidente con la que hemos transcrito del crítico de La Ilustración Universal: «Andrés, aunque inferior a Muergo y a Sotileza, también revela observación profunda»; más que verdadera inferioridad hay, en su opinión, un error del novelista no tanto en la concepción del personaje como en el papel que ocupa en la novela: «No es que esté mal estudiado ni mucho menos; al contrario, repito que en él revela el autor una vez más sus dotes de observador, y tal vez mejor que nunca pinta, con motivo de las luchas interiores de Andrés ciertos matices de la pasión en pugna con la conciencia, [...] no es que Andrés esté mal estudiado, es que este señorito está ocupando un lugar que yo quisiera para un pescador».

Pero lo que, a nuestro juicio, resulta más importante de esta parte del artículo de Alas es su perspicaz observación acerca de la función que cumple aquel personaje como soporte de la perspectiva narrativa en muchos momentos del relato: «La misma Sotileza aparece en escena cuando en las idas y venidas de Andrés se le encuentra, el hilo principal que sigue el autor es el de la vida y pensamientos de Andrés, no el de Sotileza; los accidentes en que se para son los que nacen de las relaciones de Andrés; si Cleto y Muergo asoman de vez en cuando para representar sus grandiosas escenas, algunas veces es por causa de Andrés».

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La conclusión del análisis del crítico asturiano es un reproche acerca de la novela que Pereda pudo haber escrito y que no escribió: «En resumen, por lo que respecto a Andrés: con él pudo haber hecho el autor otra novela interesante, de observación original y muy oportuna»830.

En el «Prólogo» al primer tomo de las Obras Completas de Pereda, aparecido cuando el novelista redactaba su Sotileza, Menéndez Pelayo había dejado escrito: «Los tipos femeniles y los diálogos de amor son y serán siempre la parte más endeble de su armadura de novelista y aun añadiré que los huye o los trata con frialdad y despego»831. Se diría que Pereda tomó este juicio como un reto (lo que, por otra parte, era actitud usual en sus reacciones ante la crítica) y puso su mayor empeño en desmentirlo con la Silda de la novela marinera; por decirlo con palabras de un crítico coetáneo, el santanderino Ricardo Olarán en su reseña a La puchera, en 1889, «en buena hora se le ocurrió no sé a quién decir que Pereda no pintaba mujeres de carne y hueso...; desde que tal se dijo parece que nuestro novelista ha puesto empeño en crear los tipos más reales y acabados en el género, echando a estos mundos a Sotileza, la Montálvez...»832.

Probablemente -como bien ha observado Laureano Bonet833- Pereda no llegó nunca a superar aquellas limitaciones en los personajes femeninos de sus obras; pero es indiscutible que sus esfuerzos para elaborar un carácter tan complejo e interesante que pudiese impresionar a los críticos, obtuvieron resultado satisfactorio, a la vista de los abundantes comentarios que a este asunto se dedicaron.

No todos fueron elogiosos; hubo críticos que siguieron encontrando en Silda los mismos errores que se notaban en mujeres de libros anteriores. Así, tanto Joan Sardá como «Orlando» encontraron en ella la misma frialdad «de estatua» que en la Clara de Pedro Sánchez834. Albino   —249→   Madrazo la encuentra fundamentalmente inverosímil: «Silda [...] es, en mi humilde concepto, la creación menos real y verosímil del libro». Y de la misma opinión son «Querubín de la Ronda» y Ricardo Olarán.

Frente a todas aquellas críticas que tachaban al personaje de inverosímil y poco real, escribe F. B. Navarro estas palabras: «Es Sotileza, sobre todo, lo que suele llamarse una verdadera creación, por más que del natural más exacto esté tomada, y que nadie pueda con fundamento tachar por artificiosa ni inverosímil esta hermosa figura, [...] El Sr. Pereda ha logrado hacer en Sotileza la figura más cabal, más verdadera y más sublime de cuantas aparecen en novelas modernas»835.

Alas, huyendo de generalizaciones impresionistas, como son la mayor parte de las que venimos citando, se detiene en señalar con que eficacia artística logra el escritor mostrar el carácter del personaje, ya desde su inicial aparición: «Pocas veces habrá llegado el arte de la pluma a representar con tanta belleza un carácter en embrión, y un carácter original y fuerte, como va a ser el de Sotileza, con tan pocos rasgos y tan exteriores. Un grito, unas palabras repetidas como un estribillo, y una comparación, bastan a Pereda para mostrarnos todo lo que ha de ser Sotileza, hoy crisálida, cuando llegue a mariposa»836.

Gumersindo Laverde, discutiendo en carta a Menéndez Pelayo el supuesto naturalismo de la novela, formulaba una interesante observación relativa a la figura de la protagonista: «Tengo para mí que el tipo de Sotileza no le halló Pereda en ninguna pejina de Santander o que si le halló tuvo que desbastarle un poco para darle la singular belleza que presenta. Precisamente este carácter ideal de Sotileza, contrastando con el realismo de los demás personajes constituye a mis ojos una de las excelencias del libro de Pereda»837.

Como ya hemos señalado repetidamente, lo que hacía de aquel personaje una notable creación literaria era ante todo el misterio con que se velaban sus auténticos sentimientos. «Problema grave -escribía León Medina en La Unión- es decidir si la constante Sotileza anidó en su pecho el sentimiento del amor. El autor deja entre sombras este punto, porque a mi ver, mujeres de aquel temple son impenetrables arcanos».

La complejidad del carácter de Silda, lo enigmático de sus inclinaciones y preferencias, fue puesto de relieve por Menéndez Pelayo   —250→   con estas palabras, tan características de su estilo y dignas de ser citadas en toda su extensión.

«Sotileza, con ser muy mujer, tiene algo de esfinge tebana, y el autor no ha hecho más que levantar una punta del velo sagrado. Todos los instintos de su rebelde y altiva naturaleza han recibido desde el principio una dirección extraña, merced a aquella vida errabunda de playa y muelle de las Naos en que gastó sus primeros años. Su corazón es recio y duro para amar. El mismo agradecimiento apenas ha llegado a rayar aquella piedra tosquísima. Quizá duerman en su corazón escondidos deseos, tanto más fogosos cuanto más contenidos; pero nunca asoman a la lengua. Lo mismo rechaza el amor brutal de Muergo que el honrado y caballeroso de Andrés o el suave y delicadísimo de Cleto. Si alguna inclinación muestra es aquella que Petronio atribuía con tan enérgicas palabras a las matronas de su tiempo: Quaedam foeminae sordibus calent. A Sotileza, el oculto incentivo que la lleva hacia Muergo por extraña aberración psicológica, es la suciedad, la barbarie, el desaseo, es la ingénita grosería de aquel semibruto»838.



Esa «extraña aberración psicológica» a que se refiere el crítico santanderino fue objeto de la atención de otros comentaristas; Guevara, a quien como vimos disgustaba el carácter de la pescadora, salva «aquel delicadísimo detalle de su predilección por Muergo, rasgo de perfecto novelista». En cambio para «Querubín de la Ronda» esa inclinación por inexplicable, le hace calificar a la protagonista de carácter falso y poco real: «La inclinación que desde niña siente hacia el monstruoso Muergo no tiene explicación, por más esfuerzos que Pereda hace por explicarla». También «Orlando» reprocha al novelista que deje sin explicación este punto, insuficiencia de la que, según su opinión, es consciente el mismo Pereda: «lo reconoce así cuando, extrañado también por el caso y embarazado porque no habiendo pensado en el lo bastante, no se decide a abordarlo en el curso de la obra, o porque no entraba en su plan darle mayor importancia, corta la dificultad contestando, al preguntarse por la razón de las preferencias de Sotileza: ¡Vaya usted a saberlo!, y presentando al lector como causas posibles varias hipótesis, con lo cual aviva más y más sus ansias»839. Albino Madrazo, en cambio, disculpa a su paisano novelista: «¡Bah! ¿Quién se devana los sesos discurriendo cosas que se escapan de puro sutiles? Piensen los lectores a su manera, según la malicia o el entendimiento, que estas cosas oscuras, vagas e indefinibles, ha dejado el Sr. Pereda en Sotileza para que la mente discurra y la penetración adivine».

En estudios críticos posteriores a 1885 también encontramos referencias a este motivo de la relación entre la bella y el monstruo. «Pedro   —251→   Sánchez», en un artículo de 1888 alababa la discreción perediana en su tratamiento de este escabroso asunto, «al presentar, velada, encubierta, como sorprendente adivinación, aquella grave cuestión fisiológica y psicológica de la simpatía de la hermosura, la discreción y la limpieza hacia la fealdad, la suciedad y la barbarie»840. Blanco García, en 1891, consideraba que «este cariño, que parece absurdo e incomprensible, es de lo más artístico y hermosamente ideado que ocurre en el libro»841. Y Hanna Lynch, en 1896, coincidía con Quintanilla en observar la exquisita reserva del escritor ante ese misterioso comportamiento: «It is given to few of us to fathom the mystery of the human hearth, and even Pereda himself offers no explanation of Sotileza's inexplicable sympathy for the lout, Muergo. It is an inclination so undefined, so vague, so subtly suggested as to be preserved from the monstruous or the revolting by the exquisite reserve of the author. He is able to indicate in a girl, famed over the town for her superlative physical cleanliness, attraction to physical squalor in a merely animal lover; savagely, coldly pure, yet drawn to sympathy with brutal instinct by physiological a berration, and never once offend, never shock or surprise. You scent a mystery, but the author does not dwell upon it»842.

Pero el verdadero misterio de Sotileza lo constituía, para críticos y lectores coetáneos, lo referente a sus sentimientos por Andrés. El novelista, por razones que él mismo explicó en un texto que enseguida citaremos, voluntariamente dejó en penumbra esta cuestión y algunos críticos ocuparon su imaginación en intentar aclararla.

Navarro es uno de los defensores de la teoría de que Silda tal vez estaba enamorada de Andrés, aunque lo disimulase por dignidad: «En esta lucha de afectos, en el combate que libra la virtud incontrolable de Silda [...] con los ataques enérgicos y tentadores de Andrés, hacia quien acaso siente inclinación que su varonil entereza le permite disimular de suerte que el lector tan sólo lo sospecha, pues con esa discreción artística ha sabido ofrecerla el Sr. Pereda»843.

Muy parecida es la interpretación de Sardá; pero lo que hace especialmente notables sus palabras es el que se de cuenta de hasta dónde llega lo que realmente hay en la novela y lo que el crítico suple con su imaginación: «Aquesta era la solució al carácter de Sotileza. Estimar, estar enamorada d'en Andrés; pero voler y doldre, recloure en lo fons del anima aquest amor per excés de dignitat, per no somblar una ambiciosa que aspira a enfilarse a una classe superior que no es la seua [...]   —252→   aixó era fer de Sotileza una creació de primer ordre, un carácter gros, una figura eminent. ¿Ho es? Algún lector ha cregut que sí. Jo tinch por de que ho creu porque inconscienment, del fet de que sembla que ahuría de ser, deduheix que es»844.

Precisamente en respuesta a esta opinión escribió Pereda su carta a este crítico a la que nos referimos páginas atrás; en este texto hace el novelista unas muy interesantes confidencias sobre el punto que ahora comentamos, dignas de ser citadas:

«[su crítica] es la única que ha acabado de convencerme de que para lograr completamente el fin que me propuse en el carácter de la protagonista, falta algo que hasta tiene un sitio determinado en el libro. Pensaba yo, en mis propósitos, al hacer a Sotileza áspera, pero no inaccesible, altiva, pero no marmórea, por lo que a Andrés respecta, que era bastante con lo que se la oye responder al padre de éste en la bodega de Mechelín y con lo que se ve en capítulos precedentes, en particular el titulado "Ir por lana", y no era señal de fracaso en mis intentos el testimonio del sinnúmero de veces que, recién publicado el libro, se me hizo de palabra y por escrito esta pregunta: "¿Amaba Sotileza a Andrés?". Dejar esta duda en el ánimo del lector, eran precisamente los fines que yo perseguía; y no podían ser otros, por la naturaleza misma del personaje, por la "madera" de que estaba formado, porque la huérfana de Mules no debía aspirar a casarse con el hijo de Bitadura por las razones que a éste expone sumariamente en la citada ocasión; y desde el suceso de la Arboleda de Ambojo y otros inmediatos, por las que V. tan juiciosamente adivina en el antepenúltimo párrafo de su crítica, y debía guardar en lo más hondo de su honrado pecho su inclinación amorosa, tan estéril como peligrosa [...] algunas aprensiones mías, desde que examiné serena y fríamente a cierta distancia la obra escrita en la fiebre de dos meses de trabajo, me hizo no sólo caer en la cuenta de que bien podía tomarse por frialdad marmórea lo que debía ser disimulo, sino ver con toda claridad hasta la página y el sitio donde con media docena de renglones bien al caso se salvaba este riesgo tan grave, renglones que ciertamente, estuvieron al caer de mi pluma cuando escribí el pasaje que hoy los reclama, y no cayeron porque me parecieron que con ellos levantaba demasiado la punta del velo845 y se rompía el encanto del misterio»846.



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«El misterio de Sotileza» quedó ya consagrado como uno de los más persistentes tópicos en la crítica de la obra perediana. Es difícil dejar de encontrar esa expresión en las abundantísimas alusiones a aquella novela de 1885 en los textos críticos de los años siguientes. Veamos tres ejemplos que pueden servir de muestra. El primero pertenece a Fernández Luján:

«es un tipo voluptuoso, una odalisca de mar. Reducida a sus propias proporciones daría a la obra el tinte de idilio, pero un idilio sorprendente. [...] Sotileza ama a Muergo. Pero este amor no está claro, no está definido; está en cifra: realmente no se sabe del corazón de Sotileza media palabra [...] lo positivo es la duda que se nos apodera de si Sotileza ama al lichón de Muergo o si no ama a nadie: quizá se ama a sí propia: quizás aquel no le produce otro sentimiento que el de su propia monstruosidad: lo monstruoso puede ser bello en fuerza de ser horrible, y esto no se tome como suena. También cabe supone que no ama a Andrés por delicadeza: es decir, porque no se confunda este sentimiento con otro interesado o egoísta, en virtud de la distinción de clases y de fortunas que les separa. Lo único claro es que se promete a Cleto sin quererle»847.



Hanna Lynch caracteriza así a la joven protagonista: «A creature of impenetrable character from her first appearance on the twentieth page [...] Scant of speech, hard, stainlessly pure in person and mind, such she traverses life, an enigma to the end [...] But what is hidden in the hearth of Sotileza we never know. We greet her, a child, incommunicative, long-suffering, incomprehensible, and so we part with her, not having fathomed her, not having understood her»848. Y en 1906   —254→   recordaba José Medina Togores que en la novela que venimos comentando «el insigne autor, marchando por caminos pocas veces frecuentados por él, penetra en los recónditos misterios psicológicos y crea un tipo tan original y extraño, y al mismo tiempo tan artístico, como el de la huérfana de la Calle-Alta»849.





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ArribaAbajo Capítulo XII

La Montálvez (1888)



ArribaAbajo1. Elaboración y publicación

En un extenso artículo titulado «Don José María de Pereda», aparecido en la Revista Contemporánea de abril de 1884 y reimpreso en ese mismo año como folleto con idéntico título, escribía A. Charro-Hidalgo y Díaz:

«...y no decimos nada, el día que se decidiese [Pereda] a escribir una novelita de actualidad en la que figurasen la marquesita C., el ministro H., los petardistas de frac y corbata blanca, la nobleza improvisada, los oradores de relumbrón, los poetas de circunstancias, los diputados porque sí, los generales de salón, los sabios de oficio que no han hablado ni escrito nada en todo el transcurso de su vida, los banqueros quebrados, más ricos y opulentos que antes de la bancarrota, y tantas otras plagas y calamidades como afligen a esta desdichada sociedad, que están pidiendo a voces un retrato de cuerpo entero, un estudio naturalista de primer orden que sólo hombres del temple de Pereda pueden llevar a cabo [...] ¿Quién podría encontrar libro más interesante, dadas las dotes descriptivas de nuestro autor y el talento de observación verdaderamente asombroso que le distingue?»850.

Pese a la evidente coincidencia entre la galería de tipos que enumera el crítico y muchos de los que constituyen la ambientación social de La Montálvez, sería arriesgado afirmar que en aquella sugerencia se encuentra la idea motriz de la novela que había de publicar Pereda a principios de 1888. En todo caso, señalemos que ese artículo con toda probabilidad fue leído por el novelista, que lo conservaba en su colección de artículos y críticas periodísticas; y recordemos que en el prólogo-dedicatoria de Sotileza, redactado en diciembre de 1884, al hacer Pereda una irónica exposición de lo que se entendía por buena novela de costumbres, sus palabras no son muy distintas de las de Charro-Hidalgo:

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«...es cosa resuelta ya, a lo que parece, que en la novela que de seria presuma no han de admitirse otros horizontes que aquellos a que están avezados los ojos de la buena sociedad, si no han de aceptarse como asuntos de importancia otros que los que giren y se desenvuelvan en los grandes centros urbanizados a la moderna; si la levita, y el boudoir, y el banquero agiotista, y el político venal, y el joven docto en todas las ciencias, pero desdeñado de la fortuna; el majadero elegante, y el problema del adulterio, y el problema de la prostitución, y el de la virtud con caídas, y tantos otros problemas... y hasta los indecentes galanteos del chulo del Imperial, han de ser los temas obligados de la buena novela de costumbres...»851.



Independientemente de la relación que los textos citados puedan tener con La Montálvez, la primera mención de que tenemos noticia acerca del proyecto de escribir una novela «de alta sociedad», figura en la carta de Pereda a Joan Sardá, de septiembre de 1885, que comentábamos en el capítulo anterior; allí alude el novelista al «tesón con que me persigue un asunto "de levita" por todo filón para una novela, con la repugnancia invencible que tengo al "género fino"...»852. La idea debe ser ya bastante fija, puesto que reaparece en diversas cartas de ese tiempo, incluso con coincidencia de expresiones (novela fina, asunto de levita) y de actitudes, como la de la repugnancia del autor por tal asunto. El 29 de septiembre escribe a Narciso Oller: «Este año tengo la pluma enfundada; y ha de saber que [...] cuando con ánimo de distraer un poco la murria lanzo mi imaginación por los campos del arte en busca de algo que me sirva de pretexto para borrajear unas cuartillas, siempre topo, por único consuelo, con un asunto de levita. ¡Asunto de levita entre mis manos y a estas horas! ¿Cabe mayor burla de la suerte?»853. Un mes más tarde, el 28 de octubre, comunica a Menéndez Pelayo: «Me volveré a Santander [...] con una idea mal ingerida de una novela cursi, es decir, fina, y con un propósito fortísimo de no escribirla»854. Y el 8 de noviembre, a Pérez Galdós: «El único asunto novelable que, a ratos, se me agita en embrión en la mollera; es, no ya de levita, sino de frac, y entre gentes que sólo por la fama me son conocidas. ¡Tendría que ver esa tela entre mis manos!»855. También participó su proyecto a otros colegas menos íntimos; en una carta de Alas   —257→   a Pérez Galdós en ese mismo mes, leemos: «Pereda me escribe que tiene la idea de una "novela fina"»856.

Concluye aquí lo que podríamos considerar como prehistoria de La Montálvez. Según muestran sus cartas a Galdós y Oller a lo largo de todo el año que sigue, son constantes las lamentaciones de Pereda por el dilatado silencio que se ve forzado a mantener por falta de inspiración857. El asunto trasciende al público a través de una serie de artículos aparecidos en el santanderino El Atlántico en el verano de 1886; el 14 de julio, J. M.ª Quintanilla publica una carta abierta a Pereda en la que lamenta su largo silencio y le pregunta: «¿Por qué no escribe V., pues? ¿por qué ha estado V. callado todo un año?»858. La respuesta del novelista a estas preguntas aparece en el mismo diario a la semana siguiente: si no escribe es porque «durante año y medio no me ha cruzado por la mollera un mal pensamiento novelable» (afirmación que, como sabemos por sus cartas, no es del todo cierta); y concluye diciendo del horno de su taller que no sólo está frío sino «hasta con grietas; amenazando ruina»859. Todavía contestará «Pedro Sánchez» el 5 de julio insistiendo en su recomendación; Pereda debe seguir escribiendo por razones regionalistas y estéticas: para continuar enalteciendo a su patria chica y para demostrar que el verdadero naturalismo es lo que él hace y no lo que están publicando otros autores (como López Bago, a quien cita)860.

Independientemente de los datos que esta pequeña polémica suministra acerca del proceso de gestación de la novela que estudiamos, notemos cómo Quintanilla va afianzando su papel de portavoz perediano y su intermediario más fiel861; papel que le veremos desempeñar con entusiasmo en los años que siguen.

Como quiera que sea, y pese a aquellas afirmaciones del escritor sobre las grietas e inminente ruina de su horno, este se pone en funcionamiento enseguida. En los primeros días de septiembre862 escribirá hasta treinta y cinco cuartillas, correspondientes a dos de los capítulos iniciales de La Montálvez, en una redacción bastante diferente de la que   —258→   había de publicarse en 1888863. En la Biblioteca de Menéndez Pelayo, de Santander (Sección de Fondos Modernos) hemos localizado una copia manuscrita de aquellas cuartillas, cuya transcripción y cotejo con la versión definitiva hemos preparado para su publicación864.

A eso es a lo que Pereda se refiere como «embrión de novela» en una carta a Menéndez Pelayo del 30 de octubre, en la que, como de costumbre, le da noticia de sus trabajos: «Quisiera darte por noticia que lo que al salir tú de la Montaña era un embrión de novela, había llegado a tomar formas y vida; pero no hay tal cosa: trabajo de tarde en tarde poco y con torpeza. Los desalientos y oscuridades de las tareas de Pedro Sánchez no pueden compararse con esto que ahora me sucede. Sería un verdadero milagro que saliera, aunque mala, obra terminada de esa incapacidad desconsoladora»865.

Para superar el desánimo que traslucen esas palabras, la respuesta de Menéndez Pelayo trata de quitar importancia a esas incertidumbres866. También en la correspondencia con Oller alude al dificultoso principio de la redacción: «Hace unas cuantas semanas -le escribe el 12 de noviembre- que me atreví a poner la quilla de una novela fina. Estaré bien dejado de la mano de Dios cuando me lanzo a estas caballerías en el estado de secura en que me veo. Así va ello: mal, y a paso de buey»; y el 26 de diciembre: «la pesada carreta de mis intentos literarios [...] ya no anda ni poco ni mucho, y lo que es peor; pasan semanas enteras sin que yo me acuerde de que está atascada»867.

En enero de 1887 logra escribir hasta siete u ocho capítulos de una nueva versión, aunque también estos serán sustancialmente modificados, según confesión del autor en cartas a Pérez Galdós («Los siete primeros capítulos de la 1.ª [parte], escritos en enero en Santander, arrastrando la pluma, aunque deshechos aquí y refundidos, no han podido perder aquella insipidez que les imprimió el disgusto con que fueron escritos»868) y a José M.ª Quintanilla («En cuanto a los primeros capítulos de la novela -hasta la mitad del 8.º- ni aun por rehacerles aquí, logré quitarles la desanimación con que fueron engendrados en   —259→   Santander seis meses antes, y arrojados enseguida al fondo de un cajón para no pensar más en ellos»869).

Esas vacilaciones explican el estado de desánimo que se nota en una carta a Laverde Ruiz del 12 de abril: «Mi preñez novelesca sigue como estaba, porque no tengo por adelanto de importancia dos o tres capítulos hechos perezosamente y a disgusto tras de dos meses de completo olvido de los anteriores. Si logro ir a Polanco este verano y en aquellas soledades y aquel silencio no rompo el hielo, señal será de que acabé para el oficio»870. Y el 22 de julio, días antes de salir para Polanco, confiesa en carta a Oller: «Llevo grandes propósitos de trabajar, pero muy pocos y malos elementos en la cabeza»871.

En efecto, las soledades y el silencio de Polanco fueron propicios para el escritor, que logrará redactar la mayor parte de su novela entre agosto y septiembre: entre el 12 ó 13 del primer mes y el 25 del segundo, según precisa en otra carta al mismo Laverde872. Los amigos y colegas parece ser que están al tanto de estos trabajos, a juzgar por este comentario de una carta de Clarín a Pérez Galdós de 21 de septiembre: «Si ve a don José Pereda [Galdós está aún veraneando en Santander] dígale que le escribiré un día de estos y que he sabido con muchísimo gusto que lleva muy adelantada la novela»873.

Gracias a la costumbre perediana de informar minuciosamente a sus amigos de la conclusión de sus trabajos, podemos fechar con bastante precisión la redacción de las últimas páginas de la novela; el 11 de octubre escribe a Quintanilla: «Aún tengo trabajo para 10 ó 12 días»874. Y el 22 del mismo mes: «hoy he empezado a escribir el último capítulo (XXXIV)»; no concluirá con esto el trabajo, ya que, como señala a continuación, aún considera necesarias algunas correcciones y adiciones: «me queda todavía por rehacer uno de los de atrás, que no me satisface como está, y la numeración correlativa de las cuartillas de la copia, que da para un rato, pues andan cerca de 700, amén de dos cuartillas de introducción que tengo que poner, explicando el porqué de andar dos manos en el fregado de la historia»875. El día 30 puede informar a Menéndez Pelayo de que el libro ya ha sido concluido y dispuesto para   —260→   ser remitido a Tello, su editor de costumbre876. Y el 2 de noviembre, en carta a Oller resume así la última fase en la redacción del libro: «Yo vine a este rincón [Polanco] el 12 de agosto, resuelto a trabajar o convencerme con una prueba decisiva y heroica, de que no me quedaba un adarme de jugo en la mollera; y ¡lo que es la fuerza de voluntad! El 27 de Octubre escribía la 745 cuartilla, última de una novela que va ya corriendo para Madrid con el título de La Montálvez»877. Su esperanza es que, en manos de su impresor el manuscrito, el libro pueda ver la luz antes de concluir 1887. «Mi propósito es que se publique en lo que falta de año»878, escribe a Galdós el día 6.

Como ya va siendo habitual en el novelista, concluida la redacción de su obra, comienza a mostrar su insatisfacción por el resultado; lo que en este caso estaba más justificado, dadas las interrupciones, rectificaciones y vacilaciones que habían salpicado el largo proceso de gestación de La Montálvez. Ya años atrás, cuando esta no era más que una idea muy vaga, había manifestado Pereda su escaso entusiasmo; más adelante, ya en plena redacción, las dificultades y vacilaciones le hacen desconfiar del resultado; y cuando falta muy poco para dar por concluido el libro le confiesa a José M.ª Quintanilla sus temores: «No te digo lo que me parece lo que va saliendo porque, según costumbre, y por ley del oficio, yo mismo no lo sé. En ocasiones creo que he hecho algo, y en otras que no he hecho más que perder el tiempo y preparar una caída»879.

Esas oscilaciones en la estima del autor por la propia obra se traslucen en otras cartas de esos días; así, en la que envía a Menéndez Pelayo el 30 de octubre parece satisfecho de haber conseguido algo nuevo: «Me parece, bien o mal dispuesto y urdido, algo que no había hecho yo todavía, y que no me pesa verlo en el mundo, aunque me lo maltraten»880. En otra a Oller del 2 de noviembre repite la misma idea, añadiendo razonamientos muy interesantes para comprender sus intenciones al escribir aquella obra:

«Mala es, pero está hecha; y por esto solo, no estoy descontento yo. Además, me he metido donde nunca había estado, y esta novedad de impresiones recibidas, tampoco me pesa haberlas sentido. Por todo lo cual, examinando mi obra después de acabada, paréceme que hay en ella, mala y todo como es, ingredientes   —261→   de cataplasma e ingredientes de cantárida, según el público la tome. Se trata de la vida de una gran señora de la corte... en fin, V. lo verá. Quieren los de Madrid que vayamos los regionales allá por asuntos; y yo celebraría que a ciertos madrileños les pesara esta vez haberme insistido tanto en que les hiciera los honores»881.



En cambio, cuatro días más tarde, la opinión que confiesa a Pérez Galdós, aunque haya en ella algo de retórica exageración, es mucho más negativa: «la muy condenada, ¡qué mala es!», dice de su novela; y, refiriéndose a aquellos capítulos iniciales que tuvo que refundir, escribe: «son insufribles... y los siguientes poco menos. En fin, V. lo verá; y quiera Dios que yo me equivoque. Lo cierto es que desde el chasco de P. Sánchez no me atrevo a perder completamente las esperanzas de que pase este libro sin costarme una silva [sic, por "silba"]»882. Y con una lucidez sorprendente (que ya se había apuntado en aquella frase de su carta a Pérez Galdós, en octubre del 85, que aludía a que la historia trataría «de gentes que sólo por la fama me son conocidas») descubre a Laverde cuáles son las razones que justifican sus temores: «Esta vez tengo muy especiales motivos para desconfiar de mi obra. No solamente me es desconocido el terreno en que me ha colado, sino que va la "voz cantante" en una cuerda que jamás he pulsado hasta ahora». A pesar de tan razonables argumentos, el prurito de hacer algo nuevo en su obra, le sirve de excusa: «Yo, por de pronto, me doy por satisfecho con haber triunfado en el empeño en que me metí»883.

En tanto que el libro se imprime, algunos amigos de Madrid gestionan la publicación de algún capítulo, como primicia, en periódicos de la capital. El día 5 de diciembre escribe Pereda a Galdós contestando a una propuesta en tal sentido, transmitida por el escritor canario; sus sugerencias, además de los juicios que contienen acerca de capítulos concretos de la novela, insisten en la insatisfacción ante la obra y en el temor ante la recepción que vaya a obtener:

«En cuanto a la elección, que dejan a mi cuidado, no sé qué resolver. Los capítulos que no quitan ni ponen a la novela y que mejor pueden leerse separados de ella me parecen todos de una insipidez inaguantable; y los restantes, que son pocos, aclaran demasiado las cosas y desfloran el escaso interés que ha de hallar el lector en el libro. Por esta razón no les aconsejo que publiquen el primer capítulo de la 2.ª parte, único que daría algún juego ahí. Por ser algo picante y ligero y no resolver grandes cosas me decido a recomendarles el 9.º de la 1.ª parte; y me permito recomendarles, que sea de esta misma parte de la novela el otro que elijan VV. [...] en fin, hagan VV. lo que les dé la gana, menos leer V. el libro a retazos; esto se lo pido con gran encarecimiento, porque, créamelo, es insufrible la pesadez y la insustancialidad y hasta la inocencia de la mayor parte de él.   —262→   Supongo que la publicación de esos capítulos, íntegros, por descontado (condición inquebrantable) coincidirá con la aparición del libro»884.



A lo largo de ese mes de diciembre, según le cuenta en cartas a Quintanilla, tiene ocasión de corregir las pruebas del libro885 y, tal vez con la relectura de esos pliegos, su descontento se confirma e intensifica; «sumido en un cúmulo de confusiones y de incertidumbres molestísimas», le pide al mismo corresponsal en una de esas cartas que sondee algunas opiniones de aquellos que vayan conociendo lo impreso; la desconfianza y el temor que muestran estas palabras no necesitan otro comentario: «Por supuesto que las impresiones que recibas han de ser solamente de tí para mí, no para el público [Quintanilla está preparando un artículo sobre la novela], ni para persona fuera de los de nuestra intimidad»886.

Los sufrimientos del novelista se prolongarán más de lo previsto, ya que aquellas esperanzas de que el libro se publicase antes de final de año se ven frustradas por algunos problemas en la imprenta, según informa en cartas a Oller y Galdós el 7 y 8 de enero, respectivamente887; en la segunda de estas comenta el destino que ha dado a los primeros ejemplares que han llegado a sus manos, intentando con ellos apresurar la salida de críticas favorables: «Tres están en poder de gente de casa y el 4.º se le envió a Clarín, que a esta hora está leyéndole. ¡Los pelos se me ponen de punta al considerarlo! Ya le he dicho que si halla algo plausible o disculpable siquiera, eche el párrafo en caliente; porque esta vez hasta me falla O. Munilla»888.

No se demorará mucho la aparición del libro. El día 10 de enero, un suelto en la «Sección de noticias» de El Atlántico de Santander anuncia que la novela «se ha puesto a la venta ayer en Madrid y aquí en la librería de don Luciano Gutiérrez, donde ya se han vendido, en ese solo día, más de 100 ejemplares»889.