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La pérdida de España

Eusebio Vela



PERSONAS:
EL REY DON RODRIGO
DON PELAYO
EL CONDE DON JULIÁN
EL OBISPO DON OPAS
TARIF
MAHOMETO
DON SANCHO
ALMERIQUE
UN PASTOR
TEODOMIRO
LA REINA ELIATA
FLORINDA
ESTRELLA, criada
LA CABEZUDA, vieja
MUZA
ANDALI
DOS VILLANOS
LAÍN, gracioso
MÚSICA Y ACOMPAÑAMIENTO


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Jornada primera



Salón con trono. Tocan cajas y clarines, y se descubre el rey en su trono; a los lados el conde, don Pelayo, don Sancho y don Opas

VOCES: ¡El rey don Rodrigo, viva,
nuestro legítimo dueño!
JULIÁN: Ya que a vuestro real mandato
todos los grandes del reino,
dejando nuestros estados,
hemos venido a Toledo,
corte pretoria de España,
por haber sido el asiento
regio de los reyes godos,
que es tronco antecesor vuestro, 10
procedido de los baltos
que siempre a godos rigieron:
a vuestras plantas reales
tenéis, señor, el primero
al conde don Julïán.
PELAYO: Y si yo merecer puedo
ser el segundo, en tal dicha
consigo lo que deseo,
pues sin segundo en serviros
soy, cuando el segundo llego. 20
REY: Primo Pelayo, a mis brazos
llegad.
PELAYO:            Estoy como debo,
pues vuestro vasallo soy
y como a rey os venero.
SANCHO: Merezca yo vuestra mano.
REY: Alzad, don Sancho, del suelo.
OPAS: (Aparte. ¡Que sea fuerza que me postre
a otro que a los herederos
de mi señor Witiza!
Mas es forzoso ahora esto:) 30
A vuestras plantas...
REY:                                 Alzad,
que es requisito muy necio
que el pastor haga a una oveja
tan impropio acatamiento.
JULIÁN: ¿A qué, gran señor, nos llamas?;
que obedientes, como atentos,
nos tienes.
REY:                  Pues escuchad,
que ya a decíroslo empiezo,
mas forzoso es acordaros
(aunque lo sabéis) primero 40
mi origen, y los insultos
de Flavio Witiza, fiero
antecesor mío, porque,
acordándolos, pretendo
incitaros a mi auxilio,
al explicar el derecho
con que ocupo aqueste trono;
pues descïendo de aquellos
ilustres baltos, a quien
visigodos eligieron 50
para que los gobernasen
cuando de Gocia salieron
a extenderse por el orbe,
bien con enjambres diversos
de abejas que el hueco corcho
abandonan por estrecho,
buscando en mayores troncos
más capaz alojamiento
para armar sus oficinas,
extendiendo más su gremio. 60
De aquellos, pues, que Alejandro
Magno no quiso con ellos
aventurar su fortuna;
y tuvo a prudente acuerdo
Julio César no irritarlos;
Pirro rey de Epiro excelso,
los temió; César Augusto
procuró con suaves medios
no enojarlos, porque no
le perturbaran su imperio. 70
De aquellos que divididos
en dos valerosos cuerpos
alcanzaron el blasón
del águila, cuyo cuello,
dividido en dos cabezas,
miraba a polos opuestos,
y abrazaba con sus garras
a los dos polos a un tiempo,
que conserva hasta hoy España
en las armas del imperio. 80
En fin, de aquellos que aun antes
de conocer el supremo
Dios y Hombre Jesucristo,
Redentor y Señor Nuestro,
adoraron a un Autor
Crïador de tierra y cielo,
que aunque entendieron que otros
había, siempre creyeron
una causa de las causas,
de quien las demás pendieron, 90
siendo tan fieles a él
que al oír sonar los truenos,
entendiendo que los dioses
se trababan, compitiendo
unos con otros, osados
a la defensa acudiendo
del suyo, armando los arcos
tiraban flechas al cielo.
Si tan constantes los godos
siempre al que adoraron fueron, 100
¿cómo era factible, cómo,
que, adorando y conociendo
ahora al verdadero Dios,
consintieran con el cetro
a quien, después de subir
contra razón y derecho
al regio solio, negó
al sucesor de san Pedro
y vice-Dios en su Iglesia
la obediencia, concediendo 110
vil libertad de conciencia
para honestar sus excesos,
y mandando (¡grande error!)
contra el divino precepto
que se casasen también
los eclesiásticos, siendo
sacerdotes (¡qué insolencia!)
permitiéndoles, a ejemplo
de la secta mahometana,
concubinas? Y sabiendo 120
Constantino Papa aquella
desorden contra el decreto
de Dios, le envió a decir
le privaría del reino
si no derogaba aquella
ley; a lo que el rey, blasfemo,
respondió que ya se estaba
aprestando y disponiendo
para ir sobre Roma, como
su antecesor lo había hecho, 130
Alarico, y despojarla.
De estos malvados efectos
resultó promulgar bandos
que nadie fuera resuelto
a dar obediencia al Papa,
pena de muerte; y el pueblo
(aunque malicia y lisonja
tan vil ley obedecieron)
murmuraba de aquel bando,
culpando sus desaciertos; 140
como el pueblo siempre ha sido
el más ajustado freno
que detiene a los monarcas,
aquesta opresión sintiendo,
hizo deshacer las armas,
forjando de ellas los hierros
de los arados y azadas
y campestres instrumentos,
arrasando las murallas,
para que armas no teniendo 150
ni fuerza que los guardase,
no se atreviesen resueltos
a levantarse contra él,
teniéndolos indefensos;
con esto logró más bien
sus depravados deseos,
y temeroso de que
a mi padre Teodofredo
apellidasen por rey,
hizo le sacasen fiero 160
los ojos (que, retirado,
su tiranía temiendo,
estaba en Córdoba, sin
aspirar a su derecho):
y a Favila, vuestro padre,
noble Pelayo, heredero
segundo de la corona,
que le estaba leal sirviendo
de capitán de la guardia,
atosigó con veneno; 170
y a nosotros, que sin duda
nos reserva Dios inmenso
para su altos arcanos,
pretendiendo hacer lo mesmo
nos libró de su crueldad,
guardando para instrumento
de su justicia mi brazo,
pues de su rigor huyendo
como vos de la Cantabria
os amparasteis, yo llego 180
a guarecerme de Roma,
y los romanos vinieron
en mi auxilio contra el cruel
Witiza; y con mis deudos,
mis amigos y parciales,
le prendí, e hice al momento
que le sacasen los ojos,
como con mi padre había hecho.
Esto acordado, entra ahora,
porque no tengáis recelo 190
de mi valor, el deciros
cómo he sabido de cierto
que Sisebuto y Ebari,
hijos de aquel monstruo horrendo,
a ampararse de los moros
han ido, y aunque no temo
a esos bárbaros, conozco
nos hallamos indefensos,
sin armas y sin murallas
donde poder defendernos 200
si en nuestra contra se mueven;
y no dejarán de hacerlo,
pues no hay duda de que habrán
algunos que hay en mi reino
dádoles cuenta de todo,
como enemigos caseros,
que saben cómo dejó
Witiza aqueste reino:
y así, deudos y vasallos,
saber prevenir los riesgos 210
no es flaqueza, que es prudencia
de los varones discretos.
Mas para evitar el daño,
lo que yo tengo dispuesto
es que el conde don Julián
vaya a templar su ardimiento
con una embajada mía
y un presente de gran precio,
pues sabemos que los moros
son llevados mucho de esto, 220
y reedificar en tanto
murallas, e ir resarciendo
armas, tropas, y de guerra
los necesarios pertrechos,
para poder resistirles;
y cuando no tenga efecto,
armas será la razón,
murallas serán los pechos,
revellines el valor,
cortaduras el esfuerzo; 230
pues no hay armas ni murallas,
revellines ni pertrechos,
como el valor, la osadía,
la razón y el noble esfuerzo;
que a quien el valor le sobra
no hace falta nada de esto.
Aqueste es mi parecer,
ahora declarad el vuestro.
JULIÁN: Quien no ignora, gran Rodrigo,
todo lo que habéis propuesto, 240
¿cómo podrá no abrazar
tan sano y prudente acuerdo?
Y pues a mí me elegís
para la embajada, ofrezco
allanar vuestro designio
apagando el voraz fuego
que hubiese Ebari encendido
con Sisebuto en sus pechos.
OPAS: (Aparte.) ¡Oh, quién pudiera estorbar
que atajasen el incendio!, 250
pues movido el mahometano
a ampararlos, lograr puedo
ver otra vez en el trono
al legítimo heredero
de mi señor Witiza,
a quien debí tan inmensos
favores, por ser quien siempre
aprobaba sus intentos;
bien que aquesto no se sabe
por haber sido en secreto 260
las consultas.
PELAYO:                      ¿Quién podrá
buscar más prudente medio
cuando están los españoles,
faltándoles el manejo
de las armas, olvidados
tanto del marcial empleo,
que los más no habrán tomado
jamás en su mano acero?
Pues aunque el valor los haga
saber arrojarse al riesgo, 270
pues la inclinación es fuerza
que haga en todos este efecto,
el saber salir bien de él
es de quien pende el trofeo,
que no se consigue el triunfo
en morir con noble esfuerzo,
sino con saber guardarse
y ofender, pues pende en esto
el vencer, sin ser vencido;
fuera de esto, no tenemos 280
armas ni caballos, pues
aunque España es hemisferio
que cría los más veloces,
más ágiles y resueltos,
están ocupados todos
en la labranza, y los nuestros
están en la escaramuza
torpes, dados al paseo
de calle, que hasta los brutos
en el ocio mucho tiempo 290
se entorpecen en lo que es
heredado en todos ellos
de inclinación natural.
¿Pues cómo no creeremos
que en los racionales haya
este propio efecto hecho?
Aqueste es mi parecer
conformado con el vuestro,
y no por eso me excuso
de ser yo siempre el primero 300
que, haciendo gala el peligro
y menospreciando el riesgo,
me arroje entre los alfanjes
damasquinos, dando ejemplo
a todos los españoles
de que mueran como buenos.
SANCHO: Mi dictamen se conforma
con el de los dos, y creo
que bastantes muestras di,
vuestra causa defendiendo 310
contra Witiza, de que
no seré en la ocasión menos.
OPAS: Aunque no me toca hablar
en materias de gobierno
militar, no me ha dejado
de admirar vuestro recelo.
Con bárbaros que pelean
sin doctrina ni concierto,
¿quién creerá que los más nobles
de España estén confiriendo 320
cómo excusar combatir
con bárbaros sarracenos,
enemigos de la fe
de Cristo? (Aparte. Con esto honesto
mi intención.)
JULIÁN:                       Don Opas, no es
temor recelar atentos
aventurar la victoria.
OPAS: Mas no es fiar de sí eso.
PELAYO: Desconfiar de las tropas
no es no fiar de sí mesmos. 330
OPAS: Pues todos son españoles,
quien desconfía de aquéllos
es agraviarse a sí propio.
SANCHO: Todos los que hemos resuelto
acuerdo tan acertado,
toca que miremos cuerdos
los riesgos, no temerarios,
pues que pende el bien del reino
de una consulta, y no es bien
que en aquesta aventuremos 340
por llevarse del valor
de todo el reino el sosiego;
pues cuando antes era oficio
el combatir, en los nuestros
es arte ahora que ignoran;
olvidados del manejo
de las armas, ocupados
en los rústicos empleos
del campo, y en las delicias
los ciudadanos de juegos, 350
saraos, fiestas y banquetes,
no podrán llevar el recio
trabajo de la campaña,
rindiéndose al sol y al hielo,
por no estar acostumbrados
al marcial afán inmenso.
OPAS: Si hubiera habido al principio
tan prudentes consejeros,
nunca hubieran conseguido
tantas victorias los nuestros. 360
REY: Basta ya, don Opas, basta
porque es del estado vuestro,
más que irritar a la lid
desenojar con el ruego,
y con la oración a Dios,
irritado de los yerros
de Witiza, y de los que
en los vicios le siguieron:
es general en España
la seca, y aun va prendiendo 370
peste en muchas poblaciones.
¿Pues cómo, si conocemos
el que Dios está agraviado,
de valor blasonaremos?
Si los triunfos que lograron
los godos en aquel tiempo
fue porque los eligió
Dios para suyos, y el cielo
peleaba en su favor,
y ahora con razón podemos 380
temer que nos desampare;
pues aunque manso cordero
ha sufrido otras injurias
de otros reyes de este imperio,
no faltaron a la fe
que es el principal cimiento
que mantuvo este edificio
gótico tan largo tiempo;
pero habiendo éste flaqueado
de Witiza en el gobierno, 390
podemos temer su ira,
y así lo que está dispuesto
es lo acertado. Partíos,
conde don Julián, de presto,
y vos haced que se hagan
al punto en todo mi reino
rogativas porque aplaque
su ira el Señor, pues esto
es lo que os toca, mas no
provocar el ardimiento. (Vanse.) 400
Cajas y clarines, y voces dentro
VOCES: ¡El rey don Rodrigo viva,
nuestro legítimo dueño!
OPAS: ¿Es posible que he podido
escuchar en mi desprecio
tal desaire de este ingrato
rey, cuando estaba hecho
a experimentar favores
continuados de mi dueño
Witiza?, ¿cuando el odio
es tan grande y tan inmenso 410
que tengo a aqueste tirano
que no me cabe en el pecho?
¿Despreciando por inútil
mi parecer, a oír llego
que más me toca rezar
que incitar el ardimiento?
Si esta ropa es la ocasión
de ajar mi altivo denuedo,
yo la arrojaré de mí,
trocándola al lucimiento 420
africano, para dar
a entender a este soberbio
que más que con la doctrina
reduzco con el acero;
pero oculto este designio
guardaré hasta mejor tiempo,
procurando adelantar
en tanto a los malcontentos,
hasta que reviente este
volcán que abrigo en el centro 430
del abismo que recato,
asolando y destruyendo
a toda esta monarquía
con el fuego de mi aliento. (Vase.)
Salón corto. Salen Florinda, Laín y Estrella
LAÍN: Digo, señora, que ha sido
del rey llamado, y no fue
posible venir porque
le habrá quizá detenido.
ESTRELLA: No le creas, porque éste
le ha de encubrir sus deslices. 440
LAÍN: ¿Oiga lo tuyo me dices?
ESTRELLA: ¡Ah, taimado!, mala peste
te coma.
FLORINDA:              Cuando entendía
hoy hablarle sin cuidado,
porque, mi padre ocupado
con el rey, libre podría
gozar el verle sin susto,
¿menospreció esta ocasión?
No tiene Sancho razón
en no darme aqueste gusto. 450
LAÍN: Señora, ¿no consideras
que a todas estas consultas
asiste?, ¿qué dificultas,
cuando te adora?
ESTRELLA:                            ¿De veras?
LAÍN: Como tú eres maliciosa,
juzgas por tu corazón
el ajeno, sin razón,
que ya yo sé que tú...
ESTRELLA:                                   ¡Ay, cosa!
FLORINDA: Desde que vine a Toledo
con mi padre, y en palacio 460
estoy, sólo ahora despacio
y sin susto hablarle puedo.
LAÍN: Él vendrá luego al instante
que despache, y si no viene
será porque le detiene
en algún paso importante;
mas con tu padre ha llegado
el rey don Rodrigo.
ESTRELLA:                                Mira
si es lo que dices mentira,
de que le tiene ocupado. 470
FLORINDA: Muriendo de pena, cielos,
estoy de que me engañara,
que es mi condición tan rara
que ya me abraso de celos,
sin saber de quién los pida.
¿Que el rey le detiene, enviarme
a decir?, ¿a mí engañarme?
De quererle estoy corrida.
Salen el rey y el conde don Julián
JULIÁN: Esta, señor, es mi hija
Florinda y vuestra crïada, 480
que la traje porque viera
la corte.
REY: (Aparte.) ¡Mujer gallarda!
FLORINDA: A vuestros pies... yo... si... cuando.
REY: Alzad, señora.
FLORINDA:                         Turbada
he quedado al ver al rey.
(Aparte. ¿Corazón, de qué te espantas?)
JULIÁN: Sosiégate, hija, que el rey
mi señor, que nos ensalza,
no debe asustarse.
FLORINDA:                              No
es susto, sino admirada 490
suspéndeme su grandeza.
REY: (Aparte. Sin poder templar mis ansias,
bebiendo está su hermosura
hidrópicamente el alma
por los ojos, sin que pueda
saciar la sed que me abrasa.)
¿Esta es vuestra hija, conde?
JULIÁN: Sí, señor.
FLORINDA:                 Y vuestra esclava.
REY: (Aparte. Señora de mi albedrío.)
Razón tenéis de estimarla, 500
que es hermosa.
FLORINDA:                           Gran señor,
a tan buena luz mirada,
adquiero ese lucimiento.
REY: A las vuestras se declara.
JULIÁN: En honrarnos, gran señor,
os esmeráis.
REY:                    ¿Hospedada
está en palacio?
JULIÁN:                         ¿No os dije,
señor, cuando a verla entrabais,
que estaba en esta vivienda
de las vuestras retirada? 510
¿Dónde pudieran vivir
las crïadas sino en casa
del señor?
REY:                  Tenéis razón,
pero ya no me acordaba.
(Aparte. Mejor será que me aparte
del despeño que me arrastra;
no han de poder sus luceros
deslumbrar a mi constancia.)
Vamos, conde.
JULIÁN:                         Ya, señor,
os sigo. (Aparte. ¡Novedad rara!) 520
FLORINDA: (Aparte. ¡Que se vaya de esta suerte
sin despedirse, me espanta!)
El cielo, señor, os guarde.
REY: (Aparte. ¡Que la volviera la espalda,
y sin despedirme de ella!)
¿Os quedáis?
FLORINDA:                       Y avergonzada,
pues os vais de aquesta suerte.
REY: Tenéis razón: mas pensaba
(Aparte. ¿qué diré?) que os había dicho
que vinierais a otra estancia 530
más decente (Aparte. que es mi pecho)
donde estéis aposentada.
JULIÁN: (Aparte.) Confuso sin duda está,
discurriendo en la embajada.
FLORINDA: Cualquiera estancia que sea,
señor, de vuestra real casa,
será para mi humildad
el más superior alcázar.
(Aparte. No sé de estas confusiones
qué imagine.)
JULIÁN:                       Pues lo manda 540
su majestad, vamos, hija.
REY: Mejor es aderezarla
primero. (Aparte. Huyo del fuego
y he de ir metido en las brasas!)
JULIÁN: Pues quédate.
FLORINDA:                        Ya obedezco.
REY: ¿Os quedáis?
LAÍN: (Aparte.)                       ¿Es zarabanda?
FLORINDA: ¿Pues no lo mandáis?
REY:                                                ¿Qué es esto?
Adiós, pues. (Vase.)
FLORINDA: Él con vos vaya.
JULIÁN: Hija, adiós, porque me envía
el rey con una embajada 550
al rey Miramamolín.
FLORINDA: Si es fuerza, señor, que vayáis,
será preciso también
que prevenga mi jornada
para volver con mi madre.
JULIÁN: No, hija mía, a llamarla
he enviado; además, que
es costumbre continuada
que en los palacios se hospeden
de nuestros reyes de España 560
las hijas y las mujeres
de los que a servirlos vayan.
LAÍN: (Aparte.) Eso sí: que ya diviso
uno que hacia allí se alarga,
colgado de las orejas,
para notar que dejara
con rey soltero en palacio
el conde, a su hija y muchacha.
FLORINDA: Pues siendo así, Dios, señor,
os lleve con bien, y os traiga. 570
JULIÁN: Dame un abrazo, y adiós,
que ha mucho que el rey me aguarda. (Vase.)
FLORINDA: Válgame Dios, ¿qué de dudas
mi imaginación asaltan?
LAÍN: ¿Ves, señora, cómo estuvo
mi amo ocupado?
FLORINDA: (Aparte.)                             Qué extraña
novedad sería que el rey...
LAÍN: Sí, él te llama.
FLORINDA:                     ¿Con quién hablas?
LAÍN: Contigo; ¿pues no me escuchas?
FLORINDA: No, por cierto.
LAÍN:                           No me espanta; 580
porque estarías pensando
si acaso ocupado estaba
mi amo con el rey.
ESTRELLA:                              No hay duda.
FLORINDA: Bien distante de él pensaba.
ESTRELLA: ¿Y ahora, cómo no viene?
LAÍN: Eso no sé.
ESTRELLA:                  Pues extraña
cosa es que tú no lo sepas.
LAÍN: Pues di por qué, Estrella clara.
ESTRELLA: Porque es fuerza que tú sepas
en los malos pasos que anda, 590
porque sabes de qué pie
cojea.
LAÍN:           Mientes, borracha.
FLORINDA: Idos y dejadme sola,
que esa altercación me cansa.
ESTRELLA: Sal afuera.
LAÍN:                  Tú lo eres.
ESTRELLA: Corre, ve y dile si acaba
con el despacho.
LAÍN:                            No soy
correveidile, taimada. (Vanse.)
FLORINDA: No sé, ¡ay de mí!, qué imagine
de contradicciones tantas. 600
El rey, al verme, primero
suspendido, de extremada
loar mi hermosura, y luego
sin despedirse la espalda
volverme, y después cortés
cuando en tal acción repara,
disculparse con razones
atentas, mas sin sustancia.
Decir que vaya con él,
y después en encontradas 610
razones decir que no,
¿qué puede ser? ¿Mas qué extraña
mi discurso no entender
de estos efectos la causa,
si aun lo que dentro de mí
sentí, al mirarle, no alcanza?
¿Si mi turbación sería
de respeto o de admirada?
Mas el respeto no estorba
el aliento a las palabras, 620
y la admiración suspende,
confunde, admira y embarga.
¿Luego fue admiración? Sí.
¿Y qué la admiración causa?
¿Mirar al rey? No, por cierto,
pues le hallé, como juzgaba,
hombre cortés y apacible;
la majestad humanada
me habló. ¿Pues si es hombre, cielos,
cómo me turba y me pasma? 630
¿La majestad no me admira,
y me suspende y me encanta
un hombre? Sí; porque un hombre
en quien se mira ajustada
la majestad sin violencia,
el respeto con templanza,
la gravedad sin ficción,
el agasajo sin que haga
falta a la soberanía,
que se haga comunicada, 640
es fuerza que admire más
hombre de prendas tan altas,
que la majestad de rey
le viene a la suya escasa;
pues como en otros se advierte
que no hay sujeto en que caigan
los puestos o dignidades,
para don Rodrigo faltan
imperios; para su imperio,
grandeza a grandeza tanta; 650
pues siendo esto así, qué mucho
que yo de ver me admirara
un hombre quien la grandeza
de rey a su vista es nada,
y qué mucho que confusa (Música.)
ahora...
Sale don Sancho
SANCHO:              Florinda adorada,
ya la fortuna ha querido
después de ser tan contraria
que pueda venirte a ver,
a costa de tantas ansias. 660
FLORINDA: Bien excusarlo pudierais.
SANCHO: ¿Por qué?
FLORINDA:                  Porque, quien se tarda
para conseguir favores
pierde la ocasión, y falta
cuando los quiere lograr
fortuna para lograrla.
SANCHO: No entiendo, ¿por qué lo dices?
FLORINDA: Pues escucha; pero aguarda.
MÚSICA: Tiempo, lugar y ventura,
muchos hay que la han tenido; 670
pero pocos han sabido
gozar de la coyuntura.
FLORINDA: ¿Quién canta?
SANCHO:                        Dos damas son,
que como tan cerca está
su habitación, hasta acá
llegan por aquel balcón
las voces; ¿pero el capricho
que no entiendo, proseguir
puedes?
FLORINDA:               Ya no hay qué decir.
SANCHO: ¿Por qué?
FLORINDA:                  Porque ellas lo han dicho. 680
SANCHO: ¿Qué han dicho? (Aparte. Con dudas lucha
mi corazón confundido.)
FLORINDA: ¿Pues, qué no le has entendido?
SANCHO: No le entendí.
FLORINDA:                        Pues escucha.
MÚSICA: Tiempo, lugar y ventura,
muchos hay que la han tenido;
pero pocos han sabido
gozar de la coyuntura.
SANCHO: Ya que propósito ha sido
cuando dice su locura: 690
MÚSICA: Tiempo, lugar y ventura
muchos hay que la han tenido
FLORINDA: No es locura, que es cordura,
si oyes que dice el sentido:
MÚSICA: Pero pocos han sabido
gozar de la coyuntura.
SANCHO: Eso habla con quien no sabe,
cuando coyuntura tiene,
gozarla; pero yo supe,
y me embarazó la suerte 700
lograrla.
FLORINDA:              Y pues ése ha sido
el sentido que contiene
la letra.
SANCHO: No la entendiste.
FLORINDA: Tú eres el que no la entiende.
SANCHO: ¿Pues no escuchas cómo dice?
FLORINDA: ¿Pues cómo, explica, no entiendes?
MÚSICA: Tiempo, lugar y ventura.
SANCHO: ¿Y a mí, me ha faltado ese
tiempo?
FLORINDA: Pero prosigue
si bien su concepto infieres. 710
ELLA Y MÚSICA: Muchos hay que la han tenido.
SANCHO: Si a mí me falta de verte
el tiempo, y aun la ventura,
¿a qué propósito viene?
ÉL Y MÚSICA: Pero pocos han sabido.
FLORINDA: Lo dicen por los que pueden
ELLA Y MÚSICA: Gozar de la coyuntura.
SANCHO: Luego aquí al caso no viene,
pues para esa coyuntura
me quita el rey para verte 720
ÉL Y MÚSICA: Tiempo, lugar y ventura.
FLORINDA: Desgracia de aquesa especie,
muchos hay que la han tenido.
SANCHO: Muchos hay que la padecen,
pero pocos han sabido.
FLORINDA El que sabe es quien supiere
gozar de la coyuntura.
SANCHO: ¿Luego él me la embebece?
FLORINDA: Pues de tu suerte te queja,
pero no de mí te quejes. 730
SANCHO: Yo no me quejo de ti.
FLORINDA: Será en balde si lo hicieres.
SANCHO: ¿Pues por qué?
FLORINDA:                          Porque ya es tarde.
SANCHO: No es tarde para quien viene
con dicha.
FLORINDA:                   Si fuera buena.
SANCHO: ¿No es buena dicha quererte?
FLORINDA: No lo sé, tú lo sabrás.
SANCHO: Ya lo sé.
Sale Estrella
ESTRELLA:                El rey entra a verte.
SANCHO: ¡Qué poco debo a mi estrella!,
¿pues ya te ha visto?
ESTRELLA:                                 Patente. 740
SANCHO: ¡Ay de mí!
FLORINDA:                  ¿Pues qué recelas?
SANCHO: El peligro que ya tiene
el corazón asustado.
ESTRELLA: Y con razón me parece.
SANCHO: Pero adiós, que no quisiera
que de hallarme aquí sospeche
algo en contra de tu fama.
Yo vendré a satisfacerte. (Vase.)
FLORINDA: Anda con Dios, que no sabes
el gusto que me concedes. 750
Sale el rey
REY: (Aparte.) Sin que pueda resistirme,
el amor mis pasos mueve
al incendio en que me abraso
cual mariposa inocente;
mas ya he entrado, y me he helado
viendo sus rayos ardientes.
FLORINDA: (Aparte.) Segunda vez asustado,
duda el corazón al verle.
REY: ¡Qué letargo!...
FLORINDA:                        ¡Qué temor!...
REY: ¡Me ha embargado!
FLORINDA:                                ¡Me suspende! 760
REY: ¿Mas qué dudo?
FLORINDA:                            ¿Mas qué temo?
REY: Si el destino...
FLORINDA:                        Si mi suerte...
REY: Me influye a amar su hermosura.
FLORINDA: Propicia me favorece.
ESTRELLA: (Aparte.) ¿A qué habrá venido el rey,
sabrán decírmelo ustedes?
FLORINDA: Gran señor, ¿pues qué fortuna
favorable me concede
duplicados los favores?
REY: ¡Oh, cuánto estimo que fueses 770
quien de tantas confusiones
el torpe lazo rompiese
que con prisiones de hielo
ligaba con nudos fuertes
la lengua, sin que pudiera
para explicarme moverse!
FLORINDA: ¡Con cuánta mayor razón
pudiera más justamente
decir eso una vasalla
teniendo a su rey presente! 780
REY: Mayor imperio es el vuestro,
pues domináis en los reyes:
luego, con más causa pude
yo a esa vista suspenderme.
FLORINDA: No corráis a la que apenas
ser vuestra esclava merece.
(Aparte. Industria mía, logremos
lo que la ocasión ofrece.)
REY: Que no merece, no hay duda,
ser esclava la que adquiere 790
ser reina del albedrío.
ESTRELLA: ¡Oiga el diablo!, que la quiere.
FLORINDA: Señor, vuestra majestad
advierta antes que se empeñe,
que es mi rey, yo su vasalla,
que tantos timbres contiene
de nobleza en su familia
por sus claros ascendientes,
que soy mucho para dama,
aunque para reina fuese 800
poco: conque así, señor,
mirad.
REY:           Si ya dueña eres
de mi alma, ¿cómo dudas
que lo menos no te entregue,
que es la mano y la corona?
FLORINDA: Ya vencí: ved que ser puede,
señor, aquese apetito
y, que conseguido os pese;
advierta tu majestad
que ése es deseo impaciente 810
de llegar a conseguir
un momentáneo deleite,
tanto que lo que durar
después de logrado puede,
es el arrepentimiento
de llegar unido a verse
con una vasalla suya.
REY: Más tus razones me encienden:
¿yo arrepentirme de ser
esposo rendido siempre 820
de esa deidad? ¿Cómo dudas
de aquesas luces celestes,
que no influyan más amor
mientras más se consiguieren?
Tan imposible es que falte
en mi amor, como que deje
ese lucido blandón
que alumbra desde el oriente,
de seguir hasta el ocaso
la carrera que anda siempre; 830
antes faltará en la luna
los menguantes y crecientes;
antes faltará en el mar
la república de peces;
faltará en la tierra flores
y fieras en los agrestes
montes; pero poco es esto,
antes faltará de aquese
rostro divino, hermosura,
que yo de adorarte deje. 840
FLORINDA: ¿Pues cómo quieres que crea
que pueda en tiempo tan breve
fundar cimientos amor
que no derribe el más leve
acaso?
REY:             No tiene tiempo
amor, que con flechas hiere,
y en lo que vibra se funda
de una cuerda solamente,
el tiempo de que traspase
el alma, aun al más rebelde. 850
Sale Laín. Al paño
LAÍN: A ver si se ha ido el rey,
por si puedo hablar a Estrella,
hacia esta parte he venido;
pero deteneos, piernas.
FLORINDA: ¿Y cómo queréis que pueda
yo, gran señor, atreverme
a trataros como esposo,
siendo vasalla?
REY:                        ¿Eso temes?
¿No te hizo el amor señora
del albedrío?; pues puedes 860
tratarme no como a esposo,
pues en mí dominio tienes,
sino como dueño mío.
FLORINDA: Señor...
REY:              Ya es tiempo que dejes
el «señor», Florinda bella.
FLORINDA: Vuestra majestad...
REY:                               ¡Ah, pese
a la majestad si estorba
a tu trato amante!
ESTRELLA:                             Tiene
razón, señora; de veras
que ya yo estoy de tal suerte 870
de oír a su majestad
tan tratable, que atreverme
pudiera a hablarle de vos
si acaso lo permitieses.
LAÍN: De ti lo creo, taimada:
¡ah, mal haya las mujeres!
FLORINDA: No era menester que tú,
Estrella, me convencieres
cuando de otra ya influida
(Aparte. Mas declarar no es decente 880
lo que siento; basta.)
ESTRELLA:                                  Di. (Vase.)
FLORINDA: Que lo sufra quien lo siente.
LAÍN: Miren, y qué presto ya
sabe irse con la corriente. (Vase.)
REY: ¡Qué escucho! ¿Es posible que
he logrado que influyese
amor en tu corazón,
cariño con que me premies?
FLORINDA: Tanto, que si como sois
hoy rey, un villano fueseis, 890
por ser vuestra esposa, ajara
los timbres que me ennoblecen.
REY: Pues si tú hicieras fineza
tal con quien no lo merece,
¿qué haré yo en subir al solio
a quien merecía verse
señora de más imperios
que todo el orbe contiene?
FLORINDA: Pues, señor, ya que conoces
REY: Deja el «señor», que me ofendes. 900
FLORINDA: Pues ya que conoces que
me correspondes, hacedme
un favor.
REY:                 Di lo que gustas,
pues es deuda obedecerte.
FLORINDA: Que hasta que mi padre sepa
esta honra que me concede
la fortuna favorable,
no habéis de dar la más leve
nota, ni entrar en mi cuarto.
REY: Mucho me pides, mas ése 910
es escrúpulo excusado,
si has de ser mi esposa.
FLORINDA:                                       Este
favor sobre tantas honras,
gran señor, he de deberte.
REY: ¿Pues cómo quieres que pueda
yo, mi bien, vivir sin verte?
FLORINDA: ¿No me queréis para esposa?
REY: Y para mi dueño hacerte.
FLORINDA: ¿Pues cómo queréis, señor,
dar ocasión que se piense 920
de la esposa que elegís
que pudo frágil vencerse
al amor o a la porfía,
que es cosa, que aun en mujeres
particulares no deja
de ser escrúpulo éste,
tal que después de casados
desdora si no envilece?
REY: A tan prudente razones
no tengo qué responderte. 930
FLORINDA: (Aparte. Y con eso me aseguro
de que otras en mí escarmienten,
como yo escarmiento en otras;
y me libro de esta suerte
de sentir lo que ellas lloran,
por destino de la suerte.)
Empiece vuestra grandeza
esa honra con volverse
a su estancia, por no dar
lugar a que se sospeche. 940
REY: Pues merezca antes que el labio
estampe en la tersa nieve
de esa mano.
FLORINDA:                      Eso es querer
perder conmigo el prudente
concepto con que me habíais
ya cautivado dos veces.
REY: Ya más con esa constancia
me enamoras y me prendes.
FLORINDA: Idos, señor.
REY:                   ¿Ya me arrojas
de ti? Mira, ingrata eres. 950
FLORINDA: Más ingrata soy conmigo,
puesto que el honor me mueve
a ampararme de quien amo.
REY: Pues sabiendo que me quieres,
no muera de aborrecido
y más que padezca ausente:
adiós, pues, bello prodigio.
FLORINDA: Él con bien os lleve, y lleve
mi corazón con el vuestro.
REY: Es pedir que en vos se quede. 960
FLORINDA: ¿Por qué?
REY:                  Porque si ha de estar
con el mío, que ya tiene
su centro en vuestra belleza,
con vos se ha de quedar siempre.
FLORINDA: Siendo así, cierto es que esté
bien hallado con tal huésped.
REY: El hado así lo disponga.
FLORINDA Y GALÁN: Dispóngalo así la suerte,
por que no vivan distantes
dos amantes que se quieren. 970

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