La acción
transcurre en un país imaginario y, preferentemente, en
época medieval, si bien podría situarse en cualquier
otra. El vestuario responderá a la época aludida,
cuya vistosidad, colorido y riqueza son más apropiados para
realzar el espectáculo que se pretende ofrecer.
Una zona
pequeña en uno de los laterales, que representará el
salón del trono del palacio real, cuya decoración
estará reducida al mínimo, a fin de ocupar el menor
espacio, si bien podrá ser cuanto lujosa y barroca se desee.
Básicamente la compondrá el trono, elevado sobre un
estrado y con un llamativo dosel. Puede existir algún escudo
de armas.
Una zona general,
que ocupará la totalidad del escenario restante y que
representará el jardín del palacio. En ella
tendrá cabida toda la ornamentación propia de un
jardín. Como elemento indispensable existirá, al
foro, un amplio conjunto de arbustos, tras los que se
recortarán grupos de árboles. Este jardín, al
principio de la obra, servirá para representar una parte de
selva. Para ello, se dispondrán grupos de árboles o
unos telones apropiados que, posteriormente, puedan ser retirados y
que, unidos a la vegetación del jardín, produzcan la
sensación de masa vegetal característica de la
selva.
Debe
señalarse el importante papel que ha de jugar la
música en esta obra. Se escogerán fragmentos de
música sinfónica, acorde con la trama y el clima que
requiera la acción.
Izquierda y
derecha, las del espectador.
Acto
único
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Salón del trono del palacio real, iluminado por el
haz concentrado de unos focos. En escena, el REY, vestido con sus más ricos
ropajes. La corona centellea sobre su cabeza como la estrella de un
enamorado. En «off» suena un toque
triunfal de trompetas, aunque algo desinflado. También unas
voces, mayormente infantiles y no muy numerosas, corean:
«¡Dios salve al rey!». El monarca sonríe y
se pasea con regodeo de pavo real halagado.
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REY.- ¡Dios me salve! Mis tropas regresan
victoriosas. Sabía que venceríamos. La victoria es el
fuego que alienta el corazón de los poderosos.
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(Entra ATAJEL,
importante militar y hombre de confianza del REY. Viste traje de guerrero, con
espada al cinto y casco con plumero. Zancajea con andares de
avutarda. Sobre feo, es de mirar torcido, inquietante y
tenebroso.)
|
ATAJEL.- (Al
entrar.) ¡Dios salve al rey! (Se
cuadra ante el REY.) Majestad...
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REY.- ¡Oh!, Atajel. Me emociono al
oír los gritos de alabanza de la multitud.
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ATAJEL.- Cuatro.
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REY.- ¿Cuatro qué?
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ATAJEL.- Que éramos cuatro los que
gritábamos: mis tres hijos y yo. El pueblo nada quiere saber
ya de guerras.
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REY.- Bien, cuatro es una multitud. Pero, dime,
¿hemos derrotado a nuestros enemigos?
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ATAJEL.- Sí, majestad. A vuestro reino se
suma ya el de Facundia, que hemos conquistado.
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REY.- Ay, pero las conquistas son pasajeras como
las estaciones del año. El hombre siempre termina por
recobrar su independencia. En cuanto la ocasión sea
propicia, los facundinos se sublevarán para reponer a sus
reyes.
|
ATAJEL.- Imposible: los reyes de Facundia han
muerto.
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REY.- ¡Ah!, eso cambia la
situación. Mi fiel Atajel, tu maldad y eficacia no tienen
límites. Nada sería de un rey si no dispusiera del
brazo ejecutor de un fiel general.
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ATAJEL.- Se hace lo que se puede, majestad.
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REY.- ¿Y el príncipe Badul?
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ATAJEL.- Lo sabía.
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REY.- ¿Qué sabías?
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ATAJEL.- Sabía yo que me
cazaríais. El príncipe ha huido. Es astuto y
escurridizo como las carpas de nuestros estanques. Pero no
temáis, lo capturaremos.
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REY.- ¡Estúpido!, has dejado que
escape. (Teatral.) Mi esperanza y mi
gozo languidecen cual flores de un día. Organizará
una revuelta. No podré dormir tranquilo mientras él
viva.
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ATAJEL.- Mis hombres lo buscan por la selva. Si
no acaban con él, lo harán las fieras. No
tenéis por qué inquietaros. El príncipe es
hombre muerto.
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(Se hace el oscuro, arropado por música
sinfónica, quizá de Vivaldi. Inmediatamente, la
iluminación general baña el escenario. La
música seguirá sonando. El decorado nos traslada a un
retazo de selva. La luz de un esplendoroso día inunda, casi
heridora, el ambiente. De los árboles se derrama, alegre, el
silbo de los pájaros. Con paso cansino, llega un
LEÓN de aspecto
fiero y cuidada melena, como recién salido de la
peluquería. Se estira felinamente y ruge sin demasiado
entusiasmo. Diríase que acabara de despertar de la siesta.
De la maleza surge con aires de aparecido el DUENDE DE LAS PLANTAS. Es un
duendecillo alegre y vivaz, y verde todo él, tanto su piel y
su escarolada cabellera como su vestimenta. Se acerca al
LEÓN. Cesa la
música.)
|
DUENDE.- ¿Adonde vas,
«leoncio»? (El LEÓN, por toda respuesta, se
vuelve, lo mira y ruge débilmente. Todos estos rugidos del
LEÓN pueden ser
conseguidos mediante «play back».)
¡Ay!, cuándo lograréis hablar
los leones... Podríais aprender de los papagayos. Cierto que
no son muy buenos conversadores, pero, al menos, repiten lo que les
digo. Te pregunto que adonde vas. (Nuevo
rugido.) Es inútil. Fíjate en
mí, no soy un ser humano, sólo el Duende de las
Plantas y, sin embargo, sé hablar. Ni siquiera me alimento
de carne como tú, sino de clorofila, y aquí me
tienes, parlanchín como uno de esos bichos humanos a los que
se ha dado en llamar políticos. Si no hablara, mal
podría cuidar las plantas. Ellas tampoco hablan, pero no lo
necesitan, les basta con el calor de mis palabras para que crezcan
exuberantes. Y son obedientes, no se mueven de su sitio. En cambio
tú, es que no paras. (Ruge el LEÓN con mayor
fuerza.) No te enfades, sé que no soy el
encargado de cuidaros a los animales, pero no lo puedo evitar, me
preocupáis. Y a ti, «leoncio», te veo venir.
Sé que vas a darte un baño en el río como
todos los días. (Rugido.) No,
si me parecería bien si no cometieras la locura de quitarte
la piel. ¿No ves que puedes coger una pulmonía?
(Ruge el LEÓN en
desacuerdo.) Claro, lo único que te importa
es no mojarte tu cuidada melena. ¡Presumido! ¡Chulo!,
que eso es lo que eres, un chulito melenudo. (El
LEÓN se quita la
piel, la cuelga con primoroso cuidado sobre las ramas de un arbusto
y hace mutis por el lateral izquierdo. Inmediatamente, se oye el
ruido de una zambullida. Bajo la piel, el actor aparecerá
con su cuerpo enfundado en un traje de malla de color
rosáceo y con la cabeza cubierta por una media de similar
color.) Muy bien, pues que te ondulen tu cabellera.
No sé para qué me preocupo de ti, si tenía que
despreciarte porque te comes a otros pobres animalitos... Tú
te justificas con eso del equilibrio ecológico, pero no
sé, no acabas de convencerme. Bueno, si te acatarras,
allá tú. Pero no olvides que en la selva no tenemos
veterinario.
|
|
(Muy ofendido, hace mutis por el foro. De inmediato, por el
lateral derecho, aparece el príncipe BADUL, un joven agraciado cuyo rostro
no enturbia más que el temor que trae dibujado en su
expresión. Viste ropajes acordes con su alta
condición y porta una espada de empuñadura
reluciente.)
|
BADUL.- ¡Oh, Dios mío, estoy
perdido! Si no me dan caza los soldados, me comerán las
fieras. (Receloso, se mueve por escena y, de repente,
se topa con la piel del LEÓN. Da un
grito.) ¡Un león!
(Retrocede unos pasos, asustado, y queda paralizado
por el miedo.) Por favor, no me hagas nada. Mira
(Arroja su espada al suelo.) , tiro mi
arma como señal de que vengo en son de paz. No pensaba
atacarte. (Se da cuenta de que sólo se trata
de una piel.) Solamente es una piel. ¡Uf,
qué susto me he dado! Será de algún
león que haya muerto de viejo. Por lo menos no corro
peligro. ¡Ah!, tengo una idea. (Se acerca al
lugar en que se halla la piel y la coge.) Claro, eso
es: me pondré esta piel de león y burlaré a
los soldados. Tampoco las fieras me atacarán, porque me
creerán el rey de la selva. (Se coloca la
piel.) Huy, me sienta fenomenal, parece hecha a mi
medida. Lo más difícil será andar a cuatro
patas, pero habrá que aprender.
|
|
(Perfectamente vestido de león, hace mutis por el
lateral derecho. No se ha preocupado de recoger su espada. Por la
izquierda, aparece el LEÓN chorreando y tiritando.
Descubre que no está su piel y la busca, aterrado, por todo
el escenario. Entre los arbustos vuelve a surgir el DUENDE DE LAS PLANTAS. Trae otra piel
bajo el brazo.)
|
DUENDE.- (El LEÓN se cubre, pudoroso, el
cuerpo con las manos.) Te lo advertí.
Sabía que esta manía de quitarte la piel te iba a
acarrear problemas. Te han birlado la piel. Lógico. No
dirás que no te lo advertí. Ahora tiritas,
¿eh? Menos mal que estoy en todo. Toma, ponte esta otra
piel. No es la apropiada para un león, pero por lo menos
evitará que cojas una pulmonía. (El
LEÓN la rechaza con
un rugido.) ¿No te gusta? Pues es la
única que he encontrado. Es del antílope que te
merendaste ayer. Póntela y procura que ninguno de tus fieros
hermanos te vea, no te confundan con un antílope y te
traguen. Así ahora comprenderás el miedo que los
pobrecillos antílopes pasan cuando se les acerca un
león. (El LEÓN ruge con menos
fuerza.) Tú verás,
¿antílope o pulmonía?
|
|
(El LEÓN,
finalmente, cede y se coloca la piel del antílope. Se hace
el oscuro. Suena de nuevo música sinfónica.
Rápidamente vuelve la luz sobre el salón del trono y
cesa la música. El REY está sentado cuando, de
inmediato, entra ATAJEL
con una espada en la mano.)
|
ATAJEL.- Majestad...
|
REY.- (Impaciente.)
Qué, ¿habéis dado caza al príncipe
Badul?
|
ATAJEL.- No, majestad. Parece que se lo ha
tragado la tierra. Creo que ha sido pasto de las fieras. Mirad,
hemos encontrado su espada.
|
REY.- Sí, eso es señal de que
algún animal lo ha devorado. Un príncipe sólo
rinde su espada a la muerte. Al fin podré dormir tranquilo.
Muertos sus reyes y su príncipe, los facundinos no
tardarán en acostumbrarse a mi mandato. No habrá
más que un reino en el futuro.
|
ATAJEL.- Pero, majestad, habréis de
cuidaros de nuestro pueblo, no le ha gustado lo que habéis
hecho con el reino de Facundia.
|
REY.- ¿Yo? Habéis sido tú y
tus soldados.
|
ATAJEL.- Por orden de vuestra majestad.
|
REY.- ¡Qué importa! En la guerra
todo está permitido. Además, fue su rey quien me la
declaró. ¿O fui yo? Es igual quien fuera. Me
entusiasma la guerra, es como una música excitante que
exalta mi ánimo.
|
|
(Entra la princesa ALHARA, una bella joven, cuyos hombros
baña la cascada de su hermoso pelo dorado. Viste
túnica de suave color. Su sonrisa franca y su risa pronta
parecen indicar que se halla ajena a las maquinaciones de su padre
y ATAJEL. Ambos, al verla,
disimulan y adoptan una actitud beatífica.)
|
REY.- ¡Hija mía!
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ATAJEL.- (Con una
reverencia.) Princesa...
|
ALHARA.- (Sin prestar demasiada
atención a ATAJEL.) Padre, he
oído que ha terminado la guerra.
|
REY.- Sí, Alhara. Por fin
terminó.
|
ALHARA.- Odio la guerra.
|
REY.- Y yo, hijita. Atajel es testigo de que yo
no la deseaba. Fue culpa del rey de Facundia, que pretendió
apoderarse de nuestro reino.
|
ALHARA.- Siempre habéis estado disputando
por pequeñeces. Ignoro por qué.
|
REY.- Era él, yo no, ¿verdad,
Atajel?
|
ATAJEL.- Sí, princesa, era él.
|
ALHARA.- ¿Por qué decís
era?
|
REY.- Porque ha muerto, y también su
esposa. Desgracias que traen las guerras. El fatídico sino
sobre el que cabalga la muerte. (Casi con convincente
tristeza.) Su hijo, el príncipe Badul, se
adentró en la selva y ha sido devorado por una fiera. Atajel
lo estuvo buscando para salvarlo, pero, por desgracia, llegó
tarde y sólo encontró su espada. Una fatalidad
más que añadir al infortunio.
|
ATAJEL.- Así fue. Un león se lo
comió. Precisamente hemos conseguido darle caza cerca del
lugar donde encontramos la espada y lo hemos traído.
|
REY.- (Contrariado, lanza una
mirada terrible a ATAJEL,
que se arruga.) ¿Y para qué lo has
traído aquí? No me gustan esos animales asesinos, los
detesto.
|
ATAJEL.- (Que no sabe qué
responder.) Pues... pues precisamente por eso,
porque es un asesino, para que lo juzguéis, majestad.
|
REY.- Ya está juzgado, matadlo.
|
ALHARA.- ¿Por qué, padre?
|
REY.- Por... porque es un asesino; ya lo has
oído, se comió al príncipe.
|
ALHARA.- Es sólo un animal y no entiende
de asesinatos. Es su instinto el que actúa.
|
REY.- Razón de más. Atajel, que lo
sacrifiquen inmediatamente.
|
ALHARA.- No, padre. Deja que viva para
mí.
|
REY.- ¿Cómo? Estás
loca.
|
ALHARA.- Siempre quise tener un gato.
|
REY.- Pero éste es un gato demasiado
grande y peligroso. ¡Me niego!
|
ALHARA.- Por favor, padre, lo meteremos en una
jaula de robustos barrotes y así no habrá
peligro.
|
REY.- (Cediendo.)
Es una temeridad, hija mía.
|
ALHARA.- Alhara.
(Zalamera.) Anda, padre,
regálamelo.
|
REY.- Está bien. Construiremos una jaula
en el jardín de palacio. Pero ni se te ocurra acercarte a
ella.
|
ALHARA.- Claro que no, ni que estuviera
loca.
|
REY.- Vamos, Atajel, ocúpate de preparar
la jaula y encierra en ella al león.
|
|
(Oscuro y música de transición. Se ilumina la
zona general del escenario. La escena se desarrolla ahora en el
jardín real, cuya ambientación se ha conseguido con
el decorado de la selva, al que se han introducido algunos cambios.
La princesa ALHARA se
encuentra junto a una gran jaula, desde cuyo interior la mira
atentamente el príncipe BADUL, camuflado con la piel de
LEÓN.)
|
ALHARA.- ¿Sabes, leoncito, que en estos
meses que llevas a mi lado te has convertido en mi mejor amigo?
Bueno, la verdad es que eres el único amigo que tengo. La
amistad es un lago de limpias aguas, que dejan ver en su fondo los
tesoros del alma. Mas mi padre asegura que no siempre la amistad es
sincera. Por eso se afana en preservarme de amistades interesadas.
Soy como una flor que todos pueden admirar, pero nadie oler. Ay, no
sabes lo aburrida que puede resultar la vida de una princesa. Pero
qué tontería, qué puedo contarte a ti, que
eres el rey de la selva. Ya fuiste príncipe cuando cachorro.
Seguro que tus padres no te dejaban jugar con otros leoncitos.
(Breve pausa.) Te quiero, mi rey
enjaulado. Si fuera una leona, me casaría contigo, porque
estoy segura de que eres el más inteligente, el más
hermoso y el mejor de los leones. No sé cómo pueden
decir que te comiste al príncipe Badul. No me lo puedo
creer. (Mete la mano entre los barrotes y le acaricia
la melena. El LEÓN
da muestras de sentir un irremediable gustillo.)
¿Ves?, si fueses malo, de un mordisco me habrías
arrancado el brazo cuando te acaricio. Y lo hago siempre que no
está mi padre. Él no me dejaría, es un
miedoso. Si no fuera por él, te abriría la puerta de
la jaula y te dejaría jugar conmigo como si fueras un
perrillo o un gatito travieso. Es una pena que no hables,
podríamos pasárnoslo muy bien. Yo te contaría
cosas de palacio y tú a mí de la selva.
(Pausa.) ¿Sabes una cosa? Esta
noche tuve un sueño precioso. Soñé contigo.
Fue como en esos cuentos de hadas que me contaban cuando era
pequeña. Yo me enamoré de ti, y cuando te fui a dar
un beso, te convertiste en un príncipe, al que había
encantado una pérfida bruja. (Ríe.)
Poco original, ¿eh? Los sueños son
cuentos que narra la conciencia cuando se está en paz
consigo mismo. Sólo los remordimientos impiden soñar.
(Lo mira con una pizca de
coquetería.) ¿No serás un
príncipe, verdad? (El LEÓN da un rugido, que
está muy lejos de parecerlo. Los rugidos del LEÓN encarnado por el
príncipe no se realizarán mediante
«play back», sino por
imitación del actor.) ¿Lo ves?, si ni siquiera
sabes rugir con la fiereza del león. Eso prueba que eres un
león bueno. (Ríe.) O a
lo mejor, un príncipe encantado, como en mi sueño.
¡Qué cosas se me ocurren!, eso sólo sucede en
los viejos cuentos. Bueno, he de volver a palacio, que mi padre no
quiere que pase tantas horas a tu lado. Creo que está celoso
porque te dedico más tiempo a ti que a él.
|
|
(La princesa ALHARA se aleja de la jaula. El
príncipe BADUL pega
la cabeza a los barrotes. Tanto en la escena precedente como en la
que sigue, se mantendrá en la postura propia de un
LEÓN.)
|
BADUL.-
(Quedamente.) Esperad.
|
ALHARA.- (Se vuelve
sorprendida.) ¿Eh?
|
|
(Al no ver a nadie, mira en todas direcciones y se acerca a
las plantas del foro en busca de quien habló.)
|
BADUL.- (Con voz
queda.) Soy yo.
|
ALHARA.-
(Asustada.) ¿Quién habla?
Nadie puede entrar a los jardines de palacio. Salga quien sea o
comenzaré a gritar y vendrá la guardia.
|
BADUL.- ¡Chisttt...! No gritéis.
Soy yo, el león.
|
ALHARA.- (Se vuelve hacia
él. Sorprendida.) ¿Cómo!
¿Eres tú? ¿Acaso hablas?
|
BADUL.- Sí, hablo.
|
ALHARA.- Pe... pero no es posible, los leones no
hablan más que en los cuentos o en los sueños.
|
BADUL.- Pues yo hablo, qué queréis
que haga.
|
ALHARA.- Hablas, hablas.
(Ofendida.) Y no te has decidido a
hacerlo hasta hoy. Llevo meses habiéndote como una
estúpida y no se te ocurre responder hasta este momento. Me
has tomado el pelo.
|
BADUL.- No era prudente que lo hiciera.
|
ALHARA.- ¿Y por qué hoy lo es?
|
BADUL.- No sé si lo es.
(Con timidez.) Además existe
otra razón.
|
ALHARA.- ¿Cuál?
|
BADUL.- (Azarado.)
No os la pienso decir.
|
ALHARA.- Creo que eres un león caradura.
Te he abierto mi corazón, te he contado mis secretos y mis
sueños creyendo que no me entendías. Cómo te
habrás burlado de mí.
|
BADUL.- No, no lo he hecho. Habéis
logrado que mi encierro fuese menos penoso. Vos soñabais con
príncipes encantados, y yo con la hora en que
vendríais a hacerme compañía.
|
ALHARA.- No te creo. Esto debe de ser otro
sueño. Se lo diré a mi padre para comprobar si estoy
despierta.
|
BADUL.- No, por favor, no se lo digáis a
nadie. No os creerían y tampoco ya me dejarían en
paz. Quiero que éste sea nuestro secreto.
|
ALHARA.- Una princesa no debe tener secretos con
desconocidos.
|
BADUL.- Yo no soy un desconocido. Dijisteis que
era vuestro amigo.
|
ALHARA.- Eso fue antes, cuando no hablabas.
|
BADUL.- Y el hecho de que ahora hable,
¿qué tiene que ver con nuestra amistad?
|
ALHARA.- Claro que tiene que ver. El hecho de
que hables significa que no debo fiarme de ti.
|
BADUL.- No veo la razón.
|
ALHARA.- Las palabras forman un caudaloso
río entre cuyas aguas se oculta el temible pez de la
mentira.
|
BADUL.- De todos modos, os lo suplico, guardadme
el secreto.
|
ALHARA.- No sé si lo haré. Y ahora
debo marcharme.
|
BADUL.- Por favor, princesa, prometedme que no
diréis a nadie que hablo.
|
ALHARA.- Lo pensaré. Mañana cuando
vuelva a verte, te diré lo que he decidido.
|
BADUL.- Me dejaréis sin sueño.
|
ALHARA.- Está bien, os prometo que,
decida lo que decida, no diré nada a nadie sin antes haberos
advertido.
|
BADUL.- Gracias, princesa. Aguardo con
impaciencia vuestro regreso.
|
|
(Mutis de ALHARA.
Comienza a sonar música, a un tiempo que se hace lentamente
el oscuro. Los grillos anuncian con su canto machacón el
paso de la noche, y un gallo, la llegada del nuevo día. Luz
a escena. BADUL y
ALHARA, en la misma
posición y lugar en que quedaron en la escena
anterior.)
|
ALHARA.- Aún no he decidido nada. De
momento, no revelaré tu secreto. Seguiré viniendo a
visitarte todos los días y hablaremos de mil cosas. Debes de
saber muchos secretos y leyendas sobre los animales de la
selva.
|
BADUL.- Bueno, en realidad no conozco
demasiados. Los leones apenas tenemos contacto con los demás
animales. Nos temen y huyen en cuanto huelen nuestra presencia.
|
ALHARA.- Al menos me dirás cómo
conseguiste aprender a hablar.
|
BADUL.- (Titubea.)
Pues... no sé. Fue así, de repente.
|
ALHARA.- No me engañes. Ningún
león es capaz de hablar. Ignoro si habláis entre
vosotros, pero, desde luego, no el lenguaje de los humanos. El que
tú hables tiene que tener una explicación y deseo
saberla. Te la exijo a cambio de mi momentáneo silencio.
|
BADUL.- (Busca con rapidez una
idea en su mente.) ¿Habéis oído
hablar del Duende de las Plantas?
|
ALHARA.- Claro, todos hemos oído hablar
de él, pero nadie lo ha visto. Creo que es un ser
imaginario, fruto de la fantasía popular. Si existiera,
alguien lo habría visto.
|
BADUL.- Os equivocáis, existe, pero
sólo podemos verlo los animales. Bueno, y supongo que
también las plantas, si es que tienen la facultad de
ver.
|
ALHARA.- ¡Ah!, ¿sí?
¿Y cómo es?
|
BADUL.- (Dará una
descripción muy diferente a la real del personaje que
apareció anteriormente.) Es alto, muy alto,
tanto como los más gigantescos árboles. Su cuerpo y
sus brazos son marrones, de cada brazo le salen muchos dedos verdes
y también su cabeza es verde y llena de pelos en forma de
hoja. Por eso nadie lo ve, porque lo confunden con un
árbol.
|
ALHARA.- Oye, no me estarás contando un
cuento, ¿verdad?
|
BADUL.- ¿Por qué, tan
increíble os parece? Tampoco es creíble que hable un
león y, sin embargo, ya veis...
|
ALHARA.- Está bien, perdona,
continúa.
|
BADUL.- Pues el Duende de las Plantas tiene el
poder de hablar el idioma de todos los animales. Entiende a todos y
nosotros comprendemos cuanto él nos dice. También
habla con las plantas, ya que es el encargado de decirles
cuándo han de mudar sus hojas. Habréis observado que
no todos los árboles las cambian en invierno. Él sabe
cuáles son los fuertes que no necesitan mudarlas y los
débiles que han de dejarlas caer antes de que se las
arranque el viento o se las hielen los fríos. De ese modo
evita que sufran.
|
ALHARA.- ¿Y qué tiene que ver eso
con que tú hables?
|
BADUL.- Veréis. Un día, el Duende
de las Plantas dormía plácidamente cuando una
ráfaga de viento derribó un gran árbol seco y
fue a caer sobre él. Yo me encontraba cerca y le
grité: «¡Cuidado!». El duende
despertó y, de un salto, se apartó de la trayectoria
del árbol. Agradecido porque lo había salvado de
quedar aprisionado bajo el árbol, me dijo que formulara un
deseo y que él, que tiene grandes poderes, trataría
de complacerme. Pedí hablar el lenguaje de los humanos.
Desde entonces pude hablar vuestra lengua y me dediqué a
despistar a los cazadores. Cuando se acercaban a algún
animal, gritaba: «¡Eh!, por aquí». Ellos
creían que era otro cazador que los orientaba, y lo que yo
hacía, justamente, era llevarlos hacia el lado
contrario.
|
ALHARA.- Alhara. (Con cara de
incredulidad.) Ya, y tú, el mayor cazador de
animales, te dedicabas a salvarlos.
|
BADUL.- Claro, porque yo cazo para sobrevivir, y
los hombres por pura diversión.
|
ALHARA.- ¿Sabes qué creo?, que
tienes una gran inventiva. Me has contado un cuento. Me ocultas la
verdad.
|
BADUL.- La verdad sólo es verdad si uno
quiere creerla. Ésta es la mía y os ruego que la
aceptéis, no me pidáis otra.
|
|
(Entre las plantas asoma la cabeza ATAJEL. ALHARA lo descubre y se estremece
cuando ve que camina hacia ella.)
|
ALHARA.- (En voz baja y muy cerca
de BADUL.)
¡Cuidado!, alguien se acerca. Espero que no se haya dado
cuenta de que hablas. Voy a despistarlo.
(Teatral.) Bien, leoncito, debo
marcharme. (Con voz grave, imita la voz de
BADUL.) No
te vayas, princesa; voy a aburrirme. (Con su
voz.) Comprendo que soy muy simpática, pero
mis obligaciones me aguardan. Volveré mañana.
(Con voz grave.) Adiós,
princesa, te echaré de menos. (Con su
voz.) Adiós, rey de la selva.
(Simula que acaba de descubrir a ATAJEL. Con forzada
simpatía.) ¡Oh, buenos días,
Atajel!
|
ATAJEL.- ¡Hermoso día, princesa!
Veo que os divertís con vuestro león.
|
ALHARA.- Así es. Si no me inventara
conversaciones, me aburriría.
|
ATAJEL.- Claro, es una manera de divertirse.
Pero tened cuidado y no os acerquéis tanto a él, no
vaya a lanzaros un zarpazo. Si regresáis a palacio, permitid
que os acompañe.
|
ALHARA.- Gracias, Atajel.
|
|
(Se oscurece el escenario y, simultáneamente, se
ilumina la zona del salón de palacio. El REY está sentado en el trono.
Entra ATAJEL
descompuesto.)
|
REY.- Acércate, Atajel, y cuéntame
ese asunto que tanto te inquieta.
|
ATAJEL.- Majestad, hace un rato iba paseando por
el jardín cuando, al pasar junto a la jaula del león,
oí voces. Me acerqué sigilosamente y descubrí
algo terrible. Rey. (Se levanta
sobresaltado.) ¿Le ha ocurrido algo a mi
hija?
|
ATAJEL.- Tranquilizaos, nada le ha sucedido.
|
REY.- ¿Qué es, entonces, lo
terrible que has descubierto?
|
ATAJEL.- Que el león habla.
|
REY.- (Suelta una
carcajada.) ¡Estás loco!, un
león no puede hablar.
|
ATAJEL.- Os digo que lo oí, majestad.
Hablaba con vuestra hija.
|
REY.- Te estás haciendo viejo, Atajel. Mi
hija le habla igual que yo hablo a mi perro, pero de ahí a
que lo hiciera el león...
|
ATAJEL.- Os aseguro que no desvarío. El
león le respondía.
|
REY.- ¿Y no sería la princesa que
imitaba otra voz? De pequeña le gustaba poner voz a sus
muñecas.
|
ATAJEL.- Eso fue al final, cuando debió
de descubrir mi presencia. Pretendió despistarme. Majestad,
si queréis, mañana podemos escondernos entre los
arbustos y espiarlos. Veréis si es cierto o no lo que
digo.
|
REY.- Yo no puedo prestarme a esa estupidez. Soy
el rey.
|
ATAJEL.- Bien, pues si me lo permitís, yo
haré de estúpido.
|
REY.- Si lo deseas, hazlo, no creo que te
resulte difícil.
|
ATAJEL.- Gracias, majestad.
|
|
(Se apaga la luz de la zona de palacio y se enciende la
general del escenario. De nuevo, el jardín real. La princesa
ALHARA se halla junto a la
jaula.)
|
ALHARA.- Quiero saber la verdad. Ayer me
contaste un cuento y no aceptaré ninguna explicación
que no sea real.
|
BADUL.- Lo siento, sé que es
difícil guardar un secreto sin saber qué se oculta
detrás de él. Es una prueba de confianza la que os
pido.
|
ALHARA.- Lo siento, si no existe una
razón especial, no podré ocultar que hablas. Ayer
Atajel estuvo a punto de descubrirlo. Si mi padre se enterara por
él, no perdonaría mi falta de confianza. Pero no te
inquietes, sólo se lo contaré a mi padre. Lo haremos
partícipe de nuestro secreto.
|
BADUL.- A vuestro padre, no.
|
ALHARA.- ¿Por qué no a mi
padre?
|
BADUL.- Porque sería mi muerte.
|
ALHARA.- No digas tonterías, mi padre es
comprensivo y bondadoso. Nada tienes que temer.
|
BADUL.- Esto me ocurre por idiota. No
tenía que haber hablado. Sólo esperar la oportunidad
para huir. Prometedme que no le diréis nada. Mirad,
así podremos hablar todos los días como
queríais.
|
ALHARA.- No, si no me confiesas el motivo por el
que no debo decirlo. Badul. Está bien, lo haré.
(Se pone de pie por primera vez. Parece que la
princesa no repara en ello.) Soy Badul,
príncipe de Facundia.
|
ALHARA.- Mentira, el príncipe Badul fue
devorado por un león, por ti.
|
BADUL.- ¿Cómo voy a devorarme a
mí mismo?
|
ALHARA.- Yo no he dicho tal cosa. Tu pregunta
tendría sentido si admitiera que eres el príncipe,
pero no lo admito. Quizá al comértelo te contagiaras
de su voz.
|
BADUL.- A ver si creéis que la voz se
contagia como las paperas. Tenéis que creerme, princesa. Ya
os lo explicaré, es una larga historia.
|
ALHARA.- Bien, y admitiendo que fueras el
príncipe de Facundia, ¿por qué habrías
de morir si lo supiera mi padre?
|
BADUL.- Porque acabaría conmigo para que
nunca intentara recuperar mi reino, del que se ha adueñado.
Por la misma razón que mató a mis padres.
|
ALHARA.- Falso, mi padre no pudo hacer esa
barbaridad. Si ni siquiera fue a tu reino.
|
BADUL.- Lo hicieron sus hombres por mandato
suyo. Era la única forma de conservar mi reino para siempre.
Muertos mis padres, si me eliminaban a mí, el heredero, nada
tendría que temer en el futuro.
|
ALHARA.- Estás mintiendo.
|
BADUL.- No miento. También yo estuve a
punto de morir. Por suerte me refugié en la selva y
logré burlar a vuestros soldados con este disfraz cuando me
perseguían.
|
ALHARA.- Para salvarte.
|
BADUL.- Para matarme. Lástima que
más tarde me cazaran con una red.
|
ALHARA.- No te creo, pretendes confundirme. Y lo
de tus padres fue un accidente, una fatalidad de la guerra. La
guerra que tu padre declaró al mío.
|
BADUL.- Falso, fue el vuestro quien se la
declaró al mío.
|
ALHARA.- ¡El tuyo!
|
BADUL.- ¡El vuestro! (Breve
pausa.) Es igual quien fuera, llevaban toda la vida
peleando por tonterías. Parece que no tuvieran otra
preocupación en la vida que disputar entre sí.
(Recapacita.) Sí, quizá
la guerra la declarara mi padre.
|
ALHARA.-
(Condescendiente.) O el
mío.
|
BADUL.- No, el mío.
|
ALHARA.- ¡El mío!
|
BADUL.- No volvamos a discutir. Por lo menos,
parece que habéis admitido quién soy.
|
ALHARA.- Yo no he admitido nada. Sigo pensando
que eres un león.
|
BADUL.- Os he dicho la verdad. Tenéis que
dejarme escapar antes de que descubran quién soy.
|
ALHARA.- No, no lo haré. Además,
no tengo la llave, y aunque la tuviera, no te abriría. Si
realmente fueras el príncipe, seguro que querrías
vengar la muerte de tus padres.
|
BADUL.- Claro que sí, es mi deber.
|
Y el mío,
proteger a mi padre. Jamás te abriré. Podría
reconsiderarlo si me prometieras que renunciarías a tu
venganza y que nunca atacarías a mi padre.
|
BADUL.- Yo soy hombre de honor. No puedo
prometer lo que no he de cumplir. Me resignaré a este
encierro. No, no lo prometeré. (El
príncipe BADUL se
retira al fondo de la jaula. Música suave de
fondo.)
|
ALHARA.- (Dulcemente
persuasiva.) No seáis así, renunciad a
vuestra venganza. Aquí encerrado tampoco conseguiréis
vengaros.
|
BADUL.-
(Sorprendido.) Ahora me tratáis
no como al león, sino como al príncipe.
¿Significa que me habéis creído?
|
ALHARA.- Sí, os creo. Mirad, yo sí
os prometo que, cuando sea reina, os devolveré vuestro reino
y nunca trataré de arrebatároslo. Escondeos hasta
entonces e intentad ser feliz en vuestra espera. Pensad que la
venganza no es buena.
|
BADUL.- (Se acerca a
ella.) Vos sí sois buena. Tampoco yo creo que
la venganza lo sea, pero mi honor me obliga.
|
ALHARA.- (Lo mira con
arrobamiento.) ¿No renunciaríais por
mí?
|
BADUL.- (Se le
acerca.) Ni siquiera por vos, aunque debo confesaros
que sois lo que más me importa.
|
ALHARA.- (Se separa,
herida.) Después de vuestro maldito honor.
Vos lo habéis querido, príncipe de Facundia. Os
pudriréis entre estos barrotes.
|
BADUL.- Entonces, ¿vais a revelar mi
secreto?
|
ALHARA.- (Muy digna.)
No lo haré. Pero nuestra amistad ha
terminado. Nunca más volveré a veros ni querré
saber de vos. Quedaréis en mi recuerdo como un sueño,
que con el tiempo languidecerá como una sombra hasta que
termine por pertenecer sólo al olvido. Adiós.
|
|
(Se encamina, resuelta, hacia el lateral. El
príncipe BADUL la
ve alejarse y extiende una mano hacia ella.)
|
BADUL.- Aguardad.
|
|
(ALHARA hace
mutis, a pesar de la desesperada llamada de BADUL. Arrecia la música y se
torna inquietante. Entre los árboles asoma ATAJEL, que sonríe
siniestramente. Oscuro. Se ilumina la zona del palacio y cesa
bruscamente la música. En escena, ATAJEL y el REY, que ríe
divertido.)
|
REY.- (Suelta una carcajada.)
Esto ya es el colmo. Te aconsejo que te retires una
temporada y descanses. La guerra te dejó fatigado.
|
ATAJEL.- Creedme, majestad, le oí decir
que era el príncipe de Facundia.
|
REY.- El príncipe murió, tú
mismo lo dijiste. Lo buscaste inútilmente y encontraste su
espada, lo único de lo que un príncipe jamás
se separaría. Además, ¿cómo puede un
hombre transformarse en león?
|
ATAJEL.- Lo ignoro, pero es él.
|
REY.- Estás loco, Atajel.
|
ATAJEL.- ¿Cómo podría
convenceros? (Breve pausa.) Os
propongo una cosa, majestad. Decidle a vuestra hija que vamos a
matar al león y...
|
REY.-
(Cortándolo.) Eso nunca, le
partiríamos el corazón de dolor. Sabes cómo
ama a ese animal.
|
ATAJEL.- Está bien, majestad. Decidle que
vamos a enviarlo lejos, como regalo al rey de cualquier país
lejano. Ella irá inmediatamente a contárselo y vos y
yo los espiaremos escondidos entre la maleza del jardín.
Así podréis comprobar que digo la verdad.
|
REY.- (Se queda
pensativo.) Sí, es una estupidez, pero nada
perdemos con ello. Desde luego, yo soy el rey del país, pero
tú, el de la astucia.
|
ATAJEL.- Gracias, majestad.
|
REY.- Avisa a mi hija. Pondremos de inmediato en
marcha tu estratagema.
|
ATAJEL.- En seguida, señor.
|
|
(Mutis de ATAJEL.
El REY pasea por escena
con síntomas de preocupación.)
|
REY.- No sé si esta locura merece el
disgusto que puedo dar a Alhara. ¿Y si fuera cierto?
¿Pero cómo puede serlo? Yo no creo en embrujamientos.
¿Un disfraz? Nos habríamos dado cuenta.
(Pausa.) Sea como fuere, si el
príncipe Badul se ocultara en el león,
tendríamos que acabar con él. No puedo permitir que
ponga en peligro la estabilidad de mi nuevo reino. Además,
querría vengar la muerte de sus padres y yo ya no
podría dormir en paz el resto de mi vida. Sí,
habría que acabar con su vida. Llevo demasiados años
soñando con anexionar el reino de Facundia al mío
como para permitir que, cuando lo he logrado, alguien pueda
destruir mi sueño. (Pausa.)
Maldigo la hora en que permití que el león se quedara
en palacio. Nunca debí consentirlo. Odio a los leones porque
en mis largas noches de insomnio ocupa mi mente la figura de un
león despiadado que intenta devorarme. Es como si mi
instinto intentara avisarme de un peligro incierto.
|
|
(Entran la princesa ALHARA y ATAJEL por el lateral.)
|
ALHARA.- Padre, ¿querías
verme?
|
REY.- Sí, hija mía. Quiero
hablarte de un asunto... (Carraspea.)
delicado.
|
ALHARA.- ¿Delicado, padre?
|
REY.- Sí, sí. Verás,
tú sabes que existe un rey poderoso al otro lado del
mar.
|
ALHARA.- Sí, el rey Bajián.
|
REY.- Y que con él nos interesa mantener
buenas relaciones, ¿verdad?
|
ALHARA.- Padre, que te veo venir. Si pretendes
casarme con su hijo, no aceptaré.
|
REY.- No, Alhara, nada me agradaría
más, pero por el momento no aspiro a tanto. Precisamente,
para fortalecer nuestras relaciones he pensado enviarle un
importante presente en señal de amistad. Un regalo abre
más puertas que mil gestos de amistad.
|
ALHARA.- (Alarmada.)
¿Qué presente?
|
REY.- He pensado que podría enviarle tu
león.
|
ALHARA.- (Da un
respingo.) ¿Mi león?
|
REY.- Sí, hija. Para nada nos sirve. Bien
es verdad que poca carga significa para nosotros: apenas come si lo
comparamos con lo que suelen comer los leones, no alborota, ni ruge
de forma molesta. Cierto que para ti es una distracción,
como un juguete, pero piensa en los beneficios que podemos lograr
si agradamos al rey Bajián.
|
ALHARA.- (Que se ha quedado
pálida.) No, padre, el león no.
Envíale lo que quieras, que yo estaré de acuerdo.
|
REY.- El rey Bajián es rico y nada
podemos ofrecerle que no posea. El único obsequio que puede
apreciar es un ser vivo, lo sé.
|
ALHARA.- Pues envíale a Atajel.
|
ATAJEL.- (Se sobresalta, atrapado
en su propia trampa.) ¿A mí?
¿Por qué, princesa? Si yo no valgo nada...
|
REY.- (Le guiña un
ojo.) No te inquietes, Atajel. Alhara, hija
mía, ten en cuenta que en el reino de Bajián no
existen leones. Para él será un regalo digno del
mayor aprecio y agradecimiento.
|
ALHARA.- No, padre, me niego. No puedes hacerme
esto. El león es mío.
|
REY.- Pero yo soy el rey, y lo he decidido.
|
ALHARA.- Padre, por favor...
|
REY.- Ya ha partido un mensajero para anunciar
al rey Bajián el envío de mi presente. Mi palabra es
de rey, no puedo volverme atrás. (ALHARA queda
compungida.) Atajel, ocúpate de disponer
todo. Quiero que mañana parta un carro con la jaula del
león y que un barco la traslade hasta el reino de
Bajián.
|
ATAJEL.- Así se hará,
majestad.
|
|
(Se oscurece la zona de palacio y se ilumina el
jardín real. BADUL
está tumbado en su jaula. Al cabo de unos instantes, llega
la princesa ALHARA y
él se levanta con prontitud. La transición
será cubierta por música apropiada.)
|
BADUL.- Creí que no os vería
más, princesa.
|
ALHARA.- No os enorgullezcáis, que
así habría sido si un nuevo acontecimiento no me
obligara a vencer mi orgullo y a visitaros.
|
BADUL.- ¿Un nuevo acontecimiento?
Habéis revelado mi secreto a vuestro padre, ¿no es
cierto?
|
ALHARA.- En poco estimáis mi palabra, sin
duda porque la he roto para venir a veros.
|
BADUL.- Perdonad. Decidme ahora qué
acontecimiento os preocupa.
|
ALHARA.- Mi padre ha decidido enviaros como
regalo al rey Bajián.
|
BADUL.- Bueno, no es tan grave. Quizá
allí pueda escapar. Además, el rey Bajián era
amigo de mi padre. Tal vez si logro explicarle mi
situación...
|
Pero si os
envían tan lejos, significa que quizá jamás
vuelva a veros.
|
BADUL.- ¿Y eso os preocupa?
|
ALHARA.-
(Ruborizada.) Un poco...
|
BADUL.- ¿Sólo un poco?
|
ALHARA.- Por el momento. ¿Y a vos?
|
BADUL.- También.
|
Entonces, mirad.
(Desprende una llave de su
cinturón.) He conseguido hacerme con la llave
de vuestra jaula. Os dejaré escapar y podréis
esconderos en la selva. No os será difícil llegar a
este jardín cuando lo deseéis. Podremos vernos con
frecuencia.
|
BADUL.- Antes debo ir a mi reino.
|
ALHARA.- No importa, esperaré con
resignación vuestro regreso.
|
BADUL.- Entonces, abridme cuanto antes, no sea
que lleguen los hombres de vuestro padre para llevarme.
|
ALHARA.- Antes debéis prometerme
algo.
|
BADUL.- Decidme qué y lo haré.
|
ALHARA.- Que renunciáis a vuestra
venganza contra mi padre.
|
BADUL.- Creí que había quedado
claro. No insistáis, os prometeré lo que
queráis, salvo eso.
|
ALHARA.- Pensé que... Tonta de
mí. (Vuelve a colgar la llave de su
cinturón.) En este caso, no puedo libertaros.
Sería traicionar a mi padre.
|
BADUL.- Lo comprendo. Y puesto que así ha
de ser, despidámonos como amigos.
|
ALHARA.- (Se acerca a la jaula y
él coge sus manos.) Siento que nuestra
amistad termine así.
|
BADUL.- También yo lo siento. La historia
a veces escoge el camino más difícil.
|
|
(Al estar tan próximos, el príncipe
BADUL aprovecha para
quitarle la llave sin que ella lo advierta.)
|
ALHARA.- Adiós, Badul, príncipe de
Facundia. Que seáis muy feliz.
|
BADUL.- Y vos, princesa. Jamás os
olvidaré.
|
|
(ALHARA se aleja
entristecida. También BADUL observa su marcha con la mirada
velada por la luz gris de la tristeza. Luego, se repone y se mira
la mano, en la que esconde la llave. Entre las plantas emergen las
cabezas de ATAJEL y el
REY, quienes se encaminan
tras la princesa. Se oscurece el escenario y se ilumina la zona de
palacio, que se halla desierta. Entra el LEÓN, seguido por ATAJEL.)
|
ATAJEL.- Habéis podido comprobar,
majestad, que no era fruto de mi imaginación ni del
desvarío cuanto os dije sobre el león de la
princesa.
|
REY.- Sí, y es terrible. Disculpa mi
incredulidad, Atajel. ¿Cómo podía imaginar tal
sinrazón! El enemigo dentro de casa. Mi vida ha corrido
peligro, y qué decir de la de mi hija. Terrible, Atajel,
terrible.
|
ATAJEL.- Sin embargo, ella era conocedora del
engaño.
|
REY.- Una traición incomprensible, aunque
perdonable, pues has oído cómo se ha negado a
libertarlo por protegerme. Sobre su capricho ha triunfado el amor
filial.
|
ATAJEL.- Eso la honra, majestad. Es digna de
vos. No obstante, no comprendo cómo no os avisó.
|
REY.- Indecisiones propias de los pocos
años.
|
ATAJEL.- Pero su comportamiento pudo poner en
peligro vuestra seguridad. Incluso aún podría
ponerla.
|
REY.- ¿Qué insinúas?
|
ATAJEL.- Sólo una advertencia: imaginad
que cambiara de idea y decidiera abrir la jaula. Posee la
llave.
|
REY.- ¿Cómo te atreves!
Jamás mi hija cometería tremendo desatino.
|
ATAJEL.- Perdonad, majestad, sólo era una
suposición.
|
REY.- Quizá tengas razón. Si no la
princesa, cualquiera podría ayudar al príncipe a
escapar. Debemos acabar con este peligro. Pero cómo no herir
los sentimientos de mi hija.
|
ATAJEL.- Aun a costa de ello, debemos terminar
con la vida del príncipe.
|
REY.- Del príncipe no, del león.
Nunca supimos que bajo la piel del león se escondía
el príncipe. ¿Comprendes, Atajel?
|
ATAJEL.- Admiro vuestra inteligencia, majestad.
Así el asunto será más simple.
(Maquinador.) Puesto que habíais
anunciado a la princesa vuestra intención de regalar el
león al rey Bajián, bien puede suceder que intente
escapar durante su traslado y quienes lo custodien se vean
obligados a darle muerte.
|
REY.- Sí, tu hábil plan me
convence, Atajel. La princesa se entristecerá, pero
finalmente comprenderá que sólo fueron culpables las
circunstancias. Ocúpate de dar las órdenes para que
la jaula sea trasladada de inmediato. Y luego, regresa,
pues-pretendo que, hasta que se la lleven, montemos guardia
personalmente junto a ella para tener la certeza de que no existe
posibilidad de fuga.
|
ATAJEL.- Así lo haré,
majestad.
|
REY.- Tráeme mi espada a tu regreso. No
deseo correr el menor riesgo.
|
|
(Oscuro y luz al jardín. El príncipe
BADUL permanece en la
posición en que quedó al término de la escena
anterior. Contempla la llave en su mano y, tras una
vacilación, forzada por sus pensamientos, introduce la llave
en la cerradura y abre la puerta. Luego, se desprende lentamente de
la piel de LEÓN y
la deja sobre el suelo de la jaula. Sale fuera, aunque parece
ensimismado por algún extraño pensamiento, como si la
duda dominara sobre lo que debería ser alegría
incontenible por verse libre.)
|
BADUL.- ¡Oh, destino caprichoso y cruel!
¿Qué hondo sentido del honor me impidió
renunciar a mi venganza si mi corazón clamaba porque lo
hiciera? Gano la libertad, pero he perdido a la princesa. Con mi
fuga sabrá que no nace un ser libre, sino un enemigo preso
de la venganza. Estúpido de mí que he sobrepuesto el
honor a lo que me pedía el corazón.
¿Cómo puede ser tan ciega la razón para
imponerse a los sentimientos? Debería haber renunciado.
¡No!, ¿qué digo? Soy un príncipe y mi
honor debe prevalecer sobre todo, incluso sobre mis sentimientos
personales. Me debo a mi país y a mi pueblo.
(Duda.) Pero, ¿es que no
cuentan mis sentimientos? ¿Por qué? Yo amo a Alhara.
Esa fue la razón que me impulsó a hablarle, y sin
embargo nunca se lo confesé. ¿Será
correspondido mi amor? Tendría que haber luchado por
él. Pero con mi actitud, en vez de tu amor, Alhara, no
sólo habré conquistado tu enemistad, sino
también tu odio. Jamás me perdonarás.
(La duda atenaza su alma. Lucha consigo mismo. Al
fin, la calma lo invade. Resuelto.) Pues si mi amor
ha de ser sepultado, yazca con él mi venganza. Renuncio a
ella. Será el castigo que imponga a mi altivez.
Sufriré por mi deshonor, pero no lucharé por
recuperar mi reino. Que sean mis descendientes, si llegare a
tenerlos, quienes recuperen el honor que conmigo muere.
|
|
(Música. BADUL abandona la escena. Instantes
después, aparece entre los arbustos el DUENDE DE LAS PLANTAS.)
|
DUENDE.- (Hace señas hacia
los arbustos.) Vamos, sal, no temas, que no hay
peligro. (Para sí.) Vaya un rey
de la selva venido a menos. Éste, como Sansón, es
nadie en cuanto le quitan la melena.
(De los arbustos, con mucho temor, surge el LEÓN vestido de
antílope.)
Te prometí que tendrías de nuevo tu piel y
así va a ser. Llevo meses esperando este momento para ti.
Vamos, vamos, entra en la jaula y cámbiate de traje.
(El LEÓN
obedece y se quita la piel de antílope, se la lanza al
DUENDE DE LAS PLANTAS y
comienza a colocarse la suya.)
Espero que nunca más cometas la estupidez de
bañarte sin piel.
(Se oyen ruidos y voces lejanas. El DUENDE DE LAS PLANTAS se revuelve
inquieto.)
Alguien se acerca. Date prisa. Yo me marcho, que si fuera
visto por los humanos, perdería mis poderes y
quedaría condenado a vagar entre la savia de un gran
árbol. |
|
(Hace mutis, con la piel de antílope bajo el brazo.
Llegan el REY y
ATAJEL. El LEÓN ha tenido tiempo para
colocarse la piel, pero no para abandonar la jaula. Es sorprendido
en su interior.)
|
ATAJEL.- (Asombrado,
grita.) ¡Mirad, la jaula está abierta.
Va a escapar!
|
REY.- ¡Maldición!, tenemos que
impedirlo.
|
ATAJEL.- Vos tenéis espada.
|
(Desenvaina su espada y se la tiende a ATAJEL.) Tomad, os cedo
mi espada y el honor de acabar con él.
|
ATAJEL.- (Con evidentes muestras
de temor y astucia.) Sería injusto que,
siendo vos el rey, os privara de tan alto honor.
|
|
(El LEÓN, a
cuatro patas, sale de la jaula y se enfrenta retadoramente a los
dos personajes. Por medio de «play
back» se reproduce un fuerte rugido de león.
ATAJEL, con el
pánico vibrando dentro de su cuerpo, retrocede unos pasos.
El REY, por el contrario,
avanza y se enfrenta al LEÓN.)
|
REY.- Vamos, príncipe de Facundia,
acércate, no te temo. No creas que me vas a impresionar con
ese disfraz.
(Nuevo rugido.)
Acabaré contigo como lo hice con tus padres, mis
enemigos. Extinguido vuestro linaje, no habrá más rey
en Facundia que yo. Gobernaré los dos reinos mientras viva,
y, luego, continuarán haciéndolo mis sucesores hasta
que vuestros nombres sean olvidados en la Historia.
(Ruge el LEÓN y adopta una postura de
ataque, a un tiempo que, con cautela felina, avanza hacia el
REY.)
No te gusta lo que digo, ¿eh? Quisiste embaucar a la
princesa, pero te falló el plan. Has comprobado que mi hija
me es fiel. ¡Muere! |
|
(El REY, espada en
mano, se lanza en frenético ataque contra el LEÓN, a la vez que éste,
viéndose agredido, salta sobre el REY, que consigue clavarle la espada.
Ruge lastimeramente el LEÓN, que, aunque mortalmente
herido, apresa al REY y lo
derriba. Ruedan por el suelo en desesperada lucha. Fuertes
rugidos.)
|
ATAJEL.- (Que no se atreve a
intervenir.) ¡Huid, majestad, huid!
|
REY.- (Extenuado. Con un hilo de
voz.) ¿Cómo voy a huir!
¡Ayúdame, Atajel, ayúdame!
|
|
(ATAJEL retrocede
un poco más, se da la vuelta y huye despavorido. Los dos
contendientes han perdido sus fuerzas. Finalmente, el REY queda exangüe en el suelo. El
LEÓN se levanta con
dificultad e intenta dar unos pasos, pero no puede, se tambalea y
cae junto al cuerpo sin vida del REY. Oscuro y música de
transición. Cuando vuelve la luz, nos encontramos de nuevo
en el jardín real. Ha desaparecido la jaula. Su lugar lo
ocupa ahora un banco formado por troncos. En él está
sentada una MUJER cuyo
cuerpo y cabeza cubre con un manto negro. Por el lateral izquierdo
entra un PEREGRINO, que
intenta cruzar la escena. Camina con el cuerpo levemente arqueado,
como si le pesaran los años o la vida, y viste una especie
de hábito marrón, rematado por una capucha, con la
que cubre su cabeza y oculta su rostro. Ve a la MUJER enlutada le hace un gesto con la
mano.)
|
PEREGRINO.- ¡Alabado sea Dios,
hermana!
|
MUJER.- Sea por siempre...
(Sorprendida, se incorpora.)
¿Cómo habéis logrado entrar en el
jardín de palacio?
|
PEREGRINO.- No os alarméis,
señora. Soy un simple peregrino que arrastra su pena a lo
largo del país para expiar sus culpas.
|
MUJER.- Bien, pero no habéis respondido a
mi pregunta. ¿Como habéis logrado entrar?
|
PEREGRINO.- Ni siquiera hube de saltar los
muros. Las puertas estaban abiertas.
|
MUJER.- Pero, ¿y la guardia?
|
PEREGRINO.- ¿La guardia? ¿Acaso
sois recién llegada a esta parte del país?
Debéis de ignorar, sin duda, que, desde que el rey
murió, el palacio está medio abandonado, la guardia
incumple sus obligaciones y los asuntos de gobierno no son
atendidos.
|
MUJER.- ¿Es eso cierto?
|
PEREGRINO.- Lo es. La reina se ha recluido y no
presta atención a sus menesteres. Se dice que se ha vuelto
loca a causa de la muerte de su padre, y digo yo que ha de ser
cierto. El pueblo está inquieto. Incluso deseoso de que
alguien lo gobierne, son ya muchos los que piensan que
debería regresar Atajel, a quien la reina, en cuanto
accedió al trono, desterró del país. Fue su
primer y único acto como reina.
|
MUJER.- Juzgáis duramente a la reina,
según deduzco.
|
PEREGRINO.- Yo no juzgo, simplemente respondo a
vuestra pregunta y os expongo los hechos como son.
|
MUJER.- No os preocupa, entonces, la
desatención de vuestra reina.
|
PEREGRINO.- En absoluto. Además, no es mi
reina. Yo provengo de otro país, aunque dominado por
éste. Soy de Facundia, señora.
|
MUJER.-
(Interesada.) ¿De Facundia?
¿Y qué se dijo allí sobre la muerte de vuestro
príncipe?
|
PEREGRINO.- Se dijo que fue devorado por un
león cuando huía de los soldados de vuestro
país. Pero eso ya pertenece al recuerdo, que han
transcurrido más de dos años desde entonces.
|
MUJER.- ¿Y vos lo creísteis?
|
PEREGRINO.- Si se dijo, razones habría
para ello.
|
MUJER.- No os comprendo, peregrino. La amargura
mana de vuestra boca. Diríase que una pena embarga vuestro
corazón.
|
PEREGRINO.- Tampoco vos representáis la
imagen de la alegría.
|
MUJER.- Circunstancias que vos no
comprenderíais me han obligado.
|
PEREGRINO.- Mi largo peregrinar me ha
enseñado a ser comprensivo con los sufrimientos ajenos.
|
MUJER.- Y con los propios, ¿sois
también comprensivo?
|
PEREGRINO.- Mi vida, señora, no la
guía la desgracia sino el arrepentimiento. Yo
renuncié a la felicidad por una pasión detestable,
que se disfraza con el ropaje del orgullo y del honor: la venganza.
Y ahora cumplo la penitencia por mi pecado.
|
MUJER.- Continuad, peregrino, que vuestra
historia me interesa. Me ha recordado el origen de mi
desgracia.
|
PEREGRINO.- Nada más hay que contar,
señora, que así de simple es mi historia.
|
MUJER.- Pero decidme, al menos, si cumplisteis
vuestra venganza.
|
PEREGRINO.- No, fue el destino el que se
ocupó de hacerlo, aunque mi orgullo y mi honor no sintieron
alivio porque ya había renunciado a la venganza.
|
MUJER.- Entonces, ¿por qué vuestro
arrepentimiento?
|
PEREGRINO.- Porque mi renuncia fue
tardía, cuando el camino que me habría de llevar a la
felicidad había quedado definitivamente perdido.
|
MUJER.- ¿Y no os es posible encontrar de
nuevo el camino?
|
PEREGRINO.- Ya no, porque si lo intentara,
sólo hallaría las impiadosas espinas del odio.
|
MUJER.- Os comprendo y os compadezco,
peregrino.
|
PEREGRINO.- ¿Quizá porque
estáis acostumbrada a compadeceros de vos misma?
|
MUJER.- Quizá, aunque mi desgracia es
bien distinta a la vuestra. Yo estuve ciega, pero llegué a
ver con claridad.
|
PEREGRINO.- Pero eso no es una desgracia;
más bien una dicha o un milagro, señora.
|
MUJER.- No, porque mi ceguera fue voluntaria, y
cuando logré ver era también demasiado tarde.
|
PEREGRINO.- Nunca es tarde para ver.
|
MUJER.- Sí cuando por no querer ver la
mentira se han cerrado los ojos a la verdad.
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PEREGRINO.- No os comprendo.
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MUJER.- No os molestéis, son cosas
mías.
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PEREGRINO.- Pero me interesan, creo que esconden
un enigma que desearía conocer.
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MUJER.- Simplemente os diré que tuve dos
amores: uno me engañaba mientras el otro me gritaba la
verdad. Desprecié al segundo por miedo a indagar en la
mentira del primero. Y mi irresponsabilidad llevó a ambos a
la perdición.
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PEREGRINO.- ¿A ambos? Sigo sin
comprenderos.
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MUJER.- Perdí a ambos porque se
enfrentaron y murieron, cuando yo pude haberlo impedido.
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PEREGRINO.- ¿Y por eso ocultáis
bajo esos negros ropajes vuestro dolor por su muerte?
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MUJER.- No, lo hago para ocultar mi
vergüenza.
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PEREGRINO.- ¿Vuestra vergüenza?
Podéis reprocharos, ¿pero avergonzaros?
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MUJER.- Creedme, peregrino, si os digo que sois
la primera persona a la que cuento mi desgracia. Quizá
porque sois ave de paso y ni me conocéis ni os conozco, y
porque posiblemente jamás vuelva a veros. Sabed que uno de
mis amores era mi padre, a quien creía justo y bondadoso,
pero del que, más tarde, supe que había sido
despiadado con sus enemigos. El otro era... un león, al que,
negándole su libertad, lo conduje a la muerte.
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PEREGRINO.-
(Sorprendido.) ¿Un león?
Entonces, vos...
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MUJER.- Estoy loca, ¿verdad? Ya lo
dijisteis antes.
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PEREGRINO.- No quise decir eso, sino que
entonces vos sois la reina.
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ALHARA.- (Se quita el manto
negro.) Sí, lo soy. Y debería
castigaros por vuestra osadía de fingir que no me
conocíais.
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PEREGRINO.- Y no os conocía, majestad.
Acabo de descubrirlo por vuestras palabras.
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ALHARA.- ¿Cómo, si lo que acabo de
relataros nadie más que yo lo sabe? No os condenéis
vos mismo con una mentira.
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PEREGRINO.- (Con muestras
evidentes de nerviosismo.) Permitid que me marche,
majestad.
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ALHARA.- No os inquietéis, que nada os
haré. Sois libre de marcharos.
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PEREGRINO.- Me otorgáis la libertad que
negasteis al león.
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ALHARA.- ¡Insolente! ¿Cómo
os atrevéis!
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PEREGRINO.- Perdonadme. Sólo una pregunta
desearía formularos antes de partir. ¿Guardáis
odio dentro de vuestro corazón hacia el león del que
me habéis hablado?
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ALHARA.- ¿Odio? No, mi único odio
lo reservo para mí.
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PEREGRINO.- Ahora comprendo vuestro abandono y
desinterés por los asuntos del reino. Consumís
vuestras energías en odiaros a vos misma.
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ALHARA.- ¿Acaso vais a permitiros
juzgarme?
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PEREGRINO.- Nada más lejos de mi
intención. Sólo extraía de vuestras palabras
la conclusión de que os odiáis por la muerte de
vuestro padre y del león. Pero, ¿qué
sucedería si os dijeran que vuestro león no
murió?
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ALHARA.- No lo creería. Yo misma vi su
cuerpo sin vida y cómo Atajel lo despedazaba con la espada
de mi padre como si temiera que pudiera resucitar. Ese
comportamiento y la maldad que descubrí en él me
impulsaron a su destierro.
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PEREGRINO.- ¿Y no habéis pensado
que vuestro padre pudo enfrentarse a un auténtico
león que había ocupado el lugar que antes
correspondiera al príncipe?
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ALHARA.- (Dibuja una
expresión de sorpresa, sobresalto y temor.)
¿Cómo podéis saber vos que era el
príncipe?
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PEREGRINO.- Olvidad eso ahora y respondedme,
¿seguís amando al príncipe?
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(Casi con miedo, como si se
enfrentara a un ser sobrenatural.) ¿Cómo
sabéis...?)
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PEREGRINO.-
(Cortándola.) Respondedme,
¿lo amáis?
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ALHARA.- (Con timidez y cierta
sumisión.) Sí.
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(El PEREGRINO se
despoja de su túnica y aparece vestido como al principio de
la obra, aunque sin espada. ALHARA sufre un
estremecimiento.)
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BADUL.- Yo soy.
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ALHARA.- (Temblorosa,
negándose a aceptar la realidad que intuye.)
No os conozco. ¿Quién sois vos?
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BADUL.- El príncipe Badul.
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ALHARA.- (Como
hipnotizada.) ¿Vos, Badul? ¿El
príncipe de Facundia? No es posible. (Se
repone.) Si lo sois, ¿por qué
habéis permitido que sufriera tantos meses sin decirme la
verdad?
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BADUL.- Ignoraba que me creíais muerto.
Además, pensaba que me odiabais por considerarme culpable de
la muerte de vuestro padre.
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ALHARA.- ¿Odiaros? Fue mi padre quien
decidió acabar con vuestra vida.
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BADUL.- También teníais razones
para odiarme porque no fui capaz de renunciar por vos a mi
venganza.
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ALHARA.- Eso ya dejó de importarme. Sin
embargo, me habéis dicho que renunciasteis
después.
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BADUL.- Y decidí también, como
penitencia por mi error, renunciar a mi reino y consumir mi vida
como peregrino errante por el vuestro.
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ALHARA.- (Se acerca al
príncipe.) No, Badul, eso es injusto. Vuestro
pueblo os necesita. Está sumido en la desesperanza porque os
cree muerto. Hora es de que asumáis su gobierno. Desde este
instante renuncio a gobernarlo y os concedo la independencia que mi
padre os arrebató.
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BADUL.- No, Alhara. Puesto que están
unidos ambos reinos, dejemos que así permanezcan
eternamente. Tiempo atrás debí confesarte mi amor,
sin embargo aún es tiempo de poner voz a mi silencio.
(Le coge las manos.) Y si mi amor es
correspondido, nos despojaremos de nuestros sufrimientos y
gobernaremos tú y yo ambos reinos, unidos en uno solo, no
por imperativos de guerra ni por violenta anexión, sino,
como en los viejos cuentos, por el amor.
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ALHARA.- Y que nuestros hijos y nietos
continúen hasta que ningún súbdito recuerde
que existieron un día dos pueblos enfrentados por la
ambición y la estupidez de dos reyes.
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(ALHARA y
BADUL se abrazan mientras
los envuelve una música creciente y cae con rapidez el
telón.)
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