El dolor es, sin
duda, el tema más importante en la obra de Rosalía.
Desde el poeta3al
crítico y al historiador de la literatura, todos coinciden
en señalar la hondura con que la poetisa vivió esa
realidad. Los matices que el dolor tiene en su obra son
innumerables: dolor por la tierra lejana, dolor del amor perdido,
dolor por la injusticia social, dolor por desgracias concretas,
dolor de soledad, «dolor de vivir...»4.
El conjunto hace que su obra tenga un tono especial, dolorido,
diríamos con una redundancia. La insistencia en el tema
podría parecer monótona si Rosalía no hubiera
superado los límites de su propio dolor para darnos la
expresión del dolor de ser hombre.
El carácter
reiterativo de este tema es percibido por la misma Rosalía,
que con gran acierto define su dolor:
—72→
Pordiosero vergonzante, que en cada
rincón desierto
tendiendo la enjuta mano detiene su
paso incierto
para entonar la salmodia que nadie
escucha ni entiende,
me pareces, dolor
mío...
Fijémonos
en el carácter gratuito de la expresión de ese dolor:
nadie lo escucha, ni lo entiende; su exteriorización obedece
a motivaciones íntimas.
Al hablar del
dolor en Rosalía hay que hacer una distinción
fundamental. De una parte están las penas, es decir, los
golpes de la desgracia; por otra, el dolor. Las penas se reiteran,
pero tienen un carácter accidental, transitorio; el dolor es
continuo, no está vinculado a ningún hecho concreto;
es como un poso que la vida ha dejado en su alma. Las penas son
algo que nos llega de fuera; el dolor viene de dentro. Las penas
están vinculadas a su biografía individual; el dolor
excede los límites de su propio yo: es dolor de ser hombre,
dolor de existir. Rosalía hace esta distinción en su
obra, aunque, como es natural, no con la claridad que nosotros la
hemos expuesto. Suele cambiar la nomenclatura (llama al dolor
«mal perenne» o «herida») o intercambiar
los nombres, hablando de «una pena» con el sentido que
nosotros hemos dado al dolor. Sin embargo, la distinción de
ambos conceptos es perfectamente clara. Veamos algunos
ejemplos:
Hablando de su
libro Follas
novas, Rosalía indica el contraste entre
título y contenido del libro con estas palabras:
Non Follas
novas; ramallo
de toxos e silvas
sós:
irtas, como as
miñas penas;
feras, como a
miña dor.
(F. N.166)
—73→
En el primer poema
de En las orillas del Sar dice:
Sólo los
desengaños preñados de temores
y de la duda el frío
avivan los dolores que siente el
pecho mío,
y ahondando mi
herida,
me destierran del cielo, donde las
fuentes brotan
eternas de la vida.
(O. S. 316)
Vemos aquí
que la herida es algo previo a los dolores, diríamos que es
la huella de todas las penas pasadas. La forma de referirse a ella
(«mi herida») nos la presenta como algo integrado ya en
la propia personalidad.
Mediante una
sencilla comparación, Rosalía señala la
diferencia entre las penas y el dolor constante:
Desbórdanse los ríos, si engrosan
su corriente
los múltiples arroyos que de
los montes bajan;
y cuando de las penas el
caudal abundoso
se aumenta con los males
perennes y las ansias,
¿cómo contener,
cómo, en el labio la queja?
¿Cómo no desbordarse
la cólera en el alma?
(O. S. 354)
En este poema
aparece también el concepto de ansia, que, por la
importancia que tiene en su obra, merece capítulo aparte.
Prescindiremos asimismo ahora del «dolorido sentir» de
Rosalía referido a la tierra, al amor o a la injusticia
social, que son tratados independientemente.
Muy raramente
Rosalía nos indica la causa inmediata de sus penas. El
conjunto de poemas titulado A mi madre constituye una
importante excepción, por ser su tema fundamental el dolor
que le produjo su muerte.
En un poema de
En las orillas del Sar nos habla de la muerte de un hijo.
Se debe de estar refiriendo a Adriano, que murió siendo muy
pequeño, a consecuencia de una caída.
—74→
Es el poema que comienza: «Era
apacible el día» (O. S. 318).
En otro poema del
mismo libro vemos que es la reflexión sobre el porvenir de
sus hijos lo que provoca su tristeza:
En su cárcel de espinos y
rosas
cantan y juegan mis pobres
niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya
perseguidos.
(O. S. 341)
En este poema
queda inexplicado por qué Rosalía considera que la
desgracia persigue a sus hijos desde que nacen. ¿Es que
sufrieron penalidades mayores que otros niños? ¿Es
que Rosalía pensaba que la condición de tristes les
era también propia? Sabemos que las dificultades
económicas que sufrió la familia fueron grandes, ya
que los cargos de Murguía estaban vinculados a su
filiación liberal y corrían los avatares de los
puestos políticos. Pero nada sabemos de las desgracias
concretas que pudieron abatirse sobre las criaturas para dar origen
a tal afirmación. En Rosalía es frecuente ese paso de
la anécdota a la categoría de la que hablaba d'Ors:
desaparecen los hechos concretos y queda sólo la
expresión del dolor que causaron.
En ocasiones este
pudor de tan hondas raíces hispánicas5le
da al poema un tono misterioso. Así en el poema
«Eu levo unha pena»
(F.
N. 289).
Sin llegar a creer
como algún crítico que el conocimiento de la vida de
Rosalía es indispensable6
para la interpretación —75→
de su obra, sí es cierto que poder relacionar una
pena con una esfera determinada de vivencias (maternales, amorosas,
etc.) nos ayudaría a
penetrar en su mundo espiritual. Posiblemente haya una buena dosis
de curiosidad en ese deseo; quizá, en el fondo, lo que
queremos es enterarnos de la vida privada de la poeta; lo cierto es
que la tentación de atribuirle un sentido determinado a
algunos poemas es para el crítico muy fuerte. Veamos un caso
típico. En el largo poema titulado «Los Tristes»
y dividido en siete partes, la segunda dice así:
Cayó por
fin en la espumosa y turbia
recia corriente, y descendió
al abismo
para no subir más a la
serena
y tersa superficie. En lo
más íntimo
del noble corazón ya
lastimado,
resonó el golpe doloroso
y frío
que, ahogando la esperanza,
hace abatir los ánimos
altivos,
y plegando las alas torvo y
mudo,
en densa niebla se envolvió
su espíritu.
(O. S. 327)
En un poema de
tono tan íntimo, ¿cómo no preguntarse
cuál fue ese golpe que abatió definitivamente su
espíritu altivo? (la altivez, como la nobleza de
corazón, son cualidades típicas de Rosalía).
¿Cómo resistir la tentación de pensar en una
infidelidad de la persona a quien ama, en la traición de
alguien en quien se confía, en la pérdida de un ser
amado, en las crisis de fe definitivas...? Aquí, como
diría Cervantes, hay que estimar al crítico no por lo
que escribió, sino por lo que dejó de escribir...
La referencia a
personas que de uno y otro modo la han hecho sufrir está
envuelta en la misma elegante reserva. En el poema titulado
«Na Catredal»,
Rosalía da una muestra de —76→
su nobleza de corazón: después de recorrer las
naves sombrías, vuelve a decir ante una imagen de la Virgen
de la Soledad la oración que decía en otros tiempos,
envía por su mediación «cariños» a
su madre y «miles de besos» a sus hijos, y concluye:
«polos verdugos do meu
esprito / recéi... ¡e fumme, pois tiña
medo!» (F. N. 178), y de nuevo
sentimos el deseo de saber a quién se estaba refiriendo
exactamente.
Lo que da el tono
característico a la obra de Rosalía, más que
la referencia a una pena concreta, es el presentar el dolor como
una situación habitual. El lector tiene la impresión
de que, hable de lo que hable, Rosalía está triste,
de que el dolor es en ella una segunda naturaleza, y su
impresión es acertada. En efecto, las referencias a su dolor
son tan numerosas que no merece la pena insistir en ellas;
citaremos alguna a título de ejemplo.
En el cantar 16 de
Cantares gallegos se produce un curioso caso de
proyección de los sentimientos de la autora sobre el
personaje que crea. El cantar popular dice:
Eu ben vin estar o
moucho
enriba daquel
penedo.
¡Non che
teño medo, moucho;
moucho, non che
teño medo!
(C.
G. 72)
Rosalía, al
glosarlo, dramatiza el cantar: una joven campesina va a la iglesia
y se asusta al ver al mochuelo. Pero, para situar la escena,
Rosalía dice:
Unha noite, noite
negra
como os pesares que eu teño.
(C.
G. 72)
Nada en el cantar
popular sugiere la idea de un protagonista atormentado por los
pesares. Se trata, evidentemente, de una proyección de la
propia autora.
—77→
A Follas novas pertenecen las
siguientes referencias a su situación de dolor
constante:
Deixa que nesa
copa en donde bebes
as dozuras da
vida,
unha gota de fel,
unha tan sóio,
o meu dorido
corazón esprima.
(F. N. 180)
A iaugua
corría
polo seu
camiño,
i eu iba ó
pe dela
preto dos
Laíños,
sin poder cas
penas
que moran
conmigo.
(F. N. 302)
A En las
orillas del Sar pertenecen los ejemplos siguientes:
Ya no lloro..., y
no obstante, agobiado
y afligido mi espíritu,
apenas
de su cárcel estrecha y
sombría
osa dejar las tinieblas...
(O. S. 314)
A fin de no
multiplicar innecesariamente los ejemplos, veamos el último,
que puede cerrar la serie por constituir una especie de
declaración de principios. Los reiterados golpes de la
desgracia, el amargo poso de la vida han llevado a la poeta a una
situación límite: la indiferencia ante el futuro
nacida del hondo convencimiento de que nada bueno puede suceder y
de que todo lo malo ha ocurrido ya.
Nada me importa,
blanca o negra mariposa,
que dichas anunciándome o
malhadadas nuevas,
en torno de mi lámpara o de
mi frente en torno,
os agitéis inquietas.
—78→
La venturosa copa
del placer para siempre
rota a mis pies está,
y en la del dolor llena...,
¡llena hasta desbordarse!,
ni penas ni amarguras pueden caber
ya más.
(O. S. 349)
Tenemos ahora que
preguntarnos por las características del dolor de
Rosalía: ¿cómo es?, ¿cómo lo
vive ella? En primer lugar desarrollaremos una nota que ya hemos
indicado de pasada: el dolor se hizo naturaleza en Rosalía,
era parte integrante de su personalidad. Ella misma insistió
en esta idea en varios poemas:
Mais ve que o meu
corazón
é unha rosa
de cen follas,
i é cada
folla unha pena
que vive apegada
noutra.
Quitas unha,
quitas dúas:
penas me quedan de
sobra;
hoxe dez,
mañán corenta,
desfolla que te
desfolla...
¡O
corazón me arrincaras
desque as
arrincares todas!
(F. N. 172)
Rosalía lo
vincula a su condición de triste; lo considera algo innato,
incurable. De forma intuitiva descubre lo que la crítica
tardó años en comprender: que su dolor estaba
indisolublemente unido a su vida; si le quitan el dolor, le
quitarán la vida, o, dicho de otra forma, sólo cuando
deje de vivir dejará de sentir dolor. La imagen del
corazón -rosa de penas- le sirve para expresar esa idea. En
otras ocasiones identifica corazón y dolor:
—79→
Teño un mal
que non ten cura,
un mal que
nacéu comigo,
i ese mal tan
enemigo
levaráme
á sepultura.
[...]
O meu mal i o meu
sofrir
é o meu
propio corazón.
¡Quitáimo sin
compasión!
Despóis
¡facéme vivir!
(F. N. 246)
Rosalía
experimenta la tentación de la huida, de buscar nuevos
horizontes. Lo desconocido la atrae con el señuelo de los
bienes posibles, con la distracción de los males presentes.
Pero es perfectamente consciente de la inutilidad del cambio: su
mal está en ella misma y la acompañará a todas
partes:
Nin fuxo, non, que
anque fuxa
dun lugar a outro
lugar,
de min mesma,
naide, naide,
naide me
libertará.
(F. N. 296)
Pero hemos
empezado casi por el final. Cuando Rosalía llega al
convencimiento de que su dolor va unido a su vida, cuando acepta el
dolor como una parte de su ser, ha avanzado muchísimo en el
conocimiento de sí misma. Antes ha sentido miedo y angustia
y se ha rebelado contra esa realidad. En La Flor, la joven
poetisa se preguntaba:
¿Qué es este miedo aterrador que
siento
y esta congoja inalterable y
fría,
que, cuanto más desvanecerle
intento,
más se burla, mordaz, del
ansia mía?
(O.
C. 223)
—80→
Ese miedo es la
reacción de su espíritu juvenil ante un mundo
doloroso que no quiere aceptar. Unas estrofas antes ha dicho:
Padecer y morir:
tal era el lema
que en torno mío murmurar
sentí,
y mirando en redor, de espanto
llena,
su fatídico emblema
comprendí.
(O.
C. 221)
Prescindiendo del
modo de expresión romántico, podemos sacar una
conclusión interesante. La joven comprende que vivir es
padecer, pero lo comprende como lema que oye a su alrededor; cuando
lo aplica a su propia vida se siente invadir por un «miedo
aterrador» y una «congoja inalterable», porque en
ese momento de su vida Rosalía está todavía
llena de esperanzas, amorosas, literarias, de todo tipo, y se
resiste a la idea del dolor, que en definitiva lo que hace es
sembrar espinas en las flores de su vida:
¿Por
qué terrible un pensamiento abrigo
que marca mi camino con
abrojos,
entrelazando espinas con las
flores,
que forman el Edén de mis
amores?...
(O.
C. 224)
Rosalía
atribuye a la pérdida de la fe el desolador panorama de
dolor que ve ante sus ojos:
Y perdida la
fe..., la fe perdida...,
roto el cristal de esa belleza
oculta,
el cielo encantador de nuestra
vida
entre pálidas nubes se
sepulta...
[...]
Yo callo a
esa verdad que me despierta
a un mundo de aridez
desconocido,
y muevo sin pensar mi planta
incierta,
sin buscar ese bien que hallo
perdido.
(O.
C. 224)
—81→
Rosalía no
ha penetrado todavía en ese mundo de aridez desconocida;
sólo ha despertado a él. Sencillamente, ha empezado a
perder la primera de sus ilusiones, la «venda
bienhechora» de la fe. Más tarde desaparecerán
de su vida otros consuelos: el amor, la esperanza en el porvenir,
la confianza en otros seres, y Rosalía entrará
definitivamente en el mundo del dolor.
La vivencia del
miedo vuelve a repetirse ante los golpes reiterados e inesperados
de la desgracia. Rosalía vive ese estado de presentimiento
del mal, la expectación del dolor, que es tan insoportable
como el dolor mismo:
¿Qué
pasa ó redor de min?
¿Qué
me pasa que eu non sei?
Teño medo
dunha cousa
que vive e que non
se ve.
Teño medo
á desgracia traidora
que ven, e que
nunca se sabe ónde ven.
(F. N. 167)
El desasosiego, la
inquietud acompañan a la vivencia del dolor:
Sosego,
descanso,
¿ónde hei de o
atopar?
Nos mals que me
matan,
na dor que me
dan.
¡Paz, paz,
ti es mentira!
¡Pra min non
a hai!
(F. N. 168)
Si comparamos este
poema con el que reprodujimos anteriormente: «Nada me importa, blanca o negra
mariposa», veremos qué largo camino doloroso tuvo
que recorrer Rosalía. Desde el deseo de paz, hasta una paz
nacida de la abundancia del dolor.
—82→
Rosalía nos
habla a veces del dolor como de una enfermedad del alma. En
ocasiones con un criterio pretendidamente popular: si cuando duele
una mano es que está enferma y se le busca un remedio,
cuando duele el espíritu será también por
enfermedad. Pero una idea comienza a afianzarse en ella: los
dolores del alma no tienen cura en la tierra («Médico,
doille a cabeza». F. N. 294).
En otras ocasiones
intenta una explicación del dolor de tono
psicológico. Parte de que su capacidad de sentir dolor es
mayor que la de otras personas, y considera que ello es
consecuencia de su sensibilidad, de su alma de poeta y
también de su enfermedad espiritual. Así lo
manifiesta claramente en el poema titulado «¿Qué ten?»
de Follas
novas.
Acierta
Rosalía al considerar que sus dudas, deseos, angustias y
dolores no dependen tanto del mundo exterior cuanto de su manera de
enfrentarse a él. Y es curioso que con otras palabras
más sencillas ponga en relación lo que hoy llamamos
neurosis, creación artística e hipersensibilidad:
«alma enferma, poeta y
sensible» (F. N. 236).
Siguiendo por el
camino de las interpretaciones psicológicas, vamos a ver un
ejemplo de cómo Rosalía intuyó uno de los
postulados de la medicina psicosomática: a la larga las
enfermedades del alma se reflejan en el cuerpo. Las penas no matan
de una vez; van royendo el cuerpo hasta que lo acaban:
Sempre pola morte
esperas,
mais a morte nunca
ven;
¡coitado!,
¿pensas que as penas
poden matar dunha
vez?
Nunca, que son
coma o hético:
tras de roer e
roer,
só deixan
un corpo cando
xa non ten
qué comer nel.
—83→
E insiste
después en una idea que ya hemos señalado varias
veces: sólo la muerte traerá el remedio:
Cando a iaugua das
penas
se reverte na copa
sin medida,
sóio
é remedio a morte
para curar da
vida.
(F. N. 298)
Fijémonos
en que dice «para curar de la vida»: ha identificado
dolor y vida, o, lo que es igual, el dolor es ya dolor de
vivir.
Llegados a este
punto, compartimos la opinión de Carbailo Calero, cuyas
palabras traducimos:
Rosalía ha
alcanzado una altura de pensamientos y sentimientos que la hace
portavoz de la angustia humana...
Carece, pues, de
importancia el estudio de sus dolores personales para explicar su
obra. El dolor de la tierra herida, el dolor del origen, las
decepciones sentimentales, las desdichas de familia, las dolencias
corporales. Nada de esto hubiera elevado a Rosalía a la
suprema categoría de lírico esencialmente humano, si
no hubiera en Rosalía una original esencia humana, un genio
humano de rara pureza; si no se hubiera realizado en ella con
maravillosa plenitud la idea del ser humano, tal como la concibe la
filosofía de un Heidegger. Así el dolor de vivir era
su dolor radical y su radical vivencia.7
En estrecha
relación con la idea de que el dolor es consecuencia del
alma enferma, poeta y sensible, está la del subjetivismo del
dolor o la alegría; en definitiva, piensa Rosalía, el
dolor (no las penas) le viene a uno de dentro. Por eso un paisaje
otoñal puede sugerir a unos ideas de tristeza y a otros de
esperanza. Por eso puede perderse incluso la —84→
vida sin perder la alegría, porque lo que da color
-de esperanza o de desesperanza- es el corazón previamente
alegre o dolorido.
Veamos un ejemplo
en que esta idea se expresa con toda claridad:
No son nube ni
flor los que enamoran;
eres tú, corazón,
triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el
árbitro,
quien seca el mar y hace habitable
el polo.
(O. S. 323)
Por dos caminos
llegó Rosalía a la aceptación de su dolor. Uno
lo hemos ido viendo a lo largo de estas páginas.
Consistía en el paulatino convencimiento de que el dolor
estaba vinculado a su propio ser; aceptarlo era aceptarse a
sí misma, a su espíritu sensible de poeta, aceptar un
destino personal desgraciado, pero cuya causa estaba en su propia
naturaleza. Queda pendiente el problema de por qué algunos
seres tienen corazón de tristes (o por qué son
jorobados o ciegos); pero, a un nivel personal, se trataba de
aceptarse a sí misma, y Rosalía lo hizo.
El otro es
más difícil de entender. Rosalía habla a veces
-pocas- de su dolor como de una realidad que da sentido a la vida.
Es como si, perdidas para ella la fe, el amor, la esperanza de
felicidad en la tierra, el dolor, vivido intensamente, llenara el
hueco dejado por aquellas realidades. Podíamos pensar que
cualquier sentimiento o cualquier idea vividas con absoluta entrega
bastan para justificar la existencia, pero en este caso pensamos en
la fe o el amor o el deseo de justicia social. Creo que lo de
Rosalía es otra cosa, y para entenderlo habría que
pensar en ese Sísifo que, según Camus, bajaba la
montaña sonriendo. En Rosalía encontramos la misma
aceptación de los propios límites, la misma
—85→
concreción a la naturaleza humana con todas sus
consecuencias.
La primera vez que
Rosalía expone su creencia de que el dolor se justifica
desde un punto de vista estrictamente humano, lo hace con una
mezcla de seriedad y broma, con un tono de amargo humor, como quien
está convencido de que aquello se parece mucho a una broma
macabra. Veamos el poema:
Cando un é
moi dichoso, moi dichoso,
-¡incomprensibre
arcano!-,
cásique
-n'é mentira anque a pareza-
lle a un pesa de o
ser tanto.
¡Que no
fondo ben fondo das entrañas
hai un deserto
páramo
que non se enche
con risas nin contentos,
senón con
froitos do delor amargos!
Hasta aquí
parece que Rosalía está hablando con absoluta
seriedad; incluso, para prevenir la extrañeza de su primera
afirmación, intercala el inciso: «no es mentira, aunque lo parezca».
Fijémonos en que la primera afirmación está
muy matizada : «casi le pesa a
uno»; realmente el dichoso no llega a sentir ese peso
totalmente; está, diríamos hoy, alienado por su
propia dicha. Por el contrario, la segunda afirmación,
más difícil todavía de aceptar -a fin de
cuentas la primera podría acogerse a la máxima
clásica del ne quid nimis-, la dice tajantemente, sin
paliativos: hay en el hombre un vacío que no se llena sino
con el dolor. A partir de ese momento, Rosalía reflexiona
con humorismo sobre su propia afirmación: el dolor desborda
de ese hondón del alma que sólo él puede
llenar, y lo invade todo. La desgracia es tan abundante en sus
dones que no se los escatima al hombre, se los da hasta que
revienta de harto:
—86→
Pero cando un ten
penas
i é en
verdá desdichado,
oco n'atopa no
ferido peito,
porque a dor,
¡enche tanto!
Tan abonda
é a desgracia nos seus dones,
que os verte,
¡Dios llo pague!, ós regazados.
Hastra que o que
os recibe,
¡ai!,
reventa de farto.
(F. N. 169)
Rosalía ha
hecho la caricatura de su afirmación, se ha hecho a
sí misma la burla. En el fondo de esto hay dos posturas
distintas ante el dolor. El hombre necesita del dolor, como
necesita de la soledad para realizarse plenamente; el dolor es una
dimensión de su existencia humana. Rosalía siente que
tendrá que integrar esa realidad del dolor en su vida. Pero,
al mismo tiempo, el dolor desborda al hombre, escapa a su control
-¡cuántas veces Rosalía ha hablado de esa pena,
tan grande, que no puede regirla!-. El dolor no es un animal
doméstico, fácilmente asimilable a la vida cotidiana,
sino una fiera que se abalanza sobre el hombre y le desgarra hasta
hacerle desear la huida. Rosalía refleja en este poema la
tragedia del hombre que siente en lo hondo más hondo de sus
entrañas un vacío que sólo puede llenar el
dolor, y al mismo tiempo es desbordado, abrumado por ese dolor. La
burla, el humor negro es en este poema un modo de expresar ese
dilema al que no ve solución; es como una sonrisa
conmiserativa para ese ser tan contradictorio y extraño que
puede cantar la apología de algo de lo que está
reventando de harto.
En otros momentos,
Rosalía parece estar mucho más cerca de una
concepción de la vida justificada por el dolor. Al comienzo
de un poema que después sigue por otros derroteros
encontramos estas palabras:
—87→
¡Ea!,
¡aprisa subamos de la vida
la cada vez más empinada
cuesta!
Empújame, dolor, y
hálleme luego
en su cima fantástica y
desierta.
No, ni amante ni
amigo
allí podrá
seguirme:
¡avancemos!... ¡Yo
ansio de la muerte
la soledad terrible!
(O.
C. 659)
Sin amistad y sin
amor, avanza sola en busca de una soledad aún mayor; la de
la muerte; y es el dolor la fuerza que la impulsa y la ayuda a
alcanzar esa «cima desierta » de la vida.
Creemos que el
poema en el que mejor ha expresado Rosalía su actitud final
ante el dolor es el siguiente:
No va solo el que
llora,
no os sequéis, ¡por
piedad!,
lágrimas mías; basta
un pesar del alma;
jamás, jamás le
bastará una dicha.
Aquí no hay
humor porque no hay dilema. Rosalía ha aceptado y asimilado
la realidad del dolor. Ha entrado definitivamente en aquel mundo de
aridez desconocida que entrevió en sus años
juveniles. Ni amante ni amigo pueden seguirla allí; va sola.
Nosotros la vemos alejarse sin acabar de comprender totalmente que
el dolor, llevado a sus límites, es ya
compañía: