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La poesía y el naturalismo en el siglo XIX

Concepción Gimeno de Flaquer





Los apóstoles del grosero materialismo han calumniado a nuestro siglo diciendo que ha muerto en él la poesía.

¡Morir la poesía! La poesía no morirá jamás porque tiene su germen de vida en el infinito del espíritu, en la parte inmortal de nuestro ser.

Se dice que nuestro siglo es completamente industrial y economista, que es el siglo del tráfico y del agio; pero ni el agio ahogará nunca en sus estrechas fauces a la poesía, ni el tráfico la arrollará en sus remolinos, ni el mercantilismo la tronchará con sus rudos aquilones, ni la industria la asfixiará entre el denso humo de sus calderas, ni ha de pulverizarla el progreso con su demoledora piqueta.

La poesía tendrá detractores entre los positivistas, será negada por los incrédulos, mas ella se levantará con serenidad olímpica en los momentos culminantes, y al presentarse la diosa enmudecerán los ateos.

La poesía, que es impalpable como el espíritu humano, flota cual él en todos los horizontes y en todas las latitudes.

La poesía no ha muerto, se ha trasformado: la poesía moderna, tan sobria, tan vigorosa, elige por numen inspirador a la verdad. Nuestro siglo, que tiene muy desarrollado el sentido de lo real, no podía alimentarse de fábulas; a tal siglo, tal poesía. Cantar lo real es lo que se ha propuesto nuestra época; la poesía de lo real es la poesía del siglo XIX.

En nuestros días se detesta lo convencional y amanerado: la poesía de nuestro siglo ha cambiado de faz; los que no la conocen bajo el nuevo aspecto, dicen que ha muerto. La poesía de hoy no es la poesía de la cabaña, del bosque o del aprisco; no es la poesía de las Cloris y los Mirtilos; no es la poesía lacrimosa de los románticos desesperados; no se pasea por los jardines de Academus, ni serpentea por la Arcadia, ni descansa a la sombra del Pireo, ni sacia su sed en Helicona, ni se postra ante Flora, ni ante Armida: la poesía moderna no es panteísta ni politeísta: la poesía de nuestro siglo responde a las necesidades de él, y por eso es esencialmente humana.

Diréis que nuestro siglo es eminentemente científico; mas no podréis separar la ciencia de la poesía. ¿Hay nada más poético que el telescopio, remontándose audaz hasta la luna para besarla con sus miradas? ¿Acaso no es poético el cable submarino horadando las rocas y extendiendo su lengua políglota por los mares para poner en comunicación a los antípodas? Y los nuevos globos creados, que unos nos permiten escalar el cielo, y otros bajará los abismos del Océano, ¿no son inventos científicamente poéticos?

Tachar de antipoético a un siglo que está arrancando sus secretos a la luz, a la electricidad, al magnetismo y al movimiento, es una blasfemia.

Decís que el carácter de nuestro siglo es el análisis, y no os falta razón; pero ¿podréis negar que es poética, y muy poética, la descomposición del pensamiento en sensaciones, en nociones y en ideas?

Sí, analítica y muy analítica es la literatura que ofrece un voluminoso libro para hacernos conocer únicamente las observaciones hechas en el cerebro de Gambetta. Mas ¿no os parece poético haber sabido encontrar entre las circunvoluciones cerebrales el lugar donde reside la memoria? ¿Me diréis que no es poética la localización del pensamiento?

La poesía de nuestra época no es la égloga y el ditirambo; la poesía de nuestra época tiene dos caracteres altamente importantes; es didáctica o subjetiva. Como didáctica, instruye deleitando; como subjetiva, canta los dolores de la humanidad al cantar los dolores del poeta.

La poesía de hoy no es la afeminada y almibarada poesía de otros tiempos; la poesía de hoy es completamente viril. No acuséis de antipoético a un siglo que ha visto nacer a Byron, Lamartine, Bello, Fortuny, Gustavo Doré, Messonier, Rossini, Meyerbeer, a la Avellaneda, a Fernán Caballero, a Victor Hugo, a Castelar, a Zorrilla y Campoamor.

Núñez de Arce, primer poeta lírico de nuestra época, cincela sus versos como los griegos cincelaban el mármol penthélico; Shaw, un niño que acaban de arrojar las espumas de Cádiz sobre los arenales de Madrid, está asombrando en los palenques literarios; Ferrari ha creado escuela propia; Velarde resplandece en el Ateneo cual astro de primera magnitud. ¡Que no existe la poesía! ¡Deplorable error!

La poesía existirá mientras sea el amor el eje de la vida, mientras palpite el corazón de una mujer. Recordad lo que decía Carducci a una bella, hablándole de la poesía:


Fin che all’erme dune
Batte fiottando il mare,
Fin che l'amor le cune
Colma, e il dolor le bare:
Fin che han bisbiglio i nidi
Fin che la terra ha un fior,
Fin che tu piangi e ridi,
La poesía non muor.

Creedlo, mientras haya sueños en la imaginación de la mujer, sentimientos en su alma, exaltación en su corazón, lágrimas en sus ojos, y dulces acentos de perdón en su boca; mientras ella se convierta en inspiradora del bien; mientras ella se agigante en alas de la abnegación; mientras ella sea cual hasta hoy, grande y sublime, habrá poesía.

Poesía es la mujer, porque lo bello es poesía.

Nunca desaparecerá el ideal poético de la conciencia humana: la poesía no morirá, porque es el alma de la humanidad, y no puede existir cuerpo vivo sin alma.

La poesía es la más elevada de todas las bellas artes, pues ha elegido por instrumento de manifestación a la palabra.

La poesía es discutida porque existe; lo bello, el bien y la verdad, dice Arsène Houssaye, han de ser siempre objeto de eternas controversias.

Podrán negarlo los sensualistas; pero nada hay más poético que una frase de amor escapada entre el rubor y la pasión. Imposible encontrar en la sensación la poesía que encierra un puro sentimiento.

Se dice que el realismo moderno está haciendo desaparecer en nuestra literatura la parte poética de ella; pero esto no consiste en la nueva escuela sino en sus jefes.

¿Por qué la mayor parte de estos acercan su linterna a los cuerpos leprosos en vez de acercarla a los cuerpos sanos?

Los literatos que militan bajo la bandera de Zola, denominan realismo o naturalismo a la pintura de cuadros indecorosos y a las descripciones de costumbres obscenas. Son los propagadores de una literatura de transición que mientras se sostenga ha de representar indefectiblemente la decadencia de una época literaria. Parécenme los explotadores del escándalo, de esos mendigos que, habiendo perdido toda clase de pudor, muestran sus más ocultas llagas para obtener una moneda.

Si esta nueva escuela se propone copiar la vida real, no lo consigue, hace lo contrario, la falsifica.

¡Qué horrible sería el mundo si en él no se encontrasen acciones sublimes, actos heroicos, abnegación y virtud! Los escritores realistas de la moderna escuela, nada de esto nos presentan en sus libros. Antójaseme que no debieran denominarse reproductores de la vida real, sino de la vida inmoral. Si un pintor que pretendiese fotografiar una ciudad, nos presentara tabernas, lupanares y cloacas, y no copiase santuarios, asilos de beneficencia y talleres donde se rinde culto al trabajo, diríamos que su dibujo era incompleto. Lo mismo podemos decir de los modernos naturalistas; copian una parte de la vida, no toda ella. Son los encargados de sacar a la superficie las inmundicias que se hallaban en el fondo y nadie veía.

¡Triste misión se imponen! Esos propagadores de lo grosero e innoble carecen de un sentido; del sentido de lo bello; y como no pueden comprender la belleza, la aborrecen.

Refiérome a la belleza moral, ya que esta encierra todo lo delicado, puro y generoso. Zola no ha creado el género realista, lo que ha hecho es poner en moda el escándalo. Grandes modelos de elegante realismo podemos encontrar en las obras de Cervantes, Balzac, Velázquez, Tirso, Goya, Ramón de la Cruz y otros autores.

Los sectarios de Zola no presentan variedad de tipos humanos; a todos sus personajes los pintan con el mismo carácter; todos son malvados.

Odiosa sería la humanidad si hubiéramos de creer a los que nos la presentan tan encanallada.

Felizmente no es así, y aun a trueque de que mis opiniones sean tachadas de optimistas, no renuncio a deciros que si las acciones malas hacen tanto ruido es porque son las menos, es porque están en minoría. Por cada vicio social tenemos cuatro virtudes que admirar.

No escuchéis a los pesimistas sistemáticos, porque llevarían a vuestra alma la desesperación.

No creáis que la poesía ha muerto. ¿Saben acaso lo que es poesía los que quieren envolverla en fúnebre sudario?

«La poesía, ha dicho Emerson, es el deseo perseverante de expresar el alma de las cosas, de salir del cuerpo vil, y de buscar la vida y la razón, que son sus verdaderas causas... Su indiscutible carácter es el de aquella actividad del espíritu, que se traduce en nuevas aplicaciones de las cosas y de las manifestaciones, y en la rapidez sobrenatural con que adivina las relaciones de todo lo creado. La poesía no es más que una idea, tan apasionada y dotada de vida que, semejante al espíritu de las plantas o de los animales, posee una arquitectura propia, y al expresarse dota al mundo, por ese medio, de un nuevo ser…»

La misión del poeta es idealizar la materia; el arte debe corregir los defectos de la naturaleza. La desnudez glacial del naturalismo moderno no debe vibrar en las cuerdas de la lira del poeta.

Quiero trascribir unas elocuentes frases de Castelar, para que presten apoyo a mi teoría:

«Arte significa victoria de la idea sobre la naturaleza hermoseada por el humano espíritu.

Creedlo: así como lo más cercano a la espiritualidad de las almas, en el Universo material, es la luz, y de la luz proviene el calor que da la vida; lo más cercano a Dios es la idea, y de la idea proviene toda la electricidad que mueve y anima y enciende la fría y prosaica realidad. Los artistas, pues, no deben olvidar jamás que los llama su vocación propia y su fin histórico al culto de lo ideal».

 

Con los ojos del idealismo se han visto maravillas que nunca podrá ofrecer la austera realidad; con los ojos del idealismo se vio animada la estatua de Pigmalion y se vieron levantar los muros de Tebas bajo la influencia de dulces acordes; con los ojos del idealismo se vieron crear Olimpos y Elíseos, se vieron brotar Venus y Nereidas en los mares, Napeas en los bosques, Ondinas y Náyades en los lagos; con los oídos del idealismo se escucharon las armonías de las arpas eólicas, de las liras de Aulio Gelio y de las estatuas caldeadas por los rayos del sol de Egipto.

La misión del poeta es idealizar las asperezas de la verdad.

Nuestro siglo, que es calculista y matemático; nuestro siglo, que ama lo real, no quiere, sin embargo, ver la estatua de la verdad sin un crespón. Los escritores naturalistas, al querer exagerar lo real, falsifican la verdad.

¿Hay nada más falso que negar la poesía?

La poesía existe y tiene su templo en el hogar.

¡Desgraciados los seres que no saben encontrarla! ¡Mujeres! Vosotras sois las encargadas de conservar el fuego de la poesía, como conservaban las vestales el fuego sacro de la virginidad.





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