La Reconquista
Miguel Hernández
I
Aben-Mohor, en el castillo ingente
del cual es él alcaide omnipotente,
advierte que la invicta
y católica prole de Orihuela
a sus tiranas leyes se rebela,
y esta sentencia irrevocable dicta:
¡Oh, mi guerrera y valerosa grey...!
Pues que no quieren acatar mi ley
esos tigres, vergüenza de Mahoma,
¡matadlos! y mostradme sus despojos
antes que de un día nuevo vean mis ojos
la luz dorada que en oriente asoma...
¡Que no quede uno solo con la vida
de esa rebelde raza aborrecida
que mi maldición es y mi desdoro!
Esto dice feroz el agareno,
e impávido y sereno
húndese en su sitial de seda y oro.
¡Ay, pueblo de Orihuela! ¡Cómo ignoras
la horrible trama que las furias moras
han concebido para disolverte!
¡Cómo vives ajeno de trastorno
sin ver que de ti en torno
su vuelo funeral alza la muerte...!
Mas no; que una hija tuya fiel y hermosa,
altiva y valerosa
cual la misma Leona de Castilla,
que del infante del visir malvado
ha tiempo está al cuidado,
advertida del plan, que maravilla
le causa al par que espanto,
otro ella peregrino en su quebranto
idea, acepta, traza
y lo emprende con tino y diligencia
del alcaide acudiendo a la presencia,
decidida a salvar su noble raza...
¡Señor! Diz que exijiste que perezcan
las oriolanas gentes cuando crezcan
las sombras y florezcan las estrellas;
¡por Mahoma que está bien que lo exijas!
Mas ¿dejarás morir a mis dos hijas
y a mi esposo con ellas...?
¿Permitirás que quede triste y sola
la infeliz Armengola...?
¡Oh espejo de Alá a quien mi voz dirijo,
no acepte tal tu espíritu sereno!
Recuerda que con sangre de mi seno
medrando está tu hijo...
Si lo olvidas, señor, si ves con calma
que pierdo lo que es alma de mi alma,
no te extrañe si al puro fulgor blanco
con que la aurora los espacios llena,
ves desde una alta almena
mi cuerpo en los abismos de un barranco...
Esto dice a los pies del moro en tanto
que brillante de llanto
entre las manos la mejilla esconde;
y el moro, tras mirarla un breve instante,
pausado y arrogante,
sin ver que se traiciona, le responde:
¡Por Mahoma que más no has de apenarte!
Parte en buen hora hacia tu choza, parte
y conduce hasta aquí tu tribu amada:
más ..., júrame antes, jura
que por tu boca sonrosada y pura
los sentenciados no han de saber nada...
-Yo os prometo ¡oh señor! que por mi boca
nada sabrán.- En su alegría loca
que ahogar procura, exclama con firmeza...
Sale; abandona el sólido castillo,
desciende el Arrabal, y su sencillo
plan, animosa con su gente empieza.
Avisa al hijo del monarca santo
que en la ganada Murcia se halla; en tanto
apresta a su oriolana brava gente
a la lucha como un segundo Marte,
y al castillo con tres valientes parte
tres disfrazados convenientemente...
II
La noche ya ganó la excelsa altura
y los cuatro deslízanse en la oscura
sombra con precauciones bien prolijas
hasta la entrada de la fortaleza...
¿Quién va...? –dice una voz con aspereza.
¡La Armengola y sus hijas!
Sin advertir el moro lo postizo
tiende aprestado el puente levadizo
para que la heroína pasar pueda:
y es él el que primero
al ancho filo de un cortante acero
por la montaña atravesado rueda.
De los tres oriolanos precedida
atraviesa los salones la atrevida
e iluminada hembra:
y cual el huracán que se desata
aquí hiere, derriba allí, allá mata,
y en todas partes el espanto siembra...
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Cuando el alba rompiendo los cendales
de sombras en los diáfanos cristales
del cielo muestra su fulgor divino,
vese como tremola mansamente,
sobre almena insolente,
el lábaro triunfal de Constantino.
Es la señal que aguarda Alfonso el Sabio,
que con trémulo labio
a sus huestes que lleguen les ordena
a la ciudad, donde los ya vencidos
moros lanzan rugidos
de rabia, de odio y pena.
Y llega a la ciudad el regio infante;
y cuando ante sí tiene a la arrogante
mujer, por la que el lábaro tremola
triunfal, le grita a la oriolana gente:
«¡De Teodomiro digno descendiente
eres...! ¡Pero más digna, tú, Armengola!»
MIGUEL HERNÁNDEZ
Orihuela 7 Julio 1930.