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La relación Europa-América en el pensamiento de Mariano Picón Salas (balance y perspectivas)

Gregory Zambrano





Después de su largo exilio chileno (1923-1936), Mariano Picón-Salas (1901-1965) retornó a Venezuela con el proyecto de incorporarse, junto a otros líderes políticos e intelectuales a reestructurar el país después de la dictadura de Juan Vicente Gómez, que duró desde 1908 hasta 1935. La permanencia en el país, no obstante, no sería muy dilatada. Nuevamente debió salir, esta vez como representante diplomático, hacia Checoslovaquia. Los meses que van desde agosto de 1936 hasta mayo de 1937, Picón-Salas los aprovechó también para ver, conocer, y palpar la atmósfera que se vivía en otros países europeos: Francia, Italia, Alemania y Austria. Producto de esos viajes son sus «meditaciones», que a manera de ensayos dieron forma a su libro Preguntas a Europa, publicado en Santiago de Chile, por la Editorial Zig-Zag, en 19371.

El escritor no sólo tiene la virtud de definir con finos trazos el colorido del paisaje, la musicalidad y el ritmo de las ciudades, sino que se interna muy bien en los detalles, en la observación de las personas; quiere ver en cada hombre y en cada mujer el representante de un espíritu nacional que respondía a los acontecimientos, a las visiones del mundo que se compartían y a las prácticas cotidianas particulares. Y esa observación es la que luego le permite penetrar psicológicamente en cada cuadro que construye para compartir con el lector no sólo la experiencia vivida sino también un aprendizaje que riela entre lo leído y lo visto, su profundización en la Historia y de manera simultánea lo intuido y lo imaginado; esas preguntas a Europa eran también preguntas a sí mismo en una confrontación dinámica, eran un cruce de miradas.

Cruzar las miradas puede significar varias opciones; por un lado, la posibilidad de descubrir la presencia de un «otro» compartiendo el espacio y el tiempo, lo cual hace posible que aquél también nos descubra. Pero puede ser también un punto único de convergencia entre dos instantes irrepetibles, y es allí donde creo que se produce lo más estremecedor: ver en el otro a uno mismo, y descubrir la mirada que trata de indagar desde dentro de cada sujeto y comprender inmediatamente el recurso de ser aquél, o que aquél sea uno; esto que parece un juego de palabras es un principio de identidad que nos permite contrastar las diferencias y nos abre la posibilidad de cuestionar aspectos de la «verdad histórica»; así nos sitúa frente a un presente que se proyecta retadoramente a un mañana incierto.

Este contacto implica también un punto de convergencia, si está abierta la sensibilidad y el interés manifiesto de trascender nuestra propia identidad para abrirnos a la comparación detallada o simplemente al contraste con «lo otro». Hacer un balance al final de un largo recorrido es saludable siempre y cuando nos permita poner en la balanza, sin prejuicios, el deber y el haber, por usar términos imponderables hoy en día. Ese balance también nos permitirá apreciar mejor el resultado del cruzamiento de miradas.

La cuestión podría ir desde una simple meditación metafísica hasta una cruda sumatoria de impactos, convergencias, divergencias y hallazgos. Al final del siglo XX, al final del milenio, nos queda siempre abierta la posibilidad de valorar aquél pasado y aventurar conjeturas. Las dos opciones parecen ser un inequívoco juego de acertijos. Estas conjeturas también han estado presentes en otros finales de siglo, y quizás en una huella muy honda de la historia, a fines del primer milenio. Algunos balances, entre catastróficos u optimistas, ponen sobre el tapete una verdad inocultable: somos en relación con los otros, y yo percibo el otro mientras soy percibido por aquél: esa «otredad» deviene diálogo, relación, impacto, comparación, de allí surgen semejanzas y diferencias. Y esto necesariamente tiene sus intereses en lo económico, en lo político, sociológico y estratégico.

Al hacer balance de quinientos y más años de contacto Europa-América nos seguimos haciendo preguntas para respuestas infinitas: ¿Qué ha quedado de ese contacto? ¿Cómo han sido los intercambios de cosmovisiones, lenguajes, usos y costumbres, etc.? Ha quedado mucho, lo que vemos como balance de la Historia y certeza del presente. Una herencia cultural híbrida, varias lenguas en contacto, todo una bagaje cultural tan amplio y laberíntico que es casi imposible resumir. Sin embargo, estamos convencidos de que también y antes de todo, lo que hubo fue, sin excluir el choque, un cruce de miradas y un intercambio de experiencias, la puesta en contacto de un patrimonio que cada cual descubría en el otro. Lo demás sería el detalle de las operaciones matemáticas, ese debe y haber que ahora no viene al caso.

La relación Europa-América ha superado en la teoría y en la práctica la desgastada dicotomía sarmentiana de civilización/barbarie; igualmente de la confrontación Cultura vs. Naturaleza, y por consiguiente el mesianismo que trajo tantas agravantes a la realidad americana luego del «impacto inicial»2; no se trata ya de ir a reeducar en América al «Nuevo Mundo», sino a intercambiar puntos de vista desde los alcances de esa mirada hacia dentro y luego hacia el otro. En su ensayo «Viejos y nuevos mundos», Picón-Salas escribió: «Quizá en América ya hemos hablado en exceso -estamos hablando hace quinientos años- respecto a nuestra "juventud" y nuestra "novedad". Todavía no hemos sido aquella isla de paz atlántida inventada por Tomás Moro, donde se equilibraría ecuánimemente la doctrina platónica de armonioso cosmos moral con la doctrina evangélica de auténtica fraternidad humana. Trocar lo que ya sentimos como deficiencia de América en la enmendada utopía de una cultura ecuménica e integradora (no somos el "arrabal de Europa", sino su fusión con otros pueblos que dejan de ser coloniales), ¿no es otra idea de Orbe novo para que fructifique en los próximos quinientos años?»3.

Obviamente, no nos podemos cerrar ante un pasado conflictivo, bélico, una relación desigual, o una dilatada pregunta de si en verdad hubo intercambio equitativo. El balance debe ser también cualitativo, valorar los aprendizajes en el presente y pensar que alcanzar el ideal de igualdad y más aún, de felicidad, siempre será una tarea pendiente: «Con nuestro gusto -escribía Mariano Picón-Salas en 1937- un poco retórico de la antítesis, se propala por aquí que América no necesita de Europa, porque tiene la conciencia de ser distinta. Lo americano no se basa, entonces, en la afirmación concreta, sino en la negación infecunda. Considero que Europa nos es profundamente útil si tratamos de penetrar y aprovechar para nuestras propias creaciones, los probados métodos de su vieja civilización. Europa ha sido un continente creador de formas, y el problema de la Cultura es esencialmente un problema de forma. Sobre lo particular y lo nacional -que interesa a tantos románticos- existe lo Universal humano. Y una cultura es verdaderamente grande cuando, remontándose sobre las imágenes particulares, llega como los griegos, los franceses, los italianos del Renacimiento, la edad de oro de la Filosofía alemana, a descubrir las normas universales»4.

La Unión Europea ha abierto nuevos caminos y ha disipado en parte las tensiones, la desconfianza, o los conflictos que se debieron superar -material y espiritualmente- en este siglo por los costos de las dos grandes guerras. El panorama de tensión, la atmósfera que se vivía en 1937 llevó a Picón-Salas a escribir: «La crisis espiritual que desgarra a algunas naciones europeas se debe a que en la turbación y nerviosidad de estos últimos años de prueba económica e inquietud política, se han cerrado en un ciego nacionalismo, en una mística de odio, que podría hacer saltar en pedazos, para que comience una nueva y oscura Edad Media, el edificio magnífico de la civilización occidental. Afortunadamente, frente a la Europa que está enferma, hay otra que se conserva sana»5.

Estas palabras, escritas por un joven hispanoamericano que observaba por primera vez a Europa, percibía ya los aires de tensión que soplaban; asistía curioso e indignado a la pesadilla española de la guerra civil y pregonaba su fe futura en eso que él llamaba «lo supranacional» y que le servía de catalejo para pulsar desde diversas ópticas las contradicciones; trataba de indagar en su propio interior las diferencias que le hacían latente esa otredad que es importante detectar.

Diez años después, en «Alegato de Europa», prólogo que Picón-Salas escribió para la reedición de su libro Preguntas a Europa, refundido en esa oportunidad en el libro Europa-América, preguntas a la esfinge de la Cultura6, hacía el siguiente señalamiento: «Quien carece de punto de comparación ni siquiera ve lo próximo, y en el peor de los casos es preferible ser «diletante» con los sentidos dispuestos a captar todo lo humano, que topo encerrado es su cueva sin ojos ni apetito para todo lo que no sea su cerrada especialización [...] En América se siguen hablando los viejos idiomas de Europa; Shakespeare, Cervantes y Camoens son los clásicos de nuestras dos grandes zonas continentales, y el viaje de regreso a las raíces de nuestra cultura conduce forzosamente a las playas del Mediterráneo y a la prosa platónica»7.

Eso lo expresaba desde una perspectiva universalista, amplia, en contra de aquel americanismo a veces cerrado y miope que reclamaba la vigencia pura de lo americano quedándose de espaldas a lo universal (y no solamente occidental). De ese americanismo excluyente que terminó asfixiándose decía: «De un americanismo cerrado surgían frecuentemente en nuestra producción intelectual aquellos pesados mazacotes de quienes suponen que se puede escribir Historia del Perú o de Chile sin conocer la Historia Universal»8.

Nuestro presente es producto de aquellas transformaciones en las mentalidades que propiciaron los contactos; somos resultado de lo que hoy podemos leer como Historia, más allá del relato de lo fáctico y más allá de la invención o el mito que el mismo discurso pudiera construir. Lo que hoy es Historia es lo que supuestamente quedó atrás pero que se ha refundido en el presente que somos. Y no se trata de vivir idílicamente en la añoranza del pasado o en esa nostalgia trasnochada del «paraíso perdido»; se trata también de ser amplia, activa y dialécticamente sujetos del presente, sometidos sin compasión a los estragos de la economía, la publicidad, el mercado, el goce o el sufrimiento ante los adelantos tecnológicos. Esto, por supuesto, no libera a todos por igual sino que nos impacta de manera diferente. El problema radica en que difícilmente podemos permanecer ajenos a ello. Se impone la necesidad de convivir con ese mundo cambiante con la menor posibilidad de choque, lejos de aquel «espíritu de sector que despojaba a las obras de la Cultura de lo que es su primera justificación: el goce desinteresado, el intrínseco valor -fuera de todo empleo pragmático- que radica en ellas»9.

Pero lejos estamos de erradicar aquel fantasma interesado y limitador: «Que el conocimiento se trocase en arma política, que pusiéramos las grandes obras al servicio de nuestra particular dialéctica; que prolongásemos con los muertos -escritores, filósofos, artistas- la misma guerra civil que devoraba a los vivos. Aplicarle a la obra o al período histórico un esquema, de acuerdo con las conveniencias de partido, y ya podía uno ahorrarse cualquier investigación ulterior»10.

Mariano Picón-Salas hacía el balance de su época, observaba, tomaba nota, reflexionaba y luego iba emitiendo juicios de valor, muchas veces en tono poético, y siempre con un agudo sentido del cuestionamiento, es decir, cruzaba las distintas perspectivas de su mirada sobre aquella Europa que le tocaba de cerca, que podía palpar y respirar, que podía contrastar con lo aprendido y visto en libros y enciclopedias. Su percepción no es optimista. ¿Cuánto han variado las cosas desde entonces? Sobre esa visión de 1937, escribiría una década después: «[...] ninguna época como la nuestra, y a pesar de su énfasis populista, tuvo mayor desprecio por el hombre. Hemos vivido días de diáspora, de nuevas cautividades de Babilonia, de campos de concentración, de cacerías de hombres en las fronteras; de crímenes políticos»11.

Hay un principio de actualización que cuestiona, desde el presente, las pasadas propuestas extremistas que afincaban en América una visión providencial. Esto es que, como cultura «nueva», debía surgir de alguna parte para mostrarse en su multiplicidad y contradicción. La otra es la visión que confunde el progreso cultural con el desarrollo material puramente, y se olvida de los valores éticos y morales que deben prevalecer en cualquier proceso de desarrollo. Esas visiones, más que mitológicas son mitómanas, y han sido sometidas hoy por los efectos de la globalización cultural y del mercado12. No ha cambiado mucho el panorama si vemos cómo tantos países son cada día más dependientes de los capitales imperialistas, llámense Banco Mundial o Fondo Monetario Internacional.

Los pueblos dependientes esperan poder seguir «renegociando» sus deudas externas, y ya se ha abierto la posibilidad de que algunas de esas deudas sean condonadas, ya no como una petición de los pueblos deudores sino como un «gesto humanitario» de quienes manejan los capitales imperiales. Ante esa polarización de lo económico, que se encuentra en la base de cualquier transformación social, está en el escenario -con sus diferencias lógicas- la unión de los países europeos para proponer un balance, un equilibrio, para conservar la posibilidad de un mundo multipolar.

En 1937 Picón-Salas escribía, acerca de una posibilidad de voz común latinoamericana, una apreciación que es netamente humanista, al rescatar los valores esenciales del hombre que no deben ser soslayados por una pugna en el control de los capitales y de los mercados, es decir, de los recursos económicos solamente: «Quizás Europa y América, sentidas como mitos o como símbolos, encierren un doble anhelo del hombre, cuya integración y síntesis constituye un ideal histórico. Mientras que Europa es para nosotros el mundo de la Cultura, de todas aquellas cosas imponderables y exquisitas que nos dan los libros franceses o las piedras o pinturas italianas, el paisaje histórico que poblamos de sueños, Europa mira en América la Naturaleza y el espacio de un mundo joven»13.

Y de esa síntesis surgiría entonces el llamado de atención sobre los cambios de visión, necesarios para superar el estereotipo nostálgico que se generaba en Europa hacia esa «Naturaleza en estado puro que ya no existe, y sobre todo de eterno mundo joven [y continúa ampliando la perspectiva] El diálogo tendrá que ser, al lado de lo económico/monetario, un espejo de intercambio de cultura en sus más amplias manifestaciones: arte, música, literatura, cine, etc. Es decir, la parte más dinámica de ese intercambio: La Naturaleza sin la cultura es el reino sombrío y casual del instinto, la sorpresa hecha terror, la crueldad sedienta, el pánico del que no sabe. «Hay una barbarie de la reflexión como hay una barbarie del instinto", decía Schiller. Los grandes momentos de la humanidad son aquellos en que -como en la clara mañana del clasicismo griego- la inteligencia y la vida pueden marchar juntas; el espíritu no niega al cuerpo, sino lo comprende y lo integra»14.

De lo que se trata es de lograr una asimilación de las diferencias que más que contradicciones se conviertan en retos para un diálogo desde las necesidades y expectativas del presente; no sólo superar el síndrome de la añoranza y de lectura nostálgica del pasado, sino como apertura para un diálogo más horizontal en el futuro próximo. Esto quiere decir, lograr un equilibrio entre el crecimiento económico, la soberanía interna y la armonía ecológica.

La recepción de los cambios ha promovido una rápida lectura de lo que trasiega de un lado al otro del Atlántico y quizás haya un poco más de cautela, y a falta de una resemantización de la idea de progreso, es necesario discutir la aparente inocencia de la imitación y del progreso superficial que -según lo que escribía Picón-Salas en 1937- «se quedaba en las ciudades capitales que crecían desmesuradamente, en mescolanza de estilos y materiales arquitectónicos, en un cómo ponerse a jugar a la alta civilización, en el desarrollo de una gran prensa sensacionalista, en la hazaña financiera del estratega de la bolsa o del estafador de alta escuela. Más allá de las luces, el asfalto y los rascacielos de la ciudad capital, seguía el pueblo en su oscuro medioevo aborigen»15.

Si esa fue la marca de los siglos pasados, especialmente del XIX, estos son tiempos en que no sólo la banalidad impregna y condiciona, con sus últimos gritos de la moda, sean éstos teorías, ideas, grupos musicales, videoclips, vestuarios o estilos arquitectónicos. Esa mixtura requiere de algo más que impacto, requiere asimilación: «Piedra, historia, prudencia secular, se enfrentan al viajero demasiado nervioso como limitándolo, como enseñándole que no basta el impuso, la espontaneidad ciega; que se requiere también el aprendizaje»16.

Y aquel intercambio de experiencias que se refunden al entrar en contacto diversas formas de ver el mundo implica también que ambos se entrecruzan y retroalimentan: «Ya los enciclopedistas del siglo XVIII advertían que de nada vale la transformación material del mundo, si ella no metamorfosea y enriquece nuestra conciencia»17.

No se trata solamente de enarbolar la bandera de un pasado idealizado o recuperado por la nostalgia de un intelectual burgués, sino de un llamado de atención a la conciencia de su presente y ese énfasis está regido por un sentimiento esencial que se ampara en los valores del Humanismo y la Democracia, así como de la igualdad jurídica de los hombres, que son conceptos fundamentales de la cultura occidental, los cuales se reescriben, se reinterpretan y son asumidos por el libre albedrío de las distintas sociedades para hacerlos trascender de las limitaciones y conformidades que se generan en el corazón de ellas mismas.

Europa ha luchado y lucha aún hoy para controlar las más añejas discordias que propiciaron concepciones y prácticas de lo religioso, lo político y lo racial. América trata de no levantar el telón de las disputas territoriales e intenta lograr alianzas para sostener las economías y hacer menos hondas las diferencias étnicas, lingüísticas, religiosas y culturales.

Sigue la llamada violencia de clases, los focos guerrilleros, los contrastes entre los que nada tienen y los que ostentan, mientras grandes sectores llaman la atención sobre sus existencias reales, como los indígenas de Chiapas o los U-wa de Colombia, que han vivido ancestralmente en territorios donde hoy se han descubierto yacimientos petroleros, y ante la inminente explotación concesionada a las transnacionales, las comunidades hacen valer los conceptos sagrados de protección a la madre tierra como divinidad.

Pero aun desde todos estos problemas la América nuestra no ceja en su intento de continuar avanzando, y ya lo decía Picón-Salas, «Cualquiera que sea el trance político que soporte, todo país hispanoamericano siente el futuro como esperanza y no como renuncia. En continua lucha contra arcaicas o desequilibradas formas de vida, con creciente conciencia nacional, el desarrollo de la América Latina no marca retroceso sino acelerado avance. Y ya algo queremos aportar, también, en una nueva imagen de la civilización que junte universalmente nuestro ancestro cultural latino con nuestras raíces indígenas, la prueba de conciliación que pueden ensayar los núcleos inmigrantes de Europa en nuestra espaciosa naturaleza»18.




Los hechos, la Historia. La biografía, el hombre

Picón-Salas, sensible ante los trazos de la Historia leída, que coteja y anima con su observación presencial, sabe que lo importante no es el macro relato de lo fáctico sino las entrelineas por donde se cuela la interioridad del hombre con todos sus detalles; por eso percibía la Historia y la Biografía como «retratos interiores del hombre»19. Él mismo historiador, biógrafo y autobiógrafo, relee los contrastes del individualismo que promovió el Renacimiento para entrar en una concepción de época colectivista que impregnaba la atmósfera de la preguerra. ¿Qué podríamos decir hoy, cuando el sujeto es una cifra marcada o determinada únicamente por su productividad monetaria? ¿Volveremos entonces a las utopías perdidas, al sueño socialista, a lo que queda de él -desfigurado ya en su fracaso- en América, o pensamos que nuevamente se impone el individualismo pero sin esa carga de valores humanistas que abanderó el hombre renacentista? Lo que Picón-Salas valora son esas «formas perennes para esa reeducación estética y moral del hombre con que soñaba Schiller; para restablecer esa concordia entre la inteligencia y la sensibilidad que parece el problema más trágico del alma moderna»20.

Y habría que agregar hoy que también se trata de rescatar la idea de permanencia contra el signo de fugacidad del tiempo que vivimos. Para Picón-Salas, «El mundo moderno surgió de lo que puede llamarse la crisis de la caballería. La esencia de lo caballeresco había consistido en someter el ímpetu vital y la sangre ardiente deseosa de combatir y de volcarse, a las normas de un estilo ético, a una especie de ascesis que marcaba la especie humana de trascendencia ideal hecha rito, de sacrificio y de desinterés»21. Esa mirada hacia al pasado le servía para subrayar el trauma social que apenas comenzaba para esa España que sucumbía frente al franquismo. Por eso es intuitiva y hasta dolorosa su interpretación de una «España desde lejos».

Picón-Salas, que ve en la historia una continuidad procesual, se remonta a viejos antecedentes para explicarse las crisis de su presente; y para ello además de la Historia también se apoya en la literatura, porque según el ensayista muchas veces ésta es «el gran depósito de los sueños frustrados». Por un lado destaca el impacto de las expediciones piratas cuando ya se habían desvirtuado las gestas de caballería: «Como la Naturaleza quiere que haya hombres de sangre helada y de sangre caliente, flemáticos y coléricos, pusilánimes y arriesgados, la degeneración de lo caballeresco que logró pasar al mundo moderno se convirtió en condotierismo o piratería. Los piratas y corsarios de los siglos XVI y XVII son como falsos caballeros en quienes la codicia burguesa se viste de peligro y aventura»22.

Como los tiempos cambian y sólo van quedando huellas físicas y espirituales, una vez transformadas en obras las vivencias, parece que definitivamente el mundo utópico de los caballeros quedó clausurado y prevaleció el ideal burgués de la posesión como la única forma de medir el progreso; así se oponen dos mundos, aquel de quien «concibe la vida como impulso y aspiración ideal y generosamente está dispuesto a darla y gastarla, y de quien, por el contrario, desenvuelve ante el mundo un instinto de mera defensa y conservación. Al Caballero lo justifica su propio ser; lo que ha hecho y lleva escrito en su escudo, al burgués, en cambio, le gusta mostrar lo que conserva. El uno existe «per se»; el otro por las cosas que posee. ¿Y no es la gran tragedia del mundo moderno, haber erigido como predominante valor humano, este de adquirir cosas y juzgar al hombre por lo que tiene, y no por lo que es?»23.

La metáfora con la cual Picón-Salas explica los conflictos de mentalidad en la posguerra, es una lectura simbólica del Quijote, un libro inagotable que divierte y enseña, y que ha ido revelando para cada época su signo ideológico sin perder vigencia: «Se ha roto el orden medioeval de la vida y empiezan a surgir como los monstruos y endriagos de otra civilización, las fuerzas económicas y de poderío político que se oponen a las de religiosidad y caballería de antaño. El espíritu burgués, sustituyendo al espíritu caballeresco, es el que apalea a Don Quijote, y el tosco ventero se encarga de enseñarle que más que la fe, el coraje y el amor, cuentan en la nueva sociedad aquellos escudos con que se pagan los mesones y se quebrantan las conciencias»24.

Así, el balance no es más que una observación de los alcances que el interés individual ha elaborado más allá de sus propias limitaciones como ser humano, ha forjado así su afán explotador, olvidándose de los antiguos valores: «Dinero más que armas y emblemas, es el nuevo valor que se exalta. El individuo habrá de juzgarse más por los doblones que lleva en la alforja, que por el ánimo que palpite en el corazón. Para que una Europa más profana y más diestra en la ciencia del trueque creara el moderno capitalismo, los españoles traían la plata y el oro de América. Un mundo de mercaderes sucede a otro de caballeros»25.

Entonces prevalecerá la esperanza de que no deje de haber quijotes empeñados en crear, en creer, en luchar por un mundo mejor, superando las limitaciones de éste que parece que se vuelca sobre sí mismo; allí radica eso que se llama «crisis de valores», ironía de estos tiempos que no se distinguen demasiado de aquellos que -no siempre de manera sutil- tocaba la «calidad trágica del humor quijotesco», y que no era «la aspiración del viejo hidalgo a ser caballero andante, sino su deseo de serlo en un momento en que la caballería resultaba superflua»26.

Con esto Picón-Salas no estaba erigiendo el lamento por haber llegado tarde a la fiesta, sino que estaba alertando para lo que sería la fiesta de resurrección que tendría el hombre del futuro: «El hombre moderno no quiere dejar nada al azar y anhela reducir a signo numérico hasta sus propias emociones. Mientras el caballero nunca alcanzaba su meta final que era el cielo, la sociedad burguesa se contenta con su creciente poderío terrestre»27.

Y allí está la tierra prometida, Wall Street, el Edén, donde se producen las sesiones de la bolsa de valores y comercio. Ahora, así como señalaba Picón-Salas en 1937» no se educa al hombre para que sea sino para que posea. Pero esto no lo hará completamente feliz porque prevalece la fragilidad del individuo contra el poderío de las estructuras estatales que también crecen y se refuerzan (dinero, medios de comunicación, políticas represivas, marcas de clase social, etc.) Y muchos pretenden seguir a los Quijotes sin esperar que estos despierten de su sueño porque también acarician la ilusión de poseer su propia ínsula Barataria, «que no es más que la proyección de aquel frustrado sueño de abundancia, de seguridad, de tierra, vestido y vivienda, de un labriego español del siglo XVII»28.

El macrorrelato de todo eso es el nuevo Dios, el mercado, y su sacerdotisa, la economía, rectora de todos los destinos: «La Economía es uno de los signos apocalípticos de este tiempo tan inquieto y tan preocupado, y sólo el esteta narcisista que se aísla de la vida para gustar su placer solitario, podría prescindir de los problemas económicos en una presente consideración del mundo»29.

La economía, por el hecho de ser omnipresente y omniabarcante, porque regula el dinero y sus intereses, está claro que no debería ser el fin último de las cosas sino el medio que permita preservar también lo humanístico y espiritual en un todo que mejore la calidad de la vida. En América Latina existe un gran potencial de recursos humanos y naturales que orientan la atención y el interés económico del mundo europeo y del asiático; la economía que pasó de ser mediterránea a atlántica se abre cada día más al área del Pacífico, y eso está incidiendo también en un crecimiento tecno-científico de varios países. Entonces, ¿Se podría aspirar a un verdadero y masivo equilibrio? Picón-Salas escribía al respecto: «El mundo de lo económico es la terrible zona demoníaca donde ahora se libran las batallas de la Historia futura»30.

Cuando se piensa en la concordia o se busca un mejor momento y espacio para la convivencia, no es lógico dejar que «el resentimiento se [convierta] en una idea política». Se debe propiciar el diálogo por encima de todas las diferencias, el diálogo por encima de los odios sordos, para que el tiempo futuro se abra con menos traumas ante las nuevas generaciones. Y también ante los jóvenes del presente, quienes en buen número en el mundo entero, incitados y aturdidos por un derroche de información, imágenes, sonidos y modas se han ido quedando aletargados frente a la pantalla del televisor o del computador como masas distantes de su presente.

La Unión Europea está dando pasos importantes para ese diálogo que hace menos férreas las fronteras después de muchos años mirándose de soslayo. En América Latina aún parece lejos el sueño de unidad bolivariano porque aún no se construye la paz interna, los proyectos de unidad son por los momentos los mercados comunes, pero no cesa la violencia, la discriminación, el sueño desvelado. Pero se avanza. Haría falta más que mercados comunes y tratados de libre comercio, para que la paz, la igualdad, la fraternidad y la justicia sean patrimonio de todos los pueblos.






Referencias

  • BRÜNNER, José Joaquín, Globalización cultural y posmodernidad, Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica, 1998.
  • PICÓN SALAS, Mariano, De la conquista a la independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1944.
  • ——, Europa-América, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1996 [«Biblioteca Mariano Picón-Salas», O. C., V].
  • ——, Europa-América. Preguntas a la Esfinge de la Cultura, México, Cuadernos Americanos, 1947.
  • ——, Preguntas a Europa, Santiago de Chile, Editorial Zig-Zag, 1937.
  • ——, Viejos y nuevos mundos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1983.


 
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