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La representación de la naturaleza humana en Clarín y la Pardo Bazán

Germán Gullón





Cuando hablamos de la novela liberal del siglo XIX, de Leopoldo Alas «Clarín», de Benito Pérez Galdós y de Emilia Pardo Bazán, por citar a algunos autores destacados, hay que entender que sus composiciones desempeñan un papel distinto al que cumplen autores semejantes en otras literaturas europeas, muy en concreto la francesa. Hay que tener en cuenta que el siglo XVIII, la Ilustración española apenas cumplió su papel, el de relegar al pasado en concepto religioso de la vida, la entrega del espíritu humano a la fe y a los dogmas. La luz de razón, como dijo Antonio Espina, apenas disipó «las grandes masas de sombra de que el mundo estaba cubierto». Había «que rehacerlo todo, sobre el fundamento y el plan de la Naturaleza». Lo que antes era considerado pecado, el desnudo, por ejemplo, había que verlo desde una nueva concepción del mundo liberada de los prejuicios religiosos.

La novela desde el siglo XIX al presente viene, en fin, desempeñando la función de aclimatar, mediar entre lo sucedido en la esfera privada, en el núcleo de la familia, y en el social. Cumple la función ejercida durante siglos por la Biblia, la de guía de ejemplos para conducir la vida, ajustar la conducta individual a la esfera pública. Clarín, Galdós y la Pardo Bazán representaron con arte y fuerza intelectual en sus novelas la enorme variedad de conductas posibles que se iban dando cuando la sociedad abandona los dictados religiosos y se seculariza. Les interesó sobre manera el desajuste social cuando se produce un corte, un desajuste, entre el núcleo familiar y la sociedad.

Tanto la familia presentada en La Regenta como la de Los Pazos de Ulloa, son familias en las que se incumple la misión encomendada por la sociedad a semejantes entidades, en un caso por la falta de hijos que la perpetúen y el adulterio y en el otro por la falta de legitimidad de los herederos y también por el adulterio. En cierta medida, ambos novelistas coincidían en la creencia de que la familia era un núcleo conflictivo, que no siempre podía cumplir la misión que se le tenía encomendada, servir de primera escuela donde los niños aprendían a ser buenos ciudadanos, útiles a la sociedad.

Me voy a fijar hoy en un aspecto que considero importante en la obra de ambos escritores, y que explica en cierto sentido el fallo del modelo social en que la familia sirve de núcleo primario de la esfera privada, donde el hombre adquiere las habilidades necesarias para manejarse en la esfera pública. Me refiero al carácter de la naturaleza humana.




El caso de Leopoldo Alas

El estudio de la obra de Leopoldo Alas, Clarín, apenas ha comenzado, el principal esfuerzo de los investigadores se halla todavía en el período erudito del empeño, cuando tamizamos lo pertinente a su filiación literaria, sus antecedentes e influencias, o se preparan la biografía y los textos de la obra completa Los logros parecen significativos. Sin embargo, somos relativamente pocos los dedicados a hacer crítica sobre las obras; de hecho, el estudio crítico de Clarín marcha por detrás del de Benito Pérez Galdós. Basta leer las historias literarias para comprobar la diferencia entre los estudios sobre el uno y sobre el otro.

Mucho de lo escrito referente a Clarín, debido al estadio presente de la investigación, tiene un deje retórico, de acumulación de casos, que obstruye el libre acercamiento a sus textos, sepultados en demasiadas ocasiones bajo un sinfín de marbetes, que si krausismo o naturalismo, o tardo romanticismo o moralismo. Los estudiosos los usamos con escasa moderación, pues resultan necesarios cuando hablamos de sus ideas, y porque con los mismos intentamos, bien seguro, captar en figuras explicativas unos libros alusivos, en especial sus novelas, que cabría denominar de página abierta. Su lectura nunca termina en una resolución total del sentido, al contrario, queda abierta, acrisolada, expuesta a las mil yuxtaposiciones argumentales de que es susceptible el texto narrativo clariniano.

Cuando leo las novelas, los cuentos de Alas, su crítica, o examino lo que sabemos de su biografía, advierto su enorme pertinencia para la situación actual, cuando la vida individual, el yo, el ego, parecen ceder hoy protagonismo al yo social, mundano, solidario con los demás. Por ende, la búsqueda de los contextos, de la experiencia común, parece una tarea crítica esencial, y la obra de Leopoldo Alas parece compartir del espíritu de mundanalidad de nuestro siglo. Frecuentemente las primeras interpretaciones de sus obras buscaban lo único, el acento original, mientras que el fuerte clariniano, visto desde el hoy, reside en su capacidad para conjuntar voces, contextos, de ser un gran receptor y expositor de ideas y percepciones. El intento de buscar la pureza ideológica o la singularidad de la inspiración de sus textos quizás distorsiona su carácter polifónico, heterogéneo, múltiple, de escritura de puertas abiertas.

Leopoldo Alas, como Galdós o Emilia Pardo Bazán, novelaron con una genialidad no siempre reconocida la vida española de su época, insisto por si una palabra tan usada se nos escapara, la vida de su época. Ellos no se dedicaron a esencializar en unas probetas verbales la moral de su época, ni las mejores ideas del momento. Lo que hicieron fue cargar la pluma en el barro humano y escribir sobre la vida que en él encontraron. Eso es la esencia, lo demás son las capas ideológicas que recubren el meollo. Es más, pienso que metieron la vida, su vida personal y sentimientos en la novela. Se inspiraron en sus propios sentidos y sensibilidad, o si prefieren lo digo de otra manera, dejaron que sus sentidos y sensibilidad formaran parte de ese impulso psicológico necesario para la creación que suele conocerse con el nombre de inspiración.

Los tres escritores llevaron existencias bastante movidas bajo cualquier estándar que se las mida. La Pardo Bazán tuvo un matrimonio difícil, y poseemos pruebas de su infidelidad matrimonial, y conocemos las señas de varios amantes. Don Benito igualmente, además de amante de la Pardo, mantuvo relaciones múltiples, algunas tan complicadas como la habida con Concha Ruth Morell, que le sirvió de modelo para Tristana. Leopoldo Alas vivió situaciones personales complejas, desde su matrimonio con una mujer que sufría una pequeña minusvalía, la cojera, su vicio del juego, las peleas políticas y varias enemistades, etcétera. Las numerosas polémicas, en especial de Clarín, indican que su sensibilidad se encendía por poca cosa, le hacía perder fácilmente el control y no se paraba ante nada, incluso llegaba al insulto personal. Todo ello revela que a la hora de novelar eran gentes experimentadas en el arte de vivir, no artistas de salón. Porque nadie a estas alturas de la historia puede creerse que la imaginación puede suplantar a la experiencia en la creación novelesca. La puede complementar, pero jamás suplantar.

Al estudiar la obra de Clarín debemos auscultar la vida que yace en su centro. Recordaré de pasada algo elemental, por si lo tenemos olvidado, que La Regenta trata de la vida en Oviedo, de la capital asturiana donde vivía y trabajaba el autor, y que su propósito novelador resulta meridiano: denunciar el carácter retrógrado y malsano de los hábitos y mores de la provinciana española, del clero, de su alta burguesía, y que lo realizó con una fuerza y un poder artístico que permanece como una perenne representación y denuncia de aquella España decimonónica, de aquellas costumbres. Ahí reside, en mi opinión, su grandeza moral, en la fuerza y el coraje con que levanta el acta de la denuncia, sobre una ciudad y esa larga mirada masculina a la mujer que envilece al mirón y mancha al objeto reprimido del deseo.

Es más, una novedad de nuestros escritores realistas en plena edad de las ideologías, del XIX, y de Clarín en particular, reside en que representaron la existencia de sus personajes viviendo en el mundo, un universo ciudadano, donde existen gentes con profesiones y compromisos laborales, visten a la moda, leen periódicos, y donde los asuntos públicos ocupan un lugar en sus preocupaciones cotidianas. No es todo la vida del espíritu ni del alma, sino vida circunstanciada. Por eso no debemos leer sus novelas de acuerdo con un modelo de obra moderna modernista, donde los burgueses recrearon sus jardines del reino interior, sino de una etapa anterior, cuando el escritor realista estaba llevando a cabo ese difícil ajuste entre la existencia individual y las exigencias del mundo.

Oviedo fue el lugar elegido por Alas como escenario de la acción novelesca porque era el sitio que mejor conocía y el que más le importaba, su amado entorno natural. Sorprende la valentía del escritor, pues sabía perfectamente que las fuerzas vivas de la capital asturiana y la mayoría de la ciudadanía le reprocharían el haber ensuciado su propio nido. Y lo aún más difícil, el imaginar unos personajes, que a bien seguro muchos fueron diseñados de acuerdo a los patrones que le ofrecían algunos de sus conciudadanos. Aún más, pretendía con esos seres de palabras mostrar que ninguna ideología o dogma, ley o creencia, fuera reforzada por la razón o la fe, era capaz de contrarrestar los efectos de la naturaleza humana, que siempre se burla de quienes quieren dictarle maneras de comportarse, de ser. Es decir, Clarín debilitaba, según la apreciación del clero, del obispo en concreto, y de otros prohombres las defensas ideológicas de la ciudad.

La historia política de la época en que se escribió La Regenta coincide con el momento cuando se forman los partidos de la izquierda española, como el PSOE, para quienes el trabajo cuenta como número, y van a exigir que el sudor, el esfuerzo físico, sea contabilizado dignamente. La época propicia, por lo tanto, el paso del entendimiento del ciudadano a la manera tradicional, tal y como lo entendía la iglesia, el ejército y la política de las altas burguesías, ese ser que aunque viva encajonado en las clases bajas, sin derecho al voto, tiene abierto el camino al cielo. Los gobernantes administraban el opio al pueblo para mantenerlos adormecidos, como decían los marxistas. El despertar de la masa, del trabajador, trae a la vida de la época una mayor presencia de la corporalidad, del grupo. Podríamos pensar que las burlas con que trata a Pepe Ronzal son una parodia a la que podían llevar los extremos de la fuerza bruta enfrentada a la de la razón.

Todos los grandes novelistas españoles de la época, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas, novelaron la lucha entre la razón y la naturaleza humana, en Los pazos de Ulloa, en La desheredada y en La Regenta respectivamente. Hay algo muy profundo y arraigado en esa narrativa que les llevó a ficcionalizar la manera en que la naturaleza humana se declara en rebelión con los dogmas, costumbres o mandatos emanados de la razón. Son, si se me permite, más aristotélicos que platónicos, al revés que los escritores de la generación anterior, Fernán Caballero o Pedro Antonio de Alarcón, que pensaban que lo racional y lo corporal se afectaban mutuamente y eran capaces de producir efectos positivos. La Regenta viene a manifestar lo contrario, que el ser humano sufre determinadas inclinaciones y que es imposible, por mucho que se le diga y razone, modificar su conducta.

Galdós, les recuerdo, jamás cejó de novelar ese batallar humano, encarnándola en personajes como Isidora Rufete, que trata de convencerse, de dejarse convencer por Augusto Miquis y por otros de que el camino cómodo en la vida es el trazado por las leyes humanas, que dicta, entre otras cosas, que ella no es hija de una marquesa. Nadie es capaz de convencerla de tan razonable decisión, y en consecuencia caerá en el abismo de la prostitución. También Evaristo Feijoo resultará incapaz de convencer a Fortunata de las ventajas que acompañan al comportarse según manda la sociedad. La chulapa enamorada se niega en redondo a acatar que la verdadera esposa de Juanito Santa Cruz es Jacinta y no ella, lo que la llevará a enfermar y morir. Podríamos hacer un amplio recorrido y terminar con Tristana y su final con la pierna de palo, acompañando a don Lope a la iglesia y haciéndole dulces, derrota total de esa lucha con una sociedad que no admite excepciones a la regla.

La Regenta, o mejor dicho, Leopoldo Alas, su autor, presenta a los personajes viviendo, protagonizando esa lucha con su propia naturaleza, siendo derrotados por el impulso vital, y les conferirá unas características sensuales, condensadas en el beso de Celedonio a Ana al final de la obra. Clarín dota a su texto de una corporalidad, de una sensualidad que el lector experimenta en toda su vileza, porque la palabra viene impregnada de una fuerte contaminación y nos urge a sentir. No nos urge solo a pensar, a conocer, sino a sentir asco, a la naturaleza humana en su peor cara, la cara irredenta. Clarín se adelantaba a escritores como Ramón del Valle-Inclán, en la Sonata de otoño. Me refiero a ese momento extraordinario en que Ana espera que Víctor le haga el amor, y ella antes ha estado fantaseado con el cuerpo de Alvaro Mesía, pero Víctor prefiere dejarlo para mejor ocasión (p. 60). Estas son las escenas donde Alas deja que el cuerpo hable en detrimento del alma, de los frenos de lo racional.

La lectura de esta novela exige un acercamiento donde lo intelectual y lo preceptual se complementen. Es posible que en el siglo diecinueve sus amigos, los contemporáneos, valoraran sobre todo el contenido ideológico, pero hoy, para este crítico al menos, la obra no se puede leer sin tener presentes otras claves latentes en la crisolada textual. Una, la mirada masculina a la mujer que supone esta novela, que comienza con la búsqueda de Ana hecha por el Magistral con un catalejo hasta la violación de quien la escuchaba desde la sombra, el campanero Celedonio. Segunda, la narrativa, la genialidad con que viene contada la historia novelesca, que oscila entre la descripción exterior el monólogo interior y el estilo indirecto, todo ello salpimentado con el uso de múltiples focalizaciones. Una tercera, que va unida a las dos primeras, es la sensualidad y la presencia de lo corporal en el discurso narrativo, ese permanente llenar el texto de olores, de colores y sonidos, para que los sentidos del lector permanezcan a flor de piel, sean sensualmente exhortados. Se nos quiere presentes en el texto en cuerpo y alma. La cuarta es la presencia del mundo en la vida de los personajes, el cómo lo que sucede a su alrededor, su condición social, les condiciona, les limita la vida interior. Todas las buenas intenciones de Ana o de Fermín se desvanecen cuando ambos se encuentran frente a frente con el objeto de sus deseos. La fuerza de voluntad o de la convicción racional nunca puede con la del destino trazado por el mundo.

Voy a comentar los dos últimos aspectos, el componente sensual del texto clariniano y el permanente acoso de la naturaleza humana llevado a cabo por las fuerzas oscuras que habitan las profundidades del ser humano, tocando algo los otros dos, la mirada y las técnicas narrativas.




El componente sensual del texto

En el mero comienzo del texto comprendemos que Alas cuenta la historia novelesca con un alto grado de novedad, pues a la lectura lineal del argumento debemos atender a nuestra experiencia emocional. Lo dicho hay que complementarlo con lo sentido. Elijo un pasaje bien conocido, la presentación del Magistral de la catedral, don Fermín de Pas, para acercarnos a esa peculiar sensualidad textual. El Magistral aparece en el campanario donde Celedonio y un amigo tocan las campanas. Dejo de lado el comentario del catalejo, que pone a Ana en la retina del Magistral, estudiado en otro lugar, y me limito a la descripción del rostro del clérigo.

«De Pas no se pintaba. Más bien parecía estucado. En efecto, su tez blanca tenía los reflejos del estuco. En los pómulos, un tanto avanzados, bastante para dar energía y expresión característica al rostro, sin afearlo, había un ligero encarnado que a veces tiraba al color del alzacuello y de las medias. No era pintura, ni el color de la salud, ni pregonero del alcohol; era el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que pronuncian cerca de ellas, palabras que parecen imanes que atraen el hierro de la sangre [...]. En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de rapé, lo más notable era la suavidad de liquen; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas. Aquella mirada la resistían pocos; a unos les daba miedo, a otros asco».


(Pág. 12)                


La descripción del rostro y de los ojos presenta una novedad en el contexto de la narrativa española, porque contiene el mencionado componente sensual que dirige la atención del lector a través de lo físico hacia el color de la cara. Alas en vez de emplear los términos tópicos para explicar el encarnado de las mejillas del canónigo, la salud (rojo como una manzana madura) o el vicio (a causa del vino), habla de que es «el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que pronuncian cerca de ellas». La anatomía y la fisiología le interesan menos que el sarpullido de color que se levanta en ciertas pieles sensibles cuando una palabra de amor o una confidencia las roza con su aliento. La reacción es, pues, sensual.

Los ojos son verdes liquen, aunque lo que les caracteriza es que en ocasiones aparecen acariciantemente suaves y en otras sale de ellos un resplandor punzante, como si apareciera una aguja en un almohadón de plumas. Aquí vemos al narrador ir directo, una vez dicho que son de color verde, a definirlos, y a que los lectores sintamos la manera de mirar, y lo dice bien expresivamente, como si de pronto, cuando menciona un almohadón de plumas, que invita a la molicia, de su centro mismo surgiera un pincho amenazante. La lectura produce un sobresalto, sentimos a través de la imagen lo peligroso de la mirada.

El efecto logrado con la inclusión de lo sensorial en el texto refuerza a su vez el efecto diversificador de las variadas técnicas narrativas empleadas por el autor. Según dijimos con anterioridad, el texto de la novela combina hábilmente el discurso directo con el indirecto, lo dicho por el narrador y lo comentado por los propios personajes, y que al mismo tiempo viene preñado de focalizaciones, de miradas, de perspectivas sobre lo que sucede de muchos otros personajes. A esas voces, de los narradores, las miradas, perspectivas de quienes observan la acción, se superpone el nivel sensorial del texto, que abre nuevas posibilidades al texto, lo sitúa en otro nivel expresivo, porque lo colora emotivamente. Así, la narración clariniana matiza la acción y la conducta de los personajes con una riqueza expresiva ausente de los textos en que falta este suplemento sensual. La comentada descripción de Fermín de Pas resulta un excelente apoyo para ahondar en la comprensión de su carácter. Este hombre doble, sensible, con alma capaz de sonrojarse y, a la vez, llena de un «frío y calculador egoísmo» (p. 13).

La utilización de los sentidos en la prosa narrativa en lengua española, que va al menos de Gustavo Adolfo Bécquer a Ramón María del Valle-Inclán y Gabriel Miró, sirve para ampliar el repertorio de creación del personaje y su mundo, permite salir de lo meramente fisonómico y de la descripción tipológica, combinando reacciones y caracteres distintos, en el caso del Magistral la mencionada doblez, la capacidad de sentir, de dejarse alagar por las urgencias del cuerpo, y de ser inflexible como el acero con sus subordinados, los curas del obispado que cometen alguna torpeza.

Digo esto porque esa dicotomía entre el ser pensante y el sensual que establece Clarín me parece fundamental, y supone una enorme contribución a la narrativa española, pues establece la dualidad esencial de la naturaleza humana con un polo positivo y otro negativo. Desde luego, en el caso de Ana no cabe duda de que en ningún momento se presenta negativamente su sensualidad, sus deseos, ni tampoco sus inclinaciones a refugiarse en la religión para poder salvar el escollo de la censura social. Mas bien al contrario, lo peculiar es la frialdad cerebral con que actúa su marido, que cuando ella le pide amor, el piensa que sólo le quedan dos horas para dormir antes de que llegue su amigo Frígilis para salir de caza. Fermín de Pas posee una parte fría, antipática, que es presentada como negativa.

Esto sucede porque la sensualidad, la fuerza con que son representados sus sentidos y sexualidad desequilibra la fuerza del espíritu, el más firme refugio del hombre moderno. La espiritualidad ha sido corrompida, entre otros por los siervos de Dios, esos canónicos vetustenses que no piensan mas que en maldecir los unos de los otros. La único excepción es el obispo, un Nazarín, una Benina, el don Apolinar de Sotileza, de Pereda, apóstoles de lo mejor que tiene el cristianismo su fuerza interior, el contacto del hombre con su trascendencia, que se manifiesta siempre en una grandeza de alma que incluye una profunda solidaridad con el prójimo.

Aquí reside la grandeza y la novedad de los tres grandes de la novela española del XIX, pero Clarín es quien la lleva más lejos, porque al incidir en la sensualidad toca la raya por la que entrará en una parte de la producción literaria modernista, la representación de las conductas de seres con conflictos internos. Si comparamos los conflictos de Fermín de Pas y de Ana Ozores con el de Augusto Pérez comprendemos enseguida el peso diferente que los sentidos tienen en la creación del personaje. Augusto Pérez está hecho sobre todo con ideas, mientras los dos protagonistas clarianianos poseen un fuerte componente carnal.




El caso de Emilia Pardo Bazán

Curiosamente, el estudio de doña Emilia, a pesar de llenar menos páginas que el de Clarín, y de ser como en el caso del profesor de Oviedo predominantemente estudios de índole erudita, cuenta con un importante cuerpo de crítica. La interpretación de su obra corre paralela con la de desbrozar y presentar la producción de la autora en su totalidad.

Doña Emilia y Alas anduvieron años a la greña, el escritor asturiano fue especialmente duro con la escritora gallega, sobrepasando los límites de lo aceptable en el tratamiento de un colega escritor, pero la cultura española rebosa de casos de enemistad semejantes, porque no sabemos valorar lo ajeno en su justa medida. Sin embargo, ambos coincidieron en su aceptación del naturalismo como una extensión apta para explorar lo humano. En el caso de la Pardo Bazán la impregnación del naturalismo fue más profunda, pues afectó desde el vocabulario y la creación de las personajes, hasta la esencia pesimista de sus dos obras fundamentales pertenecientes al mencionado mismo: Los pazos de Ulloa (1886) y La madre naturaleza (1887).

Yo diría que el naturalismo en España tiene algo de anacrónico, en parte el que una condesa fue su mayor propagandista ya lo indica, más y sobre todo porque vino a ser el suplemento de la nunca producida redefinición de la naturaleza humana llevada a cabo en la Ilustración. Cuando encontramos una adúltera en Flaubert y una adúltera en Clarín y la Pardo Bazán no es lo mismo. La adúltera de Flaubert viola unas normas civiles, mientras Ana Ozores contraviene una autoridad espiritual. Sin embargo, en Los pazos de Ulloa a diferencia de La regenta, doña Emilia presenta un ser humano reducido a sí mismo. El hombre es el hombre presentado en Los pazos de Ulloa con todos sus instintos primarios. Es decir, que el llamado naturalismo de doña Emilia que tantas sospechas presenta sobre su pureza resulta mestizo, en mi opinión, por presentar al ser humano desprovisto de todo compromiso religioso, y que le permite tratar temas, como el amor, con una sensualidad desnuda, nueva.

Confirma lo que dije al comienzo sobre la Ilustración, en el caso de la Pardo Bazán, la referencia que encontramos en Los pazos a Voltaire. Dice así: «Julián extendió la mano, cogió un tomo al azar, lo abrió, leyó la portada...: "La Herniada, poema francés, puesto en español; su autor, el señor de Voltaire..." Volvió a su sitio el volumen, con los labios contraídos y los ojos bajos, como siempre que algo le hería o escandalizaba; no era un extremo intolerante; pero lo que es a Voltaire de buena gana le haría lo que a las cucarachas; no obstante, limitóse a condenar la biblioteca, a no pasar ni un mal paño por el lomo de los libros; de suerte que polillas, gusanos y arañas, acosados en todas partes hallaron refugio a la sombra del risueño Arouet» (pág. 35). La narradora del pasaje como oímos considera al cura como un poco retrasado, pues se niega a aceptar el mundo desde una concepción laica.

Conviene decir que la vida personal, en lo que se refiere a la familia fue mucho más conflictiva en el caso de la escritora gallega, que tuvo varios affaires con intelectuales conocidos, que en la de Clarín, cuyas únicas experiencias románticas importantes tuvieron lugar antes del matrimonio. Lo que sí podemos decir es que doña Emilia es una escritora que llega a la página cargada de experiencia personal, y que cuanto escriba es literatura que bien pudiera antes extraída, mutatis imitando, de la vida real.

Con respecto al tema que vengo aquí exponiendo, la lucha que sostienen las dos naturalezas humanas, la civilizada, proveniente de la educación, y la natural, la que presenta a nuestro deseos sin ningún velo, debo decir que las coincidencias entre ambos autores es casi total, que lo que los separa es cuestión de matiz más que una diferencia esencial. Citaré un pasaje también de un sacerdote, Julián, de Los pazos, cuando conoce a Sabel, la barragana del señorito del pazo.

«Primitivo empinaba el codo con sumo desparpajo, bromeando con el abad y el señorito. Sabel, por su parte, a medida que el banquete se prolongaba y el licor calentaba las cabezas, servía con familiaridad mayor, apoyándose en la mesas, para reír algún chiste de los que hacían bajar los ojos a Julián, bisoño en materia de sobremesas de cazadores. Lo cierto es que Julián bajaba la vista, no tanto por lo que oía como por no ver a Sabel, cuyo aspecto, desde el primer instante, le había desagradado de extraño modo, a pesar o quizá a causa de que Sabel era un buen pedazo de lozanísima carne. Sus ojos azules, húmedos y sumisos; su color animado, su pelo castaño, que se rizaba en conchas paralelas y caía en dos trenzas hacia más abajo del talle, embellecían mucho a la muchacha».


(Pág.21)                


La descripción de Sabel, como en la del Magistral citada antes, quien ve y siente a la moza es una persona interpuesta, el narrador, la narradora debemos decir en este caso. Ella es la intérprete de la reacción del joven sacerdote. La Pardo no se anda con paños calientes, y dice que al cura la presencia de Sabel le causaba desagrado, pero un desagrado extraño, probablemente porque la tal era un pedazo de moza, y sus sentidos no podían sustraerse a los ojos azules o a las trenzas largas que le llegaban hasta más abajo de la cintura. Esta negativa a mirar es, pues, una huida, un escape, un cerrar los ojos, el pretender que no existe la sensualidad. Diremos, según lo que venimos argumentando, que la naturaleza para él tenía un componente religioso que no encontraba en la muchacha. Lo que encuentra le produce extrañeza.

Sabemos que esa será la actitud del cura a lo largo de toda la obra, en especial cuando se enamore de Nucha, el negar la verdad, el impedir que la naturaleza viva, tal y como la representa la imagen de Sabel, le deje tomar posesión de su cuerpo. Parece que huye de la posible familiaridad que se tome con él Sabel y le toque como hace con todos los demás comensales.

Claramente, el cuerpo del cura de la Pardo y el de Alas son muy diferentes. Julián es un hombre delgado, muy blanco, que cuando se pone rojo su piel se pigmenta con tonos fresa y no de un pimiento. Es como si le faltara hierro en su constitución En cambio, Fermín de Pas es un hombre fuerte, tanto que en una escena capital de la obra conseguirá desenganchar un columpio que se había enredado en un árbol que nadie conseguía desalojar.

Ambos clérigos, en fin, representan la condena del hombre, que presenta la duda profunda de la conciencia humana, cambiante, frente a ese otra implacable fuerza, la del deseo, sentido por el hombre por el sexo opuesto. Son esas largas miradas del hombre a la mujer las que conforman la estructura profunda de La Regenta y de Los pazos de Ulloa. No revelan la necesidad de suprimir, de ocultar, de enmascarar en esa otra convención que supone el amor romántico. Ambos curas aspiran a vivir dentro del círculo, de la prisión que supone aceptar la convención del romántico, del amor carnal. Y eso les lleva a vivir en un profundo dolor. O que ambos curas se ocultan tras los versos de un amor ideal, idealizado, mientras que la naturaleza se les revela.

Lo que finalmente los diferencia a los dos curas es que Fermín intentará justificar en su conciencia lo injustificable. Su incontenible deseo por poseer a Ana Ozores en cuerpo y alma, mientras Julián se aleja para evitar que el cuerpo contamine los anhelos de relacionarse con el alma de Nucha. El dolor en ambos es el mismo. El que proviene de la lucha que los hombres tenemos que luchar con nuestros deseos profundos, todavía sin engastar en la conducta civilizada. Para ambos curas la lucha es titánica, porque tienen que sobreponerse a una concepción de la naturaleza espiritual en una época, el siglo XIX, cuando la sensualidad se manifiesta más desnudamente.

Clarín y la Pardo en sus novelas representaron, pues, las dificultades que se le presentan al hombre moderno cuando el terreno de lo privado se interioriza, se amplía, y se hace más difícil de acomodar a conductas que sean socialmente aceptables. Porque la sociedad española del XTX seguía contaminada con unas nociones de la naturaleza anteriores a la ilustración. Ellos mismos en su vida experimentaron esos dilemas, y supieron llevarlos a la novela, para que sirvieran de fuente de conocimiento a quienes las leían.





Germán Gullón

Doctor en Filología Romana, ha sido catedrático de Literatura Española en las Universidades de Pennsylvania y Davis en los EEUU y en la Universidad de Amsterdam. En la actualidad es catedrático de Lengua y Literatura Española en la Universidad Carlos III de Madrid. Además ha desempeñado el cargo de Presidente de las Asociación Internacional de Galdosistas y el de Director del Instituto Cervantes en Utrech.

Invitado por el Instituto Cervantes y por la Dirección General del Libro al Congreso sobre Leopoldo Alas Clarín celebrado en el Departamento de Español de la Universidad de Ain Shams, en marzo de 2001,



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