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La tabla de Don Pedro de Castilla

F. de Mély





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En el informe presentado á la Real Academia de la Historia por el Sr. D. Cesáreo Fernández Duro, tratando de mi estudio sobre La tabla de oro de D. Pedro de Castilla1, hace una observación muy oportuna. Yo abrigaba, en efecto, la convicción de que, si la tabla existió como se dice, viéndola Cuvelier en alguno de los castillos reales, agregaría á la acción principal de su relato adornos formados con las consejas que iba recogiendo cada día, ó con la inventiva de su imaginación de poeta; pero no habiendo encontrado huella de la entrevista del Príncipe Negro con D. Pedro de Castilla, ni en Augulema, ni en las otras ciudades de la región, no menos que la existencia de la tabla misma, me ofrecía duda la realidad de la conferencia de los príncipes.

El Sr. Fernández Duro respondía, sin duda, á mi suspensión de ánimo al decir que no están agotados todavía los recursos de   —420→   la investigación, indicando en prueba la joya del tesoro de la Torre de Londres, que perteneció á D. Pedro de Castilla y vino á ser luego propiedad del Príncipe Negro, y también el antiguo rubí que este mismo príncipe ostentó en Crecy y en Agincourt, colocado en el revés de la cruz al fabricar recientemente la corona imperial de Inglaterra.

Este rubí no ofrece interés alguno para nuestro caso, pues si el Príncipe Negro lo lucía en Crecy, según dice la tradición, como la batalla se dió veinte años antes de la entrevista de Angulema, evidentemente no procedía de la última; con todo, la senda señalada por el Sr. Fernández Duro es de tal modo directa, que, muy reconocido á su benévola indicación, no podía dejar de seguirla.

Tengo en Londres un correspondiente de profunda erudición, de inagotable complacencia, de esa amabilidad que todos los sabios tienen, Mr. Edm. Bishop, con cuya colaboración estoy concluyendo la Bibliographie des inventaires imprimés. En los inventarios había que hacer la rebusca, con la seguridad de que no encontrando en los de la época, ó en los de los tiempos poco posteriores, rastro del regalo de D. Pedro el Justiciero al Príncipe Negro, no se hallaría por ningún otro lado; y conociendo Mr. Bishop como nadie los inventarios ingleses, á mi primera demanda respondió con el texto legendario de Kewit2.

«En el frente de la Corona hay otra joya de tanta celebridad como el famoso rubí que se dice ganó el Príncipe Negro».

Mas ¿dónde averiguar cómo fué esta ganancia? En las noticias de la época se habla de coronas de España, sillas de España, tablas de España, objetos todos damasquinados y enriquecidos con pedrería, que es de presumir proceden de Juan de Gante, duque de Lancaster, hermano de Eduardo III, casado con Constanza, hija de D. Pedro, que sin duda llevó á Inglaterra tan ricas memorias; pero el gran número de ellas dificulta la especificación, y por otro lado no todas tienen carbúnculos.

  —421→   La notoriedad de la piedra de esta especie que se conserva en la iglesia de Cantorbery, citada por Erasmo y tantos otros en el siglo XVI3, llama hacia aquella parte el discurso recordando la predilección del Príncipe Negro por aquella basílica donde quiso ser enterrado como excepción entre los reyes y príncipes de Inglaterra, favoreciéndola además con muchos dones en su testamento.

¿Sería él el ofrendante del carbúnculo? La tradición lo contradice: en los autores citados, clara y repetidamente se expresa que fué donativo de un rey de Francia; y aunque ningún documento atestigua que Felipe Augusto ni Luis VIII hicieran semejante presente, era por entonces el carbúnculo cosa tan rara, que el enviado por Balduinó á Felipe Augusto fué objeto de mención especial en el Chronicon Anglicanum, según dije4, y para mí es indiscutible que es la misma piedra que Balduino sacaría de Santa Sofía, donde lo vió Antonio de Norgorod en 1200, es decir, cuatro años antes de la toma de Constantinopla, brillando de noche en la frente de la estatua del emperador Kir, León el Sabio5 .

De cualquier modo, descartemos el rubí de Cantorbery y el de figura de corazón (the heard-formed ruby) que llevó á la batalla de Crecy el Príncipe Negro. ¿Dónde buscaremos el otro?

Hacíame la pregunta cuando recibí de Mr. Bishop el extracto siguiente del inventario de Falgrave6 :

  —422→   «Item, una tabla denominada de España, en tres piezas, con tres caras cubiertas de marcos de plata realzados y esmaltados por 7 aur de estimación, sin el deterioro, por el peso de orfebrería de 392 libras..... apreciada en 666 lib. 13 s. y 14 d.»

¿Será esta nuestra tabla?

La denominación me parece característica, porque no se dice una tabla de España, sino la tabla de España, indicación de ser bien conocida. Las otras de generalidad que se encuentran en los inventarios, espadas, coronas, arneses, sillas de España, nada de particular encierran, pues que en la Edad Media tenía universal concepto la Armería de esta nación; pero las tablas, al menos que yo sepa, no se singularizaban en España. La de referencia era esmaltada, y el peso de trescientas noventa y dos libras justifica que fueran necesarios cuatro hombres para presentarla al Príncipe Negro, según el texto de Cuvelier. Se componía de tres piezas, declaración por la que desisto sin dificultad de la hipótesis de que se cerrara por los picos en forma de pañuelo, pareciéndome ahora más aceptable la del pliegue de los trípticos. En croix allant ployant puede significar el cruce de una hoja sobre las otras; así lo estiman personas muy competentes.

Acaso mejor que tabla era retablo de altar, y los pares de Carlomagno doce santos de aspecto guerrero semejantes á los del renombrado elíptico de Königsfeld, porque entre los santos se venera á San Esteban de Hungría, San Ladislao, San Emerico, San Jorge, San Teodoro, San Constantino, cuyas armaduras y porte marcial les haría confundir con los doce pares en los momentos en que los romances y canciones del ciclo de Carlomagno estaban en boga7.

  —423→   Las relaciones entre los árabes de Oriente y los de Occidente eran por entonces tan íntimas, que bien puede admitirse que, tomado el monumento entre el botín de cualquiera de las expediciones de los primeros, fuera enviado por presente ó vendido á los moros de España; opinión reforzada por la presencia de la gruesa piedra del centro, estorbo en una tabla, pero aderezo oriental generalizado de que ofrecen ejemplar los dos grandes camafeos rodeados de figuras de personajes en el centro del retablo portátil citado de Königsfeld y los muchos platos de las iglesias de Constantinopla, indicados en los Itinerarios rusos.

En resumen, aunque no hayamos adelantado gran cosa, gracias á las indicaciones del Sr. Fernández Duro, algo nos acercamos á la realidad. Parece ya cosa cierta la existencia de la famosa tabla de oro y la donación del Príncipe Negro, pues que en el inventario real de Ricardo II, hijo de aquel príncipe, figura entre los muebles y objetos de su pertenencia una tabla esmaltada, dorada y conocida con el nombre especial de tabla de España. El cierre, lo mismo que en la descrita por Cuvelier, es difícil de explicar; el peso es igualmente excesivo; el valor intrínseco no resulta, en cambio, tan elevado, dándolo á la joya, más que otra cosa, el del recuerdo histórico. Todo ello me induce á estimar que la Tabla de Don Pedro y la Tabla de España del inventario de Ricardo II pueden identificarse, y cúmpleme repetir que á los Sres. Fernández Duro y Edm. Bishop es debido mi nuevo descubrimiento.

  —424→   No acabaré este breve estudio sin aprovechar las ilustradas observaciones que M. G. Paris ha tenido á bien hacerme en la Romania de Julio de 1889.

El texto de Cuvelier que yo he copiado no es, por lo visto, exacto. Lo sospechaba, y este fué el motivo de dirigirme al Lord Ashburnham pidiendo autorización para consultar el manuscrito que posee, así como la razón de verme obligado por la negativa á valerme de la publicación de Charrière8. M. G. Paris se sirve decirme que en lugar de d'agormie (verso 9.091-92) debe decirse algorisme, reformando, por consiguiente, el sentido de esta manera:

«Los que mejor saben la aritmética no podrían estimar lo qué vale»9.

Expresa también M. G. Paris que por sinople se entendía en la Edad Media rojo; observación que conviene tener presente en cuestiones relativas á las escuelas de esmalte10 , pero que en el caso presente no tiene importancia, pues tanto monta que fuera rojo ó verde el fondo de la tabla.

Por último, por error material he citado á Marbode refiriéndome á un texto francés; creo que mis lectores, que harto conocerán el trabajo de Pannier, clásico para cuantos se ocupan de lapidario, habrán visto desde luego que la referencia era de la traducción de Marbode.

¿Llegaremos á averiguar algo positivo de la Tabla de Don Pedro? Quién sabe si el mejor día aparecerán datos ocultos. Yo de mí puedo afirmar que no esperaba el avance á que me han conducido mis amables corresponsales cuando daba por concluído el primer estudio.





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