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81

Nombre, origen [...] de la doctrina estoica. (Madrid, 1635), edic. Astrana (1941), p. 912 a.

 

82

Vid. la p. 375 del artículo de Saenz Hayes citado poco antes.

 

83

Giuseppe Bellini reúne en un volumen los Saggisti spagnoli del secolo XVIII (Milán, 1965) que, sin embargo, no llamaron a sus "ensayos" sino teatro, cartas, memorias u oraciones.

 

84

Tampoco aparece en nuestra lengua nada que tenga que ver con "resto, pedazo", según documentan Godefroy y Von Wartburg para el francés.

 

85

Montaigne, (2e edic.), Berna, 1967, p. 318.

 

86

Friedrich, op. cit., p. 318. El libro es lo más agudo que se ha escrito sobre Montaigne y, en este momento, nos interesa el capitulo VIII, fundamental para mi objeto, por más que el autor pase ligeramente sobre la historia de la palabra, pues no era ese su fin. Vid., además, Andrea Blinkenberg, Quel sens Montaigne a-t-il voulu donner au mot "Essais" dans le titre de son oeuvre? ("Mélanges M. Roques", Paris, 1951, t. I, páginas 3-14) cuyos resultados son de carácter muy imprecisos, como, con deliberación quiso Montaigne que fueran sus escritos: ¿lecciones?, ¿ejercicios?, pero sin ningún aire seco ni pedantesco.

 

87

Precisamente en Paris y en versión de Constantino Román y Salamero.

 

88

Mario Praz, en su excelente artículo en la Enciclopedia italiana (XXX, s.v. saggio) se hace cargo del carácter heterogéneo que tienen los ensayos y trata de sistematizarlos en tres grupos: 1) Tratado no exhaustivo de un asunto histórico, biográfico o crítico (lo que en italiano puede llamarse studio, contributo, profilo). 2) Breve descripción de un lugar o de un carácter (los schizzi, bozzetti, etc.). 3) Ensayo puramente expositivo que podría subdividirse en otros tres grupos: a) Sumario de la experiencia y de la información de un autor en torno a un tema, b) Inquisición no rigurosa sobre un punto de costumbres o de preferencias, c) Proceso expositivo con fines burlescos.

 

89

Guillermo Diaz-Plaja, El poema en prosa en España. Barcelona, 1956. Basta ver como nombres de ensayistas excepcionales figuran, precisamente, como autores -también- de bellos poemas en prosa.

 

90

Vid. A. Porqueras Mayo, El prólogo en el Renacimiento español (Madrid, 1965) y El prólogo en el manierismo y barroco españoles (Madrid, 1968). El autor registra hasta prólogos en verso.