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La veta aventurera de Gerardo Diego

Ricardo Gullón





Hacia 1922 el ultraísmo declina. Los ultraístas abandonan el campo sin dejar obra poética durable, pero el ambiente ha recibido la primera gran sacudida de cuantas van a provocar las llamadas vanguardias poéticas. La ruptura con el sentimentalismo vigoroso, la sensualidad convencional y el relumbrón retórico de los epígonos rubendarianos quedó consumada desde las páginas de Grecia, Ultra, Reflector... En 1922 aparece el segundo libro de Gerardo Diego y primero de los suyos incluido en la tendencia renovadora. Se titula Imagen, e incluye poemas escritos entre 1918 y 1921. Vicente Huidobro y el francés Pierre Reverdy formularon una poética basada en el principio de la creación: «Crear un poema como la naturaleza crea un árbol», decía Huidobro, y para conseguirlo utilizaba las palabras como elementos desligados, en cierto modo, de la realidad. La reacción contra la tendencia narrativa es la característica más acusada de estos líricos, para quienes la pretensión de contar es una pretensión «literaria»: no devaneo intrascendente, sino causa suficiente para la total descalificación. Diez años más tarde, cuando en 1932 publica Gerardo Diego la Antología de contemporáneos que tituló Poesía Española (1915-1931) la distinción entre poesía y literatura sirvió de base para la selección e inclusión en el volumen.

Según declaración del propio Diego, el creacionismo es un equivalente poético del cubismo. No estoy seguro de que la equivalencia sea total, mas ambos movimientos coinciden en arraigar vigorosamente en la inteligencia y en agrupar materiales susceptibles de producir impresión de realidad inventaría, nueva, original, estrictamente pictórica en un caso y estrictamente poética en otro. Los elementos del cuadro o del poema, tomados de lo real, figuran en combinaciones insólitas con las que se busca la eclosión de algo distinto, de una obra con sustantividad propia, no regida por las normas vigentes en el mundo lógico de lo cotidiano.

Así se comprende cómo un joven crítico, Juan Fuster, pueda notar algún parentesco entre creacionismo y surrealismo. Mas si la semejanza viene sugerida por la oscuridad del poema y la acumulación de materiales, la diferencia de fondo resulta decisiva. En el poema creacionista, el trabajo inventivo es deliberado, consciente y escrupuloso; en la composición surrealista no hay propiamente esfuerzo, sino suma de hallazgos, descubrimientos y revelaciones obtenidas por fuerzas oscuras, por el movimiento de la parte del alma no gobernada desde la voluntad y la conciencia. Al creacionismo, superlúcido e intelectual, se le opone el surrealismo, mágico y adverso a lo consciente.

*  *  *

Imagen es de 1922; Manuel de Espumas, de 1924; Fábula de Equis y Zeda y Poemas Adrede (después reunidos en volumen único), de 1932. Limbo (poemas escritos entre 1919 y 1921) se publicó en 1951, y ahora, recientemente, en 1953, Biografía incompleta, incluyendo versos escritos entre 1925 y 1952. Hay, pues, dentro de la obra poética de Gerardo Diego continuidad en la aventura, persistencia en ejercitar el derecho a simultanear la poesía de raíz tradicional con la actitud que él llama «de tendencia a lo absoluto». Esta simultaneidad no sólo es legítima y plausible, sino apta para expresar de modo adecuado la diversidad de tendencias en que naturalmente alienta el espíritu. Constatada esa diversidad, no cabe reputar artificiosas las formas en que se produce. A Gerardo Diego le reprochan algunos -los menos- el retorno a la poesía tradicional; otros -los más-, las salidas a la aventura.

Gran error fuera, a estas alturas, contraponer «humano» a «creacionista». Tanta «humanidad» palpita en Manual de Espumas como en Versos humanos. El juego intelectual, la gracia constructiva, la imagen resplandeciente e intacta ¿acaso no son humanos, calificadamente y alegremente humanos? Deséchense de una vez errores trasnocha dos, la mala costumbre de buscar tres pies al gato y a la poesía un tipo de significación que no le es propia. Surge con frecuencia un tipo de lector que pretende comprender la poesía partiendo de supuestos utilitarios, partiendo de una semejanza con la realidad que el poeta creacionista -y no sólo él- rechaza taxativamente.

Las palabras y los versos no responden, en el poema, al deseo de reflejar determinadas zonas de lo real, sino a la necesidad de comunicar experiencias cuyo conocimiento nos enriquece porque, o suscita en el lector un estado de ánimo parejo al sentido por el poeta o -y tal es el caso del creacionismo- le obliga a ejercitar su sensibilidad para penetrar en el poema como en una realidad sustantiva, en un orbe propio que, si ha de ser válido, debe significar, tener sentido. Gerardo Diego consiguió infundir en muchas de sus composiciones creacionistas vibración y transparencia; la variedad de metáforas, la gracia eruptiva de las imprevistas asociaciones y superposiciones de imágenes, el giro burlesco de alguna frase y cuantos elementos se conciertan para verter en el poema la autenticidad de las vivencias que en un momento dado operan en el alma del poeta, contribuyen a expresarlo y hacer su mensaje comunicable. Veamos en Manuel de Espumas.


Ayer                                 Mañana
Los días niños cantan en mi ventana.
Las casas son todas de papel
y van y vienen las golondrinas
doblando y desdoblando esquinas.
Violadores de rosas.
Gozadores perpetuos del marfil de las cosas.
Ya tenéis aquí el nido
que en la más bella grúa se os ha construido.
Y desde él cantaréis todos
en las manos del viento.

Pertenece este fragmento al poema Primavera, inicial del libro citado. Y responde adecuadamente -creo yo- a las impresiones suscitadas por ese fenómeno repetido (Ayer Mañana, separadas por el espacio blanco de los grises días intermedios, de las estaciones sin brote, actuales, sin nostalgia todavía, ni ya esperanza), por esa hora del tiempo y de la vida en que se siente la llamada de lo auroral:

Los días niños cantan en mi ventana.


El vuelo constante de las golondrinas se ofrece plástico en la gracia de la metáfora, nunca mejor que aquí calificable de alada: doblando y desdoblando esquinas. Incesante ir y venir por las calles, a distancia de un solo verso de esas casas de papel que son ejemplo de lo frágil suficiente para una existencia primaveral. ¡Y ese, algo ambiguo, Violadores de rosas! Ambiguo porque a todos -días, hombres, pájaros...- puede referirse, pero ¡tan claro! La delicia de gozar la rosa nueva, la rosa fragante, de vivirla y poseerla, y, en este sentido, violarla, y la dulzura, luego, de cantar en las manos del viento dejándose vivir, tan dulcemente, en la exaltación y el júbilo.

Si Imagen está entre ultraísmo y creacionismo (la distinción es sutil y, como hace Dámaso Alonso, confiamos el deslinde al propio Gerardo Diego), el Manual, tanto como de espumas lo es de creacionismo. En ambos libros -y en Limbo- lo esencial es la actitud de ruptura, la liberación de la imagen, el desenfado en la construcción. Por eso pudiera encuadrarse toda la obra gerardesca realizada en esta dirección bajo el calificativo de vanguardista. El término tiene en nuestra literatura reciente un sentido claro, siquiera peque de impreciso por haber sido utilizado para designar direcciones poéticas tan diferentes como las entrañadas por Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Aleixandre, Diego y, en general, por todos los poetas de la generación de 1925.

Poemas Adrede y especialmente la Fábula de Equis y Zeda señalan una preferencia por rima y metros tradicionales, a la que seguramente no es ajena la influencia del centenario de Góngora, ocasión, como es sabido, para una reivindicación colectiva de la obra total de este poeta; la tercera parte de la Fábula está explícitamente situada bajo su advocación : Góngora 1927. Incluida ahora en la edición madrileña1 de Poemas Adrede, compone con éstos un libro único, situable en línea con los tres antes mencionados y con Biografía incompleta, pues si se diferencia de ellos por la mayor musicalidad, el ritmo más marcado y la destreza agudizada, no les cede en inventiva, en hallazgos, en humor frenético, en desquiciamiento de los resortes habituales para forzar senderos de penetración nunca transitados.

La Fábula (1926-1929) es de las obras preferidas por el autor, que incluye el Desenlace entre sus poemas más ricos «en acumulación y hondura de experiencia vital, en desgarro y terror de alumbramiento». Dámaso Alonso la considera «como una de las muchas metamorfosis de la poesía barroca, en la que sobre la anécdota hubiera triunfado el puro gozo verbal e imaginativo. Nada más que eso, o muy poco más». Para Cirre es aquí donde Diego «reviste toda su espléndida maestría, su desbordamiento imaginativo, su anárquico e ingenuo humorismo, su auténtica vena poética». En la maestría y la imaginación concuerdan los pareceres, mas, donde Dámaso hace punto final, pone Cirre el humorismo y la autenticidad. Importa averiguar si el poema es un simple ejercicio, como parece sugerir el primero de los críticos o si contiene verdad profunda, vivencia genuina.

Gerardo Diego

Gerardo Diego

El problema es grave. Es el problema que hoy preocupa por encima de cualquier otro el de la autenticidad. Luis Felipe Vivanco lo ha hecho notar recientemente, y yo, a lo largo de todo un libro dedicado al arte actual, insisto en la misma evidencia: lo que ante todo buscamos en el poema -o en cualquier obra de arte- es su verdad, su calidad de producto auténtico, creado por necesidad estética y no por otra razón. La mixtificación y la simulación, pecados contra el espíritu, se reputan gravísimos y provocan condenas inapelables. La calificación de la obra interesa porque lleva implícito un juicio concluyente respecto a la sinceridad creadora y a la creación misma.

Creo ver en la Fábula de Equis y Zeda algo más que el arqueológico recreo: una aspiración entrañable a renovar el lenguaje poético desde las formas tradicionales, no tal vez con propósito de sorprender al lector mediante utilización de esos ritmos para contener nuevas resonancias, sino pretendiendo despertar un género de emociones que le revelen a los demás y -sobre todo- que le revelen ante sus propios ojos. La ambigüedad de tales emociones quizá imponía ese tipo de expresión, esta técnica en donde al mismo tiempo se manifiestan el gusto por la aventura y el arraigo de lo «clásico».

La reciente publicación de Biografía incompleta2 me incitó a releer toda la poesía extraída por Gerardo Diego de la veta aventurera de su espíritu. Y como primera constatación, aparte la innegable maestría, advierto la relación entre dos realidades: la del mundo manual y la del poema. Gerardo sustituye el tropo por un acercamiento de los distintos planos de la realidad. En algún poema establece la relación mediante contraposiciones paralelas:


Fuga de vocales a la orilla encarnada del silencio.
Fuego de iniciales en la boca entreabierta a duro beso.
Crecen los párpados ensabanando el ojo y la mirada.
Cruzan los pájaros incendiando la brisa enamorada.
La hora, la hora de tornear las sin varices piernas;
la ira, la ira de cornear las cicatrices tiernas.

El poema -Fuga de vocales-, al que pertenecen estos versos, no se reduce a un virtuosismo verbal, agotado en su propio esfuerzo, sino que la destreza del mecanismo es medio para infiltrar en el oído del lector aproximaciones que de otra suerte pudieran pasar inadvertidas. Cada palabra tiene paralelo y contraste en la situada bajo ella, si no es, cano en la cuarta estrofa, que los términos se crucen. Por lo común, se corresponden:

Fuga de vocales a la orilla encarnada del silencio
1 2 3 4 5 6
Fuego de iniciales en la boca entreabriera a duro beso
1 2 3 4 5 6

Mas a veces la confrontación supone un choque inicial:

El amor y la muerte líneas paralelas
1 2 3
El odiarte, el amarte entretelas...
1 2 3

A la sucesión 1-1; 2-2..., la sustituye aquí el cruce 1-2; 2-1..., que, además de romper y renovar la estructura uniforme del poema, refuerza la imbricación lograda por la reiteración y la aliteración.

Las imágenes son casi siempre expresivas y vigorosas:



mi cintura de látigo en silencio.
Éste es el cenicero
donde posas la cola de tu melancolía.

(Nubes de ti)                




Piedra de estupor y madera noble de establo
constituyen tu temeraria materia prima
anterior a los decretos del péndulo y a la
creación secular de las golondrinas.

(Valle Vallejo)                


Se podría escoger en todos los poemas. Uno de los más bellos, Primera alondra de verdad, quisiera transcribirlo íntegramente. Falta espacio y debo limitarme a recomendar su lectura atenta, porque en él está el mejor Gerardo, lírico, anhelante, apasionado, el Gerardo a quien las imágenes le brotan entre las manos, como a un taumaturgo que se sorprendiera cada vez de su maravilloso poder de trasmutar palabras en «alondras de verdad», en pájaros del alma, volantes quién sabe desde dónde y hacia dónde:



Alondra de verdad, quién te dio alas,
quién la música azul que alzas y robas,
música que flotaba en mis alcobas,
alas que navegaban por mis salas.

Etérea la alondra vuela en intemporal instante, y el poeta, su inventor, su mágico creador, la ve ascender al cielo y la sigue con la mirada, asombrado de su insospechada fuerza. La alondra importa porque en sus alas va la emoción poética, y ésta cae desde la altura sobre el alma del lector y le transfiere lo peculiar y único del alma creadora. Pues justamente en este tipo de poesía (hablo de poesía, de expresión auténtica) pone el poeta lo más acendrado y suyo, lo de otra suerte incomunicable.

Poesía-revelación que no implica fuga de la realidad, sino aproximación a ella por el acendramiento de lo específicamente humano, es decir, de la tendencia a trascender lo anecdótico y alcanzar lo absoluto. Lo absoluto no se conquista prescindiendo de lo real, sino teniéndolo en cuenta para ir más allá, para buscar un ámbito de comunicación en donde el alma del poeta pueda relacionarse con la del lector a un nivel, tan saturado de intimidad, que los sentimientos fundan insensiblemente sobre quien escucha y le propongan, gracias a la imagen sugerente y adecuada, una carga de intuiciones capaz de hacerle sentirse instalado en el mágico ultramundo de la creación lírica.

En la poesía aventurera de Gerardo Diego hallamos procedimientos estilísticos semejantes a los utilizados en sus poemas de estirpe tradicional. Siquiera rápidamente apuntaremos algunos ejemplos. La enumeración progresiva que vimos en Alondra de verdad:



Tu ebria garganta CANTA, DESAFÍA,
CHARLA líquido oro, ABRE una escala.

(Alondra de verdad.)                




Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, CANTA, DELIRA,
FLOTA en la cima de su fiebre aguda.

(Revelación.)                


reaparece en «Biografía incompleta»:



La flauta SUBE, TREPA, y de su vientre esbelto
NACE, RETUERCE y SALTA el flautín cegador.
(Chacona. )
Quiero VIVIR, DORMIR, VELAR contigo,
ABRAZARTE y SENTIRTE mía, mía

y con una inflexión precisativa más concreta:



Quiero VIVIR, DORMIR, VELAR contigo,
ABRAZARTE y SENTIRTE mía, mía
..........................................................................
Porque tú eres el PÁJARO, el PÍFANO, la SOMBRILLA, el SOMBRERO.

(La única.)                


Los versos, siempre expresivos, constituidos por una continuidad de nombres propios, se dan también en ambas obras



Sabang, Penang, Panay, Bali, Celebes

(Adiós -de Alondra-)                




Cándida Marta Blanca Galatea
Lucia Nieves Eva Margarita.

(La nieve, la nieve -de Biografía-)                


El escalonamiento de palabras que implican una variante de significación y una semejanza fonética



Verdeoro, verdemar, verdebronce, el encaje

(El Parte -Evasión-)                




La nieve la nieve otra vez mi siemprenieve
mi siempreviva mi siempremuerta nieve.

(La nieve, la nieve -Biografía-)                




Increada, Increída, Perdida... Ida... Ida...

(A Ida Haendel -La luna en el desierto-)                


y en relación con este último recordemos aquella estupenda y densa maraña verbal:



Hilos hilos más hilos rodeadme de hilos
trabas de hilos balas de hilos almadrabas de hilos
redes de hilos salsipuedes de hilos
violines de hilos flautas de hilos olas de hilos codicilos de hilos

(Un carrete en el mar.)                


La semejanza en los recursos es natural, puesto que la creación ha de servirse en todos los casos del mismo instrumento, siquiera obedezca a reflejos de vario carácter. Un estudio comparativo de los poemas aventureros y los poemas tradicionales, en esta poesía, mostrará (me atrevería a asegurarlo) que hay en ellos más coincidencias de las que parece a primera vista.

La poesía «nueva» de Gerardo Diego no es siempre cerrada y hermética. Hay en ella mucho ardor, mucha sangre («es posible -escribe- que estos poemas, para el lector, resulten fríos, pero yo me acuerdo muy bien de la sangre que me costaron»), mucha intuición alumbrando los objetos poéticos. Por cuanto tienen de iluminaciones; por cuanto de convención imaginativa, significante y honda, estos versos son dignos de figurar entre los mejores de su autor.

R. GULLÓN.





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