Las «Tradiciones peruanas» como foro lingüístico
Roy L. Tanner
Truman State
University
Kirksville, Missouri (EE. UU.)
El reconocimiento mundial de Ricardo Palma se basa mayormente en la creación de la «tradición peruana». Menos conciencia existe de su gran actividad lingüística, a pesar de cierta notoriedad lograda por sus dos opúsculos -Neologismos y americanismos y Papeletas lexicográficas- y pocos se han fijado en esa labor tal como se ha llevado a cabo dentro de las Tradiciones peruanas mismas. Lo que me propongo en este trabajo es analizar brevemente ese interés palmiano desde el ángulo de su función y manifestación dentro de las tradiciones.
Con la llegada del
siglo XX, Palma declara lo siguiente en su breve escrito
«Charla de viejo»: «Han de
saber ustedes que yo soy un chiflado del siglo XIX, y que mi
inofensiva chifladura consiste en preocuparme de cuestiones sobre
gramatiquería y lingüística
castellana»
. Tal preocupación no comenzó
con la llegada del siglo XX sino en días juveniles cuando
Palma se daba, como él mismo dice, un «hartazgo de la lectura castellana»
, del
cual «nació mi ya incurable
chifladura o apasionamiento por la lengua de Cervantes»
.
[Luego añade:] «Peor habría
sido que me acometiese la chifladura
politiquera»
1.
Aquel
apasionamiento por el idioma hizo que don Ricardo se volviese
profundamente interesado en la lengua misma y su continua
evolución y que desarrollase en momentos tempranos de su
carrera un criterio bien pensado y sentido sobre cómo
debía desenvolverse aquella evolución. En su estudio
de 1896 Neologismos y americanismos describe su criterio
así: «El espíritu, el alma
de los idiomas, está en su sintaxis más que en su
vocabulario. Enriquézcase éste y acátese
aquélla, tal es nuestra doctrina»
(1380). En
«Charla de viejo» señala que el habla castellana
es «[n]oble, solemne, robusta, armoniosa,
flexible y lógica en la sintaxis»
pero no tan rica
en cuanto al léxico. «Lengua que no
evoluciona y enriquece su léxico con nuevas voces y nuevas
acepciones va en camino de convertirse en lengua litúrgica o
lengua muerta»
(1507).
Tal postura
impelió al tradicionista «a la
caza de americanismos»
(Barrenechea XIX) y peruanismos
que merecieran entrada en el Léxico. A lo largo de los
años se empeñó en coleccionar millares de
voces nuevas, tanto las suyas como aquéllas con las que
tropezaba en sus vastas lecturas. Luego, como era de suponer,
entró en pugna con la Real Academia para lograr que los
académicos viesen la precisión e importancia de
aprobarlas para ser incluidas en las siguientes ediciones del
Diccionario. Palma opinaba que lo que legitimaba cierto
término era un tirano, «y ese
tirano es el uso generalizado»
(1505)2.
Concordaba con Pompeyo Gener, a quien cita en su Neologismos y
americanismos: «La vida del idioma
consiste en el equilibrio de conservar lo antiguo que corresponda a
las ideas cuyo uso sea lógico y adecuado, y de enriquecerle
con nuevas significaciones, nuevas palabras y nuevos giros creados
siempre conforme al genio de la lengua»
(1381).
Ahora bien, don Ricardo empleó varios modos de comunicación para propalar sus opiniones lexicográficas, incluso misivas, artículos, tratados y presentaciones personales. Pero también veía sus tradiciones como un foro legítimo donde podía sacar a colación según la inspiración del momento asuntos lingüísticos pertinentes. O sea, lo que tenemos en las Tradiciones peruanas es un discurso lingüístico tejido a lo largo del discurso histórico-burlón que solemos asociar con una tradición. Este discurso filológico asume varias formas y desempeña distintos papeles en las anécdotas del tradicionista. Pero, en general se podría decir que sus comentarios tienden a enriquecer nuestro conocimiento y comprensión de la evolución, los recursos y el funcionamiento del castellano a la vez que ensalza nuestro aprecio de los aspectos cultural-históricos de la anécdota en cuestión. Pasemos ahora a examinar este fenómeno.
A veces una
tradición entera se consagra al estudio etimológico
de uno o dos términos, como ocurre en «"Callao" y
"Chalaco"». Allí el tradicionista/lingüista
comparte los resultados de una «minuciosa
investigación»
que había hecho por
averiguar el origen de las dos palabras. Despliega una
erudición impresionante al referirse a una serie de fuentes
consultadas, al refutar propuestas inaceptables y al considerar si
«Callao» era de origen indígena o castellano
(1159-1163). En la anécdota «Una carta de
Indias» Palma se desvía del hilo narrativo diciendo
que «vamos a dedicar un párrafo a
una cuestión interesantísima»
. Luego
analiza por extenso el origen del término
América, concluyendo que la voz es «exclusivamente indígena»
, y que
«nada tiene que ver con el nombre del
piloto Vespuccio»
(210). Palma compuso otra
tradición justamente porque se le había hecho una
pregunta de meollo etimológico. Allí, tras explicar
el origen de la voz «baca» con b larga,
comenta que: «Los suerteros (y no
sorteros, como alguien ha sostenido que debe decirse) no
están obligados a corrección
ortográfica»
. Luego ofrece su criterio sobre
cómo se debe decidir: «¿Cuál ortografía debe
prevalecer?»
.
(932) |
Conociendo tan
bien los recursos semánticos del español don Ricardo
esgrimió un arsenal semántico impresionante en sus
escritos tradicionales. A veces le era difícil decidirse por
un término, dilema que resolvía ensartando dos o tres
sinónimos. De esta manera lograba calar otra leccioncita
lexicográfica en la tradición. A veces
extendía la enseñanza con una glosa adicional:
«Esto es, con un despapucho, sandez o
adefesio»
. (Y a propósito. La voz
adefesio, que muchos escriben adefecio, trae su
origen de la epístola del apóstol ad efesios. Y para
paréntesis, ya éste es largo, y cierro) (1186). Esta
tendencia también le permitía ilustrar el uso de un
término tal vez más coloquial o de
significación más regional: «Por los años de 1752 recorría las
calles de Lima un buhonero o mercachifle»
(759); «Las compañías de encapados o
agentes de policía [...]»
(761).
El primer párrafo de la historieta «Barchilón» (1886) ilustra una tendencia muy pronunciada en las tradiciones, es decir, la de argüir a favor de cierta voz que debería hallarse en el Diccionario de la Real Academia Española. En este caso Palma se vale de la ocasión para recordar una aparentemente temprana interacción que tuvo con la Academia unos años antes de su viaje a España en 1892 para celebrar el cuarto centenario del viaje de Colón.
(134) |
Como se ve,
Ricardo Palma escribía con una conciencia constante del
«status»
lexicográfico ante la Academia de los términos que
contemplaba emplear. A veces adoptaba un aire humilde y respetuoso,
como en «Carta Canta», donde se refiere al origen de
una frasecilla en cuestión y luego dice, «para la cual voy a reclamar ante la Real
Academia de la Lengua los honores de peruanismo»
(147). A
veces corrige la docta Corporación: «El 5 de octubre, investido con el
carácter de presidente provisorio (y no
provisional, como impone la Academia que se diga y
escriba), le entregó Menéndez la asendereada
banda»
(1107). Noten cómo inicia la
anécdota «Los refranes mentirosos»: «Hame dado hoy el naipe por probar, con el
testimonio de sucesos tradicionales, que en el Perú tenemos
refranes que expresan todo lo contrario de lo que sobre ellos reza
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua [...] lean
ustedes la crónica que voy a desenterrar, y
convendrán conmigo en que bien puede la Academia echarle un
remiendo al refrancito»
(144). Tales confrontaciones con
la Academia dentro del discurso histórico de las tradiciones
pueden encarnar referencias al uso general de cierto término
junto con la mención del nombre de un escritor
español como punto de apoyo. «(Nótese que he subrayado la palabra
ajedrecista, porque el vocablo, por mucho que sea de uso
general, no se encuentra en el Diccionario de la Academia, como
tampoco existe en él el de ajedrista, que he
leído en un libro del egregio don Juan Valera)»
(15).
Con frecuencia
informa tales explicaciones un tono burlón-crítico.
De «El cuarto oscuro de la biblioteca» leemos: «De pie y en un extremo del saloncito, los
colombroños Lavalle y Roca discurrían conmigo sobre
el verbo panegirizar (que ni buscándolo con cabito
de vela se encontraba, por entonces, en el Diccionario) era o no de
legítima cepa castellana»
(Juventud 209). Declara
en «Un sueño de un santo varón»: «Conste así para que nadie, ni la Real
Academia de la Lengua, dispute a Carbajal el derecho de propiedad
sobre la palabrita»
(90). En su estudio Papeletas
lexicográficas Palma recomienda la voz
«cacharpari», notando que figuraba en «el último Diccionario, pero alterado en
su ortografía. La palabra no es cachazpari sino
cacharpari. Además, la Academia la define como
convite nocturno. El cacharpari es precisamente,
matinal»
(Papeletas 38). Aludiendo
maliciosamente a esa equivocación Palma, en la
tradición «La victoria de las camaroneras»,
observa que «Veremunda, para celebrar el
triunfo de sus protegidas, dio un cachazpari, como dice el
nuevo Diccionario de la Lengua, en Amancaes»
(532).
Como en el
último caso, muchas de estas digresiones semánticas
cumplen más de un propósito porque además de
proveer información etimológica, comunican
también una rica significación histórica y
cultural, la cual sirve para reforzar los asuntos principales que
Palma va narrando. Don Ricardo siempre mantuvo que el objetivo
principal en desarrollar el nuevo género fue el de
inculcarle al pueblo peruano una mayor conciencia y aprecio de su
herencia cultural e histórica3.
Al salpicar sus narraciones con anotaciones sobre el origen,
evolución y significación de una voz
nítidamente peruana, contribuía a la
realización de tales metas. Por ejemplo, en medio de
«Carta canta» se detiene diciendo «y pues he empleado la voz encomendero, no
estará fuera de lugar que consigne el origen de
ella»
, lo cual le permite deslizar en la narración
una lección de hondo sentido colonial (147). Lo mismo pasa
cuando explica nombres geográficos, como en el caso de
«Arequipa»
(156), «Misti»
(322), «Copacabana»
(286) o «Frontera»
y «Guamanga»
. Noten cómo funciona
esta técnica: El nombre de la Frontera nació de que
el Inca Manco, con sus huestes, ocupaba a la sazón las
crestas de los Andes fronterizas a la nueva ciudad. Y en cuanto a
la voz Guamanga, refiere la tradición que cuando el
Inca Viracocha realizó la conquista de este territorio dijo,
dando de comer a su halcón favorito: «¡Huamanccaca!
¡Hártate, halcón!»
(135-136). En la
conseja «Zurrón-currichi»
Palma inserta
una traducción del nombre «Laycacota»
, la cual contribuye al
desarrollo de la temática en cuestión:
Yo no diré que la cosa tenga mucho fundamento; pero alguno ha de tener, estando la ciudad a las faldas del Laycacota, que quiere decir, en castellano de Cervantes, algo así como guarida de brujas. |
(444) |
De vez en cuando
Palma caracteriza a alguien pegándole a esa persona una
palabra íntimamente asociada con cierto tipo regional;
así acierta a proyectar ciertos rasgos mientras ilumina el
meollo del término. Por ejemplo, se lee en «"¡Que repiquen en Yauli!": Eran ellas tan
lindas como traviesas limeñas puras de las
¡guá!»4.
(1060).
Con frecuencia el
autor de las tradiciones se detiene para definir un vocablo, una
frase, un apodo o un apellido -siempre con el motivo de iluminar al
lector lingüística así como narrativamente.
Suele aclarar apellidos al ocuparse de la
heráldica5.
En «El corregidor de Tinta» precisa el significado de
«Jáuregui» para realzar la ironía de los
sucesos (686-687). La clarificación de la metáfora
«entre dos luces»
en «Al
pie de la letra» es crucial para que el lector aprecie la
ironía trágica de un fusilamiento ordenado por
Salaverry (1070). Se unen los discursos filológico y
cultural-histórico al concretarse una frase en la historieta
«La casa de Francisco Pizarro»: «Mientras se terminaba la fábrica del
palacio de Lima, tan aciago para el primer gobernante que lo
ocupara, es de suponer que Francisco Pizarro no dormiría al
raso, expuesto a coger una terciana y pagar la
chapetonada, frase con la que se ha significado entre los
criollos las fiebres que acometían a los españoles
recién llegados a la ciudad»
(35). Lo mismo pasa
en «Un camarón» cuando el narrador clarifica el
empleo de un término del «tecnicismo gallístico»
(824). A
veces Palma simplemente pone en aposición una frase
clarificadora de su propia fraseología -rasgo importante del
estilo y tono palmianos y de su constante presencia y conciencia
semántica:
(242) |
A veces la cuestión semántica es debatida entre dos personajes dentro de una tradición, mezclándose así el discurso semántico con el narrativo, lo cual le ofrecía a Palma otro ambiente textual en el que podía sacar a colación sus intereses de tipo lingüístico. La disputa en «Un litigio original» sobre los títulos marqués y conde viene al caso.
En otras ocasiones Palma combina un momento lingüístico con uno docente, como cuando en «Monja y cartujo» agrega su parecer sobre la palabra «porquería». En forma acostumbrada inicia la digresión dirigiéndose a sus lectores con una interrogativa:
(381) |
Es bien sabido que
Ricardo Palma colocó en las tradiciones una plétora
de refranes, dichos y frases especiales. Con frecuencia el exaltado
interés del tradicionista en ellos ocasionó si no una
digresión, toda una tradición consagrada a consignar
el origen de la locución. Tales iluminaciones también
merecen considerarse como componentes importantes del foro
lingüístico presente en las Tradiciones
peruanas. Combinadas con un rico contenido
cultural-histórico constituyen una veta filológica
ampliamente explotada por Palma. Tradiciones centradas en
indagaciones sobre un refrán incluyen «Carta Canta»
, «Sastre y sisón, dos parecen y uno
son»
, «¡Arre, borrico!
Quien nació para pobre no ha de ser rico»
,
«De asta y rejón»
,
«A nadar peces»
, «Puesto en el burro, aguantar los
azotes»
, «Tabaco par el
rey»
, «"¡Qué
repiquen en Yauli!" (Origen histórico de esta
frase)»
, «Mogollón:
origen del nombre de esta calle»
, «La maldición de Miller»
,
«A muerto me huele el godo»
,
«El gran poder de Dios»
,
«¿Quién toca el arpa? Juan
Pérez (Origen de este refrán)»
, «El coronel fray Bruno»
, «La pensión del perro»
, «La pampa de medio mundo»
y, por
supuesto, «Refranero»
y
«Refranero limeño»
. A
menudo el tradicionista las inicia testificando haber oído
cierto dicho «en los días de mi
mocedad»
(991) «en boca de las
viejas»
(980) o «a las
muchachas de mi tiempo»
(1191). Luego se refiere a su
búsqueda:
El tal estribillo en tabaco para el rey no ha podido nacer solo (cavilé yo un día), y dime a buscar su origen, el cual, sin que quede pizca de duda, es el siguiente: |
(662) |
De más está decir que, por entonces, maldito si me ocupé de escudriñar el origen de tal frase o refrán. Bastábame saber que era proyectil de alcance, y mortal. |
(1191) |
En algunos casos
Palma identifica las fuentes de su información sobre cierta
frase. Tales fuentes normalmente resultan ser o un libro o alguna
persona: «he aquí el origen del
refrán, tal como lo relata en el librejo que lleva por
título Deleite de la discreción»
(157); «¿Que sí has
oído la frase? Pues entonces allá va el origen de
ella, tal cual me ha sido referido por un descendiente de la
protagonista»
(609). En varios casos el comentario del
narrador sobre una frase es más limitado y parece surgir
casi por casualidad; «Y a
propósito. He aquí el origen de este
refrancito»
(133); «y pues
viene a pelo, ahí va para dar remate a la tradición
el origen de una frase popular»
(761); «Y ya que por incidencia se me ha venido a la
pluma este refrán, no estará fuera de lugar el que
consigne aquí su origen»
(145). Como se ve, las
tradiciones se ven salpicadas de ejemplos de este gran afán
semántico-histórico, los cuales constituyen otro tipo
de aporte lingüístico incrustado en ellas.
Indicamos
anteriormente que Palma escribía su nuevo género con
una conciencia constante del léxico castellano tal como
existía en los diccionarios disponibles. Tal discurso
lexicográfico puede manifestarse en un dato
histórico, como cuando registra «la llegada a Lima en 1738 de ejemplares del
primer Diccionario de la Academia Española»
(545),
cuando apela a diferentes diccionarios para esclarecer cierto
punto, como ocurre en «"Callao" y
"Chalaco"»
, o cuando rastrea la presencia de un
término a través de ediciones sucesivas de un
diccionario para poner el cimiento sobre el cual edificar toda una
tradición, como pasa en «Vítores»
(296-304). Puede
también tomar la forma de una nota de meollo
lingüístico-etimológico al pie de la
página, la cual servía para clarificar ciertos
vocablos o sobrenombres o para abogar por uno que otro americanismo
o neologismo.
Más que
todo, las tradiciones de Palma son conocidas por su tono
humorístico bien rociado de ironía y sátira.
Como era de esperar, hallamos que ciertas digresiones
lingüísticas son pura invención suya sirviendo
nada más que para evocar la risa y divertir al «amigo lector»
. «¡Canario! El cantarcito no podía
ser más subversivo en aquellos días, en que la
palabra rey quedó tan proscrita del lenguaje, que
se desbautizó al peje-rey para llamarlo
peje-patria, y al pavo real se le confirmó con el
nombre de pavo nacional»
(970).
Las tradiciones exudan un espíritu juguetón que a menudo opera a un nivel sumamente coloquial totalmente libre de la corrección política que nos rige en la época actual. Tal actitud le permitía a Palma travesear con varios temas, especialmente la pelea perenne entre los sexos. Un ejemplo excelente apareció en La Broma, periódico burlón en el que don Ricardo intervino con frecuencia durante su efímera existencia en 1878. La anécdota se tituló «Perfiles». En ella Palma analiza el vocablo «simpático» en cuanto a las connotaciones que solía evocar al aplicarse a las «hijas de Eva». Su charla comunica una riqueza cultural-lexicográfica junto con una buena dosis de humorismo patentemente palmista.
Pero lo que en una muchacha hace el mismo efecto que si la condenaran a vestir imájenes [sic] es que la llamen simpática. Ser simpática es algo asi [sic] como estar excomulgada. Cuando de una mujer no se puede decir, sin quebrantar el octavo mandamiento, que es bonita, elegante o espiritual, se dice: -¡Fulanita! ¡Bah! Es una criatura muy simpática. Traducción libre: -Fulanita es fea como un berrueco, desgarbada como manga de parroquia o tonta rematada. Tienen razón las niñas a quienes la palabra simpática suena remalditísimamente mal. Ésa es una palabrita cortés que los pícaros hombres hemos inventado para mortificar a las mujeres poco favorecidas por la naturaleza. Somos unos hipocritonazos los hombres. Jamás llamaremos al pan, pan; al vino, vino; ni a la fea, fea. Para no llamar a las cosas por su nombre, siempre hablamos palabrita a mano6. |
Con gran destreza don Ricardo realza los aspectos visual y temático de sus anécdotas mediante una alusión bien colocada a las posibles connotaciones de una voz empleada o por el narrador o por uno de los protagonistas. Al hacerlo también cumple un fin lingüístico obligando al lector a concentrarse en el vocablo. Consideren:
(481) |
Llanto, amago de pataleta, y en vez de llamarme ¡bruto!, me llamó ¡masón!, palabra que, en su boquita de repicapunto, era el summum de la cólera y del insulto. |
(1438) |
Las obritas tempranas de Palma exhibían una textura marcadamente romántica, la cual, a veces, encarnaba una reflexión emocionada de parte del narrador sobre cierto término. En el caso de la voz patria, evocada en «La muerte en un beso», el narrador ejemplifica los cánones del romanticismo, al cual rendía culto en su juventud.
(24) |
Dada la
temática y ubicación geográfica de las
tradiciones, fue inevitable que Palma empleara en las
Tradiciones peruanas una plétora de términos
indígenas, mayormente del quechua pero a veces de
aymará. A lo largo de su colección el narrador
tradicionista se esfuerza por asegurar la mayor comprensión
posible de parte del público lector. Para lograrlo y
así ampliar la visión y el aprecio históricos
del lector, provee en momentos apropiados traducciones de nombres
geográficos, de nombres propios y de otros términos.
Así se unen de nuevo los discursos lingüístico e
histórico. Aquí van unos ejemplitos: «Imasumac o "Hermosa entre las
hermosas"»
(202); «La voz
Titicaca en aimará significa peña de
metal, y la palabra Coati "reina o
señora"»
(286); «el
gigantesco cerro de Carhua-rasu (nevado amarillento)»
(1103); «en la provincia de Huarochiri
(voz que significa calzones para el frío, pues el
Inca que conquistó esos pueblos pidió semejante
abrigo)»
(353). A veces simplemente yuxtapone
sinónimos para comunicar la lección
lexicográfico-histórica: «Princesa o ñusta nada
menos»
(202). Tampoco pierde la oportunidad de rastrear
el origen de una voz hasta sus raíces quechuas:
(1103) |
Como se puede
notar, en las Tradiciones peruanas se presencia una
marcada voluntad de estilo. Inherente a esa voluntad había
una conciencia lingüística extraordinaria que llevaba
al tradicionista a siempre querer expresarse con corrección
y explotar todos los recursos del idioma. Al toparse con los
límites de éste, intuía lo que faltaba y no
titubeaba en suplir su expresión de la voz nueva que
hacía falta. «La chispa criolla
ha ido al osario, y nos hemos zarzuelizado»
(1144), vocablo que pone en letra bastardilla para marcarla como
palabra no autorizada.
Este aspecto del discurso semántico podía asomarse con o sin comentario de parte del narrador. En todo caso, tales creaciones las hacía con plena conciencia de lo que podían pensar los otros hablantes de la lengua, incluso la Academia, a la cual se refería a veces con cierto sarcasmo jovial al revelar su presencia en el discurso lingüístico.
(264) |
(37) |
Encuentro, sí, correcto que a un informe oficial se le califique de minucioso, detallado, circunstanciado y hasta de pormenorizado (con perdón de la Academia). |
(1513) |
En resumen, para poder valorar en forma más amplia las Tradiciones peruanas, habrá que tomar en cuenta la importante interacción en las historietas entre los discursos histórico, lingüístico y humorístico, la cual me parece crucial y fundamental para una comprensión más amplia de la expresión palmista y los objetivos que tal articulación buscaba realizar. Como se puede apreciar, este tema que hemos tratado en un aspecto es muy nutrido. Será para otro artículo un detallado examen etimológico de los neologismos y americanismos empleados por Palma en las Tradiciones peruanas y/o respaldados por él en otros estudios.
- Arona, Juan de. Diccionario de peruanismos. París: Desclée. de Brouwer, 1938.
- Compton, Merlin D. Ricardo Palma. Boston: Twayne Publishers, 1982.
- Palma, Ricardo. El Palma de la juventud. Ed. Angélica Palma. Lima: E. Rosay, 1921.
- ——. Neologismos y americanismos. 1896. Tradiciones peruanas completas. Ed. Edith Palma. 6.ª ed. Madrid: Aguilar, 1968. 1377-1408.
- ——. Papeletas lexicográficas. Dos mil setecientas voces que hacen falta en le Diccionario. Lima: Imprenta «La Industria», 1903.
- ——. Tradiciones peruanas completas. Ed. Edith Palma. 6.ª ed. Madrid: Aguilar, 1968.
- Porras Barrenechea, Raúl. Prólogo. Epistolario por Ricardo Palma. Vol. 1. Lima: Cultura Antártica, 1949. IX-XLVII.