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Las causas de la Segunda Guerra Púnica

Juan Manuel Abascal Palazón

Polibio es, probablemente, nuestro mejor informante sobre los acontecimientos que precedieron a la Segunda Guerra Púnica. Cronista habitual de las guerras de los Escipiones en los avatares bélicos del siglo II a. C., tuvo acceso a pormenores históricos que escaparon a otros autores y llegó a relatar con cierto detalle los dos puntos de vista, el romano y el cartaginés, en los prolegómenos del conflicto.

Polibio vincula la guerra a los fuertes tributos impuestos a Cartago tras la Primera Guerra Púnica y tilda de pretexto las artimañas de Aníbal para centrar la atención en el comportamiento de los saguntinos con los aliados de los cartagineses. En el texto se hace referencia al delicado juego diplomático previo al conflicto y Polibio nos hace ver que en la mente de Roma ya se había diseñado una estrategia que convertía a la Península Ibérica en campo de batalla.

«... Aníbal ... nadie de allá del Ebro se atrevió fácilmente a afrontarle, a excepción de Sagunto. Pero Aníbal, de momento, no atacaba en absoluto a la ciudad, porque no quería ofrecer ningún pretexto claro de guerra a los romanos hasta haberse asegurado el resto del país; en ello seguía sugerencias y consejos de su padre, Amílcar.

Los saguntinos despachaban mensajeros a Roma continuamente, porque preveían el futuro y temían por ellos mismos; querían, al propio tiempo, que los romanos no ignorasen los éxitos cartagineses en España. Hasta entonces los romanos no les habían hecho el menor caso, pero en aquella ocasión enviaron una misión que investigara lo ocurrido. Era el tiempo en que Aníbal ya había sometido a los que quería y se había establecido con sus tropas de nuevo en Cartagena, para pasar el invierno. Esta ciudad era algo así como el ornato y la capital de los cartagineses en las regiones de España. Allí se encontró con la embajada romana, la recibió en audiencia y escuchó lo que decían acerca de la situación. Los romanos, poniendo por testigos a los dioses, le exigieron que se mantuviera alejado de los saguntinos (pues estaban bajo su protección) y no cruzara el río Ebro, según el pacto establecido con Asdrúbal. [...] Pero al mismo tiempo, Aníbal envió correos a Cartago para saber qué debía hacer, puesto que los saguntinos, fiados en su alianza con los romanos, dañaban a algunos pueblos de los sometidos a los cartagineses. Aníbal, en resumen, estaba poseído de irreflexión y de coraje violento. Por eso no se servía de las causas verdaderas y se escapaba hacia pretextos absurdos. Es lo que suelen hacer quienes por estar aferrados a sus pasiones desprecian el deber. ¡Cuánto más le hubiera valido creer que los romanos debían devolverles Cerdeña y restituirles el importe de los tributos que, aprovechándose de las circunstancias, les habían impuesto y cobrado anteriormente, y afirmar que si no accedían, ello significaría la guerra! Pero ahora, al silenciar la causa verdadera y fingir una inexistente sobre los saguntinos, dio la impresión de empezar la guerra no sólo de un modo irracional, sino aun injusto. Los embajadores romanos, al comprobar que la guerra era inevitable, zarparon hacia Cartago, pues querían renovar allí sus advertencias. Evidentemente, estaban seguros de que la guerra no se desarrollaría en Italia, sino en España, y de que utilizarían como base para esta guerra la ciudad de Sagunto».

(Polibio, Historias, 3, 14, 9 a 3, 15, 13. Edición de Manuel Balasch en Madrid, Gredos, 1981, fragmentos de las pp. 288-289.)