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Las ilustraciones en el «Panorama matritense» y en las «Escenas matritenses», de Mesonero Romanos, realizadas en vida del autor

Enrique Rubio Cremades

La producción costumbrista de Ramón de Mesonero Romanos estuvo siempre unida al origen y desarrollo del grabado en España. Su experiencia como periodista en los principales periódicos de contenido literario fue determinante para la introducción y cimentación de la técnica del grabado en España. En las Cartas Españolas1, única revista literaria de la época, tal como el propio Mesonero confiesa en Memorias de tan setentón2, inicia el 12 de enero de 1833 la serie de los cuadros costumbristas conocida con el nombre de Panorama Matritense. Desde un primero momento, Mesonero es consciente de las dificultades que el periodismo tiene en España. Su nula rentabilidad económica, así como la ausencia de suscriptores como soporte económico de la publicación y la falta de ilustraciones como complemento ideal de la escena o cuadro de costumbres serán aspectos tenidos en cuenta a la hora de fundar su modélica publicación: el Semanario Pintoresco Español. A todo esto se debería añadir una circunstancia más, definitiva: sus viajes a Europa. Desde la objetiva y atenta mirada del escritor, Mesonero Romanos se plantea imitar la prensa ilustrada de los países más adelantados. No es extraño, pues, que en la nota editorial que figura al frente del primer número del Semanario refiera la importancia de los nuevos adelantos tipográficos para enriquecer la publicación. Él mismo señala al respecto que «hacer más grata y nueva la forma de sus periódicos determinaron enriquecerlos con los primores del arte tipográfico, acompañando a las interesantes descripciones históricas, científicas y artísticas que lo componen, sendas viñetas que reproducen con exactitud los personajes, sitios, monumentos y producciones naturales que describen; mas no queriendo hacer traición a su pensamiento principal, a la literatura, adoptaron para este arte el grabado en madera, ramo del arte muy descuidado hasta entonces, y que gracias a esta interesante aplicación, ha llegado hace pocos años a una altura y delicadeza que apenas pudo sospecharse en un principio»3.

Pocos meses antes, Mesonero había realizado un viaje por Europa y pudo constatar esta nueva modalidad periodística ilustrada. En su enjundioso estudio introductorio que precede al primer número del Semanario Pintoresco Español4, Mesonero resalta la importancia del grabado tanto en el campo de las humanidades como en el de las nuevas tecnologías, pues gracias a él, el lector encuentra el perfecto complemento a lo redactado en letras impresas. Respecto a los grabados en las obras de índole costumbrista, Mesonero indica en el Prospecto del Semanario su especial percepción por el arte de la ilustración. Juicio que se materializará en las ediciones ilustradas en Madrid y Barcelona. El grabado en madera es, pues, una iniciativa de Mesonero, proyecto que encontró serias dificultades a causa de la falta absoluta de artistas conocedores del grabado tipográfico y hasta del papel y máquinas propias para la impresión, tal como confiesa en sus Memorias5.

Es evidente que el costumbrismo propicia la proliferación del grabado, siendo algunas colecciones costumbristas, como Los españoles pintados por sí mismos, modélicas en este específico campo. No es extraño, pues, que este interés por el grabado se materialice en su corpus literario, en sus escenas y tipos matritenses. En el estudio realizado en tomo a las ediciones de producción costumbrista, el grabado constituye parte esencial del libro. Sin embargo, no todas las ediciones de sus Escenas Matritenses ofrecen el mismo interés, pues la pulcritud y perfecta elaboración del grabado, así como su riqueza de detalles y su engarce con lo descrito es, en ocasiones, de dispar calidad, pues el encarte de las láminas litografiadas o grabados en madera al provenir de manos distintas dan como resultado una diversa calidad artística. Alenza, Miranda, Urrabieta, Lameyer, entre otros, serán los dibujantes preferidos por Mesonero. Entre los grabadores dos son los que figuran con asiduidad en su obra: Ortega y Rodríguez.

En la primera edición del Panorama Matritense, la llevada a cabo en la imprenta de Repullé6, aparecen un total de sesenta y seis artículos de costumbres, repartidos en tres volúmenes y con ocho grabados en cada uno de ellos. A diferencia de otras ediciones realizadas en vida del autor, en la presente edición la inclusión de láminas no guarda relación con la escena y tipo descritos. Son eslabones aislados de grabados que pueden engarzarse con cuadros de costumbres de diversos contextos urbanos. En el primer volumen de la edición princeps aparecen grabados de Genaro Pérez Villamil y Francisco Ortego y Vereda. Artistas que firman al pie del grabado con los nombres de Villaamil y Ortego, respectivamente. En los dos restantes volúmenes de dicha edición princeps participan, además de los citados pintores y grabadores, Ildefonso Cibera y Joaquín Sierra Ponzano. Los dos primeros colaboran en los tres volúmenes de la edición de Repullos. El resto, de manera aislada y con escaso número de grabados, pues de Cibera tan solo aparecen dos y de Ribera y Sierra uno y dos, respectivamente. El peso, pues, de las ilustraciones recae en Francisco Ortego, confundido en algunos estudios con Calixto Ortega, pues sus apellidos impresos en letra minúscula, casi imperceptibles al lector, eran de difícil distinción. Ambos firmaban solo con su apellido y sus motivos eran, en ocasiones, coincidentes, aunque no su estilo. Francisco Ortego era también conocido en los medios teatrales por sus célebres decorados y, especialmente, por los admiradores de la obra de Alarcón, pues ilustró sus obras más destacadas y leídas en la España de mediados del siglo XIX, como en el caso de la titulada Diario de un testigo de la guerra de África. Sus caricaturas y dibujos fueron extremadamente celebrados, al igual que sus ilustraciones en los populares Almanaques de la época7. Otro tanto sucede con el lector de prensa de mediados del siglo XIX, pues sus caricaturas fueron populares gracias a la inserción de las mismas en periódicos de ilustre tradición en la historia del periodismo, como en El Museo Universal, Gil Blas, El Álbum de Momo, La Risa, Jeremías, El Cascabel, El Fisgón, entre otros.

Los dibujos de Ortego, un total de quince de los veinticuatro que aparecen en la edición princeps, le convierten en el principal colaborador de la obra de Mesonero. Sus dibujos, intercalados sin orden alguno en los cuadros de costumbres, están en la línea habitual de su estilo y preferencia de tipos, pues suelen pertenecer a las clases populares y medias, como los dibujos en que aparecen dos majos bailando -Comedia casera-; mendigos pidiendo limosna a la salida de una iglesia -La empleomanía-; horteras mostrando telas desde el mostrador de un comercio -El paseo de Juana- (Imagen 1); una portera caracterizada con todas las prendas de su oficio -Las Ferias-; un tuno rasgando la guitarra ante la atenta mirada de una joven que le contempla apoyada en el quicio de su portal -El Campo Santo-; un aprendiz de hortera barriendo un comercio en el que aparecen varias damas -Las niñas del día-; una joven petimetra que deja entrever rico zapato de charol, vestida elegantemente, acompañada de una dama entrada en años, y que es observada por un caballero con sombrero de copa, traje ceñido, que muy bien pudiera ser su amante -Policía urbana-; un militar sin graduación que requiebra y mira complacientemente a una criada con un cesto en la mano y que se dispone a entrar en un portalón -La casa a la antigua-; una taberna, con mozos y mozas en animada conversación -La procesión del Corpus-; una vendedora de dulces, ataviada humildemente frente a dos niños en actitud de recibir el deseado pastel -Una visita a San Bernardino-; un vendedor de sombreros -Antes, ahora y después-, etc. constituyen los principales motivos de sus trabajos. La movilidad de los mismos, la luminosidad y la percepción exacta del fondo de los dibujos convierten a éstos en toda una galería de tipos muy gratos a la atenta mitrada del escritor costumbrista.

Imagen 1. «La comedia casera». Rico

Imagen 1. «La comedia casera». Rico

El resto de las ilustraciones ofrecen un estilo distinto y un contenido que nada tiene que ver con lo anteriormente descrito. Por ejemplo, Villaamil, que colabora con tres ilustraciones repartidas en los tres volúmenes y que forman la cabecera del resto de las mismas, tiende exclusivamente al paisaje urbano. Sus ilustraciones presiden el resto de las incluidas en la edición de Repulios debido, tal vez, al lustre de su apellido, pues por estas fechas ingresó como académico de la Real Academia de San Femando, siendo director de la misma años más tarde (1845). Fue, como es bien sabido, pintor de cámara de Isabel II. Mesonero Romanos tuvo, sin lugar a dudas, una cierta amistad con Villaamil, pues ambos tomaron parte activa en las secciones del Ateneo y Liceo madrileños. El propio Mesonero Romanos en sus Memorias de un setentón -«Episodios literarios. 1830-1831»- lo recuerda también en su semblanza sobre aquel destartalado y sombrío café, situado en la planta baja de la casa contigua al Teatro del Príncipe, conocido con el nombre de El Parnasillo. Mesonero, al rememorar su juventud, recuerda con añoranza a no pocos pintores de la época, entre ellos a Villaamil, Madrazo, Rivera, Carderera, Camarón, Esquivel, Texeo, Jimeno, Mendoza, Maea y Gutiérrez de la Vega.

Las ilustraciones de Villaamil están a tono con sus preferencias pictóricas, pues se ocupa, especialmente, de la plasmación de una escena costumbrista ambientada con numerosos personajes y espacios abiertos8. En el primer volumen del Panorama Matritense Villaamil colabora con una litografía en el que aparecen dos damas montadas en un carruaje de plaza guiado por un mozo con sombrero chambergo, fusta en la mano, chaquetilla torera, chaleco a rayas, pantalón oscuro ajustado y botas de montero. Dos caballeros saludan a las damas, y uno de ellos, con sombrero ristre en su mano derecha aparece inclinado en señal de saludo. El espacio abierto de la lámina es evidente, pues el carruaje atraviesa un arco en cuyo fondo se puede ver construcciones, una ladera con mansión señorial y un amplio cielo. Idéntica característica presenta la lámina del segundo tomo que pese a encabezar el artículo La capa vieja, su lugar idóneo sería en el titulado La procesión del Corpus, pues se trata de una concurrida procesión en donde la gente se agolpa tanto en la calle como en la balconada de los edificios (Imagen 2). Soldados, estandartes y minúsculas cabezas al fondo dan esa sensación de espacio amplio, tan del gusto de Villaamil, al igual que el grabado que aparece en el tercer volumen de la edición princeps: una calle de Madrid, con sus edificaciones al fondo y dos personas en un balcón conversando con un tercero que está en la calle. Un Madrid en el que todavía no se percibe el adelanto del siglo: calles desniveladas, sin empedrado y sin aceras.

Imagen 2. «El martes de carnaval y el miércoles de ceniza». Miranda

Imagen 2. «El martes de carnaval y el miércoles de ceniza». Miranda

El resto de las colaboraciones se deben a Ildefonso Cibera, grabador en madera que, suponemos, sería amigo del propio Mesonero Romanos, pues colabora en la empresa periodística creada y fundada por él, es decir, el Semanario Pintoresco Español9. Las láminas de Cibera, un total de dos, representan a una mujer ataviada con humilde vestimenta en actitud de rasgar una guitarra, y a un hombre, bastón tosco en su mano derecha, sombrero de copa, rostro mal afeitado, capa mal pergeñada y pantalones desgastados. Lleva en su mano una especie de cartapacio. Su profesión es indefinida, aunque tal vez corresponde a la de aquellos escribanos populares que transcribían cartas o documentos a gente analfabeta. Son grabados que encajarían perfectamente en la colección costumbrista Los españoles pintados por sí mismos. Finalmente aparecen en la edición princeps los trabajos firmados por los apellidos Ribera y Sierra. El primero de ellos corresponde a Carlos Luis de Ribera10 que, por estas fechas, año 1835, sería nombrado individuo de mérito de la Academia de San Femando por su cuadro Jura del Primer Príncipe de Asturias. El grabado inserto en el Panorama Matritense representa a un militar con uniforme de gala acompañado de una dama. Las debidas a Joaquín Sierra Ponzano, muy conocido por sus grabados en madera insertos en los principales periódicos de mediados del siglo XIX y obras de gran difusión11, son de líneas perfectas. Se trata de dos retratos. El primero representa a un caballero ataviado con un sombrero de copa, corbata y chaqueta al uso. Posa distendido, mano izquierda en el bolsillo del pantalón y su mano derecha apoyada en la empuñadura de su bastón. El retrato es perfecto, tanto en su forma proporcionada como en la naturalidad y expresión de su rostro, al igual que el segundo retrato: una mujer entrada en años cubierta por una amplia toquilla tosca que cubre su cabeza y llega hasta la cintura. Su semejanza con el rostro y porte de las beatas y santurronas, descritas en Los españoles pintados por sí mismos, es evidente. Tanto el primer grabado como el segundo, están en la línea de los publicados en otras revistas de la época, pues gusta más del tipo que de la escena.

La segunda edición de la producción costumbrista de Mesonero Romanos aparece en 1842. En la portada se especifica que se trata de la tercera edición, pues el impresor Yenes y el propio Mesonero consideraron como primera edición los artículos aparecidos en la prensa periódica. La presente edición prescinde del enunciado Panorama e incluye el de Escenas como título globalizador12. En la edición de Repullés (1835), Mesonero encabeza su pseudónimo con el artículo indeterminado un en el primer tomo de su Panorama. A partir del segundo tomo, aparece precedido del artículo determinado el, siendo éste el definitivo y el que figure siempre en todas sus ediciones llevadas a cabo tanto en vida como después de su fallecimiento. A diferencia de otras ediciones de sus obras y también de otras debidas a escritores de su generación, el retrato de Mesonero no aparece al frente del primer tomo de las Escenas, sino en el cuarto y último. El retrato ocupa casi la totalidad de la página, de 8.ª marquilla y representa a un Mesonero de unos treinta años de edad, aproximadamente. Retrato perfecto y al uso de un burgués de la época. Camisa de cuello alzado abrazado por un pañuelo que cubre parte del pecho, chaleco y chaqueta de amplias solapas de tono grises que contrastan con el tono blanco ahuesado de la pechera. Retrato de medio cuerpo firmado por la célebre pintora Rosario Weis, fallecida a temprana edad, a los veintinueve años13, y el reputado grabador Pedro Hortigosa, cuyos retratos e ilustraciones eran de un gran valor artístico14. Dicho retrato aparece en la siguiente edición de las Escenas Matritense, en la llevada a cabo por Boix, y también en la de Gaspar y Roig, 1851, aunque en esta última lo que se hace es una pésima copia del mismo. El retrato a lápiz de Rosario Weis capta la mirada curiosa, atenta de Mesonero Romanos y su leve sonrisa muy en consonancia con el lema horaciano puesto en práctica en sus artículos: satira quae ridendo corrigit mores. Los cuatro volúmenes de la Imprenta Yenes incluyen un frontis cuyo grabado, a manera de viñeta, preside las Escenas Matritenses. Su autor fue José Elbo15, conocido en la época por sus apuntes y dibujos, que realiza en esta ocasión una estampa en cuyo fondo figura un edificio monumental y una plaza en animada concurrencia de cuya muchedumbre sobresale la estatua de una dama que sujeta objetos y adornos carnavalescos. Al lado de su antebrazo, apoyado en una especie de sillar, deja ver unos pergaminos y unas letras que dicen así: Madrid. Siglo XIX.

Los grabados encartados en la edición de Yenes guardan, a diferencia de la edición princeps, relación con el contenido del cuadro de costumbres. El total de ilustraciones es de dieciséis, cuatro en cada volumen. En el primero aparecen cuatro ilustraciones que plasman el contenido de los cuadros La romería de San Isidro16, El Prado17, El Paseo de Juana18 y El amante corto de vista19. En el segundo tomo se insertan otras cuatro con los siguientes títulos: Las tertulias, El baile de candil, La procesión del Corpus y El sombrero y la mantilla. Estas cuatro láminas están firmadas por los mismos artistas que colaboraron en el primer tomo. En el tercero figuran también los mismos, encartándose sus trabajos en los artículos homónimos a sus láminas: El Salón de Oriente, El día de toros, El coche simón y Madrid a la luna. En el cuarto y último volumen solo se produce una ligera variación, pues aparece por primera vez la colaboración del célebre Leonardo Alenza20 con su dibujo El recién venido, estampa goyesca, muy en consonancia con su producción pictórica, con sus dibujos, acuarelas y aguafuertes. Escena de la clase más ínfima de la sociedad o provenientes del ámbito rural o popular, como en el caso de la presente colaboración para las Escenas Matritenses, son habituales en su producción pictórica.

Los dibujos de José Elbo y Calixto Ortega como grabador predominan en la edición de Yenes. Las estampas captadas de la realidad madrileña de la época encuentran en Elbo el perfecto transcriptor. El baile de candil, El paseo de Juana, El día de toros, El coche simón, Madrid a la luna o Tejas arriba muestran una movilidad poco común. Escenas pobladas de personajes, en continuo movimiento, con sus ademanes, gestos, vestimenta adecuada a su condición, cocheros, militares, manolos, serenos, doncellas pretendidas por admiradores de dudosa honorabilidad y en complicidad con viejas alcahuetas, pillos o mozuelos, agolpados en torno a carruajes, ambientes que tienen como telón de fondo un contexto urbano madrileño en el que predominan los tipos populares. Miranda por el contrario alterna tanto la estampa popular como de la burguesía, como se aprecia en sus dibujos La romería de San Isidro y Las tertulias. Los trazos de Miranda son menos impresionistas que los de Elbo, pues tienden a la plasmación exacta de la realidad con gran precisión, como si se tratara de captar una instantánea fotográfica. Los grabados de Miguel del Rey reflejan con sumo detalle, aunque con menos calidad artística, festividades tradicionales y solemnes -La procesión del Corpus- o, simplemente, costumbres entre petimetres y damiselas, como el titulado El sombrero y la mantilla.

La cuarta edición de las Escenas Matritenses es, en opinión personal, la más lograda desde el punto de vista tipográfico de cuantas ediciones se han llevado a cabo21. Al frente del presente ejemplar aparece un bellísimo grabado en cuyo pie firman, a la izquierda, el dibujante José Vallejo22, y, a la derecha, los grabadores en madera: Benedicto23 y Joaquín Sierra, este último colaborador en la edición de Yenes. La lámina, tamaño en 4.º mayor, representa a un personaje que se asemeja al dios Momo, pues su gesto, figura, mirada sonriente y el cetro que esgrime en su mano, terminado en cabeza grotesca y símbolo de la locura, así lo parece indicar. Este personaje mitológico, hijo del Sueño y de la Noche, y dios de la burla y la censura, preside una concurrida plaza poblada por gente de muy diversa catadura y procedencia social. A su lado, una doncella semidesnuda, que se asemeja a una musa sentada en un pedestal y en actitud de escribir en un papiro. Al fondo se observa un monumento, de parecido corte al de la Puerta de Alcalá, oculto el centro por la presencia de ambos personajes. En la lontananza se aprecia también un frondoso arbolado que enmarca parte de la citada Puerta. Dos inscripciones figuran en dicha portada: Madrid Siglo XIX. Escenas Matritenses por el Curioso Parlante.

El ejemplar, que tiene quinientas cuarenta y seis páginas, incluye diecisiete láminas sueltas y más de un centenar de ilustraciones debidas a los mejores dibujantes y grabadores de la época. Para que se haga una idea el lector, J. Vallejo es autor de más de medio centenar de dibujos, todos de excelente ejecución y que sintetizan magistralmente lo descrito por Mesonero Romanos en sus escenas. Ilustraciones debidas también a los célebres Alenza, Urrabieta24, Miranda, Elbo, Várela25, Zarza26, Ortega27, Castelló28, entre otros muchos. Miranda, por ejemplo, figura con cerca de veinte dibujos; Alenza, con quince; Elbo, con siete; Urrabieta, con cuatro; Bravo29con seis, etc. Los más prominentes artistas del grabado en madera están también presentes en la edición de 1845, como los famosos grabadores Benedicto, Várela, Ortega, Redondo, Batanero30, Castelló, Zarza, Gómez Cros31, Cibera32, entre otros. Así Ortega y Várela colaboran, cada uno, con una veintena de grabados. El resto de los citados con cinco o seis grabados cada uno. A esta relación habría que añadir cerca de treinta láminas sin firmar y unas veinte más que aparecen con una inicial o un pequeño dibujo en forma de asterisco que ha sido imposible identificar. La suma de todas estas ilustraciones da una idea al lector de la calidad y riqueza artística de dicha edición. La lectura de las escenas de Mesonero encuentra en estas ilustraciones el mejor complemento que cualquier estudioso o simple lector de artículos de costumbres pudiera desear. La riqueza de grabados permite identificar con exactitud las múltiples facetas de la vida madrileña de la época: teatros, salones de baile, romerías, ferias, festividades, juntas de cofradía, calles, paseos, plazas. Las láminas nos ofrecen el detalle exacto de las edificaciones, de los salones de lectura, de los decorados y descripción de los teatros.

De todo este elenco de artistas destaca J. Vallejo. Su obra está presente desde el inicio de la obra hasta el final de la misma. De sus obras destacamos las estampas encartadas en El retrato, La calle de Toledo, La comedia casera, Las visitas de día, Los cómicos en Cuaresma, La empleomanía, Un viaje al Sitio, El Prado, Los aires del lugar, El paseo de Juana, entre otros muchos. Son de especial belleza por su trazado los encartados en La procesión del Corpus, por su perspectiva y movilidad de quienes forman parte de la procesión. Otro tanto sucede con sus colaboraciones encartadas en los artículos El patio de Correos, Las casas de baños y Prima noche, pertenecientes a la titulada Primera Época de las Escenas Matritenses (1832-1836). En la denominada Segunda Época, sus colaboraciones sintetizan a la perfección lo vertido por Mesonero Romanos en sus cuadros. El detallismo de las imágenes, desde el rasgo más preeminente hasta el más insignificante, es captado por Vallejo. Para hacerse una idea exacta de una librería de la época, de un día de duelo en la iglesia, del ambiente de una almoneda, de la Bolsa, de una exposición de pintura o del Teatro del Liceo, es necesario recurrir a las ilustraciones de Vallejo.

Como contrapunto, no desde el punto de vista de la calidad artística, sino desde el contenido de las láminas, estaría Alenza, pues sus dibujos para grabar en madera reflejan las capas sociales más populares del Madrid de la época, como sus excelentes dibujos insertos en los artículos La posada o España en Madrid. Este artículo está completamente ilustrado por él. Seis son los dibujos que figuran en dicho artículo, siendo el más interesante el que refleja el patio de una posada, con su variada gama de personajes. Si Alenza colabora con estampas y tipos al estilo goyesco, otros tienden más al retrato y a la captación de tipos o escenas de clase media, como es la ilustración de Miranda para el artículo El cesante. La mirada del pobre cesante ante el escaparate de una tienda de comestibles, plagada de riquísimas viandas, da una idea exacta del triste destino del funcionario de la época. Otro tanto sucede con sus colaboraciones encartadas en los artículos El coche simón o El dominó. El célebre Urrabieta tiende en esta ocasión más a la captación de ambientes que a la de tipos, tal como queda constatado en sus animados y concurridos cuadros que ilustran los artículos Las ferias y La comedia casera.

Del cotejo de las respectivas ediciones de las Escenas matritenses editadas en vida del autor, el lector aprecia la repetición de grabados. Así, por ejemplo, los debidos a J. Elbo e insertos en la impresión de Yenes coinciden con los existentes en la edición de 1845, la debida a I. Boix. Los dibujos que ilustran los artículos Las tertulias, La capa vieja y el baile del candil, El día de toros, El coche simón, Madrid a la luna y De tejas arriba son los mismos, al igual que algunos apuntes o dibujos de Alenza. La presencia de grabados sin firma no es frecuente, pero algunos de trazo perfecto y admirable ejecución aparecen de esta guisa, como los insertos en los artículos Antes, ahora y después, El coche simón y La exposición de pintura.

La última edición ilustrada de las Escenas matritenses, la llevada a cabo por Gaspar y Roig33, reúne un total de cincuenta grabados. La ilustración que figura al frente de la obra -mujeres y hombres leyendo en un parque presidido por una fuente y una estatua- está realizada por Vallejo. A diferencia de las ediciones anteriores, ésta incluye un breve apéndice con artículos no aparecidos con anterioridad e ilustrados por Carnicero34, Llopis35 y C. L. También figuran otras ilustraciones sin ningún tipo de identificación36. De igual forma se falsifican láminas y se apropian de grabados originales gracias a un simple cambio. Por ejemplo, en la edición princeps del Panorama Matritense aparece una lámina con la figura de un carruaje con dos damas, conducido por un arriero, y saludadas por dos caballeros, uno de ellos inclinado. Al fondo la calle de Toledo y una arcada que deja ver varias fachadas de casas. La lámina está firmada por Villaamil. En la edición de Gaspar y Roig todo es igual, excepto el caballero que saluda, pues en lugar de estar inclinado, está en posición vertical. Esta circunstancia se repite con cierta ligereza. Incluso, algunas láminas firmadas en anteriores ediciones aparecen aquí sin firma alguna, como la debida a Villaamil.

La calidad de las láminas, tipografía y clase de papel son deficientes. La estampación de las láminas un tanto emborronada. A veces, a diferencia de la anterior edición, los perfiles están desdibujados y el fondo casi imperceptible. Las mejores láminas se deben a Nicolás Vilaplana37, grabador en madera y asiduo colaborador en el Semanario Pintoresco Español. Sus tipos y escenas son de lo más logrado, especialmente, su grabado Iglesia de San Luis. La nómina de artistas no es tan copiosa como la anterior, pues tan solo aparecen unos pocos grabadores y ninguno de renombre, salvo Tomás Carlos Capuz38, célebre grabador en madera cuyos trabajos dan lustre y valor a la edición. Sus estampas El baile de candil, Escenas de costumbres, El día de toros, El duelo se despide en la iglesia, La bolsa, entre otras, son, al menos, de una cierta calidad, no así el resto de láminas debidas a artistas de segunda fila. En definitiva, se trata de una edición ilustrada que se apropia, no sabemos si debida o indebidamente, de grabados que ya habían aparecido con anterioridad, algunos de ellos sin la firma de sus autores. Ante tal circunstancia cabe señalar que la edición de Boix es superior en todos los aspectos a las publicadas en vida de Mesonero.

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