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Blasco de Garay, Cartas en refranes, ed. Joaquín del Val, Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1956, pág. 122; también Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627), ed. Louis Combet, Burdeos: Institut d'Études Ibériques et Ibéro-Américaines de l'Université de Bordeaux, 1967, pág. 199; Viaje de Turquía, ed. Fernando G. Salinero, Letras hispánicas, 116, Madrid: Cátedra, 1980, pág. 117.



 

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«Paréceme, Sancho, que no ay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas» (Don Quijote, I, 281, 19-22, I, 21). Se halla otro refrán en nuestro texto, «no puede dar peras el olmo» (14:23); «pedir peras al olmo» aparece tres veces en Don Qujote (I, 313, 32, I, 22; IV, 27, 6, II, 40; IV, 169, 3-4, II, 52).



 

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También se halla este concepto en Cervantes al tratar de la poesía: «est Deus in nobis» (Don Quijote, III, 206, 15, II, 16; «El licenciado Vidriera», II, 93, 10).



 

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«Ha intentado/ aquesta noble señora,/ con la alegre zarabanda/ el pésame y perra mora,/ entrarse por los resquicios/ de las casas religiosas/ a inquietar la honestidad/ que en las santas celdas mora» («La ilustre fregona», II, 306, 25-32); «honesta como un fraile novicio» («La ilustre fregona», II, 310, 24); «algunos dineros, especialmente entre frailes y clérigos, que avía más de ocho, hicieron» («Las dos doncellas», III, 27, 30-28, 1); «él tenía personas en Toledo de tal calidad, que valían mucho con la justicia, especialmente una señora monja, parienta del corregidor, que le mandaba con el pie; y que una lavandera del monasterio de la tal monja, tenía una hija, que era grandísima amiga de una hermana de un fraile, muy familiar y conocido del confesor de la dicha monja, la cual lavandera lavaba la ropa en casa, 'y como ésta pida a su hija, que sí pedirá, hable a la hermana del fraile que hable a su hermano, que hable al confesor, y el confesor a la monja, y la monja guste de dar un billete, que será cosa fácil, para el corregidor, donde le pida encarecidamente mire por el negocio de Tomás, sin duda alguna se podrá esperar buen suceso. Y esto ha de ser con tal, que el aguador no muera, y con que no falte ungüento para untar a todos los ministros de la justicia, porque, si no están untados, gruñen más que carretas de bueyes'» («La ilustre fregona», II, 297, 4-24). Véase, sobre la actitud cervantina hacia los religiosos, Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, ed. Julio Rodríguez-Puértolas, Barcelona-Madrid: Noguer, 19722, págs. 275-279, y nuestro La interpretación cervantina del «Quijote».



 

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«Nunca pongo los pies por do camina/ la mentira, la fraude y el engaño,/ de la santa virtud total ruina» (Parnaso, 56, 6-8); «estas manos te sacarán el corazón donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño» (Don Quijote, I, 329, 21-24, I, 23); «la fraude y [...] el engaño» («Los tratos de Argel», Comedias, V, 54, 1). Cita versos de Petrarca sobre fraude y engaño («El casamiento engañoso», III, 146, 20-21).



 

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Sentimientos casi idénticos en Don Quijote: «Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos ay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos; aquéllos se levantan, o con la ambición, o con la virtud, éstos se abajan, o con la flojedad, o con el vicio, y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones» (III, 93, 31-94, 8, II, 6).



 

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El pensamiento de Cervantes, pág. 221.



 

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«Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron [...] Tú [...] sin madrugar ni trasnochar, y sin hacer diligencia alguna [...] te ves gobernador [...]»


(Don Quijote, IV, 50, 11-22, II, 42).                




 

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«Estos dos príncipes [Lemos, y Sandoval y Rojas], sin que los solicite adulación mía, ni otro género de aplauso, por su sola bondad, han tomado a su cargo el hacerme merced y favorecerme»


(Don Quijote, III, 31, 9-13, II, prólogo).                




 

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«Ya llevados de la verdad o de la lisonja» (Novelas ejemplares, dedicatoria, I, 24, 15-16). «Tuve, tengo, y tendré los pensamientos/ merced al cielo que a tal bien me inclina/ de toda adulación libres y exentos» (Parnaso, 56, 3-5).



 
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