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Leopolda Gassó y Vidal (1848-1885): pintora y escritora

Pilar Díaz Sánchez





El último tercio del siglo XIX, la década de los setenta, sobre todo, supone un momento crucial para la consolidación de la mentalidad liberal-burguesa en España y en consecuencia se pueden apreciar cambios importantes en la mentalidad social en relación con el papel que hombres y mujeres juegan en el plano cultural y artístico.

A lo largo del siglo XIX las mujeres fueron exigiendo cada vez con más fuerza la incorporación a los espacios artísticos que hasta ese momento les estaba siendo vetado. Escritoras y artistas se mueven en el mismo sentido, siendo la demanda fundamental el poder tener acceso a la educación e instrucción en igualdad con los varones, para poder optar a disputar los mismos espacios de reconocimiento social. La querella de las escritoras Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concepción Arenal o la Condesa Pardo Bazán, por acceder a la Academia es un hecho ya sabido. Pero quizás en el terreno de la pintura y escultura estos hechos sean menos conocidos, a pesar del excelente trabajo de Estrella de Diego, que sirvió de acicate para estudios posteriores, no tantos como debiera, en esta línea. Se puede decir que faltan monografías sobre mujeres artistas del siglo XIX y que quedan muchas lagunas aún por cubrir en esta temática1. A finales de siglo se puede decir que había un número considerable de artistas que pujaban por hacerse un lugar en el espacio cultural. Estrella de Diego hablaba de más de cuatrocientas. Sin embargo, las pintoras, lo mismo que las escritoras, solían realizar su trabajo en la privacidad del domicilio y con una serie de limitaciones que justifican que no podemos hablar de «eminencias», aunque sí debemos exigir el mismo trato y consideración que la que se otorga a los pintores varones, fuera de los nombres ilustres conocidos de todos.

La aproximación al estudio biográfico de la pintora y escritora Leopolda Gassó y Vidal pretende profundizar en este sentido y contribuir a un mayor esclarecimiento acerca del papel que las mujeres pintoras jugaron en el referido siglo. El interés de este personaje radica en que vive en una época en la que se produce un cambio fundamental en la sociedad española y esta pintora, junto a otras muchas, jugó un papel importe. Además, Leopolda Gassó supone un caso excepcional digno de analizarse. Nació y vivió sus primeros años fuera de una ciudad grande, no perteneció a la aristocracia, ni a una familia de artistas, si bien, sus padres fueron fieles representantes de una burguesía media alta en ascenso, y además permaneció soltera hasta su temprano fallecimiento. Toda su vida la dedicó a satisfacer sus inquietudes artísticas y a desarrollar una activa labor propagandística en los medios a su alcance para luchar a favor del derecho de las mujeres a la instrucción en materia de Bellas Artes.


El final del siglo XIX y las mujeres artistas

Los años posteriores a la septembrina, Gloriosa Revolución de septiembre de 1868, son de un enorme interés porque se producen una serie de cambios fundamentales para entender el papel de las mujeres artistas. En estos momentos las mujeres se plantean por primera vez el arte como una profesión, no un entretenimiento, y como un medio de vida derivado del afianzamiento del concepto burgués del arte, entendido como arte de mercado, algo inusual en los siglos precedentes.

Se debe comenzar afirmando que, si bien es cierto que ha habido mujeres pintoras desde la Edad Media, la mayoría tenían su razón de ser en función del nexo familiar; eran hijas, esposas o hermanas de pintores, aprendían en esos talleres y su actividad se diluía en el núcleo familiar. Al llegar el siglo XVIII la Ilustración trajo una forma nueva de entender la actividad artística femenina, al considerar que el dibujo y la pintura eran formas aristocráticas de entretenimiento. Buena parte de la nobleza y realeza se dedicó a la práctica artística alternándola con las labores de costura y destrezas musicales. Las mujeres de la aristocracia recibían una formación pictórica muy elemental primando la temática religiosa o los estudios de interiores florales y bodegones. Las damas pintaban para demostrar su gentilicio y buena educación, y cuando se abrieron las Academias consiguieron un reconocimiento como socias de Honor. La docta institución se beneficiaba por el prestigio de su noble origen y las damas veían reconocida su actividad. Por descontado que el pertenecer a las Reales Academias no daba derecho a formar parte de sus órganos directivos, ni siquiera a tener voz en la misma. Con la consolidación de la sociedad burguesa las mujeres que tenían inquietudes artísticas comenzaron a desarrollar una actividad profesional como ilustradora, diseñadora de modas, bocetista de telas, miniaturalista, decoradora de esmaltes y porcelanas y pintora, en menor media escultora. Las mujeres que querían formarse como pintoras requerían de profesores particulares que les dieran clase de dibujo o las instruyera en las técnicas de acuarela o pastel, ambas consideradas idóneas para las mujeres. Por lo tanto, solo las mujeres de clase media, o media alta, podían dedicarse a la pintura. También podían asistir a clases en las escuelas de Bellas Artes, pero en determinadas condiciones. No podían cursar todas las asignaturas, en concreto les estaba prohibida la asistencia a clase de Anatomía y nunca podrían aprender con modelos al natural. La instrucción pictórica de las mujeres se orientaba hacia el amateurismo y a conformarse con ser meras copistas de obras célebres. En un momento en el que la figura del genio artístico va unido a la creación, a las mujeres se les privó de la médula que daba sustento al artista burgués. También se les prohibía la pintura de historia, que requería de una aprobación académica a la que ellas no podían optar. Por lo tanto, los temas que encontramos en los cuadros de las pintoras decimonónicas son, sobre todo, flores, bodegones, paisajes, retratos y temática religiosa. Son siempre de pequeño formato ya que debían realizarse en el interior doméstico, en raras ocasiones podrían contar con «una habitación propia» que se asemejara a un taller. El salir con el caballete y los pinceles y pinturas era siempre motivo de expectación recriminatoria. No es extraño que pronto surgieran escuelas de diseño y pintura para mujeres siguiendo modelos que venían de Europa, en concreto de Francia. La entrada en las Academias de Bellas Artes como artistas de pleno derecho solo comenzó a darse cuando ya estas iban perdiendo su prestigio, arrolladas por las nuevas corrientes impresionistas que acababan exponiendo en Salones independientes2. La artista de la que se ocupan estas páginas escribió un artículo titulado «La clase media» en el que instaba a las mujeres burguesas «a instruir al pueblo, a ser generosas y no contagiarse de los vicios de la aristocracia», marcando de este modo una distancia con la actividad educativa de las damas de Antiguo Régimen. Es frecuente que los conceptos de filantropía y caridad sean intercambiables en la mentalidad de algunas de estas mujeres que carecen de herramientas conceptuales para deslindar ambos principios3.

Este duro camino hizo que muchas mujeres vieran abortadas sus facultades naturales y se vieran impelidas a una práctica artística ramplona y sensiblera, jugando el papel que la sociedad esperaba de ellas. A pesar de ello a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX algunos nombres femeninos fueron muy populares y la obra que nos ha llegado de las mismas tiene un nivel de calidad excepcional. Tal es el caso de mujeres como Adela Ginés y Ortiz, discípula de Carlos Haes, que debió contar con un gran reconocimiento en su tiempo porque su obra se conserva en Museos nacionales y en embajadas, la pintora modernista Luisa Vidal, Inés Flórez, gran retratista, Emilia Menassade que era además de pintora, poeta o Antonia de Bañuelos que se especializó en retratos de niños de una gran personalidad y muy del gusto de la época. La mayoría de estas mujeres dieron un paso importante al optar por presentar sus obras a las exposiciones nacionales o regionales del momento. De este modo su obra era conocida y en muchas ocasiones reconocidas con algún galardón. Si la Academia cerraba sus puertas a las mujeres, nadie podía evitar que los concursos públicos les negaran el paso, de este modo las exposiciones fueron el medio en el que la mayoría de las mujeres artistas se dieron a conocer y su obra adquirió valor de cotización en paridad con la de los varones. Por otro lado, la comparecencia en exposiciones nacionales palió, en cierto modo, la pérdida de obra de las artistas españolas, que es hoy en día el problema fundamental para el estudio de estas mujeres, ya que su obra se ha perdido o tal vez permanece olvidada en algún lugar, sin firma reconocida. La asistencia a certámenes se produjo de forma paralela a la profesionalización de las pintoras que se convirtieron en profesoras de dibujo y diseño, consiguiendo independencia económica a la vez que facilitaban el camino a la normalización de la producción artística de las que vinieron después.




La vida y obra de Leopolda Gassó y Vidal

La figura de Leopolda Gassó y Vidal puede servir de modelo para entender los procesos de cambio que operaron en el último tercio del siglo XIX y arroja luz sobre una biografía ha llegado prácticamente olvidada hasta nuestros días.

Leopolda nació en Quintanar de la Orden, provincia de Toledo, en 18494. Su padre, Joaquín Gassó, de origen catalán, era médico y, junto con su esposa, Dionisia Vidal, formaban una familia de clase media adinerada y, al parecer, de talante liberal y progresista. Leopolda fue hija única. Don Joaquín además de ejercer fue profesor de medicina, escribió un Tratado de Patología interna que demuestra su afán divulgador y pedagógico5. Murió en Madrid el 7 de enero de 1884. Al poco de nacer Leopolda, la familia se trasladó a Toledo en donde pasó su infancia y primera adolescencia. A la edad de ocho años demostró tales cualidades para la pintura que sus padres decidieron proporcionarle profesores que le enseñaran la disciplina. A los pocos años se trasladó a Madrid y allí continuó su aprendizaje con los pintores Luis García, Manuel Martínez e Isidoro Moreno. Este último falleció en 1885, Leopolda estuvo presente «consignando» su muerte6.

Isidoro Lozano nació en Logroño en 1826 y fue pintor, dibujante y litógrafo. Fue discípulo de Federico Madrazo y se formó en la Academia de San Fernando; fue becado en Roma en 1852. Entre 1856 y 57 pintó junto con Germán Hernández Amores, la decoración del techo del Salón situado en el piso principal del colegio Eclesiástico Español de Roma7. Isidoro Lozano no fue un pintor excepcional, pero sí tuvo alguna obra notable que alcanzó fama en su momento, como por ejemplo la pintura «La Cava saliendo del baño», de la Academia de San Fernando. En ella se puede observar su formación académica y un refinado gusto por el dibujo. Esta obra obtuvo la Segunda Medalla en la primera Exposición nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en 18568. Se trata de un cuadro de tema histórico en torno al personaje de Don Rodrigo. Otra obra del maestro de Leopolda titulado «Isabel la Católica presidiendo la educación de sus hijos», fechado en 1864, perteneciente al Museo del Prado, pero depositado en la Universidad de Barcelona, nos hace entender los gustos historicistas del autor. En 1868 fue nombrado académico correspondiente en Toledo ya que parece que estuvo muy unido a esta ciudad en donde trabajó y colaboró en un Álbum artístico de Toledo, elaborado por Manuel Assas en 1848. Lo más probable es que fuera en esta ciudad en donde entró en contacto con la joven pintora y se decidiera convertirla en su pupila.

La ciudad de Toledo va a ser una referencia constante en la vida de la pintora. A través de sus escritos, recogidos por su madre y editados por ella unos años más tarde de su temprano fallecimiento, podemos seguir sus pasos y entender su evolución personal y artística9. En uno de sus escritos afirma que es la ciudad que la despierta sus mejores sensaciones y que teniendo la oportunidad de viajar a París, ha preferido quedarse en Toledo. En esta ciudad se consolidó su afición a la pintura saliendo a dibujar al natural con otra compañera con la que compartía sus mismas inquietudes. En estos años resultaba muy extraño que dos jóvenes salieran a pintar al exterior y Leopolda cuenta como a menudo se hacían pasar por francesas, como sinónimo de extranjeras, para pasar más desapercibidas y evitar rechazos. Ella misma cuenta que estando haciendo un dibujo de una columna clásica perteneciente a un patio de una casa particular, entabló conversación con unas mujeres que se maravillaron al comprobar que no solo no era extranjera, sino que había nacido en Toledo, algo absolutamente insólito para aquellas mujeres, a las que se les pedía permiso para «retratar» su patio, usando este término menos extraño que el de pintar10.

Ya en Madrid y apenas cumplidos los veinte años comenzó a colaborar en distintas revistas y publicaciones dirigidas fundamentalmente a la mujer. Así en 1970 está colaborando en la publicación Almanaque del orden11. En la capital comenzó a relacionarse con otras mujeres con las que compartía sus mismas inquietudes y a ampliar sus colaboraciones con cuantas asociaciones y encuentros a los que pudiera llevar el discurso de la igualdad de derechos para las mujeres. En 1872 formó parte del grupo «Las hijas del sol», adscrito a la organización masónica «El Gran Oriente de España», presidido por la Baronesa Wilson con un órgano de prensa en el que publicó artículos12. Colaboró activamente con Concepción Gimeno de Flaquer a partir de que esta fundara el periódico La Ilustración de la Mujer, el 1.º de marzo de 1873, más adelante dirigido por Sofía de Tartilán13. Esta publicación tenía como objetivo conseguir el progreso y la igualdad social para las mujeres. También viajó fuera de España y conocía y hablaba francés e italiano. Del francés tradujo un poema de Georges Sand14. No se tiene constancia, sin embargo, que viajara a América, en concreto a Méjico, aunque sí es cierto que sería muy conocida allí por sus colaboraciones en el Álbum de la Mujer o en otras publicaciones afines15.

De su popularidad da fe su intervención en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Valencia, creado en febrero de 1870 siendo su primer presidente Fernando de Alisal. Esta institución consiguió un gran prestigio a partir de este momento y fue una referencia puntual para el desarrollo de la cultura en la región valenciana. En el Ateneo conferenciaron y expusieron obra los más ilustres personajes del entorno. En el Boletín-Revista del Ateneo de Valencia, que se comenzó a editar a partir de junio de 1870 se recogieron los temas y autores de mayor renombre en ese momento, entre los cuales, la única firma femenina que aparece fue la colaboración de Leopolda Gassó con su artículo «¿A qué teoría debe obedecer la pintura contemporánea?», en donde argumentaba a favor de un arte adaptado a los nuevos tiempos, siempre que se mantuviera dentro de unos fines éticos que aunaran la religión, la belleza y el progreso16.

Leopolda Gassó obtuvo Premio en la Exposición Artística Industrial de Fomento de las Artes, celebrado en 1871, con un estudio a lápiz, del que no ha quedado constancia, algo muy corriente tratándose de producciones femeninas. También consiguió un Diploma de Honor en la Exposición Regional Leonesa celebrado en 1876, cuyo Catálogo publicado en León un año más tarde, recoge que presentó dos cuadros al óleo y que a este certamen presentaron obra también otras artistas, entre las que se encontraban Victoria Morán y Ángeles Alcázar y Fisch. Consta que se vendieron varios cuadros de la autora. El primer premio lo obtuvo Carlos de Haes con un cuadro al óleo, lo que evidencia el alto nivel de las competiciones regionales en estos años. Tampoco nos han llegado estas obras. Por el contrario, conocemos el retrato al óleo que realizó al filántropo conquense Lucas Aguirre propiedad del Patronato de la Asociación de Escritores y Artistas de Madrid. Como consecuencia de esta donación fue declarada Socia Honoraria de esta institución y consta que en 1885 se presentó a la Exposición de pintura promovida por la misma con dicho retrato. Este cuadro fue pintado unos meses antes de su muerte que tendría lugar el 29 de julio de 1885, cuando contaba 36 años. En marzo de 1885 escribió una carta a su amiga Carmen Cervera desde Alicante en donde le cuenta que se encuentra rodeada de sus libros, sus pinceles y sus medicinas, «llevando una vida monótona y conventual»17.




La obra conocida de Leopolda Gassó y Vidal

Resulta lamentable que la obra de una mujer dedicada a la pintura desde la infancia, bastante reconocida en su tiempo, haya quedado en el olvido y apenas tengamos un solo cuadro para hacernos idea de su capacidad y estilo. Aunque si se conservan escritos suyos con los que podemos deducir su forma de pensar y su compromiso con la emancipación intelectual de las mujeres.

El retrato de Leopolda Gassó y Vidal realizado a Lucas Aguirre y Juárez es la única muestra que nos ha llegado del quehacer de esta pintora. Se trata de un busto de medio cuerpo siguiendo los modelos de retrato de la época, de corte académico y formas precisas y elocuentes. Recoge los rasgos de Lucas Aguirre un hombre de reconocida bondad y dedicado en vida a labores filantrópicas destinadas, sobre todo, a proporcionar educación a las niñas y mujeres de escasos recursos. De talante liberal y progresista, muy unido a los ambientes krausitas del momento, dedicó su fortuna a levantar escuelas en donde pudieran estudiar «niñas y adultas pobres», erigiéndolas en aquellos lugares que tenían alguna relación con su vida familiar. Así destaca la Escuela del valle de Siones, en la Provincia de Burgos, origen familiar de su padre; en Cuenca, donde nació él después de que su padre recalara en esta ciudad y, matrimoniara allí, y en Madrid, en donde residió desde 1859 y moriría en 1873. En la capital se levantó un hermoso edificio neomudéjar en un enclave idóneo frente al Retiro y en la calle Alcalá, que se conoce todavía hoy con el nombre de «Escuelas Aguirre». Las escuelas, todas ellas, estaban extraordinariamente dotadas con los medios más modernos de su época. Además, Lucas Aguirre dejó en su testamento la dotación de un sustancioso premio anual en metálico para aquellos que más y mejor hubieran destacado en los estudios. Se entiende pues, que Leopolda se volcara en este retrato en el que se deja traslucir la admiración y respeto que le merece el retratado. Es más que probable que coincidieran ambos en los mismos ambientes ya que Aguirre participó en la «Asociación para la enseñanza popular» y en la «Asociación para la enseñanza de la mujer», espacios frecuentados por la pintora y su grupo de afines.

Se conserva buena parte de las publicaciones, o escritos inéditos, que realizó la toledana a lo largo de su vida gracias a que su madre, consternada por su pronta muerte, editó un libro con artículos aparecidos en distintas revistas, poesías e incluso cartas. Gracias a esta publicación, precedida, como se ha dicho por una «Explicación necesaria» escrita por Concepción Gimeno de Flaquer, podemos seguir el pensamiento y las inquietudes que la animaban. Los «Relatos escogidos», que es como se titula la recopilación de trabajos escritos por Leopolda Gassó, tocan distintos temas, pero todos ellos relacionados con las mujeres y en su mayoría con la pintura. Sorprende el análisis que realizó en uno de sus escritos sobre el papel de las mujeres pintoras en la historia y se fija en el ejemplo de la francesa Rosa Bonheur para hacer una comparación entre Francia y España y concluir que al ser España un país más atrasado no existe las mismas oportunidades que en Francia. La pintora Rosa Bonheur fue muy apreciada en el siglo XIX, dándose a conocer presentando un cuadro en la Exposición de París de 1841, convirtiéndose en un referente y modelo para las españolas. Gimeno de Flaquer hizo una glosa sobre su figura en su libro La mujer intelectual (1901). Esta pintora superó en calidad a su padre, también pintor de pensamiento sansimoniano, de quien aprendió el oficio; se mantuvo soltera, llevando una vida muy libre, desafiando a la sociedad bien pensante con su declarado lesbianismo. De ella se cuenta que iba siempre vestida de hombre para poder acceder a los lugares en que las mujeres tenían restringido el paso18. De este modo se dice que iba a los mataderos para poder copiar animales del natural. En el mismo artículo en que hace referencia a Rosa Bonheur acaba haciendo una invocación a las mujeres, muy al estilo de la época para que se instruyan, afirmando:

Todos estos ejemplos os dicen, mis queridas lectoras, que solo la rutina nos condenará a hacer un papel secundario en la sociedad. Así pues, instruiros todo lo que podáis, entrad de una vez en el templo de Minerva, y yo os aseguro desde luego que recogeréis el fruto de vuestro trabajo. La mujer española, viva por naturaleza, de ardiente y rica imaginación, está llamada a conquistar muchos lauros en las artes, que son hijas predilectas del sentimiento ¡Quién sabe si entre nosotras no existen genios desconocidos que aguardan solo, según dice el malogrado Becker en una de sus poesías, una voz como Lázaro que diga! «Levántate y anda». Los placeres materiales y las vanidades de mundo concluyen pronto. Cuanto más, duran la existencia del hombre; solo el talento y la virtud van más allá de la tumba19.



Todos sus escritos están animados de los mismos principios: el derecho y el deber de la instrucción de las mujeres. Fustiga el comportamiento frívolo, «el coquetismo» que la sociedad impone a las mujeres y las insta a que sean autónomas y compaginen el progreso y la educación de las mujeres con su papel en la familia. Sobre todo, critica el hecho de que las mujeres no pudieran acceder a una enseñanza similar a la que los varones adquieren en las Academias de Bellas Artes, relegadas a pintar «cosas de poca importancia», a copiar y copiar, siempre frustrando la creatividad. En un artículo dedicado a «Las artistas españolas en la exposición de 1884» argumenta que, así como las mujeres han conseguido entrar en el Conservatorio y pueden hacerlo en las bibliotecas, en la Academia de San Fernando, no se dan las mismas condiciones para que las mujeres puedan formarse de igual modo que los varones. A pesar de todo en la exposición que comenta, informa de que se presentaron 75 mujeres, frente a 689 varones20.

Su pensamiento sobre «La mujer artista» está enraizado en la corriente decimonónica que todavía está muy apegada a la concepción romántica de las mujeres. Para ella el progreso impondrá la liberación de la mujer por sí solo ya que: «los adelantos podrán redimir a la mujer de los trabajos que hoy se ve obligada a realizar por sí misma». En esta misma línea defiende la idea de que es necesario «armonizar la buena madre y la buena ilustrada», siempre evitando el «coquetismo», los paseos, el interés por la moda..., que la tiene relegada «a tan rastrero papel»21. Según su argumentación, conforme al papel social que la mujer tenía en su representación ideal, esta podría utilizar la pintura para trasmitir valores morales:

[...] que desaparezcan los rencores políticos, religiosos y nacionales, haciendo entender al hombre que todos venimos de Dios, eterno manantial de bondad y tolerancia. Así pues en vez de pintar, horrores, en vez de poner la paleta a merced de la iniquidad y de las preocupaciones vulgares, coloquémonos al lado de la civilización y la justicia, pues de lo contrario, mereceríamos volver a coger el huso y la rueca, y ocupar el lugar en la familia y en la sociedad que nuestras infortunadas ascendientes22.



Insiste con frecuencia en la idoneidad de las mujeres para sentir de una forma especial el arte. Para ella como...

[...] el arte es hijo del sentimiento, se amolda perfectamente a un ser que, por habérselo vedado hasta aquí su completo desarrollo intelectual y no la facultad de sentir, se encuentra fuerte en ese terreno. Cerrados para la mujer los bellos horizontes de las especulaciones científicas, ha razonado poco, ha conocido menos, pero ha ejercitado extensamente el canto del corazón23.



En El Álbum de la Mujer, Leopolda Gassó publicó un extenso artículo, bajo el título «La mujer artista» en donde expone de forma más contundente las explicaciones sobre el tema, demostrando una visión muy próxima al feminismo actual. Este artículo fue el que mayor difusión tuvo ya que fue citado a menudo haciendo referencia a la autoría:

Una de las causas que han privado a nuestro sexo brillar en el divino arte de Rafael, es no haberlo estudiado con la asiduidad que el hombre, ni con los medios de que él ha dispuesto.

Se ha entretenido la mujer copiando medianas litografías pintando cosas de poca importancia, sin que salude el antiguo y el natural en donde aprendieron los que han desollado, sin inculcar en sus corazones el amor a lo bello, ni en su inteligencia los conocimientos indispensables, fuentes de las que brotan más tarde las concepciones y los asuntos; todo por la triste preocupación de que nuestros estudios deben limitarnos a no hacer un papel ridículo entre los que poseen otras habilidades. Si a esto se agrega que rara vez se consulta la afición de la discípula, parte esencial del adelanto, y que privada de academias de Bellas Artes, no han podido soportar todas particularmente los grandes gastos de esta carrera, y no hay que extrañarse del vacío que vemos en los museos y en las modernas exposiciones, donde el nombre de la mujer aparece en proporción de la indiferencia con que se le mira. Y si no se remediase tan extraña apatía ¿seguiríamos creyendo que este resultado es hijo de su limitada inteligencia, no de su falsa dirección?24.



En la conferencia del Ateneo Valenciano, continuó con esta tesis enlazándola con la defensa de un arte «eminentemente moral y civilizador», como corresponde según ella al siglo en el que vive, en donde el arte debe buscar la belleza, pero acompañada del mensaje moral. Ella, como la mayoría de las mujeres artistas de su tiempo, se muestra partidaria de un arte realista, apegado a la realidad, quizás porque sería una temática más fácil de aprehender para ellas, relegadas a la proximidad de lo doméstico. En la publicación que recoge el título de su intervención en aquel Ateneo, sorprende la defensa que hace del pintor Courbet, en concreto de su cuadro «El picapedrero», al que califica de «hermoso poema al trabajo. ¿Y habrá quien al contemplarlo no jure mejorar las condiciones del obrero?»25.

En otro momento habla de «huir del arte chabacano y seguir la senda de Krause, Gerome o Courbet».

La obra pictórica de Leopolda Gassó y Vidal no parece que fuera de un nivel excepcional, más bien se debió mover en una medianía muy común en su época, pero lo que sorprende es la trayectoria de una mujer que, en tan corto lapso, ya que murió relativamente joven, pudiera desarrollar una actividad tan constante dedicada a propagar las ideas a favor de los derechos de las mujeres. Analizando sus escritos y estudiando las limitaciones que la sociedad imponía a las artistas entendemos como costó tanto afianzar una obra creativa para una mujer, estando siempre abocada a una formación tan limitada y con las cortapisas que la sociedad les imponía. Es cierto que algunas mujeres lo lograron, siempre casos excepcionales de los que la historia, y sobre todo la crítica feminista ha terminado por ir admitiendo en el lugar que se merece, pero la historia de las mujeres no debe hacerse desde la excepcionalidad y la excelencia. Los avances en este sentido no los llevaron a cabo un puñado de mujeres que se saltaron las normas ellas solas, sin duda fue imprescindible que detrás de ellas estuvieran mujeres como Leopolda Gassó que realizaron una labor constante, limitada y, seguramente carente de brillantez, pero sin ellas la historia habría tenido otro ritmo y es justo que desde una perspectiva amplia se las vaya incorporando a la Historia con mayúsculas.








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