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1

J. M. Rozas explica las llamativas ausencias de algunos dramaturgos en la Fama póstuma «por una rotunda enemistad con Lope, o con Montalbán. Pero ambas cosas eran casi la misma.» (Estudios sobre Lope de Vega, Madrid, Cátedra, 1990, p. 373.) Sobre las ausencias de la Fama Póstuma, ya mencionadas por La Barrera, véase PARKER, J. H., Juan Pérez de Montalván, Boston, Twayne, 1975, pp. 23-24. Sin embargo, esta identificación entre las actitudes de ambos al final de su carrera literaria debería matizarse mucho, hoy que sabemos que no todos los enemigos de Lope lo fueron de Montalbán (léase Pellicer), ni muchos los enemigos de Montalbán lo fueron de Lope (léase Villaizán y, sobre todo, Quevedo y su Perinola); el caso de la Perinola es seguramente el más llamativo y prácticamente todos los estudiosos de la obra de Montalbán han destacado el silencio de Lope en el ataque a su discípulo. Pero Lope no sólo guardó silencio, sino que incluyó entre los preliminares de La Dorotea un elogio de Quevedo, tomado de su prólogo a la versión castellana de la Comedia Eufrosina de 1631, a pesar de que creo que ya en ese momento Quevedo debía de haber hecho correr su virulenta Perinola, como parece demostrarlo la resentida alusión de José de Valdivielso en la aprobación de La Dorotea que sigue precisamente al elogio de Quevedo. Valdivielso se queja de que «los censores de los libros tienen ya quien lo sea de sus censuras, en ofensa grande de la confianza que V. A. hace de sus estudios» (VEGA, Lope de, La Dorotea, edición de E. S. Morby, Madrid, Castalia, 1980, pp. 65-66.); estas palabras parecen ser la respuesta a las ácidas burlas que Quevedo le había dedicado como censor del Para todos de Montalbán en la Perinola (QUEVEDO, F. de, Prosa festiva completa, edición de C. C. García-Valdés, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 479-480). La fecha de la aprobación de Valdivielso del Para todos es el 18 de enero de 1632 (la tasa es del 19 de abril de 1632), mientras que la aprobación de Valdivielso de La Dorotea es el 6 de mayo de 1632; por lo tanto, si esto es así, la Perinola podría fecharse entre mediados de abril y principios de mayo de 1632.

 

2

Véase su penetrante prólogo al Orfeo en lengua castellana, Aranjuez, Editorial Ara-Iovis, 1991.

 

3

Véase MOLL, J., «Los editores de Lope de Vega», Edad de Oro, XIV (1995), pp. 213-222, especialmente pp. 218 y siguientes; no hemos visto la tesis doctoral de SÁNCHEZ MARIÑO, R., Alonso Pérez de Montalbán. Su importancia en el círculo literario de Lope de Vega. Para la relación personal entre Lope y el padre de Montalbán, véase RENNERT, H. H. y CASTRO, A., Vida de Lope de Vega (con adiciones de F. Lázaro Carreter), Salamanca, Anaya, 1969, p. 236, n. 53, p. 396, p. 190, n. 54.

 

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Véanse PROFETI, M. G., Montalbán: un commediografo dell'età di Lope, Università di Pisa, 1970, p. 10 y PARKER, J. H., «Lope de Vega and Juan Pérez de Montalbán: Their Literary Relations (A Preliminary Survey)», en PIERCE, F. (ed.), Hispanic Studies in Honour of González Llubera, Oxford, 1959, pp. 225-235. Para las citas a los Sucesos utilizamos la edición de L. Giuliani, PÉREZ DE MONTALBÁN, J., Sucesos y prodigios de amor, Barcelona, Montesinos, 1992.

 

5

Véanse DIXON, V., «La mayor confusión», Hispanófila, 3 (1958), pp. 17-26; SIMÓN DÍAZ, J., «"Los Sucesos y prodigios de amor" de Pérez de Montalbán vistos por la Inquisición», Revista bibliográfica y documental, II (1948), Suplemento n.º 2, pp. 1-6. La Inquisición actuó contra la novela por la solución que propuso Montalbán a la insólita situación causada por dos incestos sucesivos, no por los incestos en sí mismos, cosa que sacaba de quicio a G. de Amezúa, quien consideraba la novela como «una de las obras más monstruosas y hediondas de la literatura castellana» (en el «Prólogo» a su edición de los Sucesos, publicado también en sus Opúsculos histórico-literarios, Madrid, CSIC, 1951, vol. II, p. 56). Alusiones al incesto aparecen también en el diálogo inicial de la comedia de Montalbán, Como padre y como rey, (BAE, XLV, p. 533a).

 

6

Véase ELLIOTT, J. H., El Conde-Duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990, pp. 182 y siguientes. Es bien conocido que las decisiones de la Junta de Reformación tuvieron notables consecuencias en el ámbito literario en general (MOLL, J., «Diez años sin licencias para imprimir comedias y novelas en los reinos de Castilla: 1625-1634», Boletín de la Real Academia Española, 54 (1974), pp. 97-103) y también afectaron considerablemente a algún autor concreto, como Tirso de Molina (KENNEDY, R. L., «Estudios sobre Tirso I: El dramaturgo y sus competidores (1620-1626)», Revista Estudios, Madrid, 1983; METFORD, J-C., «Tirso de Molina and the Conde-Duque de Olivares», Bulletin of Hispanic Studies, 36 (1959), pp. 15-27).

 

7

Prosa festiva, p. 472. Montalbán respondió en la Trompa a esta acusación de Quevedo haciendo ostentación de su condición de discípulo (véase DEL PIERO, R. A., «La respuesta de Pérez de Montalbán a la Perinola de Quevedo», PMLA, LXXVI, 1 (1961), pp. 40-47).

 

8

Especialmente los romances. Uno de ellos («Oíd, pastores de Henares») fue atribuido a Lope a principios de siglo por A. L. Stiefel, quien ignoraba incluso que apareciese en los Sucesos de Montalbán (véanse STIEFEL, A. L., «Unbekannte spanische Romanze», Revue Hispanique, XV (1906), pp. 766-770, y PFANDL, L., «Eine angebich unbekannte spanische Romanze», Archiv für das Studium der neueren Sprachen und Literaturen, CXLVI (1923), pp. 122-123), pero que no iba desencaminado en el sentido de que los romances, por sus temas, motivos y métrica, forman parte de la segunda fase del romancero nuevo que refleja la Primavera y flor de los mejores romances del licenciado Pedro de Arias de 1621, una obra en la que «la sombra de Lope se proyecta sobre todo el libro» (como dijo J. F. Montesinos en su edición de la Primavera, Valencia, Castalia, 1954, p. LXII). De la pertenencia de estos romances de Montalbán a la segunda fase del romancero nuevo da fe la posterior inclusión de uno de los romances de los Sucesos de Montalbán («¿Para qué se queja un hombre?», de La Prodigiosa) como anónimo en una de tantas reediciones con nuevos poemas de la Primavera, la sevillana de 1637, igual que ocurrió con otros cinco romances de Montalbán incluidos como anónimos en la Breve deleitación de romances varios sacados de diversos autores, en su edición valenciana de 1668 y otro más también incluido como anónimo en los Romances varios de Amsterdam, 1688.

 

9

Son numerosas las coincidencias de detalle entre las novelas de Lope y las de Montalbán, que en muchos casos pueden ser meras casualidades o remitir a tópicos y prácticas comunes a toda la novelística de la época, pero su acumulación es llamativa. Citemos algunos ejemplos: el común elogio del diestro Pacheco de Narváez (Sucesos, p. 141; VEGA, Lope de, Novelas a Marcia Leonarda, edición de F. Rico, Madrid, Alianza, 1968, p. 120); la manía de Montalbán de vincular a los galanes de sus novelas con importantes casas de la nobleza, tal vez inspirada en el desmedido elogio del Conde de Olivares que transpira la novela Guzmán el bravo de Lope (Sucesos, pp. 140 y 210); la onomástica de los personajes es común con frecuencia entre ambos, pero sin duda remite a la práctica habitual de los novelistas y dramaturgos de la época; sin embargo, me parece curiosa la coincidencia entre el nombre del rey moro de la novela sexta de Montalbán, La desgraciada amistad, Celín Hamete, con el padre de Adalifa la de Baza que aparece en el célebre romance morisco de Lope «Ensíllenme el potro rucio». Otros lugares comunes que aparecen constantemente en Lope y Montalbán son, por ejmplo: la consideración del enamoramiento como algo predestinado por las estrellas (Sucesos, pp. 229 y 311), asunto tan del gusto de Lope (NML, pp. 32 y 181, nota 19), y que además reaparece en el Orfeo en lengua castellana (versos 325 y siguientes); que siempre que aparezca un arroyo esté murmurando o riéndose, si bien esto es más común en los poemas, (NML, p. 109; en Sucesos, pp. 21 y 187); que la hermosura sea siempre desdichada, tópico insufriblemente repetido por Montalbán, etc.

 

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De estas dedicatorias ha tratado recientemente A. Rey Hazas en «Madrid en "Sucesos y prodigios de amor": la estética novelesca de Juan Pérez de Montalbán», Revista de Literatura, LVII, 114 (1995), pp. 433-454, especialmente pp. 435-439. No obstante, discrepamos parcialmente de sus conclusiones respecto al supuesto plan integrador de las distintas novelas basado en un perfecto esquema histórico-geográfico, ya que, si bien es cierto que las novelas inicial y final se sitúan en una geografía y en una cronología relativamente «míticas», en el resto de novelas nos parece que la ubicación en distintas ciudades españolas o del norte de África, cuando de relatos de cautivos se trata, es un recurso convencional que simplemente permite el inicial elogio a la ciudad con que tantas novelas de la época comienzan, para resultar después totalmente indiferente en el desarrollo de la acción. También nos parece discutible que pueda considerarse que las novelas La fuerza del desengaño y La mayor confusión (al menos hasta que intervino la Inquisición contra la última) finalicen en desgracia; tal desenlace nos parece aplicable únicamente a La desgraciada amistad. Por lo que respecta a las dedicatorias, aunque es indudable que existe una clara articulación jerárquica de las mismas, habría que precisar la condición de «valido» que se otorga a Pedro de Tapia, oidor del Consejo Real, y de don Gutierre Marqués de Careaga, corregidor de Alcalá y Madrid, autor de uno de los poemas laudatorios de los Sucesos y también del indigesto discurso incluido en las Lágrimas panegíricas que lleva por título «La poesía defendida y definida, Montalbán alabado».